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I

De la asociación.

Se ha sentado vagamente como principio, que los hombres han sido creados para la sociedad, sin observarse que la sociedad puede ser de dos clases: fragmentaria y combinada, o sea el estado antisocialista y el estado socialista. La diferencia entre uno y otro es la que hay de la verdad al error, de la riqueza a la miseria, de las cumbres a la planicie, de las mariposas a los gusanos.

El siglo, en sus presentimientos sobre la Asociación, ha seguido una marcha vacilante; ha temido fiarse de sus inspiraciones que le hacían esperar un gran descubrimiento, ha soñado con el vínculo socialista, y no se ha atrevido a proceder a la investigación de los medios, sin pensar ni reflexionar jamás acerca de la alternativa siguiente:

Sólo pueden existir dos métodos para el ejercicio de la industria; a saber: el estado fragmentario o cultivo por familias aisladas, tal como hoy existe, o el estado socialista.

Dios no puede optar para el ejercicio de los trabajos humanos, sino entre grupos e individuos; entre la acción socialista y combinada y la acción incoherente y fragmentaria. Es un principio que debe recordarse sin cesar.

Como discreto distribuidor no ha podido especular acerca del empleo de las parejas aisladas que obran sin unidad por el método civilizado; porque la acción individualista lleva en sí siete gérmenes de desorganización de los cuales cada uno basta por sí solo para engendrar multitud de desórdenes. Vamos, por la enumeración simple de esos vicios, a juzgar si Dios pudo titubear un instante en proscribir el trabajo fraccionado que los engendra.

Vicios de la acción individual en la industria.

Trabajo asalariado; servidumbre indirecta.

1° Muerte del funcionario.

2° Inconstancia personal.

3° Contraste del carácter entre el padre y el hijo.

4° Ausencia de economía mecánica.

5° Fraude, latrocinio y desconfianza general.

6° Intermitencia de la industria por falta de medios.

7° Conflicto de empresas contrarias.

Contrariedad del interés individual y el colectivo.

Ausencia de unidad en los planes y en su ejecución.

¿Dios hubiera adoptado todos estos vicios como base del sistema social si se hubiera fijado en el método filosófico que sostiene el trabajo fraccionado? ¿Se puede atribuir al Creador tamaña sinrazón? Concedamos algunas líneas al examen de cada uno de esos caracteres, paralelamente a los efectos del socialismo.

La muerte.- Viene a detener las más útiles empresas de un hombre en circunstancias en que nadie, alrededor de él, posee la intención de continuarlas o tiene el talento y capitales necesarios para proseguirlas.

**** Las series pasionales no mueren nunca; reemplazan cada año por nuevos neófitos los asociados que les arrebata la muerte.

La inconstancia.- Se apodera del individuo y le hace descuidar o cambiar las disposiciones, oponiéndose a que la obra alcance la perfección y la estabilidad.

**** Las series no están sujetas a la inconstancia; no podría ésta causar ni suspensión temporal ni versatilidad en sus trabajos. Si arrebata anualmente algunos asociados, otros aspirantes los reemplazan pronto y restablecen el equilibrio, el cual puede también mantenerse haciendo un llamamiento a los ancianos que son cuerpos auxiliares en caso de urgencia.

El contraste del carácter del padre y el hijo y del donante y el heredero; contraste que hace abandonar o desnaturalizar por uno los trabajos comenzados por otro.

**** Las series están exentas de ese vicio porque se constituyen por afinidad de inclinación y no por vínculos consanguíneos, que es prenda de disparidad de inclinaciones.

La ausencia de economía mecánica; ventaja rehusada a la acción individual: se necesita masas numerosas para mecanizar todo trabajo, sea de menaje, sea de cultivo.

**** Las series por el doble recurso de las masas numerosas y del concurso social, elevan por necesidad al más alto grado el mecanismo.

El fraude y el latrocinio, vicios inherentes a toda empresa en que los agentes no están cointeresados por el reparto proporcional a las tres facultades: capital, trabajo, inteligencia.

**** El mecanismo serial, plenamente al abrigo del fraude y latrocinio, está dispensado de tomar las precauciones ruinosas que exigen estos dos riesgos.

Intermitencia de la industria, por falta de trabajo, de tierras, de máquinas, de instrumentos, de talleres y otras que, a cada instante, suspenden y paralizan la industria civilizada.

**** Se ignoran estas trabas en el régimen socialista, constante y copiosamente provisto de todo lo necesario para la perfección y la integralidad de los trabajos.

El conflicto de las empresas. - Las rivalidades civilizadas son malévolas y no emulativas. Un fabricante trata de hundir a su competidor. Los industriales son legión de enemigos entre si.

**** En las series no existe este espíritu insociable, pues cada una está interesada en el éxito de las otras y la masa no emprende más que labores agricolas y fabriles, cuyo éxito está garantido.

Los intereses individuales y colectivos en pugna. - Véase el asolamiento de los bosques, la gradual extinción de la caza, la pesca, y la perturbación climatérica.

**** Efecto contrarío en las series. Concierto general para el mantenimiento de las fuentes de riqueza y la restauración climatécica de manera integral y compuesta.

9° En fin: el trabajo asalariado o servidumbre indirecta, prenda de infortunio, de persecución, de desesperación para el industrial civilizado y bárbaro.

**** Contraste sorprendente con la suerte del industrial socialista, que goza plenamente de los nueve derechos naturales definidos.

Después de la lectura de ese cuadro cada cual puede inferir como conclusión que habiendo podido Dios elegir entre esos dos mecanismos, entre un océano de absurdos y un océano de perfecciones, no ha podido ni titubear en la elección.

Toda vacilación resultaria contradictoria con sus propiedades, y en especial con la de la economía de los resortes que contravendria al optar por el estado fraccionado, contra la Asociación, que opera economías de todas clases; ahorra contracción, salud, tiempo, fastidio, estancamiento, incertidumbres, engaños, mano de obra, máquinas, derroteros, preservativos, desperdicio; y duplica la acción.

Según la opinión de todos los sofistas, el hombre fue creado para la sociedad; partiendo de tal principio, ¿el hombre debe tender a la menor o a la mayor sociedad posible? Es, fuera de duda, que en la mayor encontrará todas las ventajas de mecánica económica; y puesto que no hemos llegado sino a la infinitamente pequeña, al trabajo familiar, ¿se necesitan más indicios para comprobar que la civilización es tan antípoda del destino humano como de la verdad?

Los políticos miopes que han creído hacer sabios ensayos, probando con pequeñas reuniones de una veintena de familias, caían en el doble error:

De fijarse en el pequeño número que no produce las grandes economías ni los recursos mecánicos; y

De poner en juego el espíritu de familia que, tendiendo al egoísmo, debe ser absorbido en los lazos corporativos.

Primer error: La inducción del pequeño número al grande. Es, sin duda, muy dificil asociar dos, tres, cuatro hogares, y hasta diez o doce; se ha deducido de ello que seria mucho más imposible asociar doscientos o trescientos.

Los modernos, en esta opinión, son comparables a los marinos tímidos que, antes de Cristóbal Colón, no se atrevían a avanzar más de 200, 300 o 400 leguas en el Atlántico. Cada uno de ellos volvia asustado, declarando que ese mar era un abismo sin fin y que era locura aventurarse en él. Si uno más arrojado hubiera llegado a navegar seiscientas u ochocientas leguas sin encontrar la América, todos hubieran convenido, sin empacho, en que la hipótesis de un nuevo Continente, era ridícula. En fin, si un bajel más temerario se hubiese alejado 1.000 o 1.200 y hubiera vuelto sin resultado, todos hubieran relegado el descubrimiento a la categoria de las locuras. Sin embargo, para triunfar hacia falta persistir y avanzar 1.800 leguas.

Tal es el método que hay que seguir en los estudios de la Asociación. No se necesita más esfuerzo de genio que ir adelante, no desanimarse por un fracaso en pruebas pequeñas, no deducir de lo pequeño lo grande, sino perseverar graduando los ensayos. Si se fracasa sobre cuatro familias, es preciso especular con ocho; después con dieciséis, luego con treinta y dos, sesenta y cuatro, con ciento veintiocho.

Al llegar a este número se habrá triunfado, salvo en lo de las series pasionales y sesiones cortas, que no podrian intentarse con menos de 350 o 400 personas. Por pocos ensayos que se hubieran intentado durante medio siglo con sesenta, ochenta o cien familias, se habria necesariamente llegado al mecanismo de las series.

Los agrupamientos coloniales que se forman a menudo en Europa y que emigran a América o Africa, no convendrian ni para una tentativa de Asociación mínima. Es preciso para el mecanismo de las series una graduación de edades variables, asi como de fortunas, caracteres, conocimientos, etc. El grado número uno es el menos exigente sobre esa variedad, pero requiere alguna graduación que falta en esas cuadrillas de emigrantes para las colonias: ellas se componen de gente la mayoria sin fortuna; les falta con frecuencia ancianos y niños; y carecen de otros muchos resortes indispensables; pero asi y todo podria escogerse uno de esos grupos, como nudo, y seria fácil añadir las variedades indispensables para una reunión de primer grado de 400 personas.

No basta, pues, reunir tal número de personas. Es preciso reunir las desigualdades graduadas de todas las facultades y extender la escala de desigualdades en relación al grado de pruebas; es decir, que en el grado superior es preciso juntar desde el hombre sin fortuna, grado cero, hasta un cienmillonario; mientras que en el grado inferior bastará una escala de pequeñas fortunas graduadas desde el O, a los 20.000 francos de capital.

Varios sofistas, bien intencionados sin duda, han publicado en pocos años algunos escritos sobre una rama subalterna de la Asociación.

Se han equivocado desde el titulo, pues han tomado como superlativo del vinculo socialista una de sus más insignificantes ramas que solo tiende a la firmeza y al monopolio industrial, vínculo que se puede llamar concentración accionista o industria emprendida por acumulación de pequeños capitales.

La concentración accionista asocia los jefes y no los cooperadores; es un régimen bastante especial que empieza brillantemente y se recomienda por lo grande y útil de las empresas que puede abarcar: tales son, en lo material, el canal de Caledonia, y en lo político, la compañía inglesa de las Indias.

Pero ¿a qué tiende esta operación? ¿Cuál sería su influencia, una vez generalizada, cuando haya invadido y entregado a compañías accionistas todas las ramas de la industria? Digo todas porque si esas compañías no conocen aún el medio de reducir a la agricultura y monopolizarla lo conocerán en breve: el comer y el rascar todo es empezar. Después, aprovechándose de un momento de guerra y penuria, arrastrarían a los gobiernos a esta concesión.

Entonces se organizaría una federación de monopolios graduados y afiliados, llegándose al feudalismo comercial o cuarto grado del movimiento civilizado.

La civilización ha comenzado por líneas de grandes vasallos: oligarquía, sea nobiliaria, bien patriarcal; debe acabar por la vuelta a otra oligarquía de distinta clase, que será la mercantil, siendo los oligarcas los jefes de las compañías por acciones. El contacto de los extremos es la ley general del movimiento; ley que se reproduce en todos los fenómenos naturales, por ejemplo: en las fases de la luna que después del creciente directo acaba por una creciente a la inversa.

Si se pretende dar a la concentración accionista el título de Asociación; se toma la forma por el fondo; porque el fondo abraza las dos funciones primordiales, a saber: gestión agrícola y gestión doméstica, de las cuales no se han ocupado nuestros escritores actuales. No saben asociar sino los elementos principales: los jefes, no tomando de la Asociación la realidad, sino la sombra.

A pesar de este error, los sofistas a quienes refuto no son menos laudables por sus tentativas. Toda ciencia comienza por incertidumbres, por éxitos parciales y conduce por grados a la solución desigual de los problemas. Así esos primeros pasos vacilantes que he llamado concentración son ya más loables que la apatía de los siglos precedentes acerca del más urgente de los estudios.

Vemos en el régimen civilizado destellos de asociación material solamente, gérmenes debidos más al instinto que a la ciencia. El instinto enseña a cien familias lugareñas que un horno trivial costará mucho menos en albañilería y combustible que cien pequeños hornos caseros, y será mejor dirigido por dos o tres panaderos competentes que por las cien amas de casa, que se equivocarían a menudo sobre el grado de calor necesario al horno y el pan para su cocción.

El buen sentido ha enseñado a los habitantes del Norte, que si cada familia quisiera fabricar su cerveza, costaríale más cara que el buen vino comprado. Una reunión doméstica, una compañía militar, comprenden por instinto que una sola comida para treinta o cien personas será mejor y menos costosa que treinta o cien cocinas separadas.

Los campesinos del Jura, comprendiendo que no podían con la leche de una sola casa, hacer el queso llamado Gruyere, se reunieron llevando cada día la leche a un taller común, donde se toma nota de la que lleva cada uno, y de la reunión de esas pequeñas masas de leche, se hace, con poco gasto, un gran queso en una gran caldera.

El descubrimiento de una teoría de asociación industrial ha sido presentido hace tiempo por Inglaterra, que hace investigaciones activas y ensayos dispendiosos para organizar la asociación doméstica. Los ingleses, confusos de ver entre ellos cómo por todas partes crece la miseria del pueblo en razón de la riqueza nacional y del progreso de la industria, han debido pensar que se necesitaba algún medio nuevo para salir de ese dédalo. Han presumido con razón, que la industria socialista ofrecería recursos para mejorar la suerte de las clases inferiores, pero sus ensayos no han sido felices. No deben sorprenderse. La Asociación era tierra virgen; un nuevo mundo científico, y no es extraño que se extraviaran cuando para guiarse, carecen aún de brújula y de teorías.

En vista de los detalles que han facilitado los periodistas acerca de los establecimientos ingleses confiados a la dirección de Mr. Owen, parece que se han cometido tres faltas capitales, cada una de las que, aisladamente, basta para producir el fracaso de la empresa. Analicemos esas faltas:

Exceso de número. - Dícese que se emplean en esas tentativas de cincuenta a seiscientas familias, o sean tres mil individuos. Es demasiado, porque el más alto grado de la Asociación no se extiende a más de mil o mil setecientas personas, hombres, mujeres y niños, y el grado inferior puede ser limitado a cuatrocientos.

La igualdad. - Es un veneno político en la Asociación; los ingleses lo ignoran y forman sus reuniones de familias de casi idéntica fortuna. El régimen socialista es tan incompatible con la igualdad de fortunas como con la uniformidad de caracteres; quiere en todos sentidos la escala progresiva, la mayor variedad de funciones, y, sobre todo, el asamblaje de contrastes extremos, como el del hombre opulento con el hombre sin fortuna, del carácter arrebatado con el apático, del joven con el viejo, etc.

La ausencia de agricultura. - Es imposible organizar una asociación regular y bien equilibrada prescindiendo de los trabajos agrícolas, o a lo menos de los jardines, vergeles, rebaños y corrales, con gran variedad de animales y vegetales. Ignórase tal principio en Inglaterra, donde se opera sobre artesanos con el único trabajo manufacturero que no puede, aisladamente, bastar para el vínculo socialista. Las fábricas son necesarias en las tres clases de asociación; pero no intervienen sino como relevo de las funciones agrícolas, que son el principal alimento de las rivalidades e intrigas industriales.

Falta capital. El jefe rehusa toda participación en el beneficio; se aisla del resorte del interés.

Bastaría con la enunciación de tales faltas para demostrar que los modernos están muy lejos de haber descubierto el procedimiento para la asociación.

El plan de comunidad de Owen ha tenido alguna boga en un principio, por ser antifaz de un espíritu de partido; un velo que ocultaba el plan secreto que tiende a destruir el culto y clero. Esta perspectiva agrupó en torno del predicador Owen a toda la pandilla atea; en cuanto a sus otros dogmas, el de comunidad de bienes es tan desdichado, que no merece refutación, y el de la supresión súbita del matrimonio resulta una monstruosidad.

La verdadera asociación seguirá los tres caminos opuestos: 1° Será religiosa por pasión y por convencimiento de la suprema sabiduría de Dios, cuyos beneficios recogerá a cada instante. El culto público será para ella una necesidad; el sacerdote más humilde gozará de las prerrogativas actuales de los obispos, y será preciso ordenar aceleradamente en Francia por lo menos treinta mil sacerdotes más, con objeto de que cada falange tenga un número suficiente para ejercer, revelándose sus funciones, sin la sujeción de un jornalero en sus funciones. 2° En oposición al espíritu del comunismo, se excitará el espíritu de propiedad por cupones de acciones y votos económicos concedidos a los proletarios que, por economías asiduas, hayan acumulado la duodécima parte del capital que da derecho al voto en el Areópago; se les concederán también por varios otros títulos para no imitar a los civilizados que, en su sistema representativo, no estiman el mérito sino por la fortuna. 3° En cuanto al matrimonio, queda dicho que será, con el tiempo, modificado, graduado, pero no suprimido; y no se tocará a su organización sino por grados, en la generación próxima y cuando las modificaciones hayan sido votadas por las cuatro clases: gobierno, clero, padres y maridos.

Sin embargo, una prueba de la catarata intelectual del siglo, es la de haberse dejado seducir, en la cuestión más importante para el mundo social, en el mecanismo socialista, por un predicador que carece de ideas nuevas y de dogmas precisos. Su plan de supresión del clero es un residuo de la Revolución; si se suprimiesen todas las clases que abusan en sus funciones, no sé qué clase de las civilizadas podrían subsistir. Su dogma comunista es un manjar recalentado de las cocinas de Esparta y Roma; el del amor libre es un plagio, asimismo, de diversos pueblos y de la época trial.

En resumen, todos nuestros reformadores sienten y proclaman la necesidad de reunir en masas o falanges socialistas a las clases obreras; pero no quieren confesar que el procedimiento socialista constituye una ciencia de que no tienen noción alguna los economistas, y de la cual sólo yo he dado una teoría regular, completa, abordando y resolviendo todos los problemas, planteando atrevidamente aquellos ante los cuales han retrocedido todos los economistas, como el equilibrio de la población, la industria atractiva y garantía de las buenas costumbres del pueblo.

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