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Capítulo 33

Los recelos de los zapatistas: androminas, desconfianzas y suspicacias.

Sin duda alguna, la sesión del 27 de octubre de 1914 fue la más tempestuosa de la Convención. La asamblea había escuchado con atención la filípica que el Presidente de la comisión zapatista enderezó contra don Venustiano Carranza. Muchos de los delegados se indignaron pero no llegaron a exteriorizar su protesta. Algunos aplaudieron.

El discurso del licenciado Antonio Díaz Soto y Gama conmovió a la asamblea haciéndola pasar desde la indignación más grande hasta el aplauso más sonoro. Fue un gran triunfo oratorio el de este delegado zapatista cuya vida estuvo en inminente peligro. Bajó de la tribuna entre una tempestad de aplausos.

Diluvio de oratoria.

Todos pedían la palabra. Subió a la tribuna Eduardo Hay. Besó minuciosamente la bandera, dirigió una felicitación a los delegados por haber tenido la calma y el patriotismo suficientes para escuchar a Soto y Gama, siguió con un largo sermón sobre el amor y el respeto que se debe profesar a la bandera y los actos de patriotismo que encarna e hizo historia sobre los acontecimientos del Estado de Morelos, cuando el apóstol Madero sostuvo varias conferencias con Emiliano Zapata.

Aclaró que la no aceptación de la entrega del poder que don Venustiano Carranza hizo en México, no implicó un voto de confianza ni una ratificación de su cargo, sino sencillamente el hecho de que en la Convención reunida en la ciudad de México no estaban representados todos los elementos revolucionarios de la República. Terminó diciendo que la firma de la bandera no constituía una añagaza para atrapar incautos sino el firme propósito de laborar, sin personalismos, por el bienestar del pueblo mexicano.

La División del Norte con el Plan de Ayala.

Roque González siguió a Hay en el uso de la palabra. Comenzó expresando que estaba en todo de acuerdo con lo dicho por Soto y Gama, que el incidente que acababa de ocurrir carecía de interés (siseos), y que manifestaba, a nombre de su representado el General Francisco Villa, que en principio el Plan de Ayala era la bandera de la División del Norte. (Aplausos).

El General Obregón, con cierto aire de socarronería, desde su curul interrumpió a González Garza, para suplicar a los señores jefes de la División del Norte se sirvan declarar si están representados por el compañero González Garza, o solamente el señor General Villa.

Con voz clara, el General Felipe Angeles contestó rápidamente la interpelación del General Obregón. Expresó:

Voy a satisfacer los deseos del señor Obregón. Por mi parte, hago la aclaración de que el señor Coronel González Garza ha hablado en nombre de su representado; pero si hay alguna duda sobre el particular, declaro personalmente, que me adhiero a los principios del Plan de Ayala. (Aplausos y bravos).

González Garza continuó:

Voy a satisfacer ampliamente las dudas del General Obregón. Sírvanse los señores Generales de la División del Norte, o los representantes de ellos, quedarse sentados los que no comulguen con los principios del PIan de Ayala.

Todos los delegados de la División del Norte se pusieron de pie. (Aplausos y bravos).

Para terminar, el mismo González Garza interpeló al Presidente de la delegación suriana si los hermanos del Sur estaban dispuestos a laborar con la asamblea.

La contestación de don Paulino Martínez fue concisa y cortante: cuando la Convención se hubiese adherido a los principios del Plan de Ayala, los del Sur no tendrían ningún inconveniente en colaborar con todos los revolucionarios.

Marciano González y El agachado.

Marciano González se dirigió a la parte central del escenario. Fue saludado con una salva de aplausos.

Vengo -dijo-, a contestar al señor Soto y Gama las alusiones a nuestra bandera. Yo podría, señores ... (voces: ¡no, no! Siseos) Tengo obligación ... (voces: ¡no!; ¡sí! , que hable).

Señores, ya que se pretende que no conteste, levantemos un arco y que bajo la bóveda de ese arco pasen triunfantes los representantes del Atila y allá en el cimborrio del arco, ¿qué ponemos, si no tenemos bandera? ... (Siseos y silbidos).

En seguida, entre muchos aplausos, entonó un canto a la bandera, compañera de los soldados en los combates, que representa a la Patria y cuyos colores destellan más que un sol e iluminan más que un dios. Y agregó:

Y que nos lo diga Genovevo de la O, que lo diga El Agachado ... (El aludido, sentado a la izquierda de Marciano González, le lanzó una frase crudísima), que lo diga Banderas, que lo digan todos ellos ...

Preconizó que se debería prescindir de los hombres para defender únicamente los principios. Expresó su conformidad en abandonar a Villa y a Carranza, pero exigió que también se prescindiera de Zapata. Manifestó su adhesión a los principios del Plan de Ayala.

El desinterés de Zapata.

Tocó su turno a Guillermo Castillo Tapia, quien expresó que había acompañado a los jefes que, en representación de la asamblea, habían ido a Morelos a entrevistar al General Zapata y que este caudillo, en presencia dé muchas personas, manifestó por su honor, que el último soldado de los del Ejército Libertador podía ejecutarlo algún día, si supiera que había dado un paso en la lucha para conquistar un puesto público, aunque fuese de elección popular. (Aplausos).

Proposiciones, interrupciones y discursos.

González Garza hizo una proposición: que se nombrara una comisión para que estudiara el Plan de Ayala; Enrique W. Paniagua, en medio de risas y siseos, hizo muchas interpelaciones, que fueron contestadas de mala manera por Soto y Gama. Inquirió: ¿Cuál era la condición sine qua none (sic, risas), para que los zapatistas mandaran delegados? Soto y Gama replicó que un sine qua non era que la Convención hiciera suyos los principios del Plan de Ayala y que el otro sine qua non era que Carranza dejara el poder. Paniagua movía la cabeza y sus cabellos muy largos le caían hasta los ojos, diciendo a voz en cuello: son muchos sine qua nones.

Siurob, parándose en las puntas de los pies, expresó que él era socialista y defensor acérrimo de los oprimidos y de los desvalidos. García Vigil, con su voz de barítono, pronunció un largo discurso, impugnando el Plan de Ayala, el Plan de Guadalupe y el manifiesto de Villa. Expresó que a él le repugnaba el plan zapatista porque proclamaba como jefe a Pascual Orozco.

Todos pedían la palabra, muchos interrumpían a los oradores y se entablaban impertinentes diálogos. Algunos hacían mociones de orden que en realidad eran de verdadero desorden. González Garza, Berlanga, Hay y Paniagua hablaban a cada momento. Aquella sesión, por ineptitud del Presidente Villarreal, estaba convirtiéndose en una torre de Babel.

Una delegación con muchas reservas.

Al fin se terminó por donde debería haberse comenzado: la lectura de la contestación del General Emiliano Zapata a la invitación que le hizo la asamblea para que el Ejército Libertador, a su mando, concurriera por medio de delegados a la Convención.

En contestación a su atenta comunicación de fecha quince de los corrientes, en la que invitan al Ejército Libertador, para que concurra, por medio de sus delegados, a dicha Convención, he tenido a bien nombrar a los ciudadanos Generales Otilio E. Montaño, Enrique S. Villa, Juan N. Banderas, Samuel Fernández y Leobardo Galván; Coroneles Paulino Martínez, licenciado Antonio Díaz Soto y Gama, Leopoldo Reynoso, doctor Alfredo Cuarón, doctor Aurelio Briones, Genaro Amézcua, Manuel Robles, Gildardo Magaña, Manuel F. Vega, Rutilio Zamora, Rodolfo Magaña, Herminio Chavarría, José Aguilera, Rafael Cal y Mayor, Juan Ledesma; Tenientes Coroneles Amador Cortés Estrada, Reynaldo Lecona, Salvador Tafoya; Mayor Porfirio Hinojosa y Capitán Miguel Cortés Ordóñez, para que asistan a la expresada Convención en representación del Ejército Libertador, a fin de que expongan de viva voz los motivos por los cuales no es posible desde luego enviar a los Jefes o Delegados que los representen.

Asimismo, en nombre del Ejército Libertador, me permito solicitar a esa honorable Asamblea, se conceda a mis comisionados voz y voto en las deliberaciones que surjan con motivo del desempeño de su mandato, a fin de que la Convención no retarde sus labores y pueda continuar.

Lo que hago saber a ustedes para su inteligencia y fines consiguientes.

Reforma, Libertad, Justicia y Ley.

Cuartel General en Cuernavaca, Morelos, 22 de octubre de 1914.

El General en Jefe del Ejército Libertador de la República, Emiliano Zapata.

En la redaccIón del anterior documento campeaba la reconocida malicia y desconfianza de la gente del campo. A leguas se transparentaba, también, que le había dado forma un leguleyo de notaría. Zapata no enviaba delegados. Mandaba observadores para que tantearan el terreno y las intenciones de la Convención. Eso sí, pedía mañosamente, que a sus pintorescos embajadores les fueran concedidas todas y cada una de las prerrogativas de los delegados, pero sin contraer ellos el más mínimo compromiso. Y todavía más: iban a imponer condiciones para enviar representantes debidamente autorizados.

Suspicacias, recelo y desconfianza.

Con el arribo de los comisionados del Ejército Libertador del Sur surgieron miles de desconfianzas y recelos. Todos sus miembros decían que la candidatura del General Antonio I. Villarreal, auspiciada por los delegados del Cuerpo de Ejército del Noreste, que mandaba el General Pablo González, no era más que una trampa de Carranza para atrapar incautos y que en esa trampa había caído hasta el mismo General Obregón. Que Eduardo Hay era simple comparsa.

En México mandaba una división de caballería el General Lucio Blanco y tanto Carranza como Obregón y como el propio don Pablo González; le atribuían que estaba en convivencia con los zapatistas y los villistas.

Carranza desconfiaba de todos. Ya había emprendido un viaje a Toluca, en donde se encontraba el General Francisco Murguía con mando de fuerzas. Sabíase que este jefe estaba preparado para desconocer a la Convención. Y se aseguraba que el mismo Primer Jefe hacía gestiones con otros Generales y gobernadores adictos suyos, para que imitaran la conducta de Murguía.


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