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Capítulo 35

La sombra del Gaucho Múgica y los privilegios de los hermanos del sur

Ya hemos visto cómo en la memorable sesión del 28 de octubre se anotaron un sonado y legítimo triunfo los zapatistas al lograr que fueran adoptados como un mínimo los principios reivindicadores del Plan de Ayala. A las 10:30 de la noche, cuando todos los delegados se apresuraban para salir, el General Alvaro Obregón pidió que se efectuara una corta sesión secreta para tratar asuntos de gran importancia.

Un pliego cerrado y un cañonazo de cincuenta mil pesos.

¿Cuáles eran esos asuntos? El General Obregón expresó que al trasladarse él a la ciudad de México para entregar en propia mano, al Primer Jefe, el pliego en que se le invitaba para que personalmente concurriera a las sesiones de la Convención, éste había puesto en manos del mismo General Obregón un pliego cerrado y sellado que contenía su respuesta a la invitación que se le hizo, recomendando que éste fuera leído en una sesión de la asamblea. Además -dijo el General Obregón-, el Primer Jefe le había entregado cincuenta mil pesos para que éstos fueran distribuidos en calidad de dietas a los delegados acreditados ante la Convención.

Obregón pretendía que en aquella sesión secreta se decidiera la forma en que deberían repartirse los cincuenta mil pesos y además, que en aquellos momentos se abriera el pliego cerrado que puso en sus manos el Primer Jefe.

Airado, se opuso González Garza, arremetiendo en forma violenta contra Obregón. Manifestó que no debería haber secretos para el pueblo, que la respuesta de Carranza debería conocerse y discutirse en sesión pública para que la nación juzgara de la actitud de todos los que en aquellos momentos solemnes intervenían en el gran drama nacional en que se jugaban los destinos de la Patria y de cuyo desenlace dependía la paz, con la consiguiente grandeza del país, o la continuación de la guerra civil con su cauda de calamidades. Agregó que era de puntualizarse la coincidencia del envío de cincuenta mil pesos a la Convención, que muchos podrían considerar en aquellos momentos como un intento de compra de conciencias o de votos.

Obregón, rojo por la ira, lanzó frases duras y despectivas contra González Garza. Fue crudelísimo. Aquella reyerta verbal estuvo a punto de terminar en forma lamentable. Se interpusieron algunos delegados para calmar los ánimos y al fin, se resolvió que el debate sobre los dineros y la apertura del pliego cerrado deberían hacerse el día siguíente, en sesión pública.

El Gaucho Múgica, la incineración de billetes y los combates de Parral.

La sesión del 29 de octubre estaba citada para las 4 de la tarde. Desde las 2, el Teatro Morelos estaba lleno de bote en bote. El interés era enorme y la curiosidad llegaba hasta el clímax. Los comentarios eran extremadamente variados.

Entre los delegados se decía que todavía continuábase derramando inútilmente, sangre mexicana. Maclovio Herrera, había logrado apoderarse de la plaza de Parral y luego fue desalojado de allí por fuertes contingentes villistas. Se satirizó la quema de los billetes carrancistas en las calderas de la Oficina Impresora del Timbre y la emisión de nuevos billetes que salian de las prensas por millonadas. Y se suscitaron hartas opiniones sobre un asunto turbio y confuso en demasía: el fusilamiento de El Gaucho Múgica en Zacatecas.

Se recordaba que El Gaucho Múgica llegó a la ciudad de México con una compañía de circo; que el 18 de febrero mató en el hotel Iturbide a Carlos Gilberto Schnerb; que, reducido a prisión, confesó que en la República Argentina había dado muerte a otros dos individuos; que estando preso en la cárcel de Belén, la abandonó con muchos otros presidiarios para incorporarse en la Ciudadela a los levantados en armas contra el gobierno de Madero; que muerto éste, se presentó a la cárcel, en donde se fingió loco, logrando ser enviado al manicomio de la Castañeda, en donde desempeñó el cargo de loquero, y que al llegar a la ciudad de México las fuerzas constitucionalistas, fue puesto en absoluta libertad.

La versión villista.

Antes de que empezara la sesión, un grupo rodeó al General Mateo Almanza, de la División del Norte y uno de los cuatro Secretarios de la Convención. Dijo conocer todos los antecedentes y detalles del fusilamiento de El Gaucho Múgica. Afirmó que éste se había presentado en Zacatecas al General Villa diciéndole que era su admirador. No ocultó ninguno de sus antecedentes. La buena presencia de El Gaucho y su desparpajo impresionaron favorablemente al jefe de la División del Norte, quien desde luego aceptó sus servicios comisionándolo para que marchara a la ciudad de México a ponerse en contacto con los presos villistas que don Venustiano mantenía recluídos en la Penitenciaría del Distrito Federal y viera el modo de facilitarles la fuga.

Pero Villa tenía otros agentes en la capital, entre ellos un joven muy activo e inteligente apellidado Cabiedes Silva. Una amiga de éste lo enteró de que la doctora Victoria Lima, amante de El Gaucho, habíale dicho que su amasio estaba en relaciones íntimas con el General Pablo González y el General Cosío Robelo, Inspector general de Policía. La doctora Lima comunicó a la amiga de Cabiedes y éste, haciendo rapidísimo viaje a Zacatecas, lo transmitió inmediatamente al General Villa:

Yo no sé en qué andanzas andará El Gaucho. Sé que habla todos los días con los Generales Pablo González y Cosío Robelo, que fue a ver al General Villa, que ahora Múgica se encuentra aquí y se prepara para volver a Zacatecas. Me entregó para que le guardara, una gran cantidad de dinero.

Escena esquiliana.

En torno del General Almanza aumentaba a cada momento el grupo de oyentes. El General villista, menudo de cuerpo, de tez morena, picado de viruelas, con fama de valeroso, dando gran colorido a su relato, decía:

Con otros jefes yo estaba presente cuando se anunció la visita de El Gaucho Múgica que retornaba de la capital. Presentí para él lo peor. El General Villa ordenó que fuera llamado Carothers, el agente confidencial del presidente Wilson. Pasó un largo rato para que éste se presentara. Villa le dijo:

Lo he llamado a usted para que presencie cómo se comporta el carrancismo conmigo. Ha comisionado a un agente para que me asesine. Quiero que dé fe de ello.

Carothers miraba asombrado. Hizo algunas preguntas que el General no contestó. Villa dispuso que El Gaucho Múgica fuera introducido a su presencia.

El Gaucho, sin presentir lo que le esperaba, se presentó sonriente y tendió su mano al General. Este retiró la suya con repulsión. La mirada le relampagueaba y su rostro se encendió. Lleno de ira y echando espuma por la boca, dijo airado, al Gaucho:

Usted, hijo de la ... ha sido comisionado por los carrancistas para asesinarme. Ya conozco los tratos de usted con Pablo González, miserable, corriente, jesuita ... Usted vino a sorprenderme ... Y sacando su enorme revólver asestó al Gaucho un rudo cañonazo en la cabeza, cerca de la frente. La sangre corrió a raudales, llenando la cara del argentino. Villa frenético, gritó:

¡Registren a ese desgraciado!

Algunos dorados registraron al Gaucho. Llevaba una afilada daga y una pistola calibre .38. De un bolsillo interior del chaleco le sacaron una tarjeta credencial que lo acreditaba como Agente confidencial de la Inspección General de Policía del Distrito Federal y una carta firmada por el General Pablo González, que lo daba a reconocer como agente suyo y prevenía que no se le impidiera la entrada para que lo pudiera ver a cualquier hora del día o de la noche.

Villa, iracundo, con aquellos dos papeles en la mano, interrogó al Gaucho. Este, con el rostro bañado en sangre, dijo:

Mire, mi General, yo, sin conocerlo, acepté la comisión de asesinar a vos y recibí dinero. Lo confieso. Pero al conocerle, me convencí que usted es todo un hombre. Me recibió usted muy bien y yo me arrepentí de mi compromiso con los carrancistas. Yo nunca hubiera asesinado a vos. Al contrario, a vos hubiera servido hasta de rodillas. Mi General, no me matéis. Mandadme lo que gustéis. Yo soy hombre capaz de todo.

Villa, dio la orden:

Maten inmediatamente a este traidor.

Una escolta de dorados a pocos metros de distancia, fusiló al Gaucho Múgica. Se levantó un acta que suscribió el agente Carothers.

La versión de don Pablo González.

La prensa del norte de México publicó la anterior versión. El General don Pablo González, que se encontraba en Querétaro, envió a varios periódicos el siguiente telegrama:

La prensa trae la calumniosa noticia de que mandé al gaucho argentino Francisco Múgica, con el fin de que asesinase al General Villa. Si no fuera porque esa noticia ha sido dada con carácter oficial a la prensa extranjera por parte de personas allegadas al citado General, la hubiese despreciado; pero como tengo la firme convicción de que el hombre de honor nunca debe recibir los ataques del enemigo, por eso hablo.

Como hombre, como revolucionario y como jefe de Cuerpo de Ejército, no puedo, ni debo, ni quiero permanecer callado; esto sería indigno de mí y no deseo que más tarde alguien tenga algo que echarme en cara; por eso protesto, por eso se alza mi voz enérgica; para que se sepa que sólo han sido muertos por mí aquellos que tenían un rifle en la mano y podían, por tanto, defenderse. No tengo odios ni rencores personales; mis odios son contra la tiranía, mi rencor es en contra de los enemigos del pueblo. Me he impuesto una misión y la cumpliré con honor y dignídad; nunca recurriré al puñal del esbirro ni al tóxico del asesino; no usaré los medios ni me mancharé con los crímenes contra los cuales combatí y los combatiré si necesario fuere. De una vez por todas, sepa la Nación que Pablo González no es, ni ha sido, ni será un vulgar asesino; la Historia y la Nación darán a cada quien el lugar que debe corresponderle en la actual crisis política por la que atravesamos.

Pablo González.

Otra junta previa.

A las 4 en punto de la tarde se declaró abierta la sesión de junta previa para redondear la adopción de los principios del Plan de Ayala. En medio de la mayor impaciencia y entre disquisiciones hasta de carácter gramatical, transcurren dos horas. Luego se discute, fuera de lugar, si con la adopción de los mencionados principios, ya pueden discutirse las credenciales zapatistas. Estos dicen que el General Zapata pidió una prórroga para enviar sus delegados y que además debe aceptarse la otra condición sine qua non impuesta por el Ejército Libertador del Sur: la separación de Carranza como jefe del Poder Ejecutivo.

Eduardo Hay hace una moción diciendo que en aquellos momentos el tiempo además de oro, era sangre que se vertía inútilmente en las campiñas mexicanas. Pidió que la asamblea abandonara las discusiones bizantinas y abordara con toda fe los problemas medulares.

Los principios del Plan de Ayala fueron aprobados definitivamente en medio del griterío: ¡Viva la Convención! A las 6:45, se suspendió la junta previa e inmediatamente después, se abrió la sesión pública.

Luego se leyó un informe del General Obregón sobre los cincuenta mil pesos que le fueron entregados por Carrahza para ser distribuidos entre los miembros de la asamblea. Hubo cuchufletas y alusiones sangrientas sobre las finalidades de estos dineros, llegando a opinar González Garza que deberían devolverse. El informe, al final, pasó a la Comisión de Hacienda para que dictaminara al respecto.

Voz y voto para los hermanos del sur.

La presidencia mandó poner a discusión el dictamen favorable a la petición de los delegados del Ejército Libertador del Sur para que se les concediera voz y voto en todos los asuntos que se les hubiesen encomendado.

Se registró como de costumbre, una larga y tediosa discusión sobre si los hermanos del Sur, como ya todos llamaban a los zapatistas, deberían tener derechos privilegiados sin la obligación de comprometerse a cumplir y hacer cumplir los acuerdos de la Convención. González Garza propuso que se modificara el dictamen en el sentido de que tales voces y tales votos se les concedieran en sesiones de juntas previas. La Comisión aceptó la reforma. Alguien pidió que de una buena vez precisaran los zapatistas cuántos y cuáles eran los asuntos que se les habían encomendado, y don Paulino Martínez acabó de eI enredar el debate con las siguientes palabras:

Entre las condiciones que traemos nosotros para proponer a esta honorable asamblea, existen unas de carácter secreto, y para exponerlas suplico a la asamblea se declare en sesión secreta.

Estas palabras fueron acogidas con aplausos, rumores y siseos.

Obregón se levantó indignado. Dijo que primero los zapatistas habían pedido un plazo para poder enviar delegados en forma y la aceptación de dos condiciones, y resultaba que el número de condiciones iba creciendo cada día y a cada momento, sin que los enviados del General Zapata hubieran contraído el menor compromiso.

El General Chao hizo notar que la concesión de voz y voto a los hermanos del Sur en los asuntos que se les habían encomendado ya había obtenido la aprobación de la asamblea y que por tanto, era inútil la bizantina discusión. Sin embargo, el dictamen fue aprobado de nuevo.

El Presidente, que tan mal dirigía los debates, ordenó a la Secretaría diera lectura a la comunicación que envió el ciudadano Carranza. La cubierta con muchos sellos y mucho lacre fue rota en medio de la mayor expectación. De su contenido hablaremos en el próximo artículo.


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