Índice de Determinismo y voluntarismo de Benjamín Cano Ruíz y José PeiratsCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Tercera intervención

José Peirats

Me da la impresión de que lejos de ceñirnos al objeto inicial de nuestra discusión lo desbordamos, y de raíz en raíz los problemas se ramifican en progresión geométrica. La discusión sobre la genética y la justicia clásica ha llevado al examen de cuestiones más profundas; las que a su vez tiran de otras, cual la mano de las cerezas; y unas cerezas de otras. Leído tu último trabajo, repito, tengo la impresión de que los árboles empiezan a ocultarnos el bosque. Y sin embargo es inevitable. No somos los solos privilegiados en haber caído en este laberinto; otros más duchos que nosotros perecieron en el propósito de desmontar pieza por pieza el Universo.

Por este camino vamos. Tú, poniendo la ciencia en el lugar de la palabra de Dios, firme en la creencia de que en nuestro caso lo explica todo. Determinista a ultranza, has tenido que ver en mí un librealbedrista no menos cerrado. Y sin embargo, yo no he expresado otra cosa que dudas, preocupaciones y angustias.

Cuando condenabas la justicia histórica en nombre de la irresponsabilidad del individuo, por designio genético o por acción sobre él del medio, yo citaba de memoria aquella anécdota sobre la auto-defensa de Jorge Etievant ante el tribunal del Sena, rematada así por Malatesta: Un juez de mal corazón, pero de ingenio, hubiera podido responderle: Tienes razón; yo no puedo castigarte justamente, y ni siquiera censurarte, por las razones que has expuesto tan bien: pero, por las mismas razones no son responsables el sacerdote que te ba engañado, el patrono que te ha llevado al hambre, el esbirro que te ha torturado; y no soy responsable tampoco yo, que te mando a presidio o a la guillotina. Todo lo que ocurrió debió de ocurrir.

Mi primer trabajo se extendía en consideraciones siempre alrededor de las consecuencias de tus premisas. Dije entonces, y repito ahora, que no trataba de somover ni una sola pieza de tu firme armazón científico, sino más bien fijar tu atención en las consecuencias. Para ti, negar el principio de responsabiIidad era negar solamente la justicia histórica; yo traté de demostrarte que era el principio en sí de justicia, clásica o no, que ajusticiabas, puesto que si absolvías al acusado, absolvías también al sacerdote, al policía, al juez y al verdugo, por lo que el primero era el único decapitado.

Cuando digo que toda noción de justicia o de moral, clásica o no, considera al individuo poseedor de una voluntad es porque creo que tanto la justicia como la moral pretenden juzgar, bien para ajusticiar, bien para reprochar o simplemente para discernir. Moral es para mí una serie de preceptos por los que nos permitimos o nos prohibimos ciertas acciones. Justicia es el acto por el que sancionamos la moralidad o la inmoralidad.

Ahora bien, como seria absurdo juzgar o sermonear a un ladrillo por el hecho de caerse del andamio con el consiguiente estropicio, de ahí que afirme que toda noción de justicia o de moral presupone al individuo incriminado vivo, dinámico, voluntario. Es decir, lo considera como responsable en principio de sus actos y no como un ladrillo, como un robot o como un cadáver.

Digo en principio, porque indudablemente hay factores más o menos ponderables que interfieren nuestros actos. Discriminar estas interferencias y hacerlas jugar como atenuantes es la misión de los psicoanalistas a que te refieres. Por otra parte, la criminalogía moderna lucha por incorporar en la justicia clásica estos atenuantes. Que algunos juristas hagan tabla rasa de la voluntad del reo, no quiere decir que ésta sea la tendencia de los psicoanalistas y penalistas modernos. Tú mismo lo dices: los modernos criminalistas propugnan por las prácticas del psicoanálisis y el estudio concienzudo de los antecedentes, para conocer las causas que determinaron el acto que se enjuicia y el grado de responsabilidad del individuo. Es decir, el grado de responsabilidad, no la irresponsabilidad absoluta.

Trataba también en mi anterior trabajo de defender a la justicia del estigma religioso, emparejándola con la moral. La idea de responsabilidad no es necesariamente religiosa, a menos que se tenga por religión a la moral. Quitémosle a la moral el principio de responsabilidad y veremos lo que queda. Y conste que responsabilidad tampoco es necesariamente ahorcar gente. Tú mismo nos hablabas de una moral completamente nueva y de conceptos nuevos y científicos de la justicia.

También expresaba mis angustias ante tu optimismo por un mundo social completamente diferente edificado sobre los cimientos de la ciencia, y confrontaba tu optimismo científico con el pesimismo biológico de Rostand.

Como puedes ver no había en mí más que reparos, dudas y angustias, no toma de posición precipitada contra éste o aquel principio científico, ningún prejuicio contra ésta o aquella premisa doctrinaria.

Pero a este método mío, de querer atisbar, no sólo la verdad, sino las consecuencias de una verdad determinada, le saliste al encuentro con el tuyo diametralmente opuesto, por el que, sentada la verdad científica, te desentendías de los resultados: Una verdad no puede estar en contradicción con sus consecuencias. Para tí sólo cuenta la verdad científica, y es tanta la fe que depositas en ella que no te quitan el sueño las consecuencias. Receloso yo de tan redomada coqueta, y en particular de las verdades más acreditadas, quise situar el problema de la verdad científica en tanto que ligada a su sumo hacedor falible: el hombre. Gran parte de mi trabajo anterior estuvo dedicado a resaltar las dos caras de la moneda, a confrontar, no religiosos con científicos, sino a los propios hombres de ciencia, y al hombre de ciencia que es Rostand consigo mismo.

La verdad, querido amigo, es demasiado frágil para que asumamos la terrible responsabilidad de abandonarnos ciegamente a sus consecuencias. La historia se halla repleta de abandonos a verdades de la víspera que fueron funestos errores el día siguiente. Verdad de Hobbes: El hombre es lobo del hombre; verdad de Malthus: Progresión geométrica de la población y aritmética de los alimentos: las pestes y las guerras (frenos positivos) se encargan de establecer el equilibrio; verdad de T. H. Huxley: La vida es un circo de gladiadores: el más fuerte, el más hábil, el mejor dotado vence, y he aquí todo el secreto del progreso.

Si a Kropotkin no le hubiese sabido esta verdad a latigazo, si no le hubiesen importado los resultados tanto como la premisa científica, no hubiese descubierto nunca que junto a la lucha por la vida hay un apoyo mutuo por la vida, y que a esta ley, más que a la del cachiporrazo, se debe la evolución. Kropotkin no se abandonó al columpio de que una verdad no puede estar en contradicción con sus consecuencias. Las consecuencias, por lo contrario, le hicieron dudar de la verdad.

Y sin embargo confieso que la premisa de Einstein es brutalmente lógica. Aunque instintivamente me resulte repulsiva lógicamente no podría rechazarla. La única salvedad es que se refiere a una verdad prefabricada. Y aquí está lo crucial: no debe confundirse una verdad de papel con nuestras frágiles verdades de ir por casa. El peligro está aquí, amigo Cano.

Sentada la verdad del determinismo en el sentido cerrado que tú lo postulas, y abandonados a la posición alegre y confiada de que la verdad no puede estar en contradicción con sus consecuencias, ¿qué tal si descubriéramos un día que entre los valores tradicionales, barranco abajo estaban los principios morales y revoIucionarios por los que tú y yo Iuchamos? ¿Valdría o no la pena dudar, o reparar siquiera en la verdad precursora de tamaño cataclismo? Pues esto, querido Cano, no es una simple suposición. Pero antes he de ocuparme de otros extremos de tu trabajo.

Empezaré por aquél en que haciendo de mí el polo opuesto al determinismo, acabas recelándome de dualista, de religioso, y llegas a blandir sobre mi cabeza un amago de excomunión ateísta. Paso a parafrasearte: Admitida esa definición de la voluntad ... no tenemos más remedio que admitir que en el ser humano hay algo que escapa a sus funciones fisiológicas ... Esa es la esencia misma del alma o el espíritu, idea sobre la cual se basan todas las religiones, porque es idea religiosa cien por clen. No creo que tú afirmes ese dualismo en el ser humano, admitiendo la existencia del alma metafísica y el cuerpo físico. Si tú admitieras eso dejarías de ser ateo; y van tan unidos ateísmo y anarquismo que no puedes dejar de ser lo uno sin dejar de ser lo otro. Y tu anarquismo es bien sólido.

Vayamos por partes: ¿Por qué tiene que ser necesariamente dualista, metafísica, teísta, religiosa y, ¡el colmo!, antianarquista, la creencia en la voluntad? Varias veces he protestado del abuso o ligereza de colgar sambenitos en la espalda de ideas filosóficas que las religiories alquilaron fragmentariamente y el catolicismo deformó. Políticamente, ¿no se confunde ante nuestros ojos la democracia y el socialismo, el comunismo con el leninismo o el stalinismo?

Filósofos de la antigua Grecia, particularmente los estoicos, nos hablan de la materia como principio pasivo y de Dios como principio activo. Pero este Dios no es un ser independiente de la Naturaleza sino que está en la Naturaleza misma. Materia y Dios son, pues, dos términos más o menos felices para distinguir los principíos pasivo y activo en la vida. El mundo -afirmaba Zenón de Citio- no ha sido creado, ha sido formado por el fuego, que es Dios mismo. Y sigue afirmando: No hay nada accidental en el Universo; todo es necesario, inevitable ... Tenemos un alma, un principio vital, pero esta alma no es tampoco un espíritu, es un cuerpo. No hay espíritus en el mundo; no hay más que cosas incorpóreas, tales como el lugar, el espacio, el tiempo, lo infinito. Lo que llamamos alma no es sino un aire ardiente, una parte del alma general del mundo, una individualidad que, como toda cosa real, ha de ser tarde o temprano destruida por la muerte. Es falso que haya un más allá; nos desvanecemos al morir en la materia de que salimos ... (Cita de Pi y Margall en Estudios sobre la Edad Media).

¿Pueden ser tildados de religiosos estos conceptos? ¿No se ha visto en los estoicos a los padres del materialismo científico y del ateísmo? Y sin embargo ... sigamos parafraseando a Zenón: ¿Qué es la libertad? La independencia de cuanto pretende imponerse a nuestras almas. Si nos apegamos demasiado a los objetos que nos rodean, obedecemos con demasiada facilidad a nuestros deseos y nos dejamos llevar de las pasiones, la menoscabamos incesantemente y somos al fin esclavos. Debemos mostrarnos indiferentes a todo lo del mundo, ser simplemente espectadores de las escenas de la vida, no buscar nada, dejar pasar sobre nosotros el destino sin pretender detenerlo e inmutarnos, concentrar toda nuestra actividad en nosotros mismos, hacer de cada uno una libertad real, una inteligencia libre ...

¿Qué culpa tienen los estoicos de que el cristianismo arramblara con no pocas de las ideas de su filosofía moral? Los más hermosos de los preceptos de Jesucristo, la sobriedad, el desprecio de las riquezas, la fortaleza de espíritu, etc., son de cosecha estoica. ¿Debemos, pues, poner en el índice a socráticos, cínicos, epicúreos y estoicos porque el cristianismo se apoderó de sus doctrinas y las corrompiera el catolicismo? ¿Debemos poner a aquéllos en el mismo saco que a éstos? Niego que la filosofía que se basa en el individuo y su voluntad determinante tenga que ver con el dogma religioso más que con la filosofía misma. El estoicismo, individualista y voluntarista, desarrollóse al margen de la palabra revelada.

En nuestra época el estoicismo ha tenido un alto representante en el filósofo francés Han Ryner, que fue flagelo de todas las religiones y todos los dogmas. ¿Habrá que retirarle también la patente de ateo y de materialista por su ahinco en el voluntarismo? En el voluntarismo clásico y moderno, el libre albedrío del individuo es la resultante de los descuentos del determinismo. Veámoslo:

¿Cuál es el camino intelectual que conduce a esta cima (la de la sabiduría)? Es la doctrina estoica de los verdaderos bienes y los verdaderos males. ¿Cómo se llama esta doctrina? Se llama la doctrina de las cosas que dependen de nosotros y de las que no dependen de nosotros. ¿Qué cosas dependen de nosotros? Nuestras opiniones, nuestros deseos, nuestras aversiones, en una palabra, todas nuestras acciones interiores. ¿Cuáles son las que no dependen de nosotros? El cuerpo, las riquezas, la reputación, las dignidades, en una palabra, todas las cosas que no pertenecen a nuestras acciones interiores. ¿Cuáles son los caracteres de las cosas que dependen de nosotros? Son débiles, esclavas, sujetas a muchos obstáculos e inconvenientes y por completo extrañas al hombre ... (Han Ryner: Pequeño manual individualista. Buenos Aires, 1928).

Esta filosofía es materialista y atea, y hasta determinista en el sentido abierto de la palabra. Cree que el hombre es determinado, limitado, en el cuerpo, en su vida y en su muerte, en todas aquellas cosas sobre las cuales la voluntad no puede nada. Por lo contrario, cree que el hombre es dueño de su voluntad en todo aquello que el querer hace posible. De ahí la distinción de las cosas en propias y ajenas. De ahí el ahinco en el ejercicio de la voluntad, que educa y fortalece prescindiendo de cosas inútiles: lujos, deseos, pasiones, necesidades, en las que se ve relajamiento moral y esclavitud. Cuanto menos esclava de esas cosas exteriores más fuerte es la voluntad para afrontar las imposiciones del amo y de la multitud, que también forma parte del amo. Los cínicos, precursores de los estoicos, caracterizábanse por su lucha contra las necesidades exteriores e inútiles debilitantes de la voluntad. Diógenes prescindió de la calabaza el día que vio beber a un niño sirviéndose del hueco de la mano. Epicteto pudo afrontar victoriosamente el martirio mediante su sola voluntad endurecida, educada. En nuestros días, ante nuestros ojos, un hombre, Gandhi, hizo temblar un imperio sin más armas que su voluntad insobornable, inexpugnable ...

Era de suponer que saldrían a relucir en esta plática las grandes figuras del anarquismo. No podían faltar a la cita y por mi parte celebro tu iniciativa. Veamos si entre los anarquistas, al contrario de lo ocurrido con los filósofos y los biólogos, reina mayor armonía. Mi conocimiento incompleto de la obra escrita de Bakunín me impide poder juzgar de la armonía de su pensamiento. Pero estimo esto obvio, pues tengo la impresión de que cualesquiera que fueran sus afirmaciones teóricas toda la vida del gran revolucionario es una exaltación del voluntarismo. No se explica la enorme actividad de Bakunín por un desdeñoso la voluntad casi no cuenta. Lo contrario me parece más acorde con el temperamento de aquel gigante activista. La realidad-Bakunín es una potente dinamo voluntarista. Y si hay determinismo en Bakunín es más bien el suyo sobre los demás. Si tuviese que pintarle, pintaría una locomotora, no un vagón de tercera.

El lado voluntarista de Bakunín atrajo precisamente las preferencias de Malatesta. Luis Fabbri escribió de Bakunín y Kropotkin al respecto de Malatesta: Más próximo al primero que al segundo de estos dos grandes pensadores, sin embargo, Malatesta se destacaba radicalmente de ambos ... (Luis Fabbri: Malatesta, su vida y sus pensamientos). Y más adelante: La anarquía es para Malatesta el objetivo práctico que los anarquistas se proponen alcanzar valiéndose de sus propias fuerzas, de la ayuda de cuantos estén de acuerdo en todo o en parte con ellos y de la influencia que ejerzan sobre las masas; y el anarquismo es el complejo de los métodos y movimientos de pensamiento y acción determinados por tal voluntad realizadora. La suya, por tanto, es una concepción voluntarista de la anarquía y de la revolución, muy distinta y, en gran parte, en contraste con la determinista, la que, por el contrario, concibe la revolución y la anarquía como algo fatal e inevitable (Kropotkin), determinado automáticamente por una supuesta ley natural del progreso y de la ciencia ...

El mismo Fabbri cita a continuación directamente de MaIatesta: No se es anarquista, no se es socialista, no se es hombre dispuesto a un fin cualquiera, sin esa premisa, confesada o no, de la eficacia de la voluntad humana. Cierto que tai voluntad no es omnipotente, puesto que está condicionada por las leyes naturales; pero se hace tanto más poderosa en el descubrimiento de dichas leyes, cuyo reconocimiento, mientras parece restringir su poder, le da la posibilidad de realizar sus deseos, le confiere poder efectivo.

Habla ahora Malatesta del mecanismo de los fenomenos de la Naturaleza: En tal concepto, ¿qué significado pueden tener las palabras voluntad, libertad, responsabilidad? Si no se puede modificar el curso predeterminado de los acontecimientos humanos, como no se puede modificar el curso de los astros o el crecimiento de una flor, ¿para qué serviría la educación, la propaganda, la rebelión?

Malatesta tampoco hubiera podido responder a satisfacción a tu pregunta: Si aceptas esa voluntad que hace determinante al individuo, explícame qué es ella lo más científicamente posible. Pues bien, su respuesta variaría poco de la mía. Héla aquí: ¿Qué es la voluntad en su esencia? No lo sabemos. Pero, ¿sabemos tal vez lo que son en su esencia la materia y la energía ...? Lo ignoramos. Esto nos parece la última palabra que pueda decir, al menos por ahora, una prudente filosofia. Pero nosotros queremos vivir una vida consciente y activa; y tal vida exige, a falta de conocimientos positivos, ciertas presunciones necesarias, que pueden ser inconscientes pero que están siempre en el ánimo qe todos. (Todas mis citas de y sobre Malatesta son del libro de Fabbri).

Malatesta no sabe qué es la voluntad científicamente hablando, pero sabe que no es cuestíón de estarse quietos hasta saber qué es o no es esa voluntad. (¿Por qué estará obligado el hombre a demostrar su voluntad antes de usar de su libertad?, Han Ryner). A falta, pues, de conocimientos de rigor científico al respecto, y sintiendo la necesidad de una vida activa (de darle un objetivo a la propia vida), que no satisface la vida contemplativa, se atiene uno, siquiera a título de presunción necesaria, a lo empírico que está en el ánimo de cada uno. Quizás no podremos demostrar científicamente nunca si tenemos o no una voluntad, pero sabemos de inmediato que hay que vivir, y que para ello es necesario actuar. Lo contrario, la relajación muscular, o el ostracismo intelectual, sería tal vez lo consecuente con el dogmatismo científico, pero a la vez la más completa negación de la vida.

El punto de vista malatestíano dimana de una concepción neutra o enigmática de la Naturaleza; de una falta de objetivo preciso en ésta en el sentido que quisiéramos o no quisiéramos. El único ideal es el que le dictan al hombre sus sentímientos, sus facultades receptivas, deliberativas y determinatívas combinadas.

Si de Malatesta pasamos a Rocker, observamos parecida línea de pensamientos. En vez de ver en el determinismo una garantía contra la invasión religiosa, Rocker descubre en el mismo una pendiente hacia lo que es espíritu de toda religión: el fatalismo. El pensamiento de Rocker puede seguirse a través de su crítica antimarxista. Más allá de Marx y Engels está Hégel, filósofo de lo absoluto, descubridor de las necesidades y misiones históricas, creador de la física social. Si todo está determinado, si todo obedece a leyes fijas, el todo es un movimiento mecánico ineludible. He aquí el fatalismo. Se puede entonces prever el destino de los cuerpos sociales con sólo conocer las leyes físicas que los rigen (física social). Por el mismo conocimiento previo de las leyes, ¿no nos anticipamos a ciertas reacciones de laboratorio?

Si todo obedece a leyes fijas, todo es fatal, todo es necesario. No hay bien ni mal, o más bien, según el marxismo, no hay mal que para bien no venga. Para el marxista dialéctico todas estas tesis engendran su antítesis y el final es la síntesis. Sobre estos cimientos edificó el marxismo su filosofía dialéctica y su concepción materialista de la historia. En suma: su socialismo científico.

Rocker y Malatesta son sumamente cautos en cuanto a la diatriba antideterminista. Dice Fabbri: Malatesta no negaba el principio de causalidad: incluso afirmaba que responde a ciertas necesidades de nuestro intelecto, y reconocía que el libre albedrío absoluto de los espiritualistas es contradicho por los hechos y repugna a nuestro intelecto; no obstante, observamos que aplicando según la lógica el principio determinista a las relaciones humanas, se obliga a negar la voluntad y a hacer aparecer risible todo esfuerzo por un objetivo cualquiera ...

Por lo que respecta a Rocker, éste afirma sin empacho: El hombre no está sometido incondicionalmente más gue a las leyes de su vida física. No puede modificar su constitución, suprimir las condiciones fundamentales de su existencia fisiológica, transformarlas de acuerdo a sus deseos ... Pero la transformación de su vida social no está sometida a esas necesidades y es sólo el resultado de su voluntad y de su acción. (Nacionalismo y Cultura).

Seguramente se produjo aquí el mismo fenómeno de regresión que he señalado en Kropotkin, es decir, de la verdad a las consecuencias y de las consecuencias a la verdad. Las terribles consecuencias atisbadas obligarían a estos hombres -no exclusivamente cerebrales- a ser prudentes en la generalización de determinados principios cientificos. Tal reacción es sentimental, primero, y sabia, después, en Kropotkin, frente al darwinismo social. Marx y Engels son los adalides del determinlsmo social. En el marxismo el determinismo es particularmente económico: en el freudismo, exclusivamente sexual. Determinismo al fin.

Escuchemos a Rocker: La socialdemocracia, principalmente en los países germanos y en Rusia, se titula con preferencia el partido del socialismo cientifico y acepta la doctrina marxista que sirve de base teórica a su doctrina. Sus representantes afirman que el devenir de la sociedad debe ser considerado como una serie indefinida de necesidades históricas cuyas causas han de buscarse en las condiciones de producción de cada momento. Estas necesidades hallan su expresión práctica en la lucha continua de clases divididas en campos enemigos por intereses económicos distintos. Las condiciones económicas, esto es, la forma en que los hombres producen y cambian sus productos, constituyen la base férrea de todas las demás manifestaciones sociales o, para emplear la frase de Marx, la estructura económica de superestructura jurídica y política y a la que responde una determinada forma de conciencia social. Las represehtaciones religiosas, las ideas, los principios morales, las normas jurídicas, las manifestaciones volitivas, etc., son meros resultados de las condiciones de producción de cada momento, porque es la forma de producción de la vida material la que determina en absoluto el proceso de vida social, política y psíquica. No es la conciencia de los hombres la que plasma las condiciones en que viven, sino a la inversa, las condiciones económicas las que determinan su conciencia. (Artistas y rebeldes, cap. Socialdemocracia y anarquismo).

Esta física social ha permitido al marxismo emitir su profecía del desarrollo ineludible de la sociedad capitalista en marcha fatal hacia el socialismo. Esta evolución no depende en nada de la voluntad humana sino del principio causal económico (determinismo económico). La evolución automática de las formas de producción da nacimiento al capitalismo; éste al proletariado, y empieza la lucha de clases (la tesis ha dado lugar a la antítesis). De esta lucha resulta el proceso galopante de proletarización: competencia capitalista igual a ruina de la pequeña y mediana burguesía, igual a concentración del Capital (cada vez en menos manos), igual a polarización entre una clase capitalista inmensamente rica, pero poco numerosa, y un proletariado cada vez más numeroso y mísero. La burguesía disminuye, el proletariado crece. El proletariado es el germen de destrucción que lleva en si la burguesía. Su Juan Simón. El desenlace es el socialismo: la expropiación y absorción de la burguesía por el proletariado: he aquí la síntesis dialéctica.

El capitalismo juega aquí el papel del diablo en la liturgia católica. El diablo con sus tretas, sus astucias y sus tentaciones nos curte, nos templa, nos pone a prueba y finalmente nos hace ganar el cielo (o el infierno). Rocker ha calificado el determinismo marxista de traducción del fatalismo religioso al campo de la economía.

Hecha tabla rasa de la voluntad del hombre en tanto que factor determinante en cualquier medida no hay que asombrarse de las cínicas conclusiones del sumo pontífice del bolchevismo: ¿Libertad para qué? La libertad es un prejuicio burgués (Lenin). Evidentemente, en un mundo automáticamente sincronizado por el rígido mecanismo determinista, ¿qué sentido podría tener la libertad? La libertad no existe donde todo está determinado.

Afortunadamente ese determinismo, como el otro y el de más allá, no lo explica todo ni mucho menos. Dice Rocker: Hay millones de fenómenos en la historia que no se pueden explicar sólo por causas meramente económicas. Y en otra parte: Cuanto más hondamente se examinan las influencias políticas en la historia tanto más se llega a la convicción de que la voluntad de Poder ha sido hasta aquí uno de los resortes más vigorosos en el desenvolvimiento de las formas de la sociedad humana.

No hay aquí concesión ninguna al darwinismo social sino constatación del determinismo histórico de la voluptuosidad de Poder a través de los Alejandro, Julio César, Napoleón, Hitler, etc., voluntad de dominio frente a la voluntad individual de libertad. Los marxistas pretenden que las condiciones de producción y de cambio económicas descubrieron la América, no Cristóbal Colón.

Ni Rocker ni Malatesta hacen concesión alguna al dualismo religioso, ni siquiera por rechazo de su voluntarismo. No caer en el fatalismo opuesto al religioso, no hacer que los extremos se toquen es su obsesión. El que crea en la ineludibilidad de todo desarrollo social -trompetea Rocker-, sacrifica el porvenir al pasado, interpreta los fenómenos de la vida social pero no los modifica. En este aspecto todo fatalismo es idéntico, sea de naturaleza religiosa, política o económica. E insiste: El fatalismo es especialmente peligroso cuando se presenta con la investidura de la ciencia, que representa hoy, con mucha frecuencia, el hábito talar de los teólogos.

Volvamos ahora a Han Ryner. Para algunos la ciencia exige el deterininismo, otros creen que la ética exIge la lIbertad. Pero el sabIo no se siente oblIgado, antes de establecer una ley, a pretender demostrar que todo obedece a leyes. Una teoría del libre albedrío no pertenece a la sabiduría, como no es necesarío al hombre que anda, una teoría del movimiento.

Véase a continuación cómo no era desquiciada mi opinión sobre la imposibilidad de resolver tan arduo problema sin desmontar previamente el Universo. Según Ryner, para afirmar o negar científicamente el determinismo absoluto sería necesario agotar cada ser, cada estado, cada fenómeno por el análisis, a fin de conocer todas las causas y todos sus componentes. Si el conjunto de las causas explicase, sin residuo, la totalidad del ser, del estado, del fenómeno; si resultaba que todos los componentes existían antes que él; si no se hallaba ninguna posibilidad de novedad, ni en la forma ní en la materia, el determinismo absoluto quedaría entonces demostrado. Pero si conocidas en absoluto todas las causas resultaba un residuo, el determini5mo absoluto quedaría rechazado. (Han Ryner: La sagesse qui rit, cap. L´objectio déterministe).

Ahora bien, ¿es posible este análisis? El autor cree que no. En consecuencia se abstiene de la temeridad de afirmar. Pero si es fácil abstenerse de afirmar y negar con el pensamiento, no es posible dejar de hacerlo con los actos. Aquí Han Ryner se plantea más o menos el mismo caso de conciencia de Malatesta: la necesidad de actuar.

Y he aquí repetido también el caso de conciencia de Rocker sobre los límites del determinismo científico: El sabio -dice Ryner- obra correctamente aceptando el determinismo como hipótesis de trabajo; pero hace mal en confundir una hipótesis de trabajo con una explicación completa o definitiva. (Id., id.) O sea, más claramente: El determinismo tiene su dominio; la libertad tiene también el suyo. Y, sin embargo, uno y otro caben magnificamente en el Universo. No neguemos la mitad de los problemas so pretéxto de resolverlos. (Le Subjectivismo, cap. Le déterminisme et la liberté). La gran belleza del determinismo -sigue perorando Han Ryner- consiste en hacer inteligible el mundo ... Pero cuidado de permitirle una tíranía exclusiva, ¿no acabará por destruir su propia obra? ¿No acabará por reducirlo todo a un mecanismo pasivo, muerto e insuficiente? (Id., id.).

Han Ryner explica este culatazo del arma determinista del siguiente modo: Si el determinismo tuviese ese rigor negativo que postulan ciertos sabios, y que les parece necesario para la ciencia, la ciencia misma sería imposible. Hacer ciencia es actuar. Si todo está previamente determinado, ¡oh físico! en el mismo caso se hallará tu mirada, con la que, sin embargo, te empeñas en observar todo fenómeno, como si fueras libre de mirar por doquier. Tu esfuerzo por estudiar el mundo afirma la libertad, exactamente que mi esfuerzo por conocerme. De la ley observada deduces consecuencias industriales; haces el mismo gesto libre qua hago yo cuando del conocimiento de mi ser trato de llegar a su perfeccionamiento y armonía. Hasta el esfuerzo que haces para demostrarme la verdad del determinismo desmiente la omnipotencia de éste. Para convencerme, en vez de dejar quietos tus pensamientos en su desorden primero, tu voluntad los ordena según una lógica y un orden parecidos a los del general con sus tropas. Toda tentativa de razonar es una afirmación de libertad. Por el determinismo lógico -forma quizás algo grosera de la libertad intelectual- escapas al determinismo psicológico o fisiológico que te imponía ideas dispersas, desarmadas o imprecisas. Así la ciencia, madre del determinismo, es hija de la libertad ... (Id., id.).

En octubre de 1947 publiqué yo en CNT de Toulouse un comentario a un libro recién aparecido entonces, de Paul Gille, profesor del Instituto de Altos Estudios de Bélgica, y director a la sazón de la Sección de Ciencias Filosóficas. Escribía yo sobre La grande métamorphose: Para Gille el fatalismo consiste en la ley de la Naturaleza, en el sentido y orientación predominante en esta ley, cuyo resultado a la vista es la interdependencia y la asociación de fenómenos, la solidaridad de las partes con el todo. El hombre, como parte y como producto más acabado de la Naturaleza, no escapa a esta ley. La constitución biológica del hombre es la obra de la solidaridad. Los tejidos y los órganos, el mismo sistema nervioso, son sus productos ...

Como puede adivinarse por estas líneas de mi trabajo. Gille revela más bien una formación determinista abierta en el sentido kropotkiniano. Pues bien, el mismo Gille es autor de otro libro del mismo carácter: Esbozo de una filosofía de la dignidad humana, muy divulgado por cierto en nuestros medios anarquistas españoles. En el frontispicio de esta obra figura un capítulo no menos divulgado que lleva por título: El sofisma antiidealista de Marx. Del mismo voy a permitirme copiar unos párrafos, con los que daré fin a tan engorroso aluvión de citas. Son los siguientes:

Esa vida y esa actividad autónoma de las ideas, a pesar de lo que dice Marx, podemos comprobarlas, ante todo, en el dominio económico: en esas relaciones económicas que Marx declara independientes de la voluntad de los hombres.

Un fenómeno económico -dice muy justamente G. De Greef- no es un fenómeno puramente material (La Sociologie économique, p. 122). Y termina: Los fenómenos económicos, que estoy de acuerdo con la escuela de Marx en conceptuar como fenómenos fundamentalesde la estructura y de la vida colectiva, implican elementos ideológicos. (Idem. p. 138). Y añade puntualizando más: Desde el momento en que un fenómeno es social no es jamás puramente material.

Nada más cierto. Tan cierto es, que Espinas ha podido decir, en su admirable libro sobre Las sociedades animales, que una sociedad es un organismo de ideas, y Eliseo Reclus, en Evolución y revolución, pudo, a su vez, razonablemente escribir: La savia hace el árbol; las ideas hacen las sociedades. Ningún hecho histórico mejor comprobado.

¿Qué se ha hecho desde entonces de la afirmación de Carlos Marx negando, en las relaciones de producción, la función de la voluntad? ¿No es verdad que una vez más se ha confundido fatalismo y determinismo? Fatalismo: es decir, concepción simplista de la causalidad. Determinismo: es decir, negación del absolutismo y de lo arbitrario en la Naturaleza, concepción sintética de la etiología de los fenómenos.

El simplismo económico, el simplismo materialista de Marx, es tan falso, tan absurdo como el simplismo de los idealistas puros. Al negar la causalidad de la conciencia y de la voluntad, desconoce la verdad elemental de que el hombre, ser viviente, no es puramente pasivo, que está dotado de actividad, de movimiento, de iniciativa; desconoce la verdad psicológica de que toda acción consciente es un complejo donde interviene, como origen, como factor eficiente, el factor personal, el factor psíquico; desconoce, en fin, la verdad sociológica de que la vida social se funda en la psicología colectiva, de la que emana, por decirlo así, como una flor de su tallo.

Reconocer, por el contrario, con el buen sentido, la parte, por ínfima que sea, de la ideación y del pensamiento personal en la determinación de las disposiciones hpmanas, es negar la fatalidad de los fenómenos económicos, destruir en su base el sofisma antiidealista de Marx, devolver a la voluntad razonada del hombre su dignidad y sus derechos.

Voy a abordar el último aspecto de mi requisitoria. Decías tú creer en la solidez de mi anarquismo al par que me recelabas de dualista, teísta and so on. Lo siento, pero tengo que aclararte que la solidez en mis ideas la debo precisamente a haberme embebido hondamente de cuanto precisamente recelas. Para mí el anarquismo es la más alta expresión de la libertad. Soy anarquista porque aspiro a la libertad; y aspiro a la libertad porque creo en ella, no sólo como finalidad sino más que nada como principio. Sin creer en la libertad como principio huelga que se crea en la lIbertad como finalidad. Mas claramente: si yo fuese el determinista cerrado que tú te pretendes y yo no creo, lo primero que me sobraría es la libertad, que es lo primero que necesito para sentirme anarquista. Porque el determinismo cerrado subordina cada uno de mis actos, pensamientos, emociones a una causalidad rígida, preestablecida, invariable, inamovible. Y sin espontaneidad, sin posibilidad determinativa mi vida carecería de objetivo. No pudiendo influir en nada, alterar nada, cualquier cosa me sería indiferente. Moralmente todo tendría para mí el mismo valor: la cultura y el barbarismo, el progreso y la regresión; la revolución y la reacción, la libertad y la autoridad. No pudiendo alterar nada todo es fatal. Y si todo es fatal todo es necesario. Y si todo es necesario no hay bueno y malo, no hay noción moral. En consecuencia, da lo mismo esto que lo otro. Tanto monta el verdugo como la víctima. La idea, el principio de justicia, se desvanece. Todos los valores: morales, ideológicos, tradicionales, revolucionarios, clásicos o modernós, autoritarios o libertaríos, todo, absolutamente todo, a excepción del fatalismo determinista absoluto, rueda informemente barranco abajo ¿Se quiere una metafísica más catastrófica?

Ahora bien, ese fatalismo, ese amoralismo, ese materialismo, ese escepticismo, ¿no está en la base de la metafísica autoritaria moderna, en los dogmas científicos, en las misiones históricas, en las dialécticas seudo-revolucionarias? No ha dado nacimiento y, encima, reforzado a los fascismos y comunismos demenciales, basados no sólo en la política de apisonadora sino en hacer aceptar al individuo la idea fija de que ante el Estado, ante el partido, no representa nada? El totalitarismo, rojo o negro; el de la disciplina de cadáver, el de la autocrítica, el del cachete en la nuca, ¿de qué principios se vale para inculcarle al individuo que su verdadera vida es la que se manifiesta a través del Estado, al que hay que sacrificar todo?

Mientras no contemos con conocimientos más firmes tengo el deber, emanante éste de una necesidad interior consciente, de darle un sentido a mi vida. En consecuencia, asumo ante mí la responsabilidad de creer que el hombre es la más alta expresión de la transformación constante de la materia.

Para mí el hombre es esa misma materia tendiendo a librarse del reino de la fatalidad. Eliseo Reclus ha dado en la diana: El hombre es la Naturaleza formando consciencia de sí misma. Igual que el niño, en el que priman movimientos mecánicos (instintivos) que van convirtiéndose en conscientes con el desarrollo psicoorgánico; y que de ser determinado se convierte en determinante, el que genéricamente llamamos Hombre puede estar avanzando del reino de la fatalidad al de la animalidad y, de éste, al de la vida psicológica, en cuyo estadio, aun sin haberse liberado de las interferencias fatalistas, empieza a no ser ya un juguete del determinismo matriz.

El hombre genérico lucha contra el medio, contra su incultura, contra las enférmedades, contra la incomodidad, contra las distancias, contra la fatiga, contra las formas antisociales primitivas, contra sus propias creencias dogmáticas, religiosas o no, contra las trampas autoritarias, contra el cientifismo y racionalismo momificados.

El hombre, es decir, la yema de la Naturaleza, estaría en marcha. Cada enfermedad reducida, cada conquista del espacio, cada cadena político-social rota serían otras tantas conquistas a expensas de la fatalidad y en el haber de la voluntad y la libertad.


Índice de Determinismo y voluntarismo de Benjamín Cano Ruíz y José PeiratsCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha