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La Constitución de Apatzingan
Carlos María de Bustamante
CARTA SEGUNDA
APARTADO NOVENO



ACCIONES MEMORABLES EJECUTADAS EN LA ISLA DE MESCALA,
SITUADA EN LA LAGUNA DE CHAPALA

En otra Carta me propuse tratar con alguna extensión y dignidad de las ocurrencias de Chapala, así por lo grandes que son como porque habiéndose comenzado en el año de 1813, tuvieron término en los años posteriores. He dedicado toda mi atención a examinar el motivo que tuvieron los indios para erigir este punto en asilo de su seguridad, y no he hallado la razón suficiente de esta medida capaz de aquietar mis deseos; hombres veraces me han asegurado que necesitando el general Cruz de recursos para continuar la guerra, le ocurrió el restablecimiento del antiguo y odioso tributo que se exigía a los indios; que habían abolido las Cortes, o sea la primera regencia de Cádiz, y que ciertamente era la marca más afrentosa de la servidumbre que reportaban nuestros indígenas, y que el visitador Gálvez echó a la plebe de Guanajuato para castigarla de la rebelión ocurrida cuando la expatriación de los jesuitas de aquella ciudad. Otros me han dicho que por haberles quitado las redes para pescar y hacer gran comercio con que se sostienen muchos pueblos que rodean aquel famoso lago; sea de esto lo que se quiera, lo cierto es que a Cruz se le presentó la defensa de la libertad de los indios en aquel punto como cosa despreciable. No pareció tal muchos años atrás a uno de sus predecesores en el gobierno de aquella provincia (el Sr. Montesinos), el cual, como hubiese sido preguntado en Guadalajara, después de una visita que hizo por aquella comarca, qué cosa había notado particular, respondió:

En la laguna de Chapala he advertido que hay una isla que si llega a haber en esta provincia una guerra, dará mucho en que entender al gobierno ...

Vaticinio político que ha tenido sU cumplimiento después de dos siglos, y que no estuvo en el cálculo previsor del general Cruz. Sea también de esto lo que se quiera, yo no me detendré en hacer una prolija historia del mar Chapálico (como le llama el sabio Clavijero), porque no es de este lugar: relaciones hay, y muy circunstanciadas, de aquel punto, e ilustradas en estos días últimos con el mapa geográfico que de él ha grabado de mala mano el Sr. López López, y que por presentarlo halagüeño, le ha pintado o aumentado con algunos arbolitos o bosques que alteran la esencia de la descripción, y que debió omitir.

Para nuestro intento bastará decir con el general Cruz en su oficio al virrey de 9 de octubre de 1813 ...

que Chapala tiene ochenta leguas de circunferencia; que dista de Guadalajara catorce a dieciséis leguas, y que la isla de Mescala es un peñasco casi escarpado y sin fondo para atracar los botes, distante seis millas de tierra lo menos por la línea más corta.

(Oficio de 2 de octubre de 1813.)

Para poder instruir, no a la presente generación que lo está bien de estos sucesos, sino a la posteridad que a lo menos los tendría por exagerados, pedí una relación exacta al Congreso del Estado de Jalisco, quien, convencido de mi justicia, la exigió del presbítero D. Marcos Castellanos, y dicho Congreso me la mandó por medio de su gobernador D. Luis Quintanar con oficio datado en 3 de febrero de 1824, que a la letra dice:

Por disposición del honorable Congreso de este Estado, acompaño a V.S. original la memoria de acciones heroicas sostenidas en la laguna de Chapala por los indios de este pueblo, a fin de que V.S. en el Cuadro Histórico de la gloriosa revolución de la América mexicana, pueda, como desea, hablar circunstanciadamente, en la inteligencia de que dicha noticia es formada por el mismo que acaudilló a aquellos valientes, cuyo carácter es franco e ingenuo.

Dios, etc., Guadalajara 3 de febrero de 1824.
Luis Quintanar.

Señor diputado al Congreso de la nación, ciudadano Carlos María de Bustamante.

El señor D. Marcos Castellanos, dice a la letra lo que sigue:

Excmo. Sr.

Fueron tan repetidas las acciones heroicas que se sostuvieron en la laguna de Chapala y otros puntos de tierra por los indios que estuvieron a mis órdenes, las de Encarnación Rosas, y José Santa Anna, gobernador actual del pueblo de Mescala, que es imposible especificarlas, pues aunque de todas había constancia al tiempo de la capitulación de la isla, me pareció conveniente quemar todos los papeles que hacían relación de él, temiendo que el antiguo gobierno quisiera imponerse de los beneméritos patriotas que nos auxiliaban, y que de esto les resultase algún perjuicio; pero sí daré noticia de aquellas que con acuerdo de los pueblos que las sostuvieron hemos podido traer a la memoria, que manifestaré sencillamente, y son las siguientes:

En 19 de noviembre de 1812, estando Encarnación Rosas con doscientos hombres en San Pedro Ixican, fue atacado en el mismo pueblo por el comandante de la Barca José Antonio Serrato, que llevaba mucho mayor número de tropa de línea, con la cual logró echarlo fuera de dicho pueblo, y a toda su gente, y en seguida comenzó a quemar las casas; lo que habiendo observado sus dueños, se reforzaron en el camino con la fuerza que llevaba el actual gobernador de Mescala José Santa-Anna, y acometieron con tanto valor a Serrato, que lo destrozaron completamente, le quitaron trescientos fusiles, muchos pares de pistolas y sables, quedando en el campo multitud de muertos que no contaron por no ocuparse en eso (según ellos se expresan), siendo de advertir que las armas con que los indios se defendieron y sostuvieron la acción no pasaban de seis fusiles, algunas lanzas, machetes y piedras.

El día 3 del mismo mes y año se pasaron Rosas y Santa-Anna con toda la fuerza al pueblo de Poncidán, en donde estaban reunidos todos los más que se le dispersaron a Serrato a las órdenes del comandante de dicho pueblo, que lo era D. Rafael Hernández, quien con mayor número que tenía de aquel vecindario, el de Atotonilco, Ocotlán, Tomatlán, Zapotlán del Rey, Arandas, Jamay, Otatán, y más refuerzo que vino de la Barca, se puso en defensa para resistir a los referidos Rosas y Santa-Anna, cuya acción duró todo el día, y en ella ganaron los indios doscientos fusiles, y muchas pistolas y sables; no pudiendo tomar más armas por haber huido aquellas tropas, y se arrojaron al río, donde pereció la mayor parte con todo y armamento, quedando el campo sembrado de cadáveres.

Concluida esta acción se retiraron al cerro, y allí se manuvieron tres semanas y bajaron con la mira de atacar al cura Alvarez, que se hallaba de guarnición en el mismo Poncitlán; verificáronlo así, y habiendo entrado en acción, hicieron Una retirada engañosa; siguiéronlos las tropas hasta el mismo cerro, y allí formalizaron el ataque, quitándole al cura Alvarez cien fusiles, dos cañones, varios cuchillos y pistolas. El cura escapó herido en el pescuezo, dejando gran número de muertos; los indios sólo tuvieron cuatro.

Pocos días después de este acontecimiento, estando en el cerro de San Miguel, vieron que venía más fuerza de Poncitlán sobre ellos, y para ahorrarles la fatiga de subir (es expresión de los indios), salieron a recibirla y haciéndoles un corto saludo los hicieron revolver, pero bien ligeros, y con tal motivo se volvieron a su isla.

Hallándose en ella los fue a atacar D. Angel Linares con siete canoas pequeñas y una grande, todas llenas de tropa; luego que las divisaron los indios les salieron con las suyas y las destruyeron en un instante: apenas se les escapó una sola con dos soldados, dos remadores y el oficial Galli, que fue el mensajero de este acontecimiento: la demás gente murió; la mayor parte de las armas quedó en la laguna, y de Santa-Anna sólo perecieron tres hombres y un herido.

Paréceme que debo ingerir en esta relación el comprobante que tengo a la vista, es decir, un parte firmado de Cruz al virrey, datado en 27 de febrero a las dos de la tarde, que a la letra dice:

Excmo. Sr.

Con el mayor dolor participo a V.E. que a las dos de la mañana del día de hoy he hecibido la fatal noticia de que ha perecido en la laguna de Chapala el bizarro teniente coronel D. Angel Linares Con el capitán de dragones de Nueva Galicia D, Joaaquín Moreno, el teniente del propio Cuerpo D. Antonio Beltrán, el subteniente de Puebla graduado D. José Maya, D. Pablo Bustamante, sobrino de Linares, que servía en clase de voluntario distinguido a sus expensas, y veintitrés soldados de infantería; esta desgracia ha sido tanto más sensible cuanto que ha sucedido sin necesidad, y contraviniendo a mis órdenes.

Se hallaban preparadas en Ocotlán siete canoas compuestas del mejor modo posible para hacer el ataque a la isla de Mescala, luego que llegasen la lancha y botes que tengo mandados hacer en San Blas. Linares me pie dió permiso, hace más de un mes, para llevar a las orillas del pueblo de Mescalá las citadas canoas, lo que le negué, haciéndole ver no era cosa de exponerlas, ni alarmar tampoco a los indios del islote, hasta que llegase la ocasión oportuna para su ataque. Las circunstancias de repetidas incursiones de esta canalla, me obligaron a situar a Linares en el mismo pueblo de Mescala para impedirlas, y careciendo de nuevo permiso para llevar las canoas, ofreciendo no darme ningún motivo de disgusto, y fundando su nueva petición en que las deseaba para pescar.

Accedí a ello, y ayer después de las doce del día, por un efecto de paseo, y también con el celoso fin de hacer un reconocimiento se embarcó en las siete canoas (1), se acercó demasiado a la isla, se empeñó en un ataque temerario, se hálló rodeado de más de setenta canoas, y aunque me dice el oficial que vino a darme parte, que hizo una bizarrísima y gloriosísima resistencia, fue al fin la víctima de su imprudente y no necesario arrojo.

No puedo lisonjearme de que ninguno de los infelices oficiales y tropa estén prisioneros, pues conozco la ferocidad de aquellos indios (2). Además de que casi me aseguran los vieron asesinar. Se salvaron sólo tres canoas, y el oficial de una de ellas fue el mismo que ha venido a dar parte. Esto es lo que sé hasta la hora presente y dejo a la consideración de V.E., las consecuencias que pueden resultar, y que recelo, y la dificultad de reemplazar al desgraciado Linares.

Pasado un mes -continúa Castellanos-- tuvieron noticia en la isla de que se dirigía a San Pedro una división que salía del campo; con tal motivo se dispuso ponerse en camino a encontrarla, la que habiéndose avistado en el puerto nombrado la Peña, se aproximaron y la atacaron, logrando derrotarla completamente, escapándoseles únicamente dos que se fugaron. Mandaba esta tropa el teniente coronel D. Antonio Alvarez. De los de la isla murió uno, y otro salió herido.

En el puerto de la Vigía, que está a un lado de Tlachichilco, se concluyó una acción que comenzaron en el de la Angostura, desde donde siguiendo a una división que había salido del campo, y en cuya retirada le mataron los indios la mayor parte, les quitaron muchos fusiles y otras varias armas con un cajón de parque, y de los de Santa-Anna murieron tres que venían dispersos.

Como ya la gente de la isla se había impuesto tanto a la guerra, no estaba a gusto cuando no se le presentaba ocasión de batirse; de aquí es que daba sus salidas por distintos puntos, donde consideraba que podía tener reencuentros con las tropas realistas, y si por casualidad no las hallaba se dirigía al campo enemigo. En una de ellas, estando en el ojo del agua inmediato al mismo campo, salió de éste una partida considerable de tropa y en la cima del cerro se estuvieron atacando todo el día hasta que se retiró aquella fuerza, se ignoran los daños que recibiría; de parte de los indios murieron dos.

Otra vez salió Santa-Anna para Atequisa, donde había tropa de línea, y luego que llegó a la hacienda comenzó a atacar; duró la acción lo más del día, hasta que logró encerrarlos en la hacienda, que se hallaba fortificada, causa porque se ignoran los estragos que sufriría. De la isla murió uno, se trajeron ocho fusiles y un par de pistolas; viniéndose para la laguna llegaron de paso al campo donde había cien hombres, y mataron la mayor parte de ellos. El resto retrocedió a escape para el mismo campo. También se tomaron los indios muchos fusiles, pistolas y dos cajones de parque.

Volvió después al campo el mismo Santa-Anna, atacó un barrio llamado el Zapo, que mandó quemar, salió no poca tropa a seguirlo, la hizo retroceder, y mató seis.

Otra vez salieron algunas canoas a traer leña, les acometió una división que estaba en Mescala, y los hizo retirarse a embarcar; pero como luego aquella tropa comenzó a insultarlos con palabrotas, salieron a atacarse con ella y la derrotaron completamente, escapándose sólo cinco o seis soldados; quitáronle muchas armas, una carga de parque, y no pocas monturas.

Teniéndose noticia de que en la hacienda de Buenavista había llegado tropa de refuerzo, le cayó Santa-Anna a las ocho de la noche, y la derrotó en términos de no escapar ni un hombre, tomándoles como cincuenta fusiles y otras armas.

En el pueblo de Ocotlán, que también se hallaba reforzado de tropa, fue el mismo Santa-Anna y lo atacó, los hizo meter a la iglesia y trepar a algunos a la torre; mató muchos, quitó doce fusiles, y otras armas. También tUvo noticia de que en Ixtlán había una gruesa reunión de tropas, y Santa-Anna se dirigió al momento a encontrarla, como lo verificó muy luego; dispersóla, mató veinte hombres y tomó ocho fusiles.

En una salida que dieron diez o doce canoas para Palo Alto, estando en la puerta de él las atacaron cinco falúas y la balandra, y éstas comenzaron a atacar dichas canoas. La acción duró todo un día y una noche, hasta que se retiraron las falúas, ignorándose el daño que recibirían. De los indios hubo un muerto y dos heridos.

Santa-Anna supo que la tropa de los buques españoles había desembarcado en la ranchería de la Columba, con objeto de destruirla; marchó prontamente sobre ella, y la atacó con tanta intrepidez que no le dio ni aun tiempo para formarse. Por tanto, la estrechó a tomar la fuga y reembarcarse precipitadamente, en cuyo acto murieron muchos y dejaron porción de fusiles abandonados.

En Tuxcueca fueron los indios acometidos por las falúas, y sólo allí perdió Santa-Anna una canoa con tres hombres y un cañoncito, lo que ocurrió por haberse quedado distante de ellos.

Había en el pueblo de Xocotepec un refuerzo de tropa considerable, y dentro de cortaduras; Santa-Anna las rompió y acometió aquel punto fortificado con tanto brío, que los pocos que quedaron se escaparon en la torre del pueblo. El cura de aquel lugar murió en la acción: llamábase D. Pablo Márquez. Ninguno habría quedado si Santa-Anna no respeta religiosamente el asilo de la iglesia. De paso llegó a Chapala, donde había cuarenta dragones; éstos huyeron, pero fueron alcanzados y perecieron todos; lleváronse los indios sus armas y también un crucifijo que habían traído de Jucumatlán. (Llamábanle el Señor del Camichin.)

Otras dos ocasiones acometieron a Ocotlán, y como ya estaba defendido con dos cortaduras, sólo lograron en una de ellas romper una, entrar y sacarse mucho maíz que necesitaban para su mantención, que fue el principal objeto que los llevó. En esta entrada mataron como treinta hombres, de la isla murieron siete. Viniéndose de regreso, se quedaron dormidos en la hacienda de San Agustín, y allí fueron sorprendidos por las tropas del mismo pueblo, las que lograron dispersar a Santa-Anna; pero reuniéndose en el mismo acto les acometió violentamente y quitó un tercio de lanzas, les mató un capitán, además las puso en precipitada fuga, matándoles en el alcance diez; los indios tuvieron cinco heridos.

Habiendo dispuesto el Sr. Negrete tomar la isla por fuerza de armas, mandó atracar sus lanchas, y dos canoas grandes que llevaba mancornadas, con bastante parque y tropa; pero en breve se desengañó de su temeridad, porque habiéndole caído una gran tempestad de piedras encima, por una fortuna se escapó de perder la vida, pero no los dedos de una mano; murió la mayor parte de la gente, perdió las dos canoas, un cañón, las dos cargas de parque, y dicho jefe compró bien caro el desengaño de que aquella roca no era tan fácil de tomar como creía.

En Corrales tuvieron los americanos un encuentro con la división del teniente coronel D. Juan Cuéllar: compondríase de cerca de quinientos hombres de caballería e infantería; murió en la acción dicho jefe y la mayor parte de su gente; la que escapó lo debió a los caballos; tomáronsele como doscientos fusiles y crecido número de otras armas; de los americanos apenas llegarían a doce los muertos.

Aunque no se logró presa alguna en la acción que voy a contar me parece no debo omitirla, por acreditarse en ella el valor y constancia de la gente que estaba a mis órdenes. Fue el caso, que habiendo enviado todas las canoas a Columba por leña, sin más armamento que tres fusiles, viniendo ya cargadas, les salieron al encuentro las catorce embarcaciones de la escuadrilla española. Llamóles la atención Santa-Anna con tres canoas, en las que iban repartidos dichos tres fusiles con los que hacían un repetido fuego, y con él tuvieron lugar las demás de llegar, descargar, y pertrecharse de armas y parque para volverse a auxiliar a los compañeros, cuyo ataque duró todo el día hasta que se retiraron las lanchas al anochecer, sin saberse los daños que recibieron, no causando éstas a las canoas ninguno.

La falúa nombrada Teresa se había propuesto causarnos las mayores incomodidades. Diariamente nos insultaba de mil maneras su tripulación, aproximándose mucho hacia la isla: díjeselo a Santa-Anna y se propuso escarmentarla. Salióle una noche con diez canoas, y llegándose al abordaje, y trasbordándose el mismo Santa-Anna con un compañero suyo, mataron a lanzadas a los que iban dentro, y se llevaron la falúa con cinco heridos.

En el cerro del Divisadero se encontraron con crecido número de tropa que venía al mando de D. José Vallano, a la que atacó Santa-Anna, y la derrotó completamente, muriendo en ella dicho Vallano y la mayor parte de su gente. Santa-Anna vino a darme parte de aquella victoria, y por esto dejó su fuerza en el citado punto; mas ésta fue el día siguiente acometida por el coronel Correa, cayéndole de sorpresa; así es que la derrotó, y cuando llegó Santa-Anna encontró a los indios en dispersión, y con no poco peligro logró escaparse del campo.

Desde esta acción ya la victoria volteó su semblante halagüeño, en esquivo a los indios. Cruz formalizó el sitio por el rumbo del Sur e impidió todo recurso de víveres situándose en el campo de Talchichilcon, hasta obligarlos a capitular. ¡Qué dinero, qué hombres, qué fatigas, qué compromisos no costó a los jefes españoles poner sus plantas sobre la roca de Mescala!

Eso es punto digno de meditarse y de admirarlo, para honor de la nación mexicana.

Como me he propuesto seguir en lo posible el orden de las épocas, me ha parecido conveniente terminar por ahora esta relación, hasta que hablemos de los sucesos ocurridos posteriormente en que se verificó la entrega de la isla de Mescala al general Cruz; entonces veremos los términos y modo con que se verificó, y daremos una idea de la fortificación que dicho jefe subrogó a la de los indios. Tal vez podremos también presentar un mapa y relación de su actual estado, si hubiese dinero para mandar grabar una lámina.



Notas

(1) Vaya con todo y exageración.

(2) De hecho les corrían la diligencia, y cuando se les preguntaba por los prisioneros, respondían: ¡Pues quién sabe! Si juyó, señor. Recién comenzada la guerra, Cruz les mandó un papelote exhortándolos a la obediencia al rey de España; el comisionado lo leyó en voz alta, y los indios lo escucharon atentamente: concluía con bravatas diciendo que si no se sometían correría la sangre en abundancia, y al terminar les preguntó a tos indios: ¿Qué respondéis a esto?, y ellos, como si estuvieran insuflados por un espíritu y hablaran por una boca, respondieron simultáneamente: Que corta el sangre.
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