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Prefacio a la primera edición

Johann Most

Ya desde la aparición del sistema de producción capitalista surgió el intento de suplantarlo por otro más justo y de provecho común. Ora aquí, ora allá, se oyeron voces en ese sentido, mas en su mayor parte no eran sino lamentaciones parciales sobre las circunstancias imperantes, acompañadas de ensueños fantasiosos acerca de formas futuras de sociedad, proyectos que si servían para infundir confianza y esperanza en el pueblo empobrecido y acongojado, no fueron de significación alguna, por lo que presto quedaron arrumbadas en el reino del olvido.

Fue sólo últimamente cuando tales intentos, encaminados a trastornar el actual sistema de producción o la actual forma de la sociedad, han ganado terreno firme y puntos de apoyo prácticos, para espanto de todos los enemigos del pueblo. Es cierto que aquí y allá se presentan algunas mentes turbias, criaturas venales que juegan con el pueblo un juego criminal embelesándolo con utopías. Pero, afortunadamente, se va abriendo paso a todas vistas entre la clase obrera el conocimiento, de manera que ya no puede estar muy lejos el riempo en que aun el más simple de los proletarios sólo se encoja de hombros, compasivamente, ante tragicómicas fantasmagorías al estilo de Lassalle; sólo el socialismo científico posee un futuro.

Con la aparición de El Capital, de Carlos Marx, el socialismo moderno se apoya en tierra firme y posee un arma invencible. Esta obra da al traste con todas las ilusiones optimistas, porque aclara que la sociedad no se puede ni idear ni hacer según planes individuales; por otro lado infunde en el ánimo del socialdemócrata clarividente la más completa confianza en la victoria, puesto que demuestra que el capitalismo lleva en su seno el germen del socialismo, o del comunismo, y que por necesidad natural de la historia y por sus propias leyes, aquél ha de parar en esto último.

El Capital, aunque sólo haya aparecido su primer tomo, ha alcanzado ya gran difusión. Con todo, aún no ha entrado por completo en la masa del pueblo obrero, pues el precio de la obra -aunque en modo alguno está en desacuerdo con el volumen exterior y mucho menos con el ímprobo trabajo en ella contenido- es freno para tal difusión, debido a la lastimosa situación en que están sumidos los trabajadores. Además, la falta de instrucción del pueblo -yo, que soy proletario, debo señalarlo- impide que entiendan la obra. Es cierto que Marx se ha esforzado por escribir tan popularmente como lo permitía lo científico del tema, pero éste exige una preparación que, gracias al entontecimiento practicado sistemáticamente, no todos poseen.

Con el fin de facilitar a los obreros, a precio bajo y en forma fácilmente comprensible, siquiera el acceso a lo esencial de tan estimable obra, he aprovechado entre otras cosas mi tiempo de ociosidad forzosa para popularizar El Capital de manera abreviada.

Muchas cosas las he transcrito literalmente o sólo con mínimas alteraciones, en especial para evitar el uso de palabras extranjeras que no todos conocen; a veces he creído que bastaba con redactar sumariamente otros muchos temas, mientras que algunas cosas que me han parecido no esenciales las he omitido por completo. Si he prescindido de los numerosos datos que caracterizan de cerca la situación de las clases trabajadoras ha sido sólo con disgusto, pero me ha obligado a hacerlo el estrecho espacio a que se ha de ceñir mi libelo, escrito con fines de agitación. Por lo demás, cada trabajador ha de saber por propia experiencia en qué situación se halla a este respecto. He dividído mi trabajo más o menos arbitrariamente, según me ha parecido que mejor se prestaba a la comprensión.

Si este folleto logra abrir los ojos a muchos, habré cumplido con mi propósito. Finalmente, no puedo dejar de encarecer a todo aquél que disponga de medios, que contribuya a la realización de la obra de Marx, lo que ojalá suceda por este medio.

Un saludo y un apretón de manos a los lectores.

Zwickau, octubre de 1873.


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