Índice de El único y su propiedad de Max StirnerCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

II

El Estado me permite sacar provecho de todos mis pensamientos y utilizarlos en mi relación con los hombres (ya saco de ellos un precio con el solo hecho, por ejemplo, de que me valen el aprecio o la admiración de los oyentes); el me lo permite, pero con la condición de que mis pensamientos sean sus pensamientos. Si alimento, por el contrario, pensamientos que él no puede aprobar, es decir, hacer suyos, me prohibe formalmente realizar su valor, cambiarlos y relacionarme con ellos. Mis pensamientos no son libres, sino cuando el Estado lo permite, es decir, cuando son pensamientos del Estado. Él no me deja filosofar con libertad, si no me muestro filósofo de Estado; pero no puedo filosofar contra el Estado, aunque él me permita con gusto remediar sus imperfecciones, enderezarlo. Lo mismo, pues, que yo no puedo considerar mi Yo como legítimo más que si lleva la estampilla del Estado y puede exhibir los certificados y pasaportes que este último le ha concedido graciosamente, de igual modo no estoy autorizado a hacer valer lo Mío más que si lo tengo por lo suyo, por un feudo dependiente del Estado. Mis caminos deben ser sus caminos, de lo contrario me tapa la boca. Nada es más temible para el Estado que el valor del Yo; no hay nada de lo que deba separarme más cuidadosamente, que de toda ocasión de valorarme Yo mismo. Yo soy el adversario inconciliable del Estado, que no puede escapar al torno del dilema: él o Yo. Así no trata solamente de paralizar el Yo, sino además, de alquilar lo Mío. No hay en el Estado ninguna propiedad, es decir, ninguna propiedad del individuo: no hay más que propiedades del Estado. Lo que Yo tengo, no lo tengo más que por el Estado; lo que soy, no lo soy sino por él. Mi propiedad privada es la que el Estado me concede de su propiedad y en la medida que la limita (la priva) a otros de sus miembros, es una propiedad del Estado.

Pero por más que haga el Estado, Yo siento cada vez más claramente que me queda un poder considerable; tengo un poder sobre Mí mismo, es decir, sobre todo lo que no es, ni puede ser más que Mío y que no existe sino porque es Mío.

¿Qué hacer cuando mi camino no es ya el suyo, cuando mis pensamientos no son ya los suyos? Pasar de largo y no contar más que conmigo mismo y sobre Mí mismo. Mi propiedad real, aquella de que puedo disponer a mi agrado, con la que puedo traficar a mi gusto, son mis pensamientos, a los que no hace falta una sanción y que me importa poco ver legitimar por un destino, una autorización o una gracia. Siendo Míos, son mis criaturas y Yo puedo abandonarlos por otros; si los cedo a cambio de otros, esos otros vienen a ser, a su vez, mi propiedad.

¿Qué es, pues, mi propiedad? Lo que está en mi poder y nada más. ¿A qué estoy legítimamente autorizado? A todo aquello que puedo. Yo me doy el derecho de propiedad sobre un objeto por el solo hecho de que me apodero de él, o en otros términos, me hago propietario de derecho cada vez que me hago propietario por la fuerza; al darme el poder, me doy el título.

Mientras no podáis arrebatarme mi poder sobre una cosa, esa cosa sigue siendo mi propiedad. ¡Pues bien, sea! ¡Que la fuerza decida de la propiedad y Yo esperaré todo de mi fuerza! El poder ajeno, el poder que yo dejo a otro ha hecho de mí un siervo; ¡que mi propio poder haga de mí un proletario! Vuelva yo, pues, a entrar en posesión del poder que he abandonado a los demás, ignorante como era de la fuerza de mi poder. A mis ojos, mi propiedad se extiende hasta donde se extiende mi brazo; Yo reivindicaré como mío todo lo que soy capaz de conquistar y extenderé mi propiedad hasta donde llegue mi derecho, es decir, mi poder.

El egoísmo, el interés personal han de decidir, y no el principio de amor, las razones sentimentales como caridad, indulgencia, benevolencia o siquiera equidad y justicia (porque la justicia también es un fenómeno de amor, un producto del amor); el amor no conoce más que el sacrificio y exige la abnegación. ¿Sacrificar alguna cosa? ¿Privarse de alguna cosa? El egoísta ni lo piensa; dice simplemente: ¡aquello de lo que tengo necesidad me es preciso y lo tendré!

Todas las tentativas de someter la propiedad a leyes racionales tienen su fuente en el amor y conducen a un borrascoso océano de reglamentaciones y de coerción. El socialismo y el comunismo tampoco constituyen una excepción. Cada cual debe estar provisto de medios de existencia suficientes y poco importa que estos medios los encuentre, según la idea socialista, en una propiedad personal, o que, con los comunistas, los obtenga de la comunidad de bienes. Los individuos no conocerán más que la dependencia. El tribunal arbitral a quien encarguéis de repartir equitativamente los bienes no me concederá más que la parte que me haya medido su espíritu de equidad, su benévolo cuidado de las necesidades de todos. Yo, el individuo, no veo menor obstáculo en la riqueza de la colectividad que en la riqueza de los demás individuos, porque ni una ni otra me pertenecen. Ya estén los bienes en manos de la comunidad que me concede una parte, o en manos de los particulares, resulta siempre para mí la misma coerción, puesto que en ningún caso puedo disponer de ellos. Más aún, aboliendo la propiedad personal, el comunismo se constituye en un nuevo Estado, un status, un orden de cosas destinado a paralizar la libertad de mis movimientos, un poder soberano superior a Mí; él se opone con razón a la opresión de los individuos propietarios, de los que Yo soy víctima, pero el poder que da a la comunidad es más tiránico aún.

El egoísmo sigue otro camino para la supresión de la miseria de la plebe. Él no dice: aguarda lo que una autoridad cualquiera, encargada de repartir los bienes en nombre de la comunidad, te dé en su equidad (porque de un don es de lo que se trata siempre en los Estados, recibiéndolo cada uno según sus méritos, es decir, sus servicios); él dice: pon la mano sobre aquello que necesitas y tómalo. Es la declaración de guerra de todos contra todos. Sólo Yo soy juez de lo que quiero tener.

En verdad, esa sabiduría no es nueva, pues eso siempre lo han hecho los egoístas. Poco importa que la cosa no sea nueva si sólo desde hoy se tiene conciencia de ella; y esa conciencia no puede pretender una gran antigüedad (a menos que la hagáis remontar a las leyes de Egipto y de Esparta); bastaría vuestra objeción y el desprecio con que habláis del egoísta para probar que está poco extendida. Lo que es preciso decir es que el acto de poner la mano sobre un objeto despreciable es puramente el hecho del egoísta consciente y consecuente consigo mismo.

Sólo cuando no espere ya ni de los individuos ni de la comunidad lo que puedo darme Yo mismo, escaparé de las cadenas del amor; la plebe no dejará de ser plebe hasta el día en que tome lo que necesita. No es plebe sino porque teme tomarlo y teme el castigo que seguiría. Tomar es un pecado, tomar es un crimen; he ahí el dogma, y ese dogma por sí mismo basta para crear la plebe; pero si la plebe continúa siendo lo que es, ¿de quién será culpa? De ella, en primer término, que admite ese dogma, y en segundo lugar de quienes por egoísmo (para devolverles su injuria favorita), quieren que sea respetado. No se tiene conciencia de esta nueva sabiduría, y la vieja conciencia del pecado es la causa de ella.

Si los hombres llegan a perder el respeto de la propiedad, cada individuo tendrá una propiedad, lo mismo que todos los esclavos se hacen hombres libres desde que dejan de respetar en su Señor a un Señor. Entonces podrán concluirse alianzas entre individuos, asociaciones egoístas, que tendrán por efecto multiplicar los medios de acción de cada cual y afirmar su propiedad, sin cesar amenazada.

Según los comunistas, la comunidad debe ser propietaria. Por el contrario, Yo soy propietario, y no hago más que entenderme con otros acerca de mi propiedad. Si la comunidad va contra mis intereses, Yo me sublevo contra ella y me defiendo. Soy propietario, pero la propiedad no es sagrada. ¿No seré; pues, meramente poseedor? ¡Eh, no! Hasta hoy, no se era poseedor, no se tenía una parcela, sino porque igualmente se dejaba a otros la propiedad de su parcela. Pero en adelante todo me pertenece; soy propietario de todo lo que necesito y puedo apoderarme. Si el socialista dice: la Sociedad me da lo que me hace falta, el egoísta responde: Yo tomo lo que necesito. Si los comunistas obran como indigentes, el egoísta obra como propietario.

Todas las tentativas basadas en el principio del amor que tienen por objeto el alivio de las clases miserables han de fracasar. La plebe sólo puede ser ayudada por el egoísmo: esta ayuda debe prestársela a sí misma, y eso es lo que hará. La plebe es un poder, con tal que no se deje domar por el miedo. Las gentes perderían todo respeto de no haberles enseñado a tener miedo, decía el espantajo del gato con botas. Por consiguiente, la propiedad no puede, ni debe abolirse; de lo que se trata es de arrebatársela a los fantasmas para convertirla en mi propiedad. Entonces se desvanecerá esa ilusión de que Yo no pueda tomar todo cuanto necesite.

¡Pero de cuántas cosas tiene el hombre necesidad! Quién tiene necesidad de mucho y se ingenia para tomarlo, ¿se ha creído nunca en falta por apropiárselo? Napoleón ha tomado Europa y los franceses Argel. Lo que convendría es que el populacho al que paraliza el respeto, aprenda, por fin, a procurarse lo que le hace falta. Si va demasiado lejos y si os juzgáis ofendidos, ¡pues bien!, defendeos; no debéis hacerle regalos benévolamente. Cuando él se conozca, o más bien, cuando se reconozca como populacho, lo rechazarán de la misma manera que rehusarán vuestras limosnas. Pero es perfectamente ridículo declarar pecador y criminal a quien ya no pretende vivir de vuestros beneficios y quiere salir adelante por él mismo. Vuestros dones lo engañan y le hacen perder la paciencia. Defended vuestra propiedad, seréis fuertes; pero si queréis guardar la facultad de dar y gozar tantos más derechos políticos cuantas más limosnas podáis hacer (impuesto de los pobres), eso durará tanto como lo toleren quienes agraciáis.

La cuestión de la propiedad no es, creo haberlo mostrado, tan sencilla de resolver como se lo imaginan los socialistas e incluso los comunistas. No será resuelta más que por la guerra de todos contra todos. Los pobres no llegarán a ser libres y propietarios más que cuando se insurreccionen, se subleven, se eleven. Les deis, lo que les deis, querrán siempre más, porque no quieren nada menos que la supresión de todo don.

Se preguntará. Pero ¿qué pasará cuando quienes carecen de fortuna hayan cobrado ánimos? ¿Cómo se realizará la nivelación? Tanto valdría pedirme que sacara el horóscopo de un niño. ¿Lo que hará un esclavo cuando haya roto sus cadenas? ... Aguardad y lo sabréis. (...)


Índice de El único y su propiedad de Max StirnerCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha