Índice de Vidas de los filósofos más ilustres de Diógenes LaercioAnteriorBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO DÉCIMO

Segunda parte


EPICURO

50. Tampoco los animales procedieron del infinito, porque nadie demostrará cómo se recibieron en este mundo tales semillas de que constan los animales, las plantas y todas las demás cosas que vemos, pues esto no pudo ser allá, y se nutrieron del modo mismo. De la misma forma se ha de discurrir acerca de la tierra. Se ha de opinar, asimismo, que la naturaleza de los hombres fue instruida y coartada en muchas y varias cosas por aquellos mismos objetos que la circundan, y que sobreviniendo a esto el raciocinio, extendió más aquellas nociones, aprovechando en unas más pronto y en otras más tarde, pues unas cosas se hallan en periodos y tiempos largos desde el infinito, y otras en cortos. Así, los nombres al principio no fueron positivos, sino que las mismas naturalezas de los hombres teniendo en cada nación sus pasiones e imaginaciones propias, despiden de su modo en cada una el aire según sus pasiones e imágenes concebidas, y al tenor de la variedad de personas y lugares. Después generalmente fue cada nación poniendo nombres propios, para que los significados fuesen entre ellos menos ambiguos y se explicasen con más brevedad. Luego añadiendo algunas cosas antes no advertidas, fueron introduciendo ciertas y detenninadas voces, algunas de las cuales las pronunciaron por necesidad, otras las admitieron con suficiente causa, interpretándolas por medio del raciocinio.

51. Respecto a los meteoros, el movimiento, el regreso (741), el eclipse, el orto, el ocaso y otros de esta clase, no se ha de creer que se hacen por ministerio, orden y mandato de alguno que tenga al mismo tiempo toda bienaventuranza con la inmortalidad, pues a la bienaventuranza no corresponden los negocios, las solicitudes, las iras, los gustos, sino que estas cosas se hacen por la enfermedad, miedo y necesidad de los que están contiguos. Ni menos unas naturalezas ígneas y bienaventuradas querrían ponerse en giro tan arrebatado, sino que el todo guarda aquel ornato y hermosura, puesto que, según los nombres, todas las cosas son conducidas a semejantes nociones, y de ellas parece que nada repugna aquella belleza, porque si no, causaría esta contrariedad gran perturbación en las almas. Y así, se ha de opinar que esta violenta revolución se hace según la que recibió al principio en la generación del mundo; y así cumple exactamente por necesidad este periodo.

52. Además, se ha de saber que es obra de la fisiología la diligente exposición de las causas de las cosas principales, y que lo bienaventurado incide en ella acerca del conocimiento de los meteoros, escudriñando con diligencia qué naturalezas son las que se advierten en tales meteoros y cosas congénitas. Igualmente que tales cosas o son de muchos modos, o en lo posible, o de otra diversa manera; pero que simpliciter no hay en la naturaleza inmortal y bienaventurada cosa que causen discordia o perturbación alguna. Y es fácil al entendimiento conocer que esto es así. Lo que se dice acerca del ocaso, del orto, del retroceso, del eclipse y otras cosas de este género, nada conduce para la felicidad de la ciencia; y los que contemplan estas cosas tienen semejantemente sus miedos, pero ni saben de qué naturaleza sean, ni cuáles las principales causas, pues si las supiesen anticipadamente, acaso también sabrían otras muchas, no pudiendo disolverse el miedo por la precognición de todo ello según la economía de las cosas más importantes. Por lo cual son muchas las causas que hallamos de los regresos, ocasos, ortos, eclipses y demás de este modo, como también en las cosas particulares.

53. Y no se ha de juzgar que la indagación sobre el uso de estas cosas no se habrá emprendido con tanta diligencia cuanta pertenece a nuestra tranquilidad y dicha. Así que considerando bien de cuántas maneras se haga en nosotros tal cosa, se debe disputar sobre los meteoros y todo lo no explorado, despreciando a los que pretenden que estas cosas se hacen de un solo modo; y no añaden otros modos, según la fantasía nacida de los intervalos, ni menos saben en quiénes no se halle la tranquilidad. Juzgando, pues, que debe admitirse el que ello se hace de tal modo, y de otros por quienes también hay tranquilidad, y enseñando que se hace de muchos modos, como si viésemos que así se hace, estaremos tranquilos.

54. Después de todo esto se debe considerar mucho que la principalísima perturbación que se hace en los ánimos humanos consiste en que estas cosas se tienen por bienaventuradas e incorruptibles, y qué sus voluntades, operaciones y causas son juntamente contrarias a ellas; en que los hombres esperan y sospechan, creyendo en fábulas, un mal eterno; o en que, según esta insensibilidad, temen algo en la muerte, como si quedase el alma en ellos, o aun en que no discurren en estas cosas y padecen otras por cierta irracional confianza. Así, los que no definen el daño, reciben igual o aun mayor perturbación que los ligeros que opinaban tales cosas.

55. La imperturbación o tranquilidad consiste en que, apartándonos de todas estas cosas, tengamos continua memoria de las cosas universales y principalísimas. Así, debemos atender a las presentes y a los sentidos, en común a las comunes, en particular a las particulares, y a toda la evidencia del criterio en el juicio de cada cosa. Si atendemos a esto, hallaremos ciertamente las causas de que proceden la turbación y el miedo, y las disiparemos; como también las causas de los meteoros y demás cosas que de continuo suceden y que los hombres temen en extremo.

56. Esto es, en resumen, amigo Herodoto, lo que te pensé escribir en orden a la naturaleza de todas las cosas. Su raciocinio va tan fundado, que si se retiene con exactitud, creo que aunque no ponga uno el mayor desvelo en entenderlo todo por partes, superará incomparablemente en comprensión a los demás hombres; pues explicará por sí mismo y en particular muchas cosas que yo trato aquí en general, aunque con exactitud; y conservándolo todo en la memoria, se aprovechará de ello en muchas ocasiones. En efecto, ello es tal, que los que ya hubiesen indagado bien las cosas en particular o hubiesen entrado perfectamente en estas análisis, darán otros muchos pasos adelante sobre toda la Naturaleza; y los que todavía no hubiesen llegado a perfeccionarse en ellas, o estudiasen esto sin voz viva que se lo explique, con sólo que apliquen la mente a las cosas principales, no dejarán de caminar a la tranquilidad de la vida.

57. Ésta es su carta sobre la naturaleza; la de los meteoros es la siguiente:


EPICURO A PITOCLES: GOZARSE

Me dio Cleón tu carta, por la cual vi que permaneces en tu benevolencia para conmigo, digna por cierto del amor que yo te profeso, y que no sin inteligencia procurabas introducirte en asuntos tocantes a la vida feliz. Me pediste que te enviara un compendio de los meteoros, escrito con buen estilo y método para aprenderlo fácilmente, ya que los otros escritos míos dices que son arduos de conservar en la memoria, por más que uno los estudie de continuo. Abracé gustosamente tus ruegos, y quedé sorprendido con gratísimas esperanzas. Así, habiendo escrito ya todas las otras cosas, concluí también el tratado que deseas, útil sin duda a otros muchos, principalmente a los que hace poco comenzaron a gustar de la genuina fisiología, y a los que se hallan en la profunda ocupación de negocios encíclicos (742), y continuos. Recibe, pues, atentamente estos preceptos y recórrelos con cuidado tomándolos de memoria, junto con los demás que en un breve compendio envié a Herodoto.

58. Primeramente se ha de saber que el fin en el conocimiento de los meteoros (ya se llamen conexos o absolutos) no es otro que librarnos de perturbaciones, con la mayor seguridad y satisfacción, igual que en otras cosas. Ni en lo imposible se ha de gastar la fuerza, ni tener consideración igual en todas las cosas, o a los discursos escritos acerca de la vida o a las interpretaciones de otros problemas fisicos, como que el universo es cuerpo y naturaleza intocable, o que el principio son los átomos, y otras cosas así, que tiene única conformidad con las que vemos, lo cual no sucede en los meteoros. Pero estos tienen muchas causas de donde provengan, y un predicado de sustancia cónsono a los sentidos. Ni se ha de hablar de la Naturaleza según axiomas y legislaciones nuevas, sino establecerlos sobre los fenómenos; pues nuestra vida no ha menester razones privadas o propias, ni menos gloria vana, sino pasarla tranquilamente.

59. Todo en los meteoros se hace constantemente de diversos modos, examinado concordemente por los fenómenos, cuando uno deja advertidamente lo probable que de ellos se dice. Cuando uno, pues, deja esto y desecha aquello que es igualmente conforme a lo que se ve, es claro que cayendo de todo el conocimiento de la Naturaleza, se ha difundido en la fábula. Conviene tomar algunas señales de lo que se perfecciona en los meteoros, y algunas también de los fenómenos que se hacen en nosotros, que se observan y que realmente existen, y no las que aparecen en los meteoros (743), pues no se puede recibir que se hagan estas cosas de muchos modos. Debe, no obstante, separarse cualquier imagen o fantasma, y dividirlo con sus adherentes; lo cual no se opone a las cosas que, acaecidas en nosotros, se perfeccionan de varias maneras.

60. El mundo es un complejo que abraza el cielo, los astros, la tierra y todo cuanto aparece, el cual es una parte del infinito, y termina en límite raro o denso; disuelto éste, todo cuanto hay en él se confunde. O bien termina en lo girado (744) o en lo estable, por circunscripción redonda (745), triangular o cualquier otra; pues todas las admite cuando no hay fenómeno que repugne a este mundo, en el cual no podemos comprender término. Que estos mundos sean infinitos en número puede comprenderse con el entendimiento, y que un mundo puede hacerse ya en el mundo mismo, ya en el intermedio (así llamo al intervalo entre los mundos) en lugar de muchos vacíos, y no en grande, limpio y sin vacío, como dicen algunos. Quieren que haya ciertas semillas aptas, procedidas de un mundo, de un intermundo, o bien de muchos, las cuales poco a poco reciben aumento, coordinación y mutación de sitio si así acontece, y que son idóneamente regadas por algunas cosas hasta su perfección y permanencia, en cuanto los fundamentos supuestos son capaces de tal admisión. No sólo es necesario que se haga concreción y vórtice en aquel vacío en que dicen que se debe formar el mundo por necesidad, según opinan, y que se aumenta hasta dar con otro, como afirma uno de los que se llaman físicos; pero esto es repugnante a lo que vemos.

61. El sol, la luna y demás astros no hechos según ellos mismos (746), después fueron recibidos del mundo. Asimismo la tierra, el mar y todos los animales que luego se iban plasmando y recibían incremento según las uniones y movimientos de ciertas pequeñas naturalezas, o llenas de aire o de fuego, o de ambos. Así persuade estas cosas el sentido. La magnitud del sol y demás astros, en cuanto a nosotros, es tanta cuanta aparece (747). (Esto también está en el libro II De la Naturaleza; porque si perdiese, dice, por la gran distancia, mucho más perdería el calor; y que para el sol no hay distancia más proporcionada que la que tiene, en cuanto a él, sea mayor, sea algo menor o sea igual a la que se ve). De la misma manera nosotros un fuego que vemos de lejos, lo vemos por el sentido. Y en suma, toda instancia en esta parte, la disolverá fácilmente quien atienda a las evidencias, según demostraremos en los libros De la Naturaleza.

62. El orto y ocaso del sol, luna y demás astros pueden hacerse por encendimiento y extinción (748) si tal fuese su estado, y aun de otros modos, según lo antedicho, pues nada de lo que vemos se opone. Pudiera igualmente ejecutarse por aparición sobre la tierra, y por ocultación, como también se ha dicho, pues tampoco se opone fenómeno alguno. El movimiento de estos astros no es imposible que se haga por el movimiento de todo el cielo; o bien que estando éste quieto, y moviéndose aquellos, por necesidad que se les impusiese al principio en la generación del mundo, salen del oriente, y luego por el calor y voracidad del pábulo ígneo, van siempre adelante a los demás parajes. Los regresos del sol y la luna es admisible que se hagan según la oblicuidad del cielo, así acortado por los tiempos; por el ímpetu del aire, o por causa de la materia dispuesta que siempre tienen consigo, de la cual una parte se inflama y la otra queda sin inflamarse; o bien desde el principio este movimiento envuelve y arrebata consigo dichos astros para que hagan su giro. Todo esto puede ser así, o semejantemente; ni hay cosa manifiesta que se oponga, con tal que estando uno firme siempre en estas partes en cuanto sea posible, pueda concordar cada cosa de éstas con los fenómenos, sin temer los artificios serviles de los astrólogos.

63. Los menguantes y crecientes de la luna pueden hacerse ya sea por vuelta de este cuerpo, ya por una semejante configuración del aire, o por anteposición de alguna cosa, o bien por todos los modos que, según los fenómenos que vemos, conducen a semejantes efectos. Si ya no que alguno, eligiendo uno solamente, deje los otros; y no considerando qué cosa es posible vea el hombre, y qué imposible, desee por esto ver imposibles. Además, es factible que la luna tenga luz propia, y factible que la reciba del sol; pues entre nosotros se ven muchas cosas que la tienen propia, y muchas que la reciben. Y nada impide que de los fenómenos que hay en los meteoros, teniéndolos de muchos modos en la memoria, penetre uno sus consecuencias y también sus causas, no atendiendo a tales inconsecuencias que suelen conocerse diversamente en aquel único modo.

64. La aparición de la fase en ella puede hacerse por mutación de partes, por sobreposición, y por todos los modos que se viere convienen con los fenómenos. Ni es menester añadir que en todos los meteoros se ha de proceder así, pues si procedemos con repugnancia a las cosas claras, nunca podremos alcanzar la tranquilidad legítima. Los eclipses de sol y luna pueden hacerse por extinción, como vemos que se hace esto entre nosotros, y también por interposición de algunos otros cuerpos, o de la tierra o del cielo, o cosa semejante. Así se han de considerar mutuamente los modos congruentes y propios, y juntamente, que las concreciones de algunas cosas no son imposibles.

65. (En el libro XII De la Naturaleza dice lo siguiente: El sol se eclipsa sombreándolo la luna, y la luna se eclipsa dándole la sombra de la tierra, pero según retroceso. Esto también lo dice Diógenes Epicúreo en el libro I de sus Cosas selectas. El orden del periodo es como el que entre nosotros toman algunas cosas fortuitas, y la naturaleza divina en ningún modo concurre a estas cosas, sino que se mantiene libre de semejantes cuidados yen plena bienaventuranza. Si no se practica esto, todo discurso acerca de las causas de los meteoros será vano, como ya lo ha sido para algunos, que no habiendo abrazado el modo posible, dieron en el vano, y creyendo que aquellos se hacen de un solo modo, excluyen todos los demás aun factibles, se arrojan a lo imposible, y no pueden observar los fenómenos que se han de tener como señales).

66. La diferencia de longitud de noches y días se hace por apresurar el sol sus giros sobre la tierra y después retardarlos, o porque la longitud de los lugares varía, y anda los unos con mayor brevedad, al modo que también entre nosotros se ven cosas breves y tardadas, a cuya comparación debemos tratar de los meteoros. Los que admiten un modo, contradicen a los fenómenos, y no ven de cuánto es capaz el hombre que observa. Las indicaciones o señales pueden hacerse según las contingencias de las estaciones, como vemos que sucede entre nosotros a las cosas animadas, y también por otras cosas, como en las mutaciones del aire, pues estas dos razones no repugnan a los fenómenos. Ahora, por cuál de estas causas se haga esto, no es posible saberse.

67. Las nubes pueden engendrarse y permanecer por las condensaciones del aire o impulsos del viento; por las agregaciones de átomos mutuamente unidos y aptos para ello; por acopio de efluvios salidos de la tierra, y aun por otros muchos modos no impiden que se hagan tales consistencias. Pueden éstas por sí mismas, ya condensándose, ya mudándose, convertirse en agua y luego en lluvias (749), según la calidad de los parajes de donde vienen y se mueven por el aire, haciendo copiosísimos riegos algunas concreciones, dispuestas a emisiones semejantes.

68. Los truenos pueden originarse por la revolución del aire en las cavidades de las nubes, a la manera que en nuestros vasos (750); por el rimbombe que hace en ellas el fuego aéreo; por los rompimientos y separaciones de las nubes; por el choque, atrito y quebrantamiento de las mismas cuando han tomado compacción semejante al hielo; y generalmente, los fenómenos mismos nos llaman a que digamos que esta vicisitud se hace de muchos modos.

69. Los relámpagos, asimismo, se hacen de varios modos: ya por el choque y colisión de las nubes, pues saliendo aquella apariencia productora de fuego, engendra el relámpago; ya por vibración venida de las nubes, causada por cuerpos cargados de viento que produce el relámpago; ya por el enrarecimiento de las nubes antes adensadas, o mutuamente por sí mismas o por los vientos; ya por recepción de luz descendida de los astros, impelida después por movimiento de las nubes y vientos, y caída por medio de las mismas nubes; ya por transfiguración de una sutilísima luz de las nubes; ya porque el fuego comprime las nubes, y causa los truenos; como también por el movimiento de éste, y por la inflamación del viento hecha por llevamiento arrebatado o giro vehemente. También puede ser que por rompimiento de las nubes con la violencia de los vientos, y caída de los átomos causadores del fuego, se produzca la imagen del relámpago. Otros muchos modos observará fácilmente quien atienda a los fenómenos que vemos, y pueda contemplar las cosas semejantes a ellos.

70. El relámpago precede al trueno en dichos globos de nubes, porque luego que cae el soplo de viento es expelida la imagen creadora del relámpago; después el viento envuelto allí hace aquel ruido, y según fuere la inflamación de ambos, lleva también mayor velocidad y ligereza el relámpago hacia nosotros; pero el trueno llega después, al modo que en las cosas que vemos de lejos que dan algunos golpes.

71. Los rayos pueden hacerse, ya por muchos globos de viento; ya por su revolución y vehemente inflamación, por rompimiento de alguna parte y su violenta caída a parajes inferiores, y regularmente son los montes elevados donde los rayos caen; por hacerse la ruptura a causa de que las partes que le siguen son más densas por la densidad de las nubes revueltas por esta caída del fuego. Como también puede hacerse el trueno por haberse excitado mucho fuego, el cual cargado de viento fuerte rompa la nube, no pudiendo pasar adelante a causa de que el recíproco adensamiento se hace de continuo; y de otros muchos modos pueden hacerse los rayos, sin que se mezclen fábulas, como no las habrá cuando uno juzgue de las cosas ocultas siguiendo atentamente las manifiestas.

72. Los présteres o huracanes pueden hacerse por las muchas nubes que un continuo viento impele hacia abajo, o por un gran viento que corra con violencia e impela por defuera de las nubes unas a otras; por la perítasis (751) del viento cuando algún aire es oprimido por arriba circularmente; por afluencia grande de vientos que no pueden disiparse por partes opuestas a causa de la densidad del aire circunvecino. Si el préster baja hasta la tierra, se levantan torbellinos, al paso que se hace el movimiento del viento, y si baja al mar, vórtices de agua.

73. Los terremotos pueden provenir o del viento encerrado en la tierra, el cual pugnando en los entumecimientos menores de ella, se mueve de continuo cuando prepara la agitación de la tierra, o por el aire que entra debajo del suelo, o en parajes cavernosos de la tierra, adensado a la violencia de los soplos. Según este tránsito de movimiento de muchas partes inferiores y sólidas, y de su resorte cuando da en partes de la tierra más densas, es posible que se hagan los terremotos, no negando que puedan también hacerse de otros muchos modos estos movimientos de la tierra.

74. Los vientos suelen excitarse en ciertos tiempos, cuando continuamente y de poco en poco se van uniendo partículas heterogéneas, y también por juntarse gran acopio de agua. Los vientos menos fuertes se hacen cuando entran pocos soplos en muchas cavidades, y se distribuyen en todas ellas.

75. El granizo se forma o por una concreción fuerte proveniente de todos lados a causa de la perístasis y distribución de algunas partículas impregnadas de aire, o por concreción moderada, cuando algunas otras partículas como de agua salen igualmente y hacen la opresión de los granos, y también por rompimiento, de manera que cada grano subsista de por sí y se concreten en abundancia. Su forma esférica no es imposible que se haga o por liquidación de sus ángulos y extremos en rededor al tiempo de tomar consistencia, como dicen algunos, o porque su circunferencia sea de partes acuáticas o sea de aéreas, tiene igual presión por todas partes.

76. La nieve puede hacerse o cayendo de las nubes el agua tenue por poros proporcionados; o condensándose las nubes dispuestas y esparciéndolas los vientos, adquiriendo luego mayor densidad con el movimiento, por el estado de vehemente frialdad que tienen las nubes en parajes inferiores; o por concreción hecha en las nubes de igual variedad, puede hacerse esta emisión de ellas, encontrándose mutuamente las partículas parecidas al agua, y quedándose unidas, las mismas que compeliéndose entre sí forman el granizo; todas las cuales se hacen principalmente en el aire. También es posible que por el choque de las nubes ya densas, se coagula y forma la gran cantidad de nieve, y todavía se puede hacer de otros muchos modos.

77. El rocío se hace congregándose del aire mutuamente las partículas que son causa de esta humedad, pero también por la extracción de ellas de parajes húmedos o que contienen aguas, en cuyos sitios se hace principalmente el rocío. Cuando el acopio de tales vapores toma un lugar y se perfecciona en humedad, vuelve a moverse hacia abajo y cae en varios parajes, al modo que entre nosotros se hacen cosas semejantes a ésta (752).

78. La escarcha se hace cuando estos rocíos toman cierta consistencia y densidad, por la fría perístasis del aire. El hielo se hace perdiendo el agua su figura esférica, compeliéndose los triángulos escalenos y acutángulos del agua, y por la mezcla y aumento que se hace exteriormente de otras cosas, las cuales, coartadas y quebrantadas las cantidades o partes esféricas, disponen el agua a la concreción.

79. El arco iris se hace hiriendo los resplandores del sol en el aire húmedo; o por cierta naturaleza propia de la luz y del aire que produce las propiedades de estos colores (ya sean todos, ya uno solo), la cual, reflejando luego en lo más vecino del aire, recibe el color que vemos brillar en aquellas partes. El ser circular su figura proviene de que su intervalo se ve igual todo en rededor; o porque los átomos que andan en el aire reciben tal impulso; o porque llevados estos átomos con las nubes por el mismo aire cercano a la luna, dan a esta concreción una forma orbicular.

80. El halo o corona alrededor de la luna se hace cuando por todas partes concurre fuego a ella, y los flujos que la misma despide resisten con igual fuerza, de modo que forman un círculo nebuloso y permanente a su rededor, sin discernirse del todo uno de otro; o bien sea que removiendo la luna a igual distancia el aire en contorno, forma aquella densa perístasis o círculo a su rededor. Lo cual se hace por algunas partes o flujos que impelen exteriormente, o por el calor que atrae allí algunas densidades a propósito para causar esto.

81. Los cometas se hacen o porque en ciertos tiempos se coliga en lo alto una cantidad de fuego en algunos lugares; o porque la perístasis o circunferencia del cielo tiene a tiempos cierto movimiento propio sobre nosotros que manifiesta tales astros; o porque ellos mismos, en algunos tiempos, son llevados por alguna perístasis, y viniendo a nuestras regiones se hacen manifiestos. Su defecto u ocultación se hace por las causas opuestas a lo dicho, dando giro a algunas de estas cosas, la cual acontece, no sólo porque esté quieta esta parte del mundo, a cuyo rededor gira lo restante, como dicen algunos, sino porque el movimiento circular del aire le está en rededor, y le impide el giro que tienen los demás; o porque ya en adelante no les es apta la materia, sino sólo allí donde los vemos puestos. Aun puede hacerse esto de otros muchos modos, si sabemos inferir por raciocinio lo que sea conforme a lo que se nos manifiesta.

82. Algunos astros van errantes, cuando acontece que tomen semejantes movimientos; otros no se mueven. Es posible que aquellos, desde el principio fuesen obligados a moverse contra lo que se mueve circularmente, de modo que unos sean llevados por una revolución igual, y otros por otra que padezca desigualdades. Puede ser también que en los parajes donde corren haya algunos en que las extensiones del aire sean iguales, y les impelan así adelante, y ardan con igualdad; y en otros sea tanta la desigualdad, que aun lo que se ve haga mutaciones. El dar una sola causa de estas cosas, siendo muchas las que los fenómenos ofrecen, lo hacen necia e incongruamente los que andan ciegos en la vana astrología, y dan en vano las causas de algunas cosas, sin separar a la naturaleza divina de estos ministerios.

83. Se observa a veces que algunos astros dejan detrás a otros, ya sea porque estos andan con más lentitud, aunque hacen el mismo giro, ya porque tienen otro movimiento contrario al de la esfera que los lleva, o porque en su vuelta unos hacen el círculo mayor y otros menor. El definir absolutamente estas cosas, pertenece a los que gustan de ostentar prodigios a las personas.

84. En cuanto a las estrellas que se dice que caen, esto puede ser por colisión con alguna cosa, o con ellas mismas, puesto que caen hacia donde corre el viento, como dijimos de los rayos. También pueden hacerse por un concurso de átomos productivo de fuego, dada la oportunidad de producirlo; o por el mismo movimiento hacia la parte a la que desde el principio se dirigió impetuosamente el agregado de átomos; o por algunas porciones de viento condensadas a manera de niebla, y encendidas a causa de su revolución, haciendo después ruptura de quien las sujeta, hacia cualquier parte que se dirijan sus ímpetus, llevadas allí por el movimiento. Todavía hay otros modos inexplicables con que esto puede hacerse.

85. Las señales o indicios que se toman de ciertos animales, se hacen según lo que acontece en las estaciones, pues los animales no nos traen coacción alguna de que sea invierno, como ni hay naturaleza divina alguna que esté sentada, observando las salidas y movimientos de estos animales, y luego produzca las señales referidas. Ni por azar ningún animal de alguna consideración caerá en necedad semejante, cuanto menos el que goza de toda felicidad.

86. Todas estas cosas, oh Pitocles, debes tener en la memoria, para poder librarte de patrañas y observar las cosas homogéneas a ellas. Dedícate principalmente a la especulación de los principios, del infinito y demás cosas congénitas, los criterios, las pasiones y aquello por cuya causa examinamos dichas cosas particulares. Los que poco o nada aprecian estas causas, manifiestan que ni pudieron penetrar las que aquí trato, ni consiguieron aquello por que deben solicitarse (753.

87. (Esto es cuanto opinó de los meteoros. En orden a la conducta de la vida, y cómo conviene que rehuyamos unas cosas y elijamos otras, escribe así; en lo cual recorremos principalmente su sentir y el de sus discípulos acerca del sabio):

Dice que el daño humano, o procede de odio, o de envidia, o de desprecio, y a todo es superior el sabio con el raciocinio. Que quien una vez llegase a sabio, ya no podrá recibir disposición contraria, ni sujeta a variaciones. Que estará sujeto a pasiones, pero esto ningún estorbo le hará para la sabiduría. Que no de todas las disposiciones del cuerpo se hace el sabio, ni de todas las naciones. Que el sabio, aunque sea atormentado, será feliz. Que sólo el sabio es agradecido con sus amigos, tanto presentes corno ausentes. Y si ve que alguno es atormentado, tendrá piedad y se condolerá de él (754). Que el sabio no recibirá mujer que las leyes prohíben, corno dice Diógenes en el Epítome de los dogmas morales de Epicuro. Que no atormentará a sus esclavos, sino que tendrá misericordia, y perdonará a todos los buenos.

88. No son de opinión los epicúreos que el sabio deba amar, ni tomarse cuidado de su sepulcro, ni que haya dios alguno que influya amor, como lo dice el mismo Diógenes en el libro XII, ni tampoco que el sabio hable especiosamente. Dicen que el congreso carnal jamás ha sido provechoso, y ojalá que no haya sido dañoso. Que el sabio podrá casarse y procrear hijos, según dice Epicuro en sus Ambigüedades y en su Física; pero a veces por las circunstancias de su vida, no se ha de casar, con lo cual desviará a otros de casarse. Que no se ha de perseverar en la embriaguez, lo dice Epicuro en su Simposio; ni mezclarse en el gobierno de la República, como dice en el libro I De las vidas; ni procurará la tiranía; ni vivirá como cínico, como lo dice en el libro II De las vidas. Que no será mendigo, antes bien, aunque quede sin vista, gozará de la vida, según escribe allí mismo (755). Que el sabio también padecerá dolor; así lo dice Diógenes en el libro V De las cosas selectas.

89. Que será juzgado; que dejará escritos, mas no perorará en los concursos generales. Prevendrá su vitalicio y las cosas venideras; amará el campo; resistirá los embates de la fortuna; no injuriará a ningún amigo; cuidará de su buen nombre en tanto que no sea menospreciado. Que el sabio en los espectáculos se divertirá más que los otros. Dicen que los pecados son desiguales; que la salud para unos es un bien, y para otros cosa indiferente. Que la fortaleza no dimana de la naturaleza, sino de la razón y conveniencia. Que la amistad se ha de procurar usar de ella, y debe comenzar de nosotros, pues también sembramos la tierra (756). Consiste ésta en una comunión de ánimos en los deleites.

90. Que la felicidad se entiende de dos maneras: la suprema, que reside en Dios, y no admite incremento; y la humana, que recibe incremento y decremento de deleites. Que el sabio pondrá imágenes si las tiene (757), y vivirá con indiferencia si no las tiene. Que sólo el sabio disputará correctamente acerca de la música y poesía. Que compondrá poemas, pero no fingidos. No se conmoverá de que uno sea más sabio que otro. Si es pobre, podrá lucrar, pero sólo de la ciencia. Que obsequiará al monarca en todo tiempo (758). Que dará las gracias a quien obrare rectamente. Que tendrá escuela abierta; mas no solamente para juntar gran número de oyentes. Que leerá en público, pero no sólo por su voluntad y antojo. Que establecerá dogmas, y no dudará. Que semejante será aun durmiendo, y en caso que importe morirá también por un amigo.

Así opinan acerca del sabio. Ahora pasemos a otra Carta:


EPICURO A MENECEO: GOZARSE.

91. Ni el joven dilate el filosofar, ni el viejo se fastidie de hacerlo; pues a nadie es intempestivo ni por muy joven ni por muy anciano el solicitar la salud del ánimo. Y quien dice, o que no ha llegado el tiempo de filosofar, o que ya se ha pasado, es semejante a quien dice que no ha llegado el tiempo de buscar la felicidad, o que ya se ha pasado (759). Así que deben filosofar viejos y jóvenes; aquellos para reflorecer en el bien a beneficio de los nacidos; éstos para ser juntamente jóvenes y ancianos, careciendo del miedo de las cosas futuras. Conviene, pues, cuidar de las cosas que producen la felicidad, siendo así que con ella lo tenemos todo, y no teniéndola, lo ejecutamos todo para conseguirla. Practica, por tanto, y solicita las cosas que te he amonestado repetidas veces, teniendo por cierto que los principios para vivir honestamente, son estos: primero, que Dios es animal inmortal y bienaventurado, según suscribe de Dios la común inteligencia, sin que le des atributo alguno ajeno de la inmortalidad e impropio de la bienaventuranza; antes bien has de opinar de él todo aquello que pueda conservarle la bienaventuranza e inmortalidad. Existen, pues, y hay dioses, y su conocimiento es evidente; pero no son cuales los juzgan muchos, puesto que no los atienden como los juzgan. Así, no es impío el que niega los dioses de la plebe o vulgo, sino quien acerca de los dioses tiene opiniones vulgares; pues las enunciaciones del vulgo, en orden a los dioses, no son anticipaciones, sino juicios falsos (760). De aquí nacen las causas de enviar los dioses daños gravísimos a los hombres malos y favores a los buenos, pues siéndoles sumamente gratas las virtudes personales, abrazan a los que las poseen, y tienen por ajeno de sí todo lo que no es virtuoso.

92. Acostúmbrate a considerar que la muerte nada es contra nosotros, porque todo bien y mal está en el sentido, y la muerte no es otra cosa que la privación de este sentido mismo. Así, el perfecto conocimiento de que la muerte no es contra nosotros hace gue disfrutemos la vida mortal, no añadiéndole tiempo ilimitado, sino quitando el amor a la inmortalidad. Así que nada hay de molesto en la vida para quien está persuadido de que no hay daño alguno en dejar de vivir. Por tanto, es un simple quien dice que teme a la muerte, no porque contriste su presencia, sino la memoria de que ha de venir; pues lo que en el presente no conturba, vanamente contrista o duele al esperarlo. La muerte, pues, el más horrendo de los males, no nos pertenece; pues mientras nosotros vivimos, no ha llegado ella; y cuando ha llegado ella, ya no vivimos nosotros. Así, la muerte ni es contra los vivos ni contra los muertos; pues en aquellos todavía no está, y en éstos ya no está. Aun muchos rehuyen la muerte como el mayor de los males, y con todo eso suelen también tenerla por descanso de los trabajos de esta vida. Por lo cual el sabio ni teme el no vivir, puesto que la vida no le es anexa, ni tampoco lo tiene por cosa mala. Y así como no elige la comida más abundante, sino la más sabrosa, así también en el tiempo no escoge el que dura más, sino el más dulce y agradable.

93. No es menos simple quien amonesta a los jóvenes a vivir honestamente, y a los viejos a una muerte honesta; no sólo porque la vida es amable, sino porque el mismo cuidado se debe tener de una honesta vida, que de una honesta muerte. Es mucho peor quien dice:

Bueno es no ser nacido, o en naciendo
caminar del averno a los umbrales;

pues si quien lo dijo lo creía así, ¿qué hacía que no partía de esta vida? Esto en su mano estaba, puesto que sin duda se le hubiera otorgado la petición; pero si lo dijo por chanza, fue un necio en tratar con burlas cosa que no las admite.

94. Se ha de tener en memoria que lo futuro ni es nuestro, ni tampoco deja de serlo absolutamente; de modo que ni lo esperemos como que ha de venir infaliblemente, ni menos desesperemos de ello como que no ha de venir nunca. Hemos de hacer cuenta que nuestros deseos son naturales unos y los otros vanos. De los naturales unos son necesarios, otros naturales solamente. De los necesarios unos lo son para la felicidad, otros para la tranquilidad del cuerpo, y otros para la misma vida. Entre todos ellos, la especulación es quien sin error hace que conozcamos lo que debemos elegir y evitar para la sanidad del cuerpo y tranquilidad del alma; pues el fin no es otro que vivir felizmente. Por amor de esto hacemos todas las cosas, a fin de no dolernos ni conturbarnos. Conseguido esto, se disipa cualquier tempestad del ánimo, no pudiendo encaminarse el animal como a una cosa menor, y buscar otra con que complete el bien de alma y cuerpo.

95. Nosotros necesitamos del deleite cuando nos dolemos de no tenerlo; mas cuando no nos dolemos, ya no lo necesitamos. Por lo cual decimos que el deleite es el principio y fin de vivir felizmente. A éste conocemos por primero y congénito bien; de él toman origen toda elección y fuga; y a él ocurrimos discerniendo todo bien por medio de la perturbación o pasión como regla. Y por cuanto es éste el primero y congénito bien, por eso no elegimos todos los deleites, antes bien acontece que pasamos por encima de muchos cuando de ellos se ha de seguir mayor molestia. Aun preferimos algunos dolores a los deleites, si se ha de seguir mayor deleite a la tolerancia de los dolores.

96. Todo deleite es un bien a causa de tener por compañera la Naturaleza, pero no se ha de elegir todo deleite. También todo dolor es un mal, pero no siempre se ha de huir de todos los dolores. Debemos discernir todas estas cosas por conmensuración, y con respecto a la conveniencia o desconveniencia; pues en algunos tiempos usamos del bien como si fuese mal, y al contrario, del mal como si fuese bien. Tenemos por un gran bien el contentarse con una suficiencia, no porque siempre usemos escasez, sino para vivir con poco cuando no tenemos mucho, estimando por muy cierto que disfrutan suavemente de la magnificencia y abundancia los que menos la necesitan, y que todo lo que es natural es fácil de prevenir; pero lo vano, muy dificil. Asimismo, que los alimentos fáciles y sencillos son tan sabrosos como los grandes y costosos, cuando se remueve y aleja todo lo que puede causarnos el dolor de la carencia. El pan ordinario (761) y el agua dan una suavidad y deleite sumo cuando un necesitado llega a conseguirlos.

97. El acostumbramos a comidas simples y nada magníficas es conducente para la salud; hace al hombre solícito en la práctica de las cosas necesarias a la vida; nos pone en mejor disposición para concurrir una u otra vez a los convites suntuosos, y nos prepara el ánimo y valor contra los vaivenes de la fortuna. Así que cuando decimos que el deleite es el fin, no queremos entender los deleites de los lujuriosos y derramados, y los que consisten en la fruición, como se figuraron algunos, ignorantes de nuestra doctrina o contrarios a ella; o bien que la entendieron siniestramente; sino que unimos el no padecer dolor en el cuerpo con el estar tranquilo en el ánimo. No son los convites y banquetes, no la fruición de muchachos y mujeres, no el sabor de los pescados y de los otros manjares que tributa una mesa magnífica quien produce la vida suave, sino un sobrio raciocinio que indaga perfectamente las causas de la elección y fuga de las cosas, y expele las opiniones por quienes ordinariamente la turbación ocupa los ánimos.

98. De todas estas cosas la primera (762) y principal es la prudencia; de manera que lo más estimable y precioso de la Filosofia es esta virtud, de la cual proceden las demás virtudes. Enseñamos que nadie puede vivir dulcemente sin ser prudente, honesto y justo; y por el contrario, siendo prudente, honesto y justo no podrá dejar de vivir dulcemente; pues las virtudes son congénitas con la suavidad de vida, y la suavidad de vida es inseparable de las virtudes. Porque ¿quién crees que puede aventajarse a aquel que opina santamente de los dioses, nunca teme la muerte, y discurre bien del fin de la naturaleza; que pone el ténnino de los bienes en cosas fáciles de juntar y prevenir copiosamente, y el de los males en tener por breves su duración y su molestia; que niega el hado, al cual muchos introducen como dueño absoluto de todo, y sólo concede que tenemos algunas cosas por la fortuna, y las otras por nosotros mismos; y en suma, que lo que está en nosotros es libre, por tener consigo por naturaleza la reprensión o la recomendación? Sería preferible seguir las fábulas acerca de los dioses, a deferir servilmente al hado de los naturalistas; pues lo primero puede esperar excusa por el honor de los dioses; pero lo segundo se ve en una necesidad inexcusable (763).

99. (Epicuro no tiene por diosa a la Fortuna, como creen algunos, pues para Dios nada se hace sin orden, ni tampoco por causa inestable, esto es, afirma que de la Fortuna ningún bien ni mal proviene a los hombres para la vida feliz y bienaventurada; pero que suele ocasionar principios de grandes bienes y males). Se ha de juzgar que es mejor ser infeliz racionalmente, que feliz irracionalmente; y que gobierna la fortuna lo que en las operaciones se ha juzgado rectamente.

100. Estas cosas y otras semejantes deberás meditar continuamente día y noche contigo mismo y con tus semejantes; con lo cual, ya duermas, ya veles, nunca padecerás perturbación alguna, sino que vivirás como un dios entre los hombres; pues el hombre que vive entre bienes inmortales, nada tiene de común con el animal mortal. (Niega Epicuro en sus libros toda arte adivinatoria; y en su Epítome pequeño dice que es arte insubsistente, y aun cuando no lo fuera, se ha de juzgar que nada nos tocan las cosas acaecidas. Hasta aquí lo perteneciente a la vida; y aun en otros libros trata de esto repetidas veces).

101. (En orden al deleite disiente de los cirenaicos, pues éstos no admiten el habitual y estable, sino sólo el que está en movimiento; pero aquel admite a ambos, el del alma y el del cuerpo, como lo dice en el libro De la elección y la fuga, en el Del fin, en el primero De las vidas, y en la Carta a sus amigos los de Mitilene. Lo mismo escribe Diógenes en el libro XVI De las cosas selectas, y Metrodoro en su Timócrates, por estas palabras: Deleite se entiende tanto el que está en el movimiento, como el estable. Y Epicuro en el libro De las elecciones habla así: La tranquilidad y la carencia de dolor son deleites estables; el gozo y el regocijo se ven en acto según el movimiento).

102. (Disiente, asimismo, de los cirenaicos en otra cosa. Dicen éstos que los dolores corporales son peores que los del ánimo, puesto que los delincuentes son castigados en el cuerpo; pero Epicuro tiene por mayores los dolores del ánimo; pues la carne sólo tiembla por el dolor presente, mas el alma por el pasado, presente y futuro. Así que el dolor del alma es mayor que el del cuerpo. Que el deleite sea el fin lo prueba diciendo que los animales luego que nacen ya se amansan con él, y se irritan con el dolor, todo naturalmente y sin el auxilio de la razón. Huimos del dolor espontáneamente, como huía Hércules, el cual, estándose consumiendo en las llamas de la túnica,

Clama, muerde, lamenta,
gimen en rededor las piedras todas;
las cimas de los montes de los Locros,
y de Eubea las cumbres elevadas.

Las virtudes se han de elegir no por sí, sino por causa del deleite, como las medicinas por la salud. Así lo dice Diógenes en el libro XX De las cosas selectas, el cual llama virtud al divertimiento (764). Pero Epicuro dice que sólo la virtud es inseparable del deleite (765); todas las demás cosas se apartan de ella como mortales).

103. Pongamos ya fin a este Epítome y a la vida de nuestro filósofo, coronándola con un resumen de sus opiniones primarias, con lo cual dejamos concluida toda la presente obra, usando del fin que es principio de la felicidad.

1. Lo bienaventurado e inmortal, ni él cuida de negocios, ni los encarga a otro; de donde nace que ni lo mueve la ira ni el afecto, pues todo esto arguye enfermedad y flaqueza. En otros lugares dice que los dioses son asequibles por medio de la razón (766); unos subsistentes según número, otros según una especie de semejanza, procedida de la perenne afluencia de imágenes semejantes, perfeccionados por la especie humana (767).

2. La muerte en nada nos toca, pues lo ya disuelto es insensible, y lo insensible en nada nos toca.

3. El término y fin de la magnitud de los deleites es el sustraerse de todo cuanto duela. En donde hubiere cosa deleitable, mientras ésta dura, no la hay que duela, o aflija, o ambas cosas.

4. Lo que causa dolor no permanece siempre en la carne, sino que su vehemencia dura poco; y aun lo que sólo priva del deleite según la carne, suele no durar muchos días. Las enfermedades largas más tienen de deleitable en el cuerpo, que de aflictivo (768).

5. No puede haber vida dulce si no es también prudente, honesta y justa; ni se puede vivir con prudencia, honestidad y justicia, sin que también se viva dulcemente. Aquel que no vive con prudencia, honestidad y justicia, tampoco podrá vivir con dulzura.

6. Para asegurarse de los hombres es un bien fisico el principado y el reino de cualquier modo que uno puede ganárselo (769).

7. Quisieron algunos ser célebres y famosos, creyendo así asegurarse de los hombres. Si así quedó segura su vida, recibieron de la Naturaleza este bien; pero si no lograron la seguridad, no tienen aquello que desde el principio apetecieron contra la costumbre de la naturaleza.

8. Ningún deleite es malo por sí mismo; pero la producción de ciertos deleites trae muchas más turbaciones que deleites.

9. Si todo deleite se adensara (770), y con el tiempo, según su periodo, se acumulara en las partes principales de la Naturaleza (771), los deleites no se diferenciarían entre sí (772).

10. Si las cosas que deleitan a los voluptuosos disolvieran de la mente los temores de los meteoros, de la muerte y de los dolores, y además mostraran el término de los apetitos, no tendríamos cosa que reprenderles, aunque se anegasen en placeres, como que por ningún lado tienen dolor ni aflicción, que son el mal.

11. Si nada nos conturbasen los recelos de las cosas de los meteoros y los de la muerte, caso que en algo nos pertenezca (si algo entiendo de los confines de dolores y deseos), no tendríamos necesidad de la Filosofia.

12. Quien ignora la naturaleza del universo y se cree de patrañas, no podrá perder el miedo de las cosas principales. Así no es posible disfrutar deleites inocentes sin fisiología.

13. No sería útil prevenirse y asegurarse contra los hombres, si fuesen temibles las cosas de arriba, las que están bajo de la tierra, y absolutamente las que residen en el infinito.

14. Como la seguridad humana llega hasta un cierto término, la que procede de tranquilidad y dejación de muchas cosas se consigue por virtud exterminativa y por una sincerísima suficiencia.

15. Las riquezas naturales tienen término y son fáciles de prevenir; pero los proyectos de riquezas vanas coinciden con lo infinito.

16. Corta es la fortuna que viene al sabio, pero las cosas grandes y principales las ordena la razón, las dispone ahora de continuo y las dispondrá siempre (773).

17. El justo está absolutamente libre de turbaciones; al injusto lo asedian infinitas.

18. Una vez removido y alejado lo que causaba dolor por la pobreza, no se aumenta el deleite en la carne, sino sólo se varía.

19. En orden al deleite pone cotos al entendimiento la pesquisa de estas cosas y otras homogéneas, las cuales efectivamente producen grandes temores en el entendimiento mismo.

20. El tiempo ilimitado tiene igual deleite que el limitado, si medimos por el raciocinio los términos del deleite.

21. Si la carne recibió ilimitados los confines del deleite, también a éste el tiempo lo hace ilimitado.

22. Si la mente, comprendiendo por la razón el fin y término de la carne, y disipando los temores de la eternidad hiciese una vida del todo perfecta, ya no tendría necesidad del tiempo ilimitado; pero no evitaría el deleite (aun cuando los negocios dispusiesen la salida de esta vida), sino que moriría como dejando algo de una vida ilimitada.

23. Quien conoce y sabe los límites de la vida, sabe también cuán fácil es de prevenir lo que quita la aflicción de la indigencia y lo que hace a toda la misma vida absolutamente perfecta. Así no hay necesidad de negocios que traen luchas consigo.

24. Conviene tener en el entendimiento un fin subsistente y según toda evidencia, al cual refiramos cuanto opinemos; pues de lo contrario, todo andará irresoluto y lleno de turbulencias.

25. Si repugnas a todos los sentidos, ni tendrás de ellos a quien llames falso, ni podrás juzgar de aquello que pretendes saber.

26. Si desechas simplemente algún sentido, y en aquello que opinas no lo divides por lo que se espera, y por lo que ya está presente, según los sentidos y pasiones, y por toda accesión fantástica de la mente, confundirás los demás sentidos con una opinión fatua y necia, como que desechas todo criterio.

27. Si afirmas todo cuanto queda en los discursos opinables y no dejas lo incontestable como a falso que es, serás semejante a quien conserva toda ambigüedad y toda indiferencia acerca de lo correcto o incorrecto.

28. Si no refieres en todos tiempos las acciones al fin de la Naturaleza, sino que te apartas antes, ya sea huyendo, o haciendo pesquisas de algo, no serán tus acciones consecuentes a tus palabras.

29. De cuantas cosas adquiere la sabiduría para la felicidad de toda la vida, la mayor es la posesión de la amistad. Aun en medio de la cortedad de bienes, se ha de tener por cierto que la amistad da seguridad.

30. La misma sentencia produce la confianza de que no hay ningún daño eterno, ni aun muy prolijo.

31. De los apetitos unos son naturales y necesarios; otros naturales y no necesarios, y otros ni naturales ni necesarios, sino movidos. Epicuro tiene por naturales y necesarios a los que disuelven las aflicciones, como el de la bebida en la sed; por naturales y no necesarios a los que sólo varían el deleite, mas no quitan la aflicción, como son las comidas espléndidas y suntuosas; y por no naturales y necesarios tiene, por ejemplo, a las coronas y erección de estatuas.

32. Los apetitos que no inducen aflicción mientras no se consuman, no son necesarios; antes tienen un grado de deseo fácil de disolver siempre que se tienen por arduos de conseguir o se juzgan productores de algún daño.

33. Si se tiene gran pasión por los apetitos que no traen aflicción si no se consuman, esto ciertamente dimana de vana opinión y de su propia naturaleza (no por alguna utilidad, sino para la vana opinión del hombre).

34. Lo justo por naturaleza es símbolo de lo conveniente, como no dañar a otros, ni ser dañado.

35. Los animales que no pudieron convenirse con pacto alguno de no dañar ni ser dañados, no reciben justicia ni padecen injusticia. Lo mismo es con las personas que no pueden o no quieren tales pactos, por los cuales no dañen ni reciban daño.

36. La justicia nada sería por sí; pero en el trato común y recíproco se hacen algunas convenciones en todas partes, de no causar daño ni recibirlo.

37. La injusticia no es un mal por sí misma, sino por el miedo de que no podrá ocultarse a los defensores de ella.

38. Quien hace ocultamente algo contra la mutua convención de no dañar ni ser dañado, no hay para qué crea que puede estar oculto, pues aunque lo esté algún tiempo en el presente, no es seguro que lo estará hasta la muerte.

39. El derecho común es uno mismo para todos (y es cosa conveniente en la sociedad humana); pero el privado no siempre es el mismo, por algunas circunstancias de los países.

40. Lo que se confinna por testimonio como conveniente al uso común en la sociedad civil tomado de cosas ya tenidas por justas, tiene lugar de justo, se haga en todos lo mismo, o no se haga.

41. Si se establece por ley alguna cosa que luego no trae utilidad a la sociedad civil, ya no tiene Naturaleza de justa. Pero si sucediese de manera que lo justo correspondió sólo por algún tiempo a los efectos deseados; con todo eso, durante aquel tiempo en que era útil, era también justo, en sentir de los que no se asustan de voces huecas y atienden a muchas cosas.

42. Donde no habiendo novedad alguna en los negocios ordinarios, pareciera que las cosas creídas justas acerca de las operaciones mismas no corresponden a la esperanza concebida, ciertamente no eran justas; pero ocurriendo novedad en las mismas cosas ordinarias, ya no son convenientes las leyes puestas. Así que sólo eran allí justas cuando eran convenientes a la mutua sociedad de los ciudadanos; después cuando no eran convenientes, ya no eran justas.

43. Quien se fonnare debidamente una verdadera seguridad de las cosas externas, éste se familiarizó e hizo compañero de las que pueden hacerse, pero enemigo de las imposibles; en las cuales no se inmiscuye, y expele cuantas no conviene practicar.

44. Los que tuvieron vigor para adquirir verdadera seguridad de sus prójimos, vivieron entre ellos dulcísimamente, guardándose una fidelidad muy finne y gozando de una muy estrecha amistad, no llorarán como digna de compasión la temprana muerte de ninguno de ellos.


Notas

(741) El regreso del sol desde los trópicos o solsticios.

(742) Continuos que circulan.

(743) Aunque por no apartarme de la inteligencia común de este periodo (acaso corrupto en parte) lo traduzco literalmente, tengo por muy probable que Laercio quiso decir que conviene tomar algunas señales de las cosas que se hacen en los meteoros, para irlas aplicando a los fenómenos ya conocidos, y por éstos indagar aquellos. Otras muchas veces inculca este mismo precepto.

(744) Como si dijera: circungirado.

(745) Vocablo griego que no podemos reproducir.

(746) Ibid.

(747) Pedro Gasendo procura defender a su Epicuro a toda costa, acomodando el texto a su sistema por medio de infinitas mutaciones, que pocos sabios admitirán. En el presente lugar, por lo menos, no tiene Epicuro defensa alguna. Cicerón dice: Epicurus in physicis totus est alienus.

(748) Como quien encendiese una vela por la mañana y la apagase a la noche.

(749) El texto pone como si aquí comenzase a tratar de los vientos. Meibonio notó el error y repuso flujos, corrientes, lluvias. Lo que se sigue hasta el fin del párrafo declara legítima esta corrección. Además, que de los vientos habla más adelante.

(750) Menagio sospecha que podrían entenderse aquí los vasos teatrales de los antiguos, de los cuales trata Vitruvio en el cap. V del libro V. Yo pienso que habla de las colipilas, o sea ollas animatorias, que también nombra Vitruvio, lib. I, cap. VI.

(751) Circumstantiam la llama Séneca.

(752) En cualesquiera evaporaciones acontece. Véase Vitruvio, lib. VII, cap. II.

(753) La tranquilidad.

(754) Sigo la corrección e interpretación de Gatakero.

(755) Vitruvio en el proemio al lib. VI.

(756) La cultivamos y abonamos para recibir la recompensa.

(757) Habla de las imágenes de sus ascendientes, de los cuales los antiguos hacían gran ostentación y pompa.

(758) Puede interpretarse mature, opportune, en sazón.

(759) San Clemente Alejandrino trae entero este periodo, lib. IV, strom.

(760) Véase dicho lugar de San Clemente, lib. II, strom.

(761) Según Hesiquio, era una especie de pan hecho de harina de cebada mondada, amasada con agua y aceite.

(762) lnitium et maximum bonum est prudentia.

(763) Lean y mediten bien estos dos párrafos los que tienen a Epicuro por un filósofo carnal y corpóreo.

(764) Parece que no puede tener aquí otro significado.

(765) Vocablos griegos que no podemos reproducir.

(766) Como si dijera: son contemplables o especulables.

(767) Vocablos griegos que no podemos reproducir.

(768) Cicerón, lib. II. Definib. Doloris medicamenta illa Epicurea, tanquam e marthecio promant: Si gravis, brevis: si longus, levis. Lo mismo trae Plutarco en el opúsculo Del modo de oír los Poetas, cerca del fin.

(769) El texto está aquí muy alterado en ediciones griegas y versiones. Marco Meibomio hace alguna corrección, separando en dos artículos o párrafos lo que se halla unido en el 5; pero acaso lo corrompe más, y hace decir a Epicuro cosa que quizá no imaginó. Hubo algunos antiguos que por reinar dijeron que se puede faltar al derecho y a la fe prestada. Son conocidos los versos de Eurípides que Julio César solía repetir así: Nom si violandum est jus, regnandi gratia violandum est: aliis rebus pietatem colas.

(770) Esto es, se tuviese con mucha frecuencia.

(771) El alma y el cuerpo.- Meibomio.

(772) Que era opinión de los cirenaicos, contra la cual va Epicuro. El texto está muy dudoso, y acaso corrompido.

(773) Vitruvio en el proemio del lib. VI.

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