Índice de Gorgias o de la retórica de PlatónAnterior apartadoSiguiente apartadoBiblioteca Virtual Antorcha
VII

CALLICLES. - Tú me hablas de alimentos, de brebajes, de medicinas y de otras necedades semejantes. No es esto lo que yo quiero decir.

SÓCRATES. - ¿No confiesas que el más sabio es el mejor? Concede o niega.

CALLICLES. - Lo concedo.

SÓCRATES. - Y que el mejor debe tener más.

CALLICLES. - Sí, pero no se trata de alimentos, ni de bebidas.

SÓCRATES. - Entiendo; quizá se trate de trajes; ¿y es preciso que el más hábil en fabricar telas lleve el traje más grande, y vaya cargado con un número mayor de vestidos y con los más preciosos?

CALLICLES. - ¿De qué trajes hablas?

SÓCRATES. - Al parecer el más entendido en hacer calzado y el que más sobresalga en este género, es preciso que tenga más calzado que los otros; y el zapatero debe ir por las calles con más zapatos y más grandes que los demás.

CALLICLES. - ¿Qué zapatos? ¡Tú chocheas!

SÓCRATES. - Si no es esto lo que tienes en cuenta, quizá sea lo que voy a decir. Por ejemplo, el labrador entendido, sabio y hábil en el cultivo de las tierras debe tener más semillas y sembrar en sus campos mucho más que los demás.

CALLICLES. -Siempre sacas a colación las mismas cosas, Sócrates.

SÓCRATES. - No sólo las mismas cosas, sino sobre el mismo objeto.

CALLICLES. - ¡Pero por todos los dioses! Sin cesar tienes en la boca los zapateros, bataneros, cocineros, médicos, como si aquí se tratara de ellos.

SÓCRATES. - ¿No me dirás, en fin, en qué debe ser más poderoso y más sabio aquel a quien la justicia autorice para tener más que los demás? ¿Consentirás que yo te sugiera la respuesta, o querrás más bien darla tú?

CALLICLES. - Ya hace tiempo que te lo dije. Por de pronto, por los más poderosos yo no entiendo, ni los zapateros, ni los cocineros, sino los hombres entendidos en los negocios públicos y en la buena administración del Estado; y no sólo entendidos, sino valientes, capaces de ejecutar los proyectos que han concebido, sin cejar por debilidad de alma.

SÓCRATES. - Ya lo ves, mi querido Callicles, no son los mismos cargos que uno a otro nos hacemos. Tú me censuras porque digo siempre las mismas cosas, y lo calificas hasta de crimen. Y yo me quejo, por el contrario, de que tú no hablas nunca de manera uniforme sobre los mismos objetos, y de que por los mejores y más poderosos entiendes a los más fuertes como los más sabios. Y he aquí que ahora nos das una tercera definición, y al presente los más poderosos y los mejores son en tu opinión los más valientes. Querido mío, dime de una vez a quiénes llamas mejores y más poderosos y con relación a qué.

CALLICLES. - Ya te he dicho que son los hombres hábiles en los negocios políticos y valientes; a ellos pertenece el gobierno de los Estados, y es justo que tengan más que los otros, puesto que ellos mandan y éstos obedecen.

SÓCRATES. - ¿Son, mi querido amigo, los que se mandan a sí mismos? ¿O en qué haces consistir su imperio y su dependencia?

CALLICLES. - ¿De qué hablas?

SÓCRATES. - Hablo de cada individuo, en tanto que se manda a sí mismo. ¿Es que no es necesario ejercer ese imperio sobre sí mismo, sino solamente sobre los demás?

CALLICLES. -¿Qué entiendes por mandarse a sí mismo?

SÓCRATES. - Nada de extraordinario, sino lo que todo el mundo entiende; ser moderado, dueño de sí mismo, y mandar en sus pasiones y deseos.

CALLICLES. - ¡Estás encantador, Sócrates! Con el nombre de moderados vienes a hablarnos de los imbéciles.

SÓCRATES. - ¿Cómo? No hay nadie que no comprenda que no es eso lo que quiero decir.

CALLICLES. - Es eso, Sócrates. En efecto, ¿cómo un hombre podía ser feliz si estuviera sometido a algo, lo que sea? Pero voy a decirte con toda libertad en qué consiste lo bello y lo justo en el orden de la naturaleza. Para pasar una vida dichosa es preciso dejar que las pasiones tomen todo el crecimiento posible y no reprimirlas. Cuando éstas han llegado a su colmo, es preciso ponerse en situación de satisfacerlas con decisión y humildad, y llenar cada deseo a medida que nace. Es lo que la mayoría de los hombres, a mi juicio, no pueden hacer; y de aquí nace que condenan a todos aquellos que lo consiguen, ocultando porque les da vergüenza su propia impotencia. Dicen que la intemperancia es una cosa fea; como dije antes, encadena a los que han nacido con mejores cualidades que ellos, y no pudiendo suministrar a sus pasiones con qué contentarlas, hacen el elogio de la templanza y de la justicia por pura cobardía. Y a decir verdad, para el que ha tenido la fortuna de nacer hijo de rey, o que ha tenido bastante grandeza de alma para procurarse alguna soberanía, como una tiranía o un reinado, nada sería más vergonzoso y perjudicial que la templanza; toda vez que un hombre de estas condiciones, pudiendo gozar de todos los bienes de la vida sin que nadie se lo impida, sería un insensato si eligiese en sus propios dueños las leyes, los discursos y las censuras del público. ¿Cómo podía dejar de hacerle desgraciado esa pretendida belleza de la justicia y de la templanza, puesto que le quitaba la libertad de dar más a sus amigos que a sus enemigos, y esto siendo al mismo tiempo soberano en su propia ciudad? Tal es el estado de las cosas, Sócrates, atendida la verdad, que es la que tú buscas, según dices. La molicie, la intemperancia, la licencia cuando nada les falta; he aquí en qué consisten la virtud y la felicidad. Todas esas otras bellas ideas y esas convenciones, contrarias a la naturaleza, sólo son extravagancias humanas, a las que no debe prestarse atención.

SÓCRATES. - Acabas, Callicles, de exponer tu opinión con mucho arranque y desenfado; te explicas claramente sobre cosas que los demás piensan, es cierto, pero que no se atreven a decir. Te conjuro a que no aflojes en manera alguna, con el fin de que veamos en claro el género de vida que es preciso arrastrar. Dime, ¿sostienes que para hacer tal como debe uno ser, no es preciso reñir con sus pasiones, sino antes bien dejarlas que crezcan cuanto sea posible, y procurar por otra parte satisfacerlas, y que en esto consiste la virtud?

CALLICLES. - Sí, lo sostengo.

SÓCRATES. - Sentado esto, resulta que es un gran error el decir que los que no tienen necesidad de nada son dichosos.

CALLICLES. - De otro modo, nada sería más dichoso que las piedras y los cadáveres.

SÓCRATES. - Pero aun así sería una vida terrible esa de que hablas. En verdad, no me sorprendería que lo que dice Eurípides fuese cierto: ¿Quién sabe si la vida es para nosotros una muerte y la muerte una vida? Quizá nosotros no morimos realmente como he oído decir a un sabio, que pretendía que nuestra vida actual es una muerte y nuestro cuerpo una tumba, y que esta parte del alma donde residen las pasiones, es naturalmente tornadiza en sus opiniones y susceptible de pasar de un extremo a otro. Un hombre de talento, siciliano quizá o italiano, explicando esto mediante una fábula, en lo que era muy entendido, haciendo alusión al hombre, llamaba esta parte del alma un tonel, a causa de la facilidad con que cree y se deja persuadir, y llamaba a los insensatos profanos, que no han sido iniciados. Comparaba la parte del alma de estos insensatos, en la que residen las pasiones, en cuanto es intemperante y no puede retener nada, a un tonel sin fondo, a causa de su insaciable avidez. Este hombre, Callicles, decía, en contra de tu opinión, que de todos los que están en el Hades (entendía por esta palabra lo invisible), los más desgraciados son estos profanos que llevan a un tonel agujereado el agua, que sacan con una criba igualmente agujerada. Esta criba, decía, explicándome su pensamiento, es el alma; y designaba por una criba el alma de estos insensatos para demostrar que está agujereada, y que la desconfianza y el olvido no le permiten retener nada. Toda esta explicación es bastante extravagante. Sin embargo, ella patentiza lo que quiero darte a conocer para ver si puedo conseguir que cambies de opinión y que prefieras a una vida insaciable y disoluta una vida arreglada, que se contenta con lo que se venga a la mano, y que no desea más. ¿He ganado, en efecto, terreno sobre tu espíritu, y volviendo sobre ti mismo crees que los hombres moderados son más dichosos que los relajados; o es cosa que nada he adelantado, y que aun cuando refiera muchas explicaciones mitológicas como ésta no por eso estás más dispuesto a cambiar de opinión?

CALLICLES. - Es verdad el último punto, Sócrates.

SÓCRATES. - Permite que te proponga un nuevo emblema, que es de la misma escuela que el anterior. Mira si lo que dices de estas dos vidas, la moderada y la desarreglada, no es como si supusieras que dos hombres tienen un gran número de toneles; que los toneles de uno están en buen estado y llenos, éste de vino, aquél de miel, un tercero de leche, y los demás de otros muchos licores; que, por otra parte, los licores son raros, difíciles de adquirir y que no se puede uno hacer con ellos sino con muchas dificultades; que una vez llenados los toneles no haya ningún derrame ni tenga el dueño ninguna inquietud, y en este punto esté muy tranquilo; y que el otro pueda también, aunque con la misma dificultad, hacerse con los mismos licores que el primero, pero que, por lo demás, estando sus toneles agujereados y podridos, se vea en la necesidad de renovarlos día y noche, viéndose agitado por continuas molestias. Siendo este cuadro la imagen de una y otra vida, ¿dirás que la del libertino es más dichosa que la del moderado? ¿Será posible que no convengas aún, en que la condición del segundo es preferible a la del primero? ¿O no causa esto ninguna impresión en tu espíritu?

CALLICLES. - Ninguna, Sócrates; porque este hombre, cuyos toneles permanecen llenos, no disfruta ningún placer, y desde que los ve llenos se verifica lo que dije antes: que vive el dueño como una piedra, sin sentir en adelante ni placer ni dolor. Al contrario, las dulzuras de la vida consisten en derramar cuanto sea posible.

SÓCRATES. - ¿No es necesario que si mucho se vierte, mucho se derrame, y no son precisos grandes agujeros para estos derramamientos?

CALLICLES. - Sin duda.

SOCRATES. - La condición de la que hablas no es ciertamente la de un cadáver ni la de una piedra, sino la de un abismo. Además, dime: ¿No reconoces lo que se llama tener hambre, y comer teniendo hambre?

CALLICLES. - Sí.

SÓCRATES. - ¿Lo mismo que tener sed y beber teniendo sed?

CALLICLES. - Sí; y sostengo que es vivir dichoso experimentar estos deseos y otros semejantes y estar en situación de poderlos satisfacer.

SÓCRATES. - Muy bien, querido mío; continúa como has comenzado, y está alerta, no sea que la vergüenza se apodere de ti y también es preciso, por mi parte, que no me ruborice. Por lo pronto dime, ¿es vivir dichoso tener sarna y comezón, tener que rascarse en grande y pasar toda su vida en este rascamiento?

CALLICLES. - ¡Qué absurdos dices, Sócrates, y qué hablador eres!

SÓCRATES. - Pues así impuse silencio e hice ruborizar a Polo y a Gorgias. Tú, a fe que no hay miedo de que te acobardes ni te ruborices, porque eres demasiado valiente. Pero responde mi pregunta.

CALLICLES. - Digo que el que se rasca vive agradablemente.

SÓCRATES. - Y si su vida es agradable, ¿no es dichosa?

CALLICLES. - Sin duda.

SÓCRATES. - ¿Bastará con que experimente comezón sólo en la cabeza? ¿O es preciso que la sienta en alguna otra parte? Contéstame. Mira, Callicles, lo que respondes, si se han de llevar las cuestiones de este género tan lejos cuanto puedan ir y para decirlo de una vez, concedido esto, ¿no es triste, vergonzosa y miserable la vida de los hombres corrompidos? ¿Te atreverás a sostener que estos hombres son dichosos si tienen medios abundantes para satisfacer sus apetitos?

CALLICLES. - ¿No te avergüenza, Sócrates, de hacer recaer la conversación sobre semejantes objetos?

SÓCRATES. - ¿Soy yo, querido mío, el que da motivo, o lo es el que sienta resueltamente por base que el que experimente placer, de cualquier naturaleza que sea, es dichoso sin hacer ninguna distinción entre los placeres honestos y los deshonestos? Explícame esto. ¿Dices que lo agradable y lo bueno son una misma cosa? ¿O admites que hay cosas agradables que no son buenas?

CALLICLES. - Para que no haya contradicción en mi discurso, como lo habría si dijera que lo uno es diferente de lo otro, respondo que son la misma cosa.

SÓCRATES. - Echas a perder lo que se ha dicho antes, y ya no podremos decir que buscamos la verdad con sinceridad, si falseas tu pensamiento, mi querido Callicles.

CALLICLES. - Tú me das el ejemplo, Sócrates.

SÓCRATES. - Si es así, yo obro mal igual qué tú. Pero mira, querido mío, si el bien sólo consiste en el placer, cualquiera que sea; porque si esta opinión es verdadera, al parecer resultan vergonzosas todas las consecuencias que acabo de indicar con palabras disfrazadas y otras muchas semejantes.

CALLICLES. - Sí, a lo que tú crees, Sócrates.

SÓCRATES. - ¿Y tú, Callicles, aseguras que esto es cierto?

CALLICLES. - Sí.

SÓCRATES. - ¿Combatiré esta opinión considerando que la sostienes formalmente?

CALLICLES. - Muy formalmente.

SÓCRATES. - En buena hora. Puesto que es tal tu manera de pensar, explícamelo. ¿No hay una cosa a la que llamas ciencia?

CALLICLES. - Sí.

SÓCRATES. - ¿No hablaste antes del valor unido a la ciencia?

CALLICLES. - Es cierto.

SÓCRATES. - ¿No lo has distinguido, en cuanto el valor es otra cosa que la ciencia?

CALLICLES. - Seguramente.

SÓCRATES. - Pero el placer ¿es lo mismo que la ciencia o difiere de ella?

CALLICLES. - Difiere de ella, muy discreto Sócrates.

SÓCRATES. - ¿Y el valor también es diferente al placer?

CALLICLES. - Sin duda.

SÓCRATES. - Aguarda, para que se nos grave esto en la memoria: Callicles de Acarnea sostiene que lo agradable y lo bueno son una misma cosa, y que la ciencia y el valor son diferentes entre sí, y ambos, de lo bueno. Sócrates de Alopeces, ¿conviene o no en esto?

CALLICLES. - No conviene.

SÓCRATES. - Tampoco creo yo que Callicles consienta en ello cuando reflexione seriamente sobre sí mismo. Porque dime, no crees que la manera de ser de los que son dichosos es contraria a la de los desgraciados?

CALLICLES. - Sin duda.

SÓCRATES. - Puesto que estas dos maneras de ser son opuestas, ¿no es necesario que suceda con ellas lo que con la salud y la enfermedad? Porque el mismo hombre no está al mismo tiempo sano y enfermo, y no pierde la salud al mismo tiempo que está libre de la enfermedad.

CALLICLES. - ¿Qué quieres decir?

SÓCRATES. - Lo siguiente, tomemos por ejemplo la parte del cuerpo que quieras. ¿No se padece alguna vez una enfermedad que se llama oftalmía?

CALLICLES. - ¿Quién lo duda?

SÓCRATES. - Es claro que al mismo tiempo no se tienen los ojos sanos.

CALLICLES. - De ninguna manera.

SÓCRATES. - ¡Y qué! Cuando uno se cura de oftalmía, ¿pierde la salud de los ojos, y se ve uno privado a la vez de lo uno y de lo otro?

CALLICLES. - No, ciertamente.

SOCRATES. - Porque eso sería prodigioso y absurdo. ¿No es así?

CALLICLES. - Seguramente.

SÓCRATES. - Pero a mi entender, lo uno viene y lo otro se va sucesivamente.

CALLICLES. - Estoy de acuerdo.

SOCRATES. - ¿No debe decirse otro tanto de la fuerza y de la debilidad?

CALLICLES. - Sí.

SÓCRATES. - ¿Y lo mismo de la velocidad y de la lentitud?

CALLICLES. - Sin duda.

SÓCRATES. - ¿Se adquieren, pues, a la vez y se pierden uno en pos de otro los bienes, y los males, la felicidad y la desgracia?

CALLICLES. - Sí, ciertamente.

SÓCRATES. - Y así, si descubrimos algunas cosas que se pierden y se poseen al mismo tiempo, ¿no será prueba evidente de que no son un mal ni un bien? ¿Confesaremos esto? Examínalo bien antes de responder.

CALLICLES. - Sin dudar lo confieso.

SÓCRATES. - Volvamos, pues, a lo que convenimos antes. ¿Has dicho del hambre que era una sensación agradable o dolorosa? Hablo del hambre tomada en sí misma.

CALLICLES. - Sí, es una sensación dolorosa. Y comer con hambre es una cosa agradable.

SÓCRATES. - Ya entiendo. Pero el hambre en sí misma, ¿es dolorosa o no?

CALLICLES. - Digo que lo es.

SÓCRATES. - ¿Y la sed también, sin duda?

CALLICLES. - Seguramente.

SÓCRATES. - Necesito hacerte nuevas preguntas. ¿Convienes en que toda necesidad y todo deseo son dolorosos?

CALLICLES. - Convengo en ello, no interrogues más.

SÓCRATES. - En buena hora. Beber teniendo sed ¿no es, en tu opinión, una cosa agradable?

CALLICLES. - Sí.

SÓCRATES. - ¿No es cierto que tener sed causa dolor?

CALLIICLES. - Sí.

SÓCRATES. - ¿Y beber no es procurarse la satisfacción de una necesidad y un placer?

CALLICLES. - Sí.

SÓCRATES. - Luego beber es tener un placer.

CALLICLES. - Sin duda.

SÓCRATES. - Y lo es porque se tiene sed.

CALLICLES. - Sí.

SÓCRATES. - ¿Es decir, porque se experimenta dolor?

CALLICLES. - Sí.

SÓCRATES. - De aquí resulta que cuando dices beber teniendo sed, es como si dijeses sentir placer, experimentando dolor. Estas dos sensaciones, ¿no concurren al mismo tiempo y en el mismo lugar, del alma o del cuerpo, como quieras, porque esto a mi parecer, nada significa? ¿Es cierto o no?

CALLICLES. - Es cierto.

SÓCRATES. - ¿Pero no has confesado que es imposible ser desgraciado al mismo tiempo que uno es dichoso?

CALLICLES. - Y lo sostengo aún.

SÓCRATES. - Acabas de reconocer también que se puede experimentar placer sintiendo dolor.

CALLICLES. - Así parece.

SÓCRATES. - Luego sentir placer no es ser dichoso, ni sentir dolor ser desgraciado; y por consiguiente, lo agradable es diferente a lo bueno.

CALLICLES. - No sé qué razonamientos capciosos empleas, Sócrates.

SÓCRATES. - Lo sabes muy bien, pero disimulas, Callicles. Todo es una broma de tu parte. Pero continuemos, para que te quede claro hasta qué punto eres sabio tú que me das consejos. ¿No se cesa al mismo tiempo de tener sed y sentir el placer que se tiene en beber?

CALLICLES. - No entiendo nada de lo que dices.

GORGIAS. - No hables así, Callicles; responde aunque sea sólo por respeto a nosotros, con el fin de que se concluya esta disputa.

CALLICLES. - Sócrates es siempre el mismo, Gorgias. Se vale de preguntas ligeras, que nada importan y después nos refuta.

GORGIAS. - ¿Qué te importa? No es cosa que te atañe, Callicles. Te comprometiste a dejar a Sócrates argumentar a su manera.

CALLICLES. - Continúa, pues, con tus lacónicas preguntas, pues es el dictamen de Gorgias.

SÓCRATES. - Tienes la fortuna, Callicles, de haberte iniciado en los grandes misterios antes que en los pequeños. No hubiera creído que se permitiera. Vuelve ahora al punto en el que lo dejaste, y dime si no se cesa al mismo tiempo de tener sed y de sentir placer.

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