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CAPÍTULO V

FORMA CORPORAL, MOVIMIENTO Y CARÁCTER

Conocimiento vulgar de los hombres y ciencia caracterológica. La forma, producto del proceso de adaptación. Factores especiales en la evolución de la forma humana. Crítica de la eugenesia. Relatividad en la valoración de la forma. Interpretación psicológico-individual de las correlaciones entre forma corporal y carácter. El sentido del movimiento. Crítica de la concepción de la ambivalencia. Las dos líneas de movimiento.

Dedicaremos el presente capítulo a estudiar el valor y el sentido inherentes a las tres formas de expresión de la especie humana: morfología, dinamismo y carácter. Un conocimiento científico del hombre debe, naturalmente, basarse en experiencias. Pero de una simple recopilación de éstas no resulta todavía una ciencia. Aquélla es más bien una preparación de ésta, y el material recopilado exige una conveniente ordenación conforme a un principio común. Un puño alzado con ira, un rechinar de dientes, una mirada llena de odio, una serie de injurias proferidas, etc.. son movimientos agresivos, y así interpretados por cualquiera, que al espíritu investigador, en su afán de acercarse a la verdad -en esto consiste en última instancia el espíritu de la ciencia-, ya no le plantean ningún problema. Sólo si conseguimos situar estas y otras manifestaciones dentro de un conjunto más amplio de relaciones hasta ahora no descubiertas, que abra nuevos puntos de vista, resuelva problemas hasta hoy insolubles o los plantee nuevos, podremos hablar de verdadera ciencia.

La forma de los órganos humanos, así como la morfología humana, están en una especie de armonía con su manera de vivir y deben su esquema básico al proceso de adaptación a las condiciones exteriores que permanecen invariables durante largos períodos de tiempo. El grado de esta adaptación es infinitamente vario y no llega a hacerse notar en su forma sólo si rebasa francamente un límite determinado para atraer nuestra atención. Sobre esta base evolutiva de la figura humana influyen desde luego toda una serie de factores, entre los cuales cabe destacar los siguientes:

1. La extinción de determinadas variantes para las cuales no se dan, ni pasajera ni permanentemente, condiciones de vida. Aquí intervienen, no sólo la ley de adaptación orgánica, sino también ciertas maneras erróneas de vivir que han llegado a gravitar pesadamente sobre grupos humanos más o menos amplios (guerras, defectuosa administración, falta de adaptación social, etc.). Además de las rígidas leyes de la herencia, más o menos concordantes con las de Mendel, hemos de tener también en cuenta la plasticidad de los órganos y la morfología en el proceso evolutivo de la adaptación. La relación entre la forma y las cargas individuales y generales podrá ser expresada como valor funcional.

2. La selección sexual. Parece tender a la equiparación de la forma y el tipo a medida que se extiende la civilización y aumentan los intercambios. Esta elección se halla más o menos influida por conocimientos de orden biológico y médico, así como por el sentimiento estético que de ellas resulta, siempre sometido este último factor, a cambios y errores. Los ideales de belleza en sus contrastes, tales como el atleta o el hermafrodita, la opulencia o la delgadez, muestran cuan sujetas a cambio son estas influencias, cambios que, por otra parte, son estimulados por el arte.

3. La correlación de los órganos. Los órganos, junto con las glándulas de secreción interna (tiroides, glándulas sexuales, suprarrenales, hipófisis), forman, por así decirlo, una liga secreta, pudiendo ayudarse o perjudicarse mutuamente. Esto explica la supervivencia de formas que, aisladamente, estarían condenadas a desaparecer, pero que, en sus correlaciones, no alteran el valor funcional global del individuo. El sistema nervioso, central y periférico, desempeña un papel sobresaliente en esta acción integradora, ya que, en colaboración con el sistema vegetativo, puede elevar tanto corporal como espiritualmente el valor funcional total del individuo gracias a la singular capacidad de entrenamiento que le es inherente. Esta circunstancia hace posible que las formas atípicas y hasta defectuosas puedan subsistir sin poner en peligro la existencia de individuos o generaciones. Éstos obtienen una compensación en otras fuentes de energía, de modo que el balance de la totalidad del individuo puede mantenerse en equilibrio, y aun a veces con un saldo de energías favorable. Una investigación libre de prejuicios demostraría seguramente que entre las personas más capaces y de más valía no figuran precisamente las más bellas. Esto nos hace pensar también que una eugenesia individual o racial, sólo en muy limitada medida podría crear valores, pues el número de complejos factores es tan considerable que sería más fácil llegar a formar un juicio falso que una conclusión cierta. Una estadistica, por muy comprobados que estuvieran sus datos, no podría ser decisiva para el caso aislado.

El ojo levemente miope, con su construcción oblongada, representa en nuestra civilización, orientada al trabajo sobre objetos cercanos, una ventaja innegable, ya que excluye casi totalmente la fatiga visual. La zurdería, que abarca casi un cuarenta por ciento de la Humanidad, es sin duda una desventaja en una civilización orientada hacia el trabajo con la diestra. Sin embargo, entre los mejores dibujantes y pintores, entre las personas de mayor habilidad manual, encontramos un tanto por ciento muy elevado de zurdos que hacen verdaderas maravillas con su mano derecha, tras una magistral habituación. Obesos y flacos se ven acechados por peligros distintos, pero no menos graves, aunque desde el punto de vista de la medicina y de la estética, la belleza se incline cada vez más a favor de los flacos. Una mano corta y ancha parece sin duda alguna más favorable para el trabajo manual, por su mayor eficacia para actuar como palanca, pero el progreso técnico y el perfeccionamiento de las máquinas hacen cada dia más superfluo el duro trabajo manual individual. La belleza del cuerpo -aunque no podamos substraernos a su atracción- suele llevar consigo tantos inconvenientes como ventajas. Cualquiera puede comprobar que entre las personas que no han aceptado ni la carga del matrimonio ni la de la descendencia hay un crecido número de hombres bien formados, mientras que los pertenecientes a tipos estéticamente menos agradables participan en la procreación de un modo brillante a causa de sus excelencias de otro orden. ¡Con cuánta frecuencia nos encontramos en un lugar dado con tipos totalmente opuestos a lo que habíamos esperado! Por ejemplo, alpinistas de piernas cortas y pies planos, sastres hercúleos, tenorios poco agraciados, etc. En semejantes casos, sólo el examen detenido de las complejidades psicológicas nos permitirá una justa comprensión de estas aparentes contradicciones. Todo el mundo conoce tipos infantiles de gran madurez intelectual y tipos viriles que se comportan como niños: gigantes cobardes y enanos valientes; gentlemen feos y jorobados y sinvergüenzas de aspecto agradable y simpático; grandes criminales afeminados y hombres de aspecto rudo con blando corazón. Es un hecho innegable que la sífilis y el alcoholismo lesionan el plasma germinal, lo cual se traduce tanto por inconfundibles marcas exteriores como por la mayor letalidad de la descendencia. Sin embargo, no son raras las excepciones, y no hace mucho que Bernard Shaw, aún tan robusto a pesar de su edad avanzada, nos reveló que era hijo de un alcohólico. Al principio trascendental de la selección se contrapone la influencia obscura, demasiado compleja, de las leyes de la adaptación. Ya el poeta se lamentaba: ... Y Patroclo yace sepultado mientras Tersites vuelve a su hogar. Tras las guerras suecas, tan mortíferas, hubo tal escasez de hombres que una ley obligó a todos los sobrevivientes a casarse, incluso a los enfermos e inválidos. Ahora bien, si fuera posible establecer comparaciones entre los pueblos, los suecos de hoy en día, son considerados como pertenecientes a los tipos humanos más bellos. En la antigua Grecia se exponía a los niños mal formados. Y en el mito de Edipo se ve la maldición de la Naturaleza ultrajada o, quizá, mejor dicho, de la ultrajada lógica de la sociedad humana.

Tal vez cada uno de nosotros lleve dentro de si una imagen ideal de la forma humana, por la cual mide a los demás. No hay manera de poder prescindir en la vida de la adivinación. Espíritus de elevado vuelo hablan de intuición. Al psiquiatra y al psicólogo se les plantea el problema de saber a qué inmanentes normas es preciso atenerse para juzgar las formas humanas. A este respecto parecen tener una importancia decisiva las experiencias de la vida, a veces reducidas a imágenes estereotipadas, conservadas desde la niñez. Lavater, entre otros, hizo de esto un sistema. A la uniformidad extraordinaria de estas impresiones, corresponde la de las ideas que nos forjamos de la persona avara, benévola, perversa o criminal. Y es que, a pesar de todas las reservas, por lo demás justificadas, no hay que olvidar que en estos casos nuestro entendimiento inquiere secretamente de la forma, su contenido y su sentido. ¿Será el espíritu quien da forma al cuerpo?

De los resultados obtenidos en estos estudios quisiera destacar aquí dos, por parecerme susceptibles de arrojar cierta luz sobre el obscuro problema de la forma y el sentido. No debemos olvidar las aportaciones de Carus, quien, gracias a la meritísima labor de Klages, ha recobrado actualidad, ni las modernas investigaciones de Bauer y Jaensch, pero las obras que aquí queremos recordar son el trabajo de Kretschmer, Korperbau und Charakter (Morfología y carácter), y la mía, Studie über Minderwertigkeit von Organen (Estudio de las minusvalías orgánicas), esta última mucho más antigua. En ella creo haber encontrado la vía de transición, el puente que, a través de un pronunciado sentimiento de inferioridad, conduce de una minusvariante corporal a una tensión especial del aparato anímico. Las exigencias del mundo circundante son experimentadas en estas condiciones como demasiado adversas, y la inquietud por el yo propio se exacerba de manera claramente egocéntrica, por falta de adecuado entrenamiento. De aquí surgen una acentuada hiperestesía psíquica, falta de ánimo y de decisión, así como un esbozo de apercepción antisocial. Esta perspectiva del mundo circundante se opone a la debida adaptación y favorece los errores. Con un máximo de precauciones y con una continua atención a la búsqueda de comprobaciones o contradicciones, este punto de vista permitiría descubrir la esencia y el sentido partiendo de la forma. No me atrevería a decidir aquí si los fisonomistas experimentados se han apartado de la Ciencia para seguir instintivamente este sendero. Puedo afirmar, en cambio, que el entrenamiento psíquico, que se deriva de esta mayor tensión, puede conducir a más brillantes rendimientos. No creo equivocarme al deducir por experiencia que ciertas glándulas de secreción interna como por ejemplo, las genitales, pueden ser estimuladas gracias a un entrenamiento síquico apropiado, mientras que, por el contrario un entrenamiento inoportuno las alterara. No puede ser casual el hecho que he comprobado tan a menudo, de muchachos afeminados o muchachas hombrunas a causa de un entrenamiento en el sentido opuesto, fomentado generalmente por los padres.

Con sus contraposiciones del tipo picnoide y del tipo esquizoide, con sus características discrepancias de forma y con sus peculiares procesos anímicos, nos ha proporcionado Kretschmer una descripción que marca a la ciencia un nuevo rumbo. Pero el puente entre la forma y el sentido cae fuera de su órbita. Es de esperar que su brillante exposición será sin duda, un día, uno de los puntos de partida hacia la solución de este problema.

En un terreno mucho más seguro se mueve el investigador que se propone interpretar el sentido del movimiento. Pero también aquí le estará reservado un papel importante a la adivinación: y en cada caso el resultado general confirmará el éxito o el fracaso de aquélla. Con esto dejamos ya sentado, tal como la Psicología individual suele hacer siempre, que todo movimiento viene originado por la personalidad total y lleva en sí su estilo de vida. Todo modo de expresión emana de la unidad de la personalidad, dentro de la cual no existe la menor contradicción, ni ambivalencia, ni siquiera dos almas a la manera fáustica (dos almas, ¡ay!, se alojan en mi cuerpo...). Que una persona pueda ser distinta en la conciencia y en el inconsciente -una división por lo demás artificial debida al fanatismo psicoanalítico- es algo que rechazará todo aquel que haya comprendido las complejidades y los matices de la conciencia. Tal como uno se mueve, así es el sentido de su vida.

La Psicología individual ha intentado elaborar en forma científica la teoría del sentido de los modos de expresión. Dos factores, con sus mil variantes, posibilitan una interpretación a este respecto. Uno de ellos se forma a partir de la más tierna infancia y acusa la tendencia a superar cualquier situación de insuficiencia, a encontrar un camino que conduzca de un sentimiento de inferioridad al de superioridad y a la liberación de las tensiones psíquicas correspondientes. Este camino es iniciado ya con todas sus peculiaridades en la infancia y permanece invariable a todo lo largo de la vida. La captación de sus matices individuales presupone en el observador una cierta capacidad de comprensión artística. El otro factor nos permite apreciar el interés colectivo del examinado, su grado o su falta de solidaridad humana. Nuestro juicio sobre el modo de mirar, atender, hablar, actuar y trabajar, nuestra valoración y diferenciación de los modos de expresión tienden a sopesar la capacidad de cooperación del individuo. Y es que, formados en la esfera inmanente del interes recíproco, muestran en tal examen el grado de preparación para participar en la labor colectiva. La línea primaria de movimiento hará siempre acto de presencia, aunque bajo mil formas distintas, y no podrá desaparecer hasta la muerte. En el curso inmutable del tiempo, todo movimiento está guiado por un impulso de superación. El sentimiento de comunidad presta tono y color a este movimiento ascendente.

Si en la búsqueda de las más íntimas unidades, deseamos dar con la mayor prudencia posible un paso adelante, alcanzaremos un punto de vista que nos permita adivinar como el movimiento se vuelve forma. La plasticidad de la forma viva tiene ciertamente sus límites: pero, dentro de éstos, el movimiento individual se ejerce y se manifiesta, de modo perdurable en generaciones, pueblos y razas, idéntico en el correr del tiempo. Aquí el movimiento se amolda y se vuelve: la forma.

Así el conocimiento de la naturaleza humana a partir de la forma llega a ser posible si reconocemos en ella el movimiento que la moldeó.


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