Indice de Ricardo Flores Magón, el apóstol de la Revolución Mexicana de Diego Abad de Santillán Nota editorial de Chantal López y Omar Cortés a la edición impresa CAPÍTULO PRIMEROBiblioteca Virtual Antorcha

RICARDO FLORES MAGÓN,
el apóstol de la Revolución Mexicana

Diego Abad de Santillán

PRÓLOGO
DE Librado Rivera



Mi buen amigo y viejo camarada Nicolás T. Bernal me hace la invitación, a nombre del grupo editorial Ricardo Flores Magón que él representa, para que estudie y emita mi opinión sobre el libro Ricardo Flores Magón. el apóstol de la revolución social mexicana, escrito por el camarada Diego Abad de Santillán, fundándose en que soy el testigo ocular que más hechos presencié durante la vida más trágica y de más agitación que inmortalizó a aquel querido camarada. Y debo advertir sinceramente que soy, en efecto, el que más oportunidad tuvo de conocer el más interesante periodo histórico de la vida de Ricardo Flores Magón, y si me presto con gusto a obsequiar los nobles deseos de Bernal es por la gran importancia que desde luego concedí a tan simpático trabajo de propaganda libertaria.

El libro está formado de un conjunto de Importantes artículos y documentos históricos al parecer tomados al acaso, pero ordenados de tal manera con el propósito de que el lector pueda ver con toda claridad cómo fueron evolucionando las nuevas ideas en la mente privilegiada de Ricardo Flores Magón, su gran constancia y heroicos esfuerzos hasta transformar a un pueblo esclavizado, pisoteado y humillado por el más grande de los déspotas, en un pueblo altivo, valiente y respetado, que al levantar airosa la frente infundió el terror y el espanto a sus explotadores y verdugos. Fue en efecto, Ricardo Flores Magón el alma de esa gran epopeya libertaria que a manera del Prometeo de la leyenda mitológica, infundió ese fuego divino que impulsa al pueblo a la rebeldía, la rebeldía, fuente creadora de todas las libertades.

Dotado de claro talento y de sensible sistema nervioso, Ricardo grabó en su corazón y en su mente soñadora, a manera de película cinematográfica, todos los dolores y las lágrimas de los que habitan pocilgas, así como los detalles más íntimos de esa vida de desesperación y de muerte.

Ricardo tenía, además, la ventaja de saber varios idiomas que le ayudaron, en parte, para su labor de propaganda libertaria: aparte del español y el inglés, que conocía muy a fondo, sabía francés, Italiano y portugués; conocía mucho del latín y del griego, algo del Idioma azteca, cuya agradable pronunciación recordaba recitando de memoria unas poeslas que legó a la historia el famoso Netzahualcóyotl; hablaba con facilidad el caló que usa el pueblo de los arrabales de la ciudad de México, lo que hace suponer que el apóstol del gran cataclismo social mexicano poseía un profundo conocimiento de los dolores y sufrimientos en que se revuelcan las clases más humildes y despreciadas por el actual orden burgués. Por eso vemos que sus dramas y todos sus escritos fueron inspirados en este ambiente; no son sacados de los salones aristocráticos donde se recrea la burguesía holgazana, ni sus personajes trágicos son prototipos imaginarios rebuscados entre los hombres del comercio y la banca, sino descripciones de escenas reales tan comunes entre los pobres, en esa vida repleta de l§grimas y dolores en que nos encontramos todos los explotados.

Sólo el que sufre sabe comprender al que sufre, decía Flores Magón, y él, que sufrió toda la vida, tenía que ser el mejor exponente y el más fiel intérprete de los que sufren.

Escribía con gran facilidad; Verdugos y Víctimas lo terminó en una semana. Adoraba la música, pero su encanto era la poesía; admiraba la bella voz de Caruso y las composiciones musicales del más trágico de los hombres, Beethoven; recitaba de memoria algunas de las más hermosas poesías de Ruben Darío, de Shakespeare, de Carpio, Manuel Acuña o de Díaz Mirón, y criticaba acremente a Antonio I. Villarreal porque a este pulpo le repugnaba ese ruido de la música.

Su carácter altivo, recto y firme, como la roca en medio del océano embravecido, le servía como la coraza por donde pasan y se deslizan todas las inclemencias del tiempo, donde se desatan las tempestades y la furia de las olas que se estrellan sin dejar huella. Es que le guiaba una finalidad y un solo punto objetivo: el de llegar cuanto antes a esa tierra de libertad y bienestar que los ojos de su imaginación columbraban para la humanidad de sus bellas utopías ya sin dioses y sin amos.

Ya en 1900 Ricardo conocía La conquista del pan y La filosofíaa anarquista de Pedro Kropotkin; había leído a Bakunin, las obras de Juan Grave, Enrique Malatesta y Máximo Gorki; conocía también obras de otros autores menos radicales, como León Tolstoy y Vargas Vila; pero era a los primeros a quienes él respetaba como sus maestros y a quienes conservaba especial predilección; y se puede decir que debido a estas consideraciones y a la oportuna intervención de Pedro Kropotkin, se contuvo Ricardo y no atacó rudamente como lo sabía hacer, a Juan Grave y a Pedro Esteve por sus críticas insidiosas en contra de la revolución social mexicana, que Ricardo impulsó y se esforzaba por orientar en los precisos momentos que aquellos camaradas se dejaban arrastrar por los radicalismos de Venustiano Carranza, a quien Ricardo atacó sin piedad. Así como a las intransigencias de los teóricos que querían ver en el gran cataclismo social mexicano todos los actos de los rebeldes ajustados a los principios ideológicos de los grandes soñadores, y que lejos de ayudar a las justísimas ansias de libertad de los sufridos esclavos mexicanos sOlo sirvieron para boicotear a aquel hermoso movimiento rebelde haciendo obra de sabotaje, que beneficiaba más bien a la burguesía y al gobierno que se trataba de derrocar.

Mientras que Cultura Obrera de Nueva York y Les Temps Nouveaux, en Francia, daban cordial bienvenida a las calumnias y dolosas informaciones de un grupo que se titulaba anarquista establecido en Boston, Mass., nuestros desesperados esfuerzos por impulsar el movimiento de los esclavos mexicanos hacia la revolución social sufría un inmenso desprestigio, y todo mundo nos retiró su ayuda debido a la autorizada palabra de los viejos revolucionarios que en más de cuarenta años de constante propaganda no habían podido arrastrar a ningún pueblo a la revolución contra sus tiranos. Y la solidaridad nos faltó cuando la persecución burguesa se hacía más tenaz en los Estados Unidos, cuando se le quitaba el registro a Regeneración y cuando sólo unos cuantos entusiastas compañeros que más en contacto estaban con nosotros y con la revolución, fueron los únicos que nos tendieron su ayuda. Lo que alguna vez dijo Ricardo acerca de nuestras miserias y privaciones infinitas por las que tuvimos que pasar para probar nuestra sinceridad y gran buena fe en la lucha, era un hecho real. Hay testigos oculares en Los Angeles, California, de hechos que demuestran que todo sacrificio era para nosotros un placer, por conseguir la libertad de los esclavos mexicanos y llevar adelante la propaganda emancipadora de Regeneración.

A pesar de todo, nuestros contrincantes sospechaban de nuestra sinceridad y buena fe; nos veían luchar en el seno de un partido político y eso era bastante, y veían también que Reneración era el portavoz de ese partioo y se imaginaron que Ricardo, y todos los que lo acompañábamos, éramos simples aspirantes a puestos públlcos. ¡Craso error! No hay partido político que lance vivas muy altos a la anarquía y haga especial propaganda de la belleza de ese ideal como lo hizo Regeneración. Por eso es que el gran mérito del libro que hoy nos presenta Diego Abad de Santillán consiste en la logica de sus conclusiones y el severo análisis de su sana crítica al seguir los pasos de Ricardo Flores Magón, a quien él considera, como yo también, el factor más importante y el más fiel intérprete de los anhelos de libertad del oprimido pueblo mexicano.

Desde temprana edad las ideas anarquistas habían tenido carinosa aceptación en la mente de Ricardo Flores Magón. Debido a su iniciativa se publicó en Vesper de la ciudad de México -periódico sostenido en parte con los fondos de El hijo del Ahuizote, entonces a cargo de Ricardo-, parte de La conquista del pan por Kropotkin, el año de 1902. En 1905 asistió a las conferencias de Emma Goldman en Saint Louis, Missouri; en esa misma ciudad conservó Ricardo estrecha amistad con un grupo anarquista ruso, y con Florencio Bazora, un anarquista espanol que tuvo para Ricardo carino de hermano; este camarada contribuyó mucho a fomentar nuestra campana de propaganda revolucionaria, ayudando con su dinero, vendiendo Regeneración y colectando fondos para la vida del periódico. Bazora comprendía cuáles eran los fines de Flores Magón: trabajar en el seno del Partido Liberal para extender, en el pueblo mexicano, los hermosos ideales que él ya acariciaba y que eran los anarquistas.

Este era en realidad el plan de Flores Mag6n obrar con tacto para que las masas no nos abandonaran y evitar que se pusiera más fuerte la dictadura de Porfirio Díaz. Al Partido Liberal estaban afiliados todos los librepensadores y los hombres de ideas más avanzadas en aquella época; era también el partido más revolucionario y de más prestigio en México, el que con Melchor Ocampo, Benito Juárez, el ateo Ignacio Ramírez y Lerdo de Tejada a la cabeza había expropiado todos los bienes del clero y aplastado su gran poder con el fusilamiento del emperador Maximiliano en el cerro de las Campanas.

En ese tiempo, repito, ya el plan de Ricardo era m§s bien el de obrar con táctica que por falta de conocimiento de las ideas anarquistas. Hace veinte años que se tenía la creencia, y aOn hay muchos ignorantes que la tienen todavta, que la filosofía anarquista consiste en salir a la calle blandiendo el puñal del asesino, introducir el caos, la confusión y arrojar bombas de dinamita al paso del tirano. ¡Cuánta mentira! Y sin embargo, todavía hay quien crea que eso es el anarquismo en la actualidad. Por eso fue que propagar de lleno las ideas anarquistas en aquella época, cuando los cerebros estaban más repletos de prejuicios, entonces nuestra agitación revolucionaria hubiera servido para hacer más fuerte al tirano que para precipitar su caída. Si a esto agregamos que en el seno de la misma Junta revolucionaria existían elementos malsanos, habrá que convenir que Ricardo era quien manejaba el timón de nuestra pequeña barca entonces azotada por todos los vientos, en medio de un oceano de cóleras y odios formidables, animando y convenciendo a los pusilánimes y cobardes para seguir adelante con la peligrosa empresa, como Colón cuando los que formaban su misma tripulación lo amenazaban con la muerte si no retrocedían; si Ricardo no hubiera obrado con ese tacto dominante en su pensamiento, el pueblo mexicano y la humanidad toda se hubiera perdido tal vez de ese gran impulso que él dió a la revolución en favor de todos los desheredados de la tierra.

Que Ricardo evolucionó más rápidamente que todos los que lo acompañábamos, ya lo sabemos, hay que confesar que nosotros no le servíamos más que de simples cooperadores en la propagación de su obra emancipadora; pero que Ricardo odiaba, desde joven, toda tiranía y todo gobierno, lo demuestran muchos actos de su vida. Antes de entrar a la lucha armada era muy común que los miembros de los grupos armados solicitaran jefes nombrados por la Junta, y Ricardo era el primero en rechazar tal sugestión, contestando invariablemente que los mismos grupos tenían que nombrar sus jefes del seno de ellos mismos o quitarlos cuando así lo juzgaran conveniente. La Junta no va a convertirse en gobierno central nombrando jefes que a la postre se conviertan en tiranos de sus mismos hermanos, decía Magón.

Y así fue como aquel apóstol infundió las nuevas ideas: lo que más le preocupaba era que en los momentos mismos de la revolución, los revolucionarios fueran tomando posesión de las haciendas, graneros, todos los instrumentos de trabajo, mulas y yuntas a fin de ir cultivándo la tierra con cuyos productos se sostendría la revolución, haciendo de esta manera que los mismos habitantes, mujeres, niños y ancianos se convirtieran en partidarios de ella, de la revolución que por primera vez en su vida les daba de comer a todos.

Pero los compañeros anarquistas que no se han tomado la molestia de analizar a fondo estos hechos y se aventuran a emitir opiniones juzgando las cosas por las apariencias o hechos superficiales, llegarán a conclusiones completamente absurdas. En realidad no he conocido en mi larga carrera de revolucionario hombre de más buena fe y más sincero en sus palabras y en sus hechos que Ricardo Flores Magón.

Santillán nos presenta en este libro un extracto de lo que fue Ricardo Flores Magón como revolucionario y escritor, y de c6mo se convirtió al anarquismo para atraerse también al pueblo mexicano y a todos los desamparados de la Tierra al camino de ese bello Ideal de felicidad humana, lo más hermoso y más elevado que haya podido concebir la imaglnación del hombre. Pero la laboriosa y meritoria tarea de Santillán consiste también en haber conservado vivo interés en la revolución mexicana e ir coleccionando documentos en pro y en contra con una habilidad y constancia envidiables, para darnos un resumen de la primera revoluclón proletaria de carácter económico en que por primera vez el puno del pobre contra el rico se levantó colérico y vengador lanzando al mundo el grito redentor de Tierra y Libertad. Esto ha hecho Santillán desde Berlín, desde el otro lado del mar, lejos de la gran epopeya mexicana que ha dado al mundo de los oprimidos bellos ejemplos de virilidad y audacia en sus nobles esfuerzos por destruir el yugo maldito que lo envilece y lo humilla.

Al revisar la obra hist6rica del camarada Santillán, me he tomado la libertad de colaborar; pero mi colaboración ha sido insignificante: la de poner notas aclaratorias, nombres completos, etc., con el fin de evitar ambigüedades y lamentables confusiones. Pero a Santillán debe caberle la satisfacción de haber contribuido a la formación de una obra verdaderamente útil y de gran interés, tanto desde el punto de vista histórico como por la propaganda de las bellas y únicas ideas verdaderamente libertadoras que son las anarquistas. No es un libro completo: es un bosquejo solamente al que hay que agregar mucho; pero el compendio que nos presenta el autor llena un gran vado y una necesidad del momento, para dar en síntesis una idea del gran cataclismo social, cuyo formidable sacudimiento hizo salir al pueblo mexicano del estancamiento en que vivía. La hidra de tres cabezas: el capital, el gobierno y el clero todavía no le sueltan, pero ya marcha encarrilado en el camino que lo ha de conducir a su completa emancipación política y económica para acabar con la eterna explotación y tiranía del hombre por el hombre.

Librado Rivera
Cecilia, Tamaulipas, diciembre 8 de 1924.
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