Índice de La esencia del cristianismo de Ludwig FeuerbachCapítulo XCapítulo XIIBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO DÉCIMO PRIMERO
El secreto de la Providencia y de la creación proveniente de la nada

La creación es la palabra pronunciada de Dios, la palabra creadora, idéntica con la idea. Pronunciar es un acto de voluntad, luego es la creación un producto de la voluntad. Así como el hombre en la palabra de Dios, afirma la divinidad de la palabra, así afirma en la creación la divinidad de la voluntad, pero no de la voluntad de la inteligencia, sino de la voluntad de la fuerza imaginativa, de la voluntad absolutamente subjetiva e ilimitada. La cumbre más alta del principio de la subjetividad, es la creación proveniente de la nada. Así como la eternidad del mundo o de la materia no significa otra cosa sino la esencia de la materia, así la realidad de la materia, así la creación del mundo proveniente de la nada, no significa otra cosa que la nada del mundo. Con el principio de una cosa se ha puesto también el fin de la misma, aunque sea tan sólo según el concepto y no según el tiempo. El principio del mundo es el principio de su fin -como es ganado, así es derrochado. La voluntad ha creado la existencia del mundo y la voluntad lo devuelve a la nada. ¿Cuándo? El tiempo es indiferente. Su existencia o no existencia, depende tan sólo de la voluntad. La voluntad de que el mundo exista, incluye, a la vez, la voluntad posible de que aquél no exista. La existencia del mundo es, por lo tanto, una existencia momentánea, arbitraria, insegura, es decir, nula.

La creación proveniente de la nada es la expresión más alta de la omnipotencia. Pero la omnipotencia no es otra cosa que la subjetividad que se desliga de todas las determinaciones y limitaciones subjetivas, celebrando hasta su ilimitación, como el poder y la esencia más sublimes -es la fuerza del poder. de transformar toda realidad en una irrealidad. y todo lo imaginable es una posibilidad-, es el poder de la fuerza imaginativa, o sea de la voluntad idéntica con la fuerza imaginativa. es el poder de la arbitrariedad (1). La expresión más característica y más fuerte de la arbitrariedad subjetiva, es el antojo, el beneplácito. Dios ha querido crear un mundo espiritual y corporal, es un antojo, es la demostración más indiscutible de que la propia subjetividad, el propio antojo, se ha convertido en el ser supremo en el principio omnipotente del mundo. La creación proveniente de la nada como obra de una voluntad omnipotente, es por lo tanto de la misma categoría que el milagro, o, más bien, es el primer milagro, no solamente según el tiempo, sino también según el rango -es el principio del cual todos los demás milagros se comprenden solos. Lo demuestra la misma historia. Todos los milagros han sido justificados, explicados e ilustrados por la omnipotencia, que ha creado el mundo de la nada. Quien ha hecho el mundo de la nada, ¿cómo no podría convertir agua en vino, cómo no podría efectuar el milagro de que un burro pronunciara palabras humanas, cómo no podría hacer salir agua de una roca? Pero el milagro es, como veremos más adelante, sólo una obra y un objeto de las fuerzas imaginativas; luego lo es también la creación de la nada por ser el milagro primordial. Por eso se ha dicho que la doctrina de la creación proveniente de la nada, es una doctrina sobrenatural que por la sola razón no podría haber sido imaginada; y se ha citado a los filósofos paganos que hicieron formar este mundo, por la inteligencia divina, de una materia ya existente. Pero aquel principio sobrenatural no es otra cosa que el principio de la subjetividad, que ha sido elevado en el cristianismo a una dominación universal e ilimitada, mientras que los antiguos filósofos no eran tan subjetivos para comprender el ser absolutamente subjetivo como el ser sublime y exclusivamente absoluto, porque ellos, debido a la idea que tenían del mundo o de la realidad, limitaban la subjetividad -y porque el mundo era para ellos una verdad.

La creación proveniente de la nada es también lo mismo que la providencia, por ser lo mismo que el milagro; pues la idea de la providencia es -en un principio y en su verdadero significado religioso, cuando todavía no había sido limitado y combatido por la inteligencia incrédula- idéntica con la idea del milagro.

La demostración de la providencia es el milagro (2). La creencia en la providencia es la creencia en un poder que tiene a su libre disposición y uso todas las cosas y frente a su poder toda la fuerza de la realidad, es una nada. La providencia suspende las leyes de la naturaleza; e interrumpe la marcha de la necesidad, el vínculo de hierro que inevitablemente liga la consecuencia a la causa; en una palabra, es la misma voluntad ilimitada y omnipotente que ha creado el mundo de la nada. El milagro es una Creatío ex níhilo, una creación de la nada. Quien hace vino de agua, hace vino de la nada, pues la substancia que forma el vino no se encuentra en el agua; de lo contrario, la producción del vino no sería milagrosa, sino un acto natural. Pero sólo en el milagro demuéstrase la providencia comprobando su existencia. Lo mismo que nos dice la creación proveniente de la nada, nos dice por lo tanto también la providencia. La creación proveniente de la nada, sólo puede concebirse y aclararse en unión con la providencia y el milagro; pero el milagro no quiere decir de por sí otra cosa sino que la persona milagrosa es la misma que ha producido las cosas por su propia voluntad, de la nada -Dios, el creador.

Pero la providencia se refiere esencialmente al hombre. Por el hombre, la providencia hace de las cosas todo lo que quiere; por amor a él, suspende la validez de la ley, por lo demás omnipotente. La admiración de la providencia en la naturaleza, especialmente de la fauna, no es otra cosa sino una admiración de la naturaleza, por cuya razón sólo pertenece al naturalismo, aunque sea religioso (3); porque en la naturaleza manifiéstase también solamente la providencia natural, no la divina, o sea la providencia tal como es objeto de la religión. La providencia religiosa manifiéstase sólo en el milagro -ante todo en el milagro de la encarnación, que es el centro de la religión. Pero no leemos en ningún lugar que Dios se haya convertido en un animal por amor a los animales- la sola idea de esto es a los ojos de la religión una idea blasfema y atea -ni tampoco leemos que Dios jamás haya hecho un milagro por los animales o las plantas. Al contrario: leemos que una pobre higuera, porque no tenía frutos en un tiempo en que no podía tenerlos fuera maldecida, sólo para dar al hombre un ejemplo de lo que puede hacer la fe sobre la naturaleza: además leemos que los demonios fueron expulsados por los hombres, pero les fue permitido entrar en los animales. Por cierto, dice la Sagrada Escritura: Ningún gorrión cae del techo sin la voluntad del Padre; pero estos gorriones no tienen más valor o significado que los cabellos en la cabeza del hombre, en la que todos han sido contados. El animal no tiene -si prescindimos de su instinto- ningún otro ángel protector, ni tampoco ninguna otra providencia que sus sentidos, o, en general, sus órganos. El pájaro que pierde sus ojos ha perdido su ángel protector; forzosamente perece si no se produce un milagro. En cambio, leemos que, un cuervo ha llevado comida al profeta Elías, pero no leemos (por lo menos en cuanto yo sepa) que un animal haya sido preservado de un peligro sólo con el objeto de servido. Ahora bien; cuando un hombre cree que él tampoco tiene ninguna otra providencia. 5ino las fuerzas de su especie, sus sentidos, su inteligencia. entonces, a los ojos de la religión y de todos aquellos que son adictos a la religión, es un hombre irreligioso, porque sólo cree en una providencia natural, cuyo providencia, a los ojos de la religión, es tanto como nada. Por eso, la providencia se refiere esencialmente sólo al hombre -y hasta entre los hombres sólo a los religiosos. Dios es el salvador de todos los mundos, pero especialmente del de los fieles (4). La providencia pertenece, así como la religión, sólo al hombre -ello debe expresar la diferencia esencial entre el hombre y el animal, y debe arrebatar al hombre a las fuerzas de la naturaleza. Jonás en el vientre de una ballena, Daniel en la jaula de los leones, son ejemplos de cómo la providencia distingue entre el hombre religioso y el animal. Por eso si la providencia, que se manifiesta en las garras y los colmillos de los animales y es admirada tanto por los piadosos investigadores cristianos de las ciencias naturales, es una verdad, entonces la providencia de la Biblia, y la providencia de la religión, es una mentira y viceversa. ¡Qué hipocresia miserable y a la vez ridícula querer reconocer a la vez la naturaleza y la Biblia! ¡Cómo contradice la naturaleza a la Biblia! ¡Y cómo contradice la Biblia a la naturaleza! El Dios de la naturaleza se manifiesta en que da al león la fuerza necesaria y los órganos que lo hacen apto para mantenerse a sí mismo, y si fuera necesario, para ahogar a un individuo humano y comerlo; pero el Dios de la Biblia, se manifiesta en que arrebata al individuo humano a los colmillos del león (5).

La providencia es un bien particular del hombre; expresa el valor del hombre en oposición con los demás seres naturales; lo saca de la conexión con el mundo total. La providencia es la convicción del hombre del valor infinito de su existencia -una convicción en que renuncia a la fe en la verdad de las cosas exteriores-; es el idealismo de la religión. Por eso, la creencia en la providencia, es lo mismo que la creencia en la inmortalidad personal, sólo con la diferencia de que aquí se expresa el valor infinito, con respecto al tiempo, como una duración infinita de la existencia.

Quien no hace ninguna clase de exigencias especiales, quien es indiferente con respecto a sí mismo. quien no se separa de la naturaleza, quien cree que desaparecería como una parte en el universo total, no cree en ninguna providencia, es decir, en ninguna providencia especial; pero sólo la providencia especial es la providencia en el sentido de la religión. La creencia en la providencia es la creencia en el valor propio -de ahí las consecuencias beneficiosas de esa fe, pero también la humildad falsa, la vanagloria religiosa, que por cierto no confía en sí misma, pero en cambio deja a Dios la preocupación por el hombre-, es la creencia del hombre en sí mismo. Dios se preocupa de mí; Dios quiere mi felicidad, mi salvación; él quiere que yo sea feliz; pero lo mismo quiero yo también, luego mi propio interés es el interés de Dios, mi propia voluntad es la voluntad de Dios, mi propio objeto es el objeto de Dios -el amor de Dios hacia mí no es más que mi amor a mí mismo divinizado.

Pero, donde se cree en la providencia, allí la fe en Dios se hace depender de la fe en la providencia. Quien niega que exista la providencia, niega la existencia de Dios, o -lo que es lo mismo- que Dios es Dios, pues un Dios que no sea la providencia del hombre, es un Dios ridículo, un Dios que le falta la propiedad más esencial, más divina y más adorable. Por tanto, la fe en Dios no es otra cosa que la fe en la dignidad humana (6), la fe en el significado divino del ser humano. Pero la fe en la providencia (religiosa) es idéntica a la fe en la creación de la nada y viceversa; luego ésta no puede tener tampoco ningún otro significado que el significado recién explicado de la providencia, y en realidad, no tiene tampoco otro significado. La religión expresa esto suficientemente por el hecho de que considera al hombre como objeto de la creación. Todas las cosas han sido creadas por el hombre y no por ellas mismas. Quien declare esta doctrina, como lo hacen los piadosos investigadores científicos cristianos de la naturaleza, por altivez, declara al mismo cristianismo por altivez; porque, asegurar que el mundo material haya sido creado por el hombre, significa mucho menos que decir que Dios, o por lo menos, según San Pablo, un ser que es casi Dios y que apenas puede distinguirse de Dios, se haya hecho hombre por el hombre.

Pero, si el hombre es el objeto de la creación, es también su verdadera causa, pues el Hijo es el principio de la acción. La diferencia entre el hombre como objeto de la creación y el hombre como causa de la misma, consiste sólo en que la causa es la esencia abstracta y deductiva del hombre, el fin u objeto; en cambio, el hombre individual y real, o en otras palabras, que el hombre sabe que es el objeto de la creación; pero no sabe que es la causa, porque distingue la causa como otro ser personal diferente de él (7). Pero este otro ser personal y creador, no es en realidad otra cosa que la personalidad humana fuera de todo contacto con el hombre, esa personalidad humana que para la creación, o sea la realización del mundo, de la existencia objetivada de otro ser dependiente finito y nulo da la seguridad de su exclusiva existencia real. En la creación no se trata de la verdad y de la realidad de la naturaleza o del mundo sino de la verdad y de la realidad de la personalidad, de la subjetividad en oposición al mundo. Trátase de la personalidad de Dios, pero allí es la personalidad del hombre, librada de todas las determinaciones y limitaciones de la naturaleza. De ahí la participación íntima de la creación; la repugnancia de las cosmogonías panteísticas; pues la creación es, como el Dios personal mismo, no un objeto científico, sino personal, no un objeto de la inteligencia libre, sino del interés del sentimiento. Trátase de la creación sólo de la garantía, de la última prueba imaginable de la personalidad subjetiva como de una esencia absolutamente separada, que no tiene nada que ver con la esencia de la naturaleza, que está por encima y fuera del mundo (8).

El hombre se distingue de la naturaleza. Esa diferencia en su Dios -la distinción de Dios con respecto a la naturaleza no es otra cosa que la distinción del hombre con respecto a la naturaleza. La oposición entre panteísmo y personalismo se resuelve en la pregunta: ¿Es la esencia del hombre un ser extramundial o intermundial, sobrenatural o natural? Por eso son infructuosas, vanas, insensatas y repugnantes las especulaciones y dialécticas sobre la personalidad e impersonalidad de Dios; pues los contrincantes, especialmente cuando especulan con la personalidad, no llaman al objeto con su nombre verdadero; ponen el candil encendido debajo del almud; especulan en verdad sólo sobre sí mismos, especulan sólo en el interés de su propio instinto de felicidad, y, sin embargo, no quieren creedo y se rompen la cabeza a sí mismos, especulando en la creencia vana de averiguar los secretos de otro ser. El panteísmo identifica al hombre con la naturaleza -ya sea con respecto a su apariencia sensible, ya sea con respecto a su ser deductivo-; el personalismo aisla, separa al hombre de la naturaleza haciendo de él un todo mientras que es una parte y lo convierte en un ser absolutamente propio. Es ésta la diferencia. Por eso, si queréis arreglar estas cosas, cambiar vuestra antropología mística y equivocada a la que llamáis teología, con la antropología verdadera y especular en la luz de la conciencia y de la naturaleza, sobre la diversidad y unidad de la esencia humana con la esencia de la naturaleza. Vosotros mismos confesáis que la eséncia del Dios panteístico no es otra cosa que la esencia de la naturaleza. ¿Por qué, entonces, sólo queréis ver la paja en el ojo ajeno; mientras que no observáis la viga en el vuestro? ¿Por qué queréis, con respecto a vosotros, hacer una excepción de la ley universalmente válida? Luego, confesad también que vuestro ser personal que vosotros, al creer en un Dios sobrenatural y extranatural, no creéis en otra cosa que en la esencia sobrenatural y extranatural de vuestro propio ser.

Como en todas las cosas, así también en la creación las determinaciones agregadas, generales, metafísícas y hasta panteístícas, ocultan la esencia propia de la creación. Pero sólo necesita ser atento con respecto a esas determinaciones para convencerse de que la esencia de la creación no es otra cosa que la autonomía del ser humano en oposición a la naturaleza. Dios produce al mundo fuera de sí -primero sólo es una idea, un plan, una resolución, ahora se convierte en un hecho y con ello el mundo se presenta como un ser que está fuera de Dios, es diferente de él y, relativamente por lo menos, independiente. Pero, del mismo modo, el hombre, al diferenciarse del mundo, y al concebirse como un ser diferente de él mismo, concibe al mundo como un ser diferente y esa aptitud por la cual se diferencia, es un acto. Luego, al considerar el mundo fuera de Dios, se considera a Dios como un ser aislado diferente del mundo. Luego si el mundo está fuera de Dios, ¿qué otra cosa es ese Dios que vuestro propio ser subjetivo? (9) Al intervenir la reflexión astuta, se niega, por cierto, la diferencia entre lo que está afuera y lo que está adentro, como una diferencia finita y humana. Pero la negación de la inteligencia, que es sólo una insensatez de la religión, no debe tomarse en cuenta. Si es seria, destruye el fundamento de la conciencia religiosa; suprime la posibilidad y hasta la esencia de la creación, pues sólo se basa en la verdad de esa diferencia. Además, el efecto de la creación, la majestad de ese acto para el sentimiento y la fantasía, se pierde por completo si no se toma aquella distinción y diferencia en el sentido verdadero. Pues ¿qué otra cosa significa: hacer, crear, producir, a no ser, objetivar y hacer sensible algo que por lo pronto sólo es subjetivo y en consecuencia invisible, no existente, de manera que ahora también otros seres diferentes de mí pueden conocer y disfrutado? Luego, crear y producir significa poner algo fuera de mí, hacer algo diferente de mí. Donde no hay la realidad y la posibilidad de que exista algo fuera de mí, allí no se puede hablar ni de hacer ni de crear. Dios es eterno, pero el mundo ha principiado; Dios era cuando el mundo todavía no era, Dios es invisible e insensible, pero el mundo es sensible materialmente, luego está fuera de Dios: pues, ¿cómo podría existir lo que es material, la masa, la materia como tal en Dios? El mundo está en el mismo sentido fuera de Dios, en que el árhol, el animal y el mundo en general están fuera de mi imaginación, fuera de mí mismo, por ser seres diferentes de mi subjetividad. Sólo donde se admite que algo puede baber fuera de uno, como ocurría con los filósofos y teólogos antiguos, allí tenemos la doctrina genuina no falsificada, no mezclada, de la conciencia religiosa. En cambio, los teólogos y filósofos de los tiempos modernos, mezclan toda clase de doctrinas panteísticas aunque ellas recbacen el principio del panteísmo; pero por la misma razón producen también una criatura absolutamente contradictoria e inaguantable.

Luego, el creador del mundo no es otra cosa que el hombre que, por la demostración o por la conciencia de que el mundo ha sido creado, de que es una obra de la voluntad, es decir, de que tiene una existencia dependiente, impotente y nula, se da la seguridad de su propia importancia verdadera e infinita. La nada de la cual ha sido creado el mundo, es su propia nada. Al decir: el mundo ha sido creado de la nada, concibes tú mismo el mundo creándolo de la nada, suprimes todos los límites de tu fantasía, de tu sentimiento, de tu voluntad; pues el mundo es el límite de tu voluntad, de tu pensamiento; el mundo sólo oprime y acosa a tu alma; el mundo sólo es la pared divisoria entre tú y Dios que es tu esencia feliz y perfecta. Luego, subjetivamente, destruyes al mundo; concibes a Dios como un ser propio, es decir, como la subjetividad sencilla limitada, como un algo que se disfruta a sí solo, que no necesita del mundo, que no sabe nada de los vínculos dolorosos de la materia. En el fondo más profundo de tu alma quieres que no haya ningún mundo; pues donde está el mundo allí está la materia y donde hay materia allí hay presión y empuje, espacio y tiempo, límite y necesidad. Sin embargo, el mundo existe y hay materia. ¿Cómo puedes salvarte de esta contradicción? ¿Cómo quitas el mundo de tus sentidos a fin de que no te moleste en la sensación halagadora de algo ilimitado? Sólo haciendo del mundo un producto de la voluntad, dándole una existencia arbitraria, que siempre oscila entre el ser y no ser, que en cada momento puede ser destruído. Por cierto, el mundo o la materia -ambas no admiten separación- no pueden explicarse de un acto de creación; pero es una insensatez absoluta pedir semejante cosa a la creación; pues la idea de la creación es que no haya ningún mundo, que no haya ninguna materia; por eso se espera diariamente con mucho anbelo su fin. El mundo, en su realidad, no existe; sólo es objetivo en cuanto es una impresión y un límite del alma y de la personalidad bumana. ¿Cómo podría, entonces, fundarse y deducirse el mundo en su verdad y en su realidad de un principio que niega al mundo?

Para darse cuenta del significado profundo de la creación como creación verdadera, sólo piénsese que lo principal en la creación no es de ninguna manera la creación de hierbas y de animales, de agua y de tierra, puesto que para ellas no hay ningún Dios, sino la creación de seres personales, de espíritus, como se suele decir. Dios es el concepto o la idea de la personalidad por ser él mismo una persona, y una subjetividad que existe en sí misma y separada del mundo, el ser absoluto y la esencia sin necesidades, el yo sin el tú. Pero, dado que el concepto del ser absoluto, que existe sólo para sí, contradice al cóncepto de la vida verdadera, y al concepto del amor; dado que además la conciencia de sí mismo está esencialmente ligada a la conciencia de un tú, porque, a la larga por lo menos, la soledad no se puede preservar del sentimiento del aburrimiento y de la monotonía, se pasa en seguida del ser absoluto a otro ser consciente; el concepto de la personalidad, que en un principio estaba concretado en un solo ser, se dilata hasta formar una pluralidad de personas (10). Si se considera a la persona físicamente como un hombre verdadero, en cuya calidad es un ser indigente, entonces, se presenta recién al fin del mundo físico como objeto final de la creación, cuando ya no faltan condiciones de su existencia. En cambio, si el hombre es considerado en forma abstracta como persona, tal como se hace en la especulación religiosa, aquel rodeo está cortado; trátase entonces en línea directa de la auto-fundamentación, de la última prueba del yo, de la personalidad humana. Por cierto, la personalidad divina se diferencia en todas las formas posibles de la personalidad humana para enmascarar la no diferencia entre ambas; pero esas diferencias son puramente fantásticas o sofísticas. Todas las causas esenciales de la creación, sólo se reducen a determinaciones, a las causas que imponen al yo la conciencia de la necesidad de otro ser personal. Especulad tanto como queráis; jamás alejaréis vuestra personalidad de Dios si no la habéis puesto en él antes y si Dios mismo no es vuestro ser subjetivo o personal.


Notas

(1) El origen más profundo de la creación de la nada, encuéntrase en los sentimientos, lo que es expresado y demostrado tanto indirecta como directamente en este libro. Pero el antojo es precisamente en este caso la voluntad de los sentimientos, la manifestación de la fuerza del sentimiento.

(2) Los testimonios más seguros de una providencia son los milagros, H. Grotius. (De verit. rel. christ. Lib. I, párrafo 13).

(3) El naturalismo religioso es por cierto también un momento de la religión cristiana pero más todavía de la religión mosaica, que era tan amante de los animales. Pero en ninguna manera es ese naturalismo el momento característico y cristiano de la religión cristiana. La providencia cristiana y religiosa es muy diferente de la providencia que viste a los lirios y da de comer a los cuervos. La providencia natural permite que el hombre se ahogue en el agua si no sabe nadar, pero la providencia cristiana y religiosa lo conduce, por la mano de la omnipotencia, por encima del agua.

(4) I. Timoteo, 4, 10.

(5) El autor tomaba en consideración, al hacer esta oposición entre la providencia religiosa o bíblica y la providencia natural, especialmente la telogía estúpida de los naturalistas ingleses.

(6) Los que niegan a los dioses, destruyen la nobleza del género humano.

(7) En el libro de Clemens Alex. (Coh. ad, gentes) encuéntrase un lugar interesante. Según la traducción de la edición mala de Würzburger de 1778, reza en dicho lugar: Nosotros existíamos antes de la creación del mundo, puesto que en cierto modo hemos existido en el mismo Dios debido al pensamiento de nuestra futura existencia que tenía él. Por eso somos criaturas razonables de la palabra divina o de la inteligencia divina y podemos ser llamados originarios para en el principio ver la palabra. Pero en forma más determinada, la mística cristiana ha expresado el ser humano como principio creador, como cosa del mundo. El hombre que antes del tiempo es en la eternidad, obra con Dios todas las obras que Dios ha realizado ya hace miles de años y que realizará todavía después de miles de años. Por el hombre todas las criaturas han emanado de Dios, Sermones antes de los tiempos de Tauler y en mis tiempos (Ed, cit., p. 5. p. 119),

(8) Así se explica por qué todas las tentativas de la teología especulativa y de la filosofía que coincide con aquélla, en deducir de Dios la existencia del mundo o en derivar el mundo de Dios, fracasan y debe fracasar. Pues, por eso mismo, porque fracasan son, en el fondo, falsas y erróneas no sabiendo qué se trata en realidad en la creación.

(9) Tampoco se puede aquí objetar la omnipresencia de Dios, la existencia de Dios en todas las cosas, o la existencia de las cosas en Dios. Porque prescindiendo del hecho de que por la futura destrucción real del mundo, la no divinidad del mismo y su existencia fuera de Dios ha sido suficientemente anunciada, debe tomarse en cuenta que Dios sólo existe en el hombre en el modo especial; pero yo sólo me encuentro en casa allí donde me siento especialmente en casa. En ningún lugar Dios es propiamente dicho Dios como en el alma. En todas las criaturas hay algo de Dios; pero en el alma, Dios es divino; allí está su lugar de descanso, Sermones de varios doctores, etc. pág. 19. Y la existencia de las cosas en Dios constituye, especialmente donde no tiene ningún significado panteístico (que aquí no tiene lugar), también solamente una imaginación sin realidad, pues no expresa las mentalidades especiales de la religión.

(10) Aquí es también el punto donde la creación no solamente representa el poder divino, sino también el amor divino. Nosotros existimos porque Dios es bueno, Agustin. Antes de que el mundo existiera, era Dios solo. Antes de todas las cosas, Dios existía, sólo Dios era para sí mismo el mundo, el espacio y todo. Mas era sólo porque no habia nada fuera de él, Tertuliano. Pero no hay suerte más grande que hacer feliz a los demás. La beatitud se encuentra en el acto de la comunicación. Pero comunicativa es solamente la alegría, el amor. Por eso el hombre pone como principio de la existencia, el amor comunicativo. El éxtasis de la bondad pone a Dios fuera de sí, Dionisio. Todo lo esencial sólo se funda en sí mismo. El amor divino es la alegría de vida que se afirma y se funda en sí misma. Pero el sentimiento más alto de la vida, la alegría más alta, es el amor que hace feliz. Dios, como ser bondadoso, es la felicidad objetivada y personificada de la existencia.

Índice de La esencia del cristianismo de Ludwig FeuerbachCapítulo XCapítulo XIIBiblioteca Virtual Antorcha