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Capítulo 54

La entrevista en Xochimilco de los Generales Emiliano Zapata y Francisco Villa,

El viernes 4 de diciembre se efectuó en Xochimilco una histórica conferencia. Dos luchadores humildes que procedían de la gleba, los Generales Emiliano Zapata y Francisco Villa, se reunieron con fraternal abrazo en la bella población de los lagos y de las flores. Eran dos antiguos peones, genuinos representantes de las clases oprimidas, que habían sufrido las persecuciones de las autoridades. Francisco Villa un prófugo de la justicia, que tuvo que recorrer por varios años las serranías y las llanuras de Durango y Chihuahua. Emiliano Zapata que también fue víctima de los poderosos y hasta fue consignado como soldado, tomado por leva forzada, en el Noveno Regimiento de Caballería. Los dos eran los representantes genuinos de los campesinos eternamente explotados.

Preliminares de la histórica entrevista.

A raíz de su arribo a Tacuba, el General Villa procuró celebrar una entrevista con el General Zapata. Para ello se valió del licenciado Antonio Díaz Soto y Gama. Se fijó la hora para el encuentro en Xochimilco. A las 8 de la mañana el General Villa montó a caballo, acompañado del General Roque González Garza y de una pequeña escolta. Siguiendo calles apartadas del centro, llegó hasta la calzada de San Antonio Abad y recorrió la calzada de Tlalpan, para llegar a la población de las chinampas a las 12:10 de la mañana, al edificio que provisionalmente ocupaba la prefectura en la calle Juárez. Poco después arribó el General Otilio Montaño, quien abrazó al General Villa y le dio la bienvenida.

El General Villa fue rodeado por una multitud ávida de conocerlo. Los habitantes de Xochimilco lo vitoreaban sin cesar en aquella soleada y fresca mañana del mes de diciembre. Pasados algunos instantes se vio aparecer por la carretera de Cuernavaca un automóvil en que venía el General Zapata, seguido por otros dos y por una escolta a caballo. Los dos caudillos de los humildes se abrazaron efusivamente.

A la comitiva se agregaron los inevitables señores George Carothers y Canova, representantes del gobierno norteamericano. Terminadas las salutaciones, los jefes de la División del Norte y del Ejército Libertador del Sur, se dirigieron a la casa del señor Manuel Fuentes en la octava calle de Hidalgo.

La entrevista preliminar.

Gracias a la gentileza del General Gontález Garza quien me proporcionó una versión taquigráfica de la conferencia preliminar, tomada por el señor Gonzalo Atayde, su secretario particular, estoy en la posibilidad de transcribirla íntegra, suprimiendo solamente algunos dicterios demasiado fuertes enderezados contra don Venustiano Carranza y advirtiendo que los subtítulos han sido intercalados por el autor de estas líneas.

A guisa de preámbulo, la versión contiene lo siguiente:

EI General Villa en una de las cabeceras de una mesa de comedor. A su derecha en el siguiente orden, los señores Paulino Martínez, dos señoras, una de ellas pariente del General Zapata, en seguida el niño Nicolás Zapata, hijo del General don Emiliano, después el señor don Alfredo Serratos, le sigue el General Roque González Garza a cuya derecha está el General Amador Salazar, y por último, el Capitán Alberto B. Piña. A la izquierda del General villa, el General Zapata, el General Eufemio de igual apellido, el General Palafox, secretario del General Emiliano Zapata, seguidamente el General Banderas, quien se levanta momentos después, siendo ocupado su lugar por el Capitán Manuel Aiza.

Al principio hablan los Generales Zapata y Villa respecto a una carta del segundo al primero, interviniendo el General Palafox para fijar la fecha de la carta.

El diálogo entre dos antiguos peones.

Después se generaliza la conversación en esta forma:

El General Villa. Siempre estuve con la preocupación de que se fueran a quedar olvidados, pues yo tenía empeño de que entraran en esta revolución. Como Carranza es un hombre tan, así, tan descarado, comprendí que venían haciendo el control de la República; y yo, no más esperanzado ...

El General Zapata. Ya han dicho a usted los compañeros: siempre lo dije, les dije lo mismo, ese Carranza es un c ...

Villa. Son hombres que han dormido en almohadas blanditas. ¿Dónde van a ser amigos del pueblo que toda la vida se la ha pasado de puro sufrimiento?

Zapata. Al contrario, están acostumbrados a ser el azote del pueblo.

Villa. Con estos hombres no hubiéramos tenido ni progreso, ni bienestar, ni reparto de tierras, sino una tiranía en el país. Porque usted sabe, cuando hay inteligencia y se llega a una tiranía y si es inteligente la tiranía, pues tiene que dominar. Pero la tiranía de estos hombres era una tiranía taruga y eso sería la muerte del país. Carranza es una figura que yo no sé de dónde salió para convertir a la República en una anarquía.

Palafox. Lo que hicieron en la ciudad de México no tiene precedente; si hubieran entrado los bárbaros lo hubieran hecho mejor que ellos.

Villa. Es una barbaridad.

Zapata. En cada pueblo que pasan ...

Villa. Sí, hacen destrozo y medio. No había otro modo para que se desprestigiaran, para que se dieran a conocer, pero ahora ... estos hombres no tienen sentimientos de Patria.

Palafox. De ningunos, de ninguna clase de sentimientos.

Villa. Yo pensaba que con nosotros pelearían ahora que empecé a caminar (desde), el Norte; pero, no, no pelearon.

Zapata. Aquí empezaban a agarrarse fuerte, y ... ya lo ve usted.

Serratos. (Dirigiéndose al General Zapata) Que si no quería usted someterse tenía ciento veinte mil hombres, para darles a los del Sur lo que necesitaban, eso fue lo primero que dijo Carranza.

Las cuitas de Villa y de Zapata.

Villa. Para que ellos llegaran a México fue para lo que peleamos nosotros. El único ejército que peleó fue el nuestro. Nunca nos hacían nada, no obstante que tenían guarniciones hasta de mil hombres. Los que por allá pelearon muy duro fueron estos huertistas; llegó a haber batallas donde hubiera poco más de cinco mil muertos.

Zapata. ¿En Zacatecas?

Villa. En Torreón también; allí estuvo muy pesado: pelearon como dieciocho mil hombres. En toda la región lagunera peleamos como veintisiete días. Pablo González, que estaba comprometido conmigo para no dejar pasar federales, me dejó pasar once trenes; pero todavía nos corrió la suerte que pudimos con ellos y todavía les tomamos Saltillo y otros puntos, y si acaso se descuida ese González lo tomamos hasta a él. (Risas).

Zapata. Yo luego calculé: donde van a esperarse y hacerse fuertes es en Querétaro.

González Garza. Allí esperábamos nosotros la batalla.

Villa. Yo esperaba que por ahí, por el Bajío, hubiera unos seiscientos o setecientos muertos; pero nada: puro correr.

Serratos. En la Huasteca han estado haciendo la mismo. Igual.

Villa. En estos dias entró Murguía a un pueblo de por aquí.

Serratos. Zitácuaro.

Villa. Pues creo que sí. Sorprendió a la guarnición diciendo que era convencionista y asesinó como a treinta oficiales y jefes y una parte de tropa. Pero yo le cargué tropa por distintas partes.

Los destinos de México.

Villa. Vamos a ver si quedan arreglados los destinos de aquí de México, para ir luego a donde nos necesiten.

Serratos. En las manos de ustedes dos están.

Villa. Yo no necesito puestos públicos, porque no los sé lidiar. Vamos a ver dónde están esas gentes. Nomás vamos a encargarles que no den quehacer.

Zapata. Por eso yo se los advierto a todos los amigos, que mucho cuidado, si no, les cae el machete. (Risas).

Serratos. Claro ...

Zapata. Pues yo creo que no seremos engañados. Nosotros nos hemos estado limitando a estarlos arriando, cuidando, cuidando, por un lado y por otro, a seguirlos pastoreando.

Villa. Yo muy bien comprendo que la guerra la hacemos nosotros los hombres ignorantes y la tienen que aprovechar los gabinetes; pero que ya no nos den quehacer.

Zapata. Los hombres que han trabajado más son los que menos tienen que disfrutar de aquellas banquetas. No más puras banquetas. Y yo lo digo por mí: de que ando en una banqueta hasta me quIero caer.

Villa Ese rancho (la ciudad de México) está muy grande para nosotros. No más que se arregle esto para ir a la campaña del Norte. Allá tengo mucho quehacer. Por allá van a pelear muy duro todavía.

Zapata. Porque se van a reconcentrar en sus comederos viejos.

Villa. Aquí me van a dar la quemada; pero yo creo que les gano. Yo le aseguro que me encargo de la campaña del Norte y yo creo que a cada plaza que lleguen también se las tomo; van a parar el asunto de que para los toros de Tepehuanes, los caballos de allí mIsmo.

Zapata. Pero como tienen que permanecer, por ejemplo, en las montañas, y así en los cerros, de manera que las fuerzas que tienen no conocen los cerros.

El reparto de tierras.

Serratos. ¿Qué principios van a defender?

Villa. Pues yo creo que a Carranza todavía; pero de Patria no veo nada. Yo me estuve ensuichado cuando la Convención; empezaron: Que se retire el General Villa, y que se retire, y yo dije: Creo que es bueno retirarse, pero es mejor hablar primero con el General Zapata. Yo quisiera que se arreglara todo lo nuestro, y por allá, en un ranchito -lo digo por mi parte-, allá tengo unos jacalitos que no son de la Revolución. Mis ilusiones son que se repartan los terrenos de ios riquitos. Dios me perdone; ¿no habrá por aquí alguno? (Irónicamente).

Voces. ¡Es pueblo, es pueblo!

Villa. Pues para ese pueblo queremos las tierritas. Ya después que se las repartan comenzará el partido que se las quite.

Zapata. Le tienen mucho amor a la tierra. Todavía no lo creen cuando se les dice: Esta tierra es suya. Creen que es un sueño. Pero luego que hayan visto que otros están sacando productos de estas tierras, dirán ellos también: Voy a pedir mi tierra y voy a sembrar. Sobre todo ese es el amor que le tiene el pueblo a la tierra. Por lo regular toda la gente de eso se mantIene.

Serratos. Les parecía imposible ver realizado eso. No lo creen. Dicen: Tal vez mañana nos la quiten.

Villa. Ya verán cómo el pueblo es el que manda y que él va a ver quiénes son sus amigos.

Zapata. El sabe si quiere que se las quiten. El sabe por sí solo que tiene que defenderse. Pero primero lo matan que dejar las tierras.

Villa. Nomás le toman sabor y después les damos el partido de que se las quiten. Nuestro pueblo no ha tenido justicia ni siquiera libertad. Todos los terrenos principales los tienen )os ricos. Y él, el pobrecito encuerado, trabajando de sol a sol. Yo creo que en lo sucesivo va a ser otra vida, y si no, no dejamos estos maussers que tenemos. Yo aquí juntito a la capital tengo cuarenta mil mauseritos y unos setenta y siete cañones y unos ...

Zapata. Esta bueno.

Villa. Dieciséis millones de cartuchos aparte del equipo, porque luego que vi que este hombre (Carranza) era un ... me ocupé de comprar parque, dije: con la voluntad de Dios y la ayuda de ustedes los del Sur, porqqe yo nunca los abandoné, todo el tiempo estuve comunicándome.

Zapata. Estos c ..., luego que ven tantito lugar, luego luego se quieren abrir paso y se van al sol que nace. Al sol que nace se van mucho al c ...; por eso, a todos esos c ... los he quebrado, yo no los consiento. En tantito que cambian y se van, ya con Carranza, ya con el de más allá. Son una punta de sinvergüenzas. Ya los quisiera ver en otros tiempos.

Copas y comida.

Siguió la conversación interrumpida muchas veces por el ruido de una música que tocaba en el corredor de la casa. Se sirvieron copas de coñac. Villa pidió un vaso de agua. Hablaron de que en el gabinete había que entreverar a los gruesos con los mansos; de la gorra que usabá Villa y del sombrero de charro que llevaba Zapata, de Pascual Orozco y de cómo el jefe suriano quebró al padre de aquél, de la maldad de los científicos.

Se levantaron los dos jefes acompañados por el General Palafox, pásaron a una pieza inmediata, en donde conferenciaron cerca de una hora. Mucho se ha especulado sobre esa conferencia secreta. La versión sobre ella que tiene más visos de certidumbre es la de que en ella se trató de que los zapatistas se encargarían por entero de la campaña sobre la ciudad de Puebla y de la ayuda que proporcionaría Villa en armas y cartuchos.

Volvieron al salón principal. Ya estaba servida la comida, integrada por platillos nacionales. Tomaron la palabra muchos de los asistentes: Mauro Quintero, don Paulino Martínez, el licenciado Antonio Díaz Soto y Gama y el General Roque González Garza. En todos los discursos campeó un sentimiento de fraternidad entre los hombres del Norte y del Sur. En el ambiente flotó el ideal agrario y la seguridad de que el pacto celebrado entre los hombres de origen humilde sería cumplido en todas sus partes.


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