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DECIMOSEXTA CARTA

sobre la educación estética del hombre

de Friedrich Schiller

1 De la acción recíproca de dos impulsos contrapuestos, y de la conjunción de dos principios contrapuestos, hemos visto surgir lo bello, cuyo máximo ideal habremos de buscar, pues, en la alianza y en el equilibrio más perfectos posibles de la realidad y de la forma. Pero este equilibrio seguirá siendo siempre sólo una idea que la realidad nunca llegará a alcanzar. En la realidad predominará siempre un elemento sobre el otro, y lo máximo que la experiencia puede alcanzar es una oscilación entre ambos principios, dándose así un predominio de la realidad, o un predominio de la forma. Así pues, la belleza ideal será siempre indivisible y única, porque sólo puede haber un único equilibrio. Por el contrario, la belleza en la experiencia tendrá siempre un doble carácter, porque al producirse una oscilación, el equilibrio puede deshacerse de dos maneras distintas, hacia uno u otro lado.

2 Ya expuse en una de mis anteriores cartas, aunque también puede deducirse, con estricta lógica, del contexto de lo dicho hasta ahora, que de lo bello puede esperarse al mismo tiempo un efecto de distensión y otro de tensión: de distensión, para contener en sus límites tanto al impulso sensible como al formal; de tensión, para mantener las fuerzas de ambos. Pero, de acuerdo con la idea de belleza, esos dos efectos han de ser decididamente uno solo. Ha de distender, tensando por igual ambas naturalezas, y ha de tensar, distendiéndolas por igual a ambas. Esto se infiere ya del concepto mismo de acción recíproca, concepto por el cual ambas partes se condicionan necesariamente a la vez una a la otra, y son condicionadas una por la otra, siendo la belleza su más puro producto. Pero la experiencia no nos proporciona ningún ejemplo de una acción recíproca tan perfecta, sino que siempre, en mayor o menor grado, el predominio de una es causa de la carencia de la otra, y la carencia de una se explica por el predominio de la otra. Así pues, aquello que en el ideal de belleza sólo diferenciamos en la representación, difiere efectivamente en la belleza que encontramos en la experiencia por el hecho de existir. La belleza ideal, aun siendo indivisible y simple, muestra en diversas situaciones tanto una propiedad relajante, como enérgica; pero en la experiencia hay una belleza relajante y otra enérgica. Así es, y así será en todos los casos en los que lo absoluto se halle dentro de los límites del tiempo, y mientras las ideas de la razón hayan de realizarse en el seno de la humanidad. Así, el pensador medita la virtud, la verdad, la felicidad; pero el hombre activo se limitará únicamente a poner en práctica las virtudes, a comprender las verdades, a disfrutar de días felices. Hacer que se pase de una cosa a la otra, es decir, colocar la moralidad en el lugar de las costumbres, el conocimiento en el lugar de los conocimientos, la felicidad en el lugar de los momentos felices, es tarea de la educación física y moral; hacer surgir la belleza de las cosas bellas, es el cometido de la educación estética.

3 Ni la belleza enérgica puede preservar al hombre de un cierto resto de salvajismo y dureza, ni la belleza relajante puede protegerle de un cierto grado de afeminación y enervamiento. Puesto que el efecto de la primera es tensar el ánimo tanto física como moralmente, y aumentar su elasticidad, puede ocurrir muy fácilmente que la resistencia del temperamento y del carácter haga disminuir la receptividad. Puede ocurrir también que la persona más delicada experimente una opresión que sólo debería experimentar una naturaleza tosca, y que esa ruda naturaleza participe de un fortalecimiento que sólo debería corresponder a la persona libre. Por este motivo, en las épocas en las que imperan el vigor y la plenitud encontramos emparejados la verdadera grandeza de la representación con lo gigantesco y lo extravagante; la sublimidad de carácter con los más horrorosos arrebatos pasionales. Asimismo, en las épocas dominadas por las reglas y la forma, encontraremos a la naturaleza tan pronto oprimida como subyugada, tan pronto ultrajada como vencida. Y puesto que el efecto de la belleza relajante consiste en distender el ánimo tanto moral como físicamente, puede suceder con la misma facilidad que, con la violencia de los apetitos, se ahogue del mismo modo la energía de los sentimientos, y que el carácter acuse también un debilitamiento que sólo debería incumbir a la pasión. De este modo veremos no pocas veces, en las llamadas épocas refinadas, cómo la finura degenera en afeminación, la llaneza en superficialidad, la corrección en fórmulas vacías, la liberalidad en arbitrariedad, la ligereza en frivolidad, la serenidad en apatía, y cómo la más despreciable de las caricaturas humanas convive junto a la más excelente de las personas. La belleza relajante es una necesidad para el hombre sometido a la coacción de la materia o de las formas, puesto que ya ha sido tocado por la grandeza y la fuerza, mucho antes de que empezara a ser sensible a la armonía y a la gracia. La belleza enérgica es una necesidad para el hombre sometido a la indulgencia del gusto porque, en el estado de refinamiento cultural, se apresura a menospreciar esa fuerza que proviene de su estado de salvajismo.

4 Y ahora, creo, se explica y resuelve esa contradicción que solemos encontrar en los juicios humanos acerca del influjo de la belleza, y en la valoración de la cultura estética. Esta contradicción se resuelve si recordamos que en la experiencia hay dos tipos de belleza, y que cada una de las opiniones enfrentadas acerca del valor de la belleza afirma de su conjunto aquello que sólo es capaz de demostrar para una de sus partes. Esta contradicción desaparece en cuanto diferenciamos las dos necesidades de la humanidad a que corresponden esos dos tipos de belleza. Así pues, ambos partidos estarán probablemente en lo cierto, si previamente se ponen de acuerdo a qué tipo de belleza y a qué tipo de humanidad se refieren.

5 A partir de aquí, continuaré mi investigación por aquel camino que la naturaleza, desde el punto de vista estético, toma con el hombre, y me elevaré de las modalidades de la belleza hacia su concepto genérico. Examinaré los efectos de la belleza relajante sobre el hombre tenso, y los efectos de la enérgica en el hombre distendido, para hacer por fin que ambas modalidades contrapuestas de belleza desaparezcan en la unidad del ideal de belleza, y que aquellas dos formas contrapuestas de humanidad desaparezcan en la unidad del ser humano ideal.

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