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Postfacio a la primera edición

Los lectores se habrán enterado por las disertaciones de Marx presentadas aquí sucintamente, que el sistema de producción capitalista en realidad no es más que una forma transitoria que al través de su propia organización ha de llevar a un sistema de producción social más elevado, a saber, al socialismo.

No obstante, esto ha de aflorar la pregunta: ¿de qué manera se realizará por fin ese alto resultado imaginado? Bien, aunque la evolución ulterior de la producción capitalista se dirigiera a dicho resultado a paso de carga, el fruto maduro no caería de por sí en las faldas de la humanidad, sino que se recogerá cuando le llegue su sazón.

Si la disolución de la propiedad capitalista será paulatina o la sociedad arrebatará de un golpe el capital, o cómo se ha de conquistar la revolución y llevarse a cabo la apertura de la nueva época cultural, se mostrará de por sí, pues dependen de circunstancias que no se prevén.

Pero esto es seguro, que en todo caso el pueblo ha de estar en plena posesión de su poder político si quiere realizar su nuevo nacimiento social. Ahora bien, esa plenitud de poder no ha de estribar sin más en que cada lIno posea voz y voto, pues la libertad del Estado asentado sobre el derecho de elección de todos es sólo un cebo con el que los agentes bonapartistas y prusianistas quieren cazar a mentecatos crédulos. Lo que ha de existir es más bien la legislación dada directamente por el pueblo. Y el pueblo conquistará tal poder político con tanta mayor presteza cuanto antes conozca la esencia de la sociedad actual y cuanto más firmemente se ponga ante los ojos la meta que ha de conseguir.

Quien esté empapado de la convicción de que la sociedad de hoy ha de sucumbir dejando el lugar a otra más alta y noble, y que las clases trabajadoras están llamadas a desquiciar el edificio actual de la sociedad, mediante la arrolladora palanca del poder político, no puede dejar de proponerse otro cometido que el de inocular a los demás sus propios principios, revolver incesantemente la corriente de la propaganda para enrolar más y más soldados de la revolución social que militen bajo el estandarte rojo, símbolo de la confraternidad humana toda y propagar en sus corazones el ardiente entusiasmo por el pujante ideal.

En las fábricas y talleres, en las buhardillas y sótanos del proletariado, en las pensiones y paseos, en una palabra, por doquier donde se hallen trabajadores, tiene que procederse a la agitación; el conocimiento se ha de llevar de las ciudades al campo. El proletario de blusa ha de abrir los ojos a su hermano de chaqueta multicolor; los hombres han de enseñar a sus mujeres, los padres a sus hijos. Todos los prejuicios ideados artificiosamente por los enemigos de la humanidad para el esclavizamiento del pueblo, como por ejemplo el timo de las nacionalidades, han de ser ahuyentados y en su lugar ha de aparecer el amor fraterno. Los trabajadores se han de dar las manos, estrechándose cada vez más fuertemente, sobre los hitos fronterizos y las coronas principescas, hasta que la Asociación Internacional de Trabajadores sea un hecho consumado.

Cuando se haya llevado a cabo la labor de hermandad general, ¿quién osará hacer frente a los pueblos? , ¿quién impedirá que éstos lleven adelante, por derecho natural, todas las llamadas legitimidades conseguidas? ¡Nadie! El predominio de clases sólo puede existir mientras una parte del pueblo se deje esclavizar en provecho de otra parte, es decir, mientras exista la estulticia de las masas. Hasta que ésta desaparezca, todos los denodados han de empeñarse en expandir la ilustración al imperio de sus propias fuerzas, y nunca ha de cejar en la lucha aquél cuyo grito de guerra suene: ¡Proletarios de todos los países, uníos!


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