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CAPÍTULO II

MEDIOS Y CAMINOS PSICOLÓGICOS PARA LA EXPLORACIÓN DEL ESTILO DE VIDA

Ojeada sobre la evolución histórica de la psicología. Capacidad psicológica y sentimiento de comunidad. Necesidad de la adivinación. Importancia del Psicoanálisis. Fases de la mitología freudiana. El Psicoanálisis derivado de la concepción del mundo de los niños mimados. El ideal de comunidad humana como meta de la evolución. El punto de vista de los valores en la Psicología individual. El método de la psicología experimental y el de la Psicología individual. Fenómenos más ilustrativos para la Psicología individual.



Para averiguar la opinión individual frente a los problemas de la vida y, mayormente, para descubrir el íntimo sentido que ésta se digne revelarnos, no podemos rechazar a limine ningún medio ni ningún camino. La opinión del individuo sobre el sentido de la vida no es asunto desdeñable, ya que en última instancia determina todo su pensar, sentir y obrar. Ahora bien, el auténtico sentido de la vida se hace patente en la inevitable resistencia contra la que choca el individuo cuando obra equivocadamente. Entre estos dos términos se extiende la tarea de la educación, la formación y la curación.

El conocimiento del carácter individual se remonta a lejanos siglos. Para no mencionar sino unos cuantos datos, recordaremos que en las descripciones históricas y personales de los pueblos de la Antigüedad, en la Biblia, en Homero, en Plutarco, en la totalidad de los poetas griegos y romanos, en los mitos, cuentos, leyendas y tradiciones, observamos una brillante comprensión del conocimiento de la personalidad humana. Hasta en los tiempos modernos fueron, ante todo, los poetas los que con más éxito lograron rastrear el estilo de vida de un ser dado. Lo que aumenta sobremanera nuestra admiración por la obra de éstos es su capacidad de hacer vivir, morir y actuar al hombre como totalidades indivisas en estrecho contacto con los problemas de su círculo vital. Es indudable que ha habido también gente humilde que, con un superior conocimiento del hombre, transmitió su experiencia a la posteridad. Lo que distinguió a esos hombres -así como a los grandes genios en el conocimiento de la humanidad -fue, sin duda alguna, la profunda visión que tuvieron acerca de la correlación de los resortes instintivos en el ser, virtud que solamente pudo desarrollarse en ellos merced a su identificación con la comunidad y su gran interés por la humanidad en general.

Su mayor experiencia, su mejor comprensión, su visión más profunda fueron la recompensa a su hondo sentimiento de comunidad. Esa facultad de describir la incalculable multiplicación de los movimientos de expresión, de hacerlos comprensibles a todos sin necesidad de recurrir al auxilio de medios tangibles, se debe siempre al don de la adivinación, consustancial con ellos. Sólo de esta manera se explica que hayan podido descubrir lo que se oculta detrás y entre las mallas de ese tupido cañamazo que forman los movimientos de expresión: la ley de movimiento que rige al individuo. Son muchos los que denominan a este don especial intuición porque suponen que está reservado tan sólo a los espíritus privilegiados; pero, en realidad, es el más humano de los dones y hacemos uso incesante de él para orientarnos en medio del caos de la vida y ante lo insondable del futuro.

Puesto que cada problema que se nos plantea -por pequeño o grande que sea- es siempre distinto y siempre nuevo, seríamos víctimas de constantes errores si nos viéramos obligados a resolverlo conforme a un esquema tan rígido como son, por ejemplo, los reflejos condicionados. La permanente diversidad de los problemas plantea a los seres humanos exigencias siempre renovadas, poniendo continuamente a prueba su conducta ya de antemano ejercitada. Ni siquiera en el juego de naipes podríamos salir airosos si obráramos por reflejos condicionados. Sólo el acierto en la adivinación nos permite dominar los problemas. Pero esta adivinación es propiedad ante todo del hombre que participa en el juego y que se identifica con el prójimo; del hombre que tiene verdadero interés en la feliz solución de todos los problemas de la humanidad, que mira como cosa propia el futuro de todo acontecer humano, y le atrae por igual tanto si se trata de la historia de la humanidad como de la suerte de un solo individuo.

La Psicología fue un arte inocente hasta que se incorporó a la Filosofía. De ésta y de la Antropología (1) de los filósofos brotaron las raíces del conocimiento científico del hombre. En las diversas tentativas por ordenar todo fenómeno dentro de una amplia ley universal no podía quedar excluido el individuo aislado. La aceptación de la unidad de formas individuales de expresión quedó sentada como verdad inconmovible. La transposición de la naturaleza humana de las leyes que rigen los restantes fenómenos se hizo según puntos de vista distintos, y la insondable y desconocida fuerza orientadora fue buscada : por Kant, Schelling, Hegel, Schopenhauer, Hartmann, Nietzsche y otros bajo la forma de una fuerza impulsora instintiva, llamada ley moral, voluntad, voluntad de poder o inconsciente. Con la aplicación de leyes generales al acontecer humano quedó la introspección entronizada. Los hombres estaban llamados a declarar alguna cosa acerca del acontecer de su conciencia y de todo cuanto la acompaña. Sin embargo, este método no prevaleció por mucho tiempo. No tardó en caer en justificado descrédito, porque no es posible atribuir al hombre el poder de emitir juicios objetivos sobre sí mismo.

Los albores de una época de tecnicismo llevaron el método experimental a su apogeo. Con la ayuda de aparatos y de interrogatorios cuidadosamente preparados se elaboraron pruebas para examinar las funciones sensoriales, la inteligencia, el carácter y la personalidad. Pero con esto se perdía la visión de la personalidad en su conjunto, o sólo podía ser obtenida en parte por adivinación. La ciencia de la herencia, que se desarrolló poco después, desdeñó a su vez todos los resultados obtenidos, complaciéndose en demostrar que todo depende de la posesión de aptitudes y no de su empleo. La doctrina de la influencia de las glándulas de secreción interna apuntaba en la misma dirección, basándose en casos especiales de sentimientos de inferioridad por minusvalías orgánicas y su compensación.

La Psicología alcanzó un verdadero renacimiento con la creación del Psicoanálisis. Éste tiene empero, el inconveniente de haber resucitado, bajo apariencias científicas, antiguos conceptos mitológicos. Así, la libido sexual desempeña el oficio de omnipotente guía del destino humano. Los horrores del Infierno están representados por el inconsciente, y el pecado original por el sentimiento de culpabilidad. El olvido del Cielo fue reparado más tarde mediante la creación del Ideal del yo, inspirado en el concepto descrito por la Psicología individual, de una finalidad ideal de perfección. De todos modos, debemos reconocer que el Psicoanálisis freudiano representó un esfuerzo considerable encaminado a leer entre las líneas de la conciencia, un paso adelante en el descubrimiento del estilo de vida, sin que este lejano objetivo hubiera sido, sin embargo, reconocido con claridad por Freud, quien se perdió en el laberinto de sus metáforas sexualizantes. Además, el Psicoanálisis se inspiraba en exceso en el estudio del mundo de los niños mimados, en el cual había quedado aprisionado, de tal modo, que la contextura anímica se le apareció siempre como un mero reflejo de este tipo, dejando en la penumbra la verdadera estructura psicológica de estos casos, que sólo puede ser comprendida como aspecto parcial de una ley de movimiento evolutivo. Su pasajero éxito debióse a la gran propensión del sinnúmero de personas mimadas a aceptar dócilmente el valor humano universal de las concepciones arbitrarias del Psicoanálisis freudiano, al ver confirmado y fortalecido en ellas su propio estilo de vida. La técnica del Psicoanálisis estaba encaminada a poner de relieve, con paciente energía, la íntima relación de la libido sexual con los movimientos expresivos y los síntomas, y a hacer derivar los actos humanos de un impulso sádico inherente al hombre. Es mérito exclusivo de la Psicología individual el haber puesto en claro que este último fenómeno no es más que el producto artificialmente cultivado del resentimiento de unos niños mimados. Sin embargo, se encuentran en el Psicoanálisis huellas de reconocimiento y de aproximación a nuestro aspecto evolutivo. Esto, no obstante, de una manera errónea y con el consabido pesimismo freudiano, que se refleja en la idea del deseo de muerte como finalidad última de la existencia, y en la espera, no de una adaptación activa, sino de un morir lento basándose en la segunda ley fundamental de Física, siempre problemática.

Nuestra Psicología individual se coloca decididamente en el terreno de la evolución (véase el ya citado Estudio sobre minusvalías orgánicas), y a la luz de ella considera todo anhelo humano como una tendencia hacia la perfección. El impulso vital está ligado de un modo irreductible, tanto física como psíquicamente, a dicha tendencia. Toda forma de expresión psíquica aparece, pues, a nuestro entendimiento, como un movimiento que conduce de una situación de minus a una situación de plus. El cauce, la ley de movimiento que, con la relativa libertad en el empleo de sus facultades innatas, se señala a sí mismo el individuo al comienzo de su vida, son completamente distintos para cada hombre en cuanto a su tempo, ritmo y orientación. En su incesante cotejo con la perfección ideal inasequible, se halla el individuo constantemente poseído e impulsado por un sentimiento de inferioridad. Podemos afirmar que sub specie aeternitatis y desde el punto de vista ficticio de una absoluta perfección no hay ley de movimiento humano que no sea errónea.

Toda época de civilización se forma este ideal dentro del ámbito de sus ideas y sentimientos. Hoy, como siempre, sólo en el pasado podemos descubrir el nivel actual de la humana capacidad de concepción de ideales semejantes, y es justo que admiremos esa capacidad de concepción que supo establecer ideales básicos de convivencia humana para un imprevisible período de tiempo. Es casi imposible que el no maltarás o el ama a tu prójimo puedan ya desaparecer del saber y del sentir humanos, como instancias supremas. Éstas y otras normas de conciencia (resultantes de la evolución de la humanidad y tan vinculadas a su naturaleza como el respirar o el andar sobre los pies) pueden ser comprendidas en la idea de una comunidad perfecta entre los hombres que aquí, desde un punto de vista meramente científico, se considera como motor y meta de la evolución. Éstas son las normas que sirven a nuestra Psicología individual de hilo conductor, como punto de apoyo, para estimar justos o erróneos los restantes objetivos y formas de conducta opuestos a la evolución. En este punto, la Psicología individual se transforma en una Psicología estimativa, como la ciencia médica, propulsora de la evolución, que en sus investigaciones y comprobaciones es ciencia estimativa, en virtud de sus continuos juicios de valor.

El sentimiento de inferioridad, la tendencia hacia la superación y el sentimiento de comunidad son los pilares básicos de la investigación psicológico-individual. Estos pilares son imprescindibles tanto para el estudio de un individuo aislado como para el estudio de una masa. Es posible que al interpretarlos nos equivoquemos o caigamos en bizantinismos, pero es imposible ignorarlos. El examen de una personalidad no será correcto si no son tomados estos hechos en consideración, si no se obtiene una clara visión de cuanto concierne al sentimiento de inferioridad, a la tendencia hacia la superación y al sentimiento de comunidad.

Pero del mismo modo que anteriores civilizaciones han eliminado bajo el imperativo de la evolución falsas representaciones y caminos erróneos, así debe también el individuo eliminarlos. La construcción intelectual y, al propio tiempo, emocional de un estilo de vida en el curso de la evolución, es obra de la infancia. La noción de fuerza la adquiere el niño de un modo emocional y sólo aproximado a través de su capacidad de rendimiento en el seno de un ambiente muy poco neutral y que sólo imperfectamente representa la primera escuela de la vida. Basándose en una impresión subjetiva y guiado muy a menudo por ciertos éxitos y fracasos de escasa significación, el niño se traza el camino, el objetivo y la imagen de la posición que desea alcanzar en el futuro. Todos los recursos de la Psicología individual que han de permitir la comprensión de la personalidad respetan la opinión del individuo sobre el objetivo de la superioridad, la intensidad de su sentimiento de inferioridad y el grado de su sentimiento de comunidad. Estudiando más detenidamente la relación entre estos factores se verá que todos ellos representan la naturaleza y el grado de este sentimiento. La prueba se efectúa como en psicología experimental o en el examen funcional de un caso médico. Sólo que aquí es la vida misma la que efectúa la prueba, con lo que se pone de relieve la profunda vinculación del individuo con las grandes cuestiones vitales. Y es que, en efecto, la totalidad del individuo no puede estudiarse aisladamente de su relación con la vida o, mejor dicho, con la sociedad. La posición del hombre frente a la sociedad revela su estilo de vida. De ahí que el examen experimental que no atiende sino a lo sumo a limitados aspectos de la vida, nada puede decirnos acerca del carácter ni de los ulteriores rendimientos en el seno de la comunidad. La misma Psicología de la Figura (Gestaltpsychologie) exige el complemento de la Psicología individual para poder pronunciarse sobre la actitud del individuo en el proceso de la vida.

La técnica empleada por la Psicología individual para investigar el estilo de vida presupone por tanto, en primer término, el conocimiento de los problemas de la vida y de las exigencias que ésta plantea al individuo. Como se verá, su solución presupone un cierto grado de sentimiento de comunidad, de identificación con la totalidad de la vida, de capacidad de colaboración y solidaridad humanas. Si esta capacidad falta, podrá observarse entonces en múltiples variantes un acentuado sentimiento de inferioridad con su cohorte de consecuencias, en general representadas por una actitud vacilante y evasiva. Al conjunto de los fenómenos somáticos o psíquicos que aquí se manifiestan le he dado el nombre de complejo de inferioridad. El incansable afán de superioridad trata de disimular este complejo mediante el complejo de superioridad, que aspira a una superioridad personal aparente, siempre prescindiendo del sentimiento de comunidad.

Una vez aclarados todos los fenómenos que se presentan en casos de fracaso, es preciso buscar en la primera infancia las causas de la falta de preparación. De esta manera se logrará una imagen clara y fiel del estilo unitario de vida del sujeto. Al propio tiempo podremos, en casos de conducta errónea, juzgar sobre el grado de evasión, que demostrará ser siempre el resultado de una falta de capacidad de decisión. La tarea del educador, del maestro, del médico y del sacerdote está aquí rigurosamente indicada: fortalecer el sentimiento de comunidad y levantar así el estado de ánimo, mediante la demostración de las verdaderas causas del error, el descubrimiento de la opinión equivocada y del sentido erróneo que el individuo llegó a dar a la vida, acercándole, en cambio, a aquel otro sentido que la vida misma le señala al hombre.

Esta tarea no puede ser realizada si falta un conocimiento profundo de los problemas de la vida y una comprensión clara de la escasa participación del sentimiento de comunidad en los complejos de inferioridad, de superioridad y en todos los tipos de desviación de la conducta. Asimismo exige esta tarea una experiencia amplísima en relación con aquellas circunstancias y situaciones que, en la infancia, pueden inhibir el desarrollo del sentimiento de comunidad. Los caminos que más viablemente conducen al conocimiento de la personalidad según las experiencias que hasta hoy me ha sido dado recoger son: una amplia comprensión de los primeros recuerdos de la infancia, la posición que en orden a la edad le corresponde al niño entre sus hermanos, los sueños, las fantasías diurnas, eventuales faltas infantiles, y las características del factor exógeno causante del trastorno. Todos los resultados obtenidos de esta investigación, que engloba incluso la actitud del enfermo con respecto al médico, deben ser valorados con el mayor cuidado, procurando a la vez comprobar si entre la ley de movimiento y los restantes datos recogidos se da una constante armonía.



(1) ADLER emplea aquí esta palabra no en el sentido antiguo, más bien etnográfico -Antropometría, etc-, sino en el sentido moderno, en el empleado por los filósofos actuales. Antropología es, en este nuevo sentido, la ciencia global de todos cuantos datos nos suministran acerca del hombre las ciencias particulares: Biología, Fisiología, Psicología, etc. Sólo en tal sentido merece verdaderamente su nombre y es la ciencia del Hombre. (N. del T.)


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