Índice de Manifiesto abierto a la estupidez humana de Ezio Flavio BazzoCapítulo VIBiblioteca Virtual Antorcha

Capítulo VII

No más pintores, no más escritores, no más músicos, no más escultores, no más religiones, no más republicanos, no más monárquicos, no más imperialistas, no más socialistas, no más bolcheviques, no más políticos, no más proletarios, no más demócratas, no más ejércitos, no más policía, no más naciones, no más esas idioteces, no más, no más Nada, Nada.

(Aragón)


Voy a la ventana para mirarte en las calles y confirmar que realmente tú eres como te describo y las nubes se desplazan por el cielo. Hay ruidos dispersos en una construcción y paisajes quemados. Martillos clavados en manos callosas, automóviles por las avenidas y grupos de extraños que permanecen callados, mientras que de una escuela, suben al cuarto piso los gritos de niños ingenuos ... Niños; ahí duerme la energía más saludable y sólo de ella deberiamos esperar el cambio del mundo. Pero, esos niños que son hoy la semilla de la tierra, ya mañana serán iguales a carneros sumisos (*).

¡Pobre Populacho! -grito desde la ventana-. Corro los ojos en dirección al norte, por sobre la vegetación lejana y el azul del espacio me absorbe. En medio de la vegetación desértica tú construyes tus campos de tortura. Una vez, tú me llevaste para una prisión y me torturaste como si yo hubiera cometido un crimen o una gran violencia. Tus golpes me rompieron las carnes de los pies; pero, ¿qué son los pies en relación con los pensamientos? ¿En relación a las ideas? Mis gritos de dolor físico no habrían sido escuchados si me hubiera sido posible gritar con el dolor del espíritu. Y tú, con tus verdugos, estabas con tus rodillas clavadas en mi espalda, con mis brazos amarrados ... Entre tus golpes y mis gritos de desesperanza pude mirarte a los ojos y confieso: Tu ya estabas esquizofrénico en esa época. Tu ya eras un débil mental en aquél tiempo, y la debilidad mental es progresiva.

Después tuve la calma de soportarte en las escuelas, en las pensiones, albergues y hoteles de todo el mundo. Tú siempre estabas por todos lados y siempre tu estupidez inmutable.

Sé todo lo que vas a decirme cuando te encuentro, cuando te aprieto las manos duras de esclavo, los dedos callosos de asesino o las manos frías de depresivo. Conozco tu programa diario, semanal, anual y de toda la vida: ¡Pasar el tiempo! El tiempo, ese monstruo que quiere tornarte soportable. Tu esencia ya la perdiste a los cinco años y en su lugar quedáronse las sabidurías de los maestros, las religiones, la represión sexual, la compulsión por el dinero, el rechazo por ti mismo y el temor paranóico de morir. Claro que no sabes nada de eso; pues tu alimento, tus creencias ciegas y tus origenes, te fueron tornando un tonto y tus puertas perceptivas se cerraron. Haces cirujía plástica en tu cara, reformas tu ropero y te sometes a terapias breves y prolongadas ... pero no quieres dejar de ser Populacho. La vida para ti, resúmese en existir, pero hasta los caballos existen. Hasta las piedras y hasta los cadáveres existen. La lucha tiene que ser por la vida; pues existir es posible siempre, aunque sea como excremento. Tu tienes un placer exagerado en abrir llagas en el pecho de los otros, pervertir niños, fundar imperios, religiones absurdas, danzar carnavales o fingirte de místico o enviado divino ...

Te miro de lejos, Populacho, y cambias de calle cuando me notas, porque sabes lo que pienso de ti y de los pueblos. Un día te hablé de Erasmo, también de Nietzsche y de Voltaire ... Te hice la confesión de mis viajes por el mundo, del hambre y de la nieve de los Pirineos ... y tu me mirabas con tus ojos introyectados de sangre y tamborileabas con los dedos. Te hablé, después, de los desiertos marroquinos, de la plaza Djema Ef Fna, donde docenas de niños duermen todos los días con las narices obstruídas de moscas y tu te mantuviste indiferente porque tus hijos duermen en cunas de oro. Porque no vas a abrazar ametralladoras en el Sahara, nada de eso te interesa ... ¡Ah, Populacho! En ese día las lágrimas me escurrieron y tu codeaste a tus amigos con ironía, porque para ti las lágrimas son síntoma de debilidad. Para ti, el hombre debe golpear, gritar, explotar granadas, matar muchachas, viejos y niños para defender una utopía social o política. Ah, tu eres un asesino y quizá yo te ame un día. Quizá te ame un día, aun después de haber asistido a tu violencia en las calles de Barcelona y en la frontera de Argelia. Vestido con seda o andrajoso, arrogante o servil, en un trueno o en una calzada, imposible confundirte. Tienes la marca de la enfermedad en esa mirada rápida y en estos gestos de esquizoide. Entras como Homero por las puertas abiertas de la sociedad y no descubres nunca que eres una nada. ¿Qué significas tu, tu Estado, tu país, tu continente? ... ¿Por qué eres un cerdo chouvinista? ¡Ah, Populacho! Levanta esa cara y ese perfil de perro domado y mira esta noche de otoño, mira la negritud de las tinieblas y palpa tu corazón incansable, ese corazón que sólo conoció los desencantos de la vida.

Vas caminando asi por tu mísera existencia, y la vejez te encuentra paranóico, enfermo e insoportable, pero lleno de riquezas, fortunas y esclavos. Entonces, ella, la vejez, tu única amiga, te mira en los ojos y te halaga con piedad. Tienes ahora un hechicero en la familia, y él te prescribe venenos farmacológicos porque quiere verse libre de ti.

Agonizas en una cama de plata y en las paredes están cuadros de tu juventud, y la mediocridad ya estaba clara en tu mirada servil. Tus familiares se acercan a ti, aun los que viven más lejos quieren verte cerrar los ojos, estos ojos fatigados que sólo encontraron el superfluo de la vida. Tienes una cruz en las manos, que compraste en las casas del Vaticano. En la cabecera de tu cama mortuaria, candelabros son encendidos, mientras tu ya estas podrido como una rata muerta.

Los buitres son tus hijos, tus esclavos, tus confesores y tus amantes que te reparten entre gruñidos.

En una iglesia de lujo, un cura empieza con un piano, la Tanhauser de Wagner, que en vida jamás tuviste deseo de escuchar. El mismo cura que recibía tu diezmo, dice las viejas palabras de siempre, las palabras que los difuntos ya no pueden oir y después ordena que te lleven, que te bajen para el cuerpo de la tierra; pues ya estás oliendo mal. Tu cadáver va en un coche tétrico y la hilera que te sigue va apenas por obligación, ironizando tus hechos de vivo.

Alcohólicos cavarán tu tumba y en ella te depositan con la misma indiferencia que ayer enterraron a un mendigo que encontraron abandonado en la calle. ¡No eres nada! ¡Nada más que un cadáver de Populacho! Nada más que un cuerpo podrido, con líquidos que te salen de las narices. ¡Ah, Muchedumbre! ¡No hiciste más que nacer, vivir como un perro y morir como Muchedumbre!

La tierra cubre tu máscara rígida, todos se van, libres de tu cuerpo y de tus exigencias ... Discuten sobre la bolsa de valores de Chicago, sobre la importancia del diezmo, del matrimonio y de la sagrada comunión. Van a tener una casa de campo, un automóvil, un hijo de cesárea, otro viaje a Champs Elisées y un hechicero en la familia.

¡Pobre Populacho!

Tu mueres, pero consigues que tus herederos te perpetúen para siempre ... eres como una plaga de ratas.

¡Ah, compañeros! Es necesario que nosotros seamos lucha, éxito, fin y contradicción de los fines. Es necesario que sembremos dentro de nosotros un gran orgullo personal, que cambiemos el auto-sentimiento de imbecibilidad (**), por el orgullo del águila o del artista. Como predicaba el viejo Russell: necesitamos conquistar el orgullo de un hombre que ha transformado un desierto en jardín o que ha llevado la felicidad donde, a no ser por él, hubiera reinado la miseria. Es necesario que nosotros nos acordemos siempre que no es posible crear un mundo saludable, libre y placentero haciendo que los hombres sigan idiotas, tímidos y serviles, ¡es necesario tornarlos anarquistas, aventureros, atrevidos, libertinos, valientes y dueños de sus corazones!

¡Viva la trasmutación de todos los valores!


Notas

(*) El individuo mismo es la realidad anulada por unos conceptos que son puras sombras.- Stirner, Max.

(**) Escribió J. Martínez Ruiz en su trabajo: El Verdadero Cristo, en, La Voz del Pueblo, núm, 3. Terrasa, 1910: como sigue:

El Cristo descendió de su cruz y dijo a los creyentes que oraban de rodillas ante él:

- Hijos míos, sois unos imbéciles. Hace diecinueve siglos que predije la paz, y la paz no se ha hecho. Predije el amor, y continúa la guerra entre vosotros; abominé de los bienes terrenos y os afanáis por amontonar riquezas. Dije que todos sois hermanos y os tratais como enemigos.

Hay entre vosotros tiranos y hay gentes que se dedican a esclavizar. Los primeros son malvados; los segundos, idiotas. Sin la pasividad de éstos, no existirían aquéllos. Grande es la crueldad de los unos; mayor es la resignación de los otros.

¿Por qué suirir en silencio cuando se tiene la fuerza del número ... del derecho? No fue este el espíritu de mis predicaciones; vosotros, los republicanos de la religión, la habéis falseado. Yo vi el origen del mal en la autoridad y en su órgano el Estado, y por eso me persiguieron. Desconocí el poder de los Césares, como atentatorio a la libertad humana, y por eso perecí en la cruz.

Uno de mis más amados discípulos, Ernest Renan ha dicho que yo fui un anarquista. Si ser anarquista es ser partidario del amor universal, destructor de todo poder, persiguiendo toda ley, declaro que fui anarquista.

No quiero que unos hombres gobiernen a otros hombres; quiero que todos seáis iguales. No quiero que trabajen unos y que otros, en la holganza, consuman lo producido; quiero que trabajéis todos. No quiero que haya Estados, ni Códigos, ni ejércitos, ni propiedad, ni familia; que todos os tengáis tan grande amor que no necesitéis ni verdugos ni jueces; que miréis como hijos vuestros a todos los niños y como esposas a todas las mujeres; que seáis una gran familia, sana y laboriosa.

¿Por qué no lo hacéis así, hijos míos? ¿Por qué sois tan malvados que os complacéis en destrozaros? La tierra es grande y fecunda; los campos producen lo necesario para que todos viváis; la mecánica ha llegado a tan maravilloso grado de perfección que aplicando sus descubrimientos y los de la higiene a las fábricas y a las minas, el trabajo trocaríase de penosa tarea en alegre entretenimiento. Entonces trabajaríais todos como hoy tenéis gusto de disfrutar los placeres de un deporte, y en tres horas de ese trabajo alegre y voluntario recibiríais los múltiples menesteres de la vida social, que hoy reciben unos cuantos. No habría entonces explotadores ni explotados, no habría señores ni vasallos, no habría monarcas y súbditos. Con la propiedad desaparecería la sed de la riqueza, el afán del lucro, la eterna rivalidad entre pueblos, el asesinato lento en el taller insalubre de millones de hombres.

No padecería la mujer, sin la autoridad del esposo, la tiranía que al presente padece. No sería el amor fórmula hipócrita sancionada por la Iglesia o el Estado; sería pasión espontánea o voluntaria. No sería esclavitud de la mujer al hombre, porque tan libre y dueña de la tierra como aquél sería ésta, y para nada tendría que preocuparse del porvenir de los hijos; no cometería tampoco nadie la ligereza de jurar amor eterno, como si el amor dependiese de la voluntad y de él se pudiese responder libremente.

No habría naciones diferentes; los ríos y las montañas no servirían de barrera para que los hombres dejasen de ser hermanos, las fronteras que hoy separan los pueblos no serían motivo para que se hiciesen cruda guerra. Lo que hoy reputáis injusto para unos y justo para otros, sería igualmente dañoso para todos. El asesinato sería un crimen y lo sería también la guerra; sería condenable la mentira de que usáis en los tratos de pueblo a pueblo, tanto como hoy es aplaudida. La moral sería la misma para todos y no se alteraría su esencia ni su forma con la diversidad de razas y de países.

No cometeríamos la inhumanidad de encerrar al delincuente en una prisión, como si con ello pudierais enmendar la falta que es imputable a vosotros y no a él. Al desgraciado que realizase un acto inmoral le trataríais como a un enfermo, y no agravaríais su mal privándole de la libertad, don el más preciado entre los hombres. Si desaparecieran las causas del crimen, ¿no desaparecería el criminal? ¿Habría rapiñas sin propiedad? ¿Habría celos sin el monopolio de una mujer? ¿Habría rencillas por el poder sin el poder?

Hijos míos, ¿por qué sois tan imbéciles? ¿Por qué sois tiranos los unos y resignados los otros? Sacudid el yugo los que sufrís la tiranía; destruid la opresión los que vivís esclavizados. Con vosotros, los obreros, está la fuerza, vosotros sois el mayor número. Si agonizáis en las fábricas es porque no tenéis la entereza de hacer saber vuestro derecho.

Levántate, levántate, hijo mío. No es de los tiempos que corren la oración; no es de esta época de lucha la resignación mística. Me habéis injuriado gravemente, habéis disfrazado mis doctrinas. No legitiméis con mi nombre la explotación. Los que mantienen gobiernos y soldados no son mis discípulos.

¡Levántate y lucha!

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