Índice de Autobiografía de la Revolución Mexicana de Emilio Portes GilCAPÍTULO VI - Iniciación de la obra constructiva de la Revolución - El ejército nacionalCAPÍTULO VI - Iniciación de la obra constructiva de la Revolución - Los llamados Tratados de BucareliBiblioteca Virtual Antorcha

AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA

Emilio Portes Gil

CAPÍTULO SEXTO

INICIACIÓN DE LA OBRA CONSTRUCTIVA DE LA REVOLUCIÓN

ELECCIÓN DEL GENERAL ÁLVARO OBREGÓN
Se inicia una intensa acción social-educativa, agraria, obrera. Se firman los Tratados De la Huerta-Lamont para el pago de la deuda pública. Expulsión de Monseñor Filippi. La XXIX Legislatura. Lucha por la permanente crisis ministerial. Liquidación del Partido Liberal Constitucionalista.


Al verificarse las elecciones de Poderes Federales, resultó triunfante el general Obregón, quien tomó posesión de su cargo el día 30 de noviembre de 1920, habiendo designado el siguiente gabinete:

Gobernación: general Plutarco Elías Calles;
Hacienda: don Adolfo de la Huerta;
Comunicaciones: ingeniero Pascual Ortiz Rubio;
Industria y Comercio: licenciado Rafael Zubarán Capmany;
Guerra: general Benjamín G. Hill, y por fallecimiento de éste, fue nombrado el general Enrique Estrada;
Agricultura y Fomento: general Antonio I. Villarreal;
Relaciones Exteriores: señor ingeniero don Alberto J. Pani.

El general Obregón recibió el país en completa paz, toda vez que los grupos rebeldes que luchaban en contra del presidente Carranza se habían sometido al nuevo orden de cosas.

El 27 de septiembre de 1921 se celebró el primer centenario de la consumación de la Independencia, viniendo ministros y embajadores de todos los países de América y Europa en representación de sus gobiernos.

Con el triunfo de Obregón se inicia la época de las grandes realizaciones revolucionarias. Se organiza y reglamenta el funcionamiento de las autoridades agrarias; se crea la Procuraduría de Pueblos y se toman disposiciones sobre aprovechamientos de tierras baldías y nacionales. Se inician las obras de pequeña irrigación y la reglamentación, por primera vez en la historia de la Revolución, de la tramitación de los expedientes de dotación, restitución y ampliación de tierras ejidales.

Se expide el proyecto para la creación del Banco Unico de Emisión, que fundó después el general Calles.

En otros ramos, el caudillo sonorense lucha, y esto es muy importante, por integrar cuidadosamente la nacionalidad mexicana, incorporando a los grupos étnicos lejanos, espiritual y económicamente.

Se crea la Secretaría de Educación, poniéndose al frente de ella al licenciado don José Vasconcelos, quien desarrolló una intensísima labor creando la Escuela Rural, las Misiones Culturales, la Educación Física, e iniciándose por primera vez en la historia de México una formidable campaña para acabar con el analfabetismo.

Para lograr esos fines se coloca a la educación pública en el primer plano de la administración, dotándola de un amplio presupuesto e iniciándose la construcción de escuelas y centros técnicos de enseñanza.

Obregón planteó el problema de las relaciones obrero-patronales con una tendencia francamente obrerista y auspició el movimiento de los sindicatos de industria.

Luchó también intensamente por el desarrollo de la sanidad nacional, hospitalización y atención de enfermos dentro de la beneficencia pública.

Tuvo grandes dificultades por el empeño patriótico que desarrolló para someter al poder del Estado a las grandes compañías petroleras y mineras, representativas, en aquella época, del más grosero imperialismo.

En el ramo internacional, son de hacerse notar las exigencias siempre arbitrarias y exorbitantes que en aquella época tenían los gobiernos de Norteamérica para las administraciones revolucionarias de México, cada vez que éstas trataban de implantar reformas en beneficio de las mayorías desheredadas, o de hacer respetar la dignidad nacional. Esto motivó, sin duda, que Madero, Carranza y Obregón procuraran s!empre evitar los extremos radicales e implantar por la vía democrática y constitucional las reformas sociales.

Los mismos sacrificios de don Venustiano Carranza para iniciar en nuestra patria los progresos científicos, la instalación de talleres, de escuelas de aviación, de telegrafía inalámbrica y de fábricas de armas y cartuchos, fue constantemente dificultada por los grupos conservadores de Norteamérica.

A fines del año de 1921 se iniciaron las gestiones para la firma del Tratado de la Deuda Exterior, habiendo llegado a México, como representante del Comité Internacional de Banqueros el señor Thomas Lamont.

Don Adolfo de la Huerta, Secretario de Hacienda, fue comisionado por el presidente Obregón para tratar con los banqueros, y después de una serie de conferencias, se firmó el Tratado Lamont-De la Huerta, que redujo considerablemente los intereses vencidos.

El Tratado Lamont-De la Huerta fue aprobado en Consejo de Ministros y posteriormente por el Congreso de la Unión, con aplauso general.

Con motivo de que el clero, pomposamente, puso la primera piedra para la construcción en el Cerro del Cubilete de una iglesia que se terminó después y que se denomina de Cristo Rey, habiendo venido a ese acto monseñor Filippi, de nacionalidad italiana, lo cual significaba una franca violación a la Constitución de la República, el general Obregón ordenó la expulsión del territorio nacional de dicho señor.

A la nota que enviaron a Obregón los prelados mexicanos, protestando por la expulsión de monseñor Filippi, el mencionado general contestó en la forma siguiente:

Señores arzobispos José Mora, Leopoldo Ruiz y demás firmantes:

Muy señores míos:

El Ejecutivo de mi cargo ha leído la nota que ustedes se sirvieron dirigirle, fechada el 15 de los corrientes con motivo de la expulsión de monseñor Filippi, y considera que la repetición de estos penosos casos y las sensibles fricciones que se han venido produciendo entre el tradicional Partido Liberal de México y algunos miembros de la Iglesia Católica, podrían ahorrarse con un pequeño esfuerzo desarrollado por ustedes, pues si estas fricciones pudieran haber tenido explicación dentro de las tendencias del Partido Liberal, cuando sus postulados eran abstractos y de carácter meramente político ... ha sufrido una evolución en su estructura política, dando preferente atención a los problemas sociales que están llamados seguramente a regir las futuras generaciones y que son en su esencia fundamentalmente cristianos y cuyo programa no afecta en nada el programa fundamental de la Iglesia Católica. No se necesitaría seguramente más que una poca de sinceridad y buena fe en los encargados de su desarrollo y aplicación, para que reinara la más completa armonía en una obra que es perfectamente piadosa. El programa fundamental de la Iglesia Católica, según nos lo presentan en teoría los encargados de su desarrollo, consiste principalmente en encauzar todas las almas por el sendero de la virtud, de la moral y de la confraternidad en la más amplia acepción de la palabra ... los postulados fundamentales del gobierno actual, pueden considerarse así: encauzar a todos los hijos de México por el sendero de la moral, de la virtud y de la confraternidad, tratando de encontrar, dentro de estos postulados, un mayor bienestar para la vida terrenal, y si los programas llegaran a realizarse, sería la conquista máxima de bienestar para todos los habitantes de la tierra, porque la ventura y bienestar quedarían definitivamente conquistados para todos en esta y en la otra vida ...

Yo lamento muy sinceramente que los miembros del Alto Clero Católico no hayan sentido la transformación que se está produciendo en el espíritu colectivo hacia las orientaciones modernas, y como están perdiendo fuerza cada día las doctrinas efectivas y abstractas, robusteciéndose las afectivas y sociales, y que a esta vigorosa evolución esté oponiendo una sistemática obstrucción y le estén negando su contingente de cooperación ... Yo invito a ustedes, y los exhorto, para que en bien de la humanidad no desvirtúen ni entorpezcan el desarrollo del programa esencialmente cristiano y esencialmente humanitario que se pretende desarrollar en nuestro país, donde nuestras clases oprimidas han experimentado por muy largos y amargos años el contacto de todas las injusticias y la absoluta ausencia de un espíritu de confraternidad y de equidad que debió haber imperado en las clases directoras que descuidaron la parte noble de la misión que los hombres tienen en la tierra y encaminaron todo su esfuerzo al acrecentamiento de sus fortunas materiales ...

Durante el período de Obregón hubo algunos levantamientos auspiciados por la reacción y por el clero. En Oaxaca, José Sánchez Juárez, nieto del Benemérito; el licenciado Gonzalo Enril y el general Fernando Vizcaíno iniciaron un movimiento armado, siendo fusilado este último en la Escuela de Tiro.

También el ingeniero Alfredo Robles Domínguez, que había contendido con el general Obregón en las elecciones presidenciales de 1920 y había sido derrotado, trató de levantarse en armas, siendo aprehendido y consignado a las autoridades militares.

El general Francisco Murguía, después de la tragedia de Tlaxcalantongo y de estar cautivo en la Prisión Militar, se levantó en armas en el Estado de Durango, siendo derrotado por fuerzas del general José Gonzalo Escobar. Al ser aprehendido se le formó un Consejo de Guerra y se le fusiló el día 1° de noviembre.

Acontecimiento importante también en la época fue la manifestación, so pretexto de la falta de agua en la ciudad, que hicieron frente al Palacio Municipal algunos miles de trabajadores de la Confederación Regional Obrera Mexicana. Aquella manifestación tomó caracteres de verdadera sedición. Se pretendió poner fuego al Palacio Municipal, pero gracias a la intervención del Jefe de la Guarnición, general Jesús M. Garza, que era muy estimado entre los trabajadores, y previa una arenga que les dirigió, la manifestación se disolvió en el mayor orden.

En el año de 1923, Villa estaba dedicado a las labores agrícolas en su hacienda de Canutillo; al hacer un viaje a la ciudad de Parral, un grupo de sus antiguos enemigos, encabezado por Jesús Salas Barraza, Melitón Lozoya y otros más, se parapetaron en una de las casas de dicha ciudad; asaltaron el automóvil en que iba Villa, resultando muertos dicho general, su secretario particular el coronel Trillo y algunos más.

El gobierno de Obregón estuvo sin ser reconocido por el gobierno norteamericano, durante más de dos años, hasta que al fin, previas pláticas informales con la Casa Blanca para discutir un Tratado de Amistad y Comercio y crear una Comisión Mixta que se encargara de estudiar y resolver las reclamaciones de los ciudadanos norteamericanos que habían recibido daños por la Revolución, se llegó a un acuerdo, firmándose informalmente los criticados Tratados de Bucareli, tratados que por lo demás no tienen nada de indigno, a no ser que así se consideren los arreglos sobre diferencias en deudas y los normales de reconocimiento.

En el año de 1923, el general Obregón, después de vencer a los generales Enrique Estrada, Fortunato Maycotte, Manuel M. Diéguez, Salvador Alvarado, Manuel García Vigil y muchos más, que al frente de 60,000 hombres trataron de derrocar al ilustre vencedor de Villa, después de entregar el poder el día 1° de diciembre de 1924, al candidato triunfante en las elecciones presidenciales, general Plutarco Elías Calles, se retiró al Estado de Sonora, y como nuevo Cincinato se dedicó al cultivo de la tierra en Navojoa, su ciudad natal.

En el mes de julio de 1920, al verificarse las elecciones de Diputados y Senadores para integrar la XXIX Legislatura Nacional, fui electo representante por el Distrito de Tampico, no obstante que no hice ningún trabajo para el efecto ni había aceptado mi candidatura.

La elección en mi favor fue por abrumadora mayoría, pero mi credencial estuvo a punto de ser rechazada porque algunos líderes del Partido Liberal Constitucionalista deseaban que entrara al Congreso un sonorense, el coronel Carlos T. Robinson que, sin tener los requisitos necesarios para representar aquel distrito, sí reunía la calidad de sonorense, indispensable en aquella época para figurar en el candelero político.

Se iniciaba el sonorensismo que causó tan graves males a los grandeSl líderes Obregón, Calles y De la Huerta.

Desde que se iniciaron las discusiones en la Cámara, tuve conocimiento de que se me pondrían algunas dificultades para aprobar mi credencial. Dos de los principales líderes del Partido Liberal Constitucionalista, los abogados Rafael Martínez de Escobar, ya fallecido, y Eduardo Neri, me hicieron conocer esas dificultades, diciéndome ambos: Muévete, porque se pretende por algunos de los de arriba desechar tu credencial.

Y en una conversación que tuve con ellos, les manifesté que eso iba a ser muy difícil, y que si la consigna que se daba la obedecía la mayoría, yo denunciaría en la tribuna a quienes tenían tal pretensión, diciendo que los triunfadores ya iniciaban los mismos procedimientos de burlar el sufragio, que habían sido la causa de la caída del señor Carranza. Alguno de mis buenos amigos me insinuó: ¿Y si es el general Obregón o el general Hill quienes ayudan al coronel Robinson? ... Pues si tengo pruebas de que ellos están en contra mía, lo diré públicamente en la tribuna. La lucha entre bastidores fue tenaz y difícil. Tuve que hablar personalmente con la mayoría de los diputados para convencerlos de que en mi favor había votado más del 90% de los ciudadanos de Tampico. Al fin, mis contrarios no se atrevieron a dar la pelea públicamente, y algunas semanas después mi credencial fue aprobada sin discusión alguna.

Fuí ayudado eficazmente por Luis L. León, por los abogados Neri, Martínez de Escobar, Agustín Arroyo Ch., Jefe de la Diputación guanajuatense, por Felipe Carrillo Puerto, por Soto y Gama, por Manrique, por los laboristas que jefaturaba Morones y por otros queridos compañeros de aquella época.

En pláticas que tuve yo con el general Calles, secretario de Gobernación, y con el señor De la Huerta, de Hacienda, me hacían conocer sus temores en el sentido que dejo indicado, y tanto uno como otro recomendaban a sus amigos ayudarme.

Tan luego como fue aprobada mi credencial, solicité de la Cámara una licencia por tiempo indefinido.

Cuando me fuí a despedir del general Calles, no dejó de extrañarle mi proceder, pues según él me indicó, se hacía necesario apretar filas, porque los peleceanos eran ya un serio problema para el régimen, y al preguntarme si ya me había despedido del Presidente, le manifesté que no pensaba hacerlo, en atención a que él había apoyado a mi contrincante para que entrara a la Cámara. El general Calles me dijo que por ningún motivo me fuera sin despedirme del general Obregón, y acto seguido, sin consultármelo, tomó el teléfono para suplicarle me recibiera ese mismo día, pues deseaba yo despedirme de él. De Gobernación me fuí a la Presidencia. El general Obregón me recibió inmediatamente, habiendo tenido con él una conversación de tres minutos, fría, y en la que le manifesté que me iba a Tampico, pues deseaba alejarme de la política. y dedicarme al ejercicio de mi profesión. El Presidente Obregón tenía una expresión muy suya cuando quería demostrar el desafecto a la persona que se acercaba a él. Esta expresión la dijo al estrecharme la mano: ¿Cómo está usted, caballero? Esta expresión me cayó a mí como decimos en el norte en pandorga. Me despedí de él sin recibir ninguna muestra de atención de su parte.

Así estuve en Tampico hasta el mes de octubre de 1922, en que el general Calles hizo un recorrido por la Huasteca y llegó a Tampico. Le hicimos una recepción un reducido grupo de sus amigos, encabezados por mí y por el general Arnulfo R. Gómez, jefe de las Operaciones Militares. Durante la comida que le ofrecimos me preguntó si no pensaba regresar a México, habiéndole manifestado que estaba muy a gusto en Tampico, pues mi bufete me estaba dando bastante dinero. El me indicó que pronto me iban a necesitar en la Cámara, a lo cual yo le repliqué que no deseaba seguir en la política. Muy pocos días después de la llegada del general Calles a la Capital, recibí un mensaje del general Obregón en el cual me indicaba que en virtud de haber sido designado miembro del Consejo Directivo de los Ferrocarriles Nacionales de México, en unión de los señores don Ramón P. Denegri, Ing. don León Salinas y don Manuel Padrés, me trasladara a la capital con el fin de tomar posesión de dicho cargo.

Mi primer impulso al enterarme del mensaje del presidente Obregón fue renunciar a ese nombramiento; pero cuando hice conocer aquella determinación a mi madre, me dijo: no obres así, es mejor que vayas a la capital y le hagas conocer al Presidente tu resolución. El general Obregón siempre te ha tenido cariño, y no es debido que le correspondas con una violencia. Aquella sugestión de mi madre me tranquilizó.

Tal costumbre de ocurrir al consejo de la autora de mis días, siempre que tenía yo alguna crisis espiritual y me sentía angustiado, la seguí toda mi vida hasta que ella me faltó en el año de 1940.

De inmediato me trasladé a la ciudad de México, habiendo sido recibido por el presidente Obregón el mismo día. Me trató en forma afectuosa diciéndome que había sentido mi separación del Congreso; que creía él que había habido una mala interpretación; pues el general Calles le había dicho que yo estaba sentido porque creía que él, el Presidente, apoyaba al coronel Robinson como Diputado por Tampico, pero que desde luego debería hacerme cargo de la Comisión que me había conferido. Cuando le manifesté que sólo iba a suplicarle me excusara de aceptar el puesto que tan bondadosamente me había ofrecido, me dijo: no amigo, usted toma posesión de ese puesto hoy mismo. A lo que le contesté: ¿Es una orden? Sí, es una orden. Pues no hay más remedio que obedecerla. Y así reanudé con él una antigua amistad de varios años.

La XXIX Legislatura fue pródiga en trabajos y su actuación revolucionaria, después de la XXVII dejó una honda huella en los anales de la historia parlamentaria de la Revolución. Esta legislatura conservó un alto sentido de decoro, de responsabilidad y de independencia.

El Partido Liberal Constitucionalista, que llegó a dominar la política en la República, estaba integrado por los hombres más distinguidos y de mayor prestigio. El general don Benjamín G. Hill era reconocido como jefe de esa poderosa organización y a ella pertenecían distinguidos políticos que habían luchado y sido precursores de la Revolución de 1910. Figuraban en él los tribunos parlamentarios, Lic. José Inés Novelo, Juan Sánchez Azcona, el Lic.don Jesús Acuña, los generales Manuel García Vigil y José Siurob, el Dr. Cutberto Hidalgo, los Lics. Eduardo Neri, Rafael MartÍnez de Escobar, Hermilo Pérez Abreu y otros luchadores de la época que hicieron oír su voz de elocuentes oradores en la tribuna parlamentaria.

Pero llegó el momento en que el Partido Liberal Constitucionalista se engolosinó con sus triunfos y de colaborador sincero del Gobierno de la República, se convirtió en opositor solapado del general Obregón. La organización, que tenía ramificaciones en todos los Estados, significaba ya un serio peligro para la estabilidad del régimen, ya que algunos de sus altos representativos empezaban a claudicar de los principios revolucionarios que habían sustentado.

En el gabinete, representaban al Partido Liberal Constitucionalista el general Benjamín G. Hill, secretario de Guerra y Marina, el Lic. don Rafael Zubarán Capmany, secretario de Industria, Comercio y Trabajo, el general don Antonio I. Villarreal, secretario de Agricultura y Fomento, el Dr. Cutberto Hidalgo, secretario de Relaciones Exteriores, el general don Amado Aguirre, secretario de Comunicaciones, el Lic. Eduardo Neri, Procurador General de la República, y una mayoría de altos funcionarios de la Federación, de los Estados, que de grado o por fuerza, se habían adherido a esa poderosa organización política, de tal manera que representaba una fuerza incontrastable, y ante las exigencias de los peleceanos, algunos de los cuales se habían convertido en negociantes de la política, el general Obregón se vió obligado a tomar una actitud enérgica.

Se iniciaban ya los preparativos para la sucesión presidencial. La mayoría de los miembros del Partido Liberal Constitucionalista se inclinaban en favor de la candidatura presidencial del general Hill, quien falleció cuando su personalidad era la bandera de los peleceanos. Calles y De la Huerta eran la esperanza de los radicales que teníamos minoría en las Cámaras; pero su acción era nula pues de hecho se hallaban arrinconados en la secretaría de Gobernación y de Hacienda, respectivamente.

Luis L. León, Carrillo Puerto, Antonio Díaz Soto y Gama, Luis N. Morones, Jorge Prieto Laurens, Romeo Ortega, Aurelio Manrique, Gilberto Fabila, Froilán C. Manjarrez, Candelario Garza, Arturo Campillo Seyde, Apolonio Guzmán, y el que escribe, nos lamentábamos del apoyo que el general Obregón daba a los peleceanos y no cejábamos en nuestras tendencias de izquierda, que representaban el general Calles y don Adolfo de la Huerta, como hombres más capacitados para suceder al general Obregón.

Los generales Francisco R. Serrano y Jesús M. Garza se sentían también desilusionados ante aquella acometida de los peleceanos. Garza era el motor del grupo que nosotros integrábamos. Su talento, su decisión, su amor a los principios avanzados de la Revolución y su patriotismo, lo significaban como el hombre más autorizado para dirigir la acción en favor de las tendencias avanzadas.

Por fin llegó el momento que todos deseábamos. El general Obregón se convenció de que los peleceanos estaban claudicando en sus principios, que algunos de ellos se dedicaban impúdicamente a los negocios y que usaban su influencia política para obtener granjerías y poder. Fue entonces cuando Luis L. León y yo, por invitación que nos hiciera el general Obregón, tuvimos con él una plática en los primeros días del mes de octubre de 1922.

El general Obregón en esa entrevista se expresó más o menos de la siguiente manera:

Considero que no se han dado ustedes cuenta de la situación política que priva en estos momentos y quiero resumirla en los siguientes términos: los dirigentes del Partido Liberal Constitucionalista se han convertido en enemigos solapados del régimen. A ellos les asusta mi actitud para cumplir el programa de la Revolución, sobre todo en lo que a repartición de tierras, a la legislación obrera y a petróleo se refiere. Algunos de ellos representan fuertes intereses petroleros y latifundistas y, naturalmente, no comulgan con las tendencias del Gobierno para meter en cintura a las compañías petroleras y obligarlas a que cumplan con nuestra legislación. Como resultado de todo ello, en las Cámaras se hace fuerte oposición al Ejecutivo. Los proyectos de Ley de Ingresos y de Presupuesto que se han sometido a la consideración de la representación nacional, están siendo saboteados y si dejamos que la situación continúe, posiblemente me imposibilitarán para desarrollar el programa que me he propuesto. Ya han reducido el presupuesto en las partidas de Agricultura y de Educación Pública, para impedir la repartición de tierras y el fomento de la educación. Deseo que me digan ustedes: ¿Qué hacen mis amigos en la Cámara?

Respondí al general Obregón:

Señor Presidente, nosotros hemos creído que sus amigos en lo político son los peleceanos, puesto que usted les ha dado todo el poder. Nosotros somos una minoría que ni siquiera tenemos acceso a la Presidencia de la República. Lamentamos que hombres como el general Calles y el señor De la Huerta, que sí representan el pensamiento radical de la Revolución, estén boicoteados y a punto de salir del Gabinete porque su situación es ya insostenible. Pero ya que usted nos llama para que le expliquemos nuestra manera de pensar, con gusto lo hacemos. Yo creo que estamos en tiempo para iniciar una campaña en contra de los peleceanos y demostrar ante la Nación la inmoralidad de algunos de ellos y la claudicación que en materia social los presenta como enemigos del régimen. Somos muy pocos; pero creemos poder triunfar si usted no ayuda tan ostensiblemente al Partido Liberal Constitucionalista. Tengo pruebas de que alguno de sus Ministros está mezclado en un importante negocio petrolero y al exhibir tales pruebas ante la representación Nacional, se provocará un escándalo con el que demostraremos la conducta inconveniente de ese colaborador de usted. Usted conoce este asunto, puesto que hace algunos meses se lo traté y creo que ésta es un arma formidable para iniciar una campaña en contra de los elementos de dicha agrupación política.

Después mostré al Presidente el documento en que un diputado, hermano del secretario de Industria, Comercio y Trabajo, Lic. don Rafael Zubarán Capmany, pedía a una Compañía petrolera la suma de $ 150,000.000 oro nacional por el arreglo de ese negocio.

Ese mismo día, 22 de diciembre, se inició en la Cámara de Diputados una ofensiva en contra de los dirigentes del Partido Liberal Constitucionalista. Fui el primero en romper el fuego. Denuncié en la tribuna la conducta claudicante y las inmoralidades que algunos dirigentes del poderoso partido en el Poder venían ejecutando, con grave perjuicio del programa de la Revolución. Luis L. León, Jesús Z. Moreno, Romeo Ortega, Antonio Díaz Soto y Gama y Manrique, me secundaron en aquella lucha.

Acusé al Partido Liberal Constitucionalista de que algunos de sus más altos representativos traficaban con los intereses nacionales y traicionaban los principios que habían inspirado el movimiento social de México; los acusé de no hacer nada por expedir la Ley del Trabajo, de estar obstruccionando la labor del presidente Obregón en su actividad para resolver el problema agrario y denuncié ante la representación Nacional que algunos dirigentes del Partido estaban usando la influencia que les daba el Poder para enriquecerse.

El escándalo que se armó en esa memorable sesión fue mayúsculo. Hubo gritos, protestas, amenazas, insultos, improperios. Los peleceanos me amenazaban desde sus curules y muchos se acercaban hasta la tribuna tratando de sacar sus armas. Yo permanecía inmóvil y cada vez que se hacía el silencio seguía mi discurso redoblando el ataque en contra de los ministros peleceanos que estaban en el Gobinete.

Por fin, el presidente de la Cámara, Lic. Eduardo Vasconcelos, levantó la sesión citando para el día siguiente en que se continuó la lucha más enardecida. León, Soto y Gama, Jesús Z. Moreno, Manrique y yo, continuamos con vigor y apasionamiento el ataque contra el Partido Liberal Constitucionalista.

Con motivo de esa lucha, el Lic. don Rafael Zubarán Capmany, presentó su renuncia irrevocable. El general don Antonio I. Villarreal hacía algunas semanas que había salido también del Gabinete. Justo es hacer constar que Villarreal renunció por solidaridad con su Partido; pero nadie lo atacó en la Cámara, ya que su actuación fue siempre limpia y revolucionaria. Pocos días después renunció también el Lic. don Eduardo Neri, Procurador General de la República, a quien nadie había atacado, pues a todos nos constaba su integridad y su hombría de bien, así como sus antecedentes revolucionarios en las luchas por la libertad.

Durante todo el mes de diciembre la lucha fue encarnizada. Los peleceanos, que contaban con los principales jefes militares de la Guarnición de la Plaza, lograron que la noche del 12, un mayor del ejército, seguido de un piquete de soldados, tratara de desalojar del salón de Sesiones a los diputados que allí nos encontrábamos posesionados del recinto y en los momentos en que entraba nos levantamos de nuestras curules y encarándome con aquel militar le hice ver lo grave de su conducta, diciéndole:

No saldremos del salón y si usted trata de desalojarnos por la fuerza, le hago ver que no estamos dispuestos a permitir que se nos ultraje. Todos nosotros estamos armados y dispuestos a defender nuestras vidas; pero no permitiremos que usted consume un atropello tan vergonzoso. Si usted trae una orden escrita del presidente de la Cámara estará a salvo de toda responsabilidad, en la inteligencia de que aún con esa orden, que sería arbitraria, nosotros defenderemos el salón de Sesiones de la representación Nacional, que no debe ser pisado más que por los diputados.

Ante aquella actitud, el oficial recapacitó y dio media vuelta sin molestarnos en el resto de la noche. Después supimos que los directores de ese desaguisado que estuvo a punto de ocasionar una tragedia, fueron los diputados peleceanos, que ostentaban grados de generales, y usaron de su jerarquía para influenciar al mayor que resguardaba el orden fuera del recinto Parlamentario.

En otra ocasión se introdujo en las galerías, con la anuencia del presidente de la Cámara, un grupo de soldados armados de rifles y bayonetas, tal vez con el propósito de intimidar a los diputados. Esto originó un nuevo escándalo. Pedí la palabra y protesté con toda energía por aquella intromisión de la fuerza armada, y ante la bitachera que se armó, el presidente se vio obligado a ordenar que se desalojara el salón. La protesta fue secundada por los asistentes a las galerías y todo hacía presumir que se desarrollarían actos sangrientos, como sucedió en las sesiones anteriores, ya cuando la mayoría peleceana se había desarticulado y los que quedaban fieles recurrían a actos de terror para amedrentar a los diputados.

Las sesiones eran cada día más tormentosas. La lucha dentro del recinto parlamentario llegó a asumir caracteres trágicos. Los ataques virulentos aumentaban, así como el ardor de los grupos, a medida que se acercaba la elección de la Comisión Permanente. Ya para mediados del mes de diciembre, la mayoría peleceana se había desintegrado y el grupo minoritario, agraristas, laboristas, socialistas y cooperativistas, cobraba mayor vigor. En ocasiones estuvimos a punto de echar mano a las armas y terminar de una manera trágica aquella Legislatura. Pero al fin se impuso la serenidad y a iniciativa de don Hermilo Pérez Abreu, senador Liberal Constitucionalista, se nombró una Comisión de cada uno de los grupos contendientes y se firmó un pacto en el que nos comprometimos a no provocar ya ninguna discusión violenta y a acatar el resultado de la votación, al elegirse la Comisión Permanente.

El día 30 de diciembre se procedió a designar los diputados que deberían integrar dicha Comisión, habiendo obtenido la mayoría de 2 votos la planilla que yo encabezaba.

Así terminó aquella lucha que dio al traste con la hegemonía del Partido Liberal Constitucionalista y desde aquel momento el gobierno que presidía el general Obregón, pudo, sin trabas ni dificultades, reanudar sus labores en bien del proletariado nacional y dictar medidas para hacer respetar los derechos de los campesinos.

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