Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Decimosexto. Otra vez en zapadores Capítulo Decimoctavo. En plena actividadBiblioteca Virtual Antorcha

LA ASONADA MILITAR DE 1913
Apuntes para la historia del Ejército Mexicano

General Juan Manuel Torrea

CAPÍTULO DECIMOSÉPTIMO
EL COLEGIO MILITAR


A la madrugada del día 9 de febrero de 1913, el Colegio dormía bajo la vigilancia de la guardia, de los rondines y el alerta de las imaginarias. El Teniente Coronel Director Víctor Hernández Covarrubias, era el Jefe que desde la noche anterior había pernoctado en el Establecimiento, y quien fue despertado por el corneta de la guardia, diciéndole que le llamaba el Presidente de la República. El Director se vistió con rapidez aunque suponiendo que el llamado obedecía a alguna invitación que iba a hacérsele para que lo acompañara a una excursión a caballo, ya que el señor Presidente había tomado la costumbre de efectuarlas con el Jefe del Colegio y algunos de sus amigos.

Cuando ya se preparaba a salir de su cuarto, el Capitán de Cuartel tocaba su puerta diciéndole que urgentemente quería hablar con él el Señor Presidente y fue entonces cuando se apresuró a bajar, fajándose violentamente la pistola. El Presidente le dijo:

Teniente Coronel, la Escuela de Aspirantes y una parte de la guarnición, algunos civiles y elementos militares se han sublevado contra el Gobierno, pero la situación está dominada. Sírvase usted alistar el Colegio para que me acompañe marchando en columna de honor, en desfile por las calles de México, hasta el Palacio Nacional. Fíjese Usted lo que se ve en México ...

Sí, señor, le respondió el Teniente Coronel Hernández Covarrubias, son balazos.

Pues son las tropas leales que terminan con la sublevación.

El Director Interino ordenó que se municionaran las Compañías, que se llevaran en un carro las municiones sobrantes con una ametralladora y dos fusiles Roxer.

Listo el Colegio, no para desfilar en columna de honor, sino en previsión para entrar en combate, a pocos momentos precedía al Presidente de la República, quien a caballo y acompañado de otros militares y paisanos se puso en marcha hacia el centro de la Capital, habiendo continuado por el Paseo de la Reforma y durante ese trayecto el Director recibió orden por dos veces de formar en columna de honor. Retardó el cumplimiento de esa orden, porque esa formación no era la apropiada para combatir, ni para defenderse, ya que temia, con fundamento, que quizás en cualquier instante tendria que hacerlo.

La marcha se efectuó por el flanco doblando, habiendo desfilado dos hileras por cada lado del Paseo de la Reforma y después por las calles hasta llegar a la altura del jardín Guardiola en que el Director dispuso que una fracción de alumnos siguiera por el 5 de Mayo, a las órdenes del Mayor Tomás Marin, otra por San Francisco y Plateros (ahora Avenida Madero) a las órdenes del Capitán 1ro, Federico Dávalos y el núcleo principal por el 16 de Septiembre a las órdenes del Teniente Coronel Hernández Covarrubias, habiendo adelantado una Sección del Batallón de Seguridad, que con otras dos fueron agregadas al Colegio. Las otras dos secciones, de este Batallón, para las que no se tuvo la precaución de adelantarlas y vigilarlas, se desbandaron para presentarse a los rebeldes contra el Gobierno Constitucional.

Al llegar la columna al edificio de Los Leones las secciones fueron tiroteadas, sin que hubiera hecho blanco ninguno de los proyectiles, que principalmente eran dirigidos contra el Presidente de la República desde el edificio de la Mutua, más tarde destinado a Banco de México.

Una vez que los elementos del Colegio Militar llegaron a la Plaza de la Constitución, siempre precediendo al Presídente de la República y cuando el Director del Colegio hubo recibido información de que el General Comandante Militar estaba en la azotea del Palacio, le mandó dar parte de que se encontraba ahí leal al Gobierno con el personal del Colegio a sus órdenes; al presentarse el Teniente Coronel Hernández Covarrubias, la rojiza cara del General Villar se vió surcada por dos gruesas lagrimas y con energía preguntó: ... el de Chapultepec. A la respuesta afirmativa, que causó singular agrado al viejo militar, ordenó al Teniente Coronel Hernández Covarrubias, que se despejara la plaza, que estableciera una guardia en la puerta del centro y que esperara para recibir con honores al C. Presidente.

El Colegio permaneció ese domingo, todo el lunes y hasta la media noche del martes, en vivac de alarma en la calle de la Corregidora y durante esa noche de este último día recibió orden de retirarse a Chapultepec, donde los Alumnos, todo el tiempo permanecieron también en constante acantonamiento de alarma, teniendo sus puestos establecidos sobre los linderos del bosque.

A mi juicio ha sido una equivocación usar del Colegio Militar para defender la Capital y para atacar a tropas sublevadas, pero los responsables históricos de ese error, son los Secretarios de Guerra y Marina, qUe no han sabido impedirlo en los momentos de confusión y de desorden, sino que antes bien, la autoridad Suprema o la autoridad superior han llevado al Colegio Militar como colectividad combatiente.

El Colegio en esta vez volvió a su Castillo -se rectificó el error- y ahí, cubriendo el servicio de seguridad con un empeño ejemplar, muy digno de ser empleado en mejor ocasión, defendiendo el territorio Patrio, esperó la resolución de los acontecimientos, decidido, eso sí, a que se le respetara o a hacerse respetar si era atacado en su propia casa, que nadie ha tenido derecho a mancillar, en tanto sea una institución nacional que estamos obligados a respetar todos.

Algunos de los oficiales indicaron al Jefe de Punto de Chapultepec su deseo de ir a tomar parte en la línea de combate establecido contra los defensores de La Ciudadela; quizás en la petición se hacía alusión al conjunto y la Secretaría de Guerra, en esta vez con acierto, declaró sin lugar la citada petición.

La respuesta que la Secretaría de Guerra dió al Jefe de Punto, General Joaquín Beltrán, fue la siguiente:

El General Jefe de Punto ordena se ponga en conocimiento del personal del Colegio Militar el oficio siguiente:

Un sello que dice: República Mexicana.
Secretaría de Guerra y Marina.
Al Teniente Coronel Víctor Hernández Covarrubias, Subdirector del Colegio Militar.

Con respecto a su consulta sobre la instancia de Jefes y Oficiales del Colegio Militar para tomar colocación en el campo del combate; que siendo ese plantel un centro de instrucción educativo que no debe colectivamente tomar participación en las luchas intestinas, debe conservarse neutral, mantener sus energías y estar preparado por si el curso de los acontecimientos nos orilla a un conflicto internacional y en el que como mexicanos y soldados de cuna tendrán que mantener la integridad y decoro de la Patria.

El General Secretario de Guerra y Marina, Angel García Peña.
Rúbrica.

Lo que se pone en conocimiento de las compañías para su satisfacción.

Chapultepec, febrero 13 de 1913.
Víctor Hernández Covarrubias.
Rúbrica.

Formadas las compañías se dió lectura a la superior resolución de la Secretaría de Guerra por el entonces Capitán 1° Diego Manuel Ramírez, Ayudante del Colegio Militar.

Se ha dicho posteriormente que las tropas rebeldes que se habían apoderado de La Ciudadela podrían esa misma noche haber emprendido su ataque sobre las que guarnecían Palacio y alrededores, dándose como razón que el Gobierno todavía en la mañana del diez contaba con poco efectivo. Hubiera sido aventurada la maniobra cuando ellos mismos también contaban con poco efectivo y con poco número de soldados disciplinados, y todos con la impresión moral del éxito del Gobierno en el encuentro frente al viejo edificio colonial.

Seguramente que las tropas rebeldes superaban enormemente en municiones de artillería a las del Gobierno, pero esas municiones no eran eficaces para batir en las calles y todo se hubiera reducido, para el que hubiera tomado una iniciativa resuelta, a obtener tales o cuales ventajas en su respectiva posición de espera.

Lo que pasó los días siguientes, ha sido relatado en obras diferentes, con tal o cual propósito y con tal o cual color; sólo me concretaré a sacar de mis apuntes lo que presencié por mi actuación como Jefe de día los días nueve, once, trece y quince, alternando en ese servicio con el mayor Marciano Mora Quirarte y de quien tuve datos, que naturalmente nos comunicábamos, de los lugares peligrosos por donde teníamos que atravesar y de las rutas que deberíamos de seguir para vigilar y llevar personalmente o hacerla llegar por medio de los Capitanes de Vigilancia, la seña que se cambiaba diariamente a las seis de la tarde, como es de estilo en el servicio de campaña.

Ya hice mención del tiroteo que todavía al mediodía tenía lugar en la Plaza dé Santiago, donde quedó una fuerza del 1° a las órdenes de un Subteniente, el Subteniente del 11° a quien me he referido, procesado por el presunto delito de rebelión, fuerza que no había tenido tiempo de ensillar y que por ese motivo no hubo exigencia de los rebeldes para incorporarla, y debí a ese Subteniente las informaciones que ahora traslado a estos apuntes. Me comunicó que habían cazado a muchos presos, cuando éstos se fugaban; que éstos dieron muerte a varios ayudantes de la Prisión, escapándose hábilmente y con toda oportunidad el Jefe del Presidio, Coronel Miguel Mayol, quien tenía toda la odiosidad de los procesados y a quien buscaban con verdadero empeño para ejecutarlo.

Como la guardia se sublevó, no tuve parte de su Comandante. Recibí especiales instrucciones del Jefe del Estado Mayor de vigilar personalmente, atento a cualquier movimiento que trataran de hacer los rebeldes, extendiendo mis excursiones, acompañado de los Capitanes de vigilancia, hasta cerca del jardín Carlos Pacheco, durante toda la tarde, y hasta la madrugada del día diez y posteriormente a las estaciones para estar al corriente de la llegada de tropas.

La misma tarde se dió una disposición expresa y terminante de la Comandancia Militar, comunicada a todos los Comandantes de los puestos, en que se prohibía que transitaran los automóviles de la Cruz Roja, pues se dijo que los que los tripulaban, no se concretaban a cumplir con lo sagrado de su misión, sino que llevaban constantes noticias al enemigo.

Por varios días el Palacio ofrecía un aspecto indebido, porque estaba ocupado totalmente por curiosos que entraban y salían, que permanecían por tiempo indefinido en los patios y hasta pasados algunos días no recuerdo cuantos, por lo menos dos, hasta entonces se dieron órdenes terminantes para que sólo entraran al recinto personas que llevaran uniformes o tarjeta del General Comandante Militar o autoridades militares superiores. No debe dejarse de juzgar como descuido, como falta de precaución en un medio que podía haberse convertido en hostil en un momento dado y a mi juicio, no se observó un régimen severo, un régimen militar severísimo como lo exigían las difíciles circunstancias, exclusivamente de carácter militar.

Los Aspirantes estuvieron primero detenidos en las cocheras de la Presidencia y después en el local destinado a la Batería de Palacio, de donde posteriormente fueron internados en la Penitenciaría. Tanto el Mayor Mora Quirarte como el suscrito, recibieron instrucciones para visitar el puesto de su reclusión, en tanto estuvieron en Palacio, y entonces, como posteriormente, oímos de las altas autoridades militares superiores los más duros comentarios sobre la conducta observada por el Comandante de la Escuela. Cuando como a las diez y media de la mañana el Comandante de la Escuela de Aspirantes lograba comunicarse con el Secretario de Guerra y Marina -me lo refería el Subsecretario de Guerra- el General Peña de muy mala manera le contestó: Quédese usted en Tlalpan ... Y ahí quedó.

Por la parte histórica de este hecho, etc., etc., queda a los que ahí fueron Jefes, la recolección de apuntes que sirvan para modificar los juicios, que se han formado personas, que al escribirlos, un tanto apasionados, reparten las responsabilidades hasta en los alumnos y hacen figurar como fusilados a muchos que no sufrieron el menor mal, pues no se aplicó pena de muerte a uno solo de aquellos jóvenes.

De los apuntes del General Villar tomo lo siguiente:

Los prisioneros General de Brigada Gregorio Ruiz. los del 20° Batallón y los de la Escuela de Aspirantes, eran acreedores a severo castigo; pero recordando lo ordenado en el artículo 1338 de la Ordenanza General del Ejército fueron considerados, sin recibir ningún mal trato. También tomé en consideración la corta edad, la inexperiencia de la Escuela de Aspirantes y que con una mejor educación, podría el Ejército contar con buenos y leales soldados.

El General Villar estimaba acertadamente que la culpa de la sublevación de las corporaciones, la tenían los propios Jefes y esa era su apreciación con respecto al Comandante de la Escuela; un estudio sereno e imparcial respecto a esa apreciación, estudio de distinta índole al que ha emprendido, podría formar un oriente mejor para las apreciaciones históricas, muchas veces tan desvirtuadas entre nosotros.

Indice de La asonada militar de 1913 del General Juan Manuel Torrea Capítulo Decimosexto. Otra vez en zapadores Capítulo Decimoctavo. En plena actividadBiblioteca Virtual Antorcha