Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Presentación de Chantal López y Omar Cortés Capítulo Segundo. El 1° de caballeríaBiblioteca Virtual Antorcha

LA ASONADA MILITAR DE 1913
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano

General Juan Manuel Torrea

CAPÍTULO PRIMERO
FIN DE AÑO DE ZOZOBRAS
La caballería y las promociones.


... Transcurrían los últimos días del año 1912 y el que esto escribe, siendo Mayor, desempeñaba el cargo de segundo Jefe del Regimiento, el 1ro. de Caballería, cubriendo las funciones de Teniente Coronel, encargado de la instrucción del mismo. El origen de esta irregularidad se debía al estancamiento en que se había tenido a la Oficialidad de Caballería, motivando tal abandono, que el Gobierno al fin se viera precisado a ordenar que Mayores cubrieran las vacantes de Teniente Coronel, para así llenar esa función tan importante que en muchos Cuerpos se tenía desatendida. No había Mayores que tuvieran el tiempo reglamentario para ascender, y no se cubrían las vacantes, sino hasta que hubo acertada decisión para pasar sobre la rutina y sobre un precepto reglamentario que mucho perjudicó al buen servicio, cuando al fin la Secretaría de Guerra dispuso que se cubrieran aquellas, muchas vacantes, con Jefes del empleo inmediato inferior.

El Gobierno del General Díaz detuvo la marcha normal y debida de los ascensos, con el sistema seguido por la Secretaría de Guerra de conservar indefinidamente en los mandos de los Regimientos y de los Batallones, a Jefes de notoria y manifiesta ineptitud, y a otros que, aunque ameritados y competentes en su época, por la mucha edad ya estaban incapacitados para el buen desempeño de sus empleos. El Gobierno no pudo darse cuenta de este error, al comenzar la campaña de Chihuahua cuando al ordenarse las marchas y concentraciones de los Cuerpos, los Jefes de Zona daban cuenta de que determinados Cuerpos eran conducidos por los segundos y hasta por los terceros Jefes, debido a la imposibilidad física de los Comandantes.

En las postrimerías del Gobierno del General Díaz y aún durante el Gobierno del Presidente Madero, la Secretaría de Guerra no encontraba medios para cubrir las vacantes de Jefes debido a la irregularidad y al regateo egoísta con que se atendió a la exigente, y que debería haber sido cuidadosa, labor de las promociones, aun cuando se contaba con inúmeros oficiales de antigüedad, de aptitud señalada y de competencia clara. Por aquel descuido y por aquella lenidad de la Secretaría de Guerra del Gobierno anterior, el del Presidente Madero se vió obligado a cubrir las vacantes de Teniente-Coroneles en los Cuerpos de Caballería, con Capitanes ascendidos a Mayores.

Sólo durante la gestión como Secretario de Guerra del General Bernardo Reyes, se dió al traste con la rutina anticuada que al respecto se seguía para afectuar las promociones para ascensos, significándose su labor por el deseo bien manifiesto de ascender a la oficialidad apta y con la edad conveniente para desempeñar el servicio de filas.

El sucesor del General Reyes, General Francisco Z. Mena. que poca dedicación había manifestado para el asunto militar, vino a obstruccionar aún más el sistema de ascensos no sólo volviendo a la rutina impensada y torpe, sino que, con acuerdo del Presidente, promulgó un decreto que establecería la limitación de fechas para los ascensos, y a sólo dos durante el año: el cinco de mayo y el dieciséis de septiembre. Tan peregrina determinación, importada de un medio diferente al nuestro, creó nuevas irregularidades; se perjudicaba notoriamente el servicio de los Cuerpos y se agregó a los defectos establecidos para ascender, una obstrucción injusta para el progreso en su carrera de aquellos que ya lo merecían desde época pretérita.

Fue muy de mi agrado pasar a ocupar al Reglamento el puesto de Jefe de instrucción; desde el empleo de Capitán 2° se me designó para dar las Academias de las materias de mayor importancia a la oficialidad del 4° Regimiento. y como Capitán 1° y Ayudante siempre impartí la instrucción a pie y a caballo, además de que, por irregularidad inexplicable, porque había Teniente Coronel, fuí nombrado para continuar dando las Academias a aquella oficialidad. Había dejado el mando de la 3a. Compañía del Colegio Militar, para pasar al 1er. Regimiento a ocupar el puesto de segundo Jefe.

El sistema de ascensos de antigüedad con defectos no pudo haber sido mejor escogido para que diera, como dió, los peores resultados. No se habían conciliado las ventajas de los individuos con los intereses nacionales; es verdad que un Ejército necesita indiscutiblemenre de la experiencia de los militares antiguos aunada al vigor mental y a la fuerza de la ejecución que sólo tiene la juventud, y es por eso que deben estar convenientemente equilibrados estos dos extremos de modo que no se excluyan, para no crear una ley que sería, como lo fue, a todas luces injusta e indisciplinaria.

De manera que establecida la antigüedad rigurosa durante la gestión como Secretario de Guerra del General Mena, se vino a exhumar ese pésimo sistema de ascensos que es el más propicio para establecer el medio de obtenerlos sin haberlos merecido; se destruyó así la emulación, se sofocaron los talentos más despejados y tan equivocado proceder colocó en un mismo nivel las disposiciones y los méritos más encontrados.

Es verdad que los ascensos electivos abren la puerta a la intriga y a las pretensiones más desenfrenadas; pero es para entonces la función de un hábil manejo, de un honrado proceder de los directores de las armas y de los Jefes de los Departamentos. Es necesario conciliar los derechos que concede la sola antigüedad, con los que dá únicamente el mérito; he ahí la habilidad del mando superior para hacer una justa distribución de los empleos vacantes, ser estrictamente justiciero para encontrar el modo de acreditar el mérito, para evitar el abuso de aquellos que saben cubrirse con el nombre, cuando sólo son intrigantes osados, y evitar que la medianía y la nulidad obtengan los empleos por el solo hecho de haber sido parásitos; oficiales que a fuerza de paciencia y de indiferentismo han dominado por muchos años, aunque sin llenar su misión, el paso del tiempo, han llegado así hasta los primeros lugares del escalafón de su arma.

Cuando se dió esta ley, el Ejército Mexicano estaba en el caso: Capitanes que desempeñaban la ayudantía o el mando de los Escuadrones, tenían años y años en el empleo y no sentían la menor aspiración por ascender, ni tampoco el Gobierno los tomaba en cuenta para las promociones; estaban muy contentos de ocupar un puesto del que ya no pasarían y con la emulación bien muerta, ya que vivían convencidos de que no avanzarían más en su carrera por el hecho de que desempeñaban mal o pésimamente el empleo inferior. No había ley de eliminación y por otro descuido de los Departamentos se seguían conservando en aquellos puestos a quienes no los desempeñaban.

Comunmente el Departamento de Caballería había sido dirigido por Generales y Jefes sin vocación que poco o nada sabían del arma y esta falta de conocimiento no se detenía en las Oficinas de la Secretaría de Guerra, sino que iba hasta los mandos superiores de unidades organizadas para maniobras o para marchar a la campaña, los que en su gran mayoría no supieron, llegado el caso, utilizar la caballería y las más de las veces se concretaban a moverla dentro del criterio equivocado de una Infantería montada con instrucción y con armamentos especiales.

No se creó el necesario dique para la incompetencia, sino que por el contrario, la antigua ley de ascensos, defectuosa porque no hacía selecciones, trajo consigo la remoción de elementos de una ineptitud manifiesta que el sistema anterior, el electivo, había relegado al más justo de los olvidos en beneficio del mejor manejo de las tropas.

Habrá siempre que conciliar los méritos con justificación, no postergar a un oficial antiguo cuando sea apto, pero, sobre todo, ascender al más apto. El sistema de ascensos no puede importarse, no puede ser uno mismo en todos los Ejércitos, sino que debe arreglarse y conformarse con el estado de ilustración del país, con el espíritu por introducir en las tropas y con la naturaleza de su Gobierno.

Seguir, como se siguieron, rigurosamente las leyes y basándose sólo en la antigüedad para ascender, habría de llegar a producir, como produjo, una falanje de jefes mediocres y una multitud de faltos de amor a la carrera, que ya se habían acostumbrado a explotarla como un oficio cualquiera que les producía lo necesario o lo muy escaso para subsistir.

No debe olvidarse, por otra parte, que en un Ejército donde la disciplina militar es inmejorable y el espíritu de todos honrado, donde no se dan motivos para murmurar, cualquiera ley de ascensos y de recompensas puede ser excelente y, por el contrario, la mejor de ellas sería pésima cuando sobre ella cayera el desprestigio por motivos conocidos ya de todos.

Los Ejércitos que sujeten la promoción de sus oficiales a la sola antigüedad sin subordinarla nunca a la aptitud, son los Ejércitos que siempre serán derrotados.

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