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La Constitución de Apatzingan
Carlos María de Bustamante
CARTA CUARTA
APARTADO DUODÉCIMO



SALIDA DEL CONGRESO DE APATZINGAN PARA TEHUACAN DE LAS GRANADAS,
Y DESGRACIAS SIN TERMINO OCURRIDAS POR SEMEJANTE SALIDA

Publicada la constitución provisional de Apatzingán, el Congreso tenía ya una base sólida sobre qué poder obrar; su situación estacionaria no le permitía dar un paso adelante, y necesitaba salir de él.

Tres objetos principales se propuso para emprender su marcha a Tehuacán; el primero fue acercarse a los puntos marítimos como Boquilla de Piedra y Nautla, donde se prometía recibir algunos auxilios de los Estados Unidos con qué continuar la guerra; el segundo, poner término a las diferencias del Lic. Rosains con Arroyo y con el general Victoria.

Habíanse naturalmente terminado las que tenía con el Lic. Rayón por su sorpresa de Zacatlán; pero habían comenzado de una manera escandalosísima las de Victoria, en términos de que desconociendo éste la dependencia de aquél, porque no le franqueaba los auxilios indispensables para continuar la guerra, único lazo de dependencia, sólo exigía que se le contribuyese con los despojos de los convoyes que había interceptado, y a merced de los cuales podía sostener una guerra la más cruda que pudiera hacerse en la provincia de Veracruz.

Efectivamente, Victoria tenia sobre sí la fuerza de Aguila que conducía un riquísimo convoy que se detuvo en Jalapa por cerca de cinco meses, y jamás habría penetrado si Victoria hubiese tenido el décimo del parque que Rosains guardaba en el cerro Colorado, para pasarlo después en gran parte a las manos del coronel Márquez en la batalla de Soltepec dada en 22 de enero de 1815.

Cargábanle reciamente los regimientos de Navarra y Cuatro Ordenes que acababan de llegar de España completos en sus plazas, y más que todos le hacían una guerra cruda los oficiales hermanos D. José y D. Manuel Rincón, originarios de Jalapa. Educados éstos bajo la dirección de un célebre comandante de ingenieros en aquella villa, y versados en la dirección de la carretera que se estaba concluyendo en el año de 1810, tenían grandes conocimientos de los locales; de modo que cuando Victoria menos lo esperaba, ellos abrían al enemigo una senda por aquellos espesísimos bosques, y por la que lograban penetrar, inutilizando sus trabajos de defensa.

Así es que por dirección de dichos oficiales, el brigadier Millares planteó el camino militar de Jalapa a Veracruz que tanto contribuyó a la prosperidad y ventajas de los españoles, así como a nuestra decadencia. Si Rosains sólo se hubiera limitado a negar los auxilios a Victoria, habría hecho un gran daño a la patria; pero lo hizo doble saliendo a campaña con una numerosa división para batirlo: no lo consiguió, porque un puñado de hombres dirigidos por el comandante de guerrilla Félix Luna destrozaron aquella fuerza de un modo inconcebible en la barranca de Jamapa el día 27 de julio de 1815, como a su tiempo se dirá.

Yo he recorrido aquel punto; he pisado con horror sobre los huesos de los infelices americanos que aún abundaban en aquella área; no sé que me ha admirado más, si el modo con que se consiguió este triunfo mandando la acción uno de los oficiales más sabios que tenemos, o la injusticia con que Rosains pudo romper de este modo tan escandaloso con sus mismos hermanos, proporcionando a los enemigos el momento más dulce de placer.

Llegadas estas noticias al Congreso, creyó ya de necesidad emprender su marcha; pero antes nombró una junta gobernativa de las provincias de Occidente para que, si el Congreso pereciese en la caminata, la nación conservase este vehícuTo de poder y centro de unidad, y no quedase acéfala.

Antes de la salida del Congreso había emprendido su marcha para los Estados Unidos con el carácter de embajador el Lic. D. José Manuel de Herrera. El Sr. Morelos puso bajo su dirección a su sobrino D. Juan Nepomuceno Almonte, y con él otros jóvenes de buena disposición para que educados en aquellos países libres pudiesen ser útiles después con sus conocimientos; medidas de previsión, que en parte produjeron su efecto, y tanto, que nuestro encargado de negocios de Filadelfia, Torrens, fue uno de estos jóvenes adictos a la plenipotencia.

Herrera no correspondió al encargo que se le hizo: situóse en Nueva Orleáns, y diose por algunos meSes tono de gran personaje, gastó lo poco que llevaba, se adeudó en la ciudad, y obró como el vizcaíno que se quedó en el zaguán de la casa donde estaba su esposa sin entrar adentro, y le mandó entregar una carta que le escribía llevándosela en persona por no haber encontrado correo seguro.

El Gobierno de los Estados Unidos lo esperaba, y aun parece que por tratar con él prorrogaron las cámaras sus sesiones; algo habría conseguido si se hubiese presentado personalmente; pero Herrera no ha tenido tino más que para ser satélite de Iturbide e instrumento de su tiranía. Después de largos debates en el Congreso sobre si convendría marchar en grupos o reunidos, se resolvió lo último. Tomáronse cien infantes del padre Carbajal, la caballería de D. Nicolás Bravo en número de doscientos hombres, la escolta de la corporación al mando del coronel Lobato, y reforzada esta fuerza con partidas de Morelos, que serían trescientos hombres, y algunos aventureros, se formó un cuerpo de quinientos soldados.

Los archivos del Congreso, víveres, municiones y unos veinte mil pesos destinados para los Estados Unidos, y los equipajes de los vocales, he aquí todo el carguío de aquella expedición. Después se le agregaron algunos efectos groseros de los aventureros, y todo formó un convoy capaz de excitar la codicia del enemigo. Los vocales fueron socorridos con seiscientos pesos, menos Morelos que no los quiso, y para marchar vendió su ropa de uso, y todos se creyeron ricos y felices, aumentando la ilusión la idea de que venían a un país de ventura, trocando los desiertos y bosques en que habitaron por dos años por las mejores poblaciones.

Para emprender la caminata acordó el Congreso sujetarse a las órdenes del Sr. Morelos, el cual daba la orden de marcha, y racionaba a los diputados lo mismo que a los oficiales. Todos lo veían como el padre común, y venían sometidos a su voluntad; campaban al raso, caminaban en formación rigurosa, según lo permitía el terreno, desde las siete de la mañana, hasta la tarde en que posaban. El día de la salida de Uruápam, punto de donde partió el Congreso, fue el 29 de septiembre.

Para asegurar la marcha, el Gobierno tomó varias medidas: mandó que el comandante Vargas, situado en Tenancingo, llamase la atención de los españoles hacia Taxco. A Guerrero, que sitiaba a Moya en Tlapa, se le previno saliese a recibir al Congreso por el rumbo que traía, y se aproximase al Mescala para protegerlo; a Sesma y a Terán, (que estaba de comandante en Tehuacán por haber separado a Rosains del mando) se les mandó que obrasen sobre Puebla; Osorno, que tuvo la misma orden, la cumplió y aun puso en mucho cuidado a los de Tepeaca y Amozoque. Todo estaba en movimiento, y cada hombre hacía renacer la esperanza de su libertad con la presencia de Morelos.

¡Ah! ¡Qué falibles son los cálculos de los hombres! Llegó el Congreso a Atengo del Río, cuyos soldados, llamados jmpropiamente patriotas, hicieron una escaramuza sobre Morelos, mas fueron arrollados, saqueado el pueblo, y fusilado el capitán, que era un indio.

El día 3 de noviembre el ejército hizo alto en Texmalaca. Los diputados Sesma y Ponce rogaron eficazmente a Morelos qne marchase sin demora de allí hasta encontrarse con Guerrero, pero él se creía seguro en aquel punto.

No carecía de fundamento la confianza de Morelos. El había tirado diestramente sus planes y escrito con oportunidad que se le recibiese en aquella comarca, y tanto, como que cuando se vieron las guerrillas del enemigo a la salida de Texmalaca, algunos presumieron que fuese tropa de Guerrero. A éste le dirigió el último correo encargado de informarle verbalmente de su venida, de modo que sólo llevaba un papelito rubricado que decía ... Allá va un hombre; mas este correo fue intercept!do por, quién, cómo, y con qué objeto, he aquí un misterio de iniquidad que el tiempo descubrirá y horrorizará a nuestros nietos.

No faltaban jefes de los americanos que temían la llegada de Morelos, y aun a mí me dijo D. Manuel Terán la víspera de que fuese la derrota de Texmalaca, que él estaba decidido a batirlo; esto parece fábula, ¡vive Dios que es una verdad!

Coloreóse la demora en Texmalaca con el extravío que había padecido un cajón el archivo de hacienda que mandó Morelos se buscase. En la noche del 3 pasó Concha el río de Atenango, y aun se le mojaron sus municiones: allí hizo alto para dar un pienso a los caballos. Morelos se descuidó en dejar allí una avanzada, la cual debería darle aviso de cualquiera novedad.

El domingo 5 de noviembre por la mañana salió el Congreso para Pilcayan. Morelos había dado orden el día anterior de que si había alguna novedad mandase la acción D. Nicolás Bravo, que el iría en el centro, y a retaguardia Lobato. En estas circunstancias, puesto el convoy en camino, llegó el comandante Concha, ocupó la iglesia de Texmalaca para reconocer a Morelos, y no habiéndolo conseguido porque ya venía bajando la loma que se lo ocultaba, cargó sobre él con dos guerrillas de caballería por derecha e izquierda, que la caballería de Bravo rechazó; pero reforzadas con el grueso de la división enemiga, cargaron con más fuerza; empeñóse la acción, y tomados los lados por ser una cañada en cuyo centro estaban los americanos, padecieron gran destrozo, y casi pereció la compañía de cazadores de Morelos con su capitán Ruiz. Lobato desde el principio de la acción tuvo orden de unirse a Morelos (1 ). Este lo colocó con cien hombres, pero abandonó el franco izquierdo: entró la confusión, y la tropa se puso en fuga.

Presumiendo Morelos que la acción era perdida, dijo a Bravo:

Vaya usted a escoltar el Congreso, que aunque yo perezca no le hace, pues ya está constituido el Gobierno ...

Por tanto se quedó solo con sus asistentes sosteniendo el fuego personalmente; remudó caballo y sólo quedó en su compañía un criado que también lo abandonó; sin embargo, vino cuando lo llamó y le acompañó en la retirada.

Morelos caminaba desprendido el pie derecho del estribo, y digiendo la vista al enemigo le hacía fuego, mas sin dejar de chupar un puro que traía en la boca. En este conflicto pidió a su criado que le diera un perón de los que el día anterior se habían hallado en Texmalaca.

Morelos conoció lo difícil que era trepar aquellas asperezas a caballo, apeóse de él apostando al criado de centinela mientras que se quitaba las espuelas para trepar a pie; díjole que los enemigos ya estaban encima, y le preguntó que ¿qué haría? Rinde las armas y sálvate, le respondió Morelos.

Apenas había hablado estas palabras cuando vio sobre sí las carabinas enemigas que le asestaban, dirigidas por Matías Carranco, pérfido desertor de su ejército. Fijó la vista Morelos y le dijo serenamente:

Sr. Carranco: ¡Parece que nos conocemos! ...

Pudo éste haberle matado, pero no lo hizo, y en recompensa de esta gracia (que llamaremos con Cicerón gracia de salteador) le dio Morelos uno de sus relojes ... (2).

Apenas se supo por los gachupines que Morelos estaba preso, cuando dieron por concluida su empresa, siguióse la grita, las dianas y el regocijo de estos rabiosos canes, entre quienes lo dejaremos por ahora, pues el orden de la historia asi lo exije, y que sigamos los pasos del Congreso fugitivo.

Dispersos sus vocales, como si trajese cada uno tras de su caballo una legión de diablos, se reunieron en Pilcayan y siguieron su marcha hasta el río Mixteco, que encontraron harto crecido y pasaron desnudándose de uno en uno.

El primero para realizar esta empresa fue el Sr. Sesma. Allí les avisó una partida del general Guerrero que éste se hallaba en los ranchos de Santa Ana, junto a la hacienda de Tacachi, adonde llegó D. Ramón Sesma, hijo del diputado D. Antonio, con cincuenta hombres en la misma noche, y al día siguiente el mismo Guerrero.

Luego que éste vio al Congreso en aquella situación, comenzó a abrazar a los vocales y a llorar como un niño. El ánimo de este valiente patriota no podía sostener la idea de aquella desgracia, y mucho menos la de la pérdida del gran caudillo, a cuyas órdenes había servido con tanta gloria. Llevólos pasados dos días de descanso a su campo, porque allí no había seguridad.

En este punto determinó el presidente del Congreso, Lic. D. José Sotero Castañeda, que allí se reuniesen las tres corporaciones, y que los señores Cumplido y Alas, individuos del poder ejecutivo, acordasen seguir la marcha para Tehuacán escoltados por la tropa de Guerrero, como se verificó.

Yo tuve el honor de recibir esta respetable corporación en la hacienda de Cipiapa, y mi corazón sintió una amargura indecible cuando me confirmé en la idea de que quedaba prisionero el Sr. Morelos, como ya se había anunciado en Tehuacán, con aquella rapidez con que se comunican las infaustas nuevas.


Notas

(1) He hablado con Lobato acerca de esto, y dice que abandonó el punto, que lo señaló a D. Pedro Páez, al que atribuye la desgracia de este día; lo que sí está averiguado es, que cuando todos llegaron a Tehuacán en cueros, Páez entró con su mula y su petaquilla completa como un provincial. Este salvamento no se hace sino por los buenos y ligeros pies, y su ligereza la tenía acreditada en otras ocasiones.

(2) Es menester decir, con tanto sentimiento como rubor, que este hombre ingrato y deshonra de la milicia ha estado sirviendo en el ejército de la nación después de hecha la Independencia. ¡Qué mengua para nuestro pabellón!
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