Índice de Vidas de los filósofos más ilustres de Diógenes LaercioAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO DÉCIMO

Primera parte


EPICURO

1. Epicuro, hijo de Neocles y Querestrata, fue nativo de Gargeto, pueblo del territorio de Atenas, y descendiente de la familia de los Filaidas, como dice Metrodoro en el libro De la nobleza. Otros, con Heráclito en el Epítome de Soción, dicen que como los atenienses sorteasen los colonos que debían ir a Samos, fue educado allí, y a los dieciocho años de edad pasó a Atenas en tiempo que Jenócrates enseñaba en la Academia y Aristóteles en Calcide. Que muerto Alejandro Macedón, ya decaídos los atenienses y reinando Perdicas, se fue a Colofón, donde vivía su padre. Que habiendo estado allí algún tiempo y juntado discípulos, regresó a Atenas bajo Anaxicrates, donde filosofó junto con otros, pero luego estableció una secta propia llamada por su nombre. Según él mismo dice, se dedicó a la Filosofia a los catorce años de edad. Apolodoro Epicúreo, en el libro I de la Vida de Epicuro, dice que se dedicó a la Filosofia en persecución de los sofistas y gramáticos, por no haber sabido explicar a uno de ellos lo que significa en Hesíodo la voz chaous. Y Hermipo asegura que primero fue maestro de escuela, pero después, habiendo visto por azar dos libros de Demócrito, se entregó a la Filosofia, y que por esto Timón dijo de él:

De Samos ha salido
el fisico postrero, el impudente,
el maestro de niños,
el más duro y mortal de los mortales.

2. Por exhortación suya filosofaban con él sus tres hermanos, Neocles, Queredemo y Aristóbolo; así lo dice Filodemo Epicúreo en el libro X de su Catálogo de los filósofos. Hasta un esclavo suyo, llamado Mus, filosofó con él, como lo dice Mironiano en sus Capítulos históricos. Siendo enemigo suyo Ditimo Estoico, lo perjudicó en forma muy amarga, publicando con el nombre de Epicuro cincuenta cartas impúdicas y escandalosas; como también las referidas a Crisipo, ordenándolas como si fuesen del mismo Epicuro. Aun Posidonio Estoico, Nicola, Soción en la duodécima de las tituladas Demostraciones diocleas, la cual versa sobre la carta veinticuatro, y Dionisio Halicarnaseo, son sus perseguidores.

3. Dicen que andaba con su madre girando por las casuchas y habitaciones populares recitando versos purificatorios, y que enseñó las primeras letras con su padre, por un estipendio bajísimo. Que prostituyó a uno de sus hermanos, y que él se servía de la meretriz Leontio. Que se arrogó los escritos de Demócrito acerca de los átomos, y los de Aristipo acerca del deleite. Que no fue ingenuo ni legítimo ciudadano, como lo dicen Timócrates y Herodoto en el libro De la pubertad de Epicuro. Que en sus cartas aludió indignamente a Mitres, mayordomo de Lisímaco, llamándolo Apolo y rey. Que ensalzó y aduló a Idomeneo, a Herodoto y a Timócrates que habían explicado sus dogmas, hasta entonces oscuros; y lo mismo hace en las cartas a la dicha Leontio, con estas palabras: ¡Oh Apolo rey, amado Leontillo, cuán grande alegría y conmoción llenó mi ánimo leída tu pequeña carta! Y a Temista, mujer de Leonteo, le dice: Estoy resuelto a ir corriendo a cualquier parte que me llaméis vosotros y Temista, en caso que vosotros no vengáis a verme. Que a Pitocles, que era muy hermoso, le dice: Aquí estaré sentado esperando tu ingreso divino y amable. Que en otra carta a Temista cree persuadirla, como dice Teodoro en el libro IV Contra Epicuro. Que escribía a otras muchas amigas, singularmente a Leontio, a la cual amaba Metrodoro.

4. Que en su libro Del fin, escribe así: Yo ciertamente no tengo cosa alguna por buena, excepto la suavidad de los licores, los deleites de Venus, las dulzuras que percibe el oído y las bellezas que goza la vista. Epicteto lo llama petulante en el hablar, y lo reprende en extremo. Timócrates, hermano de Metrodoro, y discípulo suyo, después de haber abandonado su escuela, dice en sus libros De la alegría que Epicuro vomitaba dos veces al día por los excesos del lujo y molicie, añadiendo que él apenas se había podido escapar de aquella filosofia nocturna y secreto conventículo. Que Epicuro ignoró muchas cosas acerca de la oración, y muchas más en el gobierno de la vida. Que era tan miserable la constitución de su cuerpo, que en muchos años no pudo levantarse de la silla. Que cada día gastaba una mina en la mesa, como dice él mismo en su carta a Leontio y en las que escribió a los filósofos de Mitileneo. Que a él y a Metrodoro concurrían también las meretrices Marmario, Media, Erocio, Nicidio y otras.

5. Que en sus treinta y siete libros de Física dice muchísimas cosas de éstas, y contradice en ellos a muchísimos, en especial a Nausifanes, hablando así: Tuvo éste más que ningún otro una jactancia sofistica, como que parecía por la boca, semejante a la mayor parte de los esclavos. Y que en sus cartas dice también de Nausifanes: Estas cosas lo arrebataron al exceso de maldecirme y llamarse mi maestro. Lo llamaba además pulmón, iliterato, engañoso y bardaja; que a los discípulos de Platón los llamaba aduladores de Dionisio; al mismo Platón le daba el epíteto de áureo; y a Aristóteles lo llamó un perdido, porque habiendo malgastado todos sus haberes, tuvo que darse a la milicia, y aun a vender medicamentos. Que a Protágoras lo llamaba Faquín, escribiente de Demócrito, y hombre que enseñaba a leer y escribir por los cortijos. A Heráclito, confundidor; a Demócrito, Lerócrito; (704) a Antidoro, Sainidoro; a los cirenaicos, enemigos de Grecia; a los dialécticos, demasiado envidiosos; y a Pirrón, indocto y sin educación alguna.

6. Pero todos estos ciertamente deliran, pues hay bastantes que atestiguan la ecuanimidad de este varón invicto para con todos; su patria, que lo honró con estatuas de bronce; sus amigos, que eran en tan gran número que ya no cabían en las ciudades; todos sus discípulos, atraídos por sus dogmas como por sirenas, excepto Metrodoro Estratonicense, que se pasó con Carnéades, quizá porque le era gravosa su benignidad constante; la sucesión de su escuela, la cual permanece sin interrupción de maestros a discípulos, cuando todas las otras han acabado; su gran recogimiento y mucha gratitud a sus padres, beneficencia con sus hermanos y dulzura con los criados (corno consta en sus testamentos), algunos de los cuales estudiaron con él la Filosofia, y de cuyo número fue el tan celebrado Mus antes nombrado.

7. Su piedad para con los dioses, su amor a la patria y el afecto de su ánimo son imponderables. Su extrema bondad y mansedumbre no lo dejaron entrar en asuntos de gobierno. Afligida la Grecia por las calamidades de los tiempos, siempre se mantuvo en ella, excepto dos o tres veces que pasó a diferentes lugares de la Jonia a ver a sus amigos, que de todas partes concurrían a visitarlo y aun a quedarse con él en el jardín que había comprado por ocho minas, como dice Apolodoro. Vivían, según escribe Diocles en el libro III de su Excursión, de comestibles sumamente baratos y simples, pues se contentaba con una cótila (705) de vino común (706), y cualquier agua les servía de bebida. Epicuro no establecía la comunidad de bienes como Pitágoras, el cual hacía comunes las cosas de los amigos; pues esto es de personas poco fieles, y entre estas no puede haber amistad. El mismo escribe en sus cartas que tenía lo suficiente con agua y pan bajo. Y también: envíame queso citridiano, para poder comer con mayor abundancia cuando quisiere. Tal era la vida de éste que dogmatizaba ser el deleite, el fin del hombre y de quien Ateneo canta así en un epigrama:

Mortales; ¡oh mortales!
Por lo peor lidiáis y más nocivo.
Un insaciable lucro
a guerras os despeña y contenciones.
Cortos hizo Natura los espacios
de la riqueza humana;
y del vaho deseo los confines
interminables son y desmedidos
.
Esto decía el hijo de Neocles
sabia y prudentemente,
habídolo de boca de las musas
o de los sacros trípodes de Pitio.

Esto constará todavía más adelante por sus dogmas y palabras.

8. Diocles dice que de los antiguos tenía en mucho a Anaxágoras (no obstante que lo contradice en algunas cosas) y a Arquelao, maestro de Sócrates, y que ejercitaba a sus discípulos hasta que aprendieran de memoria sus escritos. Apolodoro dice en las Crónicas que sus maestros fueron Lisifanes y Praxifanes, pero él no lo dice; antes en la carta a Eurídico asegura que fue discípulo de sí mismo. Y añade que ni él ni Hermaco dicen que hubiese existido jamás el filósofo Leucipo, no obstante que Apolodoro Epicúreo y otros aseguran que fue maestro de Demócrito. Y Demetrio de Magnesia dice que Epicuro fue discípulo de Jenócrates.

9. Usa en cada cosa un lenguaje muy propio y autorizado, al cual censura como demasiado propio el gramático Aristófanes. Efectivamente, era tan claro, que en el Libro de la Retórica nada inculca más que la claridad en los discursos. En las cartas, en vez de ehatrein (alegrarse o gozarse) ponía prattein (obrar bien); o spoudaios zein ariston (el vivir honestamente es óptimo). Otros dicen en la Vida de Epicuro, que escribió un Directorio al trípode de Nausifantes, de quien afinnan que fue discípulo, como también que en Samos lo fue de Pánfilo Platónico. Que empezó a filosofar a los doce años, y que regentó la escuela cerca de treinta y dos. Dice Apolodoro en las Crónicas que nació en el año III de la Olimpiada CIX, siendo arconte Sosígenes, el día 7 del mes de Gamelión (707), siete años después de muerto Platón. A los treinta y dos de su edad tuvo escuela en Mitlene y Lampsaco, la que duró cinco años; después pasó a Atenas, donde murió el II de la Olimpiada CXXVII, siendo arconte Pitarato, habiendo vivido setenta y dos años. Lo sucedió en la escuela Hennaco Miteleneo, hijo de Agemarco.

10. Hennaco escribe en sus Cartas que murió del mal de piedra, que le interceptó la orina, el día catorce de la enfennedad. Y Hennipo dice que sucedió su muerte después de haber entrado en un labro o baño de bronce lleno de agua caliente, y luego de pedir vino puro para beber y exhortar a los amigos a que se acordasen de sus dogmas. Mis versos para él dicen así:

Adiós, y recordaos de mis dogmas.
Esto dijo Epicuro a sus amigos
en su postrer aliento.
Metióse luego en el caliente labro,
sorbió un poco de mero, y detrás de éste
bebió las frías aguas del Leteo.

11. Esta fue la vida de tal varón, y esta fue la muerte. Testó de esta manera:

Doy todo cuanto tengo a Aminomaco de Bate, hijo de Filocrates, y a Timócrates de Pótamo, hijo de Demetrio, al tenor de la donación hecha a ambos en el Metroo (708), con la condición de que den el jardín y sus pertenencias a Hennaco de Mitileneo, hijo de Agemarco, a los que filosofan con él, y a los que Hennaco dejare sucesores en la escuela para filosofar allí. Y a fin de que procuren conservar perpetuamente en lo posible lo que filosofan bajo mi nombre con Aminomaco y Timócrates. La escuela, que está en el jardín mismo, la entrego en depósito valedero y firme, para que también ellos conserven el dicho jardín del modo mismo que aquellos a quienes estos lo entregaren, como a discípulos y sucesores de mi escuela y nombre.

12. La casa que tengo en Melite la entregarán Aminomaco y Timócrates a Hermaco, para habitarla durante su vida, y los que con él filosofen. De las rentas que hagan los bienes que he dado a Aminomaco y a Timócrates, de acuerdo con Hermaco, tomarán la parte que se pueda, y la invertirán en sacrificios por mi padre, madre y hermanos, y por mí en el día de mi nacimiento, que, según costumbre, se celebra ya cada año en la primera decena de Gamelión. Y también se empleará en gastos de los filosofantes que concurran el día 20 (709) de cada mes, que está señalado para mi memoria y la de Metrodoro. Celebrarán también el día destinado a mis hermanos en el mes de Posidón, como yo lo he practicado, y el de Folien en el mes de Metagitnión.

13. Cuidarán igualmente Aminomaco y Timócrates de Epicuro, hijo de Metrodoro, y del hijo de Polieno, mientras estudian Filosofia y viven con Hermaco. Igual cuidado tendrán de la hija de Metrodoro, la cual, llegada a la edad competente, la casarán con quien Hermaco eligiere de los que filosofan con él, siendo ella arreglada en costumbres y obediente a Hermaco. Entonces, Aminomaco y Timócrates les darán anualmente de mis rentas, para su mantenimiento, lo que les pareciere bastante, consultándolo con Hermaco. Harán dueño a Hermaco de las rentas, para que cada cosa se haga por su dirección y consejo, puesto que ha envejecido filosofando conmigo; y ha quedado director y principal de mis discípulos y escuela. La dote que se dará a la muchacha, ya núbil y llegada la coyuntura de casarse, lo deliberarán Aminomaco y Timócrates, tomándola de los bienes, y con acuerdo de Hermaco.

14. Cuidarán, asimismo, de Nicanor, como yo lo he hecho, para que cuantos han filosofado conmigo, puesto sus bienes en uso propio de todos nosotros, y dándonos prueba de un sumo y estrecho amor han querido envejecer con nosotros en la Filosofia, nada les falte de lo necesario en cuanto mis facultades alcancen. Entregarán todos mis libros a Hermaco. Si éste muriese antes que los hijos de Metrodoro lleguen a la edad adulta, Aminomaco y Timócrates les darán, siendo ellos de vida arreglada, lo que de mis bienes les parezca necesario, atendido el alcance de la herencia. Y en suma, tomarán a su cuidado el que se hagan debidamente todas las demás cosas como quedan ordenadas. De mis esclavos, doy libertad a Mus, a Mielas y a Licón, como también la doy a Fedrilla, mi esclava.

15. Estando ya para morir, escribió a Idomenio la carta siguiente Hallándonos en el feliz y último día de vida, y aun ya muriendo, os escribimos así: tanto es el dolor que nos causan la estranguria y la disenteria, que parece que no puede ser ya mayor su vehemencia. No obstante, se compensa de algún modo con la recordación de nuestros inventos y raciocinios. Tú, como es razón, por los testimonios de amor a mí y a la Filosofia que me tienes dados desde tu mocedad, tomarás a tu cargo el cuidado de los hijos de Metrodoro. Hasta aquí su testamento.

16. Tuvo muchos y muy sabios discípulos, como Metrodoro (Ateneo, Timócrates y Sandes) (710) Lampsaceno, el cual, desde que lo conoció, jamás se apartó de él, excepto seis meses que estuvo en su casa, y se regresó luego. Fue Metrodoro hombre en todo bueno, como escribe Epicuro en su testamento inserto antes, y en su Tercer Timócrates. Siendo tal como era, casó a su hermana Batilde con Idomeneo, y recibió como concubina a la meretriz Ática Leontio. Era constantísimo de ánimo contra las adversidades, y contra la misma muerte, según dice Epicuro en el Primer Metrodoro. Dicen que murió siete años antes que aquel, a los cincuenta y tres de su edad. En efecto, Epicuro mismo, en su testamento, lo supone ya muerto, encargando encarecidamente el cuidado de sus hijos. Tuvo Metrodoro en su compañía a su antes dicho hermano Timócrates. Los libros que escribió Metrodoro son: A las médicos, tres libros; De los sentidos, a Timócrates; De la magnanimidad, De la enfermedad de Epicuro, Contra (711) los dialécticos, Contra los sofistas, nueve libros; Aparato para la sabiduría, De la transmutación, De la riqueza, Contra Demócrito, De la nobleza.

17. También fue discípulo suyo Polieno de Lampsaco, hijo de Atenodoro, hombre benigno y amable, como lo llamó Filodemo. Lo fue igualmente su sucesor Hermaco Mitileneo (hijo de Ageparco, hombre pobre), el cual al principio seguía la Oratoria. De éste quedan excelentes libros, que son estos: veintidós Cartas acerca de Empédocles, De las Matemáticas, contra Platón y contra Aristóteles. Murió en casa de Lisias este varón ilustre. También lo fueron Leonteo Lampsaceno y su mujer Temista, a la cual escribió Epicuro. Lo fueron asimismo, Colotes e Idomeneo, también lampsacenos.

18. Estos fueron los discípulos más ilustres de Epicuro, a los cuales se añaden Polístrato, sucesor de Hermaco (a éste sucedió Dionisio, Basílides), Apolodoro el apellidado Knao cepotyrannos, (712) que también fue célebre, habiendo escrito más de quinientos libros; los dos Tolomeos Alejandrinos, el negro y el blanco. Zenón Sidonio, oyente también de Apolodoro, hombre que escribió mucho; Demetrio, el denominado Lacón; Diógenes Tarsense, que escribió Escuelas selectas (713); Orión, finalmente, y otros, a quienes los verdaderos epicúreos llaman sofistas. Hubo además, otros tres Epicuros: uno, hijo de Leonteo y Temista; otro, nativo de Magnesia, y otro más que fue gladiador.

19. Epicuro escribió muchísimos libros, tantos que superó a todos en esto, pues sus volúmenes son hasta trescientos, y por fuera ninguno tiene otro título que Estas son palabras de Epicuro. Anduvo Crisipo celoso de él en los muchos escritos, como lo dice Caméades llamándolo Parásito de los libros de Epicuro; porque cuando éste escribía algo, luego salía Crisipo con otro escrito igual. Por esta razón escribió repetidas veces una misma cosa, sin ver lo escrito antes, y haciendo especies apresuradamente sin corrección alguna. Son también tantas las citaciones y pasajes de autores que incluye en sus obras, que hay libros enteros que no contienen otra cosa; lo que también hallamos en Zenón y Aristóteles.

20. Son muchos y muy grandes los libros de Epicuro, pero los más importantes son estos: treinta y siete libros De la Naturaleza, De los átomos y del vacío, Del amor, Epítome de los escritos contra los fisicos, Dudas contra los megáricos, Sentencias selectas, De las sectas, De las plantas, Del fin, Del criterio o regla, Queredemo o de los dioses, De la santidad o Hegesianax, cuatro libros De las Vidas, De las obras justas, Neocles, a Temista; Convite, Euríloco, a Metrodoro, De la vista, Del ángulo del átomo, Del tacto, Del hado, Opiniones acerca de las pasiones, a Timócrates; Pronóstico, Exhortatorio, De las imágenes mentales, De la fantasía, Aristóbolo, De la Música, De la justicia y demás virtudes, De los dones y gracia, (714), Polimedes, Timócrates, tres libros; Metrodoro, cinco; Antidoro, dos; Opiniones acerca de las enfermedades, a Mitre; Calístolas, Del Reino, Anamenes, Epístolas.

21. Procuraré dar un resumen de los dogmas y opiniones contenidas en estos libros, trayendo tres cartas suyas, en las cuales comprende toda su filosofía. Pondré también sus sentencias escogidas, y otras cosas que parezcan dignas de notar, a fin de que sepas cuán gran varón fue en todo, si es que soy capaz de juzgarlo. La primera carta la escribe a Herodoto, y es acerca de las cosas naturales; la segunda a Pitocles, y trata de los cuerpos celestes (715); y la tercera a Meneceo, en la cual se contienen las cosas necesarias a la vida. Comenzaré por la primera, luego de haber dicho alguna cosa sobre la división de la Filosofía, según su sentencia.

22. Divide la Filosofía en tres partes o especies: canónica, fisica y moral. La canónica contiene el ingreso o aparato a las operaciones, y la da en el libro titulado Canon. La parte fisica encierra toda la contemplación de la naturaleza, y se halla en sus treinta y siete libros De la Naturaleza, y en sus Cartas por orden alfabético. Y la moral trata de la elección y fuga, y se contiene en los libros De las Vidas (716), en las Cartas, y en el libro Del fin. Pero se ha acostumbrado poner la canónica unida a la física, y la llaman criterio, principio y parte elemental o institutiva. A la parte fisica la intitulan De la generación y corrupción, y De la naturaleza. Y a la moral, De las cosas elegibles y evitables, De las Vidas y Del fin.

23. Reprueban la Dialéctica como superflua, pues en cualquier cosa les basta a los fisicos entender los nombres. Y Epicuro dice en su Canon que los criterios de la verdad son los sentidos, las anticipaciones y las pasiones; pero los epicúreos añaden las accesiones fantásticas de la mente; el mismo Epicuro dice esto en el Epítome a Herodoto y en las Sentencias escogidas: Todo sentido es irracional e incapaz de memoria alguna; pues ni que se mueva por sí mismo ni que sea movido por otro, puede añadir ni quitar cosa alguna. Tampoco hay quien pueda reconvenirlos; no un sentido homogéneo a otro homogéneo, por ser iguales en fuerzas; no un sentido heterogéneo a otro heterogéneo, por no ser jueces de unas mismas cosas; ni tampoco un sentido a otro sentido, pues los tenemos unidos todos. Ni aun la razón puede reconvenirlos, pues toda razón pende de los sentidos, y la verdad de éstos se confirma por la certidumbre de las sensaciones. Efectivamente, tanto subsiste en nosotros el ver y oír, como el sentir dolor. Así que las cosas inciertas se notan por los signos de las evidencias. Aun las operaciones del entendimiento dimanan todas de los sentidos, ya por incidencia, ya por analogía, ya por semejanza y ya por complicación (717); contribuyendo también algo el raciocinio. Los fantasmas (718), de maniáticos y los que tenemos en sueños son verdaderos y reales, puesto que mueven; y lo que no es ni mueve.

24. A la anticipación la entienden como comprensión, opinión recta, cogitación (719), o como un general conocimiento innato, esto es, la reminiscencia de lo que hemos visto muchas veces, por ejemplo: tal como esto es el hombre; pues luego que pronunciamos hombre, al punto por anticipación conocemos su forma (720), guiándonos los sentidos. Así que cualquier cosa, luego que se le sabe el nombre, ya está manifiesta; y ciertamente no inquiriríamos lo que inquirimos si antes no lo conociésemos, como cuando decimos lo que allá lejos se divisa, ¿es caballo o buey? Para esto es menester tener anticipadamente conocimiento de la forma del caballo y del buey, pues no nombraríamos una cosa sin haber aprendido con anticipación su figura; luego las anticipaciones son evidentes. También lo opinable depende de alguna cosa antes manifiesta a la cual referimos lo que hablamos, como al decir: ¿De dónde sabemos si esto es hombre?

25. A la opinión la llaman también conjetura o existimación; y dicen que es verdadera o falsa; si la atestigua alguna prueba, o bien si no hay testimonio que la refute, es verdadera; y si no hay prueba que la asevere o la hay que la refute, es falsa. De aquí se introdujo la voz permaneciente, por ejemplo: permanecer cerca y acercarse a la torre, y observar cuál aparece de cerca.

26. Dicen que las pasiones son dos, deleite y dolor, las cuales residen en todos los animales; una es doméstica o propia; la otra es ajena; y por ellas se juzgan las elecciones y fugas. Que las cuestiones unas son de cosas, y otras de sólo nombre o voz. Hasta aquí de la división y criterio resumido. Ahora vamos a la carta.


EPICURO A HERODOTO: GOZARSE

27. Para los que no puedan, oh Herodoto, indagar cada cosa de por sí de las que he escrito acerca de la Naturaleza, ni estudiar libros voluminosos, hago este resumen de todo ello, a fin de darles un entero y absoluto memorial de mis opiniones, y de que puedan en cualquier tiempo valerse de él en las cosas más importantes, en caso que se dediquen a la contemplación de la Naturaleza. Aun los aprovechados en el estudio del universo deben esculpir en la memoria una imagen elemental de todo, pues más necesitamos de un prontuario general y memorial abreviado, que de las cosas en particular. Entraremos, pues, en él, y lo encomendaremos repetidas veces a la memoria, para que cuando emprendamos la consideración de cosas importantes concebidas antes, e impresas en la memoria las imágenes o elementos generales, hallemos también exactamente las particulares. Lo primero y principal en un aprovechado es poder usar diestramente de su discurso cuando se ofrezca, tanto en los compendios simples y elementales, como en la contemplación de las voces. Ello es que no es posible que sepa la inmensa muchedumbre de las cosas en general quien no sabe reducir a pocas palabras toda su serie y cuanto se halle tratado antes particularmente. Por lo cual, siendo útil a cuantos se dedican a la fisiología este método de escribir, y amonestado muchas veces a ejecutarlo por los físicos, singularmente los dados a esta tranquilidad de vida, conviene formar este compendio de los primeros elementos de las opiniones.

28. Primeramente, pues, oh Herodoto, conviene entender el significado de las voces, para que con relación a él podamos juzgar de las cosas, ya opinemos, ya inquiramos, o ya dudemos, a fin de que no resulte un proceso en infinito andando las cosas vagas e irresolutas, y no estemos sólo con lo vano de las voces. Es necesario, primero atender a la noción de cada palabra, y ya nada necesita de demostración, pues tendremos lo inquirido, lo dudado y lo opinado sobre que nos aprovechemos. O bien, conviene observar todas las cosas según los sentidos, y simplemente según las acciones, ya del entendimiento, ya de cualquiera criterio. En el mismo grado se hallan las pasiones; con lo cual tenemos por donde notar lo permanente y lo cierto (721).

29. Conocidas estas cosas, conviene ya ver las ocultas. Será lo primero, que nada se hace de nada o de lo que no existe; pues de lo contrario, todo nacería de todo sin necesitar de semillas. Y si lo que se corrompe no pasara a ser otra cosa, sino a la no existencia, ya todo se hubiera acabado. Pero el universo siempre fue tal cual es hoy, tal será siempre, y nada hay en que se convierta; pues fuera del mismo universo nada hay que pueda pasar y en que pueda hacer cambio. Esto ya lo dije al principio del Epítome mayor, y en el primero de los libros De la Naturaleza. El universo es cuerpo; y que hay cuerpos en todo, lo atestigua el sentido, estribando en el cual, es fuerza concluir de lo oculto por medio del raciocinio, como dije antes. Si no hubiese el que llamamos vacío, el lugar, y la naturaleza intocable (722) no tendrían los cuerpos adonde estuviesen, ni por donde se moviesen, como es claro que se mueven. Fuera de esto, nada puede entenderse ni siquiera por imaginación, comprensivamente, o análogamente a lo comprensible, como que está recibido por todas las naturalezas, y no como que se llaman secuelas y efectos de ello. (Esto mismo dice en el libro I De la Naturaleza, en el XIV, en el XV y en el Epítome grande) (723).

30. De los cuerpos, unos son concreciones y otros son cuerpos simples de que las concreciones se forman. Son éstas indivisibles e inmutables, puesto que no pueden pasar todos a la no existencia, más bien perseveran firmes cuando se disuelven los compuestos, siendo llenos (724) por naturaleza, y no tienen en qué ni cómo se disuelvan. Así, los principios de las cosas precisamente son las naturalezas de estos cuerpos átomos o indivisibles. Aun el universo es infinito e ilimitado; porque lo que es limitado tiene término o extremo; el extremo se mira por causa de otro; así, lo que no tiene extremo tampoco tiene fin; lo que no tiene fin es infinito, y no limitado. El universo es infinito ya por la muchedumbre de estos cuerpos, ya por la magnitud del vacío; porque si el vacío fuese infinito y los cuerpos finitos, nunca estos cuerpos reposarían, sino que andarían dispersos por el vacío infinito, no teniendo quien lo fijase y comprimiese en sus choques y percusiones. Si el vacío fuese finito, y los cuerpos infinitos, no tendrían estos cuerpos infinitos dónde estar.

31. Además, estos cuerpos indivisibles y llenos, de los cuales se forman las concreciones y en los cuales se disuelven, son incomprensibles o incapaces de ser circunscritos, por la variedad de sus figuras; pues no es posible que la gran diferencia de estas mismas figuras conste de átomos comprendidos. Y más: que cada figura contiene simplemente infinitos átomos; aunque en las diferencias o variedades no son simplemente infinitos, sino sólo incomprensibles. (Pues, como dice más abajo, no hay división en infinito. Dice esto porque sus cantidades cambian; si no es que alguno las eche simplemente al infinito aun en cuanto a las magnitudes).

32. Los átomos se mueven continuamente (725). (Y más abajo dice que se mueven con igual celeridad de movimiento, prestándoles el vacío perpetuamente semejante viaje, tanto a los levísimos como a los gravísimos. Que unos están muy distantes entre sí; otros retienen su trepidación cuando están inclinados a complicarse, o son corroborados (726) por los complicables. La naturaleza del vacío que separa cada átomo es quien obra esto, ya que no pueden darles firmeza. La solidez que ellos tienen causa su trepidación y movimiento, a efectos de la colisión. Que estos átomos no tienen principio, supuesto que ellos y el vacío son causa de todo. Dice también más adelante: Que los átomos no tienen ninguna cualidad, excepto la figura, la magnitud y la gravedad. Y en el libro X de sus Elementos o Instituciones afirma: Que el color de los átomos se cambia según la variedad de sus posiciones; como también que acerca de ellos no se trata de magnitud propiamente tal (727), puesto que el átomo nunca se percibió por los sentidos). Esta voz, cuando se recuerda todo esto, envía a la mente un tipo o imagen idónea de la naturaleza de las cosas.

33. Hay infinitos mundos, sean semejantes o desemejantes; pues siendo los átomos infinitos, como hace poco demostramos, son también llevados remotísimamente. Ni los átomos (de los cuales se hizo o se pudo hacer el mundo) quedaron absumidos en un mundo ni en infinitos; en semejantes a éste, o en desemejantes. Así, no hay cosa que impida la infinidad de mundos. Aun los tipos o imágenes son semejantes en figura a los sólidos y firmes, no obstante que su pequeñez dista mucho de lo perceptible y aparente. Ni estas separaciones o apartamientos pueden no hacerse en lugar circunscrito, ni la aptitud no proceder de la operación de los vacíos y pequeñeces, ni los efluvios dejar de conservar en adelante la situación y base que tienen en los sólidos. A estos tipos los llamamos imágenes. Asimismo, este llevamiento hecho por el vacío sin choque alguno con otras cosas, es tan veloz que corre una longitud incomprensible por grande, en un punto indivisible de tiempo; pues igual lentitud y velocidad reciben con la repercusión y la no repercusión. Ni por eso el cuerpo que es llevado hacia abajo llega a muchos lugares igualmente, según los tiempos que especulamos por la razón, pues esto es incomprensible; y él viene juntamente en tiempo sensible de cualquier pareja del infinito, pero no viene de aquel de quien concebimos que es hecho el llevamiento. Lo mismo sucederá a la repercusión, aunque mientras tanto dejemos sin interrupción lo breve del llevamiento.

34. Es útil poseer este principio, o sea elemento; por razón que las imágenes buenas y provechosas usan de las más extremadas tenuidades. Tampoco se les opone ninguna cosa aparente, y por eso tienen una velocidad extrema, siéndoles proporcionado y conmensurable todo poro o conducto. Además que a su infinito nada o pocas cosas hay que causen obstáculos, cuando a lo mucho e infinito siempre hay quien obste. Se añade que la producción de las imágenes se hace tan velozmente como el pensamiento. El flujo de efluvios de la superficie de los cuerpos es continuo, y desconocido de los sentidos, por la plenitud opuesta que guarda en sólido la situación y orden de los átomos por mucho tiempo; si bien alguna vez está confusa. Las congresiones en el contenido o circunscrito son veloces, por no ser necesario que la plenitud se haga según la profundidad; y hay algunos otros modos que producen estas naturalezas; ninguna cosa de estas relucta a los sentidos si atiende uno a cómo las imágenes producen las operaciones cuando de las cosas externas remiten a nosotros las simpatías, o sea correspondencias.

35. Conviene entonces juzgar que cuando entra alguna cosa externa en nosotros, vemos sus formas y las percibimos con la mente. Las cosas externas no pueden descubrirnos su naturaleza, su color y su figura de otro modo que por el aire que media entre nosotros y ellas; o bien por los rayos o por cualesquiera emisiones o efluvios que de nosotros parten a ellas. Así que nosotros vemos viniendo de las cosas a nosotros ciertos tipos o imágenes de los colores y formas semejantes, arregladas a una proporcionada magnitud, y entrándonos brevísimamente en la vista o en el entendimiento. Después, cuando volvemos la fantasía por la misma causa de uno y continuo, y conservamos la simpatía del sujeto según la conmensurada fijación nacida de allí y de la plasmación de los átomos según la profundidad en el sólido, y la imaginación que concebimos claramente por el entendimiento, por los órganos sensorios, sean de forma, sean de accidentes; ésta es la forma del sólido, engendrada según la densidad sobrevenida, o sea el vestigio remanente de la imagen.

36. En lo que opinamos hay siempre falsedad y error cuando por testimonio no se confirma, o por testimonio se refuta; y no atestiguado después según el movimiento que persevera en nosotros de la accesión fantástica o imaginaria, por medio de cuya separación se comete el engaño. La semejanza de los fantasmas recibidos como imágenes, ya sean en sueños, ya por cualesquiera otras acepciones de la mente, ya por los demás sentidos, no estarían donde están, ni se llamarían verdaderas si no fuesen algo, a saber, aquello a que nos dirigimos o arrojamos. Ni habría error si no recibiésemos también algún otro movimiento en nosotros mismos, unido sí, pero que tiene intervalo. Según este movimiento unido (aunque con intervalo) a la accesión fantástica, si no se confirma con testimonio, o si con testimonio se contradice, se hace la falsedad o mentira; pero si se confirma con testimonio, o con testimonio no se refuta, se hace la verdad. Así que importa mucho retener esta opinión, a fin de que ni se borren los criterios acerca de las operaciones, ni el error confirmado igualmente lo perturbe todo.

37. La audición se hace siendo llevado algún viento de voz o de ruido, que de algún modo prepare la pasión acústica o auditiva. Esta efusión se esparce en partículas de igual mole, que conservan consigo cierta simpatía mutua, unidad y virtud propia, la cual penetra hasta donde se envían o dirigen, y por lo regular es causa de que el otro sienta o perciba. Pero si no, prepara por lo menos lo externo solamente, pues sin dimanar de allí alguna simpatía, ciertamente no se haría semejante percepción. Así que no conviene creer que es el aire quien recibe la impresión de la voz (o de otras cosas) que viene, pues sufrirá muchos defectos en el padecer esto por ella; sino que la percusión que nos da la voz despedida se hace por ciertas partículas o moléculas de la efusión aérea capaces de obrarla, la cual nos prepara la pasión acústica. Lo mismo es del olfato que de la audición, pues nunca operaría esta pasión si no hubiera ciertas moléculas dimanadas de las cosas conmensuradas a mover el órgano sensorio. Algunas de ellas andan perturbada e impropiamente; otras ordenada y propiamente.

38. Se ha de suponer que los átomos no traen cualidad alguna de cuanto aparece, excepto la figura, gravedad, magnitud y demás cosas que necesariamente se siguen a la figura (728), pues toda cualidad cambia; pero los átomos no cambian, porque es preciso que en las disoluciones de los concretos quede alguna cosa sólida e indisoluble, la cual no se mude en lo que no es, ni de aquello que no es, sino según la trasposición en muchas, y en algunas según la accesión y retrocesión. Así que es preciso que las inmutables sean incorruptibles y no tengan naturaleza de cosa cambiante, sino corpúsculo y figuraciones propias. Es necesario, pues, que permanezcan. Y en las cosas que en nosotros voluntariamente se transforman, se recibe la figura que en ellos permanece; pero las cualidades que no están en lo que cambia, no quedan con ella, sino que de todo el cuerpo se aniquilan y destruyen. Entonces las cosas que restan pueden hacer suficientemente diversas concreciones, ya que es preciso queden algunas cosas y no todas paren en el no ser.

39. No se ha de creer que en los átomos hay magnitud absoluta (729), pues acaso lo que parece podría atestiguar lo contrario; sino que hay ciertas transformaciones en las magnitudes. Siendo esto así, se podrá mejor dar razón de las cosas que se hacen según las pasiones y sentidos. El tener los átomos magnitud absoluta o sensible (730), de nada serviría a las diferencias de las cualidades. Además, que si la tuvieran, los átomos se nos presentarían visibles, lo cual no vemos que acontezca, ni podemos concebir cómo pueda el átomo hacerse visible. Se añade a esto, que no se debe juzgar que en un cuerpo finito haya infinitos corpúsculos y de cualquier tamaño. Y así, no sólo se debe quitar la sección o división en infinito de mayor en menor (a fin de no debilitar todas las cosas, y luego nos veamos obligados con la comprensión a extenderlas, como se hace con la comprensión de muchos corpúsculos agregados), sino que ni se ha de considerar posible la transmisión de las cosas finitas en infinitas, aun de mayor a menor. Ni tampoco luego que se dice que una cosa tiene infinitos corpúsculos o de cualesquiera tamaños, se puede entender claramente cómo esta magnitud pueda ser también finita, pues cuando los corpúsculos tienen cierta cantidad, es evidente que no son infinitos; y al contrario, siendo ellos de magnitud determinada, lo sería también la magnitud misma, siendo así que su extremidad es de tenuidad infinita (731). Y si esta extremidad no se ve por sí misma, no hay modo de entender lo que desde ella se sigue; y así en adelante, será fuerza proceder en infinito con la mente.

40. Se debe también considerar lo mínimo (732) que hay en el sentido, que ni es tal como lo que tiene cambios, ni tampoco del todo desemejante, sino que tiene algo de común con las digresiones; pero no tiene intervalo de partes. Y cuando por la semejanza de comunión creemos haber comprendido algo de él, prescindiendo de una y otra parte, precisamente hemos de incidir en igualdad. Luego contemplamos estas cosas comenzando de lo primero; y no en sí mismo, ni porque une partes a partes, sino en la propiedad de éstas, la cual mide sus magnitudes, mucho las grandes y poco las pequeñas. Por esta analogía se ha de juzgar el uso de la pequeñez o mínimo del átomo, pues consta que en pequeñez se diferencia de lo que vemos por el sentido, pero usa de la misma analogía. Y que el átomo tenga magnitud por dicha analogía, lo hemos argüido, dándole pequeñez solamente, excluyendo la longitud. Además, se ha de juzgar que las longitudes tienen sus confines mínimos, pero no confusos, los cuales por sí mismos proporcionan dimensión a los átomos mayores y menores, por la contemplación del raciocinio en las cosas visibles; pues lo que tienen de común con los inmutables basta para llegar a perfeccionar lo que son hasta entonces.

41. La conducción unida (733) de los que tienen movimiento no puede hacerse; y de lo infinito, sea supremo o ínfimo, no se ha de decir que está arriba o abajo, pues sabemos que si lo que se entiende estar sobre la cabeza lo suponemos procedente en infinito, nunca se nos manifestará; ni lo que está debajo de lo así entendido será tampoco infinito a un mismo tiempo hacia arriba y hacia abajo, pues esto no puede entenderse. Así que de la conducción o progreso en infinito, sólo se ha de concebir una hacia arriba y otra hacia abajo; aunque infinitas veces lo que nosotros llevamos hacia lo que está sobre nuestra cabeza, llega a los pies de las cosas superiores, o bien a las cabezas de las inferiores lo que llevamos hacia abajo. Con todo, el movimiento universal opuesto uno a otro, se entiende en infinito.

42. Es también preciso que tengan los átomos igual velocidad cuando son llevados por el vacío sin chocar con nadie (734), pues suponiendo que nada encuentran que los obstruya, ni los graves corren más que los leves, ni los menores más que los mayores, teniendo todos su conducto conmensurado o proporcionado (735), y no hallando tampoco quien les impida ni el llevamiento o movimiento superior, ni el oblicuo por los choques, ni el inferior por los pesos propios. En cuanto uno retiene a otro, en tanto tendrá movimiento, unido a la mente e inteligencia, mientras que nada se le oponga o extrínsecamente, o por el propio peso, o por la fuerza del que choca. Aun las concreciones hechas no serán llevadas una más velozmente que otra, siendo los átomos iguales en velocidad, por ser llevados a un lugar mismo los átomos de tales concreciones, y en tiempo indivisible. Pero si no van a un lugar mismo, irán en tiempo considerado por la: razón, si son o no frecuentes sus choques, hasta que la misma continuación del llevamiento los sujete a los sentidos.

43. Lo que opinan juntamente acerca de lo invisible, a saber, que los tiempos que se han de considerar por la razón deben tener movimiento perenne, no es verdadero en nuestro asunto, pues todo lo que se ve, o lo que por accesión recibe la inteligencia, es verdadero. Después de todo esto, conviene que discurramos del alma en orden a los sentidos y a las pasiones, pues así tendremos una solidísima prueba de que el alma es cuerpo compuesto de partes tenuísimas, difundido por toda la concreción o conglobación, pero muy semejante a espíritu, que tiene temperamento cálido, de un modo parecido a éste, de otro modo parecido a aquel. En particular recibe muchas mutaciones por la tenuidad de sus partes, y aun por las partes mismas; pero ella tiene más simpatía con la concreción suya que con toda la restante. Todo esto lo declaran las fuerzas del alma, las pasiones, los movimientos ligeros, los pensamientos y demás cosas, las cuales si nos faltan, morimos.

44. También se ha de tener por cierto que el alma tiene mucha causa en el sentido; pero no la tendría si en cierto modo no la cubriese todo lo demás la materia. Y aunque este resto concreto le prepara esta causa, y es partícipe del evento mismo, no lo es, sin embargo, de todos los que ella posee; por lo cual, apartándosele el alma, ya no tiene sentido, pues él no participa en sí de aquella virtud, sino que la naturaleza la preparó al otro, como engendrado con él; lo cual ejecutándolo por una virtud perfecta para con él, y consumándolo luego según el movimiento sensible sobrevenido, lo comunica por un influjo común y simpatía, como dije. Así, aun coexistiendo el alma, quitada alguna otra parte, nunca queda el sentido entero (736), como también ésta perecería juntamente disolviéndose quien la cubre, ya sea todo, ya sea alguna parte en quien resida la agudeza y eficacia del sentido. Lo restante de materia o masa que queda, sea unido, sea por partes, no tiene sentido separada el alma; pues a la naturaleza de ésta pertenece una gran multitud de átomos. Y así, disuelta la concreción, se esparce y difunde el alma, y no tiene ya las mismas fuerzas, ni se mueve. Tampoco le queda el sentido, porque no se puede entender que ella sienta si no es usando dichos movimientos en este compuesto, cuando lo que la cubre y contiene no es tal cual es aquello en que existiendo tiene dichos movimientos.

45. (Todavía dice esto mismo en otros lugares; y que el alma se compone de átomos sumamente lisos y redondos (737) muy diferentes de los del fuego; y que lo que está esparcido por lo demás del cuerpo es la parte irracional de ella; pero que la parte racional es la que reside en el pecho, como se manifiesta por el miedo y por el gozo. Que el sueño se hace cuando por el trabajo padecen las partes del alma difundidas por toda la masa corpórea, por ser retenidas o por divagar, y luego caen unidas con las divagantes. Que el esperma se recoge de todos los cuerpos (738); y conviene notar que no es incorpóreo, pues lo dice según la frecuencia del hombre, y no de lo primero que de él se entiende. Según él, no es inteligible lo incorpóreo, sino en el vacío. Este vacío ni puede hacer ni padecer, sino que por sí solo da movimiento a los cuerpos. Así, los que dicen que el alma es incorpórea, deliran, pues si fuera tal, no podría hacer ni padecer, pero nosotros vemos prácticamente en el alma ambos efectos).

46. Quien refiera a las pasiones y sentidos estos raciocinios acerca del alma, y tenga presente lo que dijimos al principio, entenderá bastante que está todo comprendido en los tiempos, de manera que pueda explicarse por partes con toda seguridad y firmeza. Lo mismo se ha de decir de las figuras, los colores, las magnitudes, las gravedades y demás cosas predicadas de los cuerpos como propias de ellos y existentes en todos, al menos en los visibles o en los conocidos por los sentidos y que por sí mismos no son naturalezas. Esto no puede entenderse ni como lo no existente, ni como algunas cosas incorpóreas existentes en el cuerpo, ni como partículas de éste, sino como todo el cuerpo que tiene universalmente naturaleza eterna compuesta de todas estas cosas, ni puede ser conducido sin ellas; como cuando de los mismos corpúsculos se forma una masa o concreción mayor, sea de los primeros, o de magnitudes del todo, pero en algo menores, sino sólo, como digo, que tiene de todos ellos su naturaleza eterna. También se ha de saber que todas estas cosas tienen sus propias adiciones e intermisiones, pero siguiéndole la concreción, y no separándosele nunca, sino aquella que, según la inteligencia concreta del cuerpo, recibe el predicado. También acontece muchas veces a los cuerpos el seguírseles lo que no es eterno ni incorpóreo aun en las cosas invisibles. De manera, que usando de este nombre según la común acepción, manifestamos que los accidentes ni tienen la naturaleza del todo a la cual llamamos cuerpo, tomada en concreto, ni la de los que perpetuamente le siguen, sin los cuales no puede imaginarse cuerpo. Pero según ciertas adiciones, siguiéndose la materia, nombramos cada cosa; y a veces la contemplamos cuando acaece cada una, aun no siguiéndose perpetuamente los accidentes.

47. Ni esta perspicuidad o evidencia se ha de expeler del ente, porque no tiene la naturaleza del todo, a quien sobreviene algo, que también llamamos cuerpo; ni la de los que siguen eternamente, ni la de lo que se cree subsistir por sí mismo. Esto no se ha de entender acerca de dichas cosas, ni de las que suceden eternamente, sino que aun los accidentes se han de tener todos por cuerpos según aparecen, y no perpetuamente adjuntos o siguientes; ni tampoco que tengan por sí mismos orden de naturaleza o sustancia, sino que se ven conforme al modo que da el mismo sentido.

48. También se debe considerar mucho que no se ha de inquirir el tiempo como inquirimos las demás cosas en el sujeto, refiriéndose a las anticipaciones (739) que se ven en nosotros, sino que se ha de raciocinar por el mismo efecto, según el cual pronunciamos, mucho tiempo o poco tiempo, teniendo esto y usándolo innata o congénitamente. Ni se han de ir cazando en esto ciertas locuciones como a más hermosas, sino usar las que hay establecidas acerca de ello. Ni predicar de él ninguna otra cosa como que es consustancial al idioma mismo. Algunos lo ejecutan así; pero yo quiero que se colija que aquí sólo recogemos y medimos lo que es propio en nuestro asunto; y esto no necesita demostración, sino reflexión, pues a los días y a las noches, y aun a sus partes, añadimos tiempo. Lo mismo hacemos en las pasiones, en las tranquilidades, movimientos y reparos, entendiendo de nuevo algún otro evento propio de ello acerca de estas cosas, según el cual nombramos el tiempo. (Esto lo dice también en el libro II De la naturaleza y en el Epítome grande).

49. (Después de lo referido sigue diciendo: que se ha de creer que los mundos fueron engendrados del infinito, según toda concreción finita semejante en densidad a las que vemos, siendo todas éstas discretas y separadas por sus propias revoluciones mayores y menores; y que luego vuelvan a disolverse todas; unas con brevedad, otras con lentitud, padeciendo esto unas por éstas, y otros por aquellas. Es, pues, constante al decir que los mundos son corruptibles, puesto que se transfonnan sus partes. Y en otros lugares dice que la tierra está sentada sobre el aire (740). Que no se debe juzgar que los mundos necesariamente tienen una misma figura, sino más bien diferente; lo dice en el libro XII tratando de esto, de la manera siguiente: que unos son esféricos, otros elípticos y otros de otras figuras; no obstante, no las admite todas).


Notas

(704) Esto es, cegato o cegajoso.

(705) La cótila contenía cerca de media libra de agua, como ya dijimos en otro lugar.

(706) Vinillo como si dijera vino ordinario y vil.

(707) Enero.

(708) Templo de Atenas dedicado a la gran madre de los dioses.

(709) Se entiende mes lunar, o el día 20 de la luna, como declara Cicerón, libro De finibus.

(710) Las palabras puestas entre paréntesis y claudatur son ciertamente espurias, intercaladas por algún semidocto, como prueba Gasendo en la Vida de Epicuro, y lo conocerá cualquiera por lo que se sigue.

(711) Puede ser a, como antes. A los médicos. A Timócrates.

(712) Como si dijera horti-tyrannus.

(713) Eran anotaciones, escolios u observaciones selectas.

(714) Esto es, del favor conseguido por dones y regalos.

(715) Rerum sublimium.

(716) Que arriba, pár. 20, dijo que eran cuatro. Entiendo que en estos libros comprendía Epicuro la parte moral de su Filosofia, cuyo extracto nos ha quedado en su tercera Carta. Así, aunque en los tres lugares se traduce comúnmente el De las vidas, no dudo que pueda traducirse Del modo de vida.

(717) Vocablo griego que no podemos reproducir.

(718) Ibid.

(719) Uso esta voz puramente latina para expresar mejor la griega. El buen concepto que tengo formado de los lectores me alienta en estas materias a desestimar el sobrecejo de los puristas.

(720) Vocablo griego que no podemos reproducir.

(721) Leo (Vocablo griego que no podemos reproducir)por (Vocablo griego que no podemos reproducir), que tiene el texto común, siguiendo el parecer de Künhio.

(722) Vocablo griego que no podemos reproducir.

(723) Este último periodo es de Laercio; y tendrá el lector que sufrir otros muchos que va intercalando fastidiosamente entre las palabras de Epicuro. Yo procuraré indicarlos encerrándolos entre paréntesis.

(724) Como si dijera compactos, sólidos y sin poros.

(725) Crebé, frequenter.

(726) Puede significar cubiertos.

(727) Así traduzco las palabras griegas. Künhio traduce: non quo vis magni tudo sub sensum cadens; lo cual milita contra Demócrito, que admitió átomos sensibles.

(728) Meibonio dice que el color es una de éstas.

(729) Como en la nota 725.

(730) También aquí como en dicha nota 725.

(731) Lucrecio, lib. I, v. 593, dice: Tum porro, quoniam extremum cujusque cacumen corporis est aliquod rostri quod cernere sensus jara nequeunt, id niniirum sine partibus extat, et minima constat natura ...

(732) Lucrecio, lib. I, v. 749: Nec prorswn in rebus Minimum consistere quic quam: Cum videamus id extremum cujusque cacumen esse, quod ad sensus nostros Mínimum esse videtur, consicere ut possis ex hoc, quod cernere non quis extremum quod habent, Minimum consistere rebus.

(733) Esto es, el llevarse consigo lo que es movido, a otro que no lo era.

(734) Lucrecio, lib. II, v. 238: Omnia quapropter debent per inane quietum roque, ponderibus non cequis concita ferri.

(735) Lucrecio, lib. II, v. 397: Singula per cujusque foramina permeare.

(736) Ponen Meibomio y Künhio otras palabras en lugar de lo que se leía comúnmente.

(737) Vocablos griegos que no podemos reproducir.

(738) De todos los corpúsculos de que el cuerpo humano consta.

(739) Proenotiones, anticipaciones.

(740) Lucrecio, lib. II, V. 601: Aeris in spatio magnam pendere docentes tellurem ...

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