Índice del Los héroes de Thomas CarlyleAnteriorBiblioteca Virtual Antorcha

SEXTA CONFERENCIA

El héroe como rey.
Cromwell.
Napoleón.
Revolucionismo moderno.

Tercera parte

(Viernes, 22 de mayo de 1840)

Una vez subyugadas Inglaterra, Escocia e Irlanda al Parlamento Puritano, surgió la cuestión práctica: ¿Qué hay que hacer? ¿Cómo gobernarás a esas Naciones que puso en tus manos la Providencia de modo tan asombroso? Es evidente que los cien miembros supervivientes del Largo Parlamento que en él se sientan como suprema autoridad no pueden continuar allí. ¿Cómo hay que obrar? Era aquella cosa cuya solución puede ser fácil para los teóricos factores de constituciones; mas para Cromwell, que buscaba sus hechos prácticos, reales, era complicadísima. Consultó al Parlamento su decisión, pues él era el llamado a exponerla. Pero los soldados, aunque contrarios al Formulismo, que alcanzaron la victoria a cambio de su sangre, estimaron debían ser oídos, exclamando: No aceptamos un trozo de papel a cambio de nuestras luchas; entendemos que la Ley del Evangelio de Dios, al que concedió la victoria por nosotros, debe establecerse, intentar su establecimiento en este pais.

Estas palabras resonaron en los oídos de los parlamentarios durante tres años, dice Cromwell, sin que pudieran dar con la solución discurseando, discutiendo. Quizá se deba eso a la naturaleza de los parlamentarios; tal vez no haya Parlamento capaz de resolverlo, charlando sin descanso. Pero la cuestión tenía que decidirse. Los sesenta miembros se hadan odiosos a la nación, despreciables, llegando a llamarle Rump Parliament, no pudiendo continuar así; ¿Quién iba a sucederle? El Parlamento Libre, el derecho al Sufragio, las Fórmulas Constitucionales de una u otra especie; era la Realidad iracunda que avanzaba hacia nosotros, que nos devoraría de no resolverla. Y, ¿quién sois vosotros que habláis de Fórmulas Constitucionales, derechos del Parlamento, vosotros, que tuvisteis que matar a vuestro Rey, para humillar al Orgullo, para alejar y desterrar por la ley del más fuerte al que se opusiere a la prosperidad de vuestra Causa? Sois cincuenta o sesenta que continuáis el debate. Decidnos qué hacemos, no como Fórmula, sino como Hecho real.

Nunca se supo la respuesta. El diligente Godwin declara no pudo dar con ella, siendo lo probable que aquel mezquino Parlamento ni quiso ni pudo disolverse y dispersarse, que aplazó la disolución diez o veinte veces, perdiendo Cromwell la paciencia. Aceptamos la hipótesis más favorable para el Parlamento, la más favorable, aunque no la creo cierta, pero harto favorable.

Según esta versión, al llegar a la crisis, cuando Cromwell y sus Oficiales se reunieron de una parte y los cincuenta o sesenta Miembros de la otra, fue informado Cromwell, súbitamente, de que el Parlamento, desesperado, dió una singular respuesta; que en su rencorosa y codiciosa desesperación, para alejar al Ejército, trataba de aprobar rápidamente en la Cámara una Ley de Reforma: un Parlamento elegido por toda Inglaterra, dividida en distritos electorales iguales, libertad de sufragio y todo lo demás, cosa muy discutible, pero indiscutible para ellos. ¿Proyecto de Reforma? ¿Elección libre? Los realistas permanecian callados, mas existían; tal vez excedían en número, cuando la mayoría en Inglaterra fue siempre indiferente ante su Causa, que miraba sometiéndose a ella. La mayoría estaba en el peso y la fuerza, no en el número de electores. Además, con aquellas Fórmulas y Leyes Reformatorias la cuestión azarosamente resuelta por la espada quedaba de nuevo a merced del oleaje, trocándose en mera esperanza y probabilidad, pequeña aun como probabilidad, sin ser probabilidad, sino certidumbre que lograron por la fuerza de Dios y sus brazos, evidente certidumbre. Cromwell se presentó ante aquellos Parlamentarios testarudos, interrumpió la rápida aprobación de la Ley Reformatoria, ordenándoles que se fueran y que no hablaran más. ¿Podemos perdonarlo? ¿No podemos comprenderlo? Juan Milton, que vió las cosas desde cerca, lo aplaudió. La Realidad barrió las Fórmulas. Opino que la mayor parte de los ingleses francos lo habria creido necesario.

El hombre fuerte y osado se atrajo la oposición de toda clase de Formulismos y superficialidades lógicas, atreviéndose a apelar a la realidad legitima de Inglaterra, interrogándola: ¿Estás conmigo o contra mi? Es curioso observar su esfuerzo para gobernarla constitucionalmente, buscando Parlamento que le ayudase, sin conseguirlo. Su primer Parlamento, al que llamaron Parlamento de Barebone, fue Convocatoria de los más Notables, acudiendo a él de todas partes de Inglaterra, seleccionados por los principales Sacerdotes y Funcionarios Puritanos, las personas más distinguidas por su reputación religiosa, influencia y afecto por la Causa, reuniéndose para esbozar un plan. Sancionaron lo pasado, preparando el futuro como pudieron. A sus componentes se les llamó sarcásticamente Parlamento de Barebone, aunque parece que su nombre fue Barbone, hombre muy apreciable. Su labor no fue broma, sino grave realidad, intento de aquellos Puritanos Notables de convertir la Ley de Cristo en Ley de Inglaterra dentro de lo posible. Entre ellos hubo hombres de buen sentido: otros de calidad, en cuanto a piedad supongo casi todos eran piadosos. Parece que fracasaron, cayendo al esforzarse en reformar el Tribunal Supremo, disolviéndose y declarándose incompetentes, entregando el poder en manos del Generalisimo Cromwell, para que hiciese lo que quisiera y pudiera.

¿Qué haria con él? El Generalisimo Cromwell, Comandante en Jefe de todas las fuerzas llamadas a las armas o que pudieran llamarse, encontróse ante un singular trance; como era la sola Autoridad existente en Inglaterra fue lo único que la aislaba de la Anarquía. Ésa es la innegable Realidad en cuanto a su posición y la del País por entonces. ¿Qué haría con él? Después de deliberar, decidió aceptarlo, exclamando gravemente, en pública solemnidad ante Dios y los hombres: Si, ésa es la Realidad; haré lo mejor que pueda de ella. Protectorado, Instrumento de Gobierno; éstas son las formas externas de la cosa, elaboradas y sancionadas como permitieron las circunstancias, por los Jueces, por los principales Funcionarios, Consejo de Funcionarios y Personas de calidad de la Nación; en cuanto a la cosa en sí, era innegable que para lo pasado y lo presente sólo había una alternativa: esto o la Anarquía. La puritana Inglaterra podía aceptarlo o no, mas con ello evitaba ciertamente su suicidio. Opino que los Puritanos aceptaron tácitamente, algo contrariados, el acto anómalo de Cromwell, aunque en general mostráronse francamente agradecidos; al menos le ayudaron a afianzarlo, no abandonándolo; luego surgieron dificultades en el Parlamento, sin que supieran cómo habían de juzgarlo.

El segundo Parlamento de Oliverio, el primero regular en realidad, elegido según lo establecido por el Instrumento de Gobierno, se reunió y laboró, abismándose más tarde en la discusión del derecho del Protector, la usurpación y cuestiones parecidas, disolviéndose al llegar a su término legal. El irrebatible discurso de Oliverio, dirigido a sus componentes, es ciertamente notable, lo mismo que el pronunciado en su Tercer Parlamento, al que reprochó su pedantería y obstinación; rudas y caóticas oraciones, mas francas, propias del sincero, desmañado, no acostumbrado a formular sus grandes ideas, sino a ponerlas en práctica. El sentido que encerraban sus pensamientos estallaba al no hallar palabras apropiadas, mentando repetidamente los designios de la Providencia, afirmando que aquellos cambios, tantas victorias y acontecimientos, no se debieron a plan premeditado, no eran comedia suya ni de los demás; que los que así lo consideraban blasfemaban ciegamente, insistiendo sobre su afirmación con iracundia, énfasis y energía. Como si Cromwell hubiese previsto aquellos turbulentos y tremendos trances a que se vió sometido en un mundo sumido en el caos; como si continuase tirando de los hilos de los muñecos de trapo! Y afirma: Nadie pudo prever tales cosas; nadie era capaz de decir lo que ocurriría al día siguiente, porque todo se debió a los designios de la Providencia; siguiendo el camino indicado por Dios llegamos finalmente al pináculo de la victoria, triunfando la Causa de Dios en estas Naciones, reuniéndose el Parlamento para indicar el modo cómo podía organizarse todo ello, reducirlo a realidad racional entre los hombres; vosotros sois los que tenéis que ayudarnos con vuestros prudentes consejos para realizarlo, por haber disfrutado de la oportunidad que ningún Parlamento gozó hasta ahora en lnglaterra. La Ley de Cristo, la Razón y la Verdad pudieron establecerse hasta cierto punto como Ley en este país; mas vosotros os entregasteis a la pedantería, constitucionalismos, cavilosidades y especulaciones sobre las leyes escritas, discutiendo mi presencia en este sitio, exponiéndoos a que vuelva el Caos; y todo porque no puedo exhibir Acta Notarial que me faculte para presidiros, porque lo único que puedo alegar es la voz de Dios, que resonó en el fragor de la batalla. Perdisteis la oportunidad, ignorando cuando volverá a presentarse; os aferrásteis a la Lógica constitucional, por eso domina en el país la Ley de Mammón, no la de Cristo. ¡Sea Dios quien os juzgue a vosotros y a mí! Éstas fueron sus últimas palabras: que presentasen sus fórmulas constitucionales, que él iría acompañado de sus luchas informales, propósitos, realidades y actos; que Dios sería el juez de su respectiva conducta.

Dijimos que los Discursos impresos de Cromwell son informes, caóticos, y muchos afirman que son intencionadamente ambiguos, enrevesados, propios del hipócrita que se escuda en confusa jerga jesuítica; para mí no lo son. Diré más bien que me proporcionaron los primeros atisbos de la realidad de Cromwell, de su posibilidad. Si procuráis creer encierran algo, buscando con cariño en su fondo, observaréis hay en ellos discurso sincero expresado en su ruda y tortuosa manera de decir, que su gran corazón no estaba hueco. Comenzaréis a ver claro que era un hombre, no enigmática quimera incomprensible, increíble. Las Historias y Biografías escritas sobre Cromwell por generaciones superficiales y escépticas, que no pudieron concebir ni descubrir al hombre profundamente creyente, son más oscuras todavía que sus Discursos. A su través sólo se ve la infinita vaguedad de las Tinieblas y la Nada. Lord Clarendon dice: Vehemencias y Recelos; sí, meros caprichos avinagrados, teorías y extravagancias. No es posible creer que ello indujese al sereno y sobrio inglés a dejar su arado y su trabajo, lanzándose en furiosa guerra contra el más calificado de los Reyes. Grandes dotes debe reunir el Escepticismo para escribir sobre la Creencia, mas la cuestión es realmente ultra vires: es la Ceguera que formula las Leyes de la Óptica.

El Tercer Parlamento de Oliverio chocó contra el mismo escollo que el segundo: las Fórmulas constitucionales, inquiriendo: ¿A qué debes ese sitial? ¿En virtud de qué Documento Notarial lo ocupas7 ¡Pedantes, miopes! Entonces Cromwell replicó: Al mismo poder que os convirtió a vosotros en Parlamento; eso, y algo más, es lo que me hizo Protector; si nada es mi Protectorado, ¿qué sois vosotros, miembros del Parlamento, sino reflejo y consecuencia de aquél?

Al fracasar el Parlamento quedó el Despotismo como única solución. Dictadores Militares a la cabeza de cada distrito, para refrenar a los Realistas y otros contradictores, para gobernarles por la espada ya que no por ley parlamentaria. Mientras la Realidad subsista no hay Fórmulas. Continuaré protegiendo a los protestantes oprimidos en el extranjero; nombrando jueces justos, prudentes directores en el pa{s; estimando a los verdaderos sacerdotes Evangelistas, haciendo cuanto pueda para que Inglaterra sea cristiana, mds grande que la vieja Roma, Reina de la Cristiandad Protestante; eso haré mientras Dios me conceda vida, puesto que me negáis vuestra ayuda; así se expresó Cromwell. ¿Por qué no lo abandonó todo, retirándose en la sombra de nuevo, al ver que la Ley no quiso reconocerlo? Eso es lo que preguntan muchos y en eso se equivocan, porque no podía renunciar. Pitt, Pombal, Choiseul, otros Presidentes de Consejo gobernaron las naciones; su palabra fue ley mientras prevalecieron, mas este Presidente no era de los que ceden fácilmente. Carlos Estuardo y los Caballeros le acecharon para matarle, a él y a la Causa; una vez muerto no podía volver. El único retiro para este Presidente era el sepulcro.

¡Con qué tristeza rememoramos la vejez de Cromwell! Quejábase incesantemente de la pesada carga que la Providencia echó sobre sus espaldas, que tenía que sobrellevar hasta la muerte. La esposa del coronel Hutchinson, su antiguo compañero de lucha, refiere que una vez vióse obligado su marido a visitar a Oliverio a causa de cierto asunto, haciéndolo contra su voluntad; que Cromwell le acompañó hasta la puerta, hablándole fraternalmente, diciéndole deseaba reconciliarse con él, su hermano de armas; afirmando le dolía no lo comprendieran, lo abandonasen los verdaderos soldados, a los que estimaba mucho; el inflexible coronel, encastillado en su fórmula republicana, marchóse petulante, quedando solo el hombre encanecido, débil de fuerzas por su largo trabajo. También veo a su pobre madre, muy anciana, que vivía en su Palacio; ¡buena mujer que moraba en aquella mansión honrada con el temor de Dios, que cuando oía un disparo creía habían asesinado a su hijo; por eso tenía que presentarse ante ella una vez al día, para que viera que vivía todavía. ¡Pobre anciana madre! ¿En qué se benefició aquel hombre? Su vida fue triste lucha, penalidades, hasta su último día. ¿Fama, ambición, un puesto en la Historia? Su cuerpo inerte colgaba de unas cadenas; su lugar en la Historia fue de ignominia, acusación, sombrío y de infortunio. ¡Quién sabe si es temerario decidirme a figurar entre los primeros que se aventuran a afirmar no fue truhán e impostor, sino honrado y sincero! ¡Descanse en paz! A pesar de todo, mucho fue lo que hizo por nosotros. Reflexionemos en silencio sobre su atormentada vida, heroica y grande; no hallemos la tierra que recubre su cuerpo, porque nada nos obliga a pasar sobre ella. ¡Dejemos al Héroe en reposo! Nunca apeló Cromwell al juicio de los hombres; ni éstos lo han juzgado muy bien.

Un siglo y un año después de 1668, ya silenciado y decorosamente olvidado el Puritanismo, estalló una explosión mucho más violenta, mucho más difícil de silenciar, conocida de todos los mortales, y cuyo recuerdo perdurará mucho tiempo: la Revolución Francesa. Es el tercero y último acto del Protestantismo, el explosivo regreso de los Hombres a la Realidad, cuando estaban a punto de aniquilarlos la Apariencia y el Simulacro. Decimos que el Puritanismo Inglés fue el segundo acto, al afirmar: La Biblia es verdadera, atengámonos a la Biblia. En la Iglesia, dijo Lutero; en la Iglesia y en el Estado, dijo Cromwell, atengámonos a la verdad de Dios. Los hombres tienen que volver a la realidad; no pueden vivir de apariencias. Su tercer acto, la Revolución Francesa, puede llamarse el último, pero es imposible que el hombre llegue a más bajo nivel que en aquel salvaje Sansculotismo. Se basan en el Hecho más desesperado y desnudo, innegable en todo tiempo y circunstancias, y ahí vuelven a empezar a construir. La explosión francesa tuvo su Rey, como la inglesa, sin Documento Notarial que lo acreditare. Miremos unos instantes a Napoleón, nuestro segundo Rey moderno.

Opino que no fue tan grande como Cromwell. Sus victorias enormes, que abarcaron a toda Europa, mientras Cromwell se limitó a nuestra pequeña Inglaterra, son elevados zancos que lo destacan sin alterar su verdadera estatura. En él no hallo la sinceridad de Cromwell; es algo inferior. No permaneció en la oscuridad muchos años ante el Indecible pavor del Universo, caminando con Dios, como decía Cromwell, dependiendo su fuerza de su fe solamente, contentándose con que sus ideas y valor continuaran latentes, estallando más tarde como inflamadas por celeste centella. Vivió Napoleón en época que no creía en Dios, que estimaba el significado de todo Silencio y Latencia como Inanidad; por eso tuvo que partir de las mezquinas Enciclopedias Escépticas, no de la Biblia de los Puritanos. Ésa fue la extensión que el hombre pudo dar a su obra; grande fue el mérito de llegar tan lejos como llegó. Su carácter sólido, pronto, expresivo es quizás inferior al de nuestro gran caótico e inarticulado Cromwell. En vez del mudo Profeta que se esfuerza por hablar, descubrimos en él sorprendente matiz de Embaucador. La noción de Hume referente al Hipócrita-Fanático, con la verdad que encierra, se aplicaría mucho mejor a Napoleón que a Cromwell, Mahoma o sus semejantes, donde poco tiene de cierto. En este hombre se manifiesta desde un principio el elemento de censurable ambición, que se apodera de él y arrastra al hombre y su obra en su ruina.

En tiempos de Napoleón fue proverbial decir: Falso como un parte de guerra, excusándose de ello lo mejor que pudo, alegando que era necesario despistar al enemigo, sostener el ánimo de sus soldados, y otras cosas por el estilo, que no son excusas, porque el hombre no debe mentir nunca; más le hubiese valido decir siempre la verdad. Si alguien da por hecho algo que no ha conseguido, pero que espera lograr mañana ¿de qué sirve el embuste? Se descubre el engaño y el castigo es terrible, pues nadie cree al mentiroso aunque diga la verdad, cuando tiene importancia se le crea. Recordad lo de ¡Que viene el lobo! La Mentira es Nada y ¿qué puede hacerse con Nada? Además, perdemos el esfuerzo de hacerla creíble.

Sin embargo, Napoleón fue sincero, pues hay que distinguir entre lo superficial y fundamental en la sinceridad; a pesar de sus maniobras y falsedades, que fueron muchas y muy censurables, descubrimos en él cierto sentimiento de la realidad, instintivo, arraigado, que se basaba en los hechos, cuando podía basarse en ellos. Su instinto sobre la Naturaleza superaba a su cultura. Cuenta Bourrienne que una noche, durante su viaje a Egipto, argüían sus sabios contra la existencia de Dios, queriéndolo convencer con artificios lógicos. Napoleón miró las estrellas y dijo: Muy ingenioso, señores; pero ¿quién hizo todo eso? La lógica atea se escurre como agua, el gran Hecho lo mira a la cara: ¿quién hizo todo eso? Otro tanto ocurría con la Práctica, pues él, como todo el que puede ser grande o alcanzar la victoria en este mundo, veía el corazón de las cosas a través de todas las marañas y a él se dirigía sin vacilar. Cuando el mayordomo de su Palacio de las Tullerias le mostró la nueva tapicería, alabando su esplendor y su baratura, pidió Napoleón unas tijeras, cortó unas de las borlas de oro que pendían de una cortina, la guardó en el bolsillo y se marchó. Unos días después, la sacó, ante el horror de su mayordomo: era de oropel, no de oro. En Santa Elena insistió sobre lo práctico y real hasta sus últimos días. ¿Qué adelantáis con charlar y quejaros? ¿De qué os sirve discutir de ese modo? Nada resolvéis con ello puesto que nada podéis hacer. Cuando no se puede hacer nada, mejor es no hablar de ello. Así se expresaba a menudo ante los desventurados y descontentos que lo acompañaban, siendo ejemplo de tácita fuerza entre sus vanas querellas.

¿No puede decirse que tenían fe en él, legitima en cierto modo? Esta nueva Democracia enorme, afirmada por la Revolución Francesa, es una insuprimible Realidad, que el mundo entero con sus antiguas fuerzas e instituciones no podía derribar; eso lo intuyó con verdad, despertando su conciencia y entusiasmo, la fe, interpretando su velado alcance perfectamente. La carriere ouverte aux talents equivale a decir: Los instrumentos a quien sepa manejarlos, y era la verdad, la completa verdad, simbolizando el significado de la Revolución Francesa, el de cualquier Revolución. Napoleón fue sincero Demócrata en su primer periodo. Además, por naturaleza, aleccionado por su profesión militar, sabía que la Democracia no podía ser Anarquía, si era veraz: Napoleón odiaba la Anarquía. El 20 de junio de 1792, estaba con Bourrienne en un café; al ver la muchedumbre que pasaba expresó su profundo desprecio por las autoridades que no refrenaban aquella chusma. El 10 de agosto se extrañaba de que no hubiera un hombre que dirigiera aquellos pobres suizos, que vencerían de tener jefe. Tal fe en la Democracia, su odio a la Anarquía, fue lo que guió a Napoleón en su gigantesca empresa. Considerando sus brillantes campañas en Italia, hasta la paz de Leoben, diriase que su motivo fue: Triunfe la Revolución Francesa sobre esos Simulacros austríacos que la llaman un Simulacro. Sin embargo, sintió y tuvo derecho a sentir cuán necesaria es la Autoridad enérgica, pues la Revolución no podía prosperar ni durar sin ella. Refrenar la devoradora Revolución, domarla de manera que su intrínseco propósito pudiere afianzarse, organizarla para que pudiere vivir entre los otros organismos y cosas formadas no siendo sólo derrumbamiento y destrucción; a eso tendió en parte Napoleón, ésa fue la verdadera empresa de su vida. ¿No fue precisamente eso lo que procuró realizar? Sucediéronse sus triunfos: los Wagrams, los Austerlitz ... Su penetrante vista veía claro; su alma osada no perdía actividad, elevándose naturalmente y mereciendo ser Rey. Todos comprendieron que lo era. Los soldados decían durante las marchas: Esos parlanchines abogados de Paris charlan y no hacen nada. No nos extrañemos que vaya todo mal. Lo que debíamos hacer es ir allá e imponer a nuestro Petit Caporal. Y, en efecto, fueron y lo impusieron; ellos y Francia. Fue Cónsul, Emperador, vencedor de Europa, hasta que el humilde teniente de La Fére pudo creer sin esfuerzo que era el más grande de todos ios hombres conocidos durante muchas generaciones.

Opino que fue entonces cuando le dominó el fatal elemento de la charlatanería. Renegó de su vieja fe en la Realidad, creyendo en las Apariencias, esforzándose por vincularse a las Dinastías de Austria, al Papado, a los rancios falsos Señores Feudales, de los que en otro tiempo vió claramente sus ficciones, considerando que iba a fundar su Dinastia y otras cosas más: que la enorme Revolución Francesa sólo tuvo ese significado. Entregóse a la fuerte ilusión para poder creer en el engaño, caso terrible, pero así fue. En aquel estado no era capaz de discernir la verdad de la falsedad: el peor castigo para el hombre que deja de ser sincero. El egoísmo y la vana ambición fueron entonces su dios, pues cuando uno se engaña a si mismo es burlado por todos los artificios. ¡Con qué despreciables trapillos de ropería, percalinas, oropeles y disfraces envolvió aquel hombre su gran realidad creyéndose más real por ello! Y su pomposo Concordato con pretensiones de restablecimiento del Catolicismo (que creyó método para extirparlo), la vaccine de la religión, sus ceremoniosas Coronaciones, las consagraciones en Notre-Dame por la vieja Quimera Italiana, sin que faltase nada para completar esa pompa, como dijo Augereau, sino el medio millón de hombres que habían muerto para concluir con esas cosas. La Consagración de Cromwell fue por la Espada y por la Biblia; una concepción verdadera. La Espada y la Biblia, fueron llevadas delante de él, sin quimera alguna. ¿No eran acaso los verdaderos emblemas del Puritanismo, sus galas y sus insignias? El Puritanismo las había usado de una manera muy real, y ahora no las abandonaba. Pero el pobre Napoleón se equivocó: creía demasiado en la Engañabilidad de los hombres, no viendo en ellos la realidad más profunda que el Hambre. Ocurrióle como al que edificase sobre una nube; se desplomó la casa y su ocupante en confusa ruina, desapareciendo del mundo.

El elemento embaucador existe en todos nosotros por desgracia, pudiendo desarrollarse cuando la tentación tiene suficiente fuerza. ¡No nos dejes caer en la tentación! Pero cabe decir que se desarrolla fatalmente. Aquello en que entra como ingrediente conocible se convierte en transitorio y, por muy grande que pudiere parecer es minúsculo en sí. Napoleón obró de conformidad con él y, ¿qué fue con todo el estruendo que produjo? Simple fogonazo de pólvora que se inflama, llamarada de paja seca. Parecía que el Universo ardía envuelto por el humo y las llamas, pero sólo por una hora. Luego se apagaron las llamas: el Universo con sus viejas montañas y ríos, sus astros superiores y su bondadosa tierra inferior sigue en su lugar.

El Duque de Weimar decía a sus amigos que no se desanimasen; que el Napoleonismo era injusto; que no duraría mucho. Sana doctrina. Cuanto más maltratase al mundo imponiéndole su tiranía, más grande sería el ímpetu con que se lanzase contra él en su día, porque la injusticia está condenada a satisfacer enormes intereses acumulados. Menos fatal hubiere sido para él perder su mejor parque de artillería, ver perecer a su mejor regimiento entre las aguas, que haber fusilado al pobre Palm, el librero alemán: fue injusto asesinato, tiranía palpable que nadie podría calificar de otro modo, por mucha que fuere su habilidad para ello. El fusilamiento y otros hechos inflamaron la ira en los corazones, brillando los ojos como ascua al recordarlo en espera de su día, día que llegó, rebelándose Alemania contra Napoleón. En el fondo, lo hecho por Bonaparte queda reducido a lo que hizo justamente; eso es lo que sancionarán las leyes de la Naturaleza: la realidad que en él hubo y nada más, pues el resto no pasó de polvo y humareda. La carriere ouverte aux talents, grande y sincero Mensaje, que tiene que articular y llevar a la práctica en todas partes, puesto que lo dejó sin organizar. Napoleón fue un gran esbozo, impreciso dibujo sin acabar; mas, ¿no lo fueron todos los grandes hombres?, fue una figura apenas desbastada.

Trágico es considerar las nociones que sobre el mundo tenía, tal como las expresaba en Santa Elena. Parece le sorprendía mucho y francamente ver la manera como se desarrollaron los acontecimientos; darse cuenta que había sido derribado de su pedestal, reducido a confinamiento; que el Mundo continuase girando sobre su eje. Francia es grande, muy grande; en el fondo yo soy Francia, porque Inglaterra, por Naturaleza, no pasa de ser dependencia de Francia; especie de Isla de Oleron perteneciente a Francia. Así era por Naturaleza, por Naturaleza Napoleónica, y terminaba exclamando: y, no obstante, Aquí estoy. Lo que no podía comprender, lo que no pudo concebir, fue que la realidad no correspondiera a su programa; que Francia no fuera omnipotente, que él no fuera Francia. ¡Extraña ilusión creer que la cosa es lo que no es! La naturaleza italiana, fuerte, clarividente, decisiva, firme y genuina que en un tiempo tuvo, envolvióse, disolviéndose casi, en turbia atmósfera de fanfarronada francesa. El mundo no estaba dispuesto a dejarse pisotear, a servir de argamasa para construir con ella y a su capricho un pedestal para Francia y para él; sus propósitos eran muy otros. El asombro de Napoleón fue extremado, pero, tuvo que resignarse. Él siguió su camino y la Naturaleza el suyo; al abandonar la Realidad cayó desesperado en el Vacio, sin remedio, teniendo que conformarse, minado por la tristeza como no lo fue nadie, destrozándosele el corazón y sucumbiendo. Este Napoleón, gran instrumento estropeado antes de tiempo, inutizado, es nuestro último Grande Hombre.

Ese es nuestro último Grande Hombre en doble sentido: porque aquí tienen fin nuestras andanzas a través de tantos lugares y épocas, en busca de los Héroes. Siento manifestar que en ello encontré placer mezclado con inmenso dolor. El tema es importante, grave y, para quitarle gravedad, lo titulé Culto a los Héroes. Creo penetra profundamente el secreto de la conducta de la Humanidad y vitalisimos intereses del mundo, por lo que es digno de explicar actualmente. Mejor lo hubiere tratado en seis meses que en los seis días empleados. Prometí desbrozar el camino; ignoro si lo he logrado. He tenido que tratar el asunto precipitadamente, con el fin de daros una idea sobre él, poniendo a prueba vuestra tolerancia y paciencia con mis bruscos conceptos sintéticos, sin extenderme. Grande ha sido vuestra tolerancia, vuestra paciente buena fe, vuestra esperanzada generosidad. Mis rudas palabras han sido escuchadas con atención por la elegancia, la distinción, la belleza y la inteligencia, lo mejor que hay en Inglaterra; os doy cordialmente las gracias emocionado y os digo: ¡Dios sea con vosotros!

Índice del Los héroes de Thomas CarlyleAnteriorBiblioteca Virtual Antorcha