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Dios y el Estado

Miguel Bakunin

Capítulo tercero


Ya he consignado la principal razón práctica del poder que aun ejercen sobre las masas las creencias religiosas. Esas tendencia místicas en el hombre más bien significan un profundo descontento en el corazón humano, que una aberración de su espíritu; esas tendencias místicas no son más que la protesta instintiva y apasionada del ser racional contra las vergüenzas, pesares, rebajamiento y necesidades de una existencia miserable. Para este mal, ya lo he dicho también, no hay más que un remedio: la Revolución social.

En otros escritos he procurado demostrar y establecer las causas que precedieron al origen y desenvolvimiento histórico de las alucinaciones religiosas en la conciencia humana. Ahora me propongo tratar de la cuestión de la existencia de Dios, o del origen divino del mundo y del hombre, solamente desde el punto de vista de su utilidad social y moral, y diré algunas, aunque muy pocas palabras, sobre la razón teórica de esa creencia, a fin de exponer mejor mi pénsamiento.

Todas las religiones con sus dioses, sus semidioses y sus profetas, sus mesías y sus santos, han sido creadas por la fantástica imaginación de los hombres que no han alcanzado pleno desenvolvimiento ni la completa posesión de sus facultades intelectuales. Por esto el cielo religioso no es más que un espejo en el cual el hombre, exaltado por la ignorancia y por la fé, descubre su propia imagen, pero agrandada, esto es, divinizada. La historia de las religiones, del nacimiento, del desarrollo y decaimiento de los dioses que se han sucedido uno tras otro en las creencias humanas, no, es otra cosa, por lo tanto, que el desenvolvimiento mismo de la inteligencia colectiva y de la conciencia de la humanidad.

Apenas los hombres descubrieron en el curso de su marcha, históricamente progresiva, ya en sí mismos, ya en la naturaleza externa, un poder, una cualidad o un gran defecto cualquiera, lo atribuyeron inmediatamente a los dioses, después de haberlo exagerado y agrandado más de lo regular, a imitación de lo que hacen los niños, por un acto de su fantasía religiosa. Gracias a la modestia y a la bondadosa generosidad de los creyentes y fanáticos el cielo se ha enriquerido con los despojos de la tierra; y por una consecuencia necesaria, a medida que el cielo se ha ido enriqueciendo, la humanidad y la tierra han sido más miserables: una vez admitida la divinidad, se la proclamó la causa, la razón y el árbitro absoluto de todas las cosas; el mundo desde entonces no fue ya nada; Dios lo es todo, y el hombre, su creador verdadero, después de haberlo hecho surgir del vacío, se humilló ante él, le adoró y se constituyó en su esclavo.

El cristianismo es la religión por excelencia, porque pone de manifiesto de un modo completo la naturaleza y la esencia verdadera de cada sistema religioso, que consiste en el empobrecimiento, la esclavitud y el aniquilamiento de la humanidad en bien de la divinidad.

Siendo Dios todo, el mundo real y el hombre no son nada. Si Dios es la verdad, la justicia, la bondad, la belleza, el poder y la vida, el hombre es la falsedad, la iniquidad, el mal, la fealdad, la impotencia y la muerte. Si Dios es el señor, el hombre es el esclavo. Incapaz este de hallar por su propio esfuerzo la justicia, la verdad y la vida eterna, solamente ha podido obtenerlas por medió de la revelación divina, porque ante la justicia del cielo nada significa la justicia terrenal. Esclavos de Dios, los hombres son esclavos también de la Iglesia y del Estado.

He ahí una verdad que el cristianismo ha comprendido mejor que todas las demás religiones que existen y han existido, sin exceptuar la mayor parte de las viejas religiones orientales que abrazan solamente varias naciones privilegiadas, en tanto que el cristianismo aspira a dominar a la humanidad entera; esta verdad la ha proclamado y realizado con rigurosa lógica tan solo el catolicismo romano entre todas las sectas cristianas. Esta es la razón porque el cristianismo es la religión por excelencia, absoluta y final; porque la Iglesia apostólica y romana es la única firme, la única legítima, la Iglesia de Dios, en fin.

La idea de Dios implica la abdicación de la justicia y de la razón humanas; es la negación más decisiva de la libertad y conduce necesariamente a la esclavitud de la Humanidad.

A menos, pues, de admitir la esclavitud. y la degradación de la especie humana, como la desean los jesuitas, los momiers, los beatos y los metodistas protestantes, no podemos, no debemos de hacer la más ligera concesión ni al Dios de la teología ni al de la metafísica. El que en este místico alfabeto empieza por Dios acaba fatalmente por Dios mismo; el que aspira al culeto de Dios, que no abrigue ninguna ilusión pueril acerca de la materia, y renuncie por completo a su libertad y a su dignidad. Si Dios existe el hombre es simplemente un esclavo; más el hombre puede y debe ser libre; así que Dios no existe. Yo desafío a cualquiera a salirse de este círculo de hierro: escoged.
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