Índice de Historia verdadera de la conquista de la Nueva españa de Bernal Diaz del CastilloCapítulo anteriorSiguiente capituloBiblioteca Virtual Antorcha

Capítulo CVIII

DE LO QUE EL MARQUES DEL VALLE DON HERNANDO CORTÉS HIZO DESPUÉS QUE ESTUVO EN CASTILLA

Como su majestad volvió a Castilla de hacer el castigo de Gante, e hizo la grande armada para ir sobre Argel, lo fue a servir en ella el marqués del Valle, y llevó en su compañía a su hijo el mayorazgo, el que heredó el estado; llevó también a don Martín Cortés, el que hubo con doña Marina, y llevó muchos escuderos y criados y caballos y gran compañía y servicio, y se embarcó en una buena galera en compañía de don Enrique Enríquez; y como Dios fue servido hubiese tan recia tormenta que se perdió mucha parte de la real armada, también dió al través la galera en que iba Cortés y sus hijos, los cuales escaparon, y todos los más caballeros que en ella iban, con gran riesgo de sus personas; y en aquel instante como no hay tanto acuerdo como debería haber, especialmente viendo la muerte al ojo, dijeron los criados de Cortés que le vieron que se ató en unos paños revueltos al brazo ciertas joyas de piedras muy riquísimas que llevó como gran señor, y con la revuelta de salir en salvo de la galera y con la mucha multitud de gentes que había, se le perdieron todas las joyas y piedras que llevaba, que, a lo que decían, valían muchos pesos de oro.

Y volveré a decir de la gran tormenta y pérdida de caballeros y soldados que se perdieron. Aconsejaron a Su Majestad los maestres de campo y los capitanes que eran del real consejo de guerra que luego sin más dilatar alzase el real de sobre Argel y se fuese por tierra por Bujía, pues que veían que Nuestro Señor Dios fue servido darles aquel tiempo contrario, y no se podía hacer más de lo hecho, en el cual acuerdo y consejo no llamaron a Cortés para que diese su parecer; y de que lo supo, dijo que, si Su Majestad fuese servido, que él entendería, con la ayuda de Dios y con la buena ventura de nuestro césar, que con los soldados que estaban en el campo de tomar Argel, y también dijo a vueltas de estas palabras muchos loores de sus capitanes y compañeros que nos hallamos con él en la toma y conquista de México, diciendo que fueron para sufrir hambres y trabajos y tormentas, y que dondequiera que llegábamos y que llamase hacía con ellos heroicos hechos, y que heridos, sangrantes y entrapajados no dejaban de pelear y tomar cualquier ciudad y fortaleza, y aunque sobre ello aventurasen a perder las vidas. Y como muchos caballeros le oyeron aquellas bravosas palabras, dijeron a Su Majestad que fuera bien haberle llamado a consejo de la guerra, y que se tuvo a un gran descuido no haberle llamado, y otros caballeros dijeron que si no fue llamado fue porque sentían en el marqués que sería de contrario parecer, y que en aquel tiempo de tanta tormenta no daba lugar a muchos consejeros, salvo que Su Majestad y los demás de la real armada se pusiesen en salvo, porque estaban en muy gran peligro, y que al tiempo andando, con la ayuda de Dios, volverían a poner cerco a Argel, y así se fueron por Bujía.

Dejemos esta materia, y diré cómo volvieron a Castilla de aque lla trabajosa jornada; y cómo el marqués estaba ya muy cansado, así de estar en Castilla en la Corte y haber venido por Bujía, deshecho y quebrantado del viaje, ya por mí dicho, deseaba en gran manera volverse a la Nueva España si le dieron licencia, y como había enviado a México por su hija mayor, que se decía doña María Cortés, que tenía concertado de casarla con don Alvaro Pérez Osorio, hijo del marqués de Astorga y heredero del marquesado, y le había prometido sobre cien mil ducados de oro en casamiento y otras muchas cosas de vestidos y joyas, vino a recibirla a Sevilla, y este casamiento se desconcertó, según dijeron muchos caballeros, por culpa de don Alvaro Pérez Osorio, de lo cual el marqués recibió tan grande enojo, que de calenturas y cámaras que tuvo recias estuvo muy al cabo, y andando con su dolencia, que siempre iba empeorando, acordó de salirse de Sevilla por quitarse de muchas personas que le visitaban y le importunaban en negocios, y se fue a Castilleja de la Cuesta, para allí entender en su ánima y ordenar su testamento; y después que lo hubo ordenado como convenía y haber recibido los Santos Sacramentos, fue Nuestro Señor servido llevarle de esta trabajosa vida, y murió en dos días del mes de diciembre de mil quinientos cuarenta y siete años. Y llevóse su cuerpo a enterrar con gran pompa y mucha clerecía y gran sentimiento de muchos caballeros de Sevilla, y fue enterrado en la capilla de los duques de Medina Sidonia; y después fueron traídos sus huesos a la Nueva España, y están en un sepulcro en Coyoacán o en Tezcuco, esto no lo sé bien, porque así lo mandó en su testamento.

Quiero decir la edad que tenía; a lo que a mí se me acuerda, lo declararé por esta cuenta: en el año que pasamos con Cortés desde Cuba a la Nueva España fue el de quinientos diez y nueve, y entonces solía decir, estando en conversación de todos nosotros los compañeros que con él pasamos, que había treinta y cuatro, y veintiocho que habían pasado hasta que murió, que son sesenta y dos. Y las hijas e hijos que dejó legítimos fue don Martín Cortés, marqués que ahora es; y a doña María Cortés, la que he dicho que estaba concertada en el casamiento con don Alvaro Pérez Osorio, heredero del marquesado de Astorga, que después casó esta doña María con el conde de Luna de León; y a doña Juana, que casó con don Hernando Enríquez, que ha de heredar el marquesado de Tarifa; y a doña Catalina de Arellano, que murió en Sevilla doncella; mas sé que las llevó la señora marquesa doña Juana de Zúñiga a Castilla cuando vino por ella un fraile que se dice fray Antonio de Zúñiga, el cual fraile era hermano de la misma marquesa; y también se casó otra señora doncella que estaba en México, que se decía doña Leonor Cortés con un Juanes de Tolosa, vizcaíno, persona muy rica, que tenía sobre cien mil pesos y unas minas, del cual casamiento hubo mucho enojo el marqués cuando vino a la Nueva España; y dejó dos hijos varones bastardos, que se decían don Martín Cortés, comendador de Santiago; este caballero hubo en doña Marina, la lengua, y a don Luis Cortés, que también fue comendador de Santiago, que hubo en otra señora que se decía doña fulana de Hermosilla; y hubo otras tres hijas, la una hubo en una india de Cuba que se decía doña fulana Pizarro, y la otra con otra india mexicana, y otra que nació contrahecha, que hubo en otra mexicana, y sé que estas señoras doncellas tenían buen dote, porque desde niñas les dió buenos indios, que fueron unos pueblos que se dicen Chinanta.

Y en el testamento y mandas que hizo, yo no lo sé bien, mas tengo en mí que como sabio y tuvo mucho tiempo para ello, y porque era viejo, que lo haría con mucha cordura y mandaría descargar su conciencia; y mandó que hiciesen un hospital y un colegio en México; y también mandó que en una su villa que se dice Coyoacán, que está obra de dos leguas de México, que se hiciese un monasterio de monjas, y que le trajesen sus huesos a la Nueva España; y dejó buenas rentas para cumplir su testamento y las mandas, que fueron muchas y buenas y de buen cristiano, y por excusar prolijidad no lo declaro, por no acordarme de todas aquéllas no las relato. La letra o blasón que traía en sus armas y reposteros fueron de muy esforzado varón y conforme a sus heroicos hechos y estaban en latín, y como no sé latín no lo declaro, y traía en ellas siete cabezas de reyes presos en una cadena; y a lo que a mí me parece, según vi y entiendo, fueron los reyes que ahora diré: Montezuma, gran señor de México; y a Cacamazín, su sobrino de Montezuma, y también fue gran señor de Tezcuco y Coadlavaca, asimismo señor de Iztapalapa y de otro pueblo; y al señor de Tacuba; y al señor de Coyoacán; y a otro gran cacique, señor de dos provincias que se decían Tulapa, junto a Matalzingo; éste que dicho tengo decían que era hijo de una su hermana de Montezuma, y muy propincuo heredero de México después de Montezuma; y el postrer rey fue Guatemuz, el que nos dió guerra y defendía la ciudad cuando ganamos la gran ciudad de México y sus provincias; y estos siete grandes caciques son los que el marqués traía en sus reposteros y blasones por armas, porque de otros reyes yo no me acuerdo que se hubiesen preso que fuesen reyes, como dicho tengo en el capítulo que de ello habla.

Pasaré adelante y diré de su proporción y condición de Cortés. Fue de buena estatura y cuerpo, y bien proporcionado y membrudo, y la color de la cara tiraba algo a cenicienta, y no muy alegre, y si tuviera el rostro más largo, mejor le pareciera, y era en los ojos en el mirar algo amorosos, y por otra parte graves; las barbas tenía algo prietas y pocas y ralas, y el cabello, que en aquel tiempo se usaba, de la misma manera que las barbas, y tenía el pecho alto y la espalda de buena manera, y era cenceño y de poca barriga y algo estevado, y las piernas y muslos bien sentados; y era buen jinete y diestro de todas armas, así a pie como a caballo, y sabía muy bien menearlas, y, sobre todo, corazón y ánimo, que es lo que hace al caso.

Oí decir que cuando mancebo en la isla Española fue algo travieso sobre mujeres, y que se acuchilló algunas veces con hombres esforzados y diestros, y siempre salió con victoria; y tenía una señal de cuchillada cerca de un bezo de abajo que si miraban bien en ello se le parecía, mas cubríaselo con las barbas, la cual señal le dieron cuando andaba en aquellas cuestiones. En todo lo que mostraba, así en su presencia como en pláticas y conversación, y en comer y en el vestir, en todo daba señales de gran señor. Los vestidos que se ponía eran según el tiempo y usanza, y no se le daba nada de traer muchas sedas y damascos, ni rasos, sino llanamente y muy pulido; ni tampoco traía cadenas de oro grandes, salvo una cadenita de oro de prima hechura y un joyel con la imagen de Nuestra Señora la Virgen Santa María con su Hijo precioso en los brazos, y con un letrero en latín en lo que era de Nuestra Señora, y de la otra parte del joyel a Señor San Juan Bautista. con otro letrero; y también traía en el dedo un anillo muy rico con un diamante, y en la gorra, que entonces se usaba de terciopelo, traía una medalla y no me acuerdo el rostro, y en la medalla traía figurada la letra de él; mas después, el tiempo andando, siempre traía gorra de paño sin medalla. Servíase ricamente como gran señor, con dos maestresalas y mayordomo y muchos pajes, y todo el servicio de su casa muy cumplido, y grandes vajillas de plata y de oro; comía bien y bebía una buena taza de vino aguado que cabría un cuartillo, y también cenaba, y no era nada regalado, ni se le daba nada por comer manjares delicados ni costosos, salvo cuando veía que había necesidad que se gastase y los hubiese menester dar.

Era de muy afable condición con todos sus capitanes y compañeros, especial con los que pasamos con él de la isla de Cuba la primera vez, y era latino, y oí decir que era bachiller en leyes, y cuando hablaba con letrados u hombres latinos, respondía a lo que le decían en latín. Era algo poeta, hacía coplas en metros y en prosas, y en lo que platicaba lo decía muy apacible y con muy buena retórica, y rezaba por las mañanas en unas horas y oía misa con devoción. Tenía por su muy abogada a la Virgen María, Nuestra Señora, la cual todos los fieles cristianos la debemos tener por nuestra intercesora y abogada, y también tenía a Señor San Pedro y Santiago y a Señor San Juan Bautista, y era limosnero. Cuando juraba decía: en mi conciencia; y cuando se enojaba con algún soldado de los nuestros sus amigos, le decía: ¡Oh, mal pese a vos!, y cuando estaba muy enojado se le hinchaba una vena de la garganta y otra de la frente; y aun algunas veces, de muy enojado, arrojaba un lamento al cielo, y no decía palabra fea ni injuriosa a ningún capitán ni soldado, y era muy sufrido, porque soldados hubo muy desconsiderados que le decían palabras descomedidas, y no les respondía cosa soberbia ni mala, y aunque había materia para ello, lo más que les decía: Callad, y oír, o id con Dios, y de aquí adelante tened más miramiento en lo que dijereis, porque os costará caro por ello. Y era muy porfiado, en especial en las cosas de la guerra. Y también vi que cuando estábamos en las guerras de la Nueva España era cenceño y de poca barriga, y después que volvimos de las Hibueras engordó mucho y de gran barriga, y también vi que se paraba la barba prieta, siendo de antes que blanqueaba. También quiero decir que solía ser muy franco cuando estaba en la Nueva España y la primera vez que fue a Castilla, y cuando volvió la segunda vez, le tenían por escaso y le pusieron pleitos un criado suyo que se decía Ulloa, hermano de otro que mataron, que no le pagaba su servicio. Y también, si bien se quiere considerar y mirarnos en ello, después que ganamos la Nueva España siempre tuvo trabajos y gastó muchos pesos de oro en las armadas que hizo en la California; ni en la ida de las Hibueras no tuvo ventura, ni tampoco me parece ahora que la tiene su hijo don Martín Cortés, siendo señor de tanta renta, haberle venido el gran desmán que dicen de su persona y de sus hermanos. Nuestro Señor Jesucristo lo remedie y al marqués don Hernando Cortés le perdone Dios sus pecados. Bien creo que se me habrán olvidado otras cosas que escribir sobre las condiciones de su valerosa persona; lo que se me acuerda y vi eso escribo. De la otra señora doncella, su hija, no sé si la metieron monja o la casaron. Oí decir que fue a Valladolid y se casó un caballero con ella; no lo sé bien. Y la otra su hija que estaba contrahecha de un lado oí decir que la metieron monja en Sevilla o en Sanlúcar. No sé sus nombres, y por esto no los nombro, ni tampoco diré qué se hicieron tantos mil pesos de oro que tenían para sus casamientos.

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