Indice de La Constitución de Apatzingan de Carlos María de Bustamante Carta cuarta. Apartado sextoCarta cuarta. Apartado octavoBiblioteca Virtual Antorcha

La Constitución de Apatzingan
Carlos María de Bustamante
CARTA CUARTA
APARTADO SÉPTIMO



HISTORIA DE ITURBIDE EN EL BAJIO
Y DE ALGUNAS OCURRENCIAS EN AQUEL PAIS DURANTE SU GOBIERNO

Multiplicadas pruebas había dado el joven Iturbide al Gobierno de su constante adhesión al sistema de lá tiranía. Yo no aseguraré (aunque infinitos lo aseguran, y lo dice uno de cada casa y ciento del baratillo) que él fue el denunciante de la primera revolución descubierta en Valladolid el 21 de diciembre de 1809, y que sofocó la clemencia y moderación del arzobispo virrey Lizana; para muchos es inconcuso que fue uno de los conjurados, y que, se desavino con sus compañeros porque no lo quisieron hacer mariscal de campo, cuando apenas era teniente de milicias de Valladolid; lo que sí está averiguado es que desde entonces fue uno de, los comisionados para dar caza a sus compañeros como al diputado Izazaga, y reducirlos a prisión por comisión del Gobierno. ¡Grandes ensayos para el que algún día sería el emperador del Anáhuac, comenzar la carrera por denunciante y esbirro! El virrey Calleja, que conoció sus disposiciones, procuró sacar partido de ellas.

La derrota que había sufrido en Cóporo es verdad que no le daba mérito para exaltarlo; pero es innegable que allí mostró disposiciones superiores a las que podría darle la pésima escuela militar española; así es que no bien D. Ciríaco del Llano fue nombrado por el rey intendente de Puebla, cuando Calleja le nombró en 19 de septiembre de 1815, comandante del Bajío.

Malas lenguas han dicho que esto lo hizo por tener en Iturbide un factor de sus intereses, que iba con él a la parte de las ganancias en los convoyes que conducía, y que para aumentar su haber abusaba de la fuerza que tenía en su mano del modo más atroz, inicuo y violento que todo el mundo sabe, y que ha pintado con precisión y destreza mi respetable maestro el Dr. D. Antonio de Labarrieta, cura de Guanajuato, en su informe al mismo Calleja que corre impreso: de todo era capaz un joven ludibrio de sus pasiones, cruel por temperamento, derrochador y pródigo, y avezado a derramar sin tasa la sangre de los americanos.

Al comunicarle Calleja a Iturbide su nombramiento, le previno tuviese a la vista dos objetos: primero, el fuerte de Cóporo y proyectos de los Rayones (son palabras de su oficio) y el otro la destrucción de las fortificaciones de Chimilpa y Zacapo.

Para lo primero, le mandó dejase en Maravatío a D. Matías Martín de Aguirre con fuerza bastante para impedir en aquella fortaleza la introducción de víveres y hacer correrías frecuentes, para lo que éste debería obrar de concierto con los comandantes limítrofes. Para lo de Chimalpa y Zacapo se le mandó que prestamente reuniese las fuerzas necesarias, haciendo una o dos divisiones de las que Iturbide debería tomar una, y otra ponerse a las órdenes del italiano Clavarino, el cual debería pasar a destruirlas; pero de modo que no quedase ni memoria de ellas (son también sus palabras). Para esto mandó Calleja que la división de Provincias Internas, que se hallaba en San Luis Potosí al cargo de D. Antonio Elosúa, de cuatrocientos o quinientos hombres se situasen en los puestos que entonces ocupaba el coronel Orrantia y que los doscientos cincuenta de San Luis que tenía este jefe se uniesen a Elosúa. También previno Calleja a Iturbide que suspendiese la ejecución del plan que entonces tenía acordado con el general Cruz en Arandas, para después de que se arruinasen las fortificaciones dichas.

Como Iturbide jamás perdió de vista las depredaciones, había propuesto al Gobierno que en 13 de septiembre (1815) en un solo día deberían reunirse varias divisiones por diferentes puntos a hacer una correría, por la que se recogiesen los robos de los insurgentes ocultos en la Sierra. Con esta empresa quería marcar su gobierno, y creyendo que un proyecto pecuniario de tanta importancia no debía fiarse a la pluma, lo confió al B. D. José Antonio López, cura de Tinguindin, conocido en el común de las gentes por el padre Lopitos, no menos que por sus inseparables gafas.

Casi al mismo tiempo que Iturbide tuvo la satisfacción de verse nombrado comandante del Bajío, recibió el pesar que le causó una reprimenda que le echó Calleja por la reunión que los comandantes americanos Boca, Borja, Santos Aguirre y otros hicieron en la hacienda de la Tlachiquera, y ataque que dieron al Real de la Valenciana en 26 de agosto de. 1815. Este fue terrible, pues mataron porción de patriotas y se tomaron todo el armamento. En Marfil pereció D. Francisco Vargas, comandante de aquel punto, y su segundo D. F. Fischer, sajón, de la compañía minera que la corte de España nos mandó para que nos enseñase a extraer los metales, teniendo ella que aprender de nosotros; finalmente, incendiaron el tiro de San Antonio.

Diéronse al virrey varias quejas, ya por anónimos, ya por personas particulares, de que el ataque se perdió porque no había la competente guarnición en la plaza y estar sin cubrir los puntos principales de ella. Para indemnizarse Iturbide de estos cargos, recibió varios informes; pero por este medio no logró poner a cubierto su responsabilidad. Entonces ya tenía sobre sí el odio de aquella población, pues trataba de exigirle sesenta mil pesos de préstamo.

Iturbide procuró disipar estos reproches con gasconadas, y así es que en oficio de 24 de agosto, refiriendo al virrey un ataque que tuvo Pesquera con los americanos, dice: que un soldado suyo, aunque llevaba fusil y espada con que ddenderse, tomó el caballo de un insurgente por el rabo, y le botó en el suelo ... Yo le he mandado gratificar (añade) con cincuenta pesos por serme más grato el que se coleen, como se dice vulgarmente, insurgentes que ganado ... Es decir, que apreciaba en más a las reses que a los americanos. ¡Qué nobleza de sentimientos del que se preparaba para emperador! ¡No recibió mala coleada en Padilla S. M. I.!
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