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Dios y el Estado

Miguel Bakunin

Capítulo sexto


Sí, el idealismo teórico dá como consecuencia necesaria el materialismo más brutal en la práctica; no, indudablemente, en los que la predican de buena fé (el resultado ordinario para estos es ver que sus esfuerzos resultan estériles), sino en los que se esfuerzan para realizar sus preceptos en la vida y en la sociedad entera, en tanto que esta se deja dominar por las doctrinas idealistas.

Para demostrar este hecho general, y que a primera vista puede parecer extraño, pero que se explica naturalmente cuando se ha reflexionado, no faltan pruebas históricas.

Compárense las dos últimas civilizaciones del pueblo antiguo: la civilización griega y la romana. ¿Cuál de ellas es más materialista, más natural por su punto de partida y más humanamente ideal en sus resultados? ¿Cuál es, por el contrario, más abstractamente ideal en su punto de partida, -sacrificando la libertad material del hombre en aras de la libertad ideal del ciudadano, representado en la abstracción del derecho jurídico, y el desarrollo natural de la sociedad humana en aras de la abstracción del Estado-, y cual se hizo, no obstante más brutal en las consecuencias? La civilización romana; no hacía falta decirlo. Verdad que la civilización griega, como todas las antiguas civilizaciones, comprendida la de Roma, fue exclusivamente nacional y tuvo por base la esclavitud. Pero, no obstante estos dos inmensos defectos, la primera no concibió y realizó menos la idea de la humanidad; ennobleció y realizó realmente la vida de los hombres; transformó los rebaños humanos en asociaciones libres de hombres libres; creó, con la libertad de las ciencias, las artes, una poesía, una filosofía inmortal y las primeras nociones del respeto humano. Con la libertad política social, creó el pensamiento libre.

A fines de la Edad Media, en la época del Renacimiento, bastó que algunos griegos que habían emigrado llevasen a Italia varios de sus libros inmortales para que la vida, la libertad, el pensamiento, la humanidad enterradas en el sombrío calabozo del catolicismo resucitarán súbitamente.

La emacipación humana es realmente el nombre de la civilización griega.

¿Y el de la Romana? La conquista con todas sus brutales consecuencias.

¿Y su última palabra?

La omnipotencia de los Césares, que fue el envilecimiento y la esclavitud de las naciones y de los hombres.

Hoy todavía, ¿qué es lo que mata, qué es lo que aplasta brutal, materialmente, en todos los paises de Europa, la libertad y la humanidad?

Siempre el triunfo del principio cesáreo o romano.

Compárense ahora dos civilizaciones modernas: la civilización italiana y la alemana.

Representa la primera su carácter general, el materialismo; la otra, por el contrario, representa lo más abstracto, lo más puro y lo más trascendental en cuanto a idealismo. Veamos los frutos prácticos de una y de otra.

Italia ya ha prestado inmensos servicios a la causa de la emancipación humana. Fue la primera en resucitar y aplicar ampiiamente el principio de la libertad en Europa, y la que dio a la humanidad sus títulos de nobleza: la industria, el comercio, la poesía, las artes, las ciencias positivas y el pensamiento libre. Aplastada después por tres siglos de despotismo imperial y papal y arrastrada sobre el lodo por su burguesía gobernante, reaparece hoy, es cierto, muy degenerada en comparación de lo que fue. Y sin embargo, ¡cuán distinta de Alemania! En Italia, no obstante aquella decadencia, que esperamos será pasajera, se puede vivir y respirar humanamente, rodeado de un pueblo que parece nacido para la libertad. Italia, burguesa y todo, puede mostrar hombres como Mazzini y Garibaldi. En Alemania se respira la atmósfera de una inmensa esclavitud polílica y social, filosóficamente explicada y aceptada por un gran pueblo, con resignación y buena voluntad premeditadas. Sus héroes -hablo de la Alemania de hoy, no de la Alemania del porvenir de la Alemania nobiliaria, burocrática, política y burguesa, no de la Alemania proletaria- sus héroes son lo contrario de los Mazzini y los Garibaldi: son hoy Guillermo I, el feroz y sencillo representante del Dios protestante, son Bismark y Moltke y los generales Manteuffel y Werder. En todas sus relaciones internacionales, Alemania desde que existe, fue lenta, sistemáticamente invasora, conquistadora, siempre pronta a extender sobre los pueblos vecinos su propia esclavitud voluntaria; y, desde que se constituyó en potencia unitaria, se ha vuelto una amenaza, un peligro para la libertad de toda Europa. En la actualidad, Alemania es el servilismo brutal y triunfante.

Para mostrar cómo el idealismo teórico se transforma incesante y fatalmente en materialismo práctico, no hay más que citar el ejemplo de todas las Iglesias cristianas y, naturalmente, primero que el de todas el de la Iglesia apostólica y romana. ¿Qué de más sublime en el sentido ideal, más desinteresado, de más apartado de todos los intereses de esta tierra que la doctrina del Cristo predicada por esta Iglesia? ¿Y qué de más brutalmente materialista que ]a práctica constante de esta misma Iglesia a partir del siglo VIII, cuando empezó a constituirse en potencia? ¿Cuál fue y cuál es aún el objeto principal de todos sus litigios contra los soberanos de Europa? Sus bienes temporales, sus rentas primero, y en seguida su poder temporal: sus privilegios políticos.

Es necesario hacerle la justicia de que fue la primera en descubrir en la historia moderna la verdad incontestable, pero muy cristiana, de que la riqueza y el poder, la explotación económica y la presión política de las masas, son los dos términos inseparables del reino del idealismo divino en la tierra: la riqueza, consolidando y aumentando el poder, descubriendo y creando siempre nuevos manantiales de la riqueza, aseguran, mejor que el martirio y la fé de los apóstoles, mejor que la divina gracia, el éxito de la propaganda cristiana. Es esta una verdad histórica no desconocida para las Iglesias, para las sectas protestantes, mejor dicho. Hablo naturalmente de las Iglesias independientes de Inglaterra, de América y de Suiza, no de las Iglesias serviles de Alemania. Estas carecen de iniciativa propia; hacen lo que sus amos, sus soberanos temporales, que a la vez son sus jefes espirituales, desean que hagan. Sabido es que la propaganda protestante, la de Inglaterra y dc América sobre todo, va estrechamente unida a la propaganda de los intereses materiales, comerciales, de ambas naciones; y sabido es también que esta última propaganda no tiene por objeto el enriquecimiento y la prosperidad material de los países en que penetra en compañía de la palabra de Dios, sino la explotación de dichos países en pro del enriquecimiento de ciertas clases, que, en su propia comarca, no viven de otra cosa que de la explotación y del pillaje.

En una palabra, no es muy difícil probar historia en mano, que la Iglesia, que todas las Iglesias cristianas y no cristianas, junto a su propaganda espiritualista, y probablemente para acelerar y consolidar su buen éxito, nunca se olvidaron de organizarse en grandes compañías para llevar a cabo la explotación económica de las masas, bajo la protección y con la bendición directa y especial de una divinidad cualquiera; que todos sus Estados que, en su origen, como es sabido, no fueron, con sus instituciones políticas y jurídicas y sus clases dominadoras y privilegiadas, sino sucursales temporales de aquellas distintas Iglesias, no tienen por objeto principal sin la explotación en provecho de las minorías laicas, indirectamente legitimadas por la Iglesia, y, por último que, en general, la acción de Dios y de todos los idealismos divinos en la tierra, condujo siempre y en todas partes a la fundación del materialismo próspero del pequeño número sobre el idealismo fanático y constantemente hambriento de las masas.

Hoy estamos viendo una nueva prueba de ésto. A excepción de aquellos grandes corazones y de aquellos grandes talentos que antes nombrara, ¿quiénes son en la actualidad los defensores más encarnizados del idealismo? En primer lugar, todas las cortes soberanas. En Francia fueron Napoleón III y su esposa Eugenia; todos los ministros cortesanos y exmariscales, desde Rouher y Bazaine hasta Fleury y Pietri; los hombres y las mujeres del mundo oficial imperial, que tamhién idealizó y salvara a Francia. Fueron los periodistas y sus sabios, los Cassagnac, los Girardini, los Dusernois, los Venillot, los Leverrier, los Dumas. Fue, en fin, la negra falange de los jesuitas y las jesuitas; fue toda la elevada burguesía y la clase media de la nación. Fueron los doctrinarios liberales sin doctrina; los Guizot, los Thiers, los Julio Favre, los Pelletan y los Julio Simón, todos encarnizados defensores de la explotación burguesa. En Prusia, en Alemania, es Guillermo I, el rey demostrador actual del buen Dios en la tierra; son todos sus generales, todos sus oficiales, todo su ejército, que, fuerte con su idea religiosa, acaba de vencer a Francia de la manera ideal que se conoce. En Rusia, es el zar y su corte toda; son los Muravief y los Barg, todos los degolladores y píos misioneros de Polonia. En todas partes, para acabar, el idealismo religioso o filosófico (el uno es la traducción más o menos libre del otro), sirve hoy de bandera, a la fuerza material sanguinaria y brutal, a la explotación material más desvergonzada; mientras que, por el contrario, la bandera del materialismo teórico, la roja bandera de la igualdad económica y de la justicia social, es mantenida por el idealismo práctico a conseguir la mayor libertad y el derecho humano de las masas oprimidas y hambrientas, que tienden del individuo en la fraternidad de todos los hombres de la tierra.

¿Cuáles son los verdaderos idealistas, los idealistas no de la abstracción, sino de la vida, no del cielo, sino de la tierra, y cuáles son los materialistas?
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