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Capítulo 43

Una flor de veinte días y don Venustiano Carranza ascendido a General de División.

Volvemos nuestra vista hacia Aguascalientes, dejando a don Venustiano Carranza en su labor de abierta pugna o rebeldía contra la Convención. La sesión habíase citado para las 11 de la mañana del 2 de noviembre, pero seguramente, por el hecho de haber terminado la anterior, al filo de la medianoche, por las felicitaciones, los parabienes y los abrazos al General Eulalio Gutiérrez, Presidente electo, por las expansiones quizá un poco excesivas, numerosos señores Generales y representantes habíanse desvelado más de la cuenta, con el resultado natural de que muy pocos concurrieron, puntualmente, a la hora de la cita. El Vicepresidente José Isabel Robles, hizo nuevo citatorio para las 2:30 de la tarde.

Flor de veinte días.

Hasta las 3 de la tarde logró reunirse el número suficiente de ciudadanos delegados para abrir la sesión, que presidió el General Pánfilo Natera. Se puso a debate el artículo tercero del dictamen de las Comisiones unidas de Gobernación y Guerra, que rezaba:

Dicho Presidente protestará ante la Convención cumplir y hacer cumplir el programa de gobierno que emane de ella, así como sus demás acuerdos, para realizar en un período preconstitucional, las reformas sociales y políticas que necesite el país.

Habló en contra Roque González Garza haciendo notar el cambio registrado en la asamblea, en el transcurso de unas cuantas horas. Expresó que ya se había logrado la unión revolucionaria y que en aquellos momentos todo era patriotismo y concordia por haber desaparecido la causa que dividía a los revolucionarios. Se opuso a que se aprobase el artículo en la forma presentada, pidiendo se le agregase: Tendrá presente para su debido cumplimiento el inciso B del artículo segundo. Precisamente aquel que fijó un plazo de veinte días para que mediante la concurrencia de los delegados del Ejercito Libertador se ratificara o rectificase la elección hecha la víspera, en favor del General Eulalio Gutierrez.

Samuel M. Santos manifestó no oponerse a que protestara el Presidente recién designado, pero agregó que esta protesta debería efectuarse después de tenerse la renuncia del señor Carranza. Conceptuó absurdo que el Presidente designado ofreciera cumplir un programa que nI sIquIera conocía.

En aquellos momentos el General Natera advirtió que el General Gutiérrez ocupaba su sitio habitual confundido entre todos los delegados y le invitó para que ocupara un asiento a su lado en la Mesa Directiva. La asamblea aplaudió estrepitosamente. Gutierrez tomó asiento a la izquierda del Vicepresidente Natera.

Hablaron otra vez González Garza y Santos y además Eduardo Hay y Gutiérrez de Lara. Al fin, el artículo quedó aprobado por unanimidad de ciento nueve votos, quedando en la forma que sigue:

Dicho Presidente protestará ante la asamblea cumplir y hacer cumplir los acuerdos que de ella emanen teniendo en cuenta lo prescrito en el artículo anterior.

La doradura de la amarga píldora.

A continuación se discutió el artículo que tendía a dorar la amarga píldora del cese a don Venustiano Carranza. Decía así:

Reconózcase el grado de General de División, con la antigüedad de la fecha del Plan de Guadalupe, el ciudadano Venustiano Carranza.

El encargado del Poder Ejecutivo debe haber sonreído despectivamente al conocer esta parte del dictamen. El había hecho muchos Generales pero siempre despreció este título. Usaba un uniforme gris sin insignias militares y se había conformado con el título de Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, es decir, como superior jerárquico de los Generales de División que él mismo había creado.

Inmediatamente después que la Secretaria terminó la lectura del artículo que se ponía a debate, estalló unánime aplauso y se escucharon gritos: ¡Aprobado! ¡Aprobado! Sin embargo David G. Berlanga propuso que la fecha de la antigüedad fuera la del 23 de febrero de 1913, en que Carranza desconoció al usurpador Victoriano Huerta. Obregón sugirió que la dicha fecha debería ser la del 26 de marzo, en la que por los convenios de Piedras Negras, se reconoció la jefatura de Carranza.

Eduardo Hay hizo un caluroso elogio del Primer Jefe, diciendo que la concesión que se le hacía del supremo grado militar constituía un acto de justicia. El señor Carranza -terminó- estará premiado con el juicio de la Historia que reconocerá sus nobies esfuerzos por el bien de la República. Estoy seguro, porque sé que es patriota, que el señor Carranza cumplirá los acuerdos de la Convencíón, porque sabrá mantener limpio su nombre.

El título de maestro de escuela para Carranza.

Castillo Tapia expresó textualmente:

Este no es un acto de justicia ni entraña ningún honor. Si esta asamblea fuera verdaderamente revolucionaria, le concedería el honor que fue concedido al triunfador almirante Togo: lo haría maestro de escuela; porque General de División no es sino un hombre que tiene mando sobre determinado número de hombres.

Y agregó:

Y la verdad es que en el fondo de esto no se trata más que de dorarle la píldora al señor Carranza.

Terminó pidiendo que la antigüedad se contara a partir del 2 de noviembre de 1914.

El General Obregón, uno de los firmantes del dictamen, que se sintió aludido por Castillo Tapia, replicó que no había sido su criterio el de burlarse del señor Carranza, y que al concedérsele la antigüedad a contar desde la fecha del Plan de Guadalupe, el mismo Carranza sería el decano de todos los Generales constitucionalistas. Todavía habló el Mayor Siurob, quien hizo tragar a la asamblea un largo discurso lleno de elogios para Carranza. Agotado el debate, se tomó la votación nominal resultando aprobado por ciento dos votos contra diez por la negativa.

Los ceses sin votos de gracias.

Inmediatamente después, se puso a discusión el artículo quinto que decía:

Dése un voto de gracias a los ciudadanos Carranza y Villa, por su actitud patriótica y por los altos servicios que han prestado a la Revolución.

Se opusieron a la aprobación de este artículo los delegados Julio Madero y José Inocente Lugo. Samuel M. Santos y el doctor Ríos Zertuche pidieron que las Comisiones lo retiraran del dictamen. Obregón insistió en que se aprobaran los votos de gracias, y lo mismo hizo el General Martín Espinosa. Habló nuevamente Santos, y al fin, el General Eugenio Aguirre Benavides, a nombre de las Comisiones, pidió permiso para retirar dicho artículo, cosa que le fue concedida.

El desmenuzamiento del Ejército revolucionario.

Se inició después la discusión del artículo sexto del dictamen:

Se suprimen las jefaturas de los Cuerpos de Ejército y las de las Divisiones, y sus jefes, el General Villa inclusive, pasarán a depender de la Secretaría de Guerra del Gobierno Interino emanado de esta Convención.

Con sorpresa de todos, el General Obregón, miembro de las Comisiones dictaminadoras, habló en contra. Convino en que deberían ser suprimidas las jefaturas de los Cuerpos de Ejército, pero no las de las Divisiones, porque si tal se hiciera, el ejército quedaría reducido a guerrillas.

El General Buelna apoyó el artículo, diciendo que la unidad militar superior debería ser la de las Brigadas, para evitar peligros. Osuna habló en contra. Gutiérrez de Lara expresó que deberían suprimirse los mandos divisionarios porque constituían un notable amago para la tranquilidad pública la acumulación tan grande de fuerza militar. Lugo y González Garza pidieron que fuera retirado el artículo a discusión. Las Comisiones, con permiso de la asamblea, lo retiran.

Las mismas Comisiones presentan el artículo reformado del modo siguiente:

Quedan fraccionados en Brigadas los Cuerpos de Ejército y Divisiones que actualmente forman el Ejército Nacional. Las fuerzas pasarán en su totalidad a depender directa y exclusivamente de la Secretaría de Guerra.

Se suscita nueva y larga discusión. Hablan el delegado Paniagua, entre la hilaridad de la asamblea, García Vigil, Santos Hay, Gutiérrez de Lara, Mariel, Alessio Robles y Buelna. Recogida la votación nominal, el artículo fue aprobado por ochenta y cuatro votos contra dieciséis de la negativa.

La Convención no podía expedir el cese de Zapata.

Tocó su turno al artículo séptimo del dictamen, que rezaba:

Con relación al General Zapata, dígase al Primer Jefe que este asunto se discutirá cuando hayan ingresado a la Convención los delegados del Ejército Libertador y sometídose a su soberanía.

Samuel M. Santos opinó que este artículo no debería figurar en la parte resolutiva del dictamen y que la misma redacción debía agregarse a los conslderandos del mIsmo. Se sometio el asunto a la decisión de la asamblea, y ésta aprobó la propuesta de Santos.

Participación a Carranza de su cese.

Los delegados Lugo y Siurob propusieron por escrito el nombramiento de una Comisión que oficialmente notificara al señor Carranza el acuerdo tomado por la asamblea en lo atañadero a su cese y que a la vez le hiciera conocer la designación del nuevo Presidente provisional y del texto de los demás artículos aprobados, quedando facultada dicha Comisión para arreglar la entrega del poder ejecutivo y la entrada a la ciudad de México del Presidente provisional electo por la Convención. Esta proposición fue aprobada sin discusión.

El traslado de la Convención a la ciudad de México.

Firmada por muchos delegados y en medio del mayor desorden, la Secretaría dio cuenta con una proposición para que al levantarse la sesión se citara para la siguiente en la ciudad de México, el día 5 de noviembre y en el local de la Cámara de Diputados.

Eduardo Hay presentó otra en que pedía que doce horas después de terminada la sesión, los delegados, en masa, se trasladaran a la ciudad de México. González Garza expuso que era imprudente trasladar la Convención a la capital mientras no se supiera si el señor Carranza estaba dispuesto o no a entregar el poder.

Escándalo por el nombramiento de una Comisión.

Luego la Presidencia, por conducto de uno de los Secretarios propuso los nombres de los delegados que deberían integrar la Comisión encargada de entrevistar a Carranza para los fines señalados antes.

Al escucharse en primer lugar el nombre de Antonio Villarreal, se oyeron voces:

¡Ese no vuelve!

Y la misma frase se repitió cuando el Secretario mencionó el nombre de Alvaro Obregón. Este indignado replicó:

¡Autorizo a cualquiera para que me escupa la cara si no vuelvo a esta Convención!

Siguieron los nombres de Eduardo Hay, Eduardo Ruiz, Luis González, Felipe Gutiérrez de Lara, Alfredo Rodríguez, José Cantú, Guillermo Castillo Tapia y Samuel Vázquez. El nombre de Hay fue subrayado por el comentario burlón de que no volvería. Varios delegados propusieron que Aguirre Benavides y Francisco de P. Mariel fueran agregados a la Comisión.

Berlanga impugnó a la Comisión, por numerosa, y sugirió que bastaría con que fuera integrada por cinco o seis miembros. Por votación fueron nombrados como integrantes de la misma los delegados Antonio I. Villarreal, Eugenio Aguirre Benavides, Alvaro Obregón, Eduardo Hay y Felipe Gutiérréz de Lara.

Comisión para comunicar al General Villa los acuerdos tomados.

Inmediatamente después se procedió a designar una Comisión para que comunicara al General Villa los acuerdos tomados por la Convención. Esta quedó integrada por los delegados Juan G; Cabral, Martín Espinosa, Fidel Avila, Enrique W. Paniagua, Samuel Vázquez y Miguel A. Peralta.

Villa se encontraba en la ciudad de Zacatecas.

Una sesión larga y tempestuosa.

Todavía la sesión del 2 de noviembre se prolongó por muchas horas. Menudearon incidentes ruidosos que estuvieron a punto de romper la reciente armonía lograda entre los delegados. El Coronel García Vigil, miembro de la Comisión de corrección de estilo, sometió a la aprobación de la asamblea la minuta de la contestación a la nota de Carranza fechada el 23 de octubre anterior, la que fue aprobada sin discusión.

Dos pliegos misteriosos.

Entre tanto, habían llegado a poder de la Mesa Directiva dos pliegos misteriosos que contribuyeron a exacerbar la enorme ansiedad de la asamblea y del numeroso público que se apretujaba nervioso. Y la inquietud se acrecentó cuando González Garza, representante del General Villa, expuso que, al saber su representado la decisión de la asamblea, le envió un escrito en sobre cerrado y lacrado, con instrucciones escritas de que debería ser abierto hasta después de conocer la contestación del señor Carranza.

Y Obregón hizo reír a mandíbula batiente a todos los delegados y concurrentes, diciendo con voz burlona:

Quiero presentar a la respetable asamblea esta hipótesis: si el señor Carranza envía también a la asamblea un sobre cerrado con iguales instrucciones ... ¿qué hacemos?

En el próximo capítulo daremos a conocer los textos de los dos misteriosos pliegos y los incidentes numerosos a que su lectura dio lugar.


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