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Capítulo XXX

CÓMO DESPUÉS QUE VOLVIMOS CON CORTÉS DE ZUMPANCINGO CON BASTIMENTOS, HALLAMOS EN NUESTRO REAL CIERTAS PLATICAS, Y LO QUE CORTÉS RESPONDIÓ

Vueltos de Zunmpancingo, que así se dice, con los bastimentos y muy contentos en dejarlos de paz, hallamos en el real corrillos y pláticas sobre los grandísimos peligros en que cada día estábamos en aquella guerra. Y desde que hubimos llegado avivaron más la plática, y los que más en ello hablaban y asistían eran los que en la isla de Cuba dejaban sus casas y repartimientos de indios. Y juntáronse hasta siete de ellos, que aquí no quiero nombrar por su honor, y fueron al rancho y aposento de Cortés; y uno de ellos, que habló por todos, que tenía buena expresiva, y aun tenía bien en la memoria lo que había de proponer, dijo, como a manera de aconsejarle a Cortés, que mirase cuál andábamos, malamente heridos y flacos, y corridos, y los grandes trabajos que teníamos, así de noche, con velas y con espías y rondas y corredores de campo, como de día y de noche peleando, y que por la cuenta que han echado, que desde que salimos de Cuba faltaban ya sobre cincuenta y cinco compañeros, y que no sabemos de los de la Villa Rica que dejamos poblados; y que, pues Dios nos había dado victoria en las batallas y reencuentras desde que venimos de Cuba y en aquella provincia habíamos habido, y con su gran misericordia nos sostenía, y que no le debíamos tentar tantas veces, y que no quiera ser peor que Pedro Carbonero.

Y más le dijeron: que mirase en todas las historias, así de romanos como las de Alejandro, ni de otros capitanes de los muy nombrados que en el mundo ha habido, no se atrevió a dar con los navíos al través, y con tan poca gente meterse en tan grandes poblazones y de muchos guerreros, como él ha hecho, y que parece que es homicidio de su muerte y de todos nosotros, y que quiera conservar su vida y las nuestras; y que luego nos volviésemos a la Villa Rica, pues estaba de paz la tierra; y que no se lo habían dicho hasta entonces porque no han visto tiempo para ello por los muchos guerreros que teníamos cada día por delante y en los lados, y pues ya no tornaban de nuevo, lo cual creían que sí volverían, pues Xicotenga, con su gran poder, no nos ha venido a buscar aquellos tres días pasados, que debe estar allegando gente, y que no deberíamos aguardar otra como las pasadas; y le dijeron otras cosas sobre el caso.

Y viendo Cortés que se lo decían algo como soberbios, puesto que iban a manera de consejo, les respondió muy mansamente, y dijo que bien conocido tenía muchas cosas de las que habían dicho, y que a lo que ha visto y tiene creído, que en el universo hubiese otros españoles más fuertes ni con tanto ánimo hayan peleado y pasado tan excesivos trabajos como éramos nosotros, y que andar con las armas a la contina a cuestas, y velas y rondas, y fríos, que si así no lo hubiéramos hecho, ya fuéramos perdidos, y por salvar nuestras vidas que aquellos trabajos y otros mayores habíamos de tomar. Y dijo: ¿Para qué es, señores, contar en esto cosas de valentías, que verdaderamente Nuestro Señor es servido ayudarnos? Que cuando se me acuerda vernos cercados de tantas capitanías de contrarios, y verles esgrimir sus montantes y andar tan junto de nosotros, ahora me pone grima, especial cuando nos mataron la yegua de una cuchillada, cuán perdidos y desbaratados estábamos, y entonces conocí vuestro muy grandísimo ánimo más que nunca. Y pues Dios nos libró de tan gran peligro, que esperanza tenía que así había de ser de allí adelante. Y más dijo: Pues en todos estos peligros no me conoceríais tener pereza, que en ellos me hallaba con vosotros. Y tuvo razón de decirlo, porque ciertamente en todas las batallas se hallaba de los primeros. He querido, señores, traeros esto a la memoria, que pues Nuestro Señor fue servido guardarnos, tuviésemos esperanza que así había de ser adelante; pues desde que entramos en la tierra en todos los pueblos les predicamos la santa doctrina lo mejor que podemos, y les procuramos de deshacer sus ídolos, y pues que ya veíamos que el capitán Xicotenga ni sus capitanías no parecen, y que de miedo no debe de osar verle, porque les debiéramos de hacer mala obra en las batallas pasadas, y que no podría ya juntar sus gentes, habiendo ya sido desbaratado tres veces, y por esta causa tenía confianza en Dios y en su abogado, señor San Pedro, que ruega por nosotros, que era fenecida la guerra de aquella provincia, y ahora, como habéis visto, traen de comer los de Cinpancingo y quedan de paz, y estos nuestros vecinos que están por aquí poblados en sus casas; y que en cuanto dar con los navíos al través, fue muy bien aconsejado, y que si no llamó alguno de ellos al consejo como a otros caballeros (fue) por lo que sintió en el Arenal, que no lo quisiera traer ahora a la memoria: y que el acuerdo y consejo que ahora le dan es todo de una manera que el que le podrían dar entonces, y que mIren que hay otros muchos caballeros en el real que serán muy contrarios de lo que ahora piden y aconsejan, y que encaminemos siempre todas las cosas a Dios y seguidas en su santo servicio será mejor. Y a lo que, señores, decís que jamás capitán romano de los muy nombrados han acometido tan grandes hechos como nosotros, dicen verdad, y ahora y adelante, mediante Dios, dirán en las historias que de esto harán memoria mucho más que de los antepasados; pues, como he dicho, todas nuestras cosas son en servicio de Dios y de nuestro gran emperador don Carlos. Y aun debajo de su recta justicia y cristiandad somos ayudados de la misericordia de Dios Nuestro Señor, y nos sostendrá, que vamos de bien en mejor. Así que, señores, no es cosa bien acertada volver un paso atrás, que si nos viesen volver estas gentes y los que dejamos de paz, las piedras se levantarían contra nosotros, y como ahora nos tienen por dioes o ídolos, que así nos llaman, nos juzgarían por muy cobardes y de pocas fuerzas. Y a lo que decís de estar entre los amigos totonaques, nuestros aliados, si nos viesen que damos vuelta sin ir a México, se levantarían contra nosotros, y la causa de ello sería que como les quitamos que no diesen tributo a Montezuma, enviaría sus poderes mexicanos contra ellos para que le tornasen a tributar, y sobre ello darles guerra, y aun les mandara que nos la den a nosotros, y ellos por no ser destruídos, porque les temen en gran manera, lo pondrían por la obra. Así que donde pensábamos tener amigos serían enemigos. Pues desde que lo supiese el gran Montezuma que nos habíamos vuelto, ¡qué diría!, ¡en qué tendría nuestras palabras ni lo que le enviamos a decir! ¡Que todo era cosa de burla o juego de niños! Así que, señores, mal allá y peor acullá, más vale que estemos aquí donde estamos, que es bien llano y todo bien poblado, y este nuestro real bien abastecido; unas veces gallinas y otras perros, gracias a Dios no nos falta de comer, si tuviésemos sal, que es la mayor falta que al presente tenemos, y ropa para guarecernos del frío. Y a lo que decís, señores, que se han muerto desde que salimos de la isla de Cuba cincuenta y cinco soldados de heridas y hambres y fríos y dolencias y trabajos, que somos pocos y todos los más heridos y dolientes, Dios nos dé esfuerzo por muchos, porque vista cosa es que en las guerras (se) gastan hombres y caballos, y que unas veces comemos bien, y no venimos al presente para descansar, sino para pelear cuando se ofreciere; por tanto, os pido, señores, por merced, que pues sois caballeros y personas que antes habíais de esforzar a quien viéseis mostrar flaqueza, que de aquí adelante se os quite del pensamiento la isla de Cuba y lo que allá dejáis, y procuremos hacer lo que siempre habéis hecho como buenos soldados, que después de Dios, que es nuestro socorro y ayuda, han de ser nuestros valerosos brazos.

Y como Cortés hubo dado esta respuesta, volvieron aquellos Roldados a repetir en la misma plática.

Y Cortés les respondió medio enojado que valía más morir por buenos, como dicen los cantares, que vivir deshonrados; y además de esto que Cortés les dijo, todos los más soldados que le fuimos en alzar por capitán y dimos consejo sobre el dar al través con los navíos, dijimos en alta voz que no curase de corrillos ni de oír semejantes pláticas, sino que, con la ayuda de Dios, con buen concierto estemos apercibidos para hacer lo que convenga; y así cesaron todas las pláticas. Verdad es que murmuraban de Cortés, y le maldecían, y aun de nosotros, que le aconsejábamos, y de los de Cempoal, que por tal camino nos trajeron, y decían otras cosas no bien dichas; mas en tales tiempos se disimulaban. En fin, todos obedecieron muy bien.

Como Nuestro Señor Dios, por su gran misericordia, fue servido darnos victoria de aquellas batallas de Tlaxcala, voló nuestra fama por todas aquellas comarcas, y fue a oídos del gran Montezuma, a la gran ciudad de México, y si de antes nos tenían por teules, que son como sus ídolos, de ahí adelante nos tenían en muy mayor reputación y por fuertes guerreros; y puso espanto en toda la tierra cómo siendo nosotros tan pocos y los tlaxcaltecas de muy grandes poderes y los vencimos, y ahora enviarnos a demandar paz. Por manera que Montezuma, gran señor de MéxIco, de muy hueno que era temió nuestra ida a su ciudad y despachó cinco principales hombres de mucha cuenta a Tlaxcala y a nuestro real, para darnos el bien venidos y a decir que se había holgado mucho de la gran victoria que hubimos contra tantos escuadrones de contrarios, y envió en presente obra de mil pesos de oro en joyas muy ricas y de muchas maneras labradas, y veinte cargas de ropa fina de algodón.

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