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SÉPTIMA PARTE


CUESTIONES SOBRE LA REPÚBLICA IDEAL

Sobre si es razonable y útil el haber añadido a la doctrina política el diálogo de la Ciudad del Sol.

Contra la justificación y utilidad de la República ideal surgen las dificultades siguientes:

1.- Es ocioso y vano ocuparse de lo que nunca ha existido, existirá ni es de esperar que exista. Ahora bien, tal género de vida en común, totalmente exenta de delitos, es imposible; nunca se ha visto ni se verá. Por tanto, hemos perdido el tiempo al ocupamos de ella. Éste es el argumento que esgrimía Luciano en contra de la República de Platón.

2.- Dicha República no puede estar en vigor más que en una sola ciudad, no en un reino, pues resulta imposible encontrar lugares completamente iguales. Por lo tanto, se verá corrompida por los pueblos sojuzgados y por el comercio o bien por las rebeliones que brotarán contra una vida tan austera.

3.- Al concebir semejante República, se la considera ideal y eterna. Mas, en primer lugar, no podrá ser eterna, pues necesariamente acabará por corromperse o será invadida por la peste, a causa de la prolongada residencia en ella sin ser purificada por el viento, la guerra, el hambre, las bestias feroces (suponiendo que pudiera escapar a la tiranía interna) o, en fin, por el excesivo número de sus habitantes, como Platón decía de su República. En segundo lugar, no podrá ser la mejor, porque necesariamente se cometerán en ella delitos, de acuerdo con lo que dice el Apóstol: Si discessimus quia peccataum non habemus, ipsi nos seducimus. Análogamente Aristóteles sostiene en contra de Platón que la comunidad de los bienes útiles y de las mujeres vicia una República; y, cuando creemos haber evitado un mal, incurrimos en otros muchos.

4.- De entre todos los posibles géneros de vida resulta más adecuado a la naturaleza aquel que ha sido puesto en práctica en todas las naciones. Ahora bien, el expuesto por nosotros es rechazado en todas ellas. Por lo tanto, resulta inútil y superfluo haber hablado de ello.

5.- Nadie querría vivir sometido a leyes y preceptos tan severos y bajo la tutela de pedagogos. Tal República se vería socavada por sus mismos ciudadanos, como ha ocurrido en muchas órdenes religiosas que vivían en comunidad.

6.- Es natural al hombre estudiar las obras de Dios, viajar por el mundo, investigar por doquier las ciencias y experimentarlo todo. Mas los ciudadanos de esa República serían como los monjes, quienes únicamente estudian sus libros y, cuando oyen algo que no se encuentra en éstos, se escandalizan y desconciertan. Así sucede que ahora difícilmente creen las observaciones de Galileo, así como antes no admitían que Colón hubiera descubierto un nuevo mundo, por el hecho de negarlo San Agustín.

Mas, por de pronto y para dar a las objeciones antedichas una respuesta general, diremos que de nuestra parte se encuentra el ejemplo de Tomás Moro, recientemente martirizado, quien escribió su imaginaria República, denominada Utopía, la cual nos ha servido de ejemplo para las instituciones de la nuestra. Asimismo Platón presentó una idea de República que, aunque no puede íntegramente ponerse en práctica a causa de la corrupción de la naturaleza humana (como dicen los teólogos) muy bien habría podido subsistir en el estado de inocencia; y precisamente Cristo nos invita a vivir en estado de inocencia, Aristóteles, y tras él otros muchos filósofos, establecieron del mismo modo su República. De igual forma los gobernantes promulgan leyes que consideran muy buenas, no porque piensen que nadie va a transgredirlas, sino por creer que harán feliz al que las cumpla. Por su parte, Santo Tomás enseña que los religiosos no están obligados, so pena de incurrir en pecado, a observar todo lo que la regla prescribe, sino únicamente las cosas más esenciales, si bien es cierto que serían más felices cumpliéndolas en su totalidad. Su deber es vivir conforme a la regla, es decir, adaptar en lo posible su vida a ella. Moisés promulgó leyes dadas por Dios y creó una República ideal. Mientras los hebreos se ajustaron a ellas, prosperaron; mas, cuando dejaron de guardar las leyes, empezaron a decaer. Los retóricas fijan las reglas ideales de un buen discurso, libre de todo defecto. Los filósofos conciben un poema perfecto; y, sin embargo, no hay poeta que deje de cometer alguna falta. Los teólogos describen la vida de los santos; mas ninguno, o muy pocos, la sigue. ¿Qué nación o qué individuo ha podido imitar perfectamente la vida de Cristo? ¿Diremos por ello que es inútil haber escrito los Evangelios? De ningún modo, pues su fin ha sido estimulamos a no ahorrar esfuerzo alguno, para acercamos a ellos cuanto podamos. Cristo fundó una República admirable, limpia de todo pecado. Pero ni siquiera los Apóstoles la observaron Íntegramente. Del pueblo pasó luego al clero y, por fin, quedó limitada a los monjes. Mas entre éstos persevera hoy en algunos; de los demás apenas se ve alguno que procure armonizar sus actos con ella.

En segundo lugar, nosotros presentamos nuestra República no como dada por Dios, sino como un hallazgo de la Filosofía y de la razón humanas, para demostrar que la verdad evangélica está de acuerdo con la naturaleza. Y, si en algunos puntos nos alejamos (o parece que nos alejamos) del Evangelio, esto no debe achacarse a impiedad, sino a la debilidad humana que, por carecer de revelación, cree justas muchas cosas que a la luz de la revelación no lo son, como diremos de la comunidad de los matrimonios. Por esta razón hemos supuesto nuestra República entre los gentiles, los cuales esperan la revelación de una vida mejor y merecen tenerla por vivir conforme a los dictámenes de la razón. Vienen, pues, a ser como catecúmenos de la vida cristiana. Por eso dice Cirilo en contra de Juliano que la Filosofía fue dada a los gentiles como catecismo para su instrucción en la fe de Cristo. Además nosotros instruimos a los gentiles para que vivan rectamente si no quieren verse abandonados de Dios y persuadimos a los cristianos de que la vida cristiana se ajusta a la naturaleza, tomando como ejemplo esta República, del mismo modo que San Clemente romano se inspiró en la República socrática y como lo hicieron también San Juan Crisóstomo y San Ambrosio.

Además resulta evidente que con este género de vida desaparecen todos los vicios (porque los magistrados no tienen motivo para ambicionar los cargos) y todos los abusos que nacen de la sucesión, la elección o la suerte, resultando que nuestra República es parecida a la de las grullas y las abejas, celebradas por San Ambrosio. Quedan suprimidas también todas las rebeliones de los súbditos, originadas por la insolencia de los magistrados, su libertinaje, la pobreza o la excesiva miseria y opresión.

Desaparecen igualmente todos los males procedentes de las riquezas y la pobreza, que Platón y Salomón consideran fuente de los males de la República, a saber, de la pobreza la avaricia, la adulación, el fraude, el hurto, la miseria; de las riquezas la rapiña, la arrogancia, la soberbia, la ostentación, la ociosidad, etc.

Se destruyen los vicios que surgen del abuso del amor, como los adulterios, la fornicación, la sodomía, los abortos, los celos, las rencillas domésticas, etc.

Análogamente no existen los males procedentes del excesivo amor de los hijos o de los cónyuges; la propiedad que, en opinión de San Agustín, rompe las fuerzas de la caridad; el amor propio, origen de todos los males, como dice en un diálogo Santa Catalina. De él brota la avaricia, la usura, la mezquindad, el odio al prójimo y la envidia a los ricos y poderosos. Nosotros fomentamos el amor a la comunidad y suprimimos los odios derivados de la avaricia, raíz de todo mal, como las pendencias, los fraudes, los falsos testimomos, etc.

Se suprimen también los males corporales y espirituales, originados en el pobre por el excesivo trabajo y en los ricos por el ocio, mientras que en nuestra República las fatigas se reparten por igual.

No existen tampoco los defectos que en las mujeres surgen a consecuencia del ocio y corrompen la prole y la salud corporal y espiritual, al paso que nosotros las ocupamos en ejercicios y actividades adecuadas a su sexo. Dígase lo mismo de los inconvenientes derivados de la ignorancia y la necedad, mientras que en nuestra República se advierte en todas las cosas una gran dosis de saber, incluso en la construcción misma de la ciudad, donde por medio de cuadros y pinturas se aprenden históricamente todas las ciencias con sólo mirar.

De este modo se previene maravillosamente la corrupción de las leyes.

Y, en fin, como en todas las cosas hemos evitado los extremos reduciéndolas al justo medio en el que consiste la virtud, no puede concebirse otra República más feliz y sencilla. Si bien se mira, no se encuentran en ella cuantos defectos se han reprochado a las Repúblicas de Minas, Licurgo, Salón, Coronda, Rómulo, Platón, Aristóteles y otros. A todo se ha atendido felizmente, porque nuestra República está inspirada en la doctrina de los supremos principios metafísicos, con los cuales nada se descuida u omite.

Respondiendo ahora a la primera dificultad, diremos que, no por ser imposible de realizar exactamente la idea de tal República, resulta inútil cuanto hemos escrito, pues en definitiva hemos propuesto un modelo que ha de imitarse en lo posible. Pero además su posibilidad se demuestra con la vida de los primeros cristianos, entre los cuales la comunidad de bienes se estableció en tiempo de los Apóstoles, como atestiguan San Lucas y San Clemente. Y, según el testimonio de Filón y de San Jerónimo, en Alejandría se puso en práctica el mismo género de vida en tiempo de San Marcos. Así vivió también el clero hasta el Pontificado de Urbano I en tiempo de San Agustín. Así es también hoy en día la vida de los monjes que San Juan Crisóstomo, por considerarla posible, desea ver implantada en toda la ciudad de Constantinopla y que yo espero que ha de realizarse en el futuro después de la derrota del Anticristo. El que, apoyándose en Aristóteles, la niega, se ve obligado a admitirla como posible en el estado de inocencia, aunque no en el momento presente. Los Santos Padres la creen viable aún ahora, puesto que Cristo nos ha reducido al estado de inocencia. Y mientras Luciano, gentil y ateo, se burla de Platón por haber ideado una República imposible, San Clemente, San Ambrosio y San Juan Crisóstomo le alaban, siendo indudable que estos últimos por su doctrina y santidad son superiores con mucho a mil Lucianos.

Respuesta a la segunda objeción. Por eso hemos limitado a la Capital la vida en común. Los pueblos la imitarán total o parcialmente cuando varios de entre ellos se unan para formar una provincia. Fácilmente se hallarán lugares adecuados. Y en donde falten, cambiaremos la forma de tal modo que en la cima del monte se encuentre la parte alta de la ciudad; las habitaciones, en las zonas semicirculares; para la llanura valdrá nuestro modelo, si a ello no se opone el lodo, cosa que se puede impedir empedrando las calles y construyendo acueductos. Para evitar que los habitantes se corrompan con el comercio, se han previsto en el texto magistrados destinados a tal fin. Contra las sediciones externas están las rocas perfectamente guarnecidas de la metrópoli, el ejército que continuamente recorre la ciudad para defender el imperio y, sobre todo, la bondad de la metropoli. Estar a su servicio es una felicidad como lo es para los ignorantes el servir al sabio y al bueno. Roma aumentó su imperio más que con la fuerza con la fama de su benevolencia: Y en tiempos de Pompilio consideraron nefando emplear en contra de los enemigos procedimientos opuestos a la virtud.

Respuesta a la tercera objeción. La duración de la República abarcará uno de esos períodos generales que en las cosas humanas señalan el comienzo de un nuevo siglo. En lo referente a la peste, las fieras, el hambre y la guerra, ya han sido prevenidas lo mejor posible con la virtud o, por lo menos, con procedimientos bastante más eficaces que los que en otras partes suelen ponerse en práctica, pues los vientos purifican la ciudad circulando por las cuatro calles mayores. Y, allí donde las casas lo impiden, están para suplirlo las ventanas, colocadas de manera que pueden cerrarse para evitar miasmas insanos y abrirse para dejar paso a los benéficos.

En cuanto al número de los habitantes, consulta la Metafísica. Sostengo que este camino es el mejor y que de ello se debe tener mayor cuidado que de la duración. Indudablemente habrá pecados, pero no graves como en los demás Estados o por lo menos no serán suficientes para minar la República, como se echa de ver por las normas establecidas. Por otro lado, la objeción de Aristóteles contra una República de tal naturaleza se resolverá en los artículos siguientes.

Respuesta a la cuarta objeción. Afirmo que semejante República es deseada por todos como el siglo de oro. Todos se la piden a Dios al suplicarle que se cumpla su voluntad así en la Tierra como en el cielo. Si, a pesar de esto, no se practica, debe atribuirse a la malicia de los gobernantes quienes, en vez de someter a sus pueblos al imperio de la razón suprema, los tienen sujetos a ellos mismos. Además el uso y la experiencia demuestran que es posible cuanto hemos dicho, del mismo modo que (según San Juan Crisóstomo) es más natural vivir conforme a la razón que con arreglo al afecto sensual; y virtuosamente, más que viciosamente. Una prueba de esto son los monjes, sobre todo los Anabaptistas, que viven en comunidad y, si profesaran los verdaderos dogmas de la fe, aprovecharían más en este género de vida. ¡Pluguiera al Cielo que no fuesen herejes y practicasen la justicia, como nosotros lo hacemos! Serían un ejemplo de su verdad. Mas no sé por qué necedad rechazan lo mejor.

Respuesta a la quinta objeción. Antes bien, como dice San Juan Crisóstomo, la vida virtuosa representa una suma felicidad y es preferible una corrección por el error cometido a soportar los efectos del error. El libertinaje es fuente de males; y es feliz la necesidad que nos impulsa al bien. Mas, como nosotros estamos habituados al mal, nos parece duro ese género de vida, como a los jugadores y los indisciplinados la vida de los buenos ciudadanos; y a su vez a éstos, la vida de los monjes. Pero probad y veréis que los religiosos nunca se rebelan contra la severidad de la disciplina. Y, si esto ocurre, es por su trato con los laicos, la ambición de honores, el amor a la propiedad o la concupiscencia. En nuestra República se han prevenido y evitado todas estas ocasiones. Por eso, no prueba nada el ejemplo de aquéllos.

Respuesta a la sexta objeción. Antes al contrario, nosotros nos afanamos por atesorar en bien de nuestra República las observaciones sacadas de la experiencia, así como también los conocimientos sobre el mundo entero. A tal fin hemos establecido peregrinaciones, relaciones comerciales y embajadas. Tampoco los monjes se privan de estos bienes, pues frecuentemente cambian de ciudades y provincias; y los inexpertos no son los mejores monjes, sino sólo los corrientes. Sus querellas contribuyen a discutir mejor las cosas y a aclararlas, aquietándose al fin todos los virtuosos. No encontrarás lugar alguno en donde se haya hecho en pro de la doctrina y conservación de las ciencias más que en las congregaciones de los monjes y hermanos. Cuando los monjes antropomorfistas se rebelaron contra Orígenes a instigación del maligno patriarca Teófilo, no consiguieron nada, luego de examinar con ponderación las cosas. Pero es evidente que tales rebeliones no ocurrirán en la Ciudad del Sol. El monaquismo se ha fundado para aumentar la santidad y la sabiduría, no para hacer pesada la sumisión, como pretenden los hipócritas.

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