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Capítulo XXI

CÓMO CORTES MANDO HACER UN ALTAR Y SE PUSO UNA IMAGEN DE NUESTRA SEÑORA Y UNA CRUZ, Y SE DIJO LA SANTA MISA Y SE BAUTIZARON LAS OCHO INDIAS

Como ya callaban los caciques y papas y todos los más principales, mandó Cortés que a los ídolos que derrocamos, hechos pedazos, que los llevasen adonde no pareciesen más y los quemasen; y luego salieron de un aposento ocho papas, que tenían cargos de ellos, y toman sus ídolos y los llevan a la misma casa donde salieron, y los quemaron. El hábito que traían aquellos papas eran unas mantas prietas a manera de sotanas y lobas, largas hasta los pies, y unos como capillos que querían parecer a los que traen los canónigos, y otros capillos traían más chicos, como los que traen los dominicos; y traían el cabello muy largo hasta la cinta, y aun algunos hasta los pies, llenos de sangre pegada y muy enretrados, que no se podían esparcir; y las orejas hechas pedazos, sacrificados de ellas, y hedían como azufre, y tenían otro muy mal olor, como de carne muerta; y según decían y alcanzamos a saber, aquellos papas eran hijos de principales y no tenían mujeres, mas tenían el maldito oficio de sodomías, y ayunaban ciertos días; y lo que yo les veía comer eran unos meollos o pepitas del algodón cuando lo desmontan, salvo si ellos no comían otras cosas que yo no se las pudiese ver.

Dejemos a los papas y volvamos a Cortés, que les hizo un muy buen razonamiento con nuestras lenguas doña Marina y Jerónimo de Aguilar, y les dijo que ahora les tendríamos como a hermanos, y que les favorecería en todo lo que pudiese contra Montezuma y sus mexicanos, porque ya envió a mandar que no les diesen guerra ni les llevasen tributo. Y que pues en aquellos sus altos cúes no habían de tener más ídolos, que él les quiere dejar una gran señora, que es madre de Nuestro Señor Jesucristo, en quien creemos y adoramos, para que ellos también la tengan por señora y abogada, y sobre ello y otras cosas de pláticas que pasaron se les hizo un muy buen razonamiento, y tan bien propuesto para según el tiempo que no había más que decir, y se les declaró muchas cosas tocantes a nuestra santa fe, tan bien dichas como ahora los religiosos se lo dan a entender, de manera que lo oían de buena voluntad. Y luego les mandó llamar todos los indios albañiles que había en aquel pueblo y traer mucha cal para que lo aderezasen, y mandó que quitasen las costras de sangre que estaban en aquellos cúes, y que lo aderezasen muy bien. Y luego otro día se encaló y se hizo un altar con buenas mantas; y mandó traer muchas rosas, de las naturales que había en la tierra, que eran bien olorosas, y muchos ramos, y lo mandó enramar y que lo tuviesen limpio y barrido a la continua. Y para que tuviesen cargo de ello, apercibió a cuatro papas que se trasquilasen el cabello, que los traían largos, como otra vez he dicho, y que vistiesen mantas blancas y se quitasen las que traían, y que siempre anduviesen limpios y que sirviesen aquella santa imagen de Nuestra Señora, en barrer y enramar, y para que tuviesen más cargo de ello puso a un nuestro soldado cojo y viejo, que se decía Juan de Torres, de Córdoba, que estuviese allí por ermitaño y que mirase que se hiciese cada día así como lo mandaba a los papas. Y mandó a nuestros carpinteros, otras veces por mí nombrados, que hiciesen una cruz y la pusiesen en un pilar que teníamos ya nuevamente hecho y muy bien encalado; y otro día de mañana se dijo misa en el altar, la cual dijo el padre fray Bartolomé de Olmedo, y entonces a la misa se dió orden cómo con el incienso de la tierra se incensasen la santa imagen de Nuestra Señora y a la santa cruz, y también se les mostró a hacer candelas de la cera de la tierra, y se les mandó qué con aquellas candelas siempre tuviesen ardiendo delante del altar, porque hasta entonces no sabían aprovecharse de la cera.

Y a la misa estuvieron los más principales caciques de aquel pueblo y de otros que se habían juntado, y asimismo se trajeron las ocho indias para volver cristianas, que todavía estaban en poder de sus padres y tíos; y se les dió a entender que no habían más de sacrificar ni adorar ídolos, salvo que habían de creer en Nuestro Señor Dios; y se les amonestó muchas cosas tocantes a nuestra santa fe; y se bautizaron, y se llamó a la sobrina del cacique gordo doña Catalina, y era muy fea; aquélla dieron a Cortés por la mano, y él la recibió con buen semblante. A la hija de Cuesco, que era un gran cacique, se puso nombre doña Francisca; éstá era muy hermosa para ser india, y la dió Cortés (a) Alonso Hernández Puerto Carrero; las otras seis ya no se me acuerdo el nombre de todas, mas sé que Cortés las repartió entre soldados. Y después de hecho esto, nos despedimos de todos los caciques y principales, y de allí en adelante siempre nos tuvieron muy buena voluntad, especialmente desde que vieron que recibió Cortés sus hijas y las llevamos con nosotros, y con grandes ofrecimientos que Cortés les hizo que les ayudaría, nos fuimos a nuestra Villa Rica. Y lo que allí se hizo lo diré adelante.

Esto es lo que pasó en este pueblo de Cempoal, y no otra cosa que sobre ello hayan escrito Gómara ni los demás coronistas, que todo es burla y trampas.

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