Indice de Adivinos y oráculos griegos de Robert Flacelière Capítulo segundo. La adivinación inspirada Capítulo cuarto. Adivinación y políticaBiblioteca Virtual Antorcha

Adivinos y oráculos griegos

Robert Flacelière

Capítulo tercero
El oráculo de Delfos


En el corazón de la Grecia central, en Fócida, a seiscientos metros por encima de las aguas del golfo de Corinto y al pie de los elevados riscos llamados Fedriades (los brillantes), sobre los que se extiende la alta meseta del Parnaso, se halla el asiento de Delfos. Lugar montañoso pero próximo al mar, desde muy antiguo debió estimular la imaginación de los hombres por su majestuosa grandeza. Los antiguos, que hablaban menos que nosotros de la belleza de los paisajes, la sentían, sin embargo, de manera igualmente viva. Eran razones religiosas, sin duda, las que les imponían el emplazamiento de los templos que construían, pero es notable el hecho de que esas razones nunca hayan estado en contradicción con el buen gusto más certero y que casi no se puede citar un santuario griego que haya sido levantado en un lugar insignificante o trivial.

Un buen caminante solo necesita tres horas para subir del puerto de Itea (cerca de la antigua Kirrha). situado sobre el golfo de Corinto, y llegar a la ciudad de Delfos pasando por la acrópolis de Criso (la antigua Crisa), que domina la planicie de los olivos y el lecho del Pleistós. También se puede llegar a Delfos por el camino de tierra que, proveniente de Atenas, atraviesa la Beocia y, por Livadia (la antigua Lebadea), escala las primeras pendientes del Parnaso y desemboca en Delfos hacia el santuario de Atena Pronaia, situado al este del de Apolo. El oráculo pítico, aunque aparentemente aislado en la montaña, era de bastante fácil acceso para los peregrinos.

Entre los dos santuarios se abre, en el flanco del Parnaso, en el lugar en que se articulan las dos Fedriades, la garganta profunda de donde escapa el agua fresca y abundante de Castalia. Más al oeste surgía otra fuente, la de Casotis, que una canalización conducía hasta el templo de Apolo. Conocemos ya la importancia del agua para la adivinación.

Delfos era un lugar de culto antes de la llegada de los dioses olímpicos Apolo y Atena. Las excavaciones nos informan que desde la época micénica se elevaban allí habitaciones y santuarios. El recuerdo de los antiguos dioses, sobre todo de la antigua Gran Diosa minoica, identificada con la Tierra, permanecía vivo en la memoria de los griegos. Se los ve bien en la plegaria de la Pitia con que se inician las Euménides de Esquilo.

Antes de entrar en el templo de Apolo para profetizar en él, la Pitia saluda a las divinidades del lugar: ante todo, a la primera profetisa, que fue la Tierra; luego a Temis y a Febe, que ocuparon la sede profética después de aquélla y antes de Febo, es decir, de Apolo Pitio, señor de la rocosa Pito, nombre con el que Homero designaba a Delfos. Esquilo afirma que la transmisión del oráculo, desde la Tierra hasta Apolo, se hizo pacíficamente y de buen grado. Luego, entre los dioses nuevos que ocuparon su lugar en Delfos junto a Apolo, la Pitia no olvida a Palas Pronaia; a las Ninfas del antro coricio (gruta situada a mayor altura que Delfos, sobre la elevada meseta del Parnaso, y que se puede visitar aún en la actualidad); a Bromios, es decir Dionisos, y finalmente a Poseidón y a Zeus, el dios supremo, el padre de Apolo.

Eurípides, que tanto gusta de corregir a Esquilo y enmendarle la plana, se hace eco de una tradición un poco diferente y probablemente más antigua. En un coro de Ifigenia en Tauris habla del violento conflicto que se habría planteado entre la Tierra, primera ocupante del oráculo, y Apolo, conflicto en el que Zeus hizo de árbitro y falló en favor de su hijo. Según él, la Tierra suscitaba las visiones nocturnas de los sueños que relataban el pasado, el presente y el porvenir a muchos mortales en su oscuro dormitar. Esta oniromancia de la Tierra hacía una competencia intolerable a la adivinación apolínea, al igual que la noche se opone al día, pues Apolo-Febo (el resplandeciente) es también el dios-sol. Zeus, por su veredicto, liberó a los hombres de la mántica tenebrosa y devolvió a Apolo su trono y sus honores.

La adivinación por los sueños no fue la única que se practicó en Delfos antes del triunfo definitivo de Apolo, es decir, de la adivinación inspirada por el entusiasmo, pues aun en plena época clásica se encuentran supervivencias de otros métodos de adivinación inductiva que debían de ser muy antiguos, en particular de la cleromancia o adivinación por la suerte.

El himno homérico en honor de Apolo Pitio confirma la versión de Eurípides más bien que la de Esquilo, pues el dios, nacido en Delos, solo se instala en Delfos después de haber matado con su potente arco al Dragón hembra, a la Bestia enorme y gigante, que debía de ser el guardián del antiguo oráculo de la Tierra. En efecto, el dragón, o la serpiente, es el animal siempre asociado a los cultos telúricos. Se lo llamaba Pitón, nombre evidentemente relacionado con Pito, con el calificativo de Pitio que se le daba al dios, con la designación de Pitia que se daba a la profetisa y con la de píticos que se daba a los grandes juegos de Delfos.

El mismo himno nos relata cómo Apolo, metamorfoseado en delfín (delphís), habría reclutado los primeros sacerdotes de su santuario de Delfos entre mercaderes cretenses. ¿Es éste un testimonio seguro de la influencia que habría ejercido la antigua civilización de la isla de Minas sobre la adivinación délfica? Otras tradiciones presentan a Apolo como descendiendo del Norte, de la Pieria, con las tribus helénicas o dóricas que expulsaron de Grecia a los Aqueos de Homero. Otras hacen provenir de Asia, de la lejana Licia, a este dios Lykcios. Los orígenes, sobre todo los de los dioses, son siempre oscuros.

Entre las nuevas divinidades que la Pitia de las Euménides menciona junto a Apolo, las Ninfas y Dionisos merecen atención especial, si se intenta comprender cómo pudo nacer en Delfos la adivinación por el entusiasmo. En efecto, la Sibila -la de Delfos se llamaba Herofilé- profetizaba el porvenir con boca delirante, según el filósofo Heráclito, y también a la Pitia se la presenta fuera de sí cuando emitía sus oráculos. Ahora bien, las Ninfas y Dionisos son, por excelencia, las divinidades que inspiran la locura. Ya Homero llama a Dionisos el dios delirante. Las Bacantes se desenfrenan por encima de Delfos, en la elevada meseta del Parnaso, donde el antro coricio es consagrado a las Ninfas y a Bromios. Cuando la Pitia, sentada sobre el trípode, es poseída por el estremecimiento profético y siente oscurecerse su razón, se asemeja más a una Bacante que a una sacerdotisa del calmo y sereno Apolo ... Recordemos, sin embargo, que Casandra, amada por Apolo, recibió de este dios el poder de profetizar por el entusiasmo y que Esquilo, en su Agamenón, nos la muestra delirante cuando es presa de la crisis adivinatoria.

Se pensó durante mucho tiempo que Dionisos, mencionado una sola vez por Homero en un pasaje de la Iliada que era considerado como una interpolación, fue en Grecia un dios mucho más reciente que Apolo, pero ahora se cree haber descifrado su nombre en las tablillas micénicas escritas en el linear B, muy anteriores a Homero. Nada se opone, en adelante, a que se tengan plenamente en cuenta los indicios que confirman el testimonio de Esquilo, cuando nos muestra a la Pitia invocando a Dionisos. Este dios tiene en Delfos sus sacerdotisas, las Thyiádes, representadas por las tres bailarinas del hermoso grupo esculpido en la cima de una columna de acanto, y sus sacerdotes, los Hósioi, es decir, los Santos. Durante los meses de invierno, Apolo era considerado ausente de Delfos, no daba oráculos y era Dionisos quien reinaba: el canto del peán apolineo era remplazado entonces por el ditirambo dionisiaco. Por otro lado, los dos cultos parecen haber vivido en buena inteligencia y aun haberse mezclado un poco en el curso de los tiempos, ya que los Hósioi fueron considerados en ciertas épocas como sacerdotes de Apolo. Algunas pinturas de vasos cuya escena se desarrolla en Delfos representan a Apolo y a Dionisos, con sus dos cortejos, en perfecto acuerdo. Finalmente, y sobre todo, en el local donde profetizaba la Pitia, muy cerca del trípode apolíneo, se encontraba la tumba de Dionisos (dios que muere y renace).

Plutarco, quien fue sacerdote de Apolo en Delfos y, por consiguiente, debía saber lo que decía, afirma que Dionisos no desempeña un papel menos importante que Apolo en el oráculo de Delfos.

Sin embargo, Apolo era, si no el único, al menos el principal patrón de Delfos y de su oráculo, en las épocas arcaica y clásica. Se puede fijar aproximadamente la fecha de su instalación en Delfos por lo menos en el siglo VIII, pues para Homero ya es el señor de Pito. La aparición de las primeras Pitias puede situarse, como fecha más tardía, en el curso del siglo VII a. C.

En el santuario de Apolo, tal como fue reacondicionado en el siglo VI, después del incendio del templo ocurrido en 548, el antiguo santuario de la Tierra, cerca del cual se eleva la roca de la Sibila, fue cortado en dos por el muro poligonal que vigorosamente sostiene desde entonces la terraza donde se elevó el nuevo edificio, el templo llamado de los Alcmeónidas debido al importante papel que tuvo en la reconstrucción esta gran familia de Atenas desterrada de su patria por el tirano Pisístrato. Aun la disposición de los lugares testimonia la victoria del dios nuevo sobre la primera profetisa.

La adivinación inspirada es en Delfos probablemente anterior a la llegada de Apolo, pero fue el clero apolíneo quien reguló para el futuro sus manifestaciones. Lejos de suprimir el entusiasmo, lo consagró y lo institucionalizó: la antigua Sibila se convirtió en una Pitia, es decir, en una sacerdotisa subordinada a los sacerdotes de Apolo y a los profetas, que eran una especie de funcionarios del templo, y las consultas solo se efectuaron de tanto en tanto, en fechas fijadas de antemano y determinadas por el calendario religioso de las fiestas de Apolo.

Diodoro Sículo relata así el origen de la adivinación délfica:

Fueron cabras las que, en los templos antiguos, descubrieron el oráculo y por esta razón, todavía en nuestros días, los délficos sacrifican con preferencia cabras antes de la consulta. Se dice que el descubrimiento se produjo de la siguiente manera. Había una grieta de la tierra en el lugar en que se encuentra actualmente lo que se llama el ádyton del santuario. Unas cabras estaban pastando alrededor de esa grieta; el sitio de Delfos no estaba todavía habitado. Cada vez que una cabra se aproximaba a la grieta y miraba en ella, se ponía a brincar de un modo asombroso y a balar con un tono diferente del que se le conocía hasta ese momento. El pastor, asombrado del prodigio, se aproximó a la grieta para ver de qué se trataba y le ocurrió lo mismo que a las cabras; éstas, en efecto, se comportaban como las personas presas del fenómeno del entusiasmo, y su guardián se puso a predecir el futuro. Después de esto, el rumor de lo que ocurría cuando alguien se acercaba a la grieta se difundió entre los campesinos, quienes acudieron en gran número al lugar. En razón del prodigio, todos hacían la prueba, y cada vez que alguno se aproximaba, entraba en estado de entusiasmo. Por eso, el lugar del oráculo fue tenido por milagroso y se estimó que se trataba de un oráculo de la Tierra. Durante cierto tiempo, los que querían consultar el futuro se aproximaban a la grieta y se entregaban los oráculos mutuamente. Luego, como muchos se lanzaban a la grieta bajo el efecto del entusiasmo y, sin excepción, desaparecían en ella, los habitantes de la región, para proteger a todos del peligro, juzgaron conveniente poner a una mujer como única profetisa para todos y hacerse dar los oráculos por ella. Se le construyó un artefacto sobre el cual ella subía y así, bien asegurada, recibía la inspiración y daba oráculos a quien lo deseara. El artefacto constaba de tres soportes, de donde su nombre de trípode; era casi en todo igual a esos artefactos que se fabrican aún en nuestros días, los tripodes de bronce.

Como ya lo señalé, sería muy equivocado creer, a pesar del texto de Luciano, que Apolo Pitio estaba constantemente a disposición de los clientes del oráculo. En la época más antigua, la Pitia no profetizaba en el ádyton de manera regular más que una vez por año, en el aniversario del nacimiento del dios, el 7 del mes de Bysios, es decir, a comienzos de la primavera, en marzo o abril. Más tarde dio oráculos una vez por mes, el 7 (Apolo es el dios séptimo), con excepción de los tres meses de invierno. En todas las épocas, según creo, podía haber consultas extraordinarias, excluyendo solamente los días nefastos del calendario religioso. También se ha supuesto, con verosimilitud, que podía haber consultas durante los días que precedían o seguían al 7, extensión del mismo orden que la de las fiestas religiosas. Por último, es probable que la Pitia diera oráculos por la suerte en cualquier fecha, fuera de los días nefastos.

Quien deseaba interrogar el oráculo, ya fuera un simple particular o un delegado de una ciudad, debía pagar un impuesto, llamado pelanós. En el Ion de Eurípides, el joven sacristán de Apolo declara a los atenienses llegados a Delfos con su reina Creusa:

Si habéis ofrecido ante el templo una torta consagrada (Pelanós) y deseáis consultar a Apolo, aproximaos a los altares. Pero no penetréis en el interior del templo sin haber hecho inmolar las cabezas de ganado.

El pelanós era, pues, la ofrenda previa, que daba a los consultantes el derecho de aproximarse al altar y de hacer efectuar en éste el sacrificio sangriento del que pronto hablaremos. En Eurípides, la palabra pelanós parece haber conservado su sentido primero de torta. Pero cuando esta ofrenda en especie fue remplazada, en Delfos como en otros santuarios, por su equivalente en dinero, se continuó llamando pelanós a la suma que se entregaba a los sacerdotes. En la misma Delfos, una inscripción nos hace conocer la siguiente convención acordada entre la ciudad de Apolo y Fáselis, ciudad de la lejana Licia:

Los faselitanos entregarán a los délficos el pelanós según la tarifa siguiente: para los asuntos públicos, siete dracmas y dos óbolos; para los asuntos privados, cuatro óbolos.

Como la dracma valía seis óbolos, se ve que el impuesto para las consultas de las ciudades era once veces más elevados que el que se exigía de los particulares.

Fuesen las consultas ordinarias o extraordinarias, nunca se realizaban sin una prueba previa que revelase si el dios estaba presente y consentía en ser interrogado. En tiempos muy remotos parece que bastaba para saberlo observar el vuelo de las aves, como se ve en el Himno Homérico a Hermes, I, v. 543-549. Pero a medida que los sacrificios de animales adquirieron mayor importancia y la extispicina remplazó cada vez más a la ornitomancia (ver Capítulo I), se prefirió recurrir a la inmolación de un animal. En el Ion de Eurípides, Jutos, esposo de Creusa, dice en el momento de entrar en el templo para consultar el oráculo:

Franqueo este umbral. Informo, en efecto, que, en nombre de los consultantes, se acaba de ofrecer un sacrificio común ante el templo y deseo hoy, día propicio, interrogar al dios.

Pero es Plutarco, sacerdote de Apolo Pitio, quien nos da los informes más precisos sobre la prueba y el sacrificio de la cabra, pues era este animal, como podía sospecharse a través de la lectura del texto anteriormente citado de Diodoro Sículo, el que constituía la víctima ordinaria de estos ritos. Aún ahora, las manadas de cabras abundan en Delfos y en todo el Parnaso.

Cuando los sacerdotes y los santos (hósioi) sacrifican la víctima, hacen sobre ella aspersiones y observan sus movimientos y su temblor, ¿signos de qué buscan, sino de la voluntad del dios, para saber si dará sus oráculos? Es menester, en efecto, que el animal sea puro, exento de toda tara y de toda corrupción ... La cabra es sometida a prueba por el agua fría; se asegura que, cuando se derrama el agua sobre la cabra y ésta permanece insensible e inmóvil, es porque no se halla en disposición normal.

Y de esto se concluye que el dios no es favorable a la consulta.

¿Por qué no se da ningún oráculo si la víctima no tiembla y no se agita con todo su cuerpo hasta la extremidad de las patas, mientras se la roda? No basta que mueva la cabeza como en los otros sacrificios, sino que es preciso que todos sus miembros se estremezcan y palpiten conjuntamente en movimientos convulsivos; si faltan estos síntomas, se declara que el oráculo no funciona y no se introduce a la Pitia en el templo.

Claro está que la cabra, hubiese temblado o no, era luego degollada.

Si el sacrificio había sido favorable, los consultantes eran admitidos en el templo. Se reunían, al menos en ciertas épocas, en un local que debía ser el equivalente de la oficina de los óraculos (khrésmographion), que hemos señalado ya en los Branquidas. Según las inscripciones llamadas cuentas de los naopóres (constructores del templo), no se trataba, en el siglo IV al menos, más que de un modesto refugio (stéga) destinado a protegerlos del Sol o de la lluvia y situado a lo largo del muro que encerraba las tierras del norte de la terraza del templo.

Pasaban primero aquellos a quienes los délficos habían otorgado el privilegio de la promantéia, especie de carta de prioridad para la consulta del oráculo. Si eran varios los que poseían ese título, se echaban suertes para determinar el orden en que interrogarían al oráculo. Luego se procedía de la misma manera con los consultantes que no gozaban de la promantéia. Al comienzo de las Euménides de Esquilo, la Pitia, después de haber invocado a los dioses, se expresa del siguiente modo, en el momento en que se dispone a entrar en el templo para desempeñar en él su oficio profético:

Si hay peregrinos llegados de Grecia, que se aproximen, como es habitual, en el orden indicado por la suerte; yo profetizo según lo que me dicte el dios.

Las mujeres no podían consultar personalmente el oráculo, pero podían hacerlo mediante otra persona.

El sacrificio era ofrecido por uno de los dos sacerdotes de Apolo Pitio, asistido a veces por uno o varios miembros del colegio de los cinco Hósioi. Cuando éstos y los profetas que se unían a ellos juzgaban, por la actitud de la víctima, que el dios era propicio, iban a buscar a la Pitia para introducirla en el templo.

¿Quién era, pues, la Pitia?

Diodoro Sículo, después del texto citado más arriba, escribe:

Se dice que, en los tiempos antiguos, los oráculos eran dados por vírgenes, a causa de su pureza física y su parentesco con Artemisa; ellas eran, así, más aptas para conservar el secreto de los oráculos emitidos. Pero se cuenta que en tiempos recientes, un tesalio, Ejécrates, hallándose presente en la consulta y habiendo contemplado a la virgen que daba las profecías, se enamoró de ella a causa de su belleza, la raptó y la violó. Los délficos, después de este escándalo, decretaron que, en adelante, la profetisa no sería una virgen, sino una mujer de más de cincuenta años; pero aún lleva vestidos de muchacha, como para avivar el recuerdo de la antigua profetisa.

Observemos (en la medida en que podamos dar crédito a esta anécdota) que ese joven consultante no podía haber visto a la Pitia en el momento en que ella profetizaba, como veremos en seguida, sino solo antes o después de la consulta, cuando ella entraba en el templo o salía de él conducida por los sacerdotes.

En efecto, la Pitia que Esquilo pone en escena al comienzo de las Euménides tenía la edad canónica: es una mujer vieja (verso 38), y el pintor de una bella ánfora del museo de Nápoles, que se inspiró en la tragedia de Esquilo, representó a la Pitia con cabellos blancos. Sin embargo, es posible que en el siglo I de nuestra era se haya vuelto al uso antiguo en la elección de las Pitias, ya que Plutarco escribe:

La Pitia que cumple actualmente sus funciones junto al dios proviene de una de las familias más honestas y más respetables de Delfos, y su vida ha sido siempre irreprochable, pero, educada en la casa de unos campesinos pobres, al descender al lugar profético no lleva consigo ningún arte ni otro conocimiento o talento. Así como la joven esposa, según Jenofonte (en el Económico), no debe haber visto nada ni oído nada al entrar en la casa de su esposo, de igual modo la inexperiencia e ignorancia de la Pitia son casi totales, y verdaderamente ella se aproxima al dios con un alma virgen.

Según Eurípides, la Pitia era elegida entre todas las délficas, sin duda, por la pureza de sus costumbres, y en todo tiempo y cualquiera que fuese la edad de la mujer, a partir del momento en que se convertía de alguna manera en la esposa del dios, al ser designada profetisa por los sacerdotes, debía mantener continencia absoluta y hasta vivir aislada y como reclusa en la casa que se le destinaba, en el interior, según parece, del santuario de Apolo.

Se condena a esta mujer -dice Plutarco- a una existencia penosa, al velar porque se mantenga, durante toda su vida, casta y pura.

En la época en que el oráculo gozó de gran prosperidad, en que los clientes abundaban, hubo hasta tres Pitias simultáneamente: dos Pitias ordinarias y una suplente que debía estar pronta para remplazar a cualquiera de sus dos colegas desfallecientes. Pero en la época de Plutarco, en que el oráculo tenía menos público, una sola Pitia bastaba para las necesidades del servicio.

Es probable que la Pitia. antes de cada consulta, se dirigiese a la fuente Castalia para realizar abluciones rituales, ya que debía estar inmaculada para aproximarse al dios.

Una vez introducida en el templo. la Pitia. con su cortejo de sacerdotes. de profetas y de consultantes, atravesaba el vestímulo de entrada (Prónaos) y llegaba a la gran sala (kélla), donde se veían el altar de Poseidón, la silla de hierro de Píndaro, un omphalós, trípodes votivos y el hogar en el que había sido muerto Neoptolemo. Era probablemente en ese hogar donde la Pitia hacía fumigaciones de laurel y de harina de cebada. Luego se dirigía, rodeada siempre de su cortejo, hacia el santo de los santos del templo, es decir, hacia las piezas subterráneas donde iba a dar los oráculos verídicos de Apolo.

Es aquí donde comienza el misterio, pues las excavaciones del templo de Apolo Pitio, que han sido proseguidas hasta la roca virgen, no nos son de ninguna ayuda para la reconstitución de los lugares. Esto fue una gran decepción para los miembros de la Escuela Francesa de Atenas, y uno de ellos, Emile Bourguet, escribió:

Antes de la excavación, se abrigaba la esperanza de poder leer claramente en las ruinas la disposición interior y de ver, por ejemplo, la escalera que descendía a la sala de los consultantes. La decepción ha sido grande. También para nosotros es un misterio lo que ocurría en el centro mismo del santuario profético. Mientras el trabajo proseguía en esa zona, con una atención y una inquietud particulares, hubo una idea que cruzó varias veces la mente de los excavadores: pareciera que nos encontramos con el resultado de una destrucción sistemática ... Fuesen los últimos paganos o los primeros cristianos quienes, con intenciones diferentes, hayan querido hacer desaparecer todo vestigio de lo que se podría llamar el mecanismo y el material del oráculo, el resultado ha sido el mismo: la última Pitia se llevó consigo su secreto.

Es posible, sin embargo, circunscribir este misterio acudiendo a textos literarios y a monumentos figurados (sobre todo pinturas de vasos y algunos bajos-relieves). En efecto, muchos artistas representaron el lugar profético y muchos autores han hablado de él. Los ritos de Delfos no son esotéricos como los de Eleusis. Mientras que estaba prohibido bajo pena de muerte revelar todo lo relativo a la iniciación en los misterios de Deméter y de Core, todos los que habían consultado a la Pitia podían describir libremente todo lo que habían visto y oído. Si Pausanias, en Delfos, hubiese tenido menos prisa, si hubiese podido esperar un día para la consulta, nada le hubiera impedido interrogar al oráculo y relatarnos luego sus recuerdos. Desgraciadamente, los textos relativos al lugar profético son, en su mayoría, muy imprecisos; en cuanto a los monumentos representados, por lo general contienen una buena dosis de interpretación y de fantasia.

Ahora que las excavaciones de Claros nos han hecho conocer un subterráneo profético muy bien conservado, podemos también, quizás, utilizar lo que nos han enseñado para representarnos el manteion de Delfos. ¿Acaso la presencia de un omphalós en el local profético de Claros no nos confirma que la influencia de Delfos era allí grande? Aun cuando sea imposible creer que Delfos haya poseido un manteion tan extenso como el de Claros (el lugar es demasiado estrecho), parece verosimil que la disposición general de los lugares haya sido casi la misma.

El mobiliario, ya que no el inmueble, del manteion délfico nos es bien conocido: comprendia una estatua de oro de Apolo, la tumba de Dionisos, el trípode y el omphalós.

La estatua del dios en cuyo nombre se daban los oráculos hallaba su ubicación adecuada, evidentemente, en ese lugar. Pausanias la menciona, aunque no la vio.

La tumba de Dionisos, de la que ya hemos hablado, estaba situada muy cerca de la estatua de Apolo.

El trípode es el accesorio característico de la adivinación apolinea. El texto citado de Diodoro Sfculo pretende dar la razón por la cual se lo empleaba como sitial de la profetisa, encima de la grieta de la tierra. Se trataba simplemente de una marmita, de un caldero de metal sostenido por tres pies, a veces también por un cuarto pie que sustentaba en el centro la parte hinchada de la cuba. Se decía que Heracles habia querido robar a Apolo el tripode profético, escena que fue representada a menudo por los pintores y escultores. El trípode, gracias a una tapa plana adaptada a la cuba, podia servir de asiento; son innumerables las representaciones en las que se ve a la Pitia o al mismo Apolo sentados sobre el tripode profético, con las piernas colgando. Recordemos solamente la bella copa de Vulci, en la que Temis, en el papel de Pitia, con una rama de laurel en la mano derecha y una copa en la izquierda, da un oráculo a Egeo, padre de Teseo, en el interior de un edículo indicado sumariamente por una columna que sostiene una cornisa de friso dórico.

En cuanto al omphalós, es decir el ombligo de la tierra, era en su origen, sin duda, una especie de betilo, piedra que pasa por haber caído del cielo y que es objeto de veneración por sí misma. Luego se dirá de ella que marca el centro de la tierra, el lugar en el que se encontraron las dos águilas enviadas por Zeus desde cada una de las extremidades de un diámetro del disco terrestre. Pero el omphalós es también el monumento funerario de la serpiente Pitón, antigua guardiana del oráculo de la Tierra que fue matada por Apolo; su forma ovoide o vagamente cónica es, en efecto, la que se encuentra en tumbas de la época arcaica. El omphalós está representado en muchos monumentos, a menudo al lado del trípode, aunque no siempre. En el ánfora de Nápoles que representa el comienzo de las Euménides, Orestes abraza un gran omphalós rodeado de una red de cintas o de hilos de lana, muy semejante al omphalós de mármol encontrado en Delfos, que data probablemente de la época romana. En cuanto al pequeño omphalós de poros que se ha encontrado también en las excavaciones, se trata, sin duda, de una piedra tallada o vuelta a tallar en la época medieval y de la cual, por lo tanto, no vamos a ocuparnos. Pero las cuentas del siglo IV a. C. hacen mención varias veces de trabajos ejecutados en el templo, cerca del omphalós.

Un texto de Plutarco nos indica claramente que el local profético de Delfos, como el de Claros, comprendía dos salas distintas, pero que se comunicaban entre sí: la sala de los consultantes y el ádyton propiamente dicho, donde no penetraba más que la profetisa.

El edículo donde se hace sentar a los que consultan al dios se llena, no de manera frecuente ni regular, sino a intervalos desiguales, de un aroma penetrante, pues el ádyton deja escapar, como una fuente, exhalaciones comparables a los más suaves y preciosos perfumes.

Por consiguiente, la pintura del vaso que ya he mencionado y que nos muestra a Egeo frente a la profetisa en vías de librarle su oráculo (aunque la columna está colocada entre ellos) simplifica y sintetiza, pues los consultantes no entraban en el ádyton donde se encontraba el trípode profético.

Otros textos de Plutarco muestran hasta la evidencia que la sala de los consultantes era subterránea y, sin duda, estaba al mismo nivel que el ádyton. Nos cuenta, por ejemplo, las circunstancias asombrosas en las cuales una Pitia halló la muerte en su tiempo, recientemente, escribe, cuando él mismo era seguramente sacerdote de Apolo Pitio.

Habían ido unos extranjeros a consultar el oráculo y se dice que la víctima (la cabra) había recibido las primeras aspersiones sin moverse y sin parecer afectada por ellas. Los sacerdotes redoblaron su celo y la acuciaron unos y otros a porfía; a fuerza de ser inundada y casi ahogada, acabó con gran esfuerzo por someterse. Ahora bien, ¿qué le ocurría a la Pitia? Según se cuenta, descendió al manteion con repugnancia y desánimo. Desde sus primeras respuestas era manifiesto, por la aspereza de su voz, que iba a la deriva, a la manera de un navío sin control, como plena de una exhalación (Pneûma) muda y maligna. Al fin, completamente trastornada, se lanzó hacia la salida profiriendo un grito extraño, aterrorizador, y se arrojó a tierra poniendo en fuga no solamente a los consultantes, sino también al profeta Nicandro y a los hósioi que se encontraban allí. Volvieron a entrar después de unos instantes y la levantaron. Recobró sus sentidos, pero solo sobrevivió unos pocos días.

Obsérvese que la Pitia, cuando está sentada en el trípode, se halla oculta a las miradas de los sacerdotes y los consultantes puesto que éstos, en ese momento preciso, solo pueden juzgar su estado por su voz. Obsérvese también que Plutarco, cuando la Pitia abandona el trípode y se precipita hacia el lugar en que están los sacerdotes y los consultantes, no dice en modo alguno que ella sube, sino solo que se lanza hacia la salida.

Sobre la base de este texto y de algunos otros, yo concluí en 1938, mucho antes de las excavaciones del manteion de Claros:

La parte del lugar profético donde se sentaban los consultantes se encontraba a un nivel inferior al de la kélla del templo, en una habitación subterránea, y la Pitia, cuando profetizaba, estaba al mismo nivel que los consultantes -o casi al mismo nivel-, sin ser vista por ellos, sin embargo. El local profético, pues, estaba situado íntegramente en el mismo plano, pero debía de estar dividido en dos partes por un muro, atravesado por una puerta que solo franqueaba la Pitia, o quizás simplemente por una cortina.

Ahora bien, hemos visto antes que las dos salas subterráneas y abovedadas del manteion de Claros se comunican por un pasillo al cual se llega por una poterna donde había una puerta o una cortina. Me parece, pues, que las ruinas bien conservadas de Claros confirman de manera decisiva la disposición del manteion délfico tal como se lo podía imaginar por los textos de Plutarco.

En Claros, el omphalós hallado estaba colocado en la sala anterior, la de los consultantes. En Delfos debía de ocurrir lo mismo, pero esto no excluye la posibilidad de que haya habido otro omphalós junto al trípode. En cuanto a la estatua de Apolo y a la tumba de Dionisos, parece más natural ubicarlas en la sala de los consultantes. El ádyton de Delfos debía de ser un reducto de muy pequeñas dimensiones, y no cabe imaginar en él la presencia de muchos objetos.

El profeta de Claros bebía agua del pozo sagrado. En cambio la Pitia, ya lo sabemos, bebía el agua de la fuente Cassotis, situada al norte del templo, una desviación de la cual debía de llegar al ádyton.

Si es verdad que la última Pitia se llevó consigo su secreto, no lo es tanto porque las ruinas del templo de Delfos no nos hayan conservado el local profético, cuyo plano y cuya disposición es perfectamente posible imaginar, en grandes líneas; es sobre todo porque nuestra legítima curiosidad se encuentra con tinieblas cuando queremos conocer el fenómeno del entusiasmo, es decir, de la inspiración profética de las Pitias: ¿cómo daba sus oráculos la profetisa?

En ciertos aspectos, la adivinación délfica se asemeja a la de Casandra, ya que la Pitia es considerada la esposa de Apolo, pero hay una diferencia esencial: la Pitia no profetiza más que en un solo lugar, sentada sobre el trípode (al menos cuando se trata de la profecía realizada por el entusiasmo). El texto de Diodoro y los de Plutarco que he citado permiten comprender fácilmente por qué esta adivinación estaba estrictamente localizada. La Pitia, en efecto, no tiene, como Casandra, un don personal que transporte consigo a todos lados, por ejemplo, de Troya a Micenas. Ella recibe su inspiración de la grieta de la tierra, que toda la tradición coloca al fondo del ádyton, por debajo del trípode profético. De esta grieta salía una exhalación (Pneûma) que la Pitia recibía por todos los orificios de su cuerpo y que la ponía en ese estado de delirio gracias al cual profería las palabras o los gritos que le inspiraba el dios, pues la personalidad de Apolo sustituía en alguna manera a la suya y oscurecía su razón.

Ahora bien, si las excavaciones de Delfos no han logrado dar con el ádyton, al menos han probado que en ese lugar no existe actualmente ningún agujero con vapores. ¿Tenemos el derecho de afirmar, por ello, que tal fenómeno nunca se ha dado allí? Los temblores de tierra, los deslizamientos de terrenos, tan frecuentes en Delfos en la Antigüedad y hasta en nuestros días, han podido modificar la constitución del suelo y cerrar la hipotética grieta. Sin embargo, es imposible afirmar objetivamente que tal exhalación telúrica haya existido antaño por debajo del ádyton.

Se ha buscado también en otros procedimientos el principio de la adivinación délfica. Ya hemos aludido a métodos adivinatorios diferentes del entusiasmo que fueron practicados en Delfos antes y después de la instalación de Apolo. Entre esos métodos se encuentra la adivinación por la suerte o cleromancia. Ahora bien, P. Amandry publicó en 1939 una inscripción de Delfos muy importante: es un acuerdo entre la cuidad de Apolo Pitio y Skiathos que fija en particular, como hemos visto en el caso de Fáselis, la tarifa del pelanós, es decir, del impuesto que se debía pagar antes de toda consulta del oráculo. Se lee en ella lo siguiente:

Si se solicita la consulta por las dos habas, para un asunto público, se pagará una estatera de Egina.

Por consiguiente, en la primera mitad del siglo IV a. c., fecha de esa inscripción, era posible acudir en consulta a Delfos por las dos habas, es decir, evidentemente, por el método cleroántico, y es verosímil suponer que era la misma Pitia quien procedía a echar las suertes para la adivinación.

De ahí a pensar que la consulta del ádyton no era sino una engañifa, una representación, y que la Pitia nunca hizo otra cosa que tirar a cara o ceca, como diríamos ahora, hay mucho trecho, pero es grande la tentación de franquearlo, ya que la existencia del pneûma inspirador, como acabamos de decir, está sujeta a dudas ...

P. Amandry, sin embargo, al publicar el texto mencionado se guardó de ir tan lejos, y ha hecho bien en distinguir la consulta por las habas de la consulta del ádyton, aunque la consulta cleromántica haya podido realizarse en el mismo local, cosa que ignoramos. Prudentemente escribió:

No se puede admitir que el oráculo cleromántico haya sido el único que funcionaba. La redacción misma del texto da fe de ello: si el modo de revelación hubiera sido único, se habría contentado con indicar la tarifa para el manteion, por ejemplo. Las palabras si se solicita ... suponen una fórmula paralela que, en la frase siguiente (si el texto no estuviera mutilado), introduciría la cláusula relativa al otro modo de consulta, a saber, la consulta inspirada por el entusiasmo.

Es nuevamente Plutarco quien nos relata lo siguiente:

Los tesalios enviaron al dios de Delfos habas para hacer designar un rey y un tío suyo puso entre los nombres el de Aleuas, sin que el padre de éste lo supiera. La Pitia sacó esa haba, pero el padre negó haberla puesto y todo el mundo tuvo la impresión de que se había producido un error en la inscripción de los nombres.

Por tanto, cuando querían interrogar a la Pitia por las suertes, especie de consulta con rebaja, los consultantes preparaban de antemano ellos mismos las habas entre las cuales eligiría la profetisa. No se trataba en modo alguno, por consiguiente, de una tirada a suertes más o menos clandestina que remplazara a la adivinación que se creía inspirada, o que la precediera por una especie de desdoblamiento de las operaciones. La hipótesis de la superchería sacerdotal no puede bastar para explicarlo todo, al menos de esta manera, tanto menos cuanto que un oráculo cleromántico puede indicar un nombre entre varios o elegir una solución propuesta entre otras, pero no responder a las cuestiones más complejas que, como sabemos, le planteaban a la Pitia muchos consultantes.

El delirio de la Pitia está atestiguado por todas nuestras fuentes. El honrado Plutarco, como hemos visto, explica por la nocividad del pneûma el accidente que le ocurrió a la Pitia que murió en su época, y ya Platón escribía en el Fedro:

En su delirio, la profetisa de Delfos y las sacerdotisas de Dodona han sido para Grecia las causantes de muchos beneficios evidentes, mientras que cuando estaban en sus cabales su acción se redujo a poca cosa o a nada.

A esta locura, a esta manía de las Pitias, Cicerón, en el De divinatione, la designa en latín furor. No se trata en modo alguno de un estado de gracia compatible con la serenidad, sino de una agitación arrebatada por la cual se manifiesta la posesión divina. Es cierto que la descripción de Lucano en De bello civili, V, v. 169-218, es visiblemente exagerada, pero no hace más que forzar poéticamente una realidad ya de por sí sorprendente.

A falta del pneûma, muy discutible, ¿había otro agente material que contribuía a poner a la Pitia en ese estado segundo? Sabemos que la Pitia masticaba hojas de laurel, el árbol de Apolo, y ciertas variedades de laurel son tóxicas ... Pero, ¿para qué buscar por ahí? El profeta de Claros no tenía a su disposición ninguna exhalación telúrica e ignoramos si masticaba laurel; se contentaba con beber agua del pozo del ádyton, como la Pitia bebía el agua de Cassotis, y era ese agua -potable e inofensiva, nos asegura el responsable de las excavaciones de Clarosla que se consideraba como la causante de su inspiración.

En nuestros días, como en la Antigüedad, y en la misma Grecia, los estados de excitación o de frenesí religioso son obtenidos independientemente de todo agente físico. Pienso, por ejemplo, en las Anastenaria. Ciertamente, se puede negar la existencia del pneûma y creer, sin embargo, en un verdadero delirio de la Pitia, fenómeno de orden religioso que no es necesariamente histeria y que debe estar emparentado, por ejemplo, con el fenómeno que los anglosajones llaman self-hypnotism, es decir, autosugestión.

En este punto, la lectura de una novela como la de Par Lagerkvist titulada La Sibila ayuda a comprender el fenómeno de la adivinación délfica mejor que la mayoría de los estudios eruditos de los historiadores.

Hemos visto al hablar de los Branquidas, que los consultantes, después de la consulta a la profetisa, salían del templo y volvían al khresmographion (oficina de los oráculos) de donde habían partido. Aquí se labraba el acta oficial de la consulta y se redactaba en formas solemnes, por lo común en verso, el texto de la respuesta divina, de la cual se remitía una copia a los consultantes.

Es muy probable que en Delfos las cosas ocurriesen de la misma manera, aunque ignoramos en qué local. ¿Podía el simple refugio adosado al iskhégaon servir de oficina de los oráculos? No es imposible.

En todo caso, los miembros del clero que nuestras fuentes llaman los profetas y que acompañaban a los consultantes en el manteion eran, sin duda, los encargados de la tarea de dar forma a los oráculos y de redactarlos, por lo general en verso.

Hasta se ha llegado a sostener que los profetas eran los verdaderos autores de los oráculos, que los redactaban antes de la consulta del ádyton, ya que conocían las preguntas planteadas, y que daban sus instrucciones a la Pitia para que ésta respondiese según la voluntad de ellos. Me parece que esta hipótesis debe ser excluida. Se contradice, particularmente, con los textos que nos informan que, en varias oportunidades, la Pitia fue objeto de tentativas de corrupción, por ejemplo por parte de los Alcmeónidas y del rey de Esparta Cleómenes. Si en ciertos casos se deseaba sobornar, comprar a la Pitia, y no a los profetas, para obtener una respuesta favorable, es porque ella era la principal responsable de los oráculos. Y cuando se descubría la intriga, era la Pitia la destituida.

La Pitia era una mujer de poco saber y de poca cultura, una simple campesina: se la elegía por sus costumbres, no por su grado de instrucción. Es imposible, pues, atribuirle la forma versificada de los oráculos, dados por lo común en hexámetros épicos, aun cuando la mayoría de ellos, como se puede comprobar, sean engorrosos y bastante mal construidos, hasta el punto de que los epicúreos juzgaron esos versos indignos de Apolo, jefe del coro de las Musas, y sacaron de allí un argumento para justificar su incredulidad.

Se nos dice, además, que la Pitia, sentada sobre el trípode, se expresaba mediante gritos y onomatopeyas tanto como mediante palabras netamente articuladas. Esta materia bruta exigía, indudablemente, un trabajo de interpretación y de elaboración.

La respuesta oracular, por último, era el resultado de una suerte de colaboración entre la Pitia, la medium inspirada, y los funcionarios del santuario, los profetas, encargados de darle forma.

Un ejemplar del oráculo elaborado era, pues, remitido a los consultantes (que los delegados de las ciudades, los theoprópoi debían luego transmitir fielmente a sus mandantes) y otro era conservado en los archivos de Delfos, el zygastron que mencionan las inscripciones. ¿Conservaba este zygastron las respuestas auténticas únicamente o bien contenía también oráculos ficticios, elaborados después de los sucesos con fines de propaganda? No es posible contestar a esta pregunta, que pone en tela de juicio la honestidad profesional del clero délfico.

Es bastante sorprendente que la epigrafía délfica solo nos haya conservado un número muy pequeño de oráculos. Esta misma rareza invita a pensar que, normalmente, los oráculos no eran colocados como afiches en el santuario. El viajero Ciríaco de Ancona habría visto en el siglo XV, en Delfos, las respuestas dadas a Licurgo, legislador de Esparta, y a Creso, el famoso rey de Lidia, pero no han sido encontradas, y cabe preguntarse si Ciríaco no las copió simplemente de Heródoto. Solo subsisten en la actualidad el oráculo que habría recibido Agamenón y el poema relativo al milagro de la cabellera, que no es, hablando con propiedad, una respuesta oracular. Desde este punto de vista, otros santuarios de Apolo han sido más productivos que el de Delfos.

Pero las fuentes literarias -en primerísimo lugar Heródoto, y luego Plutarco- nos han conservado una gran cantidad de oráculos délficos, y la epigrafía de otros sitios arqueológicos también nos ha devuelto otros, por ejemplo, en la isla de Paros, los relativos al poeta Arquíloco.

¿Son auténticos esos oráculos transmitidos por los autores antiguos o por la epigrafía? Quiero decir, ¿reproducen exactamente la forma en la cual fueron redactados por los profetas de Delfos inmediatamente después de la consulta del ádyton? Sería muy temerario afirmarlo, pero tampoco se puede negar en bloque la autenticidad de tOdos. Los trabajos consagrados a esta cuestión no han podido aportar, y sin duda no aportarán jamás, conclusiones ciertas, en la mayoría de los casos particulares. El porqué de ello se comprende fácilmente. Por una parte, el prestigio del oráculo de Delfos, al menos hasta las guerras médicas, era tan grande, que las ciudades, y también algunos particulares, tenían gran interés en modificar un oráculo auténtico o fraguarlo íntegramente, como se verá por los ejemplos concretos del capítulo siguiente. Por otra parte, los griegos nunca carecieron de espíritu crítico, y, ¿quién de ellos habría podido dar fe a esos oráculos si, algunos al menos, no hubiesen sido auténticos?

En teoría, el zygastron de Delfos habría debido permitir la verificación, de suponer que los sacerdotes hubiesen deslizado, con fines de propaganda, respuestas ficticias. Pero no sabemos que el clero délfico haya denunciado alguna vez una falsificación.

Por último, aun en el caso de que se tratara de un oráculo auténtico, no hay que creer que la respuesta era siempre clara y precisa. Por algo Apolo era llamado Loxías, es decir, el Oblicuo o el Ambiguo. A menudo los oráculos eran verdaderos enigmas, y era necesario todo el arte de los intérpretes oficiales, llamados exégetas, para interpretar muchas respuestas oscuras. Un mismo oráculo podía recibir varias interpretaciones divergentes o contradictorias. Los griegos, por lo demás, siempre gustaron mucho de esos juegos de ingenio.

Plutarco, al preguntarse por qué los oráculos, que durante mucho tiempo habían sido versificados, en su época estaban expresados en simple prosa, llega incluso a sostener que la oscuridad, más compatible con la versificación, era voluntaria por parte de los profetas y les era impuesta por la prudencia.

No me asombra -escribe- que, en los tiempos antiguos, haya sido necesario un poco de ambigüedad, de rodeos y de oscuridad. Pues no se trataba de un individuo que iba a consultar el oráculo sobre la compra de un esclavo o sobre una empresa privada, sino que eran ciudades muy poderosas, reyes y tiranos de grandes ambiciones los que se dirigían al dios por asuntos de importancia; enojarlos, irritarlos con respuestas desagradables y contrarias a sus deseos hubiera traído inconvenientes a los ministros del oráculo ... El dios, en efecto, debe velar por ellos y cuidar de que, al cumplir su oficio, no se expongan a perecer víctimas de hombres criminales. Por esta razón, Apolo, sin ocultar la verdad, la manifiesta mediante un rodeo: al ponerla en forma poética -como se haría con un rayo luminoso, reflejándolo y dividiéndolo varias veces- le quita lo que tiene de hiriente y de duro. Entre las revelaciones hechas a los pueblos, las había también tales que era necesario disimularIas a sus tiranos o no revelarlas a sus enemigos antes de los acontecimientos; por eso, las rodeaba de equívocos y de circunloquios que velaban el sentido del oráculo a los otros, sin ocultarIos, sin embargo, a los interesados, cuando se esforzaban por comprenderlo.

En la época de Plutarco, en cambio:

Para el oráculo no hay nada complicado, secreto ni temible. Las preguntas que se le dirigen se refieren a las pequeñas preocupaciones de cada uno: se le pregunta si uno debe casarse, hacer tal viaje, prestar dinero, etc., y las consultas más importantes de las ciudades se relacionan con la cosecha, la cría de ganado, la salud pública, etc... Por eso, todo circunloquio y toda oscuridad se hicieron inútiles.

Ninguna de las consultas atestiguadas por la epigraffa -escribe P. Amandry- es anterior a la guerra del Peloponeso. El mismo Heródoto, el testigo más antiguo, aparece ya demasiado tarde, pues a mediados del siglo V a. C. ya había pasado la época de mayor auge de los oráculos. La adivinación parece haber alcanzado su apogeo en el siglo VI. Fue entonces cuando el santuario de Delfos, fundado dos siglos antes, alcanzó su mayor prestigio.

En el siglo VI son, en efecto, casi todas las ciudades griegas de alguna importancia -las de Italia Meridional, de Asia Menor y del Ponto Euxino tanto como las de Grecia misma- las que acumulan en el santuario de Apolo Pitio innumerables y ricas ofrendas. Aun bárbaros como Creso, rey de Lidia, mandan a interrogar al oráculo y envían a Delfos testimonios fastuosos de su reconocimiento. Pues las ofrendas eran monumentos suntuosos o modestos exvotos, según la riqueza de quienes las enviaran, pero todas ellas testimoniaban la gratitud de los consultantes por los consejos de la Pitia y su piedad hacia Apolo.

El renombre del oráculo pítico, pues, había atravesado los límites del mundo griego, puesto que Creso, después del frigio Midas, mandó a consultarlo. La Pitia, entre otras predicciones, le hizo la siguiente:

Cuando un mulo sea rey de los medos, entonces, oh lidio, huye y no te avergüences de ser cobarde.

Es seguramente excusable que Creso no haya comprendido a tiempo que, por tal mulo, Apolo entendía designar embozadamente a Ciro, fundador del imperio persa. Ello le resultó fatal, pues según Heródoto, estimulado por el oráculo, quiso hacer frente a su poderoso vecino. Vencido y hecho prisionero, comprendió entonces, pero demasiado tarde, que la alusión se refería a Ciro, pues era de raza mixta, como un mulo, ya que su madre era originaria de Media y de familia noble, mientras que su padre era un persa de familia modesta.

Cuando el templo fue destruido por un incendio en 548, los Anfictiones que administraban el santuario apelaron a la generosidad de todo el mundo griego para reconstruirlo. Su llamado tuvo éxito, y hasta el rey de Egipto Amasis envió una importante ofrenda.

La Anfictionía llamada pilodélfica (porque nació en las Termópilas antes de asentarse en Delfos) era una federación regional de varios pueblos vecinos de los dos santuarios: el de Deméter en las Termópilas y el de Apolo en Delfos. A propuesta del ateniense Salón los anfictiones habían decretado, hacia el 600, la guerra santa contra la ciudad de Kirrha, que exigía rescate a los peregrinos. La ciudad fue tomada por la coalición y completamente arrasada, al igual que su puerto, y su territorio fue declarado propiedad del dios.

Fue poco después de esa primera guerra sagrada (pues hubo varias otras) cuando se reorganizaron los juegos pÍticos, que se celebraban en Delfos cada cuatro años y revistieron desde entonces una importancia panhelénica, comparable a la de los juegos olímpicos.

El oráculo atrajo en cantidad a los particulares y los pueblos, quienes no osaban emprender ningún asunto de importancia sin haber solicitado antes sus consejos o sus revelaciones. Desempeñó, por ejemplo, un papel muy importante, aunque difícil de explicar, en el gran movimiento de colonización griega. Al parecer suministraba a los fundadores de las ciudades nuevas no solamente prescripciones rituales (por ejemplo, sobre los cultos y las instituciones religiosas que debían ser establecidas en ultramar), sino también informes de orden geográfico sobre las regiones lejanas hacia las cuales se embarcaban. Se concibe que Delfos haya podido convertirse, en efecto, en un admirable centro de informaciones, ya que los peregrinos afluían a ella desde todas las costas del Mediterráneo, sobre todo cuando se realizaban los juegos píticos.

Jean Bérard escribe:

Como en todas las otras ocasiones importantes en que los antiguos griegos se hallaban en duda antes de tomar una decisión de orden público o privado, el oráculo de Delfos fue consultado a menudo (por los fundadores de ciudades nuevas) . En muchos casos, la tradición ha conservado el recuerdo de esa consulta, trasmitiéndonos a veces el texto mismo -¿verdadero o falso?- de la respuesta que, según se decía, la Pitia había dado a los jefes de las futuras ciudades nuevas. Desde muy temprana época la Pitia parece haber alentado esos viajes hacia tierras nuevas, ya que tal fue el caso de Cumas, Regio, Siracusa, Cortona y Tarento. Con respecto a Regio, parece que los mesenios y los calcídicos. que la fundaron conjuntamente, fueron puestos en contacto unos con otros por el clero délfico. Pero es indudable que La Pitia no pudo haber dado a los consultantes instrucciones precisas sobre las regiones que debían colonizar y los emplazamientos que era conveniente elegir, como fue el caso de Regio, Siracusa. Cortona o Tarento, sino después de haber sido informada ella misma por los que habían explorado esas nuevas rutas marítimas y habían ya fundado establecimientos en esos parajes.

He aquí, a título de ejemplo, el oráculo dado al espartano Fálantos, fundador de Tarento, tal como lo transmite Pausanias:

Designado para comandar la expedición colonizadora, Fálantos recibió de Delfos un oráculo según el cual él tomaría posesión de un territorio y de una ciudad cuando experimentase la lluvia bajo un cielo despejado. En el momento Fálantos no examinó personalmente el sentido del oráculo ni se lo hizo explicar por uno de los exégetas dedicados a tal oficio. Al frente de sus barcos, llegó a Italia, obtuvo varias victorias sobre los indígenas, pero no logró tomar ninguna ciudad ni asegurarse la posesión de ningún territorio. Entonces se acordó del oráculo y se dijo que el dios le había predicho una cosa imposible, pues jamás llovería bajo un cielo puro y sereno. Como se sintió desalentado, su mujer, que lo había acompañado en su expedición, trató de reconfortarlo: le colocó la cabeza sobre sus rodillas y se puso a buscarle los piojos en los cabellos. Durante esta ocupación, como ella pensaba en la situación de su marido que no mejoraba, en su ternura por él rompió a llorar. Sus lágrimas, al caer, mojaron la cabeza de Fálantos, quien de pronto comprendió la profecía, pues su mujer se llamaba Aithra, es decir, cielo sereno. Asl, la noche siguiente atacó a Tarento, la más grande y más próspera de las ciudades de la costa, y la arrancó a los bárbaros.

Hasta las guerras médicas la autoridad del oráculo parece haber sido indiscutida. Cuando la invasión de Jerjes, la actitud de la Pitia no fue muy estimulante para los defensores de la libertad griega. ¿Tuvieron en Delfos una buena acogida los enviados del rey, encargados de reclamar la tierra y el agua en señal de sumisión y de ganar para los medos amigos en toda Grecia? Es posible, ya que los pueblos antifictiónicos, que habitaban casi todos al norte de las Termópilas, se habían declarado en su mayoría en favor del invasor, quien los amenazaba antes que a nadie. En todo caso, la Pitia solo profetizó desdichas a los griegos. Cuando Salamina y Platea cambiaron el panorama, se dijo, es verdad, que su oráculos -especialmente el que mencionaba la fortaleza de madera, la única intomable- habían previsto y preparado esas victorias, y las ofrendas de los griegos vencedores afluyeron al santuario de Apolo.

Puede decirse que la independencia política del santuario cesó con las guerras médicas. En adelante, el oráculo estuvo bajo el patronazgo del Estado dominante, que ejercía la hegemonía: Atenas en el siglo V, luego Esparta, Tebas y Macedonia en el IV, los etolios en el III y, finalmente, los romanos. Pero siguió ejerciendo gran influencia, al menos hasta la época de Alejandro. Éste, como se recordará, quiso ir a Delfos antes de su expedición, para hacerse proclamar invencible por la Pitia.

Lo que es menester reconocer, sobre todo, para gloria del oráculo délfico, fue su influencia intelectual y moral. En el templo de Apolo Pitio se encontraban las imágenes de Homero y de Hesíodo, así como la silla de hierro de Píndaro. En vida de este último poeta, el oráculo prescribió a los délficos que le entregaran una parte de los diezmos ofrecidos al dios Apolo, jefe del coro de las Musas, era el protector natural de la poesía y de los poetas, y la Pitia no lo olvidaba.

Era también protector de las ciencias, y se decía que había prescrito a los habitantes de la isla santa de Delos, mediante un oráculo, que duplicara el volumen de un altar cúbico, para obligarlos al estudio de la geometría: debieron, así, trabajar durante largo tiempo, puesto que la duplicación del cubo es un problema insoluble como el de la cuadratura del circulo.

Finalmente, las máximas de los sabios, más o menos inspiradas por Apolo, eran grabadas en el prónaos del templo: De nada demasiado, Conócete a ti mismo, Si te comprometes, conocerás la desdicha, etc. Según Plutarco, la inspiración de la Pitia se habría elevado del dominio de la moral hasta el de la metafísica, ya que había afirmado en un oráculo la inmortalidad del alma, como Sócrates en el Fedón de Platón.

Sócrates aconsejaba a sus discípulos que fueran a consultar a la Pitia cada vez que estaban perplejos. Por su consejo Jenofonte acudió a Delfos antes de participar en la expedición de los Diez Mil, pero, como tenía vivos deseos de partir, en lugar de preguntar si debía o no hacerlo, se contentó con interrogar al oráculo con el fin de saber a qué dioses debía sacrificar para que la empresa resultara bien. Esta manera de hacer trampa al dios era frecuente.

Es conocida la aplicación filosófica que Sócrates extrajo de la máxima délfica Conócete a ti mismo. Su amigo Querefón consultó a la Pitia para saber si había en el mundo un hombre más sabio que Sócrates, y el oráculo le respondió que no.

No es asombroso, pues, que Platón, discípulo de Sócrates, haya reservado al oráculo de Delfos un papel tan importante en la organización de la ciudad ideal que construyó por el razonamiento. Se lee en la República:

Es a Apolo, el dios de Delfos, a quien corresponde dictar las leyes más importantes, más hermosas y las primeras, aquellas que conciernen a la fundación de templos, a los sacrificios y, en general, al culto de los dioses, de los demonios y de los héroes, y también a las tumbas de los muertos y a los honores que es menester tributarles para que nos sean propicios. Pues esas cosas nosotros las ignoramos y, como fundadores de un Estado, si somos sabios no nos remitiremos a otro más que a él, ni seguiremos otra guía, pues este dios, intérprete tradicional de la religión, se ha establecido en el centro y el ombligo (omphalós) de la tierra para guiar al género humano.

Esas líneas de la República se hallan corroboradas en varios pasajes de las Leyes, donde Platón, al fin de su vida, expresó nuevamente su total confianza en el oráculo de Delfos para todo lo concerniente a la religión y la moral.
Indice de Adivinos y oráculos griegos de Robert Flacelière Capítulo segundo. La adivinación inspirada Capítulo cuarto. Adivinación y políticaBiblioteca Virtual Antorcha