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Capítulo XXII

CÓMO VOLVIMOS A NUESTRA VILLA RICA DE LA VERA CRUZ, Y DE OTRAS COSAS MAS QUE ALLI SUCEDIERON

Estando en aquella villa sin tener en qué entender más de acabar de hacer la fortaleza, que todavía se entendía en ella, dijimos a Cortés todos los más soldados que se quedase aquello que estaba hecho en ella para memoria, pues estaba ya para enmaderar, y que hacia ya más de tres meses que estábamos en aquella tierra; que sería bueno ir a ver qué cosa era el gran Montezuma, y buscar la vida y nuestra ventura; y que antes que nos metiésemos en camino, enviásemos a besar los pies a Su Majestad y a darle cuenta y relación de todo lo acaecido después que salimos desde la isla de Cuba; y también se puso en plática que enviásemos a Su Majestad todo el oro que se había habido, así rescatando como los presentes que nos envió Montezuma. Y respondió Cortés que era muy bien acordado, y que ya lo había él puesto en plática con ciertos caballeros, y porque en lo del oro por ventura habría algunos soldados que querrán sus partes, y si se partiese que sería poco lo que se podría enviar; por esta causa dió cargo a Diego de Ordaz y a Francisco de Montejo, que eran personas de negocios, que fuesen de soldado en soldado, de los que se tuviese sospecha que demandarían las partes del oro, y les decían estas palabras: Señores, ya veis que queremos hacer un presente a Su Majestad del oro que aquí hemos habido, y para ser el primero que enviamos de estas tierras había de ser mucho más; parécenos que todos le sirvamos con las partes que nos caben; los caballeros y soldados que aquí estamos escritos tenemos firmados cómo no queremos parte ninguna de ello, sino que servimos a Su Majestad con ello porque nos haga mercedes. El que quisiere su parte, no se le negará; el que no la quisiera, haga lo que todos hemos hecho. fírmelo aquí. Y de esta manera todos a una lo firmaron. Y esto hecho. luego se nombraron para procuradores que fuesen a Castilla (a) Alonso Hernández Puerto Carrero y a Francisco de Montejo, porque ya Cortés le había dado sobre dos mil pesos por tenerle de su parte; y se mandó apercibir el mejor navío de toda la flota y con dos pilotos, que fue uno Antón de Alaminos, que sabía como habían de desemhocar por el canal de Bahama, porque él fue el primero que navegó por aquel canal. Y también apercibimos quince marineros, y se les dió todo recaudo de matalotaje. Y esto apercibido, acordamos de escribir y hacer saber a Su Majestad todo lo acaecido. Y Cortés escribió por sí, segín él nos dijo, con recta relación, más no vimos su carta; y el Cabildo escribió, juntamente con diez soldados de los que fuimos en que se poblase la tierra y le alzamos a Cortés por general, y con toda verdad, que no faltó cosa ninguna en la carta; iba yo firmado en ella; y demás de estas cartas y relaciones, todos los capitanes y soldados juntamente escribimos otra carta y relación.

Y después de hecha esta relación y otras cosas, dimos cuenta y relación cómo quedamos en estos sus reinos cuatrocientos y cincuenta soldados a muy gran peligro, entre tanta multitud de pueblos y gentes belicosas y grandes guerreros, por servir a Dios y a su real Corona, y le suplicamos que en todo lo que se nos ofreciese nos haga mercedes: y que no hiciese merced de la gobernación de estas tierras, ni de ningunos oficios reales a persona ninguna, porque son tales y ricas y de grandes pueblos y ciudades que convienen para un infante o gran señor; y tenemos pensamiento que como don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y arzobispo de Rosano, es su presidente y manda a todas las Indias, que lo dará (a) algún su deudo o amigo, especialmente a un Diego Velázquez, que está por gobernador en la isla de Cuba; y la causa por que se le dará, la gobernación u otro cualquier cargo, que siempre le sirve con presentes de oro y le ha dejado en la misma isla pueblos de indios, que le sacan oro de las minas; de lo cual había primeramente de dar los mejores pueblos para su real Corona, y no le dejó ningunos, que solamente por esto es digno de que no se le hagan mercedes. Y que como en todo somos muy leales servidores y hasta fenecer nuestras vidas le hemos de servir, se lo hacemos saber para que tenga noticia de todo.

Pues ya puesto todo a punto para irse a embarcar, dijo misa el Padre de la Merced, y encomendándoles al Espíritu Santo que les guiase, y en veinte y seis días del mes de julio de mil quinientos y diez y nueve años, partieron de San Juan de Ulúa y con buen tiempo llegaron a la Habana. Y Francisco de Montejo, con grandes importunaciones, convocó y atrajo al piloto Alaminos, guiase a su estancia, diciendo que iba a tomar bastimento de puercos y cazabe, hasta que le hizo hacer lo que quiso y fue a surgir a su estancia, porque Puerto Carrero iba muy malo y no hizo cuenta de él. Y la noche que allí llegaron desde la nao echaron un marinero en tierra con cartas y avisos para Diego Velázquez, y supimos que Montejo le mandó que fuese con las cartas; y en posta fue el marinero por la isla de Cuba, de pueblo en pueblo, publicando todo lo por mí aquí dicho, y como Diego Velázquez, gobernador de Cuba, supo las nuevas, y entendió del gran presente de oro que enviábamos a Su Majestad, y supo quién eran los embajadores y procuradores, tomábale trasudores de muerte, y decía palabras muy lastimosas y maldiciones contra Cortés y su secretario Duero y el contador Amador de Lares, que le aconsejaron en hacer general a Cortés. Y tanta diligencia puso, que él mismo en persona andaba de villa en villa y en unas estancias y en otras, y escribía a todas las partes de la isla donde él no podía ir, a rogar a sus amigos fuesen (a) aquella jornada. Por manera que en obra de once meses o un año allegó diez y ocho velas grandes y chicas, y sobre mil trescientos soldados, entre capitanes y marineros, porque como le veían tan apasionado y corrido, todos los más, principales vecinos de Cuba, así sus parientes como los que tenían indios, se aparejaron para servirle; y también envió por capitán general de toda la armada a un hidalgo que se decía Pánfilo de Narváez, hombre alto de cuerpo y membrudo, y hablaba algo entonado, como medio de bóveda; y era natural de Valladolid, y casado en la isla de Cuba con una dueña ya viuda que se llamaba María de Valenzuela, y tenía buenos pueblos de indios y era muy rico. Donde lo dejaré ahora haciendo y aderezando su armada, y volveré a decir de nuestros procuradores y su buen viaje; y porque en una sazón acontecían tres y cuatro cosas, no puedo seguir la relación y materia de lo que voy hablando, por dejar de decir lo que más viene al propósito, y a esta causa no me culpen porque algo salgo y me aparto de la orden por decir lo que más adelante pasa.

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