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El fantasma

Con los aparecidos entramos en el reino de los Espíritus, en el reino de las Esencias.

El ser enigmático e incomprensible que encanta y conturba al universo, es el fantasma misterioso que llamamos Ser Supremo. Penetrar ese fantasma, comprenderlo, descubrir la realidad que existe en él (probar la existencia de Dios) es la tarea a la que los hombres se han dedicado durante siglos. Se han torturado en la empresa imposible y atroz, ese interminable trabajo de Danaidas, de convertir el fantasma en un no-fantasma, lo no-real en real, el Espíritu en una persona corporal. Tras el mundo existente buscaron la cosa en sí, el ser, la esencia. Tras las cosas buscaron fantasmagorías.

Examínese a fondo el menor fenómeno, búsquese su esencia y se descubrirá en ella frecuentemente otra cosa muy distinta a su ser aparente. Una palabra melosa y un corazón embustero, un discurso pomposo y pensamientos mezquinos, etc. Y por lo mismo que se hace resaltar la esencia, se reduce lo aparente, hasta entonces mal comprendido, a una mera apariencia, un engaño. La esencia de este mundo es, para el que escruta sus profundidades, la vanidad. Quien es religioso no se ocupa de la apariencia engañosa, de los vanos fenómenos, sino que busca la Esencia y cuando tiene esa Esencia, tiene la Verdad.

Las Esencias que se manifiestan bajo ciertos aspectos son las malas Esencias, las que se manifiestan bajo otros son las buenas. La Esencia del sentimiento humano, por ejemplo, es el Amor; la Esencia de la voluntad humana, el Bien; la Esencia del pensamiento es lo Verdadero, etc.

Lo que al principio se considera existencia, como el mundo y lo que a él se refiere, aparece ahora como una pura ilusión, y lo que existe verdaderamente es la Esencia, cuyo reino se llena de dioses, de espíritus y de demonios, es decir, de buenas y de malas Esencias. Desde entonces, este mundo invertido, el mundo de las Esencias, es el único que existe verdaderamente. El corazón humano puede carecer de amor, pero su esencia existe: el Dios que es el Amor; el pensamiento humano puede extraviarse en el error, pero su esencia, la Verdad, no por ello existe menos: Dios es la verdad. No conocer y no reconocer más que a las Esencias, es lo propio de la religión; su reino es un reino de Esencias, de fantasmas, de espectros.

La obsesión de hacer palpable el fantasma, o de realizar el non sens, ha llevado a producir un fantasma corporal, un fantasma o un espíritu provisto de un cuerpo real, un fantasma hecho carne. ¡Cuánto se han martirizado los grandes genios del cristianismo para aprehender esa apariencia fantasmagórica! Pero, a despecho de sus esfuerzos, la contradicción de dos naturalezas sigue siendo irreductible: de una parte la divina, de otra parte la humana; de una parte el fantasma, de la otra el cuerpo sensible. El más extraordinario de los fantasmas sigue siendo un absurdo. Quien se martirizaba el alma no era todavía un Espíritu y ningún chamán de los que se torturan hasta el delirio furioso y el frenesí para exorcisar un espíritu, ha experimentado las angustias que esa apariencia inaprehensible produjo a los cristianos.

Fue Cristo quien sacó a luz esta verdad: que el verdadero Espíritu, el fantasma por excelencia es el hombre. El Espíritu corpóreo es el hombre, su propia esencia y lo aparente de su esencia, a su vez, su existencia y su ser. Desde entonces el hombre no huye de los espectros que están fuera de él, sino de él mismo; es para sí mismo un objeto de espanto. En el fondo de su pecho habita el Espíritu del Pecado; el pensamiento más suave (y este pensamiento mismo es un Espíritu) puede ser un diablo, etc.

El fantasma se ha corporificado, el Dios se ha hecho hombre, pero el hombre se convierte en el aterrador fantasma que él mismo persigue, trata de conjurar, averiguar, transformar en realidad y en verbo; el hombre es Espíritu. Que el cuerpo se reseque, con tal que el Espíritu se salve. Todo depende del Espíritu y toda la atención se centra en la salvación del Espíritu o del alma. El hombre mismo se ha reducido a un espectro, un fantasma obscuro y engañoso, al que está asignado un lugar determinado en el cuerpo. (Disputas sobre el lugar que ocupa el alma, la cabeza, etc.)

Tú no eres para Mí un ser superior, y Yo no lo soy para Ti. Puede suceder sin embargo, que cada uno de nosotros oculte un ser superior que exija de nosotros un respeto mutuo. Así, para tomar como ejemplo lo que hay en nosotros de más general, en Ti y en Mí vive el hombre. Si yo no viese al hombre en Ti, ¿que te tendría que respetar? En verdad, tú no eres el hombre, no eres su verdadera y adecuada figura, no eres más que la envoltura perecedera que el hombre reviste por algunas horas, y que puede abandonar sin dejar de ser él mismo. Sin embargo, ese ser general y superior, mora por el momento en Ti. Así me apareces Tú, cuya forma pasajera ha revestido un Espíritu inmortal, Tú en quien un Espíritu se manifiesta sin estar ligado ni a tu cuerpo ni a esta forma de aparición, como un fantasma. Por ello no Te considero como un ser superior y no respeto en Ti más que el ser superior que albergas, es decir, el Hombre. Los antiguos no tenían, desde este punto de vista, ningún respeto para sus esclavos, porque no los consideraban como el ser superior que honramos hoy con el nombre de Hombre. Ellos descubrían en los demás otros fantasmas, otros Espíritus. El Pueblo es un ser superior al individuo, es el Espíritu del pueblo. A este Espíritu honraban los antiguos y el individuo no tenía más importancia para ellos que la de estar a su servicio o al de un Espíritu semejante: el Espíritu de Familia. Por amor a este ser superior, al Pueblo, se concedía algún valor a cada ciudadano. De igual modo que Tú estás santificado a nuestros ojos por el Hombre que te hechiza, así también se estaba en aquel tiempo santificado por tal o cual otro ser superior: el Pueblo, la Familia, etc.

Si Yo Te prodigo atenciones y cuidados, es porque Te quiero, es porque encuentro en Ti el alimento de Mi corazón, la satisfacción de Mi deseo; si Te amo, no es por amor a un ser superior de quien seas la encarnación consagrada, no es porque vea en Ti un fantasma y adivine un Espíritu; Te amo por el goce; es a Ti a quien amo porque Tu esencia no es nada superior, no es ni más elevado ni más general que Tú; es única como Tú mismo, es Tú mismo.

No sólo el hombre es un fantasma; todo está hechizado. El ser superior, el Espíritu que se agita en todas las cosas, no está ligado a nada y no hace más que aparecer en las cosas. ¡Fantasmas en todos los rincones!

Éste sería el lugar de hacer desfilar a esos fantasmas, pero tendremos ocasión en lo sucesivo de evocarlos de nuevo, para verlos desvanecerse ante el egoísmo. Podemos, pues, limitarnos a citar algunos a guisa de ejemplos: el Espíritu Santo, la Verdad, el Rey, la Ley, el Bien, la Majestad, el Honor, el Orden, la Patria, etc., etc.


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