Índice de Memorias de Don Adolfo de la Huerta de Roberto Guzmán EsparzaPresentacion de Chantal López y Omar CortésSegunda parte del CAPÍTULO PRIMEROBiblioteca Virtual Antorcha

MEMORIAS DE ADOLFO DE LA HUERTA

CAPÍTULO PRIMERO


(Primera parte)



SUMARIO

- Actividades previas a la revolución de 1910.

- Plutarco Elías Calles, maestro auxiliar.

- La revolución maderista.

- De la Huerta y Obregón se encuentran.

- Política local en Sonora. De la Huerta diputado.

- Calles pide el comisariado de Agua Prieta.

- Obregón gana la presidencia municipal de Huatabampo.

- El primer choque entre Obregón y De la Huerta.




Actividades previas a la Revolución de 1910.

Aunque don Adolfo de la Huerta se hallaba en comunicación con la tribu yaqui desde los años de 1903 ó 1904, no había tratado con ellos nada relativo a un movimiento armado, pues a la sazón sólo existían las prédicas de Ricardo Flores Magón, quien a través de su periódico Regeneración informaba de los trabajos que en la oposición, que él representaba, se desarrollaban en varias regiones del país.

Los simpatizadores tenían comunicaciones a través de escritos pero sin conocerse personalmente, y así fue como el señor De la Huerta se relacionó con muchos de los que después aparecieron levantados en armas como Salas, Miguel Alemán, Carvajal, Pino Suárez y Tomás Pérez Ponce, éste de Yucatán.

Por lo tanto, antes de 1908, las relaciones de los yaquis con el señor De la Huerta se reducían a manifestaciones de simpatía y entendimiento derivadas de las qüe habían mantenido con el padre y el abuelo del mismo.

En 1908 hubo ya algo que alentaba a los descontentos a pensar en un movimientó armado para derrocar al régimen de Díaz.

Se esperaba el resultado de las famosas declaraciones que el general Díaz hizo a Creelman, pues se consideraba que, aunque improbable, era posible que el viejo dictador hubiera resuelto cambiar radicalmente su política interna y cumpliera su promesa de permitir al pueblo de México libertad completa para la elección tanto del presidente Y vicepresidente de la República, como de los gobernadores de los diversos Estados.

El primer desengaño, ya esperado, lo tuvieron en el caso de Sinaloa donde figuraron como candidatos José Ferrer y Diego Redo. Había una mayoría notoria en favor de Ferrer, pero el sistema que había imperado por tantos años volvió a funcionar, y la presión del centro hizo que se diera el triunfo a Diego Redo.

Vinieron posteriormente las persecuciones al señor Madero y éste, desde el extranjero, dio aviso a don José María Maytorena de que se le tenía señalado como a uno de los que serían aprehendidos por el gobierno de Díaz, pues se sabía que tenía orden de levantarse en armas en la fecha que se había escogido para la sublevación general en la República y en cuyo movimiento el señor Maytorena actuaría como Gobernador y comandante militar del Estado de Sonora.

Maytorena, entonces, salió para los Estados Unidos sin avisar a nadie y cuando ya se encontró en territorio americano, el 14 de septiembre, mandó recado con un enviado al señor De la Huerta encargándole que avisara a Fortino Vizcaíno que era uno de los más ligados a su grupo y a Alberto Torres, para que todos ellos se trasladaran al extranjero para integrar la Junta Revolucionaria que iba a establecerse en Nogales, Arizona.

Ni Alberto Torres ni Vizcaíno estuvieron en condiciones de abandonar a sus familias y De la Huerta, solo, la emprendió al norte; llegó a Nogales y pasó lista de presente ante Maytorena, Carlos Randal, Victor M. Venegas y Cayetano Navarro, que fueron los primeros que se instalaron en Arizona con el carácter de representantes del maderismo. Ese mismo día llegó el agente viajero Carlos Plank, que de acuerdo con De la Huerta, actuaba también en las filas de la oposición.

De Nogales, y en calidad de representante o delegado de la Junta, salió el señor De la Huerta para el centro del país a fin de establecer conexiones entre la Junta y los grupos de similares tendencias en la República. Su misión era delicada y peligrosa y abundaron las peripecias, las persecuciones y las vejaciones, pero él logró su objeto antes de regresar a Nogales donde la Junta quedó definitivamente situada.

Posteriormente, y enviado por el propio Maytorena, el señor De la Huerta entró a Guaymas con el fin de recoger el nombramiento de gobernador y comandante militar que Madero le había extendido cuando estuvo en Guaymas. También a Benjamín Hill le había dado nombramiento de coronel, y con igual grado había dado nombramiento al señor Adolfo de la Huerta.

Maytorena tenía interés de recoger aquel documento que acreditaba su personalidad dentro del movimiento pues conforme al Plan de San Luis, se debía reconocer como jefe del movimiento en el Estado al que tuviera mayor número de gente y Juan Antonio García, que era muy popular en el oriente del Estado, andaba reclamando esa posición.

Don Adolfo, naturalmente, entró de incógnito valiéndose de la amistad de un conductor; llegó a Guaymas, recogió de la hermana de don Pepe Maytorena el documento en cuestión y regresó a Nogales.

Poco después se recibió en la Junta una comunicación de los levantados en el sur, procedente del que fuera más tarde general Trujillo, diciendo que no contaba más que con 60 hombres con una dotación de dos o tres cartuchos 'por plaza. Que sabía que la población de Ortiz tenía una guarnición de 75 federales a las órdenes de un capitán Meza, y pedía que se le acercaran algunas partidas para que en cooperación con él atacara la plaza.

No habiendo ninguna otra partida en aquella región, sugirió el señor De la Huerta pedir a los indios yaquis su ayuda, aprovechando la buena amistad que con ellos le ligaba. Ello requería penetrar en secreto a Hermosillo, donde residía el cobanahue o gobernador yaqui Dolores B. Amarillas para pedirle un emisario que llevara a los indios alzados la invitación a participar en el ataque de Ortiz.

Al conocer aquel proyecto, Carlos Plank se animó a acompañar a De la Huerta y juntos hicieron el viaje metiéndose atrevidamente a La Casita, punto cercano a Hermosillo, así llamado porque existía ahí una casita de guardavía. De allí bajaron a Puente Colorado, donde vivían los llamados yorigüines. En la noche (pues los trenes de carga corrían de noche) se bajaron por allí y, de la casa de los señores Gómez, se envió un comisionado para que viera a Amarillas.

Acudió el gobernador yaqui, que ya era amigo de De la Huerta; se enteró de lo que se trataba y mandó un emisario que, al regreso, comunicó que bajarían los indios a Switch Tapia para hablar; que harían señales con humaredas.

De la Huerta y su acompañante salieron de Hermosillo llevados por dos peones amigos en una carretilla de ferrocarril hasta las cercanías del sitio indicado; vieron las humaredas que se les habían anunciado y bajaron los indios con el Sibalaume, con quien venía El Güero Soto, muy conocido de don Adolfo en Guaymas. Parece que también les acompañaba un tal Jesús Palma.

El general Sibalaume venía al frente de 800 hombres. Plank y De la Huerta hicieron con ellos la caminata a Ortiz. Felizmente no era necesario aquel contingente, pues los federales habían evacuado la plaza con particular satisfacción del señor De la Huerta puesto que él conocía personalmente al capitán Meza; sabía que era un viejecito que había ascendido desde soldado raso a capitán primero y que, en el caso, no hacía sino cumplir con su deber militar. Así que cuando, al penetrar en Ortiz los indios quisieron perseguir a los fugitivos federales, hábilmente, don Adolfo distrajo a Sibalaume con un fonógrafo que encontró en una tienda de un chino. El aparato era desconocido para los yaquis, y oyéndolo se olvidaron de la persecución que habría sido fatal para los infelices 75 hombres, probablemente cogidos en leva, y para el viejecito Meza.

La compañía de los indios molestaba a Carlos Plank, pues su padre había perecido en un asalto dado por los yaquis y le parecía que la sombra de su progenitor se levantaba de su tumba para reprocharle que hiciera amistad con la raza de sus asesinos. Por ello, cuando en Cruz de Piedra recibieron la noticia de que se había firmado la paz, se separaron de los indios y llegaron a Guaymas buscando la confirmación de aquel informe. Entraron los dos solos y Leonardo Camou les confirmó la noticia.

Inmediatamente De la Huerta se puso en comunicación con la Junta de Nogales, pues ya funcionaba el telégrafo. Don Luis Torres, que había sido el último gobernador del régimen de Díaz, salió huyendo. Por otra parte, Gayou, nombrado gobernador provisional por el señor Madero, se presentó y juntamente con el señor De la Huerta procedieron a la rendición de los federales, o mejor dicho, a tomar nota de la sumisión del ejército federal que había en Sonora.

Se tomó Hermosillo, donde había sido nombrado presidente municipal interino don José María Paredes para que, siendo persona ajena a la política, se encargara de entregar la plaza.

Pasaron después a Guaymas. Allí tocó a don Adolfo salvar la vida de Francisco Chapa a quien tenían prisionero y condenado a ser pasado por las armas a causa de la muerte de los Talamantes. Chapa había sido profesor de don Adolfo y cuando su esposa tuvo conocimiento de la aprehensión, fue a ver al señor De la Huerta en la casa de Maytorena para suplicarle que intercediera en su favor. Consiguió don Adolfo que Maytorena telegrafiara al señor Madero; otro telegrama envió él mismo, no así Gayou que no quiso solicitar aquel perdón.

Madero ordenó que se enviara al detenido al otro lado de la línea divisoria, sustituyéndose la pena capital por la de exilio.

Se le había condenado a muerte porque entre él y el general Ojeda habían fusilado al viejo coronel Talamantes, y a sus hijos, haciendo gala de saña y crueldad.

Los yaquis, ya en plan de campaña, tuvieron dos encuentros con tropas federales, de los que no se tienen detalles. Don Adolfo supo tan sólo que habían triunfado contra dos partidas de federales en el rumbo de Vícam.

Después del triunfo y la pacificación, Gayou comunicó a De la Huerta que los señores Pino Suárez y Manuel Bonillas iban a hacer una visita al Estado y que era necesario bajar a los indios porque traían instrucciones del señor Madero de ponerse en contacto con ellos. Don Adolfo fue a Cruz de Piedra; allí mandó un enviado a los indios y éstos regresaron con él hasta Empalme.

Llevó a los jefes a Guaymas y con fondos del gobierno los hizo vestir bien para lIevarlos a Empalme a esperar la llegada del tren en el que venían el vicepresidente Pino Suárez y don Manuel Bonillas.

Ambos hablaron a los indios y el discurso del vicepresidente fue particularmente brillante, pero los indios se miraban unos a otros como preguntándose si entendían y finalmente, uno de ellos, dando con el codo al señor De la Huerta, le dijo:

- No entendemos lo que dice ese hombre. ¡Quién sabe qué diría!

El señor De la Huerta entonces hizo saber a los oradores que en su concepto lo que había que decir a los indios era solamente que se les darían las tierras que pedían y que eran de su legítima propiedad.

En diversas ocasiones, posteriormente, como se verá en el curso de los siguientes relatos, los yaquis respondieron al llamado del señor De la Huerta y siempre que hubo oportunidad para ello le demostraron su lealtad y afecto.




Plutarco Elías Calles, Maestro auxiliar

Allá por el año de 1893 ó 1894, el Estado de Sonora contaba con el llamado Colegio de Sonora que funcionaba en Hermosillo bajo la dirección del eminente pedagogo don Carlos M. Calleja.

Entre el personal de tal instituto educativo que desempeñaba las funciones del profesorado, se encontraba un distinguido poblano: Francisco Chapa; estaban también los profesores Dvorac y José Luis Carranco, igualmente originarios de Puebla y el profesor Epifanio Vieyra, que más tarde fuera uno de los entusiastas precursores de la revolución antiporfirista y a quien, con motivo de la huelga de Cananea, se le internó en San Juan de Ulúa.

Otro profesor normalista originario de Guaymas, Francisco Angulo, servía igualmente en el Colegio de Sonora junto con su paisano Plutarco Elías Calles, que actuaba como ayudante de párvulos.

Había en aquellos tiempos una pronunciada rivalidad entre hermosillenses y guaymenses; éstos llamaban a aquellos pitiqueños y eran correspondidos con el mote de pata salada. Tal rivalidad hacía que los guaymenses, en menor número, procuraran estar muy unidos para defenderse de las acometidas de los pitiqueños.

La población escolar se hallaba así dividida cuando ingresó al Colegio de Sonora y en calidad de interno un guaymense más, joven, alegre y entusiasta: Adolfo de la Huerta.

Tan pronto como el recién llegado se dio cuenta de la situación existente, y ello fue desde el primer día de su ingreso, se unió al grupo de los patas saladas entre los cuales pronto logró gran ascendiente. Pero muy al principio alguien le dijo que uno de los profesores ayudantes era también de Guaymas y le señaló al interesado a la vez que le daba el nombre: Plutarco Elías Calles. De la Huerta, con su carácter abierto y franco, se dirigió en seguida al aludido:

- Me dicen que es usted de Guaymas. ¿Es cierto?

- Sí; soy de Guaymas.

- ¿De qué familia?

- De la mía.

La pregunta de De la Huerta no había sido motivada por indiscreta curiosidad, sino enteramente natural, ya que, siendo Guaymas una población relativamente pequeña, las relaciones de parentesco de sus residentes eran de todos conocidas., La respuesta seca y descortés de Calles, por lo tanto, lo desconcertó un poco y no insistió más, pero terminadas las clases de la tarde, el propio Calles le buscó y le explicó que había estado quizá un poco descortés en aquellos momentos porque estaba dando sus órdenes a los párvulos y no podía prestar atención a otra cosa. No aclaró nunca Calles a qué fámilia pertenecía de entre las de Guaymas, pero sí confirmó ser originario de dicho puerto y convino con su más joven paisano en que debían unirse.

Esa fue la primera vez que ambos se encontraron.

Poco tiempo después Calles fue transladado a Guaymas, donde un hermano menor de De la Huerta, Alfonso (quien más tarde fuera general revolucionario) se contó entre sus alumnos. Adolfo y Plutarco no volvieron a encontrarse sino hasta 1900 cuando la muerte del padre de los De la Huerta trajo a aquél de vuelta a su ciudad natal interrumpiendo los estudios que seguía en la Preparatoria de la ciudad de México.

Aquellos años de la vida de Plutarco Elías Calles fueron muy poco afortunados; no parecía sino que un destino adverso le perseguía constantemente.

En Guaymas circuló una versión malévola que le acusaba de haber dispuesto de dineros que, como cajero de una agrupación de profesores, le habían sido confiados. En realidad no hubo tal falta. Ocurrió que se le pidió entregara cuentas, y al hacerlo fue requerido para que exhibiera el efectivo que aparecía en caja. El pidió de plazo hasta el día siguiente para hacer dicha entrega y eso, que probablemente se debió a que tenía depositados los fondos en algún banco o casa comercial, o simplemente no los tenía en el bolsillo ni en su domicilio en esos precisos momentos, motivó la malévola versión que fue dada al viento por algún profesor mal dispuesto para con él y que, incidentalmente, recibió, como consecuencia de su maledicencia, fuerte pistoletazo en la cabeza, propinado por el indignado Calles.

Pero a más de que aquella versión, falsa y todo, se extendió, Calles, dejando el magisterio, emprendió un comercio asociado con alguien que no gozaba de muy buena fama. Más tarde salió para el norte, haciendo correr la versión de que iba a reclamar la herencia de un tío, pero parece que, en realidad, fue a tratar de conseguir la gerencia de un molino harinero por el rumbo de Fronteras.

La amistad y protección del entonces secretario de gObierno de Sonora, Alberto Cubillas, vinieron a favorecerle y fue nombrado presidente municipal de Fronteras, pero o no estuvo muy acertado en su actuación, o nuevamente le persiguió la mala suerte. Lo cierto es que surgieron malas voluntades en los vecinos y Calles tuvo que volver a Guaymas.

En esos días su hermano Arturo Elías era propietario de un hotel. Plutarco fue puesto como encargado de la cantina. El hotel se incendió poco después y como estaba bien asegurado, no faltaron malas lenguas que propalaran la versión de un incendio provocado intencionalmente y aún señalaron a Plutarco como el autor. Pero, en honor a la verdad, hay que decir que el cargo resultaba infundado. No era Plutarco el propietario y no le beneficiaba a él personalmente el importe del seguro. Es cosa sabida, no obstante, que se extiende con más facilidad un rumor falso que daña la reputación que la más completa de las aclaraciones que limpia un nombre calumniado. Y muchos años después, cuando Calles figuraba prominentemente en la política mexicana, sus enemigos sacaron a la luz aquella versión que le acusaba de incendiario.

Después Calles se asoció con un señor Santiago Smithers, descendiente de norteamericanos, hombre honesto, trabajador y que gozaba de prestigio y general estimación en el Estado. La nueva sociedad prosperó al principio, pero el incendio de un almacén y los primeros brotes de la revolución descompusieron la situación y fue entonces cuando Calles se inclinó en favorde la tendencia revolucionaria.

Por lo que hace a su antigüedad en el campo revolucionario, algunos historiadores han pretendido atribuirle relaciones con el Club Verde de Hermosillo, allá por 1901 ó 1902, pero no es de creerse que haya sido así, pues ya para entonces Calles se hallaba en Guaymas.

Su amistad con Cubillas volvió a favorecerle y fue nombrado tesorero municipal de Guaymas, pero nuevamente la mala suerte se ensaño contra él: al recibir la Tesorería de manos de su antecesor, éste le entregó, entre otros documentos y como efectivo, un vale personal por la cantidad de seis mil pesos. Calles, por error, por exceso de confianza o por simple descuido, aceptó el vale, y cuando poco después un visitador de apellido ROdríguez le practicó una visita y encontró aquel vale, naturalmente no quiso aceptarlo, y levantando la correspondiente acta se dispuso a consignar a Plutarco como responsable del delito de peculado.

Calles se movió rápidamente y consiguió entre sus amigos la cantidad requerida que suplió a la Caja de la Tesorería; pero el visitador, que parecía tener particular empeño en causarle daño, hizo de todos modos la consignación.

Plutarco, entonces, fue a hablar con Cubillas exponiéndole los hechos y éste le tranquilizó y le prometió que el asunto no pasaría de allí, que se dejaría dormir el expediente, y Calles hubo de conformarse con aquello que le dejaba una espada de Damocles sobre la cabeza.




La Revolución Maderista

Se acercaba el movimiento de 1910. Calles había vuelto al negocio de comisiones con Santiago Smithers, y como anteriormente había manifestado a De la Huerta sus simpatías por aquellas ideas, don Adolfo, que había dejado la gerencia de la casa Fourcade para dedicarse de lleno a las actividades prerrevolucionarias, escogió el almacén de Calles y Smithers para celebrar sus juntas. Aquello provocó algunas protestas, pues muchos creían que Calles no era de confianza y lo consideraban porfirista. Pero De la Huerta que lo conocía bien, tuvo confianza en él y las reuniones continuaron celebrándose en el almacén aquél. Por lo demás, no se vio defraudada tal confianza y Calles fue leal a sus amigos. Pero cuando se le invitó a secundar el movimiento con Maytorena, uniéndose a la Junta Revolucionaria en Nogales, Calles rehusó explicando que en aquellos días su amigo y protector Alberto Cubillas fungía como gobernador interino, y que aún cuando el movimiento se perfilaba contra el general Díaz, habría de alcanzar sin remedio al gobierno de Sonora y él no quería hacer nada que pudiera herir o molestar al hombre a quien debía tanto.

- Estás completamente justificado -le dijo De la Huerta-. No te importe; mañana o pasado yo haré constar tu filiación revolucionaria, tus simpatías, tu lealtad para el movimiento de renovación.

Y cumpliendo aquella promesa, De la Huerta tuvo largas discusiones con Maytorena, que acusaba a Calles de ser enemigo del movimiento y reprochaba lo que él llamaba una ingenuidad de don Adolfo, o por lo menos un exceso de condescendencia. Carlos Randall, pariente de De la Huerta y un poco boquiflojo, llegó a calificarlo de tapadera de su amigo.

Posteriormente,la Junta Revolucionaria de Nogales, que encabezaba Don José María Maytorena pidió a De la Huerta que ejerciera su influencia cerca de la tribu yaqui para que esos infatigables guerreros se unieran al maderismo.

Las relaciones que don Adolfo de la Huerta tuvo con la tribu yaqui han sido ya dadas a conocer por los escritos de Vito Alessio Robles y de Rivera. Databan de su abuelo, que fue una especie de Quetzalcoatl entre ellos. Fué un español que se quedó a vivir con la tribu, tomando verdadera carta de ciudadanía entre los yaquis. Fue muy querida de los indios lo mismo que el padre de don Adolfo y, naturalmente, aquello reflejó en la personalidad de éste. Como por su parte, él les quería bien y les defendió siempre de la injusta campaña que les hizo la dictadura de Díaz y después por desgracia, el constitucionalismo, los yaquis siempre fueron sus amigos.

En aquella época, don Adolfo escribió varios artículos en los periodiquillos que se atrevían a medio oponerse, tales como El Correo de Sonora y otro de Adrián Valadez. Era muy conocida su constante protesta por las injusticias que se cometían con los indios y ellos lo sabían por conducto de su cobanahue o gobernador (que era el delegado oficial del gobierno cerca de los indios llamados mansos porque estaban en paz) que vivía en Guaymas y se llamaba Cayetano Leyva y era, además, muy amigo de De la Huerta. Por sUpuest9 que por debajo de cuerda, estaba en connivencia con los indios que andaban en la sierra defendiendo sus tierras y sus derechos. Porque para los yaquis no existió el cura Hidalgo ni la Independencia. Ellos siempre estuvieron defendiendo sus tierras y no dejando a los españoles que se metieran a su territorio por la fuerza. Los que lo hacían en forma pacífica, como el abuelo de De la Huerta, si eran bien recibidos.

Durante toda la propaganda maderista, De la Huerta estuvo en connivencia con ellos; les mandaba agentes, le hablaban a Guaymas y él los trataba. No encontraba más oposición que la de un mulato que había sido enviado de Flores Magón y al que apodaban por ello el magonista y que no quería que se unieran al maderismo; pero De la Huerta los convenció y fueron maderistas los yaquis.




De la Huerta y Obregón se encuentran por primera vez

Al triunfo de la revolución maderista, y al regresar a Guaymas, De la Huerta se encontró con un amigo originario de Navojoa: José Morales, propietario de un molino harinero, quien, como hombre de buena posición económica, era partidario de lo que ellos llamaban el orden y el gobierno constituído; se le catalogaba entre los miembros del Partido Científico de Navojoa y anduvo huyendo durante el movimiento de 1910.

Don Adolfo saludó a aquel José Morales y éste le presentó a Alvaro Obregón que le acompañaba. Supo entonces que habían venido los dos huyendo de las fuerzas maderistas, después de haber estado en El Quiriego y luego en el Rancho de la Cruz, como lo relató posteriormente el sobrino de Obregón, Sr. Salido Orcillo, en algunos artículos aparecidos en el diario Excelsior. Se embarcaron después en Yavaros y llegaron a Guaymas, que entonces tenía las características de una plaza semiliberal, que recibía todo el mundo.

En la conversación que se inició, y al saber Obregón que De la Huerta venía como líder maderista, le interpeló:

- Bueno, ya ganaron ustedes. ¿Y qué ganaron?

- Pues, desde luego, el derecho de que todos los ciudadanos puedan escoger libremente sus representantes y mandatarios.

- ¿Y será un hecho eso?

- Indudablemente; ya que, si no fuera así, habría resultado inútil la sangre derramada y el movimiento que ha sido tan intenso en todo el país, no terminaría, seguiría.

- Pues ojalá que sea así.

- Y conste que hemos luchado no solamente por nosotros, sino también porque ustedes tengan voto. Todos; no solamente los amigos sino también los enemigos pueden escoger y discernir sobre los mejores elementos que vayan al gobierno.

- ¡Ah! Asi es que el que tenga más saliva tragará más pinole.

- Bueno, interpretando el decir: el que tenga más partidarios indudablemente será el que resulte electo al puesto para el que haya aspirado o lo hayan señalado los ciudadanos votantes.

Y De la Huerta continuó haciéndole notar los beneficios para la gente humilde: que ya no habría esclavos en las haciendas como se habían visto en tiempos pasados; que ya los trabajadores podrían libremente dejar su trabajo cuando quisieran buscar uno mejor; que ya las deudas de los padres no pesarían sobre los hijos, etc., etc. y las ventajas que significaba en el orden general del movimiento, no solamente en el orden político sino en el orden social, cuyos aspectos bien marcados eran muy conocidos de los habitantes del norte y las muchas disposiciones que daba el señor Madero y que apenas les llegaban a los miembros de la Junta Revolucionaria de Nogales.

- Bueno -repuso Obregón-, así es que si un enemigo, o por lo menos uno que no ha sido amigo, cuenta con mayorías ¿se le reconocerá su representación?

- Indudablemente. Si un enemigo cuenta con mayorías populares, ya desde ese momento deja de ser enemigo, porque habrá demostrado con eso que tiene el respaldo del pueblo humilde, que es el que constituye la mayoría.

No echó Obregón aquello en saco roto, ni el hecho de que se predicaba la unión de mexicanos y que De la Huerta, en el sur, era de los más fervorosos en tal prédica, pidiendo se suspendiera toda persecusión de los enemigos; que todos deberían formar una gran familia para buscar el bienestar de la patria, etc., etc. Ensoñaciones de hombre que no está viendo la realidad, según dijo posteriormente alguna vez el general Obregón; pero el hecho de que más tarde las calificara así, no le impidió aprovecharlas entonces para iniciar su carrera política.




Política Local en Sonora
De la Huerta Diputado

Después del triunfo de la revolución maderista en Sonora, y debido a la participación directa que tomó en ella y a las conexiones con todos los jefes de aquel movimiento que poseía, el señor De la Huerta fue considerado como un elemento de gran fuerza política y en consecuencia se le eligió presidente del partido revolucionario que postulaba a Maytorena para gobernar y a Gayou para vicegobernador, siendo además candidato a secretario Víctor N. Venegas que, posteriormente, fue por mucho tiempo secretario particular del propio Maytorena, y se señalaba para tesorero a Carlos Plank, amigo y compañero de De la Huerta desde 1910.

Todo eso fue resuelto en las juntas que se llevaron a cabo en Guaymas y Hermosillo y los representantes de aquel partido, encabezados por De la Huerta, recorrieron todo el Estado haciendo propaganda por sus candidatos y contendiendo contra Manuel Mascarañas que en el norte, era el candidato para gobernador, figurando como candidato para la vicegubernatura don Francisco de P. Morales, hombre liberal y de simpatías por el movimiento libertario, según se había mostrado en las postrimerías del maderismo.

En el sur del Estado, la candidatura de Joaquín Urrea contó al principio con algunos partidarios.

De la Huerta y sus amigos tuvieron gran éxito en los pueblos del sur con la planilla Maytorena-Gayou; no así en el norte; especialmente en Cananea, donde Maytorena tenía partidarios, pero Gayou no. Allí se dividían los obreros entre Francisco Morales y don Ignacio Bonillas, quien al final vino a figurar como candidato a diputado.

Triunfó la planilla Maytorena-Gayou y don Adolfo de la Huerta resultó electo diputado para Guaymas. Al principio él mismo desconocía los trabajos que se hicieron en su favor, pues estos se iniciaron cuando él andaba en la gira de propaganda. Fue postulado De la Huerta como propietario y Torcuato Marcar como su suplente.

Durante su ausencia, Calles se acercó a Maytorena haciéndole más o menos estas reflexiones:

De la Huerta es hombre útil en cuestiones de contabilidad y está reconocido como persona honorable; puede usted aprovecharlo en su administración con algún puesto importante. En cambio yo, por circunstancias especiales, tendré que jugar en otra forma y yo quiero, si es posible, que usted me apoye para lanzarme como candidato a diputado por Guaymas.

Los dos grupos políticos que había en aquelia población, postulaban a De la Huerta. Maytorena, sin embargo, no quiso o no pudo negarle aquel servicio a Calles y, para ayudarlo, lo mandó con su secretario particular, que lo era entonces Luis Alvarez Gayou, para que lo presentara a las agrupaciones. Pero en el primer club fue repudiado y en el segundo, pese a la inteligencia y las simpatías que Gayou tenía, hubo de salir del salón entre siseos. No aceptaban en manera alguna a Calles como candidato.

Para De la Huerta, la posición de Calles dentro del movimiento era clara y definida; no así para la gente de Guaymas, ni para Maytorena y algunos otros, que la consideraban dudosa por el hecho de que había servido en años anteriores a la administración porfirista como presidente municipal de Fronteras durante algunos meses y además porque durante aquella actuación suya hubo algunas acusaciones de vecinos (parece que era asunto de faldas) y el gobierno se vio obligado a separarlo de aquel puesto.

A su llegada a Guaymas, ya tenía De la Huerta noticias de la actitud de Calles; ello no le importó; se trataba, a su juicio de un elemento que se sometía a la consideración del pueblo para que éste le otorgara o no su representación en el congreso local.

Se encontraron en la estación y Calles, tomándole del brazo para apartarle de los amigos que le rodeaban, le dijo:

- Hombre; yo quiero confesarte que te quise comer el mandado, pero no pude. Estás muy fuerte.

- No tengas cuidado -repuso De la Huerta-, continúa tú en la lucha.

- No; no tiene caso. Yo sabía muy bien, conociendo tu carácter que no ibas a contrariarte por esa actitud mía cuando le hablé a Maytorena.

Y a continuación le refirió lo que con aquel había hablado.

De la Huerta consideraba que aquella no había sido una actitud censurable por parte de Calles, quien sólo trató de colocarse en la posición en la que consideraba que podía salir triunfante. de preferencia a un puesto administrativo que Maytorena pudiera darle, pues sabía que había un ambiente poco favorable para él con motivo del asunto aquel de la Tesorería.

En la iniciación de aquella campaña, la dificultad principal que el partido encabezado por De la Huerta encontraba, consistía en la candidatura de Gayou para vicegobernador. En vista de ello decidieron hacer una convención en Hermosillo y en ella lograron el triunfo de su fórmula. Pero hubo un grupo de disidentes, encabezados por Roberto Pesqueira, que manifestó inconformidad con el resultado. Por complacerles se organizó una segunda convención en Guaymas.

De la Huerta estaba seguro de que contaba con las mayorías. Había pulsado el sentir de todo el Estado durante la gira y se había ganado muchos de aquellos elementos que él llamaba botones porque son como botones que al oprimirlos ponen en movimiento centenares o millares de amigos suyos. Decía que a esos hay que ganárselos aunque no sean precisamente amigos, pues son los orientadores de un gran número de partidarios.

Se efectuó aquella convención en Guaymas y volvió a triunfar la fórmula Maytorena Gayou, consiguiendo que se retirara la candidatura de don Joaquín Urrea. El triunfo de la convención fue más tarde respaldado por los comicios, resultando electos Maytorena y Gayou. Por su parte. De la Huerta fue electo diputado al congreso local, venciendo por arrolladora mayoría a Calles, quien solo logró setenta y tantos votos en un distrito que daba diez o doce mil.




Calles pide el Comisariado de Agua Prieta

Pasada la cuestión electoral y ya estando De la Huerta en el congreso local, donde gozaba de un fuerte ascendiente, igual que cerca de Gayou, vino Calles a buscarle para pedirle que le consiguiera la designación de comisario en Agua Prieta.

De la Huerta le hizo notar que aquello no valía la pena, que Agua Prieta era una población de poca importancia y que le buscaría algo mejor, pero Plutarco le explicó que prefería Agua Prieta porque creía que era una región que se desarrollaría pronto y además, tenía un proyecto en compañia de Santiago Smithers, proyecto que le expuso diciendo que, tanto cuando estuvo como gerente del molino harinero, como cuando ocupó la presidencia municipal de Fronteras, había cultivado una amistad muy estrecha con Mr. Williams, gerente general de la Nacozari Copper Company y se sabía bien estimado por él.

- Mira -decía- este reloj que traigo me lo regaló él. Y se nos ha ocurrido a Santiago y a mí lo siguiente: Siendo yo el comisario, estoy seguro de que Mr. Williams ha de concederme que incluya en los pedidos de la negociación que él maneja, los pedidos de mi comercio en Agua Prieta. Obtendríamos así fletes de carro por entero; estaremos en mejores condiciones que cualquier comerciante que pudiera competimos y creo que nos tiene que ir muy bien. ¿Qué te parece? ¿Es legal?

- Sí, sí es legal -respondió De la Huerta-. Los comisarios no están obligados a dejar sus negocios cuando se les da ese cargo. Se les permite que continúen sus actividades comerciales. Ahora, que yo no lo haría.

- No; no me importa lo que tú harías. Tú eres un hombre raro. Pero la cuestión es que si en tu opinión es legal o no lo es.

- Enteramente legal y puedes hacerlo.

- Bueno, pues quiero que me consigas con Gayou ese puesto.

Don Adolfo había sido presidente del Partido Revolucionario Sonorense que llevó al triunfo la candidatura de Maytorena para gobernador y la del ingeniero Eugenio H. Gayou para vicegobernador, y como había resultado muy reñida la lucha en favor de este último, pues Gayou, naturalmente le estaba agradecido.

No es por demás hacer notar que en aquellos tiempos, las elecciones en Sonora fueron enteramente libres. Los candidatos opuestos a Gayou, eran Francisco de P. Morales de Ures y el ingeniero Ignacio Bonillas y como ambos tenían partidarios, la batalla fue dura y el triunfo para Gayou, apretado. Y por las mismas razones el resultado de las elecciones para los integrantes del congreso local fue apretado: triunfaron seis partidarios de Gayou, pero otros seis eran de la oposición; el décimotercero, que lo fue don Adolfo de la Huerta, se había desligado expresamente de todo compromiso al tomar posesión de su curul. Por esa razón cuando una votación se hallaba empatada, el voto de De la Huerta resultaba decisivo.

Por estas y otras razones antes apuntadas, la personalidad política del señor De la Huerta era realmente fuerte e influyente. Ello se robustecía con el hecho de que, desligado efectivamente de todo compromiso previo, solamente podía contarse con su voto cuando se trataba de iniciativas benéficas al Estado.

Y, como había de ocurrir más de una vez en su vida polftica, sus amigos no creyeron que realmente se desligaba de todo compromiso anterior como se los dijo, sino consideraron que aquellas eran frases apropiadas, mas no sinceras. La oportunidad de convencerse de que don Adolfo sí iba a ajustar su conducta con aquellos propósitos, se presentó cuando se trató de la designación de presidente municipal de Hermosillo. Tanto el gobernador como el vicegobernador y el tesorero, se inclinaban por un ingeniero con quien habían tenido negocios antes, pero que distaba mucho de satisfacer las aspiraciones populares. Era un señor de apellido Fragoso. Su contrincante fue José Camou quien sí contaba con la simpatía del pueblo. Así fue que cuando el asunto llegó al congreso y la votación estaba empatada a seis votos contra seis, le tocó a don Adolfo desempatar y él dio su voto en favor de Camou.

Pero aun antes de que se presentara aquella primera oportunidad para demostrar su independencia de criterio, ya tenía nuestro hombre una influencia que bien podía considerarse como decisiva y que en aquella ocasión puso al servicio de Calles para conseguirle el puesto que éste deseaba. Su intervención fue conocida de todos, pero tuvo que argumentar bastante con Gayou, pues según éste decía, había mucho bandidaje en la frontera y el comisario para Agua Prieta debería ser hombre de energías, capaz de terminar con los maleantes, y en su opinión Calles solamente había demostrado capacidad directiva con muchachitos de escuela. De la Huerta, sin embargo, insistió asegurando que Calles era todo un hombre y capaz de salir airoso de aquella empresa. Todavía Gayou objetó que ya se había designado para ese puesto a Fortunato Ibarra Ochoa, individuo originario de Sinaloa, de antecedentes no muy limpios, pues se decía que había matado a varias personas, entre otras a dos indios, cumpliendo órdenes no se sabía de quién.

- En el congreso -dijo De la Huerta- tenemos noticias de que también en el mineral de Las Chispas hay mucho bandidaje, muchos ladrones de ganado que refugian en esa región y será mejor mandar allí a Ibarra Ochoa, dejando a Calles en la comisaría de Agua Prieta.

- Bueno -accedió Gayou- siempre te has de salir con la tuya. Vé y que el oficial mayor te extienda el nombramiento.

El nombramiento fue extendido y entregado a Calles, que esperaba en los corredores de Palacio, y quien después, a sugestión de su protector De la Huerta, fue a dar personalmente las gracias al vicegobernador.

Y así, el primer puesto oficial de Plutarco Elías Calles dentro de la revolución,lo debió a la amistad e influencias de Adolfo de la Huerta.

Por lo demás, Calles, ya en funciones de comisario, realizó todos sus proyectos, y cuando posteriormente hubo de combatirse el movimiento orozquista, Calles demostró su lealtad tomando parte activa en la campaña.




Obregón Gana la Presidencia Municipal de Huatabampo

Después de aquella interesante conversación que sostuvieron Obregón y De la Huerta en ocasión de su primer encuentro, el primero se fue a Huatabampo, que era el lugar de su residencia, contando ya con aquella conexión, siquiera superficial, con uno de los más influyentes elementos de la revolución en Sonora.

Buena falta le hacía al que sería general Obregón, un padrino dentro del movimiento que él no siguió y del que se había considerado opositor. Benjamin Hill, que también tenía una fuerte personalidad dentro del movimiento, le tenía en aquellos tiempos una marcada mala voluntad, pues cuando, antes del movimiento maderista, le encarcelaron, creyó que se había debido a denuncia o intervención de Obregón; además no podía olvidar que éste había sido partidario de don Ramón Corral. Posteriormente hicieron buena amistad, pero no debaja de haber altercados entre ellos debido, todo, a la manera un tanto brusca y desprovista de todo rodeo que el general Hill tenía para expresarse.

Ya de vuelta en Huatabampo, Obregón resolvió aprovechar la oportunidad que se le presentaba y que le habían subrayado las palabras de De la Huerta sobre la libertad y efectividad del sufragio.

La familia Obregón había figurado en el ayuntamiento. Pepe Obregón, hermano de Alvaro, y posteriormente general, había sido regidor del ayuntamiento; por ello, Alvaro tenía relaciones con los indios a través de su cobanahue o sea el gobernador de los mayos, pues también entre ellos había sus gobernadores. Entonces lo era Chito Cruz, que vivía en Júpari, a unos cuantos kilómetros de Huatabampo. Este indio estaba acostumbrado a obedecer las órdenes de las autoridades; conocía a Obregón y sabía que en muchas ocasiones, cuando se trataba de perseguir a algún bandido que merodeaba por la región, Alvaro estaba siempre listo para salir con sus hombres en persecución de aquellos que se colocaban fuera de la ley. Acostumbrado a eso, cuando llegó la petición de Alvaro de que le recomendara a todos los indios de su jurisdicción en todas las comisarías de Huatabampo que votaran por él, Chito Cruz acató aquella indicación y todos los indios la siguieron ciegamente.

Hay que hacer notar que Chito Cruz era un gobernador muy querido de todos los indios; precisamente por eso el gobierno del general Díaz se lo había ganado para que actuara como intermediario entre él y la tribu mayo.

El resultado de aquello fue que, al llegar las elecciones municipales para Huatabampo, todos los indios votaron por Alvaro Obregón; no así por los concejales, pues no podían retener en la memoria todos esos nombres. En la ciudad predominaba la candidatura de Pedro Zubaran, yerno del famoso Talamantes, que había muerto en la campaña de 1910. Por cierto que se acusaba a Obregón de haber sido quien le denunció ante don Lorenzo Torres con quien tenía amistad, pero no llegó a comprobarse esto.

Así fue que en la ciudad triunfó Zubaran, pero los votos de los indios movidos por Chito Cruz, fueron más numerosos y todos ellos favorecían a Obregón. El ayuntamiento, sin embargo, desechó esos votos porque todos estaban escritos con la misma letra, lo cual no era justo ya que los indios no sabiendo leer ni escribir hicieron llenar sus boletas por ayudantes que Obregón les había enviado.

Pero habiendo desconocido el ayuntamiento el resultado de las elecciones, tocaba al congreso local dictaminar y Obregón fue a Hermosillo a buscar el apoyo de De la Huerta. No buscó a los diputados por su distrito, pues los dos eran enemigos suyos; ambos habían sido muy maderistas; eran Flavio Bórquez y el ingeniero Rodolfo Garduño. Se dirigió a De la Huerta, le expuso su caso y, convencido de la legitimidad de su triunfo. De la Huerta comenzó a luchar porque se le reconociera.

De esa manera probaba don Adolfo de la Huerta la sinceridad de sus palabras cuando poco antes le había dicho a Obregón que se reconocería el triunfo de aquél al que el voto del pueblo se lo diera, independientemente de que fuera amigo o no de los revolucionarios.

La lucha que De la Huerta tuvo que sostener con el congreso le valió el resentimiento de Flavio Bórquez, resentimiento que nunca llegó a desvanecerse pese a todos los esfuerzos que en años posteriores hizo don Adolfo por conseguirlo. El encumbramiento de Obregón en épocas posteriores, es decir, de aquél contra quien se había pronunciado abiertamente en el asunto de la presidencia de Huatabampo, hacía sentir a Bórquez, aunque sin razón, que su desgracia se la debía a la actitud de De la Huerta en aquella ocasión. Bórquez, atacando a Obregón en el congreso local, le acusó de traidor y de haber sido el delator de los Talamantes. De la Huerta destruyó tales cargos y para ello se transladó a Navojoa para investigar con todo cuidado. Aclaró que se trataba de simples rumores y que no había prueba alguna. Ya con esa convicción volvió a luchar dentro del congreso y consiguió que se reconociera a Obregón como candidato triunfante, y como el ayuntamiento ya había reconocido a Zubaran, éste hubo de abandonar el puesto para que lo ocupara Alvaro Obregón.

Se ve pues que el primer puesto que Obregón tuvo, dentro del gobierno emanado del movimiento de 1910, si no lo debió totalmente a De la Huerta, si le debió que por su influencia y sus esfuerzos el congreso local de Sonora reconociera su triunfo en los comicios.

Pero Obregón no conocía casi a De la Huerta.

El siguiente episodio muestra lo poco que lo conocía y cómo, desde entonces, aprendió a estimar la honradez acrisolada que, entre otras muchas virtudes, era característica de don Adolfo.




El primer choque entre De la Huerta y Obregón

Un día se presentó Obregón a De la Huerta diciéndole que quería que se pusiera el agua en Huatabampo, y pidiéndole que le consiguiera capital para ello. Don Adolfo tenía buena amistad con los hombres de negocios, tanto en Hermosillo como en Guaymas. Se trataba de una obra benéfica para un pueblo del sur y aunque no era de su distrito, hizo las gestiones necesarias y consiguió reunir la cantidad de doscientos cincuenta mil pesos, tomando como base para la empresa la misma concesión que se había hecho en Guaymas, adicionada con unas cláusulas que hacía más liberal y de mayor beneficio la empresa para Huatabampo.

Pero al presentar su proyecto Obregón, como tenía de enemigos a los consejales, éstos se lo echaron abajo arguyendo que allí mismo contaban con capital de los garbanceros que era suficiente para hacer frente a la empresa y que no había por qué recurrir a capital de fuera. En ello tenían razón. La noticia fue publicada por un periodiquito que aparecía entonces con el título de El Río Mayo y a través de tal publicación De la Huerta se enteró de lo sucedido.

Entonces Obregón se presentó en Hermosillo y buscó a De la Huerta para decirle:

- No tenga usted cuidado; ya estoy consiguiendo que al irse los propietarios a levantar sus cosechas vengan los suplentes, llamados por mí. Ya hablé con ellos y se va a aprobar esto.

- Pero -replicó De la Huerta- si dicen que allí hay capital, entonces ¿para qué se necesita capital de fuera?

- Sí; pero entonces usted quedaría fuera del asunto, quedaría a un lado.

- ¿Pues qué, se había figurado, que yo llevaba interés personal en esto?

Y presa de gran indignación, don Adolfo apostrofó a Obregón con expresiones tan duras que, según él mismo decía, no comprendió cómo Obregón, usando la gran fuerza física que entonces poseía, no se le echó encima, y aquello terminó ordenándole De la Huerta salir del congreso donde tenía lugar la conversación.

Índice de Memorias de Don Adolfo de la Huerta de Roberto Guzmán EsparzaPresentacion de Chantal López y Omar CortésSegunda parte del CAPÍTULO PRIMEROBiblioteca Virtual Antorcha