Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Trigésimo quinto. Órdenes comunicadas a las tropas leales Capítulo trigésimo séptimo. Espectación militarBiblioteca Virtual Antorcha

LA ASONADA MILITAR DE 1913
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano

General Juan Manuel Torrea

CAPÍTULO TRIGÉSIMO SEXTO
ANTE LA APREHENSIÓN DEL PRESIDENTE


Como de mucho de lo que he relatado no pude sEr testigo presencial porque estaba lejos, muy lejos, de aquel alto mando, debo esas notas y esos informes a quienes estuvieron cerca: el Oficial Mayor, el jefe del Departamento de Estado Mayor y el Subsecretario de Guerra, a quien por su honradez, acuciosidad y espíritu raro de observación, se le podía considerar como un capacitado para apreciar todos los detalles de la marcha de los acontecimientos, que mucho hubieran variado si se hubieran tomado en cuenta sus consejos. Esa no atención a observaciones y peticiones, al tratarse del Comandante Militar, ocasionaron el distanciamiento entre el Secretario de Guerra y el General Villar, pues éste desde tiempo atrás solicitó el cambio para la guarnición, de algunos cuerpos, la remoción de algunos de los jefes y, la víspera de la rebelión, ésto es, el ocho de febrero, el relevo de las guardias. A todo se opuso el Secretario de Guerra: con lentitud se cedía a lo que el Comandante Militar proponía y los hechos corroboraron la falta de aptitud del mando, la ignorancia en que permanecía respecto a la poca confianza que debían inspirarle algunos de los elementos a sus órdenes, la falta de conocimiento para manejar tropas, lo inútil de lo autoritario en casos indebidos, el abandono total de sus funciones en cuanto a realización y observación de las operaciones militares y la falta de exigencia del manejo eficiente de todos los que ejercitaban el mando.

Se tenía el concepto de que el Secretario de Guerra era un hombre franco, se hablaba de algunas de sus cualidades profesionales ... pero, muy de estimarse todo eso, de nada serviría para desempeñar cabalmente el papel de eminente Jefe del Ejército en momentos en que era necesario que todos le conocíeran y se significara por algunas cualidades de soldado y méritos de caudillo para que se hubiera tenido la convicción de que al frente del ministerio estaba un militar de cuerpo entero y no solamente una persona respetable que en el momento solemne habría de conducirse él mismo al más sonado de los fracasos. Había una gran distancia entre los Generales García Conde y Mejía, con suma continuada de prestigio militar y el respeto con que contaban en el Ejército, y el General García Peña de alto prestigio científico, pero desconocido de la mayoría absoluta de los oficiales (General a Subteniente).

Me relató posteriormente alguno de los Secretarios de Estado que en los últimos días, antes del zarpazo, el Ministro de la Guerra no iba ya siquiera a la Presidencia y que alguno o algunos llamaron la atención del Presidente sobre tal irregularidad. No se oculta que ésto debiera haber motivado su inmediata remoción y realizada ésto con tino, energía y resolución, hubiera evitado para el Gobierno el fin irremediable favorecido con la obstinada conservación de los mandos tan torpe como candorosamente escogidos.

El Gobierno pronto llegaría al momento final sin que el Secretario de Guerra hubiera hecho algo que significara siquiera la idea de su existencia; pero no ... para nada había de tomarlo tampoco en cuenta el flamante Comandante Militar que iba a rebelarse, ya que lo conocía bien, que estaba seguro de que podría hacer lo que le viniera en gana y hasta mandarlo arrestado ... ¡oh ironía!, porque bien sabía que poco trabajo habría de costarle bajarlo del pedestal de mando en que estaba colocado.

Para adherirse o distanciarse de mis apreciaciones, se debe meditar cómo se desarrollaron los acontecimientos y las circunstancias del medio. Eran leales todas las tropas y los mandos, con excepción de los Generales Huerta y Blanquet, y, por lo tanto, la columna a las órdenes del segundo, en la que figuraba el 29° Batallón, una batería de cañones de batir y tropas de rurales. Esa batería que al incorporarse a la Plaza debería haber pasado a depender del Comandante General de Artillería, no se determinó así, como tampoco los cañones de la brigada del General Angeles, irregularidades que haremos notar al final de este relato y ensayo de apreciaciones militares.

Y todo ésto lo ignoraba o lo autorizaba la Secretaría de Guerra. Hay que pensar, para concluir apreciaciones. la distancia que mediaba. y media, entre el despacho de la antigua Comandancia Militar y el de la Secretaría de Guerra. Para llegar a aquella había que recorrer los corredores de la Secretaría de Guerra, un pasillo para llegar al segundo piso del Palacio, seguir por el corredor Norte del patio del centro, parte del Occidente hasta llegar a la escalera monumental y de allí en la parte baja un tramo de corredor, pasando por la puerta principal hasta llegar a las oficinas de la Comandancia Militar, que estaban en un local del primer piso al comenzar el patio de honor. Más o menos seis minutos.

En cambio, en el patio de la Secretaría de Guerra estaban los automóviles del Secretario y demás autoridades superiores y tenían amplia y franca salida para haber podido seguir por las calles de Santa Teresa -ahora Guatemala-, Tacuba, etc.. etc., hasta la Columna de la Indedependencia si se hubiera querido, en cuyo punto estaba el General Angeles cabalmente leal al Gobierno, pudiendo ponerse en comunicación prontamente con los otros Generales que también eran leales al Gobierno.

Parece que los rebeldes cometieron un error cuando, al aprehender al Presidente y al Vice-Presidente, no intentaron igual atropello en la persona del Ministro de la Guerra; pero ésto precisamente demuestra el conocimiento que se tenía de su tolerancia, pues no debe haberse juzgado oportuno molestarlo, ya que al verificarse la aprehensión de los mandatarios el General García Peña tuvo la noticia por un Ayudante del Presidente, por el Capitán Garmendia, quien alarmado informó al Ministro y salió violentamente para ocultarse porque temió juiciosamente que se tomaran represalias en su persona.

El Ministro se puso nervioso, se levantó de su asiento, pues en esos momentos comía acompañado del Subsecretario, Oficial Mayor, General Lojero, General Torroella, y quizá de algún otro, y no supo darse tiempo para tomar una resolución, la única que competía a su alta investidura: salir del Palacio, ir a los lugares de las tropas leales y ponerse resueltamente al frente de ellas. He ahí el momento del arresto airoso; al frente de la brigada del General Angeles, procurar reunir el mayor núcleo y buscar que la situación, harto comprometida, reaccionara, como es muy probable que hubiera sucedido en favor del Gobierno Constitucional.

Pasados algunos minutos, se presentó un Ayudante del Comandante Militar diciéndole que le hablaba el General Huerta. En el lenguaje militar, se traducía en una enorme reclutada: el Comandante Militar ordenaba al Secretario de Guerra que se presentara a un subalterno, platónicamente momentos antes a sus órdenes, y esta orden entrañaba la presentación de un superior a un subalterno, que así tuvo verificativo; no hay que discutirlo.

El Ministro de la Guerra olvidó una actitud para el momento, como la de aquel Secretario de Guerra, General don Pedro García Conde, que abandonó el Palacio en pos de soldados para salvar al Presidente de la República, y ni siquiera al final tuvo una respuesta airosa para aquel llamado antimilitar de un inferior, que ni en el momento de desgracia concedió para el derrocado una caballerosa consideración. Cuando el Ministro, ya que no supo ponerse al frente de las tropas, recibió el llamado del General Huerta, debió haberle enviado como respuesta: Diga usted al Comandante Militar que quien debe venir a presentarse ante e] Ministro de la Guerra es él; o resueltamente haber hecho uso de su pistola y matar al rebelde.

La sola presentación ante el Comandante Militar lo rebajó aún más en la debida majestad militar que no supo conservar y el General Huerta hirió su dignidad ultrajada, ordenándole qUe se presentara arrestado en su alojamiento.

Para el General Huerta no era de! menor cuidado su antiguo camarada y así lo demostró este último episodio de su efímera vida militar, que tuvo como epílogo un arresto en su alojamiento del que se olvidó su rebelado subalterno y cuya libertad volvió a adquirir cuando alguien, amigo de los dos, recordó la reclusión que estaba sufriendo el flamante Ministro de la Guerra en el Gobierno Constitucional del Presidente Madero.

Dotes de otra naturaleza las tenía seguramente ...; su patriotismo lo manifestó ampliamente cuando al invadir los norteamericanos e! puerto de Veracruz, no obstante su justo resentimiento para con su condiscípulo, con una resignación que lo honró ofreció, desde luego sus servicios.

Todos estos datos que obtuve por investigaciones durante los años de 1915 a 1917, logré corroborarlos con distintas personas de las que estuvieron cerca de los mandos y de los acontecimientos. Claramente me he propuesto hacer notar lo que a mí me constó, sobre lo que relato por informaciones; pero para completar éstas, he tenido el cuidado de hacerlo con personas que por su conducta y sinceridad merecen respeto para posteriores apreciaciones de carácter histórico militar.

He querido hacer e! relato lo más imparcial que humanamente pueda exigirse, no campea en él la menor mala voluntad para el Secretario, ya que en lo personal, si acaso y eso posteriormente, lo saludé en alguna ocasión; pero los acontecimientos de una situación agravada por la incompetencia y el desarrollo de un mando débil y totalmente equivocado, demuestran sin grande esfuerzo que la elección del Presidente, en el caso, fue la de un mal colaborador. Había el antecedente de que ya llevaba de la actitud mortificante que debe haber vivido durante el mando del General Huerta. cuando estaba este militar al frente de la División del Norte: la falta de cortesía, ya que no de subordinación, la realización de ascensos salvando el conducto y el atropello de la Ley, aun contra lo opinado por la Secretaría de Guerra, al tratarse de un Coronel elevado a Brigadier, aquel que más tarde se habría de significar como un guerrillero de primera categoría; fueron todos incidentes que excluían de un mando de importancia, a quien estaba lejos de saberlo llevar con decisión y energía.

Los importantes apuntes que he insertado en capítulos anteriores, tomados de manuscritos firmados que conservo o de viva voz de los señores Diputado Alfredo Alvarez, Generales Manuel Rivera, Gustavo Mass, Agustín Sanginés, Coronel Guillermo Rubio y Navarrete, Teniente Coronel Francisco J. Vasconcelos, Mayor Francisco Barragán, Capitán Primero Joaquín B. Ayala, Teniente César Ruiz de Chávez y Subteniente Francisco L. Urquizo, corroboran en cada caso mis apreciaciones de carácter militar referentes a la actuación de la Artillería, al sacrificio inerte de las Columnas de ataque y a la nulidad de los altos mandos para aquella situación eminente.

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