Índice de Anarquismo de Miguel Gimenez IgualadaAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LA PERSONALIDAD

En estos tiempos de regresión es muy saludable hacer un esfuerzo para no permitir que nos arrastre la corriente de la barbarie, y si no pudiéramos avanzar, porque la riada es cada día más impetuosa amenazando con destruirlo todo, nos mantendremos en nuestra posición de dignidad, no permitiendo que nos enloden las revueltas aguas del odio, que, al arrastrar tierra de las orillas, hacen más cenegosa la corriente, y al depositar cieno en sus riberas, hacen el aire irrespirable.

Ya llegarán, ya llegarán los días en que podremos reemprender nuestro camino, pues tras la tempestad viene siempre la calma; pero mientras llegan, nos dedicaremos, como el labriego que no puede fecundar los campos en temporal de invierno, a fortalecer nuestra persona, a remozar nuestras ideas y a echar alas para emprender, cuando llegue el momento, nuevo vuelo. Lo fundamental es que no nos lleve la corriente que, impetuosa, pasa al pie de nuestra vivienda y ruge vega abajo; lo esencial es mantenernos, por ahora, al abrigo del bárbaro ciclón de despotismo que sacude el planeta, no permitiendo que el desbordado río arranque las plantas de nuestro jardín -claros pensamientos de ensueño-, porque levantemos dique de contención para que sus cenagosas aguas no invadan nuestras limpias praderas, ya que entre su cieno quedarían simientes de abrojos, prontas a fecundar.

Tarea ardua será la de mantenernos serenos cuando todo cruje y se descuaja; pero sólo tienen valor las acciones que necesitan del bien templado acero de la personalidad para ser realizadas, no las de los que obran como gota de agua o grano de polvo que el ciclón coge en sus hercúleos brazos para estrellarlos contra lo que le estorba; no las de los que olvidan que son humanidad para que, arrastrados por la barbarie, sean obligados a obrar como fuerzas ciegas de destrucción, que el odio dispara.

En casa de nuestros abuelos, cuyos forzados herederos somos, dije en mi libro Más allá del dolor, se cultivaron plantas de humanidad, el aroma de cuyas flores hemos respirado, y se forjó el idioma, gracias al cual nos ha sido posible razonar, estando obligados a aumentar los bienes heredados para que el legado que hagamos a los hijos sea superior al recibido.

Tras previa selección, tan sabia como meticulosa, fueron uniendo imágenes e ideas, soldándolas más bien, resultando de tal unión palabras nuevas, gracias a las cuales podemos nosotros dar a conocer hoy nuestros pensamientos. Entre otras muchas, y como necesitasen expresar al hombre como ser diferente a los demás seres, salió de los crisoles de su ingenio la palabra persona, formada por per, que significó excelencia, y el substantivo sonus, que equivale a sonido. Es decir, la idea que presidió la formación de la palabra persona -¡qué audacia representa la sola concepción de tan bello vocablo y qué sencilla sabiduría demuestra la noble soldadura!-, fue la de sonido excelente, porque excelente representa moral, por lo cual persona viene a ser el sonido humano que el hombre le da a su palabra, la que ha de responder no sólo a una actitud mental, sino a una conducta limpia que concuerde con lo excelente del son del individuo hombre, ya que persona no es sólo palabra para nombrar a un ser, sino que además es virtud, porque significa pensamiento y voluntad y razón y conciencia limpia. Ahora bien, como sin persona no puede haber personalidad, y sólo tienen persona los de sonido claro y excelente, se dice que una persona tiene personalidad cuando sus bellas prendas la hacen distinguirse entre todas, cuando sus cualidades realzan su hombría, cuando, en fin, sus sones son puros y limpios por ser sones de hombre.

Demás está que digamos que no tienen persona los que carecen de sonido humano por no poseer las cualidades y virtudes que dan brillo a la hombría; demás está decir que carecen de personalidad los que se ríen de la palabra hombre, despreciándola por no haberla gustado, al carecer, ¡pobrecillos!, de esas prendas excelentes que permiten que el individuo de la especie homo borre la distancia que separa al animal del hombre.

Cuando se dice que el odio ciega, se dice una verdad, parque el odio, que siempre va acompañado de la ira, produce una sacudida, una exaltación, un trastorno en el sistema nervioso, un empuje hacia la acción animal, que es la acción violenta, obligándonos a desconocer hasta lo evidente, ya que el odio no permite el razonamiento y para que la razón funcione es necesario gozar de augusta calma. Podemos asegurar, pues, que el odio rebaja y aun anula la personalidad, el sonido excelente, el son humano, y que el que actúa bajo la pasión del odio, falsifica los sentimentos del que declara enemigo, porque el que odia vive en estado de falsedad humana, ya que, por ceguera mental, se halla incapacitado para la percepción de sentimientos nobles, imaginándose que todo es feo y oscuro, porque él vive en fealdad y en tinieblas. Y es que bajo la presión del odio, no puede actuar la conciencia con libertad, no puede razonar serenamente el hombre por prohibírselo la irascibilidad, por lo cual todas cuantas acciones realice el individuo mientras se halla bajo los efectos de ese nocivo alcohol, han de ser acciones nefandas, carentes en absoluto de sonido humano, porque el que las realizó, perdió, si es que lo tuvo, el carácter de hombre, carácter o temple que debe estar en la hondura, en la superficie y en toda la trama psíquica de la criatura para obrar como humano en todos los momentos, dominando pasiones y prohibiéndose atentar contra el hombre, pues cuando realiza el atentado es porque no puede dar sonido claro, porque no es persona, porque: ese odio, que no puede extirpar de sí, lo ha convertido en un producto adulterado, en un ser que no es hombre.

Por eso, esta criatura de personalidad adulterada, que vive en estado de falsedad humana, no posee sentimientos, por lo cual se halla incapacitada para reaccionar noblemente ante las congojas de los demás hombres. Este producto adulterado, fanático y verdugo en todas las iglesias, es un ser insensible por carencia de afectos, y cuando adquiere el hábito de moverse, no a intervalos, por fogonazos de odio, sino por una acción permanente del odio, en la que no son posibles ya saludables intermisiones, cae en la crueldad, porque desciende hasta lo átono humano, donde se encuentra lo apersonal (1). De ahí que sea posible ver y analizar el gran daño que causan los que odian, y más todavía los que predican odios, pues si un caso de odio individual puede ser casi siempre un caso de locura curable, un caso en que lo personal adulterado adquiera, por feliz tratamiento de dulzura, el tono humano, la carencia de sentimientos colectivos, por exaltación de la crueldad en la masa (falsos hombres), puede conducir a la humanidad a una horrible regresión por olvido de todo lo noble, de todo sonido excelente, de todo lo bueno personal.

Y he aquí donde debe entrar en funciones la gran labor anárquica. Sí, compañeros que os atrevéis a leerme: henos aquí en el preciso momento en que debemos emprender la gran labor anárquica, estimulando a los hombres a que adquieran la hombría, a que den sonido excelente, a que tengan persona, procurando por todos los medios a nuestro alcance que la masa (estado de falsedad humana) se desintegre para formar unidades valederas que sean capaces de vivir en nobleza y en libertad, porque un conjunto de seres carentes de sonidos humanos, un conjunto de falsos seres humanos, de adulterados seres humanos, puede conducimos a sufrir la más grande crueldad de todos los siglos, mientras que un conjunto de verdaderos seres humanos, de seres que se ingenien y estimulen para adquirir con redoblado empeño el sonido excelente que da la hombría, puede conducimos al vivir armonioso, que es el vivir anárquico.

Por eso hace falta que revisemos todo lo anterior a nosotros, ¡todo!, Y por eso es necesario que creemos y recreemos todos los días conceptos anárquicos, porque por esa creación y re-creación permanente será posible que la anarquía nazca en nosotros también todos los días, manteniéndola así en todo su frescor, ya que anarquía es hija y no madre nuestra, producto de nuestro cerebro y de nuestro corazón, suma de nuestras virtudes, compendio claro y preciso de lo que dan nuestras personas, siendo mejor y más limpia cuanto mejores y más dignos seamos nosotros. Si no hiciéramos así, si no diéramos vida a acciones anárquicas diariamente, a la vez que nos vamos creando y recreando (irnos creando vale tanto como hacernos mejores a voluntad, teniendo cada día sonido más excelente), ni el concepto ni nosotros tendrían otro valor que el de una cosa fría y muerta, ya que el concepto no puede valer si nosotros no valemos, es decir, que no podemos crear ideas limpias mientras nosotros no vivamos limpiamente, pues el valor de la idea está siempre en relación con el valor del hombre. Porque no puede negarse, so pena de caer en el sofisma religioso, que somos nosotros los reguladores de nuestra actividad moral, siendo los administradores de nuestros conceptos, ya que hemos afirmado que somos sus creadores. Por eso es exacto que en la personalidad más pujante existe más riqueza de ideal, y por eso es también axiomático que los que no se esfuerzan en tener personalidad, los que no se preocupan por acumular riquezas morales para poder dar, en su momento, excelente sonido, no pueden ser y no son hombres anárquicos, porque no han salido todavía del estado de falsedad humana (2). ¡Pobres los que no obren con plena conciencia de sí, poniendo su voluntad en querer ser buenos, en querer tener sus propios son es de dulzura, dominando hasta esa misma voluntad, que debe obrar como y cuando el anarquista quiere, ya que la voluntad no es un ser autónomo que vive dentro de otro ser autónomo, que es el hombre, sino una facultad o potencia que el anarquista hace actuar como bien le place!

Pero pocos, ay, son dueños de sí mismos; pocos dan el sonido excelente que quieren dar; pocos se atreven a ser creadores de sus acciones poniendo su voluntad a su propio servicio. Por haber tan pocos, el mundo vive en estado de falsedad humana, en estado de locura ahumana, en estado de permanente beodez en el que el alcohol que se apetece o bebe es sangre de hombres. Pero aunque todos vivan en estados ahumanos, sin ser dueños de sí, el anarquista deberá ser siempre su propio dueño -única manera de que su persona pueda dar excelente sonido-, si es que quiere obrar con reflexión y calma.

El anarquista no bebe alcohol porque trastorna sus facultades y él quiere mantenerlas constantemente alerta, conservando claras y limpias ideas y conducta; pues por las mismas causas no debe beber odio, porque si no puede considerarse hombre libre y digno el que actúa bajo los efectos del alcohol, tampoco puede ser considerado como tal el que actúa bajo los efectos de pasión tan corrosiva y mala como el odio, ya que las dos perturbaciones atentan contra la brillantez de la persona, prohibiéndole el sonido excelente, que es el sonido humano. Y debe hacer eso queriendo hacerlo por sí y ante sí, ya que no puede ignorar que la libertad es una constante conquista de sí mismo, una continuada labor de dominio de sí, venciendo a lo circundante pero también a lo interior para no ser juguete ni de lo que está en el ambiente ni de sus vicios corporales. Claramente: para no ser daerminado, arrastrado o empujado por fuerzas extrañas, para no ser movido como un pobre muñeco de guignol.

Conocido esto por el anarquista, o sea por el digno, por el noble, por el bueno, por el de personalidad destacada y sonido claro y excelente, recibe las injurias de los adulterados con un estoicismo y una serenidad inalterables, ya que no ignora que los adulterados no pueden dar productos nobles, siendo como son, en sí, una corrupción, una desvirtuación, una falsificación del hombre. Los corrompidos mueven a compasión al anarquista, y cuando recibe de ellos una injuria, piensa que hace falta trabajar mucho en la tierra hasta conseguir que todos tengan sonido claro, por lo que se entrega cada vez con más redoblado celo a la enseñanza. Si él contestara al insulto con la grosería, o a la fiereza con el crimen, no sería anarquista, es decir, hombre de sonido excelente, sino que estaría entre los adulterados, entre los que viven, para su desgracia y desgracia ajena, sin haber podido adquirir la luz de la hombría.

Por algo nos atrevimos a decir un día que el anarquista es un ser de excepción: no se conforma con dominar su voluntad y sus pasiones, sino que domina hasta sus tejidos, pues si por casualidad, al recibir una descarga de odio sus manos se crispasen, él, por un esfuerzo consciente en el que toman parte todas las potencias de su ser, hace que la crispación nerviosa cese cuando él lo decide, y que la palabra dura, pronta a brotar de los labios, se trueque en sonrisa, o por lo menos en hermosa calma, porque no puede consentir, sin negarse como hombre de sonido excelente, que su filosofía del amor sea anulada por la irascibilidad animal, oscureciendo su razón y eclipsando sus ideas de fraternidad humana. Es decir, que producido un trastorno orgánico por la ira, el anarquista recobra la calma, dominando su propio organismo, que a tanto alcanza la voluntad de dominio de sí, queriendo como quiere conservar siempre su personalidad sin mancha, sin adulteración, con sonido excelente, pues su razón le dice que si no acepta la dictadura de los hombres sobre sí, menos todavía ha de aceptar la dictadura de sus más bajas pasiones empobreciendo su organismo.

No tiene necesidad alguna el anarquista de conquistar a nadie; pero sí tiene necesidad de conquistarse a sí, y de conquistarse todos los días, porque el ambiente conspira constantemente contra él, contra su libertad, contra la belleza de su personalidad y de su vida. Por eso su esfuerzo debe ser continuado para poder hacer cada vez más rica, bella y libre su personalidad, manteniéndose siempre en la hombría, que es jardín en el que se cultiva la bondad, y no bajando nunca a la animalidad, que es matorral en donde se crian todos los vicios. Para mantenerse en firme posición humana deberá unir estrechamente sus ideas humanas con su conducta humana, vinculándolas tan fuertemente que cuando piense en bondad obre bondadosamente, pues el acto fraternal brotará espontáneamente de su corazón, traducido en palabras suaves y en actos que sean caricias.

Es necesario, por lo tanto, educarse a sí mismo hasta adquirir hábitos de dominio sobre el propio organismo, relacionando los pensamientos del bien con la acción del bien, las ideas de libertad con las acciones de libertad, los conceptos de fraternidad con el cariño, o, por lo menos, con el respeto a las personas, uniendo, y más que uniendo, soldando las ideas de la mente con las acciones de nuestros órganos. Así, la conciencia se sentirá en calma, y, libre de hipocresías, podrá elaborar juicios serenos.

Y, quizá candorosamente, es como considero que irá formándose poco a poco, es verdad, una humanidad nueva, formada a su vez por ricas personalidades anárquicas. Por eso estimulo a que todos desarrollen los fundamentos de su personalidad, a que tengan sonido claro y excelente, a que los anarquistas sean los más dignos, los más nobles y los más buenos de los hombres, porque ya vemos adonde nos ha conducido esta subhumanidad compuesta por hombres adulterados que viven en estado de falsedad humana.



Notas

(1) Todas las religiones trabajaron por reducir la personalidad a su mínima expresión, prohibiendo toda libre manifestación de la persona; pero ninguna llegó a declarar la guerra al hombre en forma tan despiadada y cruel como el marxismo, del cual el comunismo ruso es el más acentuado caso de locura antihumana.

(2) La misión educadora (transfolmadora) del anarquista, del hombre de rica personalidad, está en hacer lo posible para que el de personalidad pobre, que vive en lo que llamo estado de falsedad humana, se transfonne, se amplíe, se enriquezca hasta adquirir el estado de hombría. Este estado de hombría es ya el estado de personalidad anárquica, por lo cual la labor del anarquista, tal y como yo la interpreto, la propago y vivo, no es de acción violenta (revolucionaria), que es tanto como de imposición, sino de cordialidad, de dulzura, de ayuda fraterna, ya que la enseñanza no puede impartirse a garrotazos. Yo creo que si los anarquistas que tienen confianza en la labor educadora y cordial, se dedicaran a propagar bellas y afectivas ideas anárquicas, viviéndolas, harían mucho más bien a la humanidad, contrarrestando así la labor de los violentos, que sólo han hecho mucho mal porque sólo han cooperado con el malestar humano. Así, en este caso producido por los dos o tres bandos violentos que se disputan el mundo, en cuyos bandos sólo figuran hombres adulterados que viven en estado de falsedad humana, a los anarquistas nos corresponde mantener el sonido humano y, si nos es posible, acrecentar la hombría, creando en nosotros las más ricas y bellas personalidades que nunca existieron.

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