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Las condiciones de un programa mínimo

Las exigencias que debe satisfacer un programa mínimo no pueden ser determinadas más que partiendo de una noción exacta del socialismo. Es posible reducir los caracteres del socialismo moderno a algunos rasgos generales suficientemente precisos: el socialismo es un conjunto de ideas, sentimientos e instituciones creados por las transformaciones del medio industrial, y de esencia puramente obrera, en el sentido de que aun no enunciadas, traducidas o elaboradas por el proletariado (1), son, en último análisis, el producto de las condiciones mismas de su vida. El movimiento obrero constituye el pivote del socialismo: por él, y por él solo, se realizará la sustitución del tipo antiguo de sociedad por otro tipo nuevo.

La clase obrera es la clase revolucionaria por excelencia, puesto que hay una oposición irreductible de intereses y sentimientos entre ella y la sociedad capitalista. En el régimen burgués, no puede haber para ella situación estable ni puesto cómodo. Y es el sentimiento de este antagonismo irremediable, de esta lucha sin tregua que debe sostener la clase obrera contra la organización actual de la producción, el que forma la conciencia revolucionaria del proletariado y hace de este último el elemento esencial de la transformación social. Las otras clases pueden esperar más o menos tiempo su liberación del perfeccionamiento mismo del engranaje social existente; sólo los trabajadores no pueden esperar su emancipación sino de la destrucción de la sociedad burguesa.

Esta destrucción la irá efectuando poco a poco la clase obrera por el desarrollo mismo de sus instituciones económicas. El gran hecho revolucionario de los tiempos modernos, no es tanto la formación por la gran industria de un proletariado creciente, cuanto la creación por este proletariado de una serie de instituciones propias que se oponen a las instituciones del régimen capitalista. En el interior de sus sindicatos y cooperativas, la clase obrera traduce sus modos de pensar, elabora nuevas reglas de vida, de moral y de derecho. Hay en ello todo un movimiento de organización autónomo y espontáneo, que destruirá los sostenes materiales y morales del mundo burgués, más seguramente que todas las ideologías.

La importancia de estas formaciones obreras, nunca podrá estimarse en todo su valor. Se ha podido escribir con justicia que todo el socialismo reside en su desenvolvimiento. El régimen capitalista no se transformará en régimen socialista más que por este mecanismo obrero, según las reglas de las instituciones proletarias. En este sentido es en el que Marx podía decir que el proletariado educa a la sociedad.

Pero el movimiento obrero encuentra temibles enemigos. El Estado es el mayor. Tiene éste una tendencia natural a absorber todas las funciones, a restringir la autonomía de todos los grupos, a extender indefinidamente su campo de acción. Frente al movimiento obrero, esta tendencia se acentúa y exaspera. El Estado ve en la organización del proletariado a su competidor más peligroso, a su adversario más decidido. Hasta cuando no lucha directamente contra ella, cuando intenta conquistarla con inevitables concesiones, está lejos de abdicar y todos sus esfuerzos tienden a someter su marcha regular a su tutela administrativa y policiaca. El Estado con su engranaje, representa la organización política de la sociedad vieja; el movimiento obrero, con sus instituciones, anuncia y prepara el funcionamiento del nuevo orden de cosas.

Los demócratas, si consiguiesen que triunfara su política de fusión del proletariado en un gran partido que englobase a todas las clases populares, constituirían un segundo peligro, no menos grave que el primero para la clase obrera. El día en que ésta perdiera la conciencia de los antagonismos de clase y de su correlación con el régimen capitalista; el día en que se dejase convencer de que su organización como clase independiente es inútil, porque el régimen democrático es capaz de resolver las oposiciones sociales, el movimiento proletario y socialista estaría perdido. Quizá se terminara en las realizaciones del socialismo de Estado; los partidos de la democracia burguesa, que habrían canalizado la vida obrera, podrían llamar socialismo a la extensión indefinida de la actividad del Estado y del Municipio; pero el socialismo verdadero habría muerto de todos modos, porque habría perdido su única base: el proletariado autónomo y revolucionario.

El deber socialista consiste en prevenir este doble peligro. Contra la toma de atribuciones del Estado, es preciso defender el campo proletario y ensanchar constantemente sus límites. Es necesario que los socialistas recuerden en todo momento, en todo instante a la clase obrera, que no se trata para ello de conquistar los órganos administrativos y políticos de la sociedad burguesa, sino de crear al lado de ellos y en oposición a ellos nuevos cuadros puramente proletarios. La lucha definitiva por los poderes políticos -dice Sorel- no es una lucha para tomar las posiciones ocupadas por los burgueses y cubrirse con sus despojos; es una lucha para privar al organismo político burgués de toda vida, y hacer pasar todo lo que contenía de útil a un organismo político proletario, creado a compás del desenvolvimiento del proletariado (2). Lucha penosa, por otra parte, pues la nacionalización de las funciones naturales del organismo obrero es, para muchos demócratas que se llaman socialistas, la última palabra de nuestra actividad. Lucha eficaz, no obstante, pues da al proletariado que la sostiene la necesaria desconfianza hacia las fórmulas estatistas y la indispensable confianza en su acción personal.

Los socialistas tienen que luchar además doblemente contra los demócratas vulgares: necesitan no sólo diferenciarse claramente de ellos, sino también combatir sus tentativas de socialismo de Estado. El Estado encuentra preciosos aliados en los partidos puramente democráticos, jacobinos y pequeños burgueses. Estos aliados le piden que use de su poder coercitivo para realizar los planes de reforma social que han concebido en la estrechez de su horizonte. Mientras que los socialistas no reclaman del Estado (3) sino la reducción de su actividad, la limitación de sus funciones, la rectricción de su ingerencia, la garantía de la libertad más absoluta, los demócratas ven en el organismo del Estado, el instrumento del progreso tal como ellos lo conciben, y el dador de la felicidad con que ellos sueñan.

Si el socialismo reside esencialmente en la organización de la clase obrera en instituciones autónomas, los caracteres que debe revestir un programa mínimo son fáciles de precisar. Debe ser, ante todo, según la expresión de Guesde en la segunda Igualdad, fechada el 21 de Julio de 1880, un medio de reunir a la clase obrera, dispersa en los diferentes partidos burgueses, de separarla de aquellos cuyos intereses son diametralmente opuestos a los suyos, de organizarla como fuerza distinta, capaz de destruir el medio social actual. Es decir, que un programa mínimo para constituir un instrumento de unión de la clase obrera, necesita ser, ante todo, específico.

Basta con coordinar y favorecer las reivindicaciones propias de la clase obrera y capaces de dar a ésta conciencia de su situación, de sus intereses y de su papel de clase. A partido distinto, programa diverso. No hay que cargarse de préstamos, tomados de los programas de los partidos democráticos burgueses, con los cuales puede sostenerse la lucha en común sobre el terreno político. Toda inscripción en un programa socialista mínimo de disposiciones tomadas de los programas de democracia, so pretexto de que los socialistas combaten por los mismos principios liberales que los vulgares demócratas, es inútil y perjudicial. Inútil, porque haría el juego a la agitación puramente demócrática, que sostenemos naturalmente, sin que por eso sea necesario quitarle lo que constituye su única razón de ser. Perjudicial, porque engañaría a la masa y la haría tomar las oposiciones que nos separan de los demócratas, por simples diferencias de detalle.

Pero hasta entre estas reivindicaciones obreras que importa no confundir en la masa de disposiciones comunes a todos los partidos democráticos, se impone una selección: es esencial no retener más que las principales, las más urgentes y comprensivas para todo el proletariado. Toda cosa supérflua no tendría otro efecto que debilitar; toda enumeración confusa de reformas de desigual importancia, engañaría sobre la acción inmediatamente necesaria.

En fin, después de haber hecho la separación entre lo que es accesorio y lo esencial, entre lo particular y lo general, un último trabajo de eliminación exige que se rechacen todas las reivindicaciones que no van en el sentido del movimiento económico o en conformidad con el fin socialista perseguido.

Toda programa que llene estas condiciones, presentará un terreno de agrupación eminentemente favorable a la clase obrera. Formulará las únicas reformas que interesan al proletariado, reformas capaces de aumentar su fuerza de resistencia y su fuerza de ataque y de desarrollar sus organismos propios.


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Notas

(1) Los representantes del socialismo obrero, aunque no pertenezcan al proletariado, como ocurre con muchos, toman los elementos de las teorías que defienden, de la clase obrera y de su situación social. Véase lo que Marx dice en el Dieciocho Brumario, de los demócratas representantes de los pequeños burgueses de 1848: Lo que hace -afirma Marx- (de los demócratas) los representantes de los pequeños burgueses, es que su cerebro no puede salirse de los límites que el pequeño burgués no puede franquear en su vida; los primeros, pues, llegan teóricamente a las mismas soluciones que el interés material y la situación social imponen a los segundos. Tal es, por otra parte, en general -concluye Marx- la relación que une a los representantes políticos y literarios de una clase con Ia clase a que representan.

(2) El porvenir socialista de los sindicatos.

(3) Frente al Estado -dice Sorel- la acción del proletariado es doble: debe entrar en lucha en las relaciones de la organización política, para obtener una legislación social favorable a su desenvolvimiento; debe emplear la influencia que adquiere, tanto en la opinión como en los poderes, para destruir las relaciones actuales de la organización política; debe arrancar al Estado y al Municipio, una a una todas sus atribuciones para enriquecer los organismos proletarios en vía de formación.

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