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DECIMOSÉPTIMA CARTA

sobre la educación estética del hombre

de Friedrich Schiller

1 Mientras sólo se trataba de deducir la idea universal de belleza a partir del concepto de naturaleza humana en general, no podíamos referirnos sino a aquellas limitaciones de esa naturaleza fundamentadas directamente en la esencia de la humanidad e inseparables del concepto de finitud. Dejando aparte las limitaciones accidentales que la humanidad pueda experimentar al manifestarse en la realidad; hemos fundado su concepto directamente desde la razón, fuente de toda necesidad, y con el ideal de humanidad hemos establecido al mismo tiempo el ideal de belleza.

2 Pero ahora vamos a descender de la región de las ideas al escenario de la realidad, para encontrar al hombre en un determinado estado, y con ello sometido a limitaciones que no proceden originariamente de su concepto puro, sino de circunstancias externas, y de un uso arbitrario de su libertad. Por muchas que sean las maneras en que la idea de humanidad puede estar limitada en el hombre; el simple contenido de esa idea nos enseña ya que, en general, sólo puede haber dos variantes contrapuestas de la misma. Si su perfección descansa en la energía armoniosa de sus fuerzas sensibles y espirituales, el hombre sólo puede malograr esta perfección o bien porque carece de armonía, o bien porque carece de energía. Así pues, antes de escuchar el testimonio de la experiencia, sabemos ya, basándonos sólo en la razón, que encontraremos al hombre real, y por consiguiente limitado, o en ún estado de tensión, o en un estado de distensión, ya sea que la actividad unilateral de uno de los dos tipos de fuerzas estorbe la armonía de su ser, o que la unidad de su naturaleza esté fundamentada en el relajamiento simultáneo de sus fuerzas sensibles y espirituales. Ambas limitaciones opuestas, como demostraremos a continuación, son superadas mediante la belleza, que restablece la armonía en el hombre tenso y la energía en el hombre distendido, y de este modo, conforme a su naturaleza, lleva al hombre de un estado de limitación a un estado absoluto, convirtiéndolo en un todo perfecto en sí mismo.

3 La belleza no niega de ningún modo en la realidad el concepto que de ella establecimos en la especulación; sólo que aquí tiene mucha menos libertad de movimientos que en la especulación, en donde pudimos aplicarla al concepto puro de humanidad. Tal como lo presenta la experiencia, la belleza encuentra en el hombre una materia ya corrupta y hostil, que le arrebata su perfección ideal en el mismo grado en que inmiscuye su carácter individual. De ahí que la belleza se muestre siempre en la realidad únicamente como una especie particular y limitada, pero nunca como una especie pura. En los ánimos tensos, la belleza perderá parte de su libertad y variedad, y en los ánimos distendidos, parte de su fuerza vivificante; pero a nosotros, que ya nos hemos familiarizado con su verdadero carácter, no nos llevará a equívoco esa apariencia contradictoria. Muy lejos de precisar el concepto de belleza basándonos en experiencias particulares, tal como hace la gran masa de los críticos, y de hacer responsable a la belleza de los defectos que el hombre muestra bajo su influjo, sabemos, antes bien, que es el propio hombre quien transmite a la belleza las imperfecciones de su ser individual, quien, con su limitación subjetiva, obstaculiza continuamente la perfección de la belleza, y degrada el ideal absoluto de ésta a aparecer en el mundo sensible de dos formas limitadas.

4 Habíamos afirmado que la belleza relajante correspondía al ánimo tenso, y la enérgica al distendido. Ahora bien, llamo tenso tanto al hombre que se encuentra sometido a la coacción de las sensaciones, como al que está sujeto a la coacción de los conceptos. Todo predominio exclusivo de uno de sus dos impulsos fundamentales es para el hombre un estado de coacción y de violencia; y la libertad se encuentra únicamente en la acción conjunta de sus dos naturalezas. El hombre dominado unilateralmente por sentimientos, es decir, el hombre puesto en tensión por su sensibilidad, es desatado y liberado por medio de la forma; el hombre dominado unilateralmente por leyes, o sea, espiritualmente tenso, es desatado y liberado por medio de la materia. La belleza relajante, para poder llevar a cabo esa doble tarea, se manifestará, pues, de dos formas distintas. En primer lugar, dulcificará, como serena forma, la vida salvaje, y hará posible el tránsito de las sensaciones a los pensamientos; en segundo lugar, en cuanto imagen viva, dotará a la forma abstracta de fuerza sensible, reducirá el concepto a intuición, y la ley a sentimiento. Lo primero redundará en favor del hombre natural, y lo segundo en provecho del hombre inmerso en una cultura artificial. Pero como en ninguno de ambos casos puede disponer libremente de su materia, sino que depende de aquello que le ofrece la naturaleza sin forma, o bien la cultura, opuesta a la naturaleza, dejará ver aún, en ambos casos, huellas de su origen, y tenderá a extraviarse en el primer caso en la vida material, y en el segundo en la pura forma abstracta.

5 Para poder hacernos una idea de cómo la belleza puede llegar a ser un medio para superar esa doble tensión, tendremos que investigar el origen de la belleza en el ánimo humano. Por lo tanto, disponeos a permanecer aún, por breve tiempo, en el terreno de la especulación, para poder después abandonarlo para siempre y avanzar con paso tanto más seguro por el campo de la experiencia.

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