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CAPÍTULO VIGÉCIMO SEGUNDO
La contradicción en la revelación de Dios

Del concepto de la existencia depende el concepto de la revelación de Dios. El acto testimonial de la existencia, el certificado original de que existe Dios, es la revelación. Las pruebas puramente subjetivas de la existencia de Dios, son las pruebas racionales; la prueba objetiva, la única prueba de su existencia, es su revelación. Dios habla al hombre -la revelación es la palabra de Dios-. Dios se manifiesta mediante el lenguaje, mediante un tono que conmueve el alma y que le da la certeza halagadora de que Dios realmente existe. La palabra es el evangelio de la vida, el signo distintivo de la existencia y de la no existencia. La fe revelada es el punto culminante del objetivismo religioso. La claridad subjetiva de la existencia de Dios se convierte aquí en un hecho indodable, exterior e histórico. La existencia de Dios es ya de por sí como existencia, un ser exterior y empírico; pero sólo todavía un ser pensado, imaginado, por eso, dudado -de ahí la aseveración de que todas las pruebas no dan una certeza satisfactoria-; pero ese ser pensado e imaginado como un ser real, como hecho, es la revelación. Dios se ha revelado, ha demostrado él mismo su existencia. ¿Quién puede, por lo tanto, dudar todavía? La certeza de la existencia reside para mí en la certeza de la revelación. Un Dios que sólo existe sin manifestarse, que sólo debido a mí mismo existe para mí, sólo es un Dios abstracto, imaginario y subjetivo: sólo un Dios del cual tengo conocimiento por él mismo que existe realmente, es un Dios que actúa por sí mismo, un Dios objetivo. La creencia en la revelación es la certeza inmediata del alma religiosa de que existe aquello que cree, desea, se forja. El alma religiosa no distingue entre lo subjetivo y objetivo -no duda; no tiene los sentidos para ver otras cosas, sino sólo para ver sus imaginaciones en calidad de seres que existen fuera de ella misma. Pero el alma religiosa es una cosa de por sí teórica, sumamente práctica; es un asunto de conciencia- es un hecho. Hecho es para ella sólo lo que se convierte de un objeto de la inteligencia en un objeto de la conciencia; hecho es para ella lo que no puede ser criticado ni tocado sin hacerse culpable de la blasfemia (1); hecho es para ella lo que debe creerse incondicionalmente. Pero el hecho es una fuerza sensitiva, no es ninguna causa; el hecho es para la inteligencia lo que una botella vacía es para la sed. Vosotros filósofos alemanes de la religión que, con vuestra corta inteligencia, nos objetáis los hechos de la conciencia religiosa, para narcotizar nuestra inteligencia y para convertirnos en esclavos de vuestra creencia infantil ¿no veis que los hechos son tan relativos, tan diferentes como subjetivas son las representaciones de las religiones? ¿Acaso no eran los dioses del Olimpo también hechos, que con su existencia demostraron su realidad? (2). ¿Acaso no se consideraban también las historias milagrosas y ridículas de los paganos como hechos? ¿Acaso no eran también los ángeles y los demonios personas históricas? ¿Acaso no han aparecido también ellos en forma real? ¿Acaso no ha hablado realmente en aquel entonces la burra de Balaam? ¿Acaso no han creído hasta los sabios ilustrados del siglo XVIII en esa burra parlante como en un milagro, por ejemplo, como en el de la encarnación o cualquier otro semejante a éste? ¡Oh filósofos grandes, estudiad de una vez por todas y ante todo el lenguaje de la burra de Balaam! Sólo al ignorante suena extrañamente; pero os aseguro que al estudiar, este lenguaje reconoceréis vuestro propio idioma materno y encontraréis que esta burra ya hace miles de años ha divulgado los más grandes secretos de vuestra sabiduría especulativa. Hecho, señores míos, es, para repetirles nuevamente, una imaginación de cuya verdad no se duda porque su objeto no es ningún asunto de la teoría sino del sentimiento, que desea que exista aquello que ella desea, que ella crea; hecho es lo que está prohibido negar, aunque no sea exteriormente sino interiormente; hecho es cualquier posibilidad que pase por realidad cualquier imaginación que para su tiempo expresa una necesidad y con ella un límite infranqueable del espíritu: hecho es todo deseo representado como cumplido; en una palabra: hecho es todo aquello de que no se duda por la sencilla razón de que no debe dudarse. El sentimiento religioso tiene, según su naturaleza, la certeza inmediata de que todos los movimientos arbitrario:; y todas las determinaciones son personas de afuera, son apariciones de otro ser. El sentimiento religioso se convierte en un voto pasivo; a Dios, en cambio, lo convierte en un ser activo. Dios es la actividad, pero lo que lo determina a ser activo, lo que convierte su actividad, que, por lo pronto, solamente es un poder ilimitado, en una actividad real, la causa principal, la razón de esta actividad no es él mismo porque él no necesita nada para sí, él no tiene necesidades; sino que es el hombre, el sujeto religioso, o sea el sentimiento. Pero al mismo tiempo el hombre es nuevamente determinado por Dios, se convierte en pasivo, él recibe de Dios determinadas revelaciones, determinadas pruebas de su existencia. Luego, en la revelación el hombre es determinado por sí mismo, por ser él la causa determinativa de Dios, el factor que determina a Dios, es decir: la revelación es solamente la auto-determinación del hombre, sólo que entre él como determinado y él como determinante, se intercala un objeto: Dios, el otro ser. El hombre proporciona mediante Dios su propio ser a sí mismo. Dios es el lazo personificado entre el ser, la especie y el individuo, entre la naturaleza humana y la conciencia humana. La fe revelada revela más que nada la ilusión característica de la conciencia religiosa. La premisa de esta fe es: el hombre no puede saber nada por sí mismo de Dios, todo su saber sólo es vanidad terrenal, humana. Y Dios es un ser supremo; sólo Dios se conoce a sí mismo. Luego no sabemos nada de Dios, sino lo que él nos ha revelado. Sólo el contenido comunicado por Dios es un contenido divino, supremo, sobrenatural. Mediante la revelación conocemos luego a Dios por sí mismo; pero la revelación es la palabra de Dios, es el Dios que ha hablado por sí mismo. En la fe revelada niégase. Por lo tanto, el hombre se excede y se pasa fuera de sí mismo; opone la revelación a la ciencia y a la opinión humana porque en el1a se manifiesta un saber oculto, la plenitud de todos los secretos sobrenaturales. Aquí la inteligencia debe cal1arse. Pero, sin embargo, la revelación es todavía una revelación determinada sólo por la naturaleza humana. Dios no habla a animales o a ángeles, sino a hombres; luego habla un lenguaje humano con representaciones humanas. El hombre es el objeto de Dios antes de que se manifieste exteriormente al hombre; él piensa en los hombres, él se determina según la naturaleza y según las necesidades del hombre. Dios, por cierto, es libre en su voluntad; puede revelar y no revelar; pero no es libre en la inteligencia; él no puede revelar al hombre sólo lo que quiere, sino sólo lo que conviene al hombre, lo que corresponde a su naturaleza tal como es, si es que quiere revelarse. El revela lo que debe revelar si es que su revelación debe ser una revelación para el hombre y no para otro ser cualquiera. Luego, lo que piensa Dios para el hombre lo piensa como determinado por la idea del hombre, como proveniente de la reflexión sobre la naturaleza humana. Dios se coloca en el lugar del hombre y así piensa de sí mismo tal como este otro ser puede y debe pensar de él; no piensa con la inteligencia propia, sino con la inteligendia humana. Dios no depende en el proyecto de sus revelaciones de sí mismo, sino de la inteligencia del hombre. Lo que de Dios pasa al hombre, esto proviene del hombre y pasa a Dios para volver al hombre, es decir, que proviene de la esencia del hombre al hombre consciente, de la especie al individuo. Luego, no existe entre la revelación divina y la llamada inteligencia humana o naturaleza del hombre, ninguna otra diferencia, sino una diferencia ilusoria. También el contenido de la revelación divina es de origen humano; porque este contenido proviene, no de Dios como Dios sino del Dios determinado por la inteligencia humana y la necesidad humana, vale decir, que proviene de la inteligencia y de la necesidad humanas. De este modo el hombre, también en la revelación, sólo parte de sí mismo para volver, dando un rodeo, a sí mismo. Y así se confirma también aquí, en forma decisiva, que el secreto de la teología no es otra cosa sino la antropología (3).

Por lo demás, la conciencia religiosa confiesa el carácter humano de la revelación divina con respecto a tiempos pasados. Porque la conciencia religiosa de tiempos posteriores, ya no bastaba un Jehová que de los pies a la cabeza era un hombre, y que demostró claramente su carácter humano. Todo esto sólo eran representzciones en que el Dios de aquel tiempo se acomodaba a la concepción del hombre, es decir, que sólo eran imaginaciones humanas. Pero el hombre no confiesa esto con respecto al contenido actual de la revelación, porque éste radica en él mismo. Sin embargo, cualquier revelación de Dios sólo es una revelación de la naturaleza del hombre. En la revelación el hombre objetiva su propia naturaleza oculta. El es determinado por su esencia, él es afectado por ella como si fuera una esencia ajena; él recibe de las manos de Dios lo que su propia esencia desconocida le proporciona como una necesidad de ciertas condiciones del tiempo.

La fe revelada es una fe infantil y sólo es respetable mientras que sea infantil. Pero el niño es determinado por cosas exteriores. Y la revelación tiene, preciszmente, el objeto de lograr, mediante el auxilio de Dios, lo que el hombre por sí mismo no puede obtener. Por eso se ha llamado a la revelación: la educación del género humano. Es esto exacto; sólo que no hay que poner la revelación fuera de la naturaleza del hombre. Tan necesariamente como el hombre se siente impulsado interiormente a representar doctrinas morales y filosóficas en forma de narraciones y fábulas, tan necesariamente cree él la revelación como algo que le ha sido dado interiormente. El contenido de las fábulas tiene un objeto -el objeto de hacer a los hombres buenos e inteligentes; él elige intencionalmente la forma de la fábula, por ser el método más convincente y más ilustrativo; pero, al mismo tiempo, se siente impulsado a esa forma de doctrina, por su propia naturaleza intrínseca, debido a su amor hacia la fábula. Lo mismo pasa con la revelación, que se manifiesta en un individuo. Este individuo tiene un objeto; pero al mismo tiempo vive en las imaginaciones, mediante las cuales realza ese objeto. El hombre objetiva, sin quererlo, por la fuerza imaginativa, su propio ser intrínseco; lo coloca fuera de sí. Este ser de la naturaleza humana, objetiva da y personificada y que obra sobre él, mediante la fuerza irresistible de la imaginación, como una ley de su pensamiento y de su actitud, es Dios.

A esto se deben los efectos benéficos y morales de la fe revelada sobre el hombre; porque la esencia propia sólo influye sobre el hombre inculto y subjetivo cuando lo objetiva como si fuera otro ser personal, un ser que tiene el poder de castigar y a cuya mirada no escapa nada.

Pero como la naturaleza inconscientemente produce obras que tienen el espíritu como si fueran producidas conscientemente, así la revelación produce actos morales pero sin que procedan de moralidad, actos morales pero no intenciones morales. Los mandamientos morales se observan efectivamente, pero carecen de la intención moral por el hecho de que estos mandamientos son considerados como procedentes de un legislador existente y porque se ponen así a la par de mandamientos policiales, y arbitrarios. Lo que se hace no se hace porque es bueno y porque debe obrarse de este modo, sino porque Dios lo ha mandado. El contenido de este mandamiento es indiferente; todo cuanto Dios manda es justo (4). Si sus mandamientos coinciden con la inteligencia, con la ética, entonces esto significa una suerte, pero una suerte casual para el concepto de la revelación. Las leyes ceremoniales de los judíos eran también mandamientos revelados y divinos, pero de por sí eran arbitrarias y espontáneas. Los judíos hasta recibieron de Jehová el mandamiento de gracia de poder robar; claro está que este mandamiento existió sólo para un caso especial.

Pero la fe revelada no solamente echa a perder el sentido y el gusto moral y la estética de la verdad, sino que envenena y hasta mata el sentido divino en el hombre --el sentido de la verdad y la sensación de la verdad. La revelación de Dios es una revelación temporaria y terminal. Dios se ha revelado sólo una vez por todas en el año x, y esto, no a los hombres de todos los tiempos y lugares, ni tampoco a la inteligencia y a la especie en general, sino a individuos determinados y limitados. Por ser una revelación determinada según el lugar y el tiempo, ella debe conservarse por escrito, a fin de que también otros puedan disfrutarla. Por eso la fe en la revelación es a la vez por lo menos para la posteridad, la fe en una revelación escrita; pero la consecuencia y el efecto necesarios dan fe en que un libro histórico, escrito necesariamente bajo las condiciones del tiempo y de lo finito, adquiere el significado de una palabra eterna y absolutamente valedera -credulidad y conceptos sofísticos.

Porque la fe en una revelación escrita sólo es una fe real, verdadera, no simulada y en tanto también respetable, donde se cree que todo lo que está en la Sagrada Escritura es importante, santo, divino. y de absoluta verdad. En cambio, donde se hacen diferencias entre lo humano y lo divino, entre lo que vale absoluta y relativamente, entre lo que es histórico y eterno, donde no se considera todo lo que está en la Sagrada Escritura, sin diferencia alguna, como absolutamente exacto, allí el juicio de los infieles, de que la Biblia no sea un libro divino, ya se introduce en la Biblia y se le quita, por lo menos indirectamente, el carácter de una revelación divina. Para que la Biblia tenga el carácter de la divinidad, es absolutamente necesario que sea una unidad inseparable que debe aceptarse sin condiciones y sin hacer excepciones y que sea, por otra parte, de absoluta seguridad. Un libro que me impone necesariamente la distinción y la cordura, para poder distiguir lo divino de lo humano, lo eterno de lo que es pasajero, no es ningún libro divino, ningún libro de absoluta seguridad e infalibilidad. Se le coloca en la clase de los libros profanos, porque todo libro profano tiene la misma propiedad de que al lado de lo humano se encuentran cosas divinas, es decir, que aparte de lo que es individual, tiene también verdades generales y eternas. Pero un libro verdaderamnte bueno o más bien divino, sólo es aquel donde no solamente hay algunas cosas buenas y otras malas, algunas verdades eternas y otras pasajeras, sino donde todo es bueno y verdadero y eterno sin excepción alguna. Pero ¿qué clase de revelación es donde yo debo escuchar primero al apóstol Pablo, luego el apóstol Pedro, luego a Jacobo y finalmente a Juan, Mateo, Marcos y Lucas para llegar por fin a una cita donde el alma puede exclamar ¡Eureka! Aquí habla el propio Espíritu Santo, aquí hay algo para mí, algo para todos los hombres de todos los tiempos? En cambio, ¡qué bien pensaba la antigua fe al extender la inspiración hasta la última palabra y hasta la última letra! La palabra no es indiferente para el pensamiento, un pensamiento determinado sólo puede expresarse mediante una palabra determinada. Otra palabra, otra letra -otro sentido-. Por suerte, semejante fe es credulidad; pero esta credulidad es solamente la fe verdadera, no modificada, que no se avergüenza de su consecuencia. Si Dios cuenta los cabellos en la cabeza del hombre, si ningún gorrión cae del techo sin su voluntad ¿cómo podría permitir que su palabra, la palabra de la cual depende toda la beatitud del hombre, esté al arbitrio y a la incomprensión de los copistas? ¿Por qué no podría él más bien dictar sus pensamientos, para preservarlos de cualquier deformación? Pero si el hombre fuese sólo un órgano del Espíritu Santo, entonces hasta se anularía la libertad humana (5). ¡Qué objeción miserable! ¿Acaso vale la libertad humana más que la verdad divina? ¿O existe la libertad humana sólo en la deformación de la verdad divina?

Pero como con la fe en una revelación determinada e histórica, en calidad de verdad absoluta, se une la credulidad, así se une con ella también necesariamente el sofisma. La Biblia contradice a la moral, contradice a la razón, y se contradice a sí misma innumerables veces; pero ella es la palabra de Dios, la eterna verdad, y a la verdad no se puede ni se debe contradecir (6). Entonces, ¿cómo sale el que cree en la revelación de esta contradicción entre la idea de la revelación como de una verdad divina y hermosa y la supuesta revelación verdadera? Sólo engañándose a sí mismo, empleando las razones más fútiles y los sofismas peores y carentes de verdad. El sofisma cristiano es un producto de la fe cristiana, especialmente de la fe en la Biblia como fuente de la revelación divina.

La verdad, la verdad absoluta, está dada objetivamente en la Biblia y subjetivamente en la fe; porque sólo puede confirmar en forma sumisa lo que dice Dios mismo aceptando todo sin contradiccción alguna. Para la inteligencia, para la razón, sólo queda aquí una tarea formal y subordinada; pues tiene un punto de vista equivocado que contradice a su propia esencia. La inteligencia debe ser aquí indiferente contra la verdad, indiferente contra la diferencia entre lo que es verdad y lo que es falso; no tiene ningún criterio en sí mismo; sólo lo que está en la revelación es verdad, aunque pegada directamente a la inteligencia; allí está abandonada a la casualidad del empirismo peor; todo lo que encuentra en la revelación divina, lo debe creer y lo debe defender mi inteligencia si es necesario; la inteligencia es el Canis Domini, el perro del Señor (7); ella debe aceptarlo todo indistintamente -distinguir sería dudar, sería un crimen- y lo debe aceptar como verdad; luego, no le queda otra cosa sino el pensar indiferentemente, es decir, sin desear la verdad, pensar en sofismas y con intrigas, pensar haciendo distinciones infundadas, pensar aceptando pretextos y recurrir a toda clase de ardides. Pero cuanto más el hombre se aleja de la revelación, cuanto más la inteligencia madura hacia la independencia, tanto más se ve la contradicción entre la inteligencia y la fe revelada. El creyente sólo puede entonces afirmar el sentido y la divinidad de la revelación sabiendo que está en contradicción consigo mismo, con la verdad y con la inteligencia, empleando la más impertinente arbitrariedad y falta de verdad, cometiendo así el verdadero pecado contra el Espíritu Santo.


Notas

(1) La negación de un hecho no tiene ningún significado indiferente y superficial, sino un significado moralmente malo. En el hecho de que el cristianismo ha convertido sus artículos de fe en hechos sensitivos, es decir, innegables e intangibles venciendo así la inteligencia por hechos sensitivos, tenemos también la verdadera y última explicación de por qué y cómo en el cristianismo, tanto católico como protestante, se ha podido expresar e imponer con toda solemnidad la tesis fundamental de que la herejía, es decir, la negaci6n de un artículo de fe o de un hecho que es objeto de la fe, es un objeto de la autoridad mundial, o sea que es un crimen. El hecho que en la teoría es sensitivo se convierte en la práctica en un poder sensitivo. El cristianismo está con esta doctrina en mucho detrás del mahometanismo, por lo menos detrás de la doctrina del Corán, que desconoce el crimen de la herejía.

(2) A menudo los dioses indican su presencia, Cicerón. (De Nat., D. I. II). Los libros de Cicerón De Nat. Deor. y De divinatione son tan interesantes porque en ellos se hacen valer para la verdad de la creencia pagana los mismos argumentos que hoy todavía alegan los teólogos y positivistas para la verdad de las creencias cristianas.

(3) ¿Cuál es el contenido esencial de la revelación? Es que Cristo es Dios, es decir, que Dios es un ser humano. Los paganos se dirigían con sus necesidades a Dios, pero dudaban de si Dios oiría las oraciones de los hombres, de si sería misericordioso y humano. Pero los cristianos están seguros del amor de Dios hacia los hombres: Dios se ha manifestado como Dios. (Ver sobre esto, por ejemplo, De Vera Dei invocat. Melanchth. Decl., T. III, y Lutero, por ejemplo T. IX, págs. 538-529). Esto quiere que la revelación de Dios es, precisamente, la seguridad para el hombre de que Dios es hombre y el hombre Dios. La certidumbre significa un hecho.

(4) Lo que es cruel cuando lo hacen los hombres sin el mandamiento de Dios, eso mismo lo debían hacer los hebreos porque hicieron las guerras por mandato de Dios, del Ser Supremo, sobre vida y muerte, J. Leclerc. (Comm. in Mos. Num. c. 31, 7). ¿Cuánto hizo Sansón, que apenas podría ser disculpado si no se le considerara como un instrumento de Dios del cual dependen los hombres? El mismo. (Comment. in Judicum c. 14, 19). Ver sobre eso también Lutero, por ejemplo T. 1, pág. 339; T. XVI, página 495.

(5) Muy bien observaban los jansenistas contra los jesuítas: Vouloir reconnoitre dans l'Ecriture quelque chose de la foiblesse et de l'esprit natural de l'homme, c'est donner la liberté â chacun d'en faire de discernement et de rejetter ce qui lui plaira de I'Ecriture, comme venant plütot de la foiblesse de l'homme que de l'esprit de Dieu, Bayle. (Dict. Art. Adam (Jean) Rem. E.).

(6) En la Sagrada Escritura no se puede admitir ninguna contradicción. (Petrus Lomb. lib. II, dist. II, C. I). Idénticas ideas se encuentran en los libros de los padres de la Iglesia, y en los libros de los reformadores. Así por ejemplo en el de Lutero. Es de observar todavía que así como el jesuitismo católico tiene por base principal la moral, así el jesuitismo protestante, aunque en cuanto sepa no forma una corporación expresamente organizada, tiene por base de su sofística simplemente la Biblia, la exégesis.

(7) Canis Domini. Esto quiere decir perro del Señor, alusión a la orden de los dominicos que era muy común en el siglo XIV.

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