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AUTOBIOGRAFÍA DE LA
REVOLUCIÓN MEXICANA

Emilio Portes Gil

CAPÍTULO UNDÉCIMO

PERIODO PRESIDENCIAL DEL GENERAL LÁZARO CÁRDENAS

LA ESCISIÓN ENTRE CÁRDENAS Y EL AUTOR
Indisciplina de un grupo de senadores a las resoluciones del Partido. Elecciones en Nuevo León. Mi renuncia a la presidencia del Partido. La contestación del presidente Cárdenas.


La campaña para renovación de Poderes Locales en el Estado de Nuevo León se había iniciado hacía cerca de un año. Bien conocidos son los incidentes provocados con este motivo y no voy a hacer una relación minuciosa de ellos. Sólo me voy a ocupar de este asunto porque fue uno de los que motivaron que el grupo michoacano, enemigo mío, aumentara su saña para atacarme.

Cuando en el mes de junio de 1935, me hice cargo de la presidencia del Partido, me tocó conocer de las elecciones de Nuevo León. Habían figurado como candidatos en los plebiscitos el señor Plutarco Elías Calles jr., y el general Fortunado Zuazua. El primero había sido apoyado por los grupos afines a la Revolución y al gobierno y por las autoridades locales del Estado; el general Zuazua actuó como candidato independiente y despertó grandes simpatías en toda la República por haberse enfrentado antes de que llegara a la presidencia el general Cárdenas, con el elemento callista, que apoyaba al hijo del general Calles. Francamente, el general Zuazua triunfó por mayoría en los plebiscitos; pero cometió el gravísimo error de echarse en brazos de la reacción de Monterrey, la cual -en manifestaciones y en mítines ruidosos- no perdía oportunidad para atacar al Gobierno Federal, haciendo alarde de que el presidente no podría contrarrestar en ningún sentido la preponderancia del elemento conservador de Nuevo León que se hacía llamar el abanderado del orden en México y que, como tal, se creía destinado a convertirse en un valladar para la política del general Cárdenas. La reacción, unida al clero y aliada con grupos de indiscutible origen revolucionario, hacía alarde de su fuerza en Nuevo León y asumía una actitud altanera, de franca oposición al gobierno del centro.

Cuando me avoqué al conocimiento de los plebiscitos, aconsejé al presidente la nulificación de ellos, basándome en las siguientes razones:

I. El Partido no debe apoyar a Calles como candidato porque perdió. Por otra parte, sería ilógico entregar uno de los Estados más prósperos de la República a un enemigo del gobierno.

II. Tampoco debe reconocerse el triunfo que obtuvo el general Zuazua, porque, aun cuando éste es un candidato revolucionario de antecedentes limpios, carece de la energía necesaria para imponerse a sus partidarios que ostentan con altanería su sello reaccionario. Apoyar a Zuazua equivalía a entregar Nuevo León a la reacción organizada entonces en aquella entidad, como en ningún otro Estado del país.

El presidente aprobó mi proyecto sobre los plebiscitos y éstos se anularon. Para justificar tal resolución, asumí por entero la responsabilidad y, en la prensa del 15 de agosto de 1935, se publicaron las siguientes declaraciones:

El Comité Ejecutivo del PNR vino observando con la mayor atención el desenvolvimiento de la contienda electoral en el Estado de Nuevo León, para la renovación de sus poderes locales. Circunstancias especiales han dado un carácter muy relevante a esta contienda sobre la cual está pendiente la Nación, no por las personas y grupos que en ella intervinieron, sino por lo que en esta lucha representa el principio democrático.

Identificado con el firme propósito del actual Gobierno de la República de asentar la organización política de los Estados sobre realidades institucionales, es decir, sobre la voluntad auténtica de los pueblos, manifestada por medio del sufragio efectivo, este Comité Ejecutivo Nacional estima que dondequiera que se altere, se prostituya o se vulnere la voluntad popular, se están subvirtiendo y desconociendo nuestras instituciones democráticas. Es ya tiempo de acercarnos con la plenitud de nuestros esfuerzos a hacer una realidad el Gobierno del pueblo por el pueblo. Sólo así serán perdurables y definitivas las conquistas que día en día van realizando nuestras mayorías nacionales, constituidas fundamentalmente por las organizaciones obreras y campesinas de la República.

Ahora bien, de las prolijas informaciones, de los datos concretos absolutamente comprobados e insospechables que han ilustrado nuestro juicio sobre las elecciones de Nuevo León. hemos llegado a la conclusión siguiente:

La elección realizada el mes próximo pasado no representa la libre voluntad del pueblo de Nuevo León. Dos grandes vicios han desvirtuado la efectividad del sufragio en estas elecciones.

En efecto, la lucha se desenvolvió en torno de dos candidaturas que se vieron francamente apoyadas, la una por las autoridades locales del Estado, que en distintas formas, por medio de la presión oficial desnaturalizaron la libre emisión de] voto público; la otra -y seguramente a pesar del candidato revolucionario que la representa- concentró la fuerza corruptora de las clases adineradas y de los grupos reaccionarios, que usaron todo género de maniobras y presiones incompatibles con la pureza del sufragio y con las tendencias definidas de la revolución mexicana.

La esencia del régimen democrático es la libre emisión de la voluntad ciudadana. Y cuando esa elección se desenvuelve en un ambiente negatívo de la verdadera libertad y carente de toda garantía para la emísión auténtica del voto público, las elecciones no constituyen sino una forma vacía de todo contenido democrático.

Por estas consideraciones, en concepto del Comité Ejecutivo del Partido Nacional Revolucionario, debe declararse la nulidad de las pasadas elecciones de poderes locales.

Es cierto que esta resolución difiere, por algunas semanas, la tranquilidad política que se deriva de una solución pacífica de un problema tan apasionante como es una campaña electoral. Pero los beneficios no sólo locales sino nacionales que puedan derivarse de la tesis política aquí sustentada, y que nutre el significado vital de los artículos 40 y párrafo primero del artículo 115 de la Constitución General de la República, compensarán la pasajera agitación electoral que va a renovarse en el Estado de Nuevo León. En esta nueva campaña se vigilará y garantizará con la más extremada atención, una contienda democrática ejemplar de la que surgirán los verdaderos depositarios de la voluntad popular en el Estado de Nuevo León.

Con la nulificación de los plebiscitos quedaba en pie el problema electoral; pero se daba una muestra de energía por el gobierno de la Federación, haciéndose ver a los neoleoneses que apoyaban a Zuazua, que su actitud insolente y rebelde quedaba sancionada con aquella dura lección.

Al tomarse aquella resolución por el Comité Ejecutivo del Partido Nacional Revolucionario, se planteaba una nueva lucha.

La situación no tardó en precisarse; se retiró de la pugna electoral el señor Plutarco Elías Calles Jr., y sus partidarios apoyaron la candidatura del general Anacleto Guerrero Guajardo, quien fue reforzado, también, por grandes contingentes del elemento revolucionario, que se separaron de las organizaciones que apoyaban al general Zuazua.

Recuerdo que, cuando me entrevistó el general Zuazua, al conocer la resolución del Partido, que era la del presidente, me pidió que le hablara con toda franqueza y que, teniendo en cuenta nuestra vieja amistad, le diera algún consejo. Le manifesté que los motivos que se habían tenido para dictar la resolución de anular los plebiscitos no eran otros que los de evitar que la reacción de Nuevo León se apoderara de aquel Estado. Que él, como candidato, había cometido el error de entregarse a aquel grupo de enemigos del gobierno federal y, como tal, le había tocado ser el chivo expiatorio. Añadí que, en mi calidad de presidente del Partido Nacional Revolucionario, no le podría aconsejar nada; pero en mi carácter de amigo, le manifestaba que había cumplido como buen ciudadano; que la lucha encabezada por él en contra del general Calles había quedado coronada con la expulsión del país del citado jefe militar, y que, en mi concepto, tenía una oportunidad para retirarse decorosamente, explicando a sus partidarios y a la opinión pública que había ido a la lucha electoral de su Estado, no por la ambición de llegar al gobierno; sino con un sano propósito de impedir que el hijo del general Calles, que ni siquiera era de Nuevo León, llegara a ese puesto; pero que, una vez logrado tal propósito, renunciaba a su candidatura para que el pueblo se fijara en otros candidatos, ya que no quería enconar más las pasiones de sus coterráneos.

Al general Zuazua le simpatizó mi idea y hasta le redacté unas declaraciones en el sentido indicado. Pero, después, reflexionó seguramente que aquello no era lo más conveniente a sus intereses, continuó figurando como candidato y renunció como miembro del Partido. También se retiraron del mismo las agrupaciones que lo apoyaban.

Con motivo de la adhesión que el Comité Ejecutivo del Partido dio a la candidatura del general Anacleto Guerrero, el grupo michoacano que encabezaba el general Múgica encontró nuevos motivos para redoblar su campaña de intrigas en contra mía. Y era natural. Para el general Múgica -dadas las ambiciones que ya abrigaba- resultaba cuestión de vida o muerte la pérdida de un Estado fronterizo tan importante como Nuevo León; pero para mí era un deber que no podía rehuir, el asegurar al gobierno una situación de estabilidad y de respeto a la autoridad del presidente. El resentimiento del general Múgica fue en aumento, de día en día, por las sucesivas derrotas electorales que, en otros Estados, sufrieron sus amigos. El había tenido el tino de defender causas perdidas. Todo ello le incitaba a no ocultar su total distanciamiento hacia mí, a quien consideraba, sin duda, causante de sus fracasos.

Tal conducta del general Múgica se hacía patente a través del senador Ernesto Soto Reyes, secretario de Acción Agraria del Partido, quien sistemáticamente se oponía a todos los acuerdos del Comité Nacional, aun cuando estuviesen inspirados en la mayor justificación.

La campaña que el grupo michoacano, encabezado por el general Múgica, desarrollaba en mi contra tenía forzosamente que dar los resultados apetecidos. La crisis ocurrió con motivo de las elecciones de diputados y senadores, que tuvieron verificativo en julio de 1936.

Despechados ante los fracasos sucesivos que venían sufriendo, mis enemigos recurrieron a nuevas formas de ataque; inventaron las especies y rumores más descabelladas para impresionar al presidente y predisponerlo en contra mía. Dijeron que yo tenía el propósito de formar Cámaras adictas a mí y no al gobierno; que aquella actividad mía para cumplir el acuerdo del general Cárdenas a fin de constituir la Confederación Nacional Campesina no tenía otra finalidad que convertirme en factor de importancia durante la administración, seguramente con miras egoístas. En fin, aseveraban a grandes voces que yo era factótum del gobierno y que mis opiniones eran aceptadas sin discusión por el general Cárdenas.

Todos los ataques que directamente me hacían mis enemigos no dejaron de impresionar al presidente. Desde entonces, sentí que la confianza del jefe de la Nación comenzaba a faltarme. Sin embargo, cada vez que le reiteraba la súplica que le había hecho, seis meses antes, en San Angel Inn, para que me permitiera salir de la presidencia del Partido dando curso a la renuncia que virtualmente tenía en sus manos, el general Cárdenas me contestaba que seguía yo disfrutando de su confianza.

Para el día 15 de agosto, en que se iniciaron las sesiones del Colegio Electoral en ambas Cámaras, mi situación era insostenible.

Los ataques del grupo minoritario del Senado que dirigía el senador Soto Reyes se habían exacerbado hasta el grado de que inclusive algunos que no tenían conmigo más afinidad que la que nos unía como miembros del organismo político -pero que eran respetuosos de mi autoridad como jefe de él- se sentían amenazados si no se plegaban a las exigencias de la minoría. Si a ello agregamos que los senadores que desarrollaban la campaña de oposición usaban para todas sus actividades el nombre del presidente, no resultaba aventurado suponer que mi salida del gobierno era cuestión de unos cuantos días.

A mí no me preocupaba en lo más mínimo salir de la administración; pero sí la manera digna y decorosa de hacerlo. El caso de algunos ministros y colaboradores del general Cárdenas, que habían salido en forma poco airosa, me inquietaba sobremanera; y, desde hacía tiempo, venía meditando sobre la forma de renunciar sin herir en lo más leve al presidente, cuya amistad personal y autoridad siempre respeté y sigo respetando.

No deseaba quedar con el remordimiento de no haber querido prestar por más tiempo mis modestos servicios al país, si ellos se consideraban útiles; pero tampoco quería ser eliminado como un colaborador cuya conducta se considerara indigna, ya que no me acusaba yo de ninguna deslealtad al Presidente y sí había observado, siempre, en todos mis actos, una línea de conducta insospechable, de invariable rectitud y de apego estricto a los principios revolucionarios.

La disyuntiva se me presentó el día 20 de agosto, cuando el bloque del Senado, integrado sin quórum, resolvió desechar las credenciales de los senadores licenciados Sotelo Regil, Martínez Rojas y Jesús María Ramón, por los Estados de Campeche, Chiapas y Coahuila respectivamente, personas que habían sido electas con credenciales inobjetables y a quienes ni siquiera se les permitió defenderse en la asamblea.

Aquella determinación del Colegio Electoral hirió profundamente la dignidad y la disciplina del Partido que había apoyado con todas sus fuerzas tales credenciales. Como se anunciaron, para el siguiente día, nuevas resoluciones del Bloque, en que se desecharían las credenciales de los presuntos senadores profesor Juan Rincón y general Francisco González y González, por los Estados de Tamaulipas y Nuevo León, respectivamente -que ni siquiera habían tenido contrincantes y habían triunfado de manera aplastante-, creí conveniente celebrar una entrevista con el presidente Cárdenas, y darle a conocer mis puntos de vista sobre la actitud del grupo de senadores que dirigía el señor Soto Reyes.

Al efecto, el presidente me recibió en sus oficinas de Palacio a las seis de la tarde del día 20. Comencé explicándole las circunstancias en que se habían efectuado las elecciones de los presuntos senadores, cuyas credenciales habían sido rechazadas por el Colegio Electoral sin quórum.

- Esto, en mi concepto -expresé al presidente-, constituye una grave indisciplina que será perjudicial para la marcha del Partido y para el régimen, ya que no han tenido motivos justificados los senadores que encabeza el señor Soto Reyes, para obrar en la forma en que lo han hecho. Creo que todo se reduce al deseo de algunos de ellos de que yo salga de la presidencia del Partido, en lo cual, como ya te lo he participado en muchas ocasiones, no hay oposición de mi parte; antes bien, lo deseo de todo corazón.

El presidente me manifestó no tener noticia alguna de aquella actitud de la minoría del Senado; pero que, desde luego, opinaba como yo sobre lo inconveniente de tal proceder. A lo anterior agregó que ya se comunicaba con sus amigos, para sugerirles la conveniencia de que evitaran nuevas resoluciones como las que habían tomado aquel día, y se disciplinaran al Comité Ejecutivo del Partido.

Al día siguiente, en la sesión de la tarde, el Colegio Electoral, funcionando sin quórum -cosa que fue reclamada varias veces por algunos senadores-, desechó las credenciales de los presuntos general Francisco González y González y profesor Juan Rincón, sin alegar en el dictamen respectivo ningún motivo de ilegitimidad. Las protestas de los senadores que no estaban en el grupo de Soto Reyes fueron inútiles. La sesión se celebró -repito- sin el quórum reglamentario, bajo la presión de las porras integradas por empleados de la Secretaría de Comunicaciones y, en las actas respectivas, se hicieron constar datos enteramente falsos, para justificar aquella resolución atentatoria.

La insolente conducta de la minoría del Senado, que consumó un acto de indisciplina al Partido al desechar las credenciales otorgadas a los presuntos senadores por los Estados de Coahuila, Nuevo León, Campeche, Chiapas y Tamaulipas, después de que el Comité Ejecutivo Nacional hizo un minucioso análisis del resultado de los plebiscitos y sometió a la aprobación del presidente de la República los dictámenes correspondlentes, y la posición medrosa de la mayoría del propio Senado, se debieron sin duda a la actividad resuelta del senador Soto Reyes, que no omitió medio alguno para convencer a unos y para intimidar en forma humillante a otros, amenazándolos con el desafuero si se oponían a las decisiones de la minoría. A fin de que se vea hasta qué grado llegaron mis opositores en su labor de intrigas para lograr sus propósitos y, seguro de no cometer una indiscreción o una deslealtad para con el presidente Cárdenas, voy a insertar a continuación el texto de un mensaje en clave que, de la manera más confidencial, le transmití por conducto de su secretario particular el señor licenciado Luis I. Rodríguez, quien personalmente, según me lo manifestó, realizó la traducción para hacerlo llegar a la ciudad de Torreón, en donde aquél se hallaba. Tal mensaje fue puesto con motivo de la huelga que llevó a cabo el Sindicato de Electricistas del Distrito Federal y que, durante más de un mes, suspendió en México y en las poblaciones circunvecinas el servicio de alumbrado.

He dicho que no creo cometer una indiscreción ni una deslealtad al publicarlo, porque -en los días en que ocurrieron en el Senado los acontecimientos que dejo relatados- circuló entre los senadores una copia del mensaje en cuestión y esa fue el arma que mis enemigos usaron para demostrar que el general Cárdenas se hallaba seriamente disgustado conmigo y, en esa virtud, vería con todo gusto que se procediera a desplazarme del Partido.

No pienso que el general Cárdenas haya autorizado a nadie para que se diera a conocer el texto del mensaje; pero lo cierto es que muchos senadores lo conocieron y en ellos arraigó la creencia de que la maniobra que se desarrollaba, tenía arriba un fuerte respaldo, como se dice en nuestro léxico político.

¿Salió ese mensaje subrepticiamente de la Secretaría Particular, o fue la Dirección General de Correos y Telégrafos, dependencia de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas, a cuyo frente se hallaba el señor general Francisco J. Múgica, la que lo facilitó para llevar a cabo su labor?

El mensaje dice así:

TELEGRAMA.
México, D.F., a 24 de julio de 1936.
Sr. Gral. Lázaro Cárdenas.
Presidente República.

Por inquebrantable amistad y sincera colaboración que en todas circunstancias siento obligación dar a usted. juzgo mi deber comunicarle, en presente conflicto, que sin deseos exagerar paréceme el más serio de los surgidos durante su gestión presidencial, mi opinión, así como la captada en diversos sectores opinión pública. Se consideró manera general huelga electricistas sería breve duración y, a medida que hechos demuestran lo contrario, malestar generalizase y descontento cunde opinión pública, y crea usted que no la de clases acomodadas, que naturalmente nos debe ser adversa, sino la del pueblo que externa sorpresa de que usted, que tan atinadamente gusta recorrer país para resolver sobre la marcha problemas, no intervenga personalmente, viniendo a esta capital, en un conflicto que afectó desde primer momento a más de dos millones de habitantes y que puede extenderse en pocos días país entero.

Mañana, si a efectos huelga eléctrica diez días consecutivos consecuencias suspensión pagos a obreros que por falta energía se han visto obligados inactividad, protesta aumentará principalmente porque comienza a perfilarse peligro entren eñ huelga todos los sindicatos electricistas Republica, según avisos están corriendo.

Falta solución a un conflicto grave, pero limitado, está por otra parte preparando serie nuevos conflictos provendrán reclamaciones por salarios caídos, cuya satisfacción dificultarase, a medida días interrupción aumenta y carga muerta contra empresas resulta comprometedora para finanzas mismas.

Es propensión general culpar gobierno todo lo que ocurre y en este caso que por desgracia no es excepción regla, gobierno viene siendo el más acusado y con tanta mayor razón cuanto que agitadores obreros sin responsabilidad, que deberían ser por conveniencia y gratitud los más obligados sostener autoridad, en discursos y manifiestos usan lenguaje altanero con el que para robustecer prestigio líderes, se hace creer a clases laborantes, que sindicatos con su fuerza numérica, se están imponiendo para arrancar conquistas contra voluntad conjunta empresarios y gobierno.

Tensión ha llegado tal extremo que juzgo toda sinceridad opinión pública recibiría con más agrado una mala solución del conflicto que la prolongación de éste por unas cuantas horas; por este motivo y otras razones arriba expuestas, permítome libertad expresarle opinión, resumiendo, en el sentido de que, si por instrucciones dadas por usted desde ésa no ponen término conflicto, urge se tomen medidas que, sin lesionar legítimos intereses clase trabajadora, solucionen situación creyendo suscrito que con intervención personal usted terminaria conflicto, que llevará a todas conciencias alivio y confianza de que usted como primer Magistrado Nación pondrá término huelga.

Respetuosamente, E. Portes Gil.

Como el ofrecimiento que me hiciera el general Cárdenas, en la entrevista que tuve con él el día 20 de agosto, de poner remedio a la conducta inconveniente de sus amigos michoacanos a fin de evitar nuevas resoluciones del Senado contrarias a la disciplina del Partido, no se cumpliera, celebré con él una nueva entrevista el día 21 a las seis de la tarde. En ella le manifesté que, de acuerdo con lo que le había exoresado el día anterior, me permitía poner en sus manos una carta dirigida a él, en la que le expresaba las razones que me impulsaban para presentar la renuncia como presidente del Partido; que le suplicaba la leyese y me dijera si le parecía bien la forma en que estaba concebida. El general Cárdenas, sin leer dicha carta, me expuso que por ningún motivo creía prudente que me separara del cargo que desempeñaba; que lo ocurrido en el Senado no era razón bastante para mi separación, ya que continuaba disfrutando de toda su confianza y que aquello debería ser considerado por mí como uno de tantos incidentes sin importancia en la política.

- No creo como tú -repliqué- que se trate de un incidente sin importancia. Lo ocurrido en el Senado tiene mucho mar de fondo, sobre todo por el hecho de que sean tus amigos michoacanos quienes han emprendido con tanta saña la campaña de intriga que iniciaron desde hace más de un año, campaña que desde hace siete meses te hice conocer en San Angel Inn.

- El hecho de que Soto Reyes se haga aparecer como vocero de la Presidencia, con lo cual ha logrado intimidar a la mayoría de los senadores y la circunstancia de que esté concurriendo a las sesiones una porra integrada por empleados de categoría de la Secretaría de Comunicaciones, a cuyo frente está uno de tus colaboradores de mayor confianza, me revela que no tengo ya la autoridad necesaria para llenar debidamente la misión política que me encomendaste.

Agregué:

- Yo no creo, por ningún motivo, que tú tengas la menor participación en la conducta que han seguido los senadores que encabeza Soto Reyes, quien asegura desde hace tiempo que obra por tus instrucciones, gracias a lo cual ha podido mantener la hegemonía de que goza en el Senado.

La opinión pública, principalmente los grupos gobiernistas, piensan que ésta es una maniobra inspirada por ti para desplazarme. Sin embargo, yo no lo creo, porque no he dado motivo alguno para que se me corresponda en tal forma a la amistad y a la lealtad con que siempre he obrado en todos mis actos y no merecería de tu parte un tratamiento de esta naturaleza. Además, desde hace mucho tiempo y en repetidas ocasiones te he manifestado mis deseos de separarme del puesto que desempeño.

- No tienen razón -repuso el presidente- quienes opinan de la manera como tú te expresas. Todo se debe a la inquietud de algunos de mis amigos michoacanos como Soto Reyes, Mora Tovar y otros, a quienes nunca he podido disciplinar. A ti te consta que, en multitud de ocasiones, han cometido imprudencias que me han ocasionado serios disgustos. Yo te garantizo que soy totalmente ajeno a las maniobras del Senado.

- Así lo pienso yo -le contesté-, pero tú sabes que estas cosas tan trascendentales no se hacen en las Cámaras sin la condescendencia del jefe del Ejecutivo, la que no creo que exista en este caso, porque, repito, no merezco ser tratado en esta forma.

Como insistiera yo, siempre en el tono de más absoluto respeto, en que leyese la carta que había puesto en sus manos y le suplicase que me diera su autorización para publicarla esa misma noche, el presidente, después de leerla con toda atendón, me expresó que por ningún motivo aceptaba que yo presentase mi renuncia y que debería seguir desempeñando la presidencia del Partido.

A esto le contesté que mi resolución era irrevocable.

- Prefiero -le dije- que sigas contando con un amigo digno en su casa; dispuesto a servirte cuando tú me crees útil, a que continúe yo en un puesto que no podré desempeñar con toda dignidad. Yo te suplico me autorices para dar curso a mi renuncia, con lo cual lograré el propósito que abrigo desde hace algún tiempo y que tú conoces: el de separarme para siempre de la vida pública. En México se ha creído por todos nuestros hombres públicos -agregué- que toda su existencia la han de dedicar a la política. Por eso se cometen tantos errores. Creen nuestros políticos que el país siempre necesita de ellos y con esta creencia se consideran en disponibilidad para volver al primer llamado, no de la Patria, sino de su ambición. Si han tenido éxito, llegan a creerse indispensables, como ha ocurrido al general Calles. Si fracasan, piensan que no ha sido por culpa suya y, en la primera oportunidad que se les presenta, están listos para volver a la brega a fin de tomar el desquite, obrando siempre con la pasión que inspiran la amargura y el despecho del fracaso.

Todavía el presidente me invitó a que aceptara algún otro puesto que yo deseara, a lo cual le contesté agradeciendo sobremanera aquella distinción.

Así terminó mi entrevista con el general Cárdenas, quien para despedirme me dio un abrazo y me acompañó hasta la puerta del Salón de Acuerdos.

Las estaciones radiodifusoras dieron cuenta esa misma noche del texto de mi carta y de la contestación que el presidente tuvo a bien mandarme con uno de sus ayudantes.

Dicen así:

México, D. F., agosto 20 de 1936.
Señor General de División Lázaro Cárdenas.
Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.
Presente.

Distinguido señor Presidente y fino amigo:

Los acontecimientos ocurridos el día de ayer en la Honorable Cámara de Senadores, sobre los que no quiero insistir en esta carta. para no descender a un terreno que podría parecer personalista, me han convencido de que ya no soy el hombre capaz de encauzar las actividades del Partido Nacional Revolucionario dentro de las normas de disciplina que son indispensables para su marcha eficaz, y me han hecho tomar la determinación, que desde anoche me permití comunicar a usted, verbalmente, de convocar al Comité Ejecutivo Nacional del Partido Nacional Revolucionario, para presentar ante él, con carácter de irrevocable, la renuncia del puesto de presidente del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Nacional Revolucionario, que he venido desempeñando desde el 15 de junio de 1935.

A raíz de la escisión de junio de 1935, que puso frente a frente, dentro del entonces heterogéneo y sólo por tradición llamado grupo revolucionario, a los claudicantes de la Revolución y a los que seguían creyendo firmemente en ella, después de haberme solidarizado con usted y con su administración, tan entusiasta y resueltamente como el más resuelto y entusiasta de sus amigos y colaboradores; se sirvió usted, señor Presidente, invitarme a que colaborara con la obra que con el hecho de la ruptura nacía, en el puesto de presidente del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Nacional Revolucionario.

Desde aquel entonces comprendí que mi presencia en dicho puesto, a cambio de la modesta colaboración que a usted le pudiera ofrecer, traería para mí, en lo personal, dificultades y sinsabores. Llegaba al sitio en cuestión, en efecto, después de haber pasado, en mi vida pública, por puestos que me incapacitaban, como me incapacitan y me seguirán incapacitando, para tener la menor ambición política, y ello se traducía en el contrasentido de que, estando dentro de un puesto político, debiera yo ser al mismo tiempo extraño a todo partidarismo de lucha política y a causa de esto sospechoso para quienes, con diversos motivos, se sientan con derecho para aspirar a los puestos públicos y encauzar con vistas a ellos, las actividades políticas del pais.

Empero, no consideré que el estado de desconcierto que todavía reinaba, y la duda que sobre el eventual regreso a la vida pública del hombre cuya sombra no desaparecía del horizonte, me autorizaran a considerar mis intereses personales para normar la decisión a tomar; y acepté el puesto que usted me ofrecía, resuelto de antemano a separarme de él cuando los factores que inevitablemente deberían jugar en mi contra nos hubieran conducido a la situación en que a mi juicio hemos llegado.

El Partido Nacional Revolucionario es un devorador de hombres; las resoluciones que dentro de él es fuerza dictar y que invariablemente lastiman a los inevitables descontentos van mermando el prestigio de los hombres, e imponiendo su sustitución como puede verse con sólo recorrer, en el tiempo, la lista de los hombres que han llegado al Partido encarnando una esperanza y que han salido de él bajo el signo de la desilusión. Me toca mi turno y lo acepto con la misma naturalidad con que acepté el puesto de presidente del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Nacional Revolucionario, seguro de que no es más que el último paso de una ruta que estaba de antemano trazada.

No pudiendo prestar a usted una colaboración eficaz y siendo ello la única finalidad con que llegué al Partido, mi mejor prueba de amistad consiste hoy en explicar a usted las causas de mi renuncia irrevocable, reiterándole que mi separación del Partido Nacional Revolucionario y de la vida pública activa, no menguan, en lo más mínimo, los lazos de afecto amistoso y de solidaridad social que me ligan con usted.

Habría sido grato para mí acompañarlo a usted hasta el término de su Gobierno y salir junto con usted (como usted bondadosamente anunció en Guadalajara en un discurso que mi memoria guardará mientras viva) al término de su gestión. Los acontecimientos de nuestra tormentosa vida política, al no permitirlo, me han deparado el orgullo de salir antes que usted, facilitando su gestión y dándole con ello la mejor prueba de mi inalterable amistad.

Soy de usted con todo afecto, su atento amigo y S. S.

E. Portes Gil.

Contestación del general Cárdenas:

Palacio Nacional, 24 de alrosto de 1936.
Señor licenciado don Emilio Portes Gil.
Presidente del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Nacional Revolucionario.
Ciudad.

Distinguido y fino amigo:

Me refiero a la atenta carta de usted del 20 de los corrientes en que se sirve hacerme una exposición circunstanciada de las causas que lo determinan a presentar ante el Comité Directivo del Partido Nacional Revolucionario. su renuncia irrevocable al cargo de presidente del Comité Ejecutivo Nacional del propio Instituto Político.

Aprecio en debida forma las razones de delicadeza personal que usted expone como fundamento de su dimisión.

Juzgo de mi deber poner de manifiesto que estimo en todo su valer la importante colaboración que prestó usted al Gobierno al compartir responsabilidades con el Ejecutivo de mi cargo desde la dirección del Partido Nacional Revolucionario, en sus arduas labores, que merecieron siempre mi aprobación y plena confianza.

Y no existiendo por otra parte, motivo alguno que lo aleje de la vida pública, espero seguir contando con la entusiasta cooperación de usted y su reconocida experiencia en el estudio y solución de los problemas nacionales.

Lo saludo muy afectuosamente y me repito su amigo y servidor.

Lázaro Cárdenas.

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