Índice de El único y su propiedad de Max StirnerCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Los poseídos

¿Has visto ya un espíritu? - ¿Yo? No, pero mi abuela los ha visto. - Así me ocurre a mí, Yo no los he visto nunca, pero a Mi abuela le corrían sin cesar por entre las piernas; y por respeto al testimonio de nuestras abuelas, creemos en la existencia de los espíritus.

Pero ¿no teníamos también abuelos y no se encogían de hombros cada vez que nuestras abuelas relataban historias de aparecidos? ¡Ay, sí!, eran incrédulos y con su incredulidad han causado grandes daños a nuestra buena religión. ¡Esos reveladores! Vamos a demostrarlo. ¿Qué es en el fondo esa fe profunda en los espectros, sino la fe en la existencia de seres espirituales en general? Y ésta, ¿no se quebrantaría al quedar establecido que todo hombre con entendimiento debe encogerse de hombros ante la primera?

Los románticos, sintiendo cuánto comprometería a la creencia en Dios el abandono de la creencia en los espíritus o espectros, se esforzaron en conjurar esta consecuencia, no sólo resucitando el mundo maravilloso de las leyendas, sino particularmente escudriñando el mundo superior con sus sonámbulos, sus virtudes, etc. Los creyentes sinceros y los padres de la Iglesia no sospechaban que, con la fe en los espectros, desaparecía, también, la base misma de la religión, y que, desde ese instante, ella pende del aire. Quien no cree en ningún fantasma, tiene que ser consecuente consigo mismo para que su incredulidad le conduzca a advertir que detrás de las cosas no se oculta ningún ser separado, ningún fantasma o -tomando una palabra que en sentido ingenuo se considera sinónima- ningún Espíritu.

¡Existen Espíritus! Contempla el mundo que te rodea, y dime si detrás de todo, Tú no adivinas un Espíritu. A través de la flor, la hermosa flor, te habla el Espíritu Creador que le dio su bella forma, las estrellas anuncian al Espíritu que ordena su marcha por los espacios celestes, un Espíritu de sublimidad se cierne por la cima de los montes, el Espíritu de la melancolía y del deseo murmura bajo las aguas y en los hombres hablan millones de Espíritus. Que los montes se hundan en el abismo, que se marchiten las flores y las estrellas se reduzcan a polvo, que mueran los hombres. ¿Qué sobrevive a la ruina de esos cuerpos visibles? ¡EI Espíritu, el invisible, que es eterno! Sí, todo en este mundo está encantado. ¿Qué digo? Este mundo mismo está encantado, máscara engañosa, es la forma errante de un Espíritu, es un fantasma. ¿Qué es un fantasma sino un cuerpo aparente y un Espíritu real? Tal es el mundo, vano, nulo, ilusoria apariencia sin otra realidad que el Espíritu. Es la apariencia corpórea de un Espíritu. Mira a Tu entorno y la lejanía, por todas partes te rodea un mundo de fantasmas, estás asediado por visiones. Todo lo que se Te aparece no es más que el reflejo del Espíritu que lo habita, una aparición espectral; el mundo entero no es más que una fantasmagoría, tras la cual se agita el Espíritu. Tú ves espíritus.

¿Pretendes compararte con los antiguos, que veían dioses por todas partes? Los dioses, mi querido Moderno, no son Espíritus; los dioses no reducen el mundo a una apariencia y no lo espiritualizan.

A tus ojos, el mundo entero está espiritualizado, ha venido a ser un enigmático fantasma, por eso no te sorprende tampoco hallar en Ti más que un fantasma. ¿No hechiza Tu Espíritu a Tu cuerpo y no es Él lo verdadero, lo real, en tanto que Tu cuerpo es una mera apariencia , algo perecedero y carente de valor? ¿No somos todos espectros, pobres seres atormentados que aguardan la redención? ¿No somos Espíritus?

Desde que el Espíritu ha aparecido en el mundo, desde que el Verbo se ha hecho carne, ese mundo espiritualizado no es más que una casa encantada, un fantasma. Tú tienes un Espíritu porque tienes pensamientos. Pero ¿qué son esos pensamientos? -Seres espirituales-. ¿No son, pues, cosas? No, sino el Espíritu de las cosas, lo que en ellas hay de más íntimo, de más esencial, su Idea. Lo que piensas, ¿no es simplemente tu pensamiento? Al contrario, es lo que hay de más real, lo propiamente verdadero en el mundo: es la Verdad misma. Cuando Yo pienso correctamente, pienso la Verdad. Cierto, puedo engañarme acerca de la Verdad, puedo no comprenderla, pero cuando mi comprensión es verídica, el objeto de mi comprensión es la Verdad. ¿Aspiras, pues, a conocer la Verdad? La Verdad es sagrada para Mí. Puede suceder que encuentre una verdad inacabada que deba reemplazar por otra mejor, pero no puedo suprimir la Verdad. Yo creo en la Verdad y por eso la busco; pues nada la supera y es eterna.

¡Sagrada y eterna, la Verdad es lo Sagrado y lo Eterno mismo! Pero Tú, que te llenas de esa santidad y haces de ella tu guía, serás santificado. Lo sagrado no se manifiesta jamás a Tus sentidos; Tú, como ser sensitivo, jamás descubres su huella. No se revela más que a tu fe, o más exactamente, a tu Espíritu, porque ella misma es algo espiritual, un Espíritu; es Espíritu para el Espíritu.

No se suprime lo Sagrado con tanta facilidad como parecen creerlo muchos que todavía rehúsan esta palabra impropia. Cualquiera que sea el punto de vista bajo el que se me acuse de egoísmo, se sobreentiende siempre que se tiende la vista a algún Otro al que Yo debería servir con prioridad a Mí mismo, a quien Yo debería considerar más importante que a todo lo demás; en resumen, un Algo en el que hallaría Mi bien, una cosa sagrada. Que ese sacrosanto sea, por otra parte, tan humano como se quiera, que sea lo humano mismo, no quita nada de su carácter y, cuando más, convierte ese sagrado supraterrenal en un sagrado terrenal, ese sagrado divino en un sagrado humano.

Todo es sagrado para el egoísta que no se reconoce como tal, para el egoísta involuntario. Llamo así al que, incapaz de traspasar los límites de su Yo, no lo considera, sin embargo, como el Ser Supremo; no sirve más que a sí mismo, creyendo servir a un ser superior y que no conociendo nada superior a sí mismo, sueña, sin embargo, con alguna cosa superior. En resumen, es el egoísta que quisiera no ser egoísta, que se humilla y que combate su egoísmo, pero que no se humilla más que para ser ensalzado, es decir, para satisfacer su egoísmo. No quiere ser egoísta, y por ello escudriña el cielo y la tierra en busca de algún ser superior al que pueda ofrecer sus servicios y sus sacrificios. Pero, por más que se esfuerza y mortifica, no lo hace en definitiva más que por amor a sí mismo y el egoísmo, el odioso egoísmo no se separa de él. He aquí por qué lo llamo egoísta involuntario. Todos sus esfuerzos y todas sus preocupaciones para separarse de sí mismo no son más que el esfuerzo mal comprendido de la autodisolución.

¿Estás encadenado al tiempo pasado? ¿Tienes que parlotear hoy porque lo hiciste ayer? ¿No puedes transformarte, Tú a ti mismo, en cada instante? Entonces te sientes apresado por las cadenas de la esclavitud y paralizado. Por ello, en cada instante de tu existencia brilla un instante futuro que te llama, y Tú, en tu desarrollo, te separas de Ti, de tu Yo actual. Lo que Tú eres en cada instante es tu propia creación y no debes separarte a Ti de esta creación, Tú, su creador. Tú mismo eres un ser superior a Ti, Tú que te superas a Ti mismo. Como egoísta involuntario, ignoras que Tú eres el que es superior a Ti, es decir, que no eres meramente una criatura, sino, a su vez, Tu creador. Por ello, el ser superior es para Ti un ser extraño. Todo ser superior, como la Verdad, la Humanidad, etc., es un ser que está por encima de Nosotros.

Lo extraño es una característica de lo Sagrado. En todo lo sagrado existe algo misterioso, o sea, extraño, algo que nos incomoda. Lo que para Mí es sagrado, no Me es propio y si, por ejemplo, la propiedad de otro no me fuera sagrada, la consideraría Mi propiedad y la utilizaría en cuanto tuviera la mejor ocasión. Por el contrario, el rostro del emperador chino es sagrado para Mí, por ello es extraño a mis ojos y bajo la mirada ante su presencia.

¿Por qué no considero sagrada una verdad matemática, indiscutible, que podría llamarse eterna, en el sentido habitual de la palabra? Porque no es revelada, no es la revelación de un ser superior. Entender únicamente por reveladas las verdades religiosas, sería absolutamente erróneo, sería desconocer por completo el significado del concepto ser superior. Los ateos se ríen de ese ser superior al que se rinde culto bajo el nombre de Ser Supremo y reducen a polvo, una tras otra, todas las pruebas de su existencia, sin notar que ellos mismos obedecen así a su necesidad de un ser superior y que no destruyen al antiguo sino para dejar lugar a otro nuevo.


Índice de El único y su propiedad de Max StirnerCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha