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DECIMOCUARTA CARTA

sobre la educación estética del hombre

de Friedrich Schiller

1 De esta manera nos hemos acercado al concepto de una acción recíproca entre los dos impulsos, en la que la actividad del uno fundamenta y limita al mismo tiempo la actividad del otro, y en la que cada uno de ellos por sí mismo alcanza su máxima manifestación justamente cuando el otro está activo.

2 Esta relación recíproca de ambos impulsos es, en principio, sólo una tarea para la razón, una tarea que el hombre únicamente será capaz de llevar a cabo en su totalidad si llega a la plenitud de su existencia. Es, en el sentido más propio del término, la idea de la humanidad, y por consiguiente un infinito al que puede ir acercándose cada vez más en el curso del tiempo, pero que nunca llegará a alcanzar. No debe aspirar a la forma a expensas de su realidad, ni a la realidad a expensas de la forma; antes bien, ha de buscar el ser absoluto a través de un ser determinado, y al ser determinado a través de un ser infinito. Debe situarse frente a un mundo, porque es persona, y ha de ser persona porque tiene un mundo ante sí. Debe sentir, porque es consciente de sí mismo, y ha de tener consciencia de sí, porque siente. El hombre no podrá experimentar nunca que se adecua a esa idea y, por consiguiente, tampoco que es hombre en la plena acepción de la palabra, mientras satisfaga exclusivamente uno solo de esos impulsos, o uno después del otro; pues mientras sólo sienta, su persona o su existencia absoluta será un misterio para él, y mientras sólo piense, ignorará su existencia en el tiempo, o sea, su estado. Sin embargo, si hubiera casos en los que el hombre hiciera al mismo tiempo esa doble experiencia, en los que fuera consciente de su libertad y, a la vez, sintiera su existencia, en los que, al mismo tiempo, se sintiera materia y se conociera como espíritu, entonces tendría en estos casos, y únicamente en éstos, una intuición completa de su humanidad, y el objeto que le hubiera proporcionado esa intuición sería para él el símbolo del cumplimiento de su determinación, y por lo tanto (ya que ésta sólo puede alcanzarse en la totalidad del tiempo) serviría como una representación del infinito.

3 Suponiendo que casos de este tipo pudieran presentarse en la experiencia, despertarían en el hombre un nuevo impulso que, dado que los otros dos actúan conjuntamente en él, se opondría a cada uno de ellos, tomados por separado, y podría ser considerado con razón un nuevo impulso. El impulso sensible exige que haya variación, que el tiempo tenga un contenido; el impulso formal pretende la supresión del tiempo, que no exista ninguna variación. Así pues, aquel impulso en el que ambos obran conjuntamente (permítaseme llamarlo de momento impulso de juego, hasta que haya justificado esta denominación), el impulso de juego se encaminaría a suprimir el tiempo en el tiempo, a conciliar el devenir con el ser absoluto, la variación con la identidad.

4 El impulso sensible pretende ser determinado, exige recibir su objeto; el impulso formal pretende determinar él mismo, exige crear su objeto: el impulso de juego se encargará, pues, de recibir, tal como el impulso formal habría creado, y a crear tal como los sentidos tienden a recibir (1).

5 El impulso sensible, excluye de su sujeto toda autonomía y libertad, el formal excluye del suyo toda dependencia, toda pasividad. Pero la exclusión de la libertad es una necesidad física, y la exclusión de la pasividad, una necesidad moral. Ambos impulsos coacionan, pues, al ánimo; el primero mediante leyes naturales, el segundo mediante leyes racionales. El impulso de juego, en el que ambos actúan, unidos, coaccionará entonces al ánimo, moral y físicamente. Ya que suprime toda arbitrariedad, suprimirá también toda coacción, y liberará al hombre tanto física como moralmente. Si abrazamos apasionadamente a alguien que merece nuestro desprecio, sentimos la penosa coacción de la naturaleza. Si nos enemistamos con alguien al que no podemos dejar de respetar, sentimos la penosa coacción de la razón. Pero la persona atrae nuestro interés y merece, a la vez, nuestro respeto, entonces desaparece tanto la coacción de la sensibilidad, como la de la razón, y empezamos a amarle, es decir, a conjugar nuestra inclinación y nuestro respeto.

6 Además, ya que el impulso sensible nos coacciona físicamente, y el formal nos coacciona moralmente: el primero deja al azar nuestro carácter formal, y el segundo, nuestro carácter material; es decir, es accidental que nuestra felicidad coincida o no con nuestra perfección, o que nuestra perfección coincida con nuestra felicidad. El impulso de juego, en el que los otros dos actúan conjuntamente, convertirá a la vez en accidentales nuestros caracteres formal y material, nuestra perfección y nuestra felicidad; y dado que las hace accidentales a ambas, y que con la necesidad desaparece también la contingencia, el impulso de juego suprimirá asimismo la contingencia de ambas, dando con ello forma a la materia, y realidad a la forma. En la misma medida en que arrebata a las sensaciones y a las emociones su influencia dinámica, las hará armonizar con las ideas de la razón, y en la misma medida en que prive a las leyes de la razón de su coacción moral, las reconciliará con los intereses de los sentidos (2).

**NOTAS**

(1).-Podría decirse que el impulso de cosa se orienta a multiplicar la unidad en el tiempo, ya que la sensación es una sucesión de realidades; el impulso formal se orienta a unificar la multiplicidad en la idea, ya que el pensamiento consiste en la concordancia de lo diverso: el impulso de juego se ocupará, entonces, de diversificar en el tiempo la unidad de la idea; de convertir la ley en sentimiento; o, lo que es lo mismo, de unificar en la idea la multiplicidad en el tiempo; de convertir el sentimiento en ley.

(2).-Bajo su dominio, lo agradable se convertirá en un objeto, y el bien en un poder. En su objeto, sustituirá la materia por la forma, y la forma por la materia, en su sujeto transformará necesidad en libertad y libertad en necesidad, y alcanzará de ese modo la más íntima conjunción de ambas naturalezas en el hombre.

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