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Capítulo 17

Posibilidad de una renovación artística

El ambiente de falsedad en que se mueve el arte contemporáneo proviene de que los hombres de las clases superiores viven sin ninguna fe y tratan de substituir la fe ausente por la hipocresía, declarando que creen todavía en las fórmulas de la religión; pero son la incredulidad, un escepticismo refinado, y la vuelta a la adoración de la belleza de los antiguos griegos, lo que realmente existe. Sin embargo, sean cuales fueren los medios con que los hombres procuran mantener y justificar sus privilegios, en sí se ven forzados de buena o mala gana a reconocer que, en torno suyo surge la verdad, esa verdad cristiana que consiste tan sólo en concebir la dicha de los hombres en la unión y la fraternidad. Esta verdad surge inconscientemente por el establecimiento de nuevas vías de comunicación, el teléfono, el telégrafo, la prensa y todas las invenciones que tienden a estrechar los lazos entre todos los hombres; se manifiesta conscientemente por la desaparición de las supersticiones que separaban a los hombres, por la expresión de la fraternidad ideal y por algunas obras de arte de nuestro tiempo, que son buenas y verdaderas.

El arte es un órgano moral de la vida humana, y como tal, no puede destruirse por completo. Así, a pesar de todos los esfuerzos de los hombres de las clases superiores para ocultarnos el ideal religioso por el cual vive la humanidad, este ideal aparece más y más claro, y halla más a menudo ocasión de manifestarse en el seno de nuestra sociedad pervertida, así en el campo de la ciencia como en el del arte. Este empieza ya a distinguir el verdadero ideal de nuestro tiempo y a dirigirse hacia él. Por una parte, las mejores obras de los artistas contemporáneos expresan sentimientos de unión y de fraternidad entre los hombres (así los escritos de Dickens, de Hugo, de Dostoievski, los cuadros de Millet, Bastién-Lepage, Julio Bretón y otros); por otra parte, existen hoy artistas que tratan de expresar los sentimientos más generales y universales. El número de estos artistas es aún muy restringido, pero se empieza ya a comprender su utilidad. Debo añadir que en estos últimos tiempos se han multiplicado las tentativas de empresas artísticas populares, ediciones de libros, conciertos, teatros, museos, etc. Todo esto está lejos de lo que debería ser; pero ya se puede ver la dirección que tomará el arte para volver al fin al camino que le es propio.

La conciencia religiosa de nuestro tiempo se ha aclarado; bastaría que los hombres rechazaran la falsa teoría de la belleza, que hace del placer el único objeto del arte, para que esta conciencia religiosa guiara los pasos del arte.

El día en que la conciencia religiosa, que empieza ya a dirigir inconscientemente la vida de los hombres, sea por ellos reconocida a conciencia, veráse desaparecer espontáneamente la división que existe entre el arte de las clases inferiores y el de las superiores. Entonces sólo habrá un arte fraternal, universal. El día en que el arte sea universal, dejando de ser un medio de embrutecimiento y depravación para todos los hombres, volverá a ser lo que era al principio, lo que debiera ser siempre: un medio de perfeccionamiento para la humanidad, para realizar en el mundo el amor, la unión, la dicha.


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