Índice del libro Incitación al socialismo de Gustav Landauer MillCapítulo anteriorLos doce artículos de la Asociación SocialistaBiblioteca Virtual Antorcha

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Los tiempos son ya distintos a como Proudhon podía verlos en 1848. La expropiación en todo concepto ha aumentado; estamos hoy más lejos del socialismo que hace sesenta años.

Hace sesenta años podía Proudhon, en un momento de revolución, el placer de la transformación del todo, decir a su pueblo lo que había que hacer en el momento.

Hoy, aun cuando hubiese perspectivas de que el pueblo se levantara, un punto en el que entonces se podía concentrar todo, no es ya decisivo solo. Tampoco hay hoy por dos conceptos un pueblo entero: lo que se llama proletariado no será por sí solo, nunca la encarnación de un pueblo; y los pueblos son tan dependientes uños de otros en la producción y en el comercio que un solo pueblo no es ya un pueblo. Pero la humanidad todavía está lejos de ser una sociedad y no lo será nunca, antes de que se hayan reconstruído nuevas pequeñas unidades, comunidades y pueblos.

Proudhon, sobre todo en un momento de elevación de la vida espiritual y psicológica, de la vida comunal y de la originalidad como de la decisión de los individuos que aporta toda revolución, y en las condiciones especiales de la Francia de entonces, que era ya marcadamente un país del capitalismo financiero y bolsista, pero no un país de la gran industria capitalista y de la gran propiedad agraria; Proudhon, decimos, tenía perfecta razón cuando decía que la circulación y la supresión del enriquecimiento por el interés significahan los puntos angulares de toda transformación, y podían ser impuestos más rápida, más fundamental y menos dolorosamente.

Nuestras condiciones tienen en verdad tres puntos en los que surge el enriquecimiento injusto, la explotación, el trabajo de los hombres no para ellos sino para otros. A ese desarrollo continuo, a esas causas siempre en acción se arriba en todas partes, en el movimiento del proceso social lo mismo que en los movimientos de la mecánica, de la química o de los cuerpos celestes. Siempre es falso y sin objeto preguntar por una causa eventual en algún pasado o en una situación primitiva: nada ha surgido una vez; todo surge continuamente, y no hay causas primeras, originarias, sino movimientos eternos, relaciones permanentes.

Los tres puntos angulares de la esclavitud económica son:

Primero: la propiedad de la tierra. De ella nace la actitud dependiente, suplicante, del desheredado que quiere vivir, frente al que se reserva la posibilidad del trabajo en la tierra y en los productos de la tierra con el fin del consumo directo o indirecto. De la propiedad de la tierra y su correlativo, la gente sin tierra, surge la esclavitud, la servidumbre, el tributo, el arriendo, el interés, el proletariado.

Segundo: la circulación de los bienes en la economía de cambio por medio de un signo de cambio que sirve inmutable e ineludiblemente para toda necesidad. Un trozo de oro fundido en joya, aun cuando permanezca inmutable durante siglos, tiene sólo valor para quien estima tan alto su posesión para satisfacer una necesidad de ornamentación o de vanidad que entrega en cambio para poseerlo, productos de su propio trabajo. La mayor parte de los bienes pierden también materialmente en valor por el estancamiento o por el uso y entran pronto en el consumo. Se producen con el fin de cambiarlos, para cambiarlos por objetos de consumo. El dinero tiene su funesta posición excepcional porque sólo entra en el cambio, pero de ningún modo en el consumo; en las afirmaciones encontradas de los teóricos del dinero habla la mala conciencia. Si en la justa economía de intercambio, donde un producto sólo debe cambiarse contra un producto de valor equivalente, es necesario un medio de circulación que corresponda a nuestro dinero y que se llamará quizás también dinero, sin embargo no tendrá una cualidad decisiva de nuestro dinero: la cualidad de tener valor absoluto y poder servir a otros que no lo han obtenido por su trabajo. No debe excluirse aquí la posibilidad del robo; el robo puede haberlo en todo dinero como en cualquier otro artículo; y además, el robo es una especie de trabajo también, y un trabajo muy extenuador y en conjunto poco renditivo y desagradable en una buena sociedad. Debe indicarse aquí más bien que la nocividad del dinero actual, está, no sólo en la capacidad de producir interés, es decir en su crecimiento, sino en su permanencia, en su perennidad, que no disminuye ni desaparece en el consumo. La idea de que el dinero será hecho inofensivo sustituyéndolo por un mero bono de trabajo, para que no sea una mercancía ya, es absolutamente falsa y sólo podría tener sentido para la esclavitud estatal donde, en lugar del tráfico libre, tendríamos la dependencia de las autoridades, que determinarían cuánto tiene cada cual que trabajar y que consumir. En la libre economía de intercambio, al contrario, el dinero tiene que ser igual que los otros artículos, de los que se distingue hoy esencialmente, y ser sin embargo un signo general de cambio: como toda mercancía debe llevar el doble carácter del cambio y del consumo. La posibilidad -aun en una sociedad del cambio justo, cuando el signo de cambio no es consumible y con el tiempo no pierde su valor- de llegar a una posesión nociva en gran escala y por eso a la consecución de un derecho de tributo en alguna forma, no hay que desecharla, aun cuando en la historia conocida por nosotros juegue un papel subordinado en el resurgimiento de la propiedad de la tierra y con ella de toda especie de explotación, de ahorros y de herencias y demás en comparación con la violencia y la protección violenta del Estado.

Silvio Gesell busca encontrar un dinero que no gane valor con los años, sino que, el que ha llegado a la posesión del signo de cambio para la entrega de un producto, no tenga ningún interés superior al de volverlo a cambiar lo más rápidamente posible por un producto, y así sucesivamente. Silvio Gesell es uno de los pocos que han estudiado en Proudhon, que han reconocido su grandeza y en armonía con él han llegado a una sucesiva elaboración independiente de sus ideas. Su descripción de cómo ese nuevo dinero hace entrar en vivo movimiento la corriente de la circulación, de cómo en la producción y en la obtención del signo de cambio no puede haber otro interés que el del consumo, ha brotado enteramente del espíritu de Proudhon, que fue el primero en enseñarnos cómo la circulación rápida lleva alegría y vivacidad a la vida pública y privada, mientras que la paralización en el mercado y el estancamiento perseverante del dinero lleva también nuestra savia al estancamiento y pone rigidez y podredumbre de pantano en nuestras almas. Aquí no se trata del problema del futuro, si hay medios objetivos de encontrar o no un signo de cambio que no entrañe el peligro del saqueo: de un problema, pues, para el cual lo más importante primeramente es que sea planteado, sino de saber si la circulación es o ha sido el punto en que se podría concentrar uno para tocar decisivamente también los otros dos puntos. Y en esto hay que decir que, si en un determinado período histórico, como el que hubo en 1848 en Francia, fuese introducida la mutualidad en la economía del intercambio, habría sonado la hora también para la plusvalía y la propiedad latifundista.

El tercer punto angular de la esclavitud económica, pues, es la plusvalía. Ante todo hay que decir aquí que con el concepto de valor no se hace más que abuso si no se explica claramente lo que se designa con él y si no se atiene uno estrictamente a la definición. El valor contiene en su sentido una demanda; el sentido se abre cuando se piensa que a la fijación de un precio sigue la respuesta del comprador: Esa pieza no vale tanto. El valor quiere excluir primeramente la arbitrariedad; restringimos más el concepto empleando el término valor sólo en el sentido de valor justo, de valor verdadero. Valor es lo que debería ser el precio, pero no es. Esa relación existe en la proporción de los precios de todo artículo; y en la palabra valor está contenida, como advierte todo el que se fija en el uso de la palabra, la demanda ideal o socialista; que el precio debe ser igual al valor, o dicho de otro modo, que la suma total de todos los salarios de trabajo reales debe ser igual a la suma total de los precios para las escalas definitivas de los precios. Pero como, naturalmente, los hombres que están unos contra otros como individuos y por su beneficio, aprovechan toda ventaja, no sólo la de la propiedad, sino también la de la rareza de los productos codiciados, la mayor demanda que se hace por motivos especiales, la ignorancia de los consumidores, etc., en verdad la suma de los precios nombrados es mucho más elevada que la suma de los salarios. Es verdad también, los obreros de distintas categorías toman alguna parte en esas ventajas particulares, en ciertas circunstancias bajo la forma de más altos salarios, que en comparación con los salarios de sus hermanos de trabajo igualmente esforzados, no sólo son salarios, sino también beneficios; pero esto no modifica nada; ningún detalle de la multiforme vida económica puede cambiar nada en el hecho que los obreros con su salario no pueden adquirir todo lo que han producido, sino que una parte considerable queda para la capacidad adquisitiva del beneficio. Aquí quedan, como se ha dicho, fuera de consideración los estados intermedios de la producción, que van ya como mercancías al comercio, pues éstos, si se va al fondo de las cosas, no son recibidos ni con salario ni con beneficio por un productor capitalista de otro, sino con capital, es decir, como veremos muy pronto, con algo que se ha introducido en lugar del crédito y de la reciprocidad. Los intereses de ese capital los paga en última instancia, naturalmente, el trabajo y han sido nombrados más arriba en su otra figura como beneficio a causa de la propiedad; pues el capital es la forma de circulación de la propiedad de la tierra hecha flúida y móvil y de sus productos obtenidos por el trabajo, y es también para aquellos que, según la apariencia, no son propietarios territoriales, el medio de adelantar salarios por un producto que está en desarrollo todavía o para anticipar salarios de trabajo en la transición de un producto de una etapa de la elaboración a otra o para conseguir productos en el comercio y tenerlos almacenados. De estas formas distintas del capital y de la separación del capital en realidad objetiva, legítima realidad del espíritu y falso capital, oiremos más adelante algo más.

Lo que llamamos valor nace, pues, simplemente del trabajo para el mejoramiento de la tierra y para la extracción y elaboración de los productos de la tierra. Si los obreros son forzados a alquilarse, es decir a ceder a otros, para la valorización, los resultados de su esfuerzo mediante una cierta indemnización, resulta de ahí una desproporción entre el valor de los productos que han producido y el precio de los productos que pueden comprar con su salario para su consumo. Puede pasarse por alto aquí en qué lugar se produce su expoliación si en su indemnización -el salario muy bajo o en la compra los artículos son muy caros. Lo importante es que no se piense en ninguna proporción absoluta, sino en una proporción que en este caso es una desproporción, y que se tenga presente que por la deducción a que tienen que someterse los trabajadores, no importa en qué lugar, del producto de su trabajo a causa de su penuria, surge todo el beneficio de los capitalistas, es decir que la deducción del salario o su menor valía es de inmediato el beneficio de los capitalistas o su plusvalía. Tampoco se examina aquí en qué lugar afluye el beneficio a los capitalistas, tampoco se investiga detenidamente si el problema ha sido falsamente presentado, en tanto que hace nuevamente el ensayo de poner algo absoluto en lugar de lo correlativo; sólo se indica que el beneficio se reparte en cuotas oscilantes entre propietarios de la tierra, capitalistas financieros, empresarios, comerciantes y sus altos auxiliares: empleados, obreros intelectuales y otras categorías de privilegiados zurcidos en el capitalismo. También debe acentuarse que en ese modo de expresión, lo mismo que en cuanto al valor mismo, se trata de construcciones absolutamente necesarias: los ingresos totales de las personas que participan en el capitalismo no son siempre beneficio, hacen también trabajo. Y no todo lo que los obreros consumen es salario, también ellos, aun cuando con cuotas insignificantes a menudo, participan en la economía de los beneficios. Llevaría muy lejos dividir ahora el trabajo en improductivo y en productivo y, lo que no es lo mismo, separar los bienes elaborados en necesarios y de lujo; aquí no tenemos sino que señalar esa conexión, que muchos privilegiados dentro del capitalismo no sólo hacen algún trabajo, sino sin disputa un trabajo productivo, como por otra parte también los trabajadores realizan mucho trabajo completa o parcialmente improductivo; y que, en segundo lugar, en el consumo de los obreros no sólo entran artículos necesarios, sino también de lujo. Todos estos detalles que tienen gran significación para la vida real de nuestro tiempo, no podían ser más que mencionados aquí. Lo que importa aquí es señalar que la acentuación unilateral del problema del salario por parte de los obreros y de sus sindicatos está en relación con la concepción falsa de la plusvalía por parte de los marxistas. Hemos visto antes cómo se condicionan recíprocamente el salario y el precio; hemos indicado ahora que es falsa la concepción según la cual la plusvalía sería una magnitud absoluta, que aparecería en el patronato y de allí afluiría a las otras categorías de capitalistas. La plusvalía es, exactamente como el salario o el precio, una proporción y surge en todo el curso del proceso de producción y no en un determinado lugar del mismo. Del error aquí discutido nace la funesta obstinación del marxismo sobre el patronato, especialmente sobre el patronato industrial. Allí se creyó haber encontrado el punto de Arquímedes del capitalismo. La verdad es simplemente que todo beneficio es extraído del trabajo, o de otro modo: que no hay productividad de la propiedad ni productividad del capital, sino sólo una productividad del trabajo. Ese conocimiento es ciertamente el postulado básico del socialismo, y únicamente por ese conocimiento que comparten con todos los demás socialistas -ha dado Proudhon la expresión clásica de él en su polémica con Bastiat y en muchos otros pasajes-, sólo por eso podrían los marxistas, en el más amplio sentido de la palabra, llamarse socialistas. Eso lo saben también ellos: la rentabilidad de la propiedad y la rentabilidad del capital no son más que una forma engañosa de lo que en verdad es robo a la productividad del trabajo. Pero desde esa base han sacado los marxistas en su teoría y los sindicalistas en su práctica conclusiones de temeraria falsedad. Los marxistas han creído que, porque tenían una causa, tendrían con ello una causa absoluta, última, originaria: el trabajo, las condiciones de trabajo; el proceso de producción era para ellos la última palabra que lo explicaba todo; de ahí el grotesco trastrueque de su esperanza en la continua concentración y en la gran crisis y la gran bancarrota, etc. No tendrían más que haber continuado interrogando: ¿de dónde viene la penuria de los trabajadores? y hubiesen chocado con la propiedad de la tierra y con la no caducidad y la no consumibilidad del dinero, y luego con el Estado y con el espíritu y sus altos y bajos, y habrían encontrado que las condiciones, incluídos el Estado, el capital y la propiedad, son nuestra conducta y que finalmente todo se refiere a la relación de los individuos y de su fuerza con las instituciones que pesan sobre un período como rígidos restos de la fuerza y generalmente de la impotencia de los individuos de anteriores generaciones. Según el modo de consideración, según el simbolismo se puede llamar a las condiciones económicas, a las reacciones políticas, a la religión, etc., en conjunto, la superestructura que pesa o bien el fundamento para la vida de los individuos de un tiempo; pero nunca, nunca podrá ser otra cosa que trastrueque de la concepción, según la cual las condiciones económicas o sociales serían sólo el fundamento material de un tiempo, y en cambio el espíritu y sus formas sólo su superestructura ideológica o su doble figura. De tan gran importancia como fue el conocimiento de la plusvalía, es decir el desenmascaramiento de la propiedad y del capital financiero como saqueador del trabajo, así fue funesta la falsa creencia de que se habría descubierto el lugar donde surge la plusvalía. La plusvalía está en la circulación; surge en la compra de un artículo tanto y tan poco como en la remuneración de un obrero. Dicho de otro modo -pues como sólo podemos hablar en figuras, la verdad debe ser circundada por diversos puntos de vista con intentos de exposición, y tenemos que emplear esos medios tanto más cuanto más complicados y más desmenuzados están los fenómenos que queremos abarcar en nuestras vastas generalidades-: la causa de la plusvalía no es el trabajo, sino la necesidad del trabajo; y la necesidad de los que trabajan está, como se ha dicho, fuera del proceso de producción y mucho más afuera está la causa de esa necesidad y siempre así en la circulación de toda la economía del beneficio y de la propiedad de la tierra, y luego desde esas costras extremas hacia dentro, hacia sus causas, la naturaleza de los hombres que se dejan mover en ellas y obstruir desde ellas en los movimientos y luego desde ahí otra vez a los hombres de anteriores generaciones. El proceso capitalista de producción no es la última causa del desenvolvimiento de la plusvalía; sabios que necesitan una causa última para las relaciones humanas, deberían advertir de una vez por todas que la penúltima es Adán y la última, la absoluta, Dios. Y este mismo se ha vuelto a su absolutismo durante seis días; pues como un verdadero absoluto se considera demasiado bueno para causar efectos, se sienta en su trono, es decir sobre sí mismo, y se dice a sí y consigo mismo: ¡El mundo soy yo!

El proceso capitalista de producción es sólo desde el punto de vista negativo un punto angular para la emancipación del trabajo. No conduce por su propio desenvolvimiento y sus leyes inminentes al socialismo, no puede ser decisivamente transformado por la lucha de los trabajadores en su papel de productores en favor del trabajo; sino sólo en tanto que los obreros cesan de desempeñar el papel de productores capitalistas.

Cualquier cosa que hagan los obreros, cualquier cosa que haga un hombre en la estructura del capitalismo, lo enmaraña cada vez más honda y más firmemente en el entrelazamiento capitalista. En ese papel los obreros son participantes del capitalismo, aun cuando sus intereses no son recibidos por ellos, sino por los capitalistas, aun cuando en todo lo esencial no cosechan las ventajas sino las desventajas de la injusticia en que han sido colocados. La liberación existe sólo para los que se ponen interior y exteriormente en situación de salir del capitalismo, de cesar de jugar un papel en él y de comenzar a ser hombres. Se comienza a ser hombres en tanto que no se trabaja más para lo ilegítimo, el beneficio y su mercado, sino para la legítima necesidad humana y en tanto que se restablece la naufragada relación legítima entre necesidades y trabajo, la relación entre el hombre y las manos. El postulado socialista básico dice: sólo el trabajo crea valores, y hay que sacar de ahí la verdadera doctrina, que dice: ¡Fuera del mercado de rentas! ¡Hay que fundar de nuevo el mercado del trabajo y del consumo y la tierra del trabajo!

Hoy va la incitación al socialismo a todos, no en la creencia de que todos podrían realizarlo si quisieran, sino con el deseo de exhortar a algunos a la conciencia de su solidaridad, a la asociación de los que comienzan.

A los hombres que no pueden ni quieren resistir más, es a quienes aquí llamamos.

A las masas, los pueblos de la humanidad, gobernantes y gobernados, herederos y desheredados, privilegiados y engañados habría que decirles: Es una gigantesca, imborrable mancha de los tiempos que se labore por el beneficio, en lugar de hacerlo en favor de las necesidades de los seres humanos agrupados en las comunas. Todo vuestro estado de guerra, todo vuestro estatismo, toda vuestra opresión de la libertad, todo vuestro odio de clases viene de la brutal tontería que impera sobre vosotros. ¿Sí llegase, oh pueblos todos, el gran momento de la revolución, dónde echaríais mano? ¿Cómo queréis conseguir que en el mundo, en cada país, en cada provincia, en cada comunidad, nadie tenga más hambre, nadie tenga más frío, y que ninguna mujer y ningún niño queden desnutridos? ¡Sólo para hablar de lo más vulgar! ¿Y si la revolución estalla en un solo país? ¿Qué valor podría tener? ¿Hacia dónde podríais apuntar?

No se hace ya hoy lo que se ha hecho, cuando se decía a un pueblo: Vuestra tierra lleva lo que necesitáis en alimentos y materias primas de la industria: ¡trabajad y cambiad los productos! ¡Asociaos, pobres, acreditaos mutuamente; crédito, reciprocidad, es capital; no necesitáis capitalistas financieros ni amos patronales; trabajad en la ciudad y en el campo; trabajad y cambiad vuestros productos!

No es ya así, aun cuando se podría esperar el momento de las grandes y vastas medidas en el conjunto.

Un formidable confusionismo, un caos verdaderamente bestial, una impotencia infantil surgiría en el momento de una revolución. Nunca fueron los hombres menos independientes y débiles que ahora que el capitalismo ha llegado a su prosperidad; al mercado mundial del beneficio y al proletariado.

Ninguna estadística mundial y ninguna República universal pueden socorrernos. La salvación sólo puede traerla el renacimiento desde el espíritu de la comunidad.

La forma básica de la cultura socialista es la asociación de comunas económicamente independientes y que cambian entre sí sus productos.

Nuestra prosperidad humana, nuestra existencia dependen ahora de que la unidad del individuo y la unidad de la familia, que es lo único que nos ha quedado en asociaciones naturales, se eleven nuevamente a unidad de la comuna, forma básica de toda sociedad.

Si queremos la sociedad hay que edificarla, hay que ejercitarla.

La sociedad es una sociedad de sociedades de sociedades, una asociación de asociaciones de asociaciones; una comunidad de comunidades de comunas; una República de Repúblicas de Repúblicas. Sólo allí hay libertad y orden, sólo allí hay espíritu; un espíritu que es independencia y comunidad, asociación y autonomía.

Los individuos independientes, a los que nadie ordena lo que es sólo cosa suya; la comunidad doméstica de la familia, para quien el hogar y el huerto son su mundo; la comunidad local y así sucesivamente, con un número cada vez menor de tareas, las asociaciones más amplias, tal es una sociedad, sólo eso es el socialismo por el cual vale la pena trabajar, pues puede salvarnos de nuestra penuria. En vano y erróneos son los ensayos de construir en Estados y asociaciones de Estados el régimen de coacción de nuestros tiempos, que es un substituto para la asociación del espíritu libre que falta, y de extender más su imperio al dominio de la economía de lo que se ha tenido hasta aquí. Ese socialismo policial que sofoca toda cualidad y todo movimiento originario, sería sólo el sello de la completa ruina de nuestros pueblos, sería sólo una conexión de los átomos completamente dispersos por un cinturón mecánicamente férreo. Una agrupación de especie natural resulta para nosotros sólo allí donde estamos juntos en proximidad local, en verdadero contacto. El espíritu unificador, la asociación de varios para la obra común, por motivos comunes, tiene en la familia una forma demasiado estrecha y precaria para la conveniencia. En la familia sólo importan los intereses privados. Necesitamos un germen natural del espíritu común para la vida pública, para que la vida pública esté llena, no como hasta aquí exclusivamente de Estado y de frialdad, sino de calor, que es el amor de la familia transformado. Ese germen de toda legítima vida social es la comunidad, la comunidad económica, de cuya esencia no tiene una idea el que quiere juzgarla según lo que hoy se llama comuna.

El capital empleado en las fábricas, en la elaboración de las materias primas, en el transporte de las mercancías y de los hombres, no es en verdad otra cosa que el espíritu común. Hambre, manos y tierra, las tres cosas existen, están ahí naturalmente; para el hambre crean las manos celosamente con el trabajo en la tierra. A eso se añade el ejercicio especial de determinadas comarcas en industrias centenarias; la situación especial de la naturaleza, de manera que ciertos productos en bruto sólo se encuentran en aquellos lugares; la necesidad y comodidad del cambio. Intercambio de comuna a comuna de lo que no se puede elaborar en el mismo lugar, o intercambio, como se hace dentro de las comunas, de individuo a individuo; se cambia un producto por otro equivalente en valor, y en cada comuna cada cual tendrá que consumir lo que quiera, es decir según trabaje.

Hambre, manos y tierra están ahí; las tres existen naturalmente. Aparte de ellas, los hombres sólo necesitan ordenar convenientemente lo que sale de entre ellos, y así tienen lo que necesitan para que cada uno trabaje sólo para sí; para que todos exploten la naturaleza, pero no unos a otros. Esa es la misión del socialismo: ordenar la economía del intercambio de manera que, aun con el sistema del cambio, cada cual trabaje para sí; que los hombres estén ligados unos a otros de mil maneras y que sin embargo no sea quitado nada a nadie en esa asociación, al contrario, que se le dé a cada uno todavía. No dado en tanto que se pueda entender que el uno regala al otro; el socialismo no prevé renuncia como no prevé robo; cada cual recibe el producto de su trabajo y tiene el usufructo del fortalecimiento de todos en la extracción de los productos de la naturaleza, fortalecimiento que hizo posible la división del trabajo, el intercambio y la comunidad laboriosa.

Hambre, manos y tierra existen; las tres están ahí naturalmente. Es asombroso que haya que decir hoy como algo nuevo a los hombres en la ciudad y en el campo que todo lo que entra en nuestro consumo, a excepción del aire, procede de la tierra y de las plantas y animales crecidos en la tierra.

Hambre, manos y tierra están ahí; las tres existen naturalmente.

El hambre la experimentamos todos los días y ampliamente en los bolsillos para buscar el dinero, el medio para comprar los medios de apaciguarla. Lo que aquí se llama hambre es toda legítima necesidad; para satisfacerla buscamos dinero en nuestros armarios.

Para conseguir el dinero, nos vendemos o nos alquilamos: movemos las manos, y lo que aquí se llama manos son toda clase de músculos y nervios y cerebro, es espíritu y cuerpo, es trabajo. Trabajo en la tierra; trabajo bajo la tierra; trabajo para la elaboración de los productos de la tierra; trabajo en el servicio de cambio y de transporte; trabajo para el enriquecimiento de los ricos; trabajo para la diversión y la instrucción; trabajo para la educación de la juventud; trabajo que crea lo nocivo, lo inútil, lo nimio; trabajo que no crea nada y sólo se expone a la visión de los pazguatos. A muchas cosas se llama hoy trabajo; hoy se llama trabajo a todo lo que aporta dinero.

Hambre, manos y tierra están ahí; las tres existen naturalmente.

¿Dónde está la tierra? ¿La tierra que necesitan nuestras manos para aplacar el hambre?

Unos pocos poseen la tierra y se han vuelto cada vez menos. El capital, hemos dicho, no es una cosa, sino un espíritu entre nosotros; y tenemos el medio para la fábrica y el intercambio una vez que nos hayamos encontrado a nosotros mismos y a nuestra naturaleza humana. Pero la tierra es un trozo de la naturaleza exterior; la naturaleza es como el aire y la luz; la tierra es propiedad inalineable de todos los hombres; y la tierra se ha convertido en propiedad; en propiedad de unos pocos.

Toda propiedad de cosas, toda propiedad de la tierra es en verdad propiedad de hombres. El que se reserva la tierra contra las masas, las obliga a trabajar para él. La propiedad es el robo y la propiedad es la esclavitud.

Gracias a la economía monetaria se ha convertido mucho que no parece tal en propiedad territorial. En la justa economía del intercambio tengo el derecho a participar en la tierra, aun cuando no posea ninguna; en la economía monetaria del país del beneficio, de la usura, del interés, eres en verdad un ladrón de tierra, aun cuando no poseas ninguna, con sólo tener dinero o papeles. En la economía justa, donde el producto se cambia por un producto de valor equivalente, trabajo simplemente para mí, aun cuando nada de lo que yo elaboro venga a mi propio consumo; en la economía monetaria del país del beneficio eres un amo de esclavos, aun cuando no tengas un solo obrero, si vives de otra cosa que de la utilización de tu trabajo. Y aun cuando uno viva de la utilización de su trabajo, participa en la explotación de los hombres si su trabajo es monopolizado o privilegiado y obtiene por él un precio superior al que vale.

Hambre, manos y tierra están ahí; las tres existen naturalmente.

Debemos volver a tener la tierra. Las comunas del socialismo tienen que repartir nuevamente la tierra. La tierra no es propiedad de nadie. La tierra no tiene amos; sólo entonces serán libres los hombres.

Las comunas del socialismo deben repartir de nuevo la tierra. ¿No surge por eso nuevamente la propiedad?

Sé bien que otros se imaginan diversamente la propiedad común o la ausencia de amos. Todo lo ven envuelto en nieblas; me esfuerzo por ser claro. Ellos lo ven todo en la perfección de un ideal descrito; yo quiero expresar lo que hay que hacer ahora y en todo tiempo. Ahora y siempre el mundo no marchará sólo parloteando; el socialismo debe ser realizado; el que quiere realizarlo debe saber lo que quiere ahora. Ahora y siempre el reformador radical no encontrará otra cosa que transformar que lo que existe. Y por eso será bueno ahora y siempre que las comunas locales posean su delimitación; que una parte sea la tierra comunal, otras partes bienes de familia para la casa, el patio, la huerta y el campo.

También la supresión de la propiedad será en lo esencial una transformación de nuestro espíritu; de ese renacimiento brotará una vigorosa distribución de la propiedad; y en relación con esa nueva distribución existirá la voluntad de llevar nuevamente la tierra al reparto en el porvenir, en períodos determinados o indeterminados.

La justicia dependerá siempre del espíritu que prime entre los hombres, y desconoce el socialismo completamente el que sostiene que ahora es necesario y posible un espíritu que cristalice ya en forma que realice lo definitivo y no deje nada que hacer al futuro. El espíritu está siempre en el movimiento y en la creación; y lo que él crea será siempre insuficiente y en ninguna parte más que en la idea o en el símbolo se convierte lo perfecto en acontecimiento. Sería un esfuerzo vano y erróneo el querer instaurar de una vez por todas instituciones partidistas que excluyan automáticamente toda posibilidad de explotación y de usura. Nuestros tiempos han mostrado lo que resulta cuando se ponen, en lugar del espíritu viviente, instituciones que funcionan automáticamente. Que cada generación se preocupe valiente y radicalmente de aquello que corresponde a su espíritu; habrá más tarde también motivo para revoluciones; y serán necesarias cuando el nuevo espíritu deba dirigirse contra los residuos devenidos rígidos del espíritu pasado. Así, pues, también la lucha contra la propiedad llevará a otros resultados que los que, por ejemplo, creen obtener los comunistas. La propiedad es algo distinto de posesión; y yo veo en el porvenir, en su más hermosa floración, la posesión privada, posesión cooperativa, posesión común; posesión no sólo de las cosas del consumo inmediato o de las más sencillas herramientas; también la posesión tan supersticiosamente temida por algunos de medios de producción de toda especie, de casas y de tierra. No deben establecerse prescripciones definitivas de seguridad para el reino milenario o para la eternidad, sino una grande y vasta nivelación y la creación de la voluntad de repetir periódicamente esa nivelación.

Debéis hacer sonar la trompeta por todo vuestro territorio el décimo día del séptimo mes como el día de la nivelación ...

Y debéis santificar el año cincuenta y proclamar un año libre en el país para todos los que en él habitan; pues es vuestro año de jubileo; cada cual entre vosotros debe entonces volver a su haber y a su casta.

Es el año de jubileo, y todo el mundo debe volver a lo suyo.

El que tenga oídos para oir, que oiga.

¡Debéis hacer sonar la trompeta por todo vuestro territorio!

La voz del espíritu es la trompeta que resonará siempre, siempre, mientras haya hombres reunidos. Siempre querrá establecerse la injusticia, siempre arderá la rebelión contra ella, mientras haya hombres verdaderamente vivientes.

La rebelión como constitución, la transformación y la reforma como regla prevista para siempre, el orden por el espíritu como postulado; esa era la grandeza y santidad del orden social mosaico.

Eso necesitamos nuevamente: una nueva regulación y transformación por el espíritu, que no establecerá cosas e instituciones definitivamente, sino que se declarará a sí misma permanente. La revolución tiene que llegar a ser un accesorio de nuestro orden social, la regla básica de nuestra constitución.

El espíritu se creará formas; formas del movimiento, no de la rigidez y la tiesura; posesión, que no se convierta en propiedad, que sólo procure posibilidad de trabajo y seguridad, pero no posibilidad de explotación y de presunción; un medio de cambio que no tenga valor en sí mismo, sino sólo en relación con el cambio y que no sólo entrañe el medio para el cambio, sino también la condición del propio consumo; un medio de cambio capaz de morir y sólo por eso justamente capaz de animar, mientras que hoy es inmortal y asesino.

En lugar de tener la vida entre nosotros, hemos puesto entre nosotros la muerte; todo se ha convertido en cosa y en divinidad objetiva; la confianza y la reciprocidad se han convertido en capital; el interés común se convirtió en Estado; nuestro comportamiento, nuestras relaciones se convirtieron en condiciones inmutables, y en terribles calambres y sacudimientos estalló de tanto en tanto aquí y allí una revolución que trajo a su vez nuevamente muerte e instituciones e inmutabilidades y murió de ello antes de vivir. Hagamos ahora trabajo completo y grande, estableciendo en nuestra economía el único principio que puede establecerse, el principio que corresponde al postulado básico socialista: que en ninguna casa debe entrar para el consumo en valor más de lo que se ha trabajado en la casa, porque ningún valor surge en el mundo humano más que por el trabajo. El que quiere renunciar y regalar, que lo haga; eso no se le puede impedir a nadie y a la economía no le importa; pero nadie debe ser forzado por las condiciones a privarse de nada. Pero el medio para establecer siempre y nuevamente ese principio, será en todas partes y en cada momento diverso; y el principio vivirá sólo cuando sea aplicado.

Los marxistas han considerado la tierra como una especie de accesorio del capital y nunca supieron hacer nada justo en ella. En verdad el capital está compuesto de dos cosas completamente distintas: primero la tierra y los productos de la tierra: parcelas, edificios, máquinas, herramientas, pero a las que no se les debería llamar capital porque son tierra; en segundo lugar la relación entre los hombres, el espíritu que los une. El dinero o medio de cambio no es más que un signo convencional para cambiar fácilmente todos los artículos particulares, es decir en este caso inmediatamente.

Esto no tiene nada que ver con el capital. El capital no es un signo de cambio, sino una posibilidad. El capital determinado de un hombre que trabaja o de un grupo de hombres laboriosos es su posibilidad de elaborar determinados productos en una determinada cantidad de tiempo. Las realidades objetivas que se necesitan para eso son primero materiales -la tierra y los productos de la tierra-, de los cuales se elaboran los nuevos productos; en segundo lugar las herramientas con las que se trabaja, es decir también productos de la tierra; en tercer lugar las necesidades de la vida, lo que consumen los trabajadores durante la jornada de trabajo, o sea nuevamente productos de la tierra. Mientras uno trabaja en un solo producto, no puede cambiar ese producto contra lo que necesita durante la producción y para sí; pero en esa situación de espera y de tensión están todos los que trabajan. El capital no es otra cosa que la admisión previa y la compra de antemano del producto esperado, es exactamente lo mismo que el crédito o la reciprocidad. En la justa economía del intercambio recibe cada cual que tiene tarea productiva, o cada grupo de producción que tiene clientela los medios objetivos, la tierra y los productos de la tierra, para su hambre y sus manos: porque todos tienen las necesidades correspondientes y cada cual entrega a los otros las realidades que han llegado también de la espera y la tensión, para que esta vez la posibilidad y la disposición se transmuten en realidad y así sucesivamente. El capital no es una cosa; la tierra y sus productos son la cosa; la concepción corriente establece una duplicación inadmisible y amarga del mundo objetivo, como si hubiese fuera del mundo único y uno de la tierra también un mundo del capital como cosa; así la posibilidad, que es sólo una proporción de tensión, se convierte en una realidad. No hay más que una realidad objetiva de la tierra; todo lo demás que se llama capital, es relación, movimiento, circulación, posibilidad, tensión, crédito o como lo llamamos aquí: espíritu unificador en su actividad económica, que, claro está, no aparece chapuceramente como autor y como complacencia, sino que se servirá de órganos convenientes, como los ha descrito Proudhon en el Banco de cambio.

Si llamamos al período actual capitalista, hay que expresar con eso que en la economía no prima ya el espíritu unificador, sino que domina el ídolo objetivo, algo pues que no es una cosa, sino sólo un nada que es tomado como cosa.

Ese nada que pasa por cosa, crea, ciertamente, a consecuencia de esa validez -porque validez es dinero una cantidad de realidades concretas a los ricos en la casa y en el poder, realidades que proceden todas, no de ese nada a que nos referíamos, sino de la tierra y del trabajo de los pobres. Pues siempre que el trabajo quiere acercarse a la tierra, siempre que un producto quiere pasar de una etapa del trabajo a otro y antes de que pueda entrar en el consumo y en el proceso entero del trabajo, se entromete el capital falso y recibe, no ya el salario por el pequeño servicio, sino además el interés por no haber querido estar quieto, sino circular.

Un nada que vale por cosa y que ha suplantado el espíritu de la ligazón que falta, es, como se ha mencionado aquí a menudo ya, también el Estado. Aparece en todas partes como obstáculo, como escollo, absorbente y opresivo entre los hombres y los hombres, como entre los hombres y la tierra, donde lo legítimo, lo que hay entre ellos desde el origen: el impulso, la relación. Eso depende también de que el capital ilegítimo, que se ha presentado en lugar del legítimo interés recíproco y de la confianza mutua, no pudo ejercer su poder absorbente y expoliador, de que la propiedad de la tierra no habría podido deducir tributo del trabajo, si no se hubiera apoyado en la violencia, en la violencia del Estado, de sus leyes, de su administración y de su ejecutivo. Sólo que no se debe olvidar que todo eso: Estado, leyes, administración y ejecutivo sólo son nombres de personas que, porque les falta la posibilidad de vida, se atormentan y se violentan recíprocamente, nombres, pues, de la violencia entre los hombres.

Vemos en este lugar que después de la justa explicación del capital que se ha dado aquí, la denominación capitalista no es del todo acertada, porque con ella no se refiere uno propiamente al legítimo capital, sino al falso. Pero no se puede eludir, cuando se quiere desenmarañar a los hombres las verdaderas conexiones, el uso de las palabras que tienen carta de ciudadanía y eso es lo ocurrido.

Si los trabajadores, pues, encuentran que les falta el capital, tienen razón en un sentido muy diverso al que creen. Les falta el capital de los capitales, les falta el único capital que es realidad, aunque no es una cosa: les falta el espíritu. Y como ocurre a todos los que se han desacostumbrado de esa posibilidad y condición previa de toda vida, se les ha ido de bajo los pies la condición objetiva de toda vida: la tierra.

Tierra y espíritu, pues -esa es la solución del socialismo.

Los inspirados por el espíritu socialista tendrán en primer lugar que procurar la tierra como única condición externa que necesitan para la sociedad.

Sabemos bien que cuando los hombres cambian mutuamente en su régimen económico-popular sus productos, se moviliza por ese medio la tierra. La tierra hace tiempo que se ha convertido en un objeto de bolsa, de papel. Sabemos también que cuando los hombres en su economía mundial, en su economía popular cambien productos contra productos de valor equivalente; cuando vastas asociaciones, por la unión de su consumo y del crédito extraordinario que surgiría sin duda por ello, se pongan en situación de elaborar con materias primas productos industriales en medida creciente para el propio consumo, con exclusión, pues, del mercado capitalista; sabemos, digo, que luego, en el curso del tiempo, lo mismo que los productos de la tierra, podrían comprar en cantidad considerable tierra también. Sabemos que tales cooperativas de producción y de consumo poderosas no sólo tendrían que tener a disposición su propio crédito recíproco, sino también considerable capital financiero. Pero si los hombres quisieran llegar a eso, no habrían hecho más que postergar la decisión definitiva. Los propietarios de la tierra tienen un monopolio sobre todo lo que crece en la tierra y sobre lo que se va a buscar al interior de la tierra: sobre los medios de vida de todo el pueblo y sobre las materias primas de la industria. El Estado y en relación con él una parte considerable del capital financiero, al que se ha quitado literalmente la base y la respiración cuando deja de ser propietario de la tierra, existiendo ya la reciprocidad como capital socialista, el Estado y una parte del capital financiero, digo, antes de llegar tan lejos, cuanto más comercio e industria capitalistas sean excluídos por las cooperativas de producción y de consumo, se aferrarán tanto más a los magnates de la tierra. La tierra no afluirá por sí misma a las cooperativas que trabajan para el propio consumo, más bien encarecerá o cerrará precio samente sus productos. La tierra es, según la apariencia, flúida o de papel, como el capital, según la ficción, al contrario, es sólo una magnitud real; en cuanto se llegue a la decisión, será la tierra lo que es realmente: un pedazo de naturaleza física, que ha sido poseída y retenida.

Los socialistas no andan con vueltas en la lucha contra la propiedad de la tierra. La lucha del socialismo es una lucha por la tierra; el problema social es un problema agrario.

Ahora se puede ver qué enorme falta ha sido la teoría del proletariado de los marxistas. Ningún estrado de la población sabría menos, si se llegase hoy a la revolución, lo que hay que hacer, que nuestros proletarios industriales. Seductora ciertamente para su anhelo de redención -pues anhelan más la redención y la liberación de lo que saben sobre las nuevas relaciones y condiciones que quisieran establecer- es la vieja frase de Herwegh: "¡Despierta, hombre del trabajo! ¡Y reconoce tu poder! Todas las ruedas se paralizan si lo quiere tu fuerte brazo (1).

Seductor es ese verso, como todo lo que da una expresión general a hechos, y es lógico. Es verdad que la huelga general tendría que suscitar una terrible confusión, que los capitalistas, si los trabajadores pudieran sostenerse un poco de tiempo, deberían capitular. Pero eso es un gran , y los trabajadores apenas ven con bastante claridad hoy las formidables dificultades de su aprovisionamiento en caso de una huelga general revolucionaria. Sin embargo, una huelga general vasta y enérgica, con violento empuje, podría sin duda dar a los sindicatos revolucionarios el poder decisivo. El día después de la revolución los sindicatos tomarían posesión de las fábricas y talleres en las grandes ciudades y en las ciudades industriales, pero tendrían que seguir produciendo para el mercado mundial los mismos productos, se repartirían entre sí la ganancia de los capitalistas ahorrada y se maravillarían de que no aparezca otra cosa que el empeoramiento de su situación, el estancamiento de la producción y la completa imposibilidad.

Se ha hecho compktamente imposible el traspaso de la economía del cambio del capitalismo directamente a la economía socialista del cambio. Que eso no puede ir de golpe, se comprende por sí mismo; si se intentase llevado a cabo gradualmente, se llegaría a la más terrible ruina de la revolución, a las luchas más salvajes de los partidos nacientes, al caos económico y al cesarismo político.

Estamos muy lejos de la justicia y de la razón en la elaboración y distribución de los productos. El que hoy consume está a merced de toda la economía mundial, porque entre él y sus necesidades se ha instaurado la economía del beneficio. Los huevos que como vienen de Galitzia, la manteca de Dinamarca, la carne de Argentina y también de América el trigo para el pan, la lana de mi traje de Australia, el algodón de mi camisa de América y así el cuero y las materias de curtiembre para mis zapatos, la madera para las mesas, armarios y sillas y así sucesivamente.

Los hombres en nuestros tiempos se han liberado de toda relación y se han vuelto irresponsables. La relación es un rasgo que acerca a los hombres entre sí y los lleva al trabajo para la producción de lo que necesitan. Esa relación, sin la cual no somos seres vivientes, ha sido enajenada, ha sido alquilada. Para el comerciante es lo mismo comerciar con una cosa o con otra; al proletario le es igual trabajar en esto o en aquello, para esto o aquello; la fábrica no tiene el objetivo natural de satisfacer necesidades, sino el fin de obtener la cosa artificial, en la mayor cantidad posible y sin consideración, y si se puede sin trabajo, es decir como no hay brujería y milagro, por el trabajo de los demás, de los sometidos, la cosa por la que se satisfacen todas las necesidades: el dinero.

El dinero ha devorado relaciones y es por eso más que una cosa. El distintivo de una cosa objetiva, que ha sido elaborada artificialmente de la naturaleza, es que no crezca más, que no sea capaz de recibir del ambiente materias o fuerzas, sino que espere en calma el consumo y que se corrompa en un plazo mayor o menor si no es utilizada. Lo que tiene crecimiento, movimiento propio, auto creación, es un organismo. Y así el dinero es un organismo artificial; crece, da a luz hijos, se acrecienta en todas partes donde existe, y es inmortal.

Fritz Mauthner (Woerterbuch der Philosophie) ha mostrado que la palabra dios originariamente es idéntica a ídolo, y que ambas cosas quieren decir lo fundido. Dios es un producto hecho por el hombre, que adquiere vida, que absorbe vida de los hombres y que finalmente se convierte en toda la humanidad.

El único fundido, el único ídolo, el único dios que han suscitado físicamente los hombres es el dinero. El dinero es artificial y es viviente, el dinero engendra dinero y dinero, el dinero tiene todas las fuerzas del mundo.

¿Pero quién no ve, quién no ve hoy todavía que el dinero, que no es otra cosa que el dios, el espíritu surgido de los hombres y convertido en cosa viviente, en absurdo, en el sentido de nuestra vida trocado en locura? El dinero no crea riqueza, el dinero es riqueza; es riqueza por sí; no hay más rico que el dinero. El dinero tiene sus fuerzas y su vida de alguna parte; no puede tenerlas más que de nosotros y tanto cuanto hemos hecho rico y capaz de reproducirse al dinero, tanto nos hemos empobrecido y desecado nosotros todos. Textualmente se sabe que centenares de millares de mujeres no pueden ser madres porque el horripilante dinero existe y el duro metal absorbe de las venas a hombres y mujeres el calor animal y la sangre como un vampiro. Somos mendigos y tontos y locos porque el dinero se ha vuelto dios, porque el dinero se ha vuelto antropófago.

Socialismo es transmutación; socialismo es comenzar de nuevo; socialismo es reanudación de las relaciones con la naturaleza, rellenar con espíritu, reconquistar la relación.

No hay otro camino para el socialismo que el que nosotros enseñamos y practicamos, aquel por el cual trabajamos. No trabajemos para Dios ni para el diablo, al que los hombres se han adscrito hoy, sino para nuestras necesidades. Reconstrucción de la relación entre trabajo y consumo: eso es el socialismo. Dios se ha vuelto ya tan violento y omnipotente que no se puede suprimir por una mera transformación objetiva, por una reforma de la economía del intercambio.

Los socialistas quieren reunirse nuevamente en comunidades y en las comunidades debe producirse lo que necesitan los miembros de ellas.

Nosotros no podemos esperar a la humanidad; no podemos esperar que la humanidad se reuna para una economía común, para una justa economía de cambio, mientras en nosotros, individuos, no se haya encontrado y creado de nuevo el humanismo.

Desde el individuo comienza todo; y al individuo se refiere todo. El socialismo, en comparación con lo que hoy nos rodea y nos aprisiona, es la tarea más formidable que se han impuesto jamás los hombres; con curas externas de la violencia o de la ingeniosidad no se hace realidad.

Existe mucho a lo que podemos adherimos, que entraña también vida en formas externas de espíritu viviente todavía. Comunidades aldeanas con restos de vieja posesión común, con los recuerdos de los campesinos y de los labradores sobre la limitación originaria que ha pasado desde hace siglos a la posesión privada; instituciones de economía colectiva para el trabajo del campo y del artesanado. La sangre campesina corre todavía por las venas de muchos proletarios urbanos; deben aprender a escuchar de nuevo eso. El objetivo, el objetivo todavía muy lejano, es ciertamente lo que hoy se llama huelga general; la negativa a trabajar para otros, para los ricos, para los ídolos y para el absurdo. Huelga general, pero de otra especie que la huelga general pasiva de brazos cruzados, que hoy se proclama y que con una porfía cuyo éxito momentáneo es muy dudoso y cuyo fracaso final es enteramente indudable, grita a los capitalistas: ¡Vamos a ver quién resiste más! Huelga general, sí, pero una activa, y aquí nos referimos a otra actividad que aquella que se pone también algunas veces en relación con la huelga general revolucionaria y que viene a reducirse a saqueo. La huelga general activa vendrá tan sólo y vencerá cuando los que trabajan se hayan puesto en situación de no dar a otros una pulgada de su actividad, de su trabajo, sino de trabajar sólo para su consumo, para sus verdaderas necesidades. Eso está lejos; ¿pero quién no sabe que nosotros no estamos al fin ni en el medio del socialismo, sino en el primer comienzo? De ahí nuestra hostilidad mortal contra el marxismo de todo matiz, porque ha contenido a los que trabajan para que no comiencen el socialismo. La palabra mágica que nos sacará del mundo petrificado de la codicia y de la miseria no es la huelga, sino el trabajo.

Agricultura; industria y artesanado, trabajo espiritual y trabajo corporal, enseñanza y aprendizaje, todo debe ser reagrupado de nuevo; algo muy precioso sobre los métodos para esa realización nos lo ha dicho Pedro Kropotkín en su libro Campos, fábricas y talleres.

La esperanza en el pueblo, en todo el pueblo, en todos nuestros pueblos no debemos abandonarla. Hoy no son propiamente pueblos; en lugar del pueblo, de los hombres espiritualmente ligados, han aparecido el Estado y el dinero; del otro lado no podían quedar más que fragmentos humanos dispersos.

Pueblo puede llegar a ser si los individuos, los precursores, los que tienen espíritu llevan dentro de sí al pueblo, cuando la forma previa del pueblo vive en los hombres creadores y desde su corazón, desde su cabeza y desde sus manos exige realidad.

El socialismo no es, como se ha imaginado, una ciencia, aun cuando se requieren muchos conocimientos para él como para toda caída de la superstición y de la supervivencia y para el avance por el buen camino. Pero en cambio el socialismo es un arte. Un arte que quiere crear en los vivientes.

De todos los estrados sociales son incitados los hombres y las mujeres para que salgan del pueblo a fin de ir al pueblo.

Pues la tarea es ésta: no desesperar del pueblo, pero no esperar al pueblo. El que satisface al pueblo que lleva dentro, el que por ese germen no nacido y esa forma apremiante de la fantasía se une con sus iguales para convertir en realidad lo que se puede llevar a la realización del cuadro socialista, ése se aparta del pueblo para ir al pueblo.

De aquellos que entrañan el asco más profundo y el anhelo más fuerte y el verdadero ímpetu creador, saldrá el socialismo como una realidad, que tendrá otra apariencia según el número de los que se agrupen por él.

Así queremos agruparnos unos con otros y comenzar por fundar granjas socialistas, aldeas socialistas, comunidades socialistas.

La cultura no se basa en ninguna forma de la técnica o de la satisfacción de las necesidades, sino en el espíritu de la justicia.

El que quiere contribuir al socialismo tiene que ir a la obra con un presentimiento y una alegría presentida y sin embargo desconocida. Todo debemos comenzar a aprenderlo de nuevo: la alegría del trabajo, la comunidad, la preservación mutua, todo lo hemos olvidado y no obstante lo apercibimos todo en nosotros aún.

Esas colonias en que los socialistas se apartan, según las posibilidades, del mercado capitalista y de las que no exportan en valor más que lo que tiene que recibir de fuera, son sólo pequeños comienzos y pruebas. Deben iluminar el campo, a fin de que llegue la envidia sobre los amontonamientos humanos sin pueblo, la envidia no de los bienes de disfrute o de los medios de poder, sino la envidia de la dicha, del contento consigo mismo, tan vieja y tan nueva, de la felicidad en el seno de la comuna.

El socialismo como realidad sólo puede ser aprendido; el socialismo es, como toda vida, un ensayo. Todo lo que intentamos formar ya hoy poéticamente en palabras y descripciones: el cambio en el trabajo, el papel del trabajo intelectual, la forma del medio de cambio más cómoda y menos complicada, la introducción del pacto en lugar de la justicia, la renovación de la educación, todo eso será realidad en tanto que se realice, y no se organizará absolutamente según un modelo.

Pero pensaremos agradecidos en aquellos que han vivido ya previamente en el pensamiento y en la fantasía, que han visto las comunas y territorios del socialismo en formas orgánicas. Pero la realidad será diversa de sus formaciones individuales; aunque la realidad proceda de esos cuadros suyos.

Pensemos otra vez aquí en Proudhon y en todo su aspecto agudamente circunscrito, que no cayó nunca en la nebulosa desde el país de la libertad y del pacto: reflexionemos en algo bueno que Henry George, Michael Flürscheim, Silvio Gesell, Ernst Busch, Pedro Kropotkin, Eliseo Reclus y muchos otros han visto y descrito.

Somos los herederos del pasado, querramos o no; suscitamos en nosotros la voluntad de que las próximas generaciones sean nuestros herederos, de obrar con todo lo que vivimos y hacemos en las generaciones que vienen y en las masas humanas que nos rodean.

Este es un socialismo completamente nuevo; un socialismo que es nuevo otra vez; nuevo para nuestro tiempo, nuevo en la expresión, nuevo en la visión del pasado, nuevo también en alguna opinión. Nuevamente debemos observar también lo que existe: las capas humanas, las instituciones y tradiciones debemos considerarlas de nuevo. Vemos a los campesinos diversamente y sabemos qué enorme tarea nos ha sido dejada para hablarles, para vivir entre ellos y hacer revivir lo que en ellos está calcificado o enmohecido: la religión; no la fe en alguna potencia externa o superior, sino la fe en el propio poder y el perfeccionamiento del individuo en tanto que vive. ¡Hemos temido siempre al campesino y su amor a la posesión de la tierra! Los campesinos no tienen mucha tierra, sino muy poca, y no hay nada que quitarles, sino que darles. Hay que darles como a todos en primer lugar el espíritu común y de comunidad; pero ese espíritu no ha sido sacudido en ellos tanto como en los obreros de la ciudad. Los colonos socialistas deben asentarse en las aldeas existentes y se pondrá de manifiesto que se puede hacerlas revivir y que el espíritu que había en ellas en los siglos XIV y XV, se puede despertar todavía hoy otra vez.

Hay que hablar de este nuevo socialismo con nuevas lenguas a los hombres. Aquí se hará un primer ensayo inicial; lo haremos luego mejor, nosotros y los demás; queremos llevar a grandes ensayos las cooperativas, que son formas socialistas sin espíritu; los sindicatos, que son valentía sin objetivo, queremos llevarlos al socialismo.

Querramos o no, no quedaremos en las palabras; iremos más allá. No creemos ya en la raya entre el presente y el futuro; sabemos: Aquí está América o no está en ninguna parte. Lo que no hacemos ahora, en el momento, no lo haremos.

Podemos reunir nuestro consumo y excluir diversos parásitos intermediarios; podemos fundar un gran número de talleres e industrias para la elaboración de bienes para nuestro propio consumo. Podemos ir mucho más allá de lo que han ido hasta aquí las cooperativas, que no pueden librarse todavía del pensamiento de la concurrencia con los establecimientos dirigidos capitalísticamente. Son burócratas, son centralistas; y no saben hacer otra cosa que lo que hacen los patronos y conciertan con sus obreros tarifas por intermedio de los sindicatos. No se les ocurre que en la cooperativa de producción y de consumo cada cual trabaja para sí en legítima economía de cambio; que en ella no es la rentabilidad, sino la productividad del trabajo lo que decide; que alguna forma de fábrica, por ejemplo el pequeño taller, es absolutamente productiva y bienvenida para el socialismo, aun cuando no sea rentable dentro del capitalismo.

Podemos fundar colonias que, ciertamente, no podrían ser arrancadas de golpe, enteramenté, del capitalismo. Pero sabemos ya que el socialismo es un camino, camino que lleva fuera del capitalismo y que todo camino tiene un principio. El socialismo no saldrá del capitalismo, crecerá contra el capitalismo, se edificará contra él.

Medios para la obtención de tierra y de los primeros instrumentos fabriles para esas colonias los conseguimos por la asociación de nuestro consumo, por los sindicatos y asociaciones obreras que se adhieran a nosotros, y por aquellos ricos que coincidan con nosotros o que al menos nos proporcionen medios. No vacilo en esperar todo eso y en expresar esa esperanza. El socialismo es la causa de todos aquellos que sufren bajo lo terrible que está en nosotros y nos rodea; y muchos de todos los estrados sociales sufrirán pronto más de lo que hoy sospecha uno. Nada mejor en el sentido del decoro y de la propia redención puede hacer uno con el propio dinero, nada mejor pueden también hacer las asociaciones obreras con su dinero, que entregado y libertar así tierra para el comienzo del socialismo. La tierra, una vez libre, no lo cuenta a nadie y no deja traslucir que ha sido comprada. Pero no seáis melindrosos, trabajadores: compráis zapatos, pantalones, patatas, arenques; ¿no sería hermoso para el comienzo que vosotros, seres que trabajáis y sufrís, cualquiera que sea el papel que se os haya señalado hasta aquí, reunieseis vuestras fuerzas para redimiros de la injusticia y trabajaseis en tierra propia en lo sucesivo la mayor parte de lo que necesitáis para vuestra comunidad?

No lo olvidemos: si estamos en el verdadero espíritu, tenemos todo lo que necesitamos para la sociedad, todo aparte de una cosa: la tierra. ¡El hambre de tierra es la que debéis sentir, habitantes de la gran ciudad!

Si en todas partes, en el Norte, en el Sur, en el Oeste y en el Este, en todas las provincias hay colonias socialistas con cultivo propio, sembradas en medio de la ruindad de la economía del beneficio, que son observadas y cuya alegría vital es percibida de un modo inaudito, aunque tranquilo, entonces surge cada vez más fuerte la envidia; entonces, creo, se mueve el pueblo; entonces comienza el pueblo a reconocer, a saber, a tener la seguridad; no les falta más que una cosa de lo exterior, para vivir socialistamente, próspera y felizmente: la tierra. Y entonces libertarán los pueblos la tierra y no trabajarán más para los ídolos, sino para los hombres. ¡Entonces! Comenzad, pues; comenzad desde lo más pequeño y con el grupo más reducido.

El Estado, es decir las masas que no han llegado todavía al conocimiento, los núcleos de los privilegiados y de sus representantes, las castas gubernativas y administrativas pondrán los más grandes y más fútiles obstáculos a los que comienzan. Lo sabemos.

La destrucción de todos los obstáculos viene cuando son realmente obstáculos, cuando estamos tan próximos que no hay el menor espacio ya desde nosotros hasta ellos. Ahora son sólo obstáculos de la previsión, de la fantasía, del temor. Vemos ya: esto, aquello y lo de más allá se nos pondrá en el camino, cuando lleguemos allí, y por eso es preferible no hacer nada.

¡Dejandos llegar primero allí! Vayamos pocos adelante, para llegar a ser muchos.

Al pueblo no puede nadie forzarle más que el pueblo mismo. Y grandes partes del pueblo se aferran a la injusticia y a lo que les daña en cuerpo y alma, porque nuestro espíritu no es bastante fuerte, no es bastante contagioso.

Nuestro espíritu tiene que encender, que iluminar, que seducir, que atraer.

Eso no lo hace nunca el discurso; por violento, por colérico, por suave que sea.

Eso lo hace sólo el ejemplo.

El ejemplo de los que van adelante es el que debemos dar nosotros.

¡Ejemplo y espíritu de sacrificio! En el pasado, hoy y mañana se hacen por las ideas sacrificios tras sacrificios: siempre por la insurrección, siempre por la imposibilidad de vivir así.

Ahora importa aportar sacrificios de otra especie, no sacrificios heroicos, sino silenciosos, sin oropeles para dar un ejemplo de la verdadera vida.

Luego, de los pocos saldrán muchos, y también los muchos se volverán pocos. Centenares, millares, centenares de millares; ¡demasiado poco, demasiado poco!

Serán más y más y serán siempre demasiado pocos.

Pero los obstáculos serán superados; pues el que construye en el legítimo espíritu, destruye en la construcción los más fuertes impedimentos.

Y finalmente, finalmente el socialismo que ha ardido y flameado tanto tiempo, iluminará al fin. Y los hombres, los pueblos sabrán con gran seguridad: tienen el socialismo y los medios para realizarlo enteramente en sí y entre sí y nada les falta más que una cosa: ¡tierra! Y libertarán la tierra; pues nadie impide ya al pueblo eso, pues el pueblo mismo no es ya obstáculo.

Son incitados aquellos que quieren hacer lo que permiten sus fuerzas para crear el socialismo. Sólo el presente es real y lo que no hacen ahora los hombres, lo que no comienzan a hacer inmediatamente, no lo hacen en toda la eternidad. Lo que vale es el pueblo, lo que vale es la sociedad, lo que vale es la comuna, lo que vale es la libertad y la belleza y la alegría de la vida. Necesitamos pregoneros en la contienda; necesitamos aquellos que están plenos de ese anhelo creador; necesitamos gentes de acción. Las gentes de acción, los que comienzan, los primerizos son incitados aquí al socialismo.

Al que no ha oído en las horas en que esas palabras y su sentimiento han hablado para él, a ese le decimos como despedida: lo mismo que tenemos en la boca algún sonido habitual, para poder hablar alguna vez a los hombres y dejamos a un lado las palabras vulgares y corrientes luego como falsamente aplicadas o insuficientes en la expresión, así puede ocurrir a esa palabra socialismo. Tal vez es este llamado también el comienzo de un camino, para encontrar un camino mejor, más hondo, más acertado. Pero ya ahora debe saber cada cual que nuestro socialismo no tiene nada de común con la tierna comodidad o la pasión de un idilio pastoral ininterrumpido y de una vida amplia que sólo estaría dedicada a la economía, al trabajo para las necesidades de la vida. Aquí se ha hablado mucho de economía; ella es el fundamento de nuestra vida social, y debe ser una vez de tal modo el fundamento que no necesite hablarse más de ella. ¡Salud, oh encorvados, oh incansables, oh peregrinos y vagabundos y trotacalles, los que no soportáis ninguna economía y ninguna integración en la economía de nuestro tiempo! Salud a vosotros, guerreros de todos los tiempos, que no queréis que la vida se reseque junto a las estufas. Lo que hoy existe en guerra y ruido de espadas y salvajismo en el mundo no es casi nunca más que máscara ridícula sobre la vacuidad y la codicia; comportamiento, fidelidad y caballerosidad se han convertido en rarezas. Salud a vosotros, balbucientes, silenciosos, que ocultáis en lo más hondo, de donde no sale ninguna palabra, el presentimiento de que grandezas desconocidas, luchas no descritas, dolor íntimo del alma, deleite salvaje serán parte de la humanidad, del individuo como de los pueblos. Escultores, poetas, músicos, sabéis de ello y por vosotros hablan ya las voces de la violencia y del ardor y de la dulzura que deben florecer de los nuevos pueblos. Dispersos en toda nuestra soledad viven los jóvenes, los hombres maduros, los ancianos probados, las mujeres sublimes; más de lo que ellos mismos saben, viven aquí y allí los hombres, que son niños; y en todos ellos viven la fe y la seguridad de la gran alegría y el gran dolor que un día llegarán a las generaciones humanas y las reformarán y las enviarán hacia adelante. Dolor, sagrado dolor: ¡ven, ven a nuestro pecho! Donde tú estás, no puede haber nunca paz. Todos vosotros -¿o es que sois tan pocos?-, todos en quienes el sueño sonríe y llora; todos los que respiráis hechos, todos los que experimentáis profundamente en vosotros el júbilo, todos los que podríais estar desesperados por razón y locura y legítima penuria, no por la bagatela de absurdo y de vileza que nos rodea hoy y que se llama también penuria y miseria; todos los que estáis solos y lleváis en vosotros forma, es decir figura y ritmo de la fuerza creadora reunida; todos los que podríais dar desde vosotros la orden: en nombre de la eternidad, en nombre del espíritu, en nombre del cuadro que quiere llegar a ser lo verdadero y el camino, la humanidad no debe caer, el grueso fango verdigrís que hoy se llama tan pronto proletariado, como pueblo, como casta de los amos y que en todas partes, arriba y abajo, no es más que disgustante proletariado, esa caricatura horriblemente repulsiva de la codicia, de la hartura y de la humillación, no debe continuar moviéndose, no debe continuar manchándonos y sofocándonos: todos sois llamados.

Esta es una primera palabra. Queda mucho por decir. Hay que decirlo. Por mí y por los otros que aquí son llamados.



Notas

(1) Mann der Arbeit aufgewacht!br>Und erkenne deine Macht!
Alle Raeder stehen still,
Wenn dein starker Arm es will.

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