Índice del Sistema de las contradicciones económicas o Filosofia de la miseria de Pierre Joseph ProudhonAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

VII

La comunidad es imposible sin una ley de organización, y perece por la organización

Nada más fácil de hacer que un plan de comunismo.

La República es dueña de todo; distribuye sus hombres, desmonta, cultiva, construye almacenes, cuevas y laboratorios; levanta palacios, talleres y escuelas; fabrica todas las cosas necesarias, como son vestidos, alimentos, etc.; da la instrucción y los espectáculos, todo gratis, según se cree, y con arreglo a sus recursos. Todos son obreros nacionales, y trabajan por cuenta del Estado que no paga a nadie, pero que cuida de todo el mundo, como un padre de familia cuida de sus hijos. Tal es, poco más o menos, la utopía de ese excelente señor Cabet, utopía renovada, con ligeras modificaciones, de los soñadores griegos, egipcios, sirios, indios, latinos, ingleses, franceses y americanos; reproducida con variantes por el señor Pecqueur, y hacia la cual gravita, a pesar suyo, el representante de nuestra joven democracia, el señor Luis Blanc. Simple y perentorio, no se puede negar que este mecanismo tenga, por lo menos, la ventaja de estar al alcance de todo el mundo. Así es que, leyendo a los autores, se percibe al momento que sólo esperan la controversia sobre las horas de trabajo, la elección de las costumbres y otros detalles insignificantes que, según ellos, no afectan en nada al sistema.

Pero este sistema tan simple, en concepto de los utopistas, llega a ser de una extremada complicación si se reflexiona que el hombre es un ser libre, refractario a la policía y a la comunidad, y que toda organización que violenta la libertad individual, perecerá por ella. Así se ve en las utopías socialistas presentarse siempre la apropiación, y sin respeto a la fraternidad, turbar el orden comunista.

Hemos visto al señor Cabet permitir por las noches la colación en familia, y a esta concesión añadir todavía otra: el domingo todo el mundo es libre. Cada cual come en donde quiere; en su casa, en el restaurante o en el campo, ad libitum. Como una buena e indulgente madre, el legislador de Icaria sintió la necesidad de olvidar, de vez en cuando, el rigor comunista; quiso recordar a los ciudadanos que no eran hermanos solamente, sino también personas, ¡y los domingos les da libertad!

El señor Cabet hace más: con respecto a la agricultura, rehabilita la pequeña explotación, casi puedo decir, la pequeña propiedad. El agricultor de Icaria, colono de la República, vive solo con su mujer y sus hijos en su casita y su pedazo de tierra: no ignoro que un gran número de comunistas reprueban este sistema, sobre el cual tampoco los economistas están de acuerdo; pero yo sostengo que si el señor Cabet es hereje, todos sus detractores lo son también; pues creo que no admitiréis diferencia de principio entre ellos, si yo pruebo que sólo existe diferencia de forma. Probemos, pues, que toda organización, comunista o no comunista, implica necesariamente libertad e individualidad del trabajo, lo mismo que todo reparto implica proporcionalidad e individualidad del salario, lo cual nos conduce siempre a la imposibilidad del comunismo.

El primero y el más poderoso resorte de la organización industrial, es la separación de las industrias, o sea la división del trabajo. Con la diferencia de climas, la naturaleza preludió esta división y determinó a priori todas sus consecuencias; el genio humano hizo lo demás. La humanidad sólo puede satisfacer sus necesidades generales aplicando esta gran ley de división que engendra la circulación y el cambio. Además de esta división primordial, reciben los pueblos su originalidad y su carácter. La fisonomía de las razas no es, como se cree, un rasgo indeleble que se conserva por la generación; es una marca de la naturaleza que sólo puede desaparecer por efecto de la emigración y el cambio de hábitos. La división del trabajo no obra, pues, simplemente como órgano de producción; ejerce también una influencia esencial sobre el espíritu y el cuerpo, y es la forma de nuestra educación como de nuestro trabajo. Bajo todos estos aspectos, se puede decir que es creadora del hombre como de la riqueza, que es tan necesaria al individuo como a la sociedad, y que respecto al primero, como a la segunda, la división del trabajo debe aplicarse con todo el poder y la intensidad de que es susceptible.

Pero ... aplicar la ley de división, es fomentar el individualismo y provocar la disolución de la comunidad: esta consecuencia es inevitable. Y en efecto; supuesto que en una comunidad bien dirigida, la cantidad de trabajo que debe proporcionar cada industria es conocida, y el número de trabajadores es conocido también; si el trabajo sólo se exige a cada uno como condición de salario y de garantía frente a todos, ¿qué razón habrá para que la comunidad resista a una ley de la naturaleza, limite su acción e impida sus efectos? ¿Y qué podría responderse al ciudadano que hiciese al gobierno la siguiente proposición?

La suma de los servicios que debe prestar el grupo de que formo parte, es de 1.000;

El número de los días de trabajo durante el año, 300;

Somos cincuenta compañeros;

Yo me comprometo, y pruebo con la memoria adjunta que mi proposición es ventajosa a la República; me comprometo, digo, dando por garantía la parte que me pertenece en el consumo general, a proporcionar día por día, mes por mes y año por año, a gusto del gobierno, la fracción del trabajo colectivo que se me asigne, aumentada en una décima parte, y pido en cambio que se me deje libre de trabajar solo.

¿Se declararía sospechoso a este ciudadano que pedía la emancipación del trabajo, obligándose a pagar el diezmo de la libertad? ¿Se proscribiría la libertad individual en nombre de la general, que se compone de la suma de las libertades individuales? ¿Cuál sería el motivo de esta proscripción? ¡Libertad; encanto de mi existencia, sin ti el trabajo es una tortura y la vida una larga muerte; por ti combate la humanidad desde su origen, y por tu reinado trabajamos todos en esta nueva y grande revolución! ¿No serás tú algo más que la muerte de la conciencia bajo el despotismo de la sociedad, y por el temor de perderte será preciso que te inmole todos los días?

¿Se dirá que no puede concederse la libertad del trabajo porque implica la apropiación, y ésta el monopolio, la usura, la propiedad, la explotación del hombre por el hombre? Yo replico al instante que si la libertad engendra esos abusos, es porque falta una ley de cambio, una constitución del valor y una teoría del reparto que mantenga la igualdad entre los consumidores y el equilibrio en las funciones; Y ahora bien, ¿qué es lo que aquí se opone al reparto? ¿Qué es lo que rechaza con todas sus fuerzas la teoría del valor y la del cambio? El comunismo. Luego el comunismo rechaza la libertad del trabajo porque necesita una ley de reparto, y rechaza en seguida el reparto, a fin de conservar la comunidad del trabajo. ¡Qué galimatías!

Organización del trabajo, división o libertad del trabajo y separación de las industrias, todos estos términos son sinónimos. Pues bien: la comunidad perece con la separación de las industrias; luego la comunidad es esencialmente orgánica, y no puede existir ni renacerá en la tierra si no es por la desorganización. ¿Cómo se puede concebir una separación de las industrias que no separe a los industriales, y una división del trabajo que no divida los intereses? ¿Cómo, sin responsabilidad, por consiguiente, sin libertad individual, se asegura la eficacia del trabajo y la fidelidad del rendimiento? El trabajo, decís, se dividirá, y sólo el producto será común. Círculo vicioso, petición de principio, logomaquia, absurdo. Acabo de probar que el trabajo no puede dividirse sin que el consumo se divida también; en otros términos, que la ley de división implica una ley de reparto, y procediendo ésta por debe y haber, sinónimos de tuyo y mío, la comunidad queda destruída. El individualismo existe, pues, en el seno de la comunidad, en la distribución de los productos y en la división del trabajo: dígase lo que se quiera, el comunismo está condenado a morir, y sólo le queda el derecho de optar por la justicia, resolviendo el problema del valor, o crear, bajo el manto de la fraternidad, el despotismo del número en vez del de la fuerza.

Todo cuanto el socialismo dijo, desde la muerte de Abel hasta los fusilamientos de Rive-de-Gier, sobre este gran problema de la organización, no fue más que un grito de desesperación y de impotencia, por no decir una declamación de charlatán. Ni hoy ni nunca, nadie en el socialismo ni en el partido propietario resolvió las contradicciones de la economía social; y todos esos apóstoles de organización y de reforma, son explotadores de la credulidad pública que descuentan, en nombre de la ciencia futura, el beneficio de una verdad tan antigua como el mundo, y cuyo nombre no saben articular siquiera.

¿Será el productor libre en su trabajo? A esta pregunta tan sencilla, el socialismo no se atreve a responder; y a donde quiera que se vuelva se ve perdido. La división del trabajo está unida por un lazo indisoluble al reparto matemático de los productos, y la libertad del productor a la independencia del consumidor. Suprimid la división del trabajo, la proporcionalidad de los valores, la igualdad de las fortunas, y el globo, capaz de alimentar a diez mil millones de hombres ricos y fuertes, apenas basta para algunos millones de salvajes: suprimid la libertad, y el hombre no es más que un miserable galeote que arrastra hasta el sepulcro la cadena de sus engañosas esperanzas; suprimid el individualismo de las existencias, y convertiréis a la humanidad en un gran pólipo.

Afirmad la división del trabajo, y la comunidad desaparece con la uniformidad; afirmad la libertad, y los misterios de la policía se desvanecen con la religión y el Estado; afirmad la organización, y la comunidad de bienes, cuya inevitable consecuencia es la comunidad de las personas, no será más que una horrorosa pesadilla.

La comunidad con la división del trabajo, con la libertad y con la organización, ¡gran Dios! es el caos con los atributos de la luz, de la vida y de la inteligencia. ¡Y me preguntáis por qué no soy comunista! Consultad, si gustáis, el diccionario de las antonimias (1), y sabréis por qué no soy comunista.


Notas

(1) Se refiere al de Paul Ackermann.

Índice del Sistema de las contradicciones económicas o Filosofia de la miseria de Pierre Joseph ProudhonAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha