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CAPÍTULO XI

PERVERSIONES SEXUALES

Actitud ante concepciones opuestas. La homosexualidad no depende de las hormonas. La disminución de la Iínea de avance en las perversiones. El problema de la distancia en las neurosis sexuales. Sadismo y masoquismo. El entrenamiento en las perversiones. Actitud del perverso ante la conducta normal. El entrenamiento de la homosexualidad en los sueños. El problema del hermafroditismo y el de los gemelos. Las posibilidades del tratamiento.

Confío en que el presente capítulo -una exposición harto sumaria de las perversiones sexuales (1)- no defraude al lector. Puedo esperarlo tanto más cuanto que la mayoría de mis lectores están ya familiarizados con las concepciones básicas de la Psicología individual, de modo que la alusión superficial al tema puede ofrecer igual valor que una detallada exposición. Se trata aquí, ante todo, de mostrar al lector la absoluta armonía que reina entre nuestra concepción de la vida y la estructura de las perversiones sexuales. Este tema no está desprovisto en nuestro tiempo de ciertos peligros, ya que hoy precisamente predomina la corriente que pretende explicar las perversiones sexuales a través de factores congénitos. Esto es muy importante y no hay que perderlo de vista; a nuestro entender, las perversiones sexuales son un producto artificial infiltrado a través de la educación sin que el interesado se dé cuenta de ello. Esto revela ya el antagonismo existente entre nuestras concepciones y las de otros con su cohorte de dificultades, no atenuadas por el hecho de que otros autores, por ejemplo Kraepelin, hayan sostenido concepciones muy semejantes a las nuestras.

Para aclarar las relaciones que existen entre nuestros resultados y los de otras escuelas, explicaré aquí un caso que, si bien nada tiene que ver con las perversiones sexuales, puede servir para ilustrar mi punto de vista en cuanto a la interpretación psicológica. Se trata de una mujer que vive en feliz matrimonio y tiene dos hijos. Desde hace seis años sostiene una ardua lucha con su entorno. La cuestión gira alrededor del siguiente problema: pretende que una de sus más íntimas amigas, a quien conoce desde su infancia, y a la que había admirado siempre por sus varias y notables dotes, había empezado a manifestar desde hacía seis años un desmedido afán de dominio y un ávido deseo de atormentar a los demás. La paciente fue quien hubo de sufrir más por ello y enumeró incluso una serie de pruebas que los demás rehusan. En el curso de nuestra conversación manifiesta lo siguiente: Es posible que haya ido demasiado lejos en algunas de mis afirmaciones, pero en el fondo me asiste toda la razón. Hace unos seis años esta amiga hizo observaciones muy poco halagüeñas acerca de otra amiga que no estaba presente, mientras que en su presencia siempre la halagaba. Teme ahora que la misma amiga pudiera hacer observaciones análogas acerca de ella. He aquí otra prueba. La amiga observó que el perro, aunque dócil, es tonto, mientras echaba una mirada de soslayo a nuestra enferma, como si hubiera querido decir: Como tú. Los que rodeaban a la enferma se indignaron de la interpretación de aquellas palabras pronunciadas sin ánimo de ofensa, y tomaron el partido de la acusada.

Ante otras personas siempre se muestra esta señora acusada bajo los aspectos más favorables. Para fortalecer su propio criterio, la enferma declaró: ¡Fijaos cómo trata a su perro! Le martiriza y exige que haga dificilísimos juegos de circo. Las personas de su familia opinaban así: Pero se trata de un simple perro, y su conducta frente a él no puede ser equiparada con su conducta frente a las personas, con las cuales es bondadosa. Los hijos de la enferma querían mucho a la amiga en cuestión y se opusieron a la concepción de su propia madre; hasta el marido negó rotundamente la posibilidad de otra interpretación que la de todos. No por eso la enferma dejó de encontrar nuevas pruebas de afán de dominio de la amiga, dirigido principalmente contra ella. No vacilé en declarar abiertamente que a mi parecer era ella quien tenía razón. Quedó encantadísima. Encontré luego una serie de indicios que confirmaban el afán de dominar de aquélla, y, finalmente, mi impresión fue confirmada por el mismo marido. Entonces se aclaró que la pobre mujer tenía razón; sólo que hacía un mal uso de su perspicacia. En lugar de comprender que existe una tendencia general más o menos encubierta a rebajar al prójimo y que es siempre preciso reconocer alguna buena cualidad en cada semejante, se había vuelto por completo contra aquella amiga, encontrando que en ella todo era censurable e irritable, y por ello su estado de ánimo cambió. Nuestra enferma poseía una fina intuición y pudo adivinar, aunque no comprender, mejor que los demás, lo que ocurría con su amiga.

Lo que quiero decir con todo esto es que lo más fatal que a veces puede a uno ocurrirle es tener razón. Podrá parecer paradójico, pero quizá todos nosotros hayamos ya experimentado que el hecho de tener razón acarrea en ocasiones la desgracia. Imagínese lo que hubiera podido ocurrir si la señora de que venimos hablando cayera en manos de alguien carente de tacto: se hablaría de delirio, de ideas paranoicas, y sería tratada en consonancia, con lo que empeoraría cada vez más. Es muy difícil que el que tiene razón abandone su punto de vista. En esta situación se encuentran aquellos investigadores que, estando convencidos de tenerla, se ven obligados a tomar su defensa. Esto jamás debe extrañarnos, como tampoco que surjan enconadas polémicas en torno a nuestras teorías. Pero al tener razón, debemos evitar hacer mal uso de esta certidumbre. No debe tampoco irritarnos el hecho de que otros nos ataquen. El científico necesita hacer gala de una paciencia inagotable. El hecho de que hoy prive la idea hereditaria al explicar las perversiones sexuales --ya se trate del simple heredólogo que habla del tercer sexo, ya del que admite la coexistencia de ambos o del que opina que los factores congénitos se desarrollan inexorablemente, o ya de aquellos que hablan de componentes innatos-- no puede decidirnos a abandonar nuestros puntos de vista. Pues está demostrado que en su búsqueda de modificaciones y anomalías orgánicas, los organicistas suelen salir muy mal parados. En cuanto a la homosexualidad, quisiera mencionar aquí un trabajo recientemente publicado y que se refiere al problema planteado en 1927 por Laqueur al descubrir la presencia de hormonas del sexo opuesto en la orina de todos los seres humanos. A quien aún no haya penetrado suficientemente en nuestras teorías, no dejará de sorprenderle semejante hallazgo y podrá creer que las perversiones se desarrollan en virtud de una bisexualidad originaria. De la investigación de Bran sobre nueve homosexuales resulta que en éstos se encuentran las mismas hormonas que en los no homosexuales, lo cual representa un gran paso en nuestra dirección. Demuestra que la homosexualidad no depende de las hormonas para nada.

Trataremos de dar aquí un esquema que permita establecer una clasificación de todos los sistemas psicológicos. Entre éstos hay unos que se ocupan exclusivamente de determinar qué es lo que el hombre trae al mundo y posee, y de esta posesión intentan luego derivar todo lo psíquico; se trata de las Psicologías de posesión. Desde el punto de vista del sentido común, éste es un criterio fatal, puesto que en la vida no estamos tan dispuestos a sacar consecuencias de la posesión, sino precisamente del uso que se pueda hacer de lo poseído. Nos interesa mucho más el uso que la posesión. El hecho de que alguien posea una espada no da la seguridad de que sepa utilizarla debidamente; puede tirarla, puede emplearla como si fuera un palo, puede usarla de mil maneras, sin que por ello haga forzosamente el uso adecuado. Lo que nos interesa es sólo este uso. Por esto quiero afirmar aquí que existen otras vertientes psicológicas que deberíamos considerar como Psicologías de uso. Para comprender a un individuo, la Psicología individual observa su actitud ante los problemas de la vida, y toma en consideración el uso de lo que posee y no la mera posesión. Para personas de cabal sentido y de claro pensar huelga decir que nadie en realidad puede hacer uso de aquello que está por encima de sus facultades, que nadie puede rebasar el marco de las humanas aptitudes, sobre cuyo alcance nada sabemos en definitiva. Es de lamentar, porque testimonia la entronización de la ignorancia en el campo de la psicología, el hecho de que nos veamos obligados a recordar cosas tan elementales. En cuanto al uso de las facultades, debemos observar lo siguiente: el más decisivo de todos los pasos hasta hoy dados por la Psicología individual fue el de considerar la ley de movimiento en la vida anímica del hombre como característica de su peculiar modo de ser. Si bien es verdad que hemos tenido que inmovilizar el movimiento para poder percibirlo como forma, no lo es menos que hemos partido siempre del punto de vista de que todo en la vida es movimiento, encontrando que esto es lo correcto para poder Ilegar a la solución de los problemas y a la superación de las dificultades. No se puede decir que el principio de placer contradiga lo que acabamos de afirmar, puesto que la tendencia al placer equivale a la superación de cualquier privación o sensación de desagrado. Si esto es así, tendremos que enfocar también bajo esta luz las perversiones sexuales. Con lo cual quedará orientada la investigación hacia la observación del movimiento, de acuerdo con los principios de nuestra Psicología individual. Pero he de subrayar que, aun cuando este método nos proporcione formulaciones y concepciones básicas sobre la estructura de las perversiones, no por ello queda suficientemente definido el caso particular, que representa siempre algo único que no se repite. Si, por ejemplo, procedemos a un tratamiento, es preciso rechazar de plano toda fórmula generalizadora. De la Psicología de uso deducimos que el individuo, desligado de su habitual y normal entorno social, no podría revelarnos nada acerca de su peculiar modo de ser. Sólo después de someterlo a un detenido examen para observar el uso que hace de sus facultades, podemos decir algo acerca de él. En este sentido, la Psicología individual se acerca a la Psicología experimental (cuyo campo es, desde luego, mucho más estrecho), con la diferencia de que nuestros experimentos están creados por la vida misma. Los factores exógenos con que se enfrenta el individuo son, para nosotros, de gran importancia. A este respecto necesitamos comprender qué relación guarda el individuo dado con el problema que tiene delante; necesitamos mirar y comprender, desde ambos lados, en qué forma se mueve este individuo frente al problema exterior y de qué modo intenta dominarlo. La conducta del individuo ante una tarea siempre social -su ley de movimiento- es el campo de observación del psicólogo individual. En él podremos observar incontables variantes y matices. No es posible orientarse entre esta extraordinaria variedad sin reconocer con carácter provisional la existencia de lo típico, y ello con la plena conciencia de que lo que se supone como tal acusa siempre unas variantes que será preciso especificar luego con mayor precisión. La comprensión de lo típico ilumina tan sólo el campo de investigación, iniciándose seguidamente la tarea más difícil: hallar lo individual. Esto requiere una finísima percepción que puede ser adquirida. Debe comprenderse, además, la dificultad subjetiva sentida por el individuo y la fuerza del problema presente en cada caso, lo cual no se logra sino poseyendo la suficiente experiencia social al mismo tiempo que una fina capacidad de identificarse con el estilo de vida del individuo, o sea, con la totalidad de su manera peculiar de ser. En esta ley de movimiento que nos es dable percibir podemos distinguir las cuatro formas típicas que hemos descrito en mis dos últimos trabajos de la Zeitschrift für Individualpsychologie.

Prescindiendo de las demás formas de movimiento frente a los problemas de la vida amorosa, encontramos de manera sorprendente en las perversiones sexuales la línea de avance restringida. Dicha línea de avance no dispone de una amplitud normal, como más tarde se demostrará, sino que, al contrario, parece extremadamente limitada, de modo que nunca resuelve sino un aspecto parcial del problema, como ocurre, por ejemplo, con el fetichismo. Es igualmente importante la comprensión del hecho de que todas estas formas de movimiento tienen como finalidad superar por una vía anormal sentimientos de inferioridad. Si consideramos el movimiento del sujeto, el uso que hace de sus facultades, siempre guiado por su opinión y por el sentido que, sin él saberlo ni haberlo formulado claramente en palabras y conceptos, atribuye a la vida, entonces podremos adivinar qué objetivo de superación, qué satisfacción (que a él se le antoja como triunfo) puede perseguir al no entregarse por completo a la solución del problema del amor, al no abordarlo desde cerca o al perder el tiempo en dilaciones. Podría invocarse en este punto el ejemplo de Fabio Máximo Cunctator, que ganó una batalla por haber vacilado mucho tiempo; pero esto solamente nos demuestra que no debemos atenernos nunca a una regla de conducta rígida.

Este objetivo de superioridad se manifiesta claramente también en las neurosis sexuales (frigidez, ejaculatio praecox, etc.), en las que se llega a rozar el problema sexual, pero sólo a distancia, en una actitud vacilante, sin ningún espíritu de cooperación, lo cual nunca conducirá a la solución del problema. En esta forma de movimiento encontraremos también la tendencia a la exclusión, tendencia que se trasluce más intensamente en la homosexualidad pura, pero también en otros casos, como en el fetichismo y el sadismo. Este último encierra una agresividad muy grande que tampoco conduce a la solución del problema: en ocasiones suele darse una forma singular de vacilación y exclusión en que una excitación sexual conduce al dominio de la pareja, pero no a una relación normal con ella: el comienzo impetuoso da lugar a una solución insuficiente, esto es, unilateral del problema. Lo mismo ocurre en el masoquismo, en el que debemos comprender el objetivo de superioridad bajo un doble aspecto. Está completamente claro que el masoquista manda al individuo con quien comparte el placer y que a pesar de su sentimiento de debilidad se considera como el que domina y ordena. Al mismo tiempo excluye la posibilidad de una derrota, a la que le expondría una amplitud normal de la línea de avance. Es mediante este subterfugio que consigue superar su angustiosa tensión.

Considerando la actitud individual de una persona veremos que, si alguien sigue una forma de movimiento determinada, se producirá automáticamente la exclusión de otras formas de solución. Esta exclusión no es casual: de la misma manera que el proceso de movimiento ha sido ejercitado, también la exclusión es el resultado de un entrenamiento previo. No existe perversión sexual alguna sin entrenamiento. Claro está que esto no será reconocido sino por quien fije su atención en los movimientos que el individuo de referencia realiza. Tendremos que poner de relieve un segundo punto de vista. El proceso normal de movimiento sería aquel que nos condujera directamente hacia el nudo del problema para intentar su plena solución. En manera alguna encontraremos esta preparación si no sometemos los movimientos precedentes del individuo a un riguroso examen. Remontándonos, por ejemplo, hasta sus primeros años de vida, encontraremos que se ha formado, ya en aquel entonces, un prototipo bajo el impulso de influencias externas y sobre la base de aptitudes y posibilidades congénitas. Pero lo que el niño hará más tarde de todos estos influjos y de la vivencia de sus propios órganos, eso es imposible predecirlo. El niño obra aquí con absoluta libertad valiéndose de su propia energía creadora. Las posibilidades son innumerables; nosotros hemos procurado ponerlas siempre de relieve negando al mismo tiempo su determinismo causal. No es exacto decir que un niño que viene al mundo con una debilidad del sistema endocrino llegará a ser forzosamente un neurótico, aunque existe cierta probabilidad de que, de un modo general, determinadas vivencias se manifiesten en un sentido aproximadamente parecido, a menos que adecuadas medidas educativas influyan en pro del contacto social.

Tampoco las influencias del ambiente son de naturaleza tal que nos indiquen de antemano lo que el niño hará de ellas. Aquí, en pleno reino de la libertad y del error, existen mil posibilidades. Cada uno cometerá errores, puesto que nadie puede pretender poseer la verdad absoluta. Pero es indudable que para llegar a ser una persona aproximadamente normal, el prototipo debe estar provisto de ciertos impulsos de colaboración. Todo el desenvolvimiento de una persona depende del grado de contacto que desarrolle con el mundo circundante en su tercero, cuarto o quinto año de vida. Ya en esta época se revela cuán capaz es para estar con los demás. Si se examinan las conductas desviadas desde este punto de vista, se llega a descubrir que todas las formas defectuosas de movimiento deben ser explicadas por la falta de capacidad de contacto. Hay más: su manera de ser peculiar obliga al individuo a protestar contra toda otra forma para la cual no se halle suficientemente preparado. Frente a tales personas debemos ser tolerantes, puesto que nunca han aprendido a desarrollar en ellos el grado necesario de interés social. Quien comprenda esto, comprenderá también que el problema del amor es un problema social que no puede ser resuelto por una persona que tenga poco interés en su pareja, ni por quien no esté hondamente penetrado de la conciencia de que participa también del desarrollo de la Humanidad. Tales personas están regidas por una ley de movimiento diferente de la que rige para el que está acertadamente preparado para resolver el problema del amor. Así, pues, de todo pervertido podemos afirmar que no ha podido llegar a ser un verdadero compañero, en el sentido social del término.

Las fuentes de error que hacen comprensible el estancamiento del niño por su falta de capacidad de contacto pueden ser puestas aquí de manifiesto. El mimo es el fenómeno de la vida social que más intensamente puede frenar y reducir la capacidad de contacto. Los niños mimados no tienen contacto sino con la persona que los mima, y se ven obligados, por tanto, a excluir a todas las demás. En cada especial forma de perversión pueden ser descubiertas todavía otras influencias. Cabe decir que por el peso de tal o cual acontecimiento, el niño ha estructurado aquí su ley de movimiento. Todo pervertido muestra su ley de movimiento, no sólo frente al problema sexual, sino frente a todas las pruebas de la vida para las cuales carece de preparación. Por eso se observan en los pervertidos sexuales todos los rasgos característicos de la neurosis: susceptibilidad, impaciencia, inclinación a explosiones afectivas, avidez, etc.. como también la tendencia a justificar su perversión atribuyéndola a un impulso irresistible. Su afán de posesión nace del deseo de llevar a término el plan que les está asignado por su propia manera de ser, observándose como corolario una protesta tan enérgica contra las demás formas de vida, que otros individuos, en especial aquel con quien el pervertido comparte el amor, no dejan de correr ciertos peligros (sadismo y crimen sádico).

Desearía mostrar cómo se puede poner de manifiesto el entrenamiento que conduce a una determinada forma de perversión sexual, y esta observación nos mostrará que ciertas perversiones pueden originarse de semejante entrenamiento. Sería erróneo buscar en él lo material; debemos comprender que también pueden realizarse entrenamientos en la esfera del pensamiento, así como en los sueños. Esta afirmación de la Psicología individual tiene gran importancia, puesto que muchos autores creen que, por ejemplo, un sueño perverso es una prueba de homosexualidad innata. En cambio, el cómo interpretamos los sueños nos permitirá deducir que ese sueño de contenido homosexual precisamente forma parte del entrenamiento, de la misma manera que contribuye a desarrollar el interés hacia el propio sexo y a excluirlo cuando se trata del sexo opuesto. Pondremos de relieve el proceso de este entrenamiento en un caso observado en una edad en que aún sería prematuro hablar de perversión sexual. Y relataré, además, dos sueños para demostrar que la ley de movimiento suele exteriorizarse también en ellos. Quien esté provisto de conocimientos psicológico-individuales, no vacilará en investigar la totalidad de las formas de vida en cada uno de sus minúsculos fragmentos. También en el contenido de los sueños debemos encontrar la infraestructura de las formas de vida, y no sólo en las ideas de los sueños, que sin embargo son particularmente explicitas si son entendidas y correctamente relacionadas con el estilo de vida ya que nos permiten comprender la actitud del individuo ante un problema dado, actitud que le es impuesta por su rígido estilo de vida. No quiero dejar de expresar el pensamiento de que nuestra labor se asemeja a la de un detective. No nos vemos favorecidos con todos los materiales que necesitaríamos para nuestra labor, y para determinar la unidad global de la persona debemos intensificar en sumo grado nuestra sagacidad, y nuestra capacidad de adivinación.

He aquí el primer sueño: Me veo transportado a una época de guerra futura. Todos los hombres, e incluso los muchachos de más de diez años, deben alistarse... Ya la primera frase revela al psicólogo individual que se halla en presencia de un niño que concentra su atención en los peligros de la vida, en la crueldad de los demás.

...Acontece ahora que una noche, al despertarme, me doy cuenta de que me encuentro en una cama de hospital. A la cabecera están sentados mis padres.

La elección de esta imagen es una clara señal de que se trata de un niño mimado.

Les pregunto qué ha pasado. Me dicen que es la guerra. Quisieran que yo no llegara a sufrirla, y por eso me han hecho operar, para transformarme en una muchacha.

De esto se desprende cuán preocupados están los padres por él, y quiere decir: Si me encontrara en peligro recurriría en seguida a mis padres. Ésta es una forma de expresión del niño mimado. Avanzaremos en nuestro trabajo de análisis en la medida en que podamos llevarlo a cabo sin restricción alguna, guiados por los hechos que descubramos, puesto que en nuestra labor hemos de ser forzosa y extraordinariamente escépticos. Aquí se plantea el problema de la metamorfosis sexual. Haciendo abstracción de intentos científicos que son aún muy cuestionables, debemos decir que la transformación de un varón en una mujer es una concepción propia de un profano. En nuestro caso expresa muy claramente la inseguridad del individuo acerca de la vida sexual; nos enseña que el soñador no está completamente seguro de su propio papel sexual. Seguramente algún lector quedará sorprendido si le decimos que se trata de un chico de doce años. Podremos observar, sin embargo, cómo llegó a formarse tal concepción. La vida se le antoja insoportable a consecuencia de tan duros deberes como los de la guerra; por lo tanto, protesta contra ella.

Las muchachas no están obligadas a ir a la guerra. Si tuviera que ir a ella, ningún proyectil podrá llevarse mis partes sexuales, puesto que no las tengo ya como los chicos.

En la guerra podría perder su sexo. Un argumento muy poco convincente en favor de la castración y menos aún como expresión del sentimiento de comunidad en la negación de la guerra.

Llego a casa; pero, como por un milagro, la guerra ha terminado.

Entonces, la operación era completamente superflua. ¿Qué hará en este caso nuestro enfermo?

Tal vez no necesite conducirme como una muchacha, pues acaso ya no habrá guerra.

Se ve claramente que no abandona por completo el papel de hombre. Este hecho debemos anotarlo en su ley de movimiento. Procura progresar un poquitín hacia el lado masculino.

En casa fuí presa de gran tristeza y llore mucho.

Los niños que lloran mucho son niños mimados.

Al preguntarme mis padres por qué lloraba, les conteste: Temo sufir de los dolores de parto, ya que ahora pertenezco al sexo femenino.

Vemos que tampoco el papel sexual femenino es de su agrado. Estuvimos, pues, en el buen camino al suponer que el niño en cuestión quería evitar todos los momentos desagradables de la vida. He observado que los invertidos sexuales suelen ser niños mimados, con frecuencia mantenidos en la incertidumbre sobre su verdadero papel sexual, y siempre he descubierto en ellos un anhelo exagerado de reconocimiento social, de éxito inmediato y un ansia voraz de superioridad personal. Puede acontecer que el niño ignore si pertenece al sexo masculino o al femenino. ¿Qué podría hacer, pues? Del lado masculino nada espera, pero tampoco espera nada del femenino.

Al día siguiente me fui a nuestra reunión, pues soy miembro de una asociación de exploradores.

Podemos imaginarnos de antemano cómo se comportará allá.

Soñaba que en nuestra asociación había una sola muchacha, que estaba separada de los muchachos.

Busqueda de la separación de los sexos.

Los muchachos querían que fuera con ellos. Pero yo les contestaba que era una muchacha, y me acercaba a la única que había. Me pareció muy extraño no ser ya muchacho, y medité cómo debía conducirme en mi calidad de muchacha.

Se presenta de súbito la preocupación: ¿cómo debo conducirme al ser muchacha?

Es esto lo que hemos llamado entrenamiento. Sólo quien haya observado el entrenamiento en todas las perversiones sexuales, cómo se realiza y se impone a la fuerza, con exclusión de toda norma, comprenderá que toda perversión sexual es un producto artificial que cada uno se crea y al cual es inducido por su constitución psíquica, que él mismo se ha forjado, y a veces llevado por su constitución física congénita, que hace la conversión más fácil.

En mis reflexiones fui interrumpido por un gran ruido. Desperté, y me di cuenta de que había dado de cabeza contra la pared.

El que duerme ocupa a menudo una posición que está en armonía con su ley de movimiento (véase Adler, Schlafstellungen (Posiciones durante el sueño), en Praxis und Theorie der Individualpsychologie, Verlag Bergmann, Munich, 4ª edición). Dar de cabeza contra la pared es una locución común, su conducta nos la recuerda.

El sueño me dejó muy impresionado...

La intención del sueño es siempre impresionar.

...hasta tal punto que, ya en la escuela, aún dudaba si era un chico o una chica, y durante el recreo hube de ir muy a menudo al baño para convencerme de que no era una chica.

Segundo sueño: Soñé haber encontrado a la única muchacha que tenemos en la clase. Es la misma con la que había soñado anteriormente. Quería ir de paseo conmigo. Yo le respondí: Ahora sólo ando con chicos. Me contestó: Yo también soy un chico. Le dije que no me parecía posible y le pedí que me lo demostrara. Entonces me enseñó su sexo, y era, en efecto, como el de los muchachos. Le pregunté cómo había ocurrido y me explicó que había sido operada. A los niños, dijo, es más fácil transformarlos; el proceso inverso es mucho más difícil, ya que, en este caso, en lugar de quitar hay que añadir algo. Por eso a ella le habían cosido al cuerpo un pene de caucho. Pero en este momento nuestra conversación fue interrumpida por una severa orden: ¡Levántate! Mis padres venían a despertarme. Con dificultad obtuve aún cinco minutos más de cama; pero como no soy ningún mago, no me fue posible ya reanudar el sueño, que se había esfumado.

En un determinado tipo de niños mimados observaremos una gran propensión a caer en artificios mágicos; la hechicería les parece lo más importante del mundo, ya que quisieran obtenerlo todo sin esfuerzos ni pena; tienen, pues, marcado interés por cuanto esté relacionado con la telepatía.

Ahora veremos cómo intentó explicarse este sueño el mismo muchacho en cuestión:

Había leído en relatos de guerra: Sus partes sexuales volaron por el aire. También había oído hablar de que si uno pierde su sexo ha de morir forzosamente.

Se desprende de ello la importancia que el joven asignaba a su sexo.

En la cabecera de un periódico había leído: Dos criadas tranformadas en dos horas en soldados.

Se trata, probablemente, de un caso de malformación de los órganos genitales que hasta entonces había pasado inadvertida.

Para terminar, quisiera formular una idea que sitúa todas las discusiones acerca de esta materia sobre una base más sencilla. Existen hermafroditas auténticos en los que es verdaderamente difícil decidir qué sexo ostentan. Es de su incumbencia el uso que quieran hacer de su hermafroditismo. En los seudohermafroditas encontramos deformaciones que semejan los órganos genitales del sexo opuesto. El hecho cierto es que toda persona lleva en sí rudimentos del otro sexo, como, por ejemplo, y según ya indicamos, se encuentran en la orina hormonas sexuales del sexo contrario. Esto nos sugiere una idea que parece atrevida: que todo ser humano lleva en sí a otro ser idéntico. Existen las más diversas formas de rudimentos de gemelaridad, y el problema de la simultaneidad de las dos formas sexuales en el ser humano encontrará su solución en el futuro, al mismo tiempo que el problema de la gemelaridad. Que todo ser humano procede de una substancia masculina y otra femenina lo comprendemos todos. Cabe la posibilidad de que las investigaciones sobre los gemelos nos lleve a plantear problemas que aporten mayor claridad acerca del hermafroditismo que, más o menos esbozado, puede observarse en cada individuo.

En cuanto al tratamiento, se oye siempre decir que las perversiones son incurables. Esto no es exacto; lo que sí es cierto es que su curación es difícil. La dificultad se explica por el hecho de que son personas que vienen entrenándose para la perversión a lo largo de toda su vida, debido a que se fijan a sí mismos una ley de movimiento muy angosta que prescribe en ellos una evolución determinada. Tienen que caminar en esta dirección por no haber hallado desde su primera infancia el contacto necesario para poder hacer un uso adecuado de su cuerpo y de su psique. Pero este uso normal no puede realizarse si falta la premisa de un sentimiento de comunidad desarrollado, conocimiento que contribuirá probablemente a la curación de un número mucho mayor de víctimas de perversiones sexuales.

(1) V. DREIKURS, Seeliche Impotenz (Impotencia psíquica), S. Hirzel, Leipzig, y Alfred ADLER, Das Problemder Homosexualität (El problema de la homosexualidad), S. Hirzel, Leipzig. 1930.
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