Índice de Vidas de los filósofos más ilustres de Diógenes LaercioAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEGUNDO

Segunda parte

ESQUINES

1. Esquines fue hijo de uno que hacía longanizas (113), llamado Carino, o según dicen algunos, Lisanias. Fue ateniense y muy laborioso desde su niñez. Por esta causa nunca se apartó de Sócrates, y éste por lo mismo solía decir de él: Sólo sabe honrarme el hijo del longanicero. Idomeneo dice que fue Esquines, y no Critón, quien exhortó a Sócrates para que huyera de la cárcel, y que Platón atribuyó a Critón aquellas palabras porque Esquines era más amigo de Aristipo que suyo. Esquines fue calumniado por muchos, en particular por Menedemo Eretriata, el cual lo acusó de haberse apropiado muchos Diálogos de Sócrates que le dio Jantipa. De éstos, los llamados acéfalos son muy flojos, y no vemos en ellos la elocuencia socrática. Pisístrato Efesio decía que no son de Esquines, y Perseo asegura que mucha parte de siete de ellos es de Pasifonte Erétrico, el cual los incluyó en las obras de Esquines. Igualmente, que este supuso El pequeño Ciro, El pequeño Hércules, el Alcibíades, y otros libros. Los Diálogos que tienen índole socrática son estos: el primero, Milcíades; el cual, en cierto modo, tiene menos nervio que los otros (114), Calas, Axioco, Aspasia, Alcibíades, Telauges y Rinón.

2. Dicen que al verse pobre fue a Sicilia para estar con Dionisio, y si bien lo despreció Platón, Aristipo lo recomendó a Dionisio, quien al oír algunos Diálogos suyos, le hizo varios dones. Luego regresó a Atenas, pero no se atrevió a enseñar su filosofia por la gran reputación en que estaban Platón y Aristipo; no obstante, abrió una escuela privada, y los concurrentes pagaban su cuota. Después se dedicó a defender en el foro las causas de los desvalidos, y por esto dijo Timón, según refieren, que tenía fuerza para persuadir en lo que escribía. Se cuenta que al verlo Sócrates en tanta pobreza, le dijo que sacara usura de sí mismo, quitándose algo del ordinario sustento. Aristipo consideró sospechosos los Diálogos de Esquines, pues al leerlos una vez en Megara, cuentan que se burló, diciendo: ¿De dónde robaste esto, plagiario? Policrito Mendesio, en el libro I De los hechos de Dionisio, dice que Esquines estuvo con el tirano hasta la caída de éste (115), y regresó de Dión a Siracusa, añadiendo que estaba también con él Carcino, escritor de comedias. Se conoce una carta de Esquines a Dionisio.

3. Era muy versado en la oratoria, como consta por la defensa que hizo de un capitán, padre de Feaco, y por la de Dión. Imitó principalmente a Gorgias Leontino. Lisias escribió una oración contra Esquines titulada De la calumnia. De lo cual se ve que Esquines era un hábil orador. Tenía un amigo llamado Aristóteles, Mito por sobrenombre. Panecio es de la opinión que de todos los Diálogos de Sócrates, sólo son legítimos los de Platón, Jenofonte, Antístenes y Esquines; de los de Fedón y Euclides está dudoso; todos los demás los reprueba (116).

4. Se sabe que hubo ocho Esquines: el primero, éste; el segundo, uno que escribió de Retórica; el tercero, fue orador, émulo de Demóstenes (117); el cuarto, fue arcade, discípulo de lsócrates; el quinto, de Mitilene, llamado azote de los oradores; el sexto, napolitano, filósofo académico, discípulo de Melanto Rodio y súcubo suyo en el nefas; el séptimo, milesio, escritor de política; y el octavo, escultor.


ARISTIPO

1. Aristipo nació en Cirene, de donde pasó a Atenas, llevado por la fama de Sócrates, como dice Esquines. Fue el primer discípulo de Sócrates que enseñó la Filosofía por estipendio, y con él socorría a su maestro, según escribe Fanias Eresio, filósofo peripatético. Habiéndole enviado una vez veinte minas (118), se las devolvió Sócrates, diciendo que su genio (119) no le permitía recibirlas. Esto desagradaba mucho a Sócrates; Jenofonte fue su contrario, por cuya razón publicó un escrito contra él condenando el deleite que Aristipo patrocinaba, poniendo a Sócrates como árbitro de la disputa. También lo maltrata Teodoro en el libro De las sectas, y Platón hace lo mismo en el libro Del alma, como dijimos en otros escritos. Su genio se acomodaba al lugar, al tiempo y a las personas, y sabía simular toda razón de conveniencia. Por esta causa daba a Dionisio más gusto que los otros, y porque en todas las ocurrencias disponía bien las cosas, pues así como sabía disfrutar de las comodidades que se ofrecían, así también se privaba sin pena de las que no se ofrecían. Por esto Diógenes lo llama perro real, y Timón lo moteja (120) de afeminado por el lujo, diciendo:

Cual la naturaleza de Aristipo,
blanda y afeminada,
que sólo con el tacto
conoce lo que es falso o verdadero.

2. Cuentan que en una ocasión pagó cincuenta dracmas por una perdiz; y a uno que lo murmuraba, respondió: ¿Tú no la comprarías por un óbolo? y como dijese que sí, repuso: Pues eso valen para mí cincuenta dracmas. Mandó Dionisio llevar a su cuarto tres hermosas meretrices para que eligiera la que gustase, pero despidió a las tres, diciendo: Ni aun a Paris fue seguro haber preferido a una. Dicen que las sacó hasta el vestíbulo y las despidió; tanta era su facilidad en recibir o no recibir las cosas. Por esta causa Estratón, o según otros, Platón, le dijo: A ti sólo te parece bien llevar clámide o palio roto. Cuando Dionisio le escupió encima, lo sufrió sin dificultad; ya uno que se admiraba de ello, le dijo: Los pescadores se mojan en el mar por agarrar un gobio, ¿y yo no me dejaré salpicar saliva por agarrar una ballena? (121)

3. En cierta ocasión pasaba por donde estaba Diógenes lavando unas hierbas, y le dijo éste: Si hubieras aprendido a prepararte esta comida, no solicitarías los palacios de los tiranos. A lo que respondió Aristipo: Y si tú supieras tratar con los hombres, no estarías lavando hierbas (122). Al preguntarle qué era lo que había sacado de la Filosofia, respondió: El poder conversar con todos sin miedo. Como le vituperasen una vez su vida suntuosa, contestó: Si esto fuera vicio, ciertamente no se practicaría en las festividades de los dioses. Al preguntarle en otra ocasión, qué tienen los filósofos más que los otros hombres, respondió: Que aunque todas las leyes perezcan, no obstante viviremos de la misma suerte. Cuando le preguntó Dionisio por qué los filósofos van a visitar a los ricos, y éstos no visitan a los filósofos, le contestó: Porque los filósofos saben lo que les falta, pero los ricos no lo saben. Como le criticara Platón el que viviera con tanto lujo, le dijo: ¿Tú consideras bueno a Dionisio? Y como Platón respondió que sí, prosiguió: Él vive con mucho mayor lujo que yo; así que nada impide que uno viva regaladamente; y en consecuencia muy bien. Al preguntarle una vez en qué se diferencian los doctos de los indoctos, respondió: En lo mismo que los caballos domados de los indómitos.

4. Una vez que entró en casa de una meretriz, como se avergonzase uno de los jóvenes que iban con él, dijo: No es pernicioso entrar, sino no poder salir. Cuando uno le propuso un enigma, como le reclamara la solución de él, le dijo: ¿Cómo quieres, oh necio, que desate una cosa que aun atada nos da en qué entender? Decía que era mejor ser mendigo que ignorante; pues aquel está falto de dinero, pero éste de humanidad (123). Cuando lo persiguió uno cierta vez con insultos y malas palabras, se iba de allí; y como el maldiciente lo siguió y le preguntó por qué huía, respondió: Porque tú tienes poder para hablar mal, y yo no lo tengo para oír. Al decir uno que siempre veía filósofos a la puerta de los ricos, respondió: También los médicos frecuentan las casas de los enfermos, pero no por eso habrá quien prefiera estar enfermo que ser curado.

5. Una ocasión en que navegaba para Corinto, al conturbarlo una borrasca, uno le dijo: ¿Nosotros, idiotas, no tenemos miedo, y vosotros, filósofos, tembláis?; y él respondió: No se trata de la pérdida de una misma vida entre nosotros y vosotros. A uno que se gloriaba de haber aprendido muchas cosas, le dijo: Así como no tienen más salud los que comen mucho y mucho se ejercitan, que los que comen lo preciso, así también no deben tenerse por eruditos los que estudiaron muchas cosas, sino los que estudiaron las útiles. Lo defendió cierto orador en un pleito, y se lo ganó; y como le dijese: ¿De qué te ha servido Sócrates, oh Aristipo?, respondió: De que todo cuanto tú has dicho en favor mío sea verdadero. Instruía a su hija Areta con excelentes máximas, acostumbrándola a despreciar todo lo superfluo. Al preguntarle uno en qué cosa sería mejor su hijo si estudiaba, respondió: Aunque no saque más que no ser en el teatro una piedra sentada sobre otra, es bastante (124). Habiéndole encargado uno la instrucción de su hijo, el filósofo le pidió por ello quinientas dracmas, y diciendo aquel que con tal cantidad podía comprar un esclavo, le dijo Aristipo: Cómpralo y tendrás dos.

6. Decía que recibía el dinero que sus amigos le daban, no para su provecho, sino para que viesen éstos cómo conviene emplearlo. Al criticarle uno en cierta ocasión el que en su pleito hubiese buscado defensor a sus costas, respondió: También busco a mis costas un cocinero cuando tengo que hacer algún banquete. Instándole una vez Dionisio a que dijese algo acerca de la Filosofía, dijo: Es cosa ridícula que pidiéndome que hable, me prescribáis ahora el tiempo en que he de hablar. Indignado Dionisio por la respuesta, le mandó ocupar el último lugar en el triclinio, pero a él se le ocurrió decir: Ya veo que quisiste que sea este el puesto de más honor. Se jactaba uno de que sabía nadar, a lo que respondió: ¿No te avergüenzas de jactarte de una cosa que hacen también los delfines? Al preguntarle sobre qué diferencia hay entre el sabio y el ignorante, respondió: envíalos a ambos desnudos a tierras extrañas y lo sabrás. A uno que se gloriaba de no embriagarse aunque bebiera, le dijo: Otro tanto hace un mulo.

7. Cuando uno le censuró que cohabitara con una meretriz, le respondió: Dime ¿es cosa de importancia tomar una casa en que vivieron muchos en otro tiempo, o bien una en que no habitó nadie? Y respondiendo que no, prosiguió: ¿Y qué diferencia hay entre navegar en una embarcación en que han navegado muchos, y una en que nadie? Diciéndole que ninguna, concluyó Aristipo: Entonces nada importa usar de una mujer que haya servido a muchos, o a nadie. Culpándole algunos el que siendo discípulo de Sócrates recibiera dinero, respondió: Y con razón lo hago, pues Sócrates siempre se retenía alguna porción del grano y vino que algunos le enviaban, remitiéndoles lo restante. Además que sus despenseros eran los más poderosos de Atenas; pero yo no tengo otro despensero que Eutiques, esclavo comprado. Tenía relación con la meretriz Laida, como dice Soción en el libro II de las Sucesiones; y a los que le acusaban de ello, respondió: Yo poseo a Laida, pero no ella a mí; pues el contenerse y no dejarse arrastrar por los deleites es laudable, mas no el privarse de ellos absolutamente (125). A uno que le hacía notar lo suntuoso de sus comidas, le respondió: ¿Tú no comprarías todo esto por tres óbolos? Y diciendo que sí, repuso: Entonces ya no soy yo tan amante del regalo como tú del dinero.

8. Simo, tesorero de Dionisio, le enseñaba una vez su palacio, construido lujosamente, con el pavimento enlosado. (Era frigio de nación, y muy perverso.) Aristipo le escupió en el rostro, y encolerizándose por ello Simo, le respondió: No hallé lugar más a propósito. A Carondas (o a Fedón, como prefieren algunos), que le preguntaba quién usaba ungüentos olorosos, respondió: Yo, que soy un vicioso en esto, y el rey de Persia, que lo es más que yo. Pero advierte que así como los demás animales nada pierden aunque sean ungidos con ungüentos, tampoco el hombre. Así, ¡que sean malditos los bardajes que nos murmuran por esta causa! Al preguntarle cómo había muerto Sócrates, respondió: Como yo deseo morir. Una ocasión que entró en su casa Polixeno, sofista, al ver muchas mujeres y un magnífico banquete, lo censuró por ello. Se contuvo un poco Aristipo, pero luego le dijo: ¿Puedes quedarte hoy con nosotros?, y respondiendo que sí, replicó: ¿Pues por qué me censurabas? En un viaje iba un esclavo suyo muy cargado de dinero, y como lo agobiara el peso, le dijo: Arroja lo que no puedas llevar, y lleva lo que puedas. Así lo menciona Bión en sus Ejercitaciones.

9. En cierta ocasión que navegaba, al saber que la nave era de piratas, sacó el dinero que llevaba y empezó a contarlo. Luego lo dejó caer en el mar, aparentando con lamentos que se le había caído por desgracia. Añaden algunos que dijo: Es mejor que Aristipo pierda el dinero, y no que el dinero pierda a Aristipo. Al preguntarle Dionisio a qué había venido, respondió: A dar lo que tengo y a recibir lo que no tengo. Otros cuentan que dijo: Cuando necesitaba de sabiduría, me fui a buscar a Sócrates; ahora que necesito dinero, vengo a ti. Condenaba el que los hombres miren y remiren tanto las alhajas que compran, y examinen tan poco sus vidas. Otros atribuyen esto a Diógenes.

10. Cuando Dionisio, en un refresco que dio, mandó que salieran a danzar de uno en uno con vestidos de color púrpura, Platón no lo quiso hacer, diciendo:

Yo no visto ropajes femeniles.

Pero Aristipo, tomando aquella ropa, se se la puso, y antes de empezar la danza, dijo de pronto:

Ni de Libero-Padre en los festejos,
se deja corromper el que es templado. (126)

Una ocasión que intercedía con Dionisio por un amigo, al no obtener lo que pedía, se arrojó a sus pies, Como alguno criticara esta acción, respondió: No soy yo el culpable en esto, sino Dionisio, que tiene los oídos en los pies. Estando en Asia, lo aprisionó Artafernes, sátrapa; y como uno le preguntara si creía estar allí seguro, respondió: ¿Y cuándo, oh necio, debo estar más seguro que ahora que he de hablar con Artafernes? Decía que los instruidos en la disciplina encíclica (127), si carecen de la filosofía, son como los que solicitaban a Penélope, los cuales antes poseían a Melanto, a Polidora y demás criadas, sin la esperanza de poder casarse con el ama. Semejante a esto es lo que dijo a Aristón: que cuando Ulises bajó al infierno, vio y habló con casi todos los muertos; pero a la reina ni siquiera llegó a verla.

11. Al preguntarle a Aristipo qué es lo que conviene que aprendan los muchachos ingenuos, respondió: Lo que les haya de ser útil cuando sean hombres. A uno que le preguntaba por qué Sócrates se había ido con Dionisio, dijo: Con Sócrates me fui necesitando ciencia; con Dionisio necesitando recreo (128). Habiendo recogido mucho dinero en sus discursos, como Sócrates le preguntara de dónde había sacado tanto, respondió: De donde tú sacaste tan poco. Cuando una meretriz le dijo que estaba encinta de él, le contestó: Tanto sabes tú eso como cuál es la espina que te ha punzado, caminando por un campo lleno de ellas. Al culparlo uno de que exponía un hijo como si no lo hubiese engendrado él, respondió: También se crian de nosotros la pituita y los piojos, y los arrojamos lo más lejos que podemos. Habiendo recibido de Dionisio una porción de dinero, y Platón contentándose con un libro, a uno que se lo censuraba, respondió: Yo necesito dinero; Platón necesita libros. A otro que le preguntaba por qué razón lo reprendía tanto Dionisio, le contestó: Por la misma que los demás.

12. Al pedir una vez dinero a Dionisio, y objetarle éste haber dicho que el sabio no necesita, respondió: Dame el dinero, y luego entraremos en esa cuestión. Se lo dio Dionisio, y al momento dijo el filósofo: ¿Ves cómo lo necesito? Replicándole Dionisio:

Aquel que va a vivir con un tirano,
se hace su esclavo aunque libre sea,

repuso:

No le es esclavo, si es que libre vino.

Esto lo menciona Diocles en su libro De las vidas de los filósofos; otros lo atribuyen a Platón. Cierta ocasión, estando airado contra Esquines, dijo después de una breve pausa: ¿No nos reconciliaremos? ¿No cesaremos de delirar? ¿Esperas que algún truhán nos reconcilie en la taberna? A lo cual respondió Esquines: De buena gana. Acuérdate, pues -dijo Aristipo-, que siendo de más edad que tú, te busqué primero. A esto dijo Esquines: Por luno, que tienes razón, y que realmente eres mucho mejor que yo. Yo fui el principio de la enemistad; tú de la amistad. Hasta aquí es lo que se refiere de Aristipo.

13. Hubo cuatro Aristipos: el primero, éste de que tratamos; el segundo, el que escribió la Historia de Arcadia; el tercero, el llamado Metrodidacto (129), que fue hijo de una hija del primero (130), y el cuarto fue académico de la Academia nueva.

14. Los escritos que se conocen de Aristipo son tres libros de la Historia Líbica que envió a Dionisio, un libro que contiene veinticinco Diálogos, escritos unos en dialecto ático y otros en el dórico; son estos: Artabazo, A los náufragos, A los fugitivos, Al mendigo, A Laida, A Poro, A Laida acerca del espejo, Hermias, El sueño, El copero, Filomelo, A los domésticos, A los que lo motejaban de que usaba vino viejo y meretrices, A los que le notaban lo suntuoso de su mesa, Carta a su hija Arete, A uno que sólo se ejercitaba en Olimpia, La interrogación, Otra interrogación, así como tres libros de Críos (131), uno A Dionisio, otro De la imagen, otro De la hija de Dionisio, A uno que se creía menospreciado y A uno que quería dar consejos.

15. Hay quienes aseguran que escribió seis libros de Ejercitaciones; otros niegan que los escribiera, de los cuales es uno Sosícrates Rodio. Según Soción (en el libro II) y Panecio refieren, los libros de Aristipo son los siguientes: De la enseñanza, De la virtud, Exhortación, Artabazo, Los náufragos, Los fugitivos, seis libros de Ejercitaciones, tres libros de Críos, A Laida, A Poro, A Sócrates y De la fortuna. Aristipo establecía por último fin del hombre el deleite, y lo definía: Un blando movimiento comunicado a los sentidos.

16. Después de haber descrito su Vida, trataremos ahora de los que fueron de su secta, llamada cirenaica. De estos, unos se apellidaron ell0s mismos hegesianos; otros, annicerianos y otros, teodorios. A estos añadiremos los que salieron de la escuela de Fedón, de los cuales fueron más célebres los eretrienses. Su orden es así: Aristipo tuvo por discípulos a su hija Areta, a Etíope, nativo de Ptolomaida, y a Antípatro Cireneo. Areta tuvo por discípulo a Aristipo el llamado Metrodidacto; éste a Teodoro; llamado Ateo y después Dios. Epitimides Cireneo fue discípulo de Antípatro, y de Epiménides lo fue Parebates. De Parebates lo fueron Hegesias, cognominado Pisitanato, y Anníceres el que rescató a Platón (132).

17. Quienes siguen los dogmas de Aristipo, apellidados cireneos, tienen estas opiniones: Establecen dos pasiones (133): el dolor y el deleite, llamando al deleite movimiento suave, y al dolor, movimiento áspero. Que no hay diferencia entre un deleite y otro; ni es una cosa más deleitable que otra. Que todos los animales apetecen el deleite y huyen del dolor. Panecio, en el libro De las sectas, dice que por deleite entienden el corporal, al cual hacen último fin del hombre, mas no el que consiste en la constitución (134) del cuerpo mismo y carencia de dolor, y como que nos remueve de todas las turbaciones, al cual abrazó Epicuro, y lo llamó último fin. Estos filósofos opinan que este fin se diferencia de la vida feliz, pues dicen que el fin es un deleite particular, pero la vida feliz es un agregado de deleites particulares pasados y futuros. Que los deleites particulares se deben apetecer por sí mismos, pero la vida feliz no por sí misma, sino por los deleites particulares. De que debemos tener -dicen- el deleite por último fin, puede servir de testimonio el que desde muchachos, y sin uso de razón, se nos adapta, y cuando lo disfrutamos, no buscamos otra cosa, ni la hay que naturalmente más huyamos que el dolor. Que el deleite es bueno, aunque. proceda de las cosas más indecorosas -según refiere Hipoboto en el libro De las sectas-, pues aunque la acción sea indecente, se disfruta su deleite, que es bueno.

18. No tienen por deleite la privación de dolor como Epicuro, ni tienen por dolor la privación del deleite. Dicen que ambas pasiones estriban en el movimiento, sin embargo, de que no es movimiento la privación del dolor ni la del deleite, sino un estado como el de quien duerme. Que algunos pueden no apetecer el deleite, por tener trastornado el juicio. Que no todos los deleites o dolores del ánimo provienen de los dolores o deleites del cuerpo, pues nace también la alegría de cualquier corta prosperidad de la patria o propia. Pero dicen que ni la memoria ni la esperanza de los bienes pueden ser deleite, lo cual es también de Epicuro, pues el movimiento del ánimo se extingue con el tiempo. Dicen asimismo que de la simple vista u oído, no hacen deleites, pues oímos sin pena a los que imitan ayes y lamentos, pero con disgusto a los que realmente se lamentan. Al estado medio entre el deleite y el dolor llamaban privación de deleite e indolencia. Que los deleites del cuerpo son muy superiores a los del ánimo, y muy inferiores las aflicciones del cuerpo a las del ánimo por cuya causa son castigados en él los delincuentes. Dicen que se acomoda más a nuestra naturaleza el deleite que el dolor, y por esto tenemos más cuidado del uno que del otro (135). Y así, aunque el deleite se ha de elegir por sí mismo, no obstante huimos de algunas cosas que lo producen, por ser molestas; de manera que tienen por muy difícil aquel complejo de deleites que constituyen la vida feliz.

19. También opinan que ni el sabio vive siempre en el deleite, ni él ignorante en el dolor; pero sí la mayor parte del tiempo; aunque les basta uno u otro deleite para restablecerse a la felicidad. Dicen que la prudencia es un bien que no se elige por sí mismo, sino por lo que de él nos llega. Que el hacerse amigos ha de ser por utilidad propia, así como halagamos los miembros del cuerpo mientras los tenemos. Que en los ignorantes se hallan también algunas virtudes. Que la ejercitación del cuerpo ayuda para recobrar la virtud. Que el sabio no está sujeto a la envidia (136) a deseos desordenados ni a supersticiones, pues estas cosas nacen de vanagloria, pero siente el dolor y el temor, como que son pasiones naturales. Que las riquezas no se han de apetecer por sí mismas, sino porque son productivas de los deleites. Decían que las pasiones pueden comprenderse, sí; pero no sus causas. No se ocupaban en indagar las cosas naturales, porque demostraban ser incomprensibles. Estudiaban la lógica, por ser su uso muy frecuente.

20. Meleagro en el libro II De las opiniones, y Clitómaco en el libro I De las sectas, dicen que tenían por inútiles la Física y la Dialéctica, porque quien haya aprendido a conocer lo bueno y lo malo, puede muy bien hablar con elegancia, estar libre de supersticiones y evitar el miedo a la muerte. Que nada hay justo, bueno o malo por naturaleza, sino por ley o costumbre; sin embargo, el hombre de bien nada ejecuta contra razón porque le amenacen daños improvisos o por gloria suya (137) y esto constituye el varón sabio. Le conceden, asimismo, el progreso en la Filosofía y otras ciencias. Dicen que el dolor aflige más a unos que a otros, y que muchas veces engañan los sentidos (138).

21. Los llamados hegesíacos son de la misma opinión en lo referente al deleite y al dolor. Dicen que ni el favor, ni la amistad, ni la beneficencia son en sí cosas de importancia, pues no las apetecemos por sí mismas, sino por el provecho y uso de ellas; lo cual si falta, tampoco ellas subsisten. Que una vida del todo feliz es imposible, pues el cuerpo es combatido por muchas pasiones (139), y el alma padece con él, y con él se perturba; como también porque la fortuna impide muchas cosas que esperamos. Ésta es la razón de no ser dable la vida feliz, y tanto, que la muerte es preferible a tal vida (140). Nada tenían por suave o no suave por naturaleza, sino que unos se alegran y otros se afligen por la rareza, la novedad o la saciedad de las cosas. Que la pobreza o la riqueza nada importan a la esencia del deleite, pues éste no es más intenso en los ricos que en los pobres. Que para el grado del deleite en nada se diferencian el esclavo y el ingenuo, el noble y el innoble, el honrado y el deshonrado. Que al ignorante le es útil la vida; y al sabio le es indiferente. Que cuanto hace el sabio es por sí mismo, no creyendo a nadie tan digno de él, pues aunque parezca haber recibido de alguno favores, sin embargo, no son iguales a su merecimiento.

22. Tampoco admitían los sentidos, porque no nos dan seguro conocimiento de las cosas, sino que debemos hacer aquello que nos parezca conforme a razón. Decían que los errores de los hombres son dignos de venia, pues no los cometen voluntariamente; sino coartados de alguna pasión. Que no se ha de aborrecer a las personas, sino instruirlas. Que el sabio no tanto solicita la adquisición de los bienes, cuanto la fuga de los males, poniendo su fin en vivir sin trabajo y sin dolor, lo cual consiguen aquellos que toman con indiferencia las cosas productivas del deleite.

23. Los annicerios están de acuerdo con éstos en todo, pero cultivan las amistades, el favor, el honor a los padres, y dejan algún servicio hecho a la patria. Por lo cual, aunque el sabio padezca molestias, vivirá, sin embargo, felizmente, aunque consiga poco deleite. Que la felicidad del amigo no se ha de desear por sí mismo, puesto que ni está sujeta a los sentidos del prójimo, ni hay bastante razón para confiar en ella y salir vencedores por opinión de muchos. Que debemos ejercitamos en cosas buenas, por los grandes afectos viciosos que nos son connaturales. Que no se ha de recibir al amigo sólo por la utilidad (pues aunque ésta falte, no se ha de abandonar aquel), sino por la benevolencia ya tomada, y por ella aún se han de sufrir trabajos, aunque uno tenga por fin el deleite y sienta dolor privándose de él. Creen que se deben tomar trabajos voluntarios por los amigos, a causa del amor y la benevolencia.

24. Los nombrados teodorios se apellidaron así por el citado Teodoro, cuyos dogmas siguieron. Este Teodoro quitó todas las opiniones acerca de los dioses; aunque yo he visto un libro suyo nada despreciable, titulado: De los dioses, del cual dicen que Epicuro tomó muchas cosas. Teodoro fue discípulo de Anníceris, y de Dionisio el Dialéctico, según Antístenes en las Sucesiones de los filósofos. Dijo que el fin es el gozo y el dolor; que aquel dimana de la sabiduría; éste de la ignorancia. Que son verdaderos bienes la prudencia y la justicia; seguros males, las habituales contrarias; y que el deleite y el dolor tienen el estado medio. Quitó la amistad, por razón que ni se halla en los ignorantes ni en los sabios; en los primeros, quitado el útil se acaba también la amistad; y en los sabios, bastándose a sí mismos, no necesitan amigos. Decía ser muy conforme a razón que el sabio no se sacrifique por la patria; pues no ha de ser imprudente por la comodidad de los ignorantes. Que la patria es el mundo. Que en dada ocasión se puede cometer un robo, un adulterio, un sacrilegio; pues ninguna de estas cosas es intrínsecamente mala, si de ella se quita aquella vulgar opinión introducida para contener a los ignorantes (141). Que el sabio puede sin pudor alguno usar en público de las prostitutas; y para cohonestarlo hacía estas preguntas: La mujer instruida en letras, ¿no es útil por 10 mismo de estar instruida? Cierto. Y el muchacho y el mancebo, ¿no serán útiles estando también instruidos? Así es. Mas la mujer es ciertamente útil sólo por ser hermosa, y lo mismo el muchacho y mancebo hermosos. Luego el muchacho y mancebo hermosos, ¿serán útiles al fin para que son hermosos? Sin duda. ¿Luego será útil su uso? Concedido todo lo cual, infería: Así que no pecará quien use de ellos si les son útiles, ni menos quien así use de la belleza. Con éstas y otras preguntas semejantes persuadía a las personas.

25. Parece que se llamaba dios, porque habiéndole preguntado Estilpón así: ¿Crees, oh Teodoro, ser lo que tu nombre significa? Y diciendo que sí, respondió: Pues tu nombre dice que eres dios. Concediéndolo él, dijo Estilpón: ¿Entonces lo eres? Como oyese esto con gusto, respondió Estilpón, riendo: ¡Oh miserable!, ¿no ves que por esa razón podrías confesarte también corneja y otras mil cosas? Otra ocasión cuando estaba sentado junto a Euriclides Hierotanta (142), le dijo: Decidme, Euriclides: ¿quiénes son impíos acerca de los misterios de la religión? Respondiendo aquel que eran los que los manifestaban a los iniciados, dijo: Impío, pues, eres tú que así lo haces.

26. Hubiera sido llevado al Areópago de no haberlo librado Demetro Falereo (143). Y aun Anficrates dice, en el libro De los hombres ilustres, que fue condenado a beber la cicuta. Mientras estuvo Tolomeo, hijo de Lago, éste lo envió como embajador a Lisímaco, y como le hablase con mucha libertad, le dijo Lisímaco: Dime, Teodoro, ¿tú no estás desterrado de Atenas? A lo que respondió: Es cierto; pues al no poder soportarme los atenienses, como Semele a Baco, me echaron de la ciudad. Diciéndole además Lisímaco: Guárdate de volver a mí otra vez, respondió: No volveré más a no ser que Tolomeo me envíe. Se hallaba presente Mitro, tesorero (144) de Lisímaco; y al decirle: Parece que tú ni conoces a los dioses ni a los reyes, respondió: ¿Cómo puedo no conocer los dioses, cuando te tengo a ti por su enemigo?

27. Cuentan que hallándose una vez en Corinto y siendo acompañado por una multitud de discípulos, como Metrocles Cínico estuviera lavando unas hierbas silvestres (145), y le dijese: Oh tú, sofista, no necesitarías de tantos discípulos si lavases hierbas, respondió: Y si tú supieras tratar con los hombres, en verdad no necesitarías esas hierbas. Semejante a esto es lo que se cuenta de Diógenes y Aristipo, según dijimos antes. Tal fue este Teodoro y su doctrina. Finalmente, partió a Cirene, donde vivió con Mario, y fue muy honrado de todos; pero desterrándolo después, se refiere que dijo con gracia: Mal hacéis, oh cireneos, desterrándome de Libia a Grecia.

28. Hubo veinte Teodoros. El primero fue samiq, hijo de Reco (146) el cual aconsejó que se echase carbón en las zanjas del templo de Efeso, por la razón que siendo aquel paraje pantanoso, decía que el carbón, dejada ya la naturaleza ígnea, resistía invenciblemente a la humedad. El segundo fue cireneo y geómetra, cuyo discípulo fue Platón. El tercero, este filósofo de que tratamos. El cuarto es el autor de un buen librito acerca del ejercicio de la voz (147). El quinto, uno que escribió de las reglas musicales, empezando de Terpandro. El sexto fue estoico. El séptimo escribió de Historia romana. El octavo fue siracusano, y escribió de Táctica. El noveno fue bizantino, versado en negocios políticos; y lo mismo el décimo, de quien hace mención Aristóteles en el Epítome de los oradores. El undécimo fue un escultor tebano. El duodécimo, un pintor a quien Polemón menciona. El decimotercero fue ateniense, también pintor, de quien escribe Menodoto. El decimocuarto fue, asimismo, pintor, nativo de Efeso, del cual hace memoria Teófanes en el libro De la Pintura. El decimoquinto fue poeta epigramático. El decimosexto, uno que escribió De los poetas. El decimoséptimo fue médico, discípulo de Ateneo. El decimoctavo fue filósofo estoico, nativo de Quío. El decimonono fue milesio, también estoico. Y el vigésimo, poeta trágico.


Notas

(113) Hijo de Charino. longanicero o choricero.

(114) Fray Ambrosio, después de Miliciades pone punto, y luego Ion quociammodo imbecillior estideinde Callias, etc. A esta versión siguen todas las latinas y vulgares que yo he visto, menos la de Enrique Estéfano, a pesar de que el texto griego no trae tal Ion. Entre los Diálogos de Platón se halla uno con este título.

(115) Aquí se entiende Dionisio el segundo (hijo del otro Dionisio, prímer tirano de Sicilia), en ausencia del cual, Dión siracusano, tío y cuñado suyo, se apoderó de Siracusa y demás ciudades sujetas a Dionisio, hacia la Olimpiada CIV. Eliano. Plutarco. Nepote, etc.

(116) Este pasaje de Panecio debiera estar colocado en el par. 1, después de las palabras y otros libros. Menagio.

(117) Traduzco émulo, por conformarse con el intérprete latino. Pienso que Laercio quiso significar imitador de Demóstenes, o parecido a él en el estilo, o bien su amante.

(118) La mina o mna era una moneda imaginaria de los áticos, que valía cien dracmas, esto es, unos doscientos reales de vellón. Aunque había otra mina menor, que sólo valía setenta y cinco dracmas.

(119) Es sabido lo del espíritu familiar, genio o demonio, que Sócrates decía tener, como cuenta Platón en diversos lugares, Jenofonte, Eliano, Apuleyo, Plutarco y otros muchos.

(120) Vocablo griego que nos resulta imposible reproducir.

(121) Con alguna diversidad lo cuenta Ateneo, 12, 169.

(122) Horacio, I, Epíst. 17. Val. Máx. 4, 3. in ext.

(123) Quiere decir que no es hombre, sino bestia, hablando hiperbólicamente.

(124) El ignorante que va al teatro no puede divertir el espíritu, sino sólo el cuerpo, con las bufonadas de los que llaman graciosos. Así que, no penetrando las sutilezas y primores de los buenos dramas (como fueron los de los griegos), viene a ser una estatua sentada en una grada; esto es, piedra sentada sobre piedra. Los teatros antiguos eran todos de piedra y mármol.

(125) Es un error gravísimo este de Aristipo, al no hacer diferencia entre los deleites honestos y torpes. Lactancio, lib. III, De falsa sapient. cap. XV.

(126) Versos de Eurípides in Bacc.

(127) Por disciplina encíclica se entiende doctrina circular, o sea un conocimiento general de las ciencias, aunque no sea profundo ni perfecto en cada una, como explica Vitruvio, lib. I, cap. I.

(128) Usa de un juego de palabras poco o nada distintas en la pronunciación y muy diversas en el significado.

(129) Significa instruido por su madre.

(130) Llamada Areta, discípula de su padre.

(131) Crías o críos eran sentencias y dichos serios, provechosos a la vida humana. Aristipo compuso tres libros de estas sentencias, como consta en el párrafo siguiente, uno De críos en general, dedicado a Dionisio; otro De críos en particular, acerca de alguna imagen o retrato, y otro Acerca de los mismos críos, a la hija de Dionisio. Siguiendo esta explicación, he traducido el texto literalmente, añadiendo la voz tres.

(132) El Anníceris que rescató a Platón, como diremos en su Vida, parece que no pudo ser este discípulo de Parebates; pues siendo Parebates discípulo de Epiménides, Epiménides discípulo de Antípatro, y este discípulo de Aristipo, condiscípulo de Platón, debió sin duda de pasar mucho tiempo hasta los discípulos de Parebates. Reinesio pone por lo menos ochenta años. Así, o Laercio confundió al Anníceris, fundador de la secta anniceriana, con otro Anníceris más antiguo, redentor de Platón, o los libros metieron en el texto alguna nota marginal puesta por algún semidocto.

(133) Vocablo griego que nos es imposible reproducir.

(134) Otros traducen, no el deleite permanente.

(135) Merico Casaubono, conociendo lo frívolo y vulgar de esta sentencia, desea corregir el texto, mudando la voz deleitarse, en entristecerse, sacando esta sentencia: Que los cirenaicos tenían más cuidado del cuerpo que del ánimo, por ser mayores los dolores y deleites del primero que los del segundo.

(136) Esto es, no tendrá envidia de nadie.

(137) El intérprete latino traduce opiniones siniestras.

(138) Que los sentidos no siempre nos anuncian la verdad lo dijeron y dicen infinitos; pero más que todos lo disputaron los pirrónicos, como veremos en la Vida de Pirrón.

(139) Vocalo griego que no podemos reproducir.

(140) En la traducción de este pasaje sigo parte de la corrección de Merico Casaubono, no dudando de que el texto ha sufrido alteración.

(141) Sin embargo de este desatino, San Clemente Alejandrino, en su Amonestación a los gentiles, pone a este Teodoro entre los filósofos que vivieron honesta y moderadamente.

(142) Era el maestro y presidente de los ritos y ceremonias en los templos gentílicos.

(143) El Areópago fue un tribunal de justicia de los atenienses, cuyos jueces se llamaban areopagitas.

(144) Vocablo griego que no podemos reproducir.

(145) Scandices lavantem. Ignoro a qué hierba o raíz corresponda la scandix. Véase Plin, 21, 15; y 22, caps. XXII y XXIV.

(146) Reco fue un célebre arquitecto de Samos, que floreció unos setecientos años antes de Jesucristo. También Teodoro fue arquitecto, y ayudó a su padre en la reedificación del templo de Juno Samia.- Herodoto, Vitruvio.

(147) Vocablos griegos que nos resulta imposible reproducir.

Índice de Vidas de los filósofos más ilustres de Diógenes LaercioAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha