Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Primero. Fin de año de zozobras Capítulo Tercero. Exploración a la MagdalenaBiblioteca Virtual Antorcha

LA ASONADA MILITAR DE 1913
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano

General Juan Manuel Torrea

CAPÍTULO SEGUNDO
EL 1° DE CABALLERÍA


El 1er. Regimiento contaba, como todos los del Ejército, con oficiales dignos y competentes y con algunos otros que, aun con cierta antigüedad, habían convertido su profesión en un oficio modestísimo cuyas principales ocupaciones se reducían a cobrar la decena, a pararse frente a los caballos a la hora de la limpia y a desempeñar mal, y eludiendo siempre que podían, los rutinarios servicios de Cuartel.

La poca voluntad para instruirse y la falta de entusiasmo para aprender los servicios prácticos para su aplicación en campaña, eran manifiestos en una parte de la oficialidad y para hacer que el personal de tropa montara, conseguí autorización del Jefe del Regimiento para que la instrucción se efectuara diariamente con el personal franco, aunque oponían toda clase de obstáculos y fuerzas adversas el Mayor J. D. D. Y el Ayudante, que colaboraba con los oficiales rutinarios para eludir tan necesaria especialización.

Sin embargo, a fuerza de perseverancia y cuantos días estaba en la matriz, disponía, con la autorización superior, que todo el personal franco estuviera montado después de la diana y que la instrucción a pie y del manejo de armas no se suspendiera por motivo alguno.

LA NAVIDAD DEL SOLDADO

A mediados del mes de diciembre, el Coronel del Regimiento recibió a una comisión de señoras y señoritas delegadas, presidida por la señora esposa del Primer Magistrado de la Nación quien manifestó que se había pensado en que el soldado tuviera su Navidad y que para tal objeto se remitirían obsequios destinados al personal de tropa y a sus familiares. El Jefe del Regimiento dispuso que el que esto escribe se pusiera en comunicación con aquellas damas a fin de que se determinara lo que debía de hacerse y fijar la fecha que debería ser muy próximo al 25 de diciembre, en el caso de que el Regimiento no tuviera servicios fuera del Cuartel. Como en el caso se encontraba el día 25 de diciembre, se determinó que aquel acto se verificara precisamente en esa fecha, para lo cual se obtuvo el permiso respectivo de la Comandancia Militar de la Plaza, la cual había autorizado y recomendado que se hiciera el festival.

El Jefe del Regimiento era adversario a toda clase de formulismos y reuniones sociales y al momento pude darme cuenta de que sentía verdadera repugnancia hacia la idea de aquel festival justificadísimo en homenaje a nuestros heroicos y abnegados soldados, al designar para dar parte al día siguiente y recibir instrucciones al Jefe de Instrucción. No me sorprendió que delegara su puesto pretextando enfermedad, porque había notado que procuraba eludir presentarse al Comandante Militar, pues estaba en la creencia de que el General Villar recibía mal sus partes, significándoselo especialmente cuando daba cuenta de alguna novedad extraordinaria.

Se organizó el festival en el patio principal del Cuartel, bajo la dirección y con la sola presencia del Jefe de la instrucción y de los oficiales; formaron parte del programa una serie de ejercicios gimnásticos dirigidos por el profesor respectivo, ejercicios de cuadrilongo, salto de obstáculos, etc., y resparto de dulces y cigarros por señoritas invitadas al efecto. El Coronel no asistió al acto iniciado por la comisión de señoras que presidía la señora esposa del Primer Magistrado de la Nación; juzgué esto como una descortesía y, por las instrucciones que recibí de la Comandancia, ratifiqué mi concepto de que el Coronel no contaba con la menor estimación de parte del General Comandante Militar. Como a las diez de la noche, cuando todavía estábamos reunidos en la Comandancia obsequiando a los oficiales con sandwichs y cerveza, el Comandante Militar preguntó por teléfono: ¿Qué Jefes hay en el Cuartel?

A la respuesta del oficial de guardia de que estaban los tres, dispuso que se llamara para que hablara por el teléfono de la Sala de Estandartes y no por la extensión de la Comandancia, precisamente al Jefe de la Instrucción. Antes de que se dieran las novedades, él se adelantó a preguntarlas y a continuación me hizo recomendación clara y terminante por tres veces, como acostumbraba hacerlo el General Villar cuando daba una orden que reputaba de importancia, que se tuviera suma vigilancia, la de usted personalmente le recalcó al Jefe de Instrucción, y permanezca vigilando hasta que la tropa se retire a sus cuadras.

Algunas veces, de esas fiestas pueden salir desórdenes, dijo el General Villar antes de retirarse.

Durante el lunch con que a iniciativa del Jefe de instrucción se obsequiaba a la oficialidad y cuyo acto formó parte del programa de homenaje al personal del Regimiento, un joven de procedencia civil, invitado por el Coronel, al iniciar un brindis ante un grupo se permitió entrar en sus apreciaciones al terreno político, externando algunas frases deprimentes para el Gobierno y elogiosas para la Prensa que hacía la oposición. Como el Coronel, a quien tocaba llamar la atención a aquel joven sobre lo improcedente de su conducta, no lo hiciera, el Jefe de Instrucción firme y resueltamente lo interrumpió diciéndole que no era de permitirse y que se lo prohibía, que en aquel lugar se expresara en aquellos términos ante oficiales que por su educación y disciplina debían ser, como yo lo creía, unos convencidos de que los militares no deben discutir ni criticar los actos del Gobierno y que, para hacerlo, el camino único es pedir su baja de] Ejército; que como Jefe del Ejército estaba en mi obligación exigir y exigía que se retiraran aquellas frases y aquellos conceptos vertidos impropiamente por un invitado en un Cuartel y ante una oficialidad que tenía el deber de ser leal al Gobierno a quien servía.

Algunas frases relativas a buenos deseos expresados para la llegada del Año Nuevo, cambiaron el motivo justísimo de aquella reprimenda y el Coronel no tuvo más remedio que aprobar la actitud que asumí ante aquel grupo.

Terminado el incidente, los oficiales siguieron reunidos en franca camaradería y en charla respetuosa apartada de aquel camino torcido que no supe con qué intenciones había iniciado aquel joven invitado por el mismo Coronel del Regimiento.

Sin externarlas, naturalmente, mis opiniones tenían serios resquemores sobre la falta absoluta de confianza con que se señalaba al Jefe del Regimiento y de que me dí cuenta desde mi regreso de una expedición por los montes del Ajusco. Esta situación me hacía meditar mucho sobre lo que podría acontecer en el caso de que la autoridad militar superior necesitara del Regimiento para expedicionar o desempeñar algún servicio de determinada confianza. La Comandancia resolVía el caso ordenando siempre que el Jefe de Instrucción llevara el mando de la tropa expedicionaría o de la que venía a México con objeto de patrullar, vigilar, o estacionarse, para ser empleada directamente por el General Comandante Militar.

El año de 1916 cuando el General Villar residía en Veracruz, a pregunta especial me respondió que efectivamente, siempre tuvo una gran desconfianza del Jefe del 1er. Regimiento y era por eso que siempre designaba personalmente al Jefe que debería llevar el mando, cuando se utilizaba personal de aquel Cuerpo, llegándose al caso en muchas ocasiones de que el Coronel quedara en el Cuartel con muy pocos soldados.

El General Villar repetidas veces y ya con manifiesto disgusto, pidió al Secretario de Guerra que se le cambiaran los Cuerpos de la Guarnición; a algunos de los Jefes que mandaban corporaciones y que se relevaran por cuerpos en cuyos Jefes se tenía confianza. Ya se habían girado órdenes para que se incorporara a la Plaza de México un Batallón que guarnecia Sonora y se estudiaba el cambio de guarnición de otro, pero todo esto con una lentitud como si tal relevo no hubiera sido un capítulo de importancia y que mucho hubiera influido para modificar o suprimir los penosos acontecimientos pGsteriores. Del Regimiento no se había fijado en cual pudiera substituir al primero. pero según el General Villar, resolvía el caso ordenando siempre que el Jefe de Instrucción llevara el mando, cuando se utilizaba personal numeroso de aquel instituto.

En el General Comandante Militar había desconfianza con respecto a la situación de la estabilidad del Gobierno, después de la sublevación de Veracruz y debe haberse acentuado esa desconfianza en la segunda quincena del mes de diciembre, porque ordenó en varias ccasiones que un Escuadrón marchara a México en la noche, con el objeto de patrullar por las colonias apartadas, principalmente por los alrededores de Santiago, y en dos ocasiones dispuso que el Jefe de Instrucción del Regimiento viniera al frente de la fuerza que se alojaba durante la noche en el antiguo Cuartel de Zapadores que estaba desocupado.

Al amanecer, después de hablar telefónicamente con el Comandante Militar y de que se enteraba que no había ocurrido novedad, ordenaba que me retirara a mi respectivo Cuartel.

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