Índice de Determinismo y responsabilidad de Agustín HamonPrimera lecciónTercera lecciónBiblioteca Virtual Antorcha

LECCIÓN SEGUNDA

LIBRE ARBITRIO Y DETERMINISMO
Continuación


IV.- El libre arbitro en contradicción con las leyes de causalidad natural, de conservación de la materia. Los medios cósmicos individual, social, etc. Determinan al individuo. - V.- La libertad de obrar es la única libertad poseída por la humanidad. - VI.- Tentativas hechas por sostener la libertad volitiva. Refutación a las objeciones hechas al determinismo. Las libertades cívicas, la personalidad, existen con el determinismo. Consecuencias del determinismo.


IV

Solamente cuando el acto se ha ejecutado conscientemente es cuando la idea del libre arbitrio existe entre sus partidarios. Cuando el agente tiene conciencia del acto que ha ejecutado -y tiene tanta más conciencia cuanto más prolongada es su deliberación- le parece estar libre para querer o no querer este acto. Aquí está la ilusión del libre arbitrio, solamente en esta forma de acto consciente es en la que los defensores de la idea de la libertad volitiva, han visto, han supuesto, esta libertad.

Esta suposición es inadmisible. En efecto, considerad el proceso psico-fisiológico, tal como nosotros acabamos de exponerlo, con arreglo al estado actual de nuestros conocimientos, y podréis justificar no hay en la determinación del acto ningún elemento de libertad. Todo es consecuencia inevitable de la serie de fenómenos que preceden. La intensidad, la tensión de la corriente centrípeta, y luego la de la centrífuga, dependen, mediata o inmediatamente, de la disposición especial del receptor, de la calidad y de la naturaleza del fenómeno impresionante, etc.

Ex nihilo, nihil.- Nada viene de nada; ahora, la libertad moral, existente en el hombre fuera de toda influencia, supone necesariamente la acción de una causa primera, de una espontaneidad creatriz, como dice Tarde. ¡Y esta causa primera nadie la crea! Ha nacido ex nihilo. Dedúcese que algo provendría de nada absurdo imposible de aceptar.

Al admitir la hipótesis de la libertad volitiva, es necesario admitir en la génesis del acto, la presencia de algo, de un yo no se qué que intervendría en un momento dado, para modificar lo que resultaba de todas las condiciones precedentes, ese yo no se que no siendo el resultado de aquello que sea. En una palabra, tiénese que admitir un efecto sin causa. Sería esto una concepción absurda. Por eso la libertad de querer es, pura y simplemente, una ilusión decir que la voluntad se determina ella misma, no representa absolutamente ninguna idea, antes bien, implica un gran absurdo, a saber que una determinación, que es un efecto, pueda producirse sin ninguna especie de causa. (Priestley).

Se ha observado no habían efectos sin causas. Innumerables observaciones han venido a parar, todas, al mismo resultado: un efecto tiene causas, conduciendo la expresión de este resultado a la ley de causalidad natural. Hacer la hipótesis del libre arbitrio, es admitir que toda una serie de fenómenos escaparía a las relaciones constantes encontradas entre un fenómeno y los que le precedían en el mismo proceso; es admitir que un fenómeno no es el efecto necesario de otros fenómenos precedentes; es admitir que un efecto existe sin causa, las causas tienen su efecto alterado, modificado por una facultad que no se puede concebir. De donde, hacer la hipótesis del libre arbitrio, es suponer la existencia de una entidad inconcebible, en contradicción misma con la relación que une entre sí a todos los fenómenos: la relación necesaria entre causa y efecto. Esta hipótesis, que no explica nada, qúe crea algo inconcebible, es inútil y absurda.

La observación de los fenómenos naturales ha conducido a la justificación que la materia, la fuerza, la vida se conservan sin crearse, sin destruirse. Es la ley de la conservación de la materia (Lavoisier), de la fuerza (Mayer), de la vida (Preyer). La vida es una manera de fuerza. La fuerza no es una entidad, sino un atributo de la materia. Fuera de la materia, la fuerza no puede concebirse. Materia y fuerza no existen como entidades diferentes. Hay la materia afectada por movimientos, en que las asociaciones infinitamente variadas, producen los fenómenos infinitamente diversos que registramos. Es por una abstracción de nuestro espíritu que nosotros llamamos fuerza a la calidad de la materia que hace sean sus combinaciones variables hasta lo infinito. Materia y fuerza son pues una misma cosa, puesto que son inseparables, inconcebibles como entidades diferentes. Podemos, pues, decir: la conservación de la materia es un principio que resulta de la observación de todos los fenómenos. Nada se pierde, nada se crea. La hipótesis del libre arbitrio está en absoluta contradicción con esa ley de la conservación de la materia. En efecto, la hipótesis de la libertad volitiva obliga a admitir algo venido de no se sabe donde, emanado de no se sabe que, algo que empecería o modificaría las manifestaciones de la actividad individual. Eso sería como ha dicho Ferri, una creación o una destrucción de fuerza; lo que no se puede admitir ni concibir. En el universo nada se crea, nada se destruye: las manifestaciones diversas de la materia no son más que transformaciones.

Por consiguiente, la hipótesis del libre arbitrio está en contradicción con estos dos grandes principios de la causalidad, y de la conservación de la materia, principios que encontramos en todos los fenómenos del Universo. No hay razón alguna para alejar estos mismos principios de los fenómenos humanos. De donde, esta hipótesis del franco arbitrio, para en inútil y absurda.

Por otra parte, la imposibilidad de la existencia volitiva está también confirmada por la observación cotidiana de los hechos. No hay que olvidar es el hombre la resultante del tiempo y de los lugares en que vive, solidario de todo aquello que le rodea, le precede y le sigue. Su yo sufre la influencia, la modificación, de todos los medios en que vive.

El derecho hereditario, el medio interno, determina su carácter, su temperamento; los medios cósmico, individual, social, obran sobre el carácter, el temperamento; los modifican. Producto de estos medios, el humano puede ser libre y todos sus actos son determinados. La voluntad humana, éste estado de conciencia está sometido a las influencias de los agentes físicos y sociales. La fisiología, la psicopatología, la estadística, lo prueban.

La energía varía según el individuo. Pero varía siguiendo las influencias necesarias internas o externas. El calor, el frío, el viento, la humedad, la sequía el estado eléctrico de la atmósfera, la luminosidad, el clima, la altitud, la geología, la orografía, la cultura, la vegetación, todos estos factores que constituyen el medio cósmico son modificadores del sér, y, por consiguiente, de la voluntad. La nutrición, los cambios químicos del ser, la asimilación, la desasimilación, el estado de salud, el estado de enfermedad, todos estos factores que, unidos a la herencia, constituyen el medio individual, son modificadores de la voluntad; son componentes de ella. Los hábitos, las costumbres de la sociedad en que vive el individuo, la profesión que ejerce, su alimentación, su modo de vestir, su habitación, su higiene y la de los que le rodean, las epidemias y endemias reinantes donde se encuentra, la instrucción y educación del individuo y sus conciudadanos, las instituciones y leyes, etc; son otros tantos factores de los que su voluntad es la resultante. Todos estos medios diversos obran simultáneamente, reobran los unos sobre los otros, influyen y son influídos. (Capitán). Cualquiera que sea la extrema complejidad de la mesología, no se puede dudar de la influencia de los medios sobre la voluntad, puesto que una multitud de hechos la prueban. No se ha podido medir la intensidad de cada factor, saber cual de estos es el que vence, ya que todas sus acciones se enredan, se combinan, se modifican, se atenuan, se exacerban. En el universo y, por consiguiente, en la humanidad, nada puede ser separado. Todo se sustenta, obra y reobra. Ningún fenómeno producese sin repercutir sobre todo lo que es. El grado de influencia de cada factor, en la determinación de un acto, no podemos actualmente, medirlo. No parece que se pueda concebir la posibilidad de poseer un día este conocimiento completo. Solamente es posible, actualmente, en la génesis de ciertas actas, conocer relativamente el predominio de algunos factores sobre otros, y esto, únicamente, para ciertas series de factores, el medio social por ejemplo. Pero la complejidad considerable de todos los factores, y de sus influencias, no impide justificar su acción moderatriz.

La voluntad, lo hemos visto, es un punto singular del proceso psico-fisiológico, conductor de la impresión al acto. El encéfalo es el órgano necesario para el funcionamiento de este proceso. Si los elementos de este órgano están alterados, su funcionamiento lo estará también necesariamente. El estado de conciencia llamado voluntad no se manifiesta, si, la porción cerebral de encéfalo, se quita. Así, a polluelos y gatitos se ha quitado esta porción, dejando solamente los lóbulos ópticos, los órganos del oído y del olfato. Estos animales continuan viendo, oyendo, sintiendo. Reciben la impresión sensorial pero continuan pasivos, inertes. No pueden querer, porque han perdido el órgano en donde se elavoraba la percepción; por consiguiente la función muere.

Si se obra sobre el órgano modificándolo, se obrará, necesariamente, sobre la función modificándola. Así, la nutrición del cerebro, influye sobre la voluntad. Las condiciones de nutrición de los elementos cerebrales, están ligados a condiciociones del líquido nutritivo y de la circulación general y local. Toda causa que aumente o disminuya la circulación, acrecentará o disminuirá la presión sanguínea, modificará la voluntad. El alcohol, el café, el té, la absenta, el tabaco, el opio, el haschisch, la morfina, el calor, el frío, la humedad, etc., son de estas causas. La ausencia de luz provoca la anemia, la tuberculosis; deprime el sistema nervioso. El exceso, la luz es un poderoso excitante que puede alterar todo el sistema nervioso. El mismo ser, viviendo en un medio luminoso u obscuro, no tendrá la misma voluntad. La acción del calor o del frío es considerable. Los vasos sanguíneos se dilatan o se encogen; el pulso se aloja o se acelera; el celebro es mojado por sangre que se cambia más o menos rápidamente. Los dos elementos iguales, y el individuo habrá modificado su voluntad según tenga frío o calor. La composición del aire respirado, la presión de ese aire, la humedad, su estado eléctrico, modifican la circulación sanguínea y la composición química de la sangre. El encéfalo se nutre pues de un líquido de composición variada, al mismo tiempo que circula más o menos diversamente. Y la voluntad, función de este órgano, varía siguiendo la nutrición del mismo órgano.

Todos nosotros sabemos cuanto modifica nuestras ideas una digestión difícil; cuanto altera nuestra voluntad. El cerebro se nutre menos, el flujo sanguíneo va hacia el estómago que, en este momento, es el órgano que tiene más necesidad de él. La manera como el individuo asimila o desasimila, no menos modifica la voluntad. La acumulación, anormal, en nuestro organismo, de toxinas elaboradas, fisiológicamente o patológicamente, ejerce una poderosa acción perturbadora sobre el funcionamiento de nuestro sistima nervioso. Esta acción varía en intensidad y en sus manifestaciones según la duración de la acción de las toxinas y la mayor o menor resistencia del organismo. Hay enfermedadades mentales causadas por malas asimilaciones. La uremia, por ejemplo, provoca a menudo turbaciones mentales. Massaro, ha hecho notar un caso de melancolía causado por lesiones gastro-intestinales preexistentes. ¿No fue Voltaire, quien dijo: Si tengo que pedir una gracia a un ministro, me informo antes, por medio de su ayuda de cámara, a fin de saber si ha estado en el retrete? El modo de alimentarse, obrando sobre el individuo, influye sobre la voluntad. La anécdota siguiente que tomamos de la narración del viaje del comandante Toutée, aclarará esta aserción:

En cuanto a mí, dijo, desembarazado de mi arma y con el engorro de acompañar a Ousso, caminaba más libremente; pero mi estómago, vacío desde la víspera, tocaba a llamada. Aturdido por el calor, ofuscado por el sol, tambaleando sobre las asperezas del suelo, entristecido por la fúnebre procesión que formábamos tras aquel chantre andrajoso, Ousso me sentía invadido por las más melancólicas reflexiones, como aquellos de la mañana pero más amargas, mucho más amargas.

¿Qué tarántula te ha picado? Tú no conoces nada del Africa. Cuatro días que marchamos y todo va de mal en peor. Estamos aún en plena colonia francesa y toda tu gente se ha desvandado. ¡Que fiasco! ¿,Qué necesidad tenías tú de dejar tu país? Carrera asegurada y tranquila, buen jefe, situación envidiada, alegrías de la familia, nada te faltaba y hete aquí perdido, cabalgando y tropezando entre cuatro negros, en el país más malsano del mundo. Y haciendo estas reflexiones el mónstruo Ousso, rugía sin cesar Glou gue guieu ¡soy yo acaso quien ha tenido la culpa viniendo contigo! ... Yo pensaba responderle: Entonces, ¿,qué diablos he venido ha hacer en este infierno? En fin, hacia el medio día pasamos Evedji; a la una estábamos en Agrimea; dos huevos, una tórtola para restaurarme, una nuez de coco, para refrescarme y al punto el curso de las ideas cambió por completo: Dahomey es un país encantador, muy limpio, lleno de personas dispuestas a hacer un favor, el camino bonito, el capitán Toutée, un dichoso mortal, encargado de cumplir una orden más fácil, alegre como una pascua. Por el rojo suelo a través de los campos de alubias, a las siete de la tarde llegamos a Cana.

Perdóneseme esta larga cita demostrativa de la influencia de la alimentación sobre la actividad mental. Toutée tiene hambre, mucha hambre; todo le parece triste, negro. Calma su hambre, satisface su imperiosa necesidad y todo le parece alegre, de color de rosa. ¿No conocemos los proverbios? El hambre hace salir al lobo del bosque. El hambre es mala consejera. ¿No sabemos todos que hay rebeldías causadas por el hambre? Recordemos los tejedores de seda de Lyon que pedían plomo o pan. La privación de alimentos provoca motines por adquirlos. Pero, a un cierto grado, esta privación quita toda energía; el individuo no tiene voluntad. Según los estudios de Joanny Roux, la sensación del hambre se produce objetivamente por modificaciones de la actividad voluntaria.

La influencia de las estaciones puede también probarse sobre la voluntad, lo mismo que la del buen funcionamiento del aparato sexual. La mujer sufre con más o menos intensidad la influencia de sus épocas. Manías frecuentes evolucionan durante los mónstruos. Hay neurosis provocadas por las influencias meteorológicas. Periódicamente, en relación con ciertos estados atmosféricos, existen personas atacadas de dolores cuyo carácter, intensidad y sitio varían. La humedad, la electricidad, el ozono atmosférico, atc., son los factores principales en la etiología de estas neurosis. El hombre más pacífico, dice Ferri, se vuelve agresivo cuando en las pampas de la América del Sur, sopla cierto viento.

No solamente determinan la voluntad los agentes físicos, sino tambien los factores sociales. ¿Quien no sabe la influencia de la imitación? ¿Quién no ha podido comprobarla en los niños y también en los adultos? Los hábitos son uno de los más poderosos determinantes de la voluntad. Las prendas de vestir, la habitación, jugando un papel variante en la temperatura y luminosidad atmosféricas, obran, inmediatamente, sobre la voluntad. La profesión, estado de riqueza, de pobreza o desvalimiento son, también, modificadores mediatos de la voluntad. De ellos dependen, en efecto, las condiciones de alimentación, calor, frío, humedad, etc.

¿No recordais lo que Quételet escribió? Nosotros podemos enumerar de antemano cuantos individuos mancharán sus manos en sangre de sus semejantes; cuantos serán falsarios, cuantos serán en venenadores; poco más o menos, como pueden enumerarse los nacimientos y las defunciones. ¿No sabemos que el profesor Lacassagne ha hecho un calendario criminal que deja ver un lazo entre las excitaciones de orden físico y la recrudescencia de ciertos crímenes? ¿Para que extendernos más? Cada cual, si reflexiona un poco, verá que todo fenómeno influye sobre el vigor y la rapidez de los procesos mentales, y, por consiguiente, sobre la voluntad, punto singular de una serie de ellos. Esta influencia, produce o un estado de vigor o un estado de depresión nerviosa. Este último estado, la neurastenia puede llegar hasta la ausencia de la voluntad, o la imposibilidad para el individuo de querer.

La voluntad puede apagarse, como se apaga la memoria, la inteligencia o toda otra función del sistema nervioso central. Se sabe, en efecto, que Ribot ha estudiado las enfermedades de la voluntad. En el estado de demencia, el organismo cerebral está alterado y, por consiguiente, también su funcionamiento psíquico. Puede suceder que la función de percepción y de conciencia esté perdida, y sin embargo, los centros intermediarios, ganglionares y mielíticos que quedan sanos, continuan sus funciones involuntarias e inconscientes. Hay muchísimos estados intermedios, locuras, delirios parciales, manías, etc., durante los que la función consciente y perceptiva no está abolida, pero sí más o menos debilitada. Entonces tenemos todos esos estados de voluntad versátil, débil o fuerte; todas esas alteraciones de la voluntad, esas anomalías, esos decaimientos, hallados en los individuos irresolutos, antojadizos, caprichosos, impulsivos, conscientes o no, sin voluntad, etc. En el estado de hipnosia, hay una abolición más o menos completa, de la voluntad del hipnotizado y sustitución de esta por la del hipnotizador. Sabemos como ciertas personas ejercen influencia sobre otras sugestionándolas, alterando su voluntad. El niño, en general, es eminentemente sugestionable. En cierto modo, según dice Bernheim, lo somos todos, más o menos. Se desarrolla la voluntad por medio de una educación apropiada, del mismo modo que la inteligencia. Así se muestra la influencia de la educación que hace que dos individuos tengan una voluntad diferente, siguiendo su educación. El niño a quien se haya enseñado a querer, a deliberar sus actos, una vez llegado a hombre, sabrá querer mejor que el niño acostumbrado a obedecer, habituado a que se quiera por él.

La herencia consiste en la transmisión, por los dos progenitores, de sus caracteres. Es también un factor, y no de los menos importantes, determinadores de la voluntad. Ella ha fijado las tendencias del individuo, establecido el substratum sobre el que los medios cósmicos, sociales e individuales, vendrán a obrar, desarrollando, atrofiando, anestesiando, hiperestesiando. Ella a tejido la malla sobre la que las influencias mesológicas, bordaran mil arabescos.

Esta acción sobre el individuo de todas las condiciones mesológicas, está probada científicamente. La fisiología, la psicopatología, la han demostrado; la estadística ha venido a confirmarla. Se ha podido comprobar que los casamientos, los crímenes, los suicidios, la emigración, los nacimientos, la mortalidad, etc., están sometidos a las influencias de los medios, no solamente sociales, sino también a los cósmicos.

El carácter y los motivos: hé aquí, en suma, los dos factores productores de todas las acciones humanas. El humano obra siempre conforme a su naturaleza. En cada caso particular, sus acciones están determinadas por la influencia causal de los motivos. Siempre la preferencia tiende hacia lo que place más. Pero es más o menos discutida siguiendo el carácter individual y el desarrollo de la razón. Con Debierre, podemos pues, decir: la última causa de la preferencia es el carácter, es decir, la persona, el yo-producto extremamente complejo que la herencia, la educación, los ejemplos, la experiencia, han contribuído a formar -a quien caracteriza bastante más la manera de sentir que la actividad intelectual misma. Los sentimientos conducen al hombre bastante mejor que la razón.

Todas las acciones están absolutamente determinadas por una multitud de factores. Un análisis atento las hace conocer parcialmente. La variabilidad de los factores, en cantidad y calidad, demuestra la justicia de este dicho del doctor Pioger: No hay una voluntad humana, hay voluntades humanas; no hay una voluntad de Pedro o de Juan, variables según la edad, el estado de salud, las circunstancias y las condiciones de la vida.

Los fenómenos psíquicos están determinados tan rigurosamente como lo están los fenómenos físicos y biológicos. A propósito, se me permitirá recordar esta palabra de Kant: Si fuese posible penetrar, profundamente, en la manera de pensar de cada hombre, y si los menores resortes y circunstancias que influyen sobre el hombre, fuesen conocidos, se podría calcular, exactamente, el modo de obrar en el porvenir, como se calcula un eclipse de sol o de luna.

Como prueba de la existencia del libre arbitrio, algunos de sus adeptos aducen el razonamiento siguiente:

Yo soy libre para querer como me venga en gana. Asi es que, probad a impedirme querer algo, y al punto lo querré.

Desafiadme que no salto de lo alto de un rompeolas sobre la playa, y saltaré, probando así ser libre para querer o no querer saltar.

Así razonan los defensores del libre arbitrio, sin apercibir el análisis incompleto que les lleva a este razonamiento. Hecha la oposición, lanzado el desafío, constituyen motivos que han determinado al individuo a una acción ... loca, para probar una libertad no existente. Esta oposición a los motivos, llamada por Schopenhauer el motivo de contradicción, fue el gran argumento sobre el que, Julio Simón se apoyaba para sostener el libre arbitrio. No apercibió nunca que esta contradicción es verdaderamente un motivo determinado. Algunos partidarios del libre arbitro, combaten el determinismo por medio de la siguiente argumentación:

Dadme un hombre que haga el filósofo profundo y que niege el libre arbitrio. No disputaré contra él, pero le pondré a prueba en las ocasiones más comunes de la vida, para confundirlo por sí mismo. Suponed que la mujer le sea infiel, que su hijo le desobedezca y menosprecie, que su amigo le haga traición, que su criado le robe. Le diré, al quejarse de ellos: no sabeis que no obran mal y que no son libres de hacer otra cosa. Están, según habeis confesado, tan invenciblemente necesitados de querer lo que quieren como una piedra lo está de caer cuando no se la sostiene. ¿No es cierto, pues, que este filósofo extravagante, que osa negar el libre arbitrio en la escuela, lo creerá como indubitable en su propia casa y por ello, no será menos implacable contra esas personas como si él hubiese sostenido, toda su vida, el dogma de la libertad más grande?

Este razonamiento de Fenelón, Fabreguettes lo reproduce, lo hace suyo, lo considera como prueba de la existencia de la libertad volitiva. Produce verdaderamente estupefacción el ver como semejante argumentación se dá como una prueba de la libertad moral. Si nuestro cextravagante filósofo, supone el libre arbitrio en su casa y va contra él en la escuela, eso no prueba de ningún modo que el franco arbitrio existe. Esta contradicción entre la teoría y los actos de nuestro extravagante filósofo justifica por sí sola su ilogismo. Es una excelente demostración de que no concuerdan de ninguna manera sus actos con su doctrina, cosa frecuente, porque la doctrina es, sobre todo, un producto de la razón, y los actos el resultado de los sentimientos del carácter. Fabreguettes comete un error cuando repite, tomándolo de Fenelón:

¿No sabeis que ninguno de ellos tiene culpa? ... En efecto, el amigo, el criado, tiene culpa al obrar como han obrado. Y un determinista no diría: Ninguno de ellos tiene la culpa. El dirá: ellos tienen culpa, pero ellos no estaban libres para hacer otra cosa, puesto que su volición estaba determinada. Se puede tener culpa al hacer una cosa y sin embargo no ser libre para no hacerla. La prueba imaginada por Fenelón no lo es la libertad moral del agente. El puede obrar como lo supone Fenelón, y, eso demostrará, estaba determinado a obrar de este modo por todas las causas de las que su voluntad es la resultante. La argumentación de Fenelón y Fabraguettes resulta verdaderamente infantil y no resiste de ninguna manera la reflexión, ni aún, un rápido análisis.

Para algunos la prueba del libre arbitrio reside en la necesidad de la existencia de la responsabilidad moral. Substancialmente, han dicho: Si todo está determinado, la responsabilidad moral no puede existir. Es así que la responsabilidad moral existe, por consiguiente, nada está determinado y el libre arbitrio existe. Este razonamiento, era un sofisma puro, dando como cierto lo que hay que probar. La responsabilidad no puede pues, servir para demostrar la existencia del franco arbitrio. Es una simple petición de principio, sin ningún valor demostrativo.

Muchos adversarios del determinismo han encontrado en los contratos y las promesas la prueba de la existencia, de la libertad volitiva. Comprometiéndome por contrato, yo estoy decidido a hacer lo que prometo. En el momento en que debo cumplir este acto, pruebo mi libertad moral. He aquí el razonamiento de esos sustentadores del libre arbitrio. No se aperciben de que la promesa hecha, el contrato firmado, es un motivo determinante de la acción y que no son libres para sustraerse. ¡Pero entonces, dirán ellos, si nosotros no cumplimos nuestra promesa, probamos nuestra libertad! No, porque esta no ejecución no es más que el resultado de otros motivos que han entrado en lucha con el motivo-contrato o promesa. En este conflicto de motivos ellos le han vencido, y el individuo no está libre para cumplir su promesa. El análisis insuficiente de los actos y de sus causas, suscita una argumentación tan débil.

Como últimamente dijo el profesor Bernheim, el libre arbitrio absoluto no existe. En resumen, todo estado psíquico está, invariablemente, ligado a un estado nervioso en que el acto reflejo es el tipo más simple: he aquí el axioma psícofisiológico que se puede establecer hoy, decididamente, diremos nosotros con el profesor Debierre. La vida psíquica forma una serie continua que empieza por la sensación y acaba por el movimiento. A un extremo están las sensaciones y las imágenes ligadas a estados físicos; al otro los deseos, los sentimientos y voliciones ligados a estados físicos. Entre los dos no hay terra incognita presentando otras relaciones que las comprobadas en los fenómenos naturales de todo orden.


V

Nosotros no conocemos mas que parcialmente la multitud de factores de los que la voluntad es la resultante. Ignoramos la potencia de cada factor, su grado de intensidad, la parte que le corresponde en la génesis del acto. Resulte lo que resulte de esta ignorancia, es un hecho flagrante, cierto, no entra en la génesis de este acto el elemento libertad. En ningún punto del proceso de quien el acto es el fin, hemos encontrado el libre arbitrio. Es una ilusión que proviene de una ausencia de análisis o de un análisis superficial del proceso psicofisiológico que acaba en el acto.

La sola libertad poseída por el humano, es la de obrar siguiendo su voluntad, sus propios gustos, sus propias inclinaciones, sus propios motivos. Esto es suficiente, ha dicho justamente Manouvrier para que nosotros seamos libres. En cuanto a nuestra voluntad, es ella misma un resultado determinado por componentes orgánicos y extraorgánicos, de ningún modo independientes.

Ya Bayle, Hobbes, Voltaire y muchos otros, habían dicho era la voluntad de obrar la sola que poseemos. Ellos ponían la libertad en el poder de ejecutar lo que se había querido. Racionalmente demostraban estaba allí la única libertad poseída. Hoy, por medio del método positivo, se ha llegado a la misma demostración: El humano no posee la libertad volitiva; posee la libertad de obrar.

Esta libertad de obrar, es la posibilidad de traducir en un acto una volición cualquiera, sin que ninguna traba venga a impedirlo. Es la posibilidad de coordinar los movimientos de nuestros órganos para la ejecución de un acto voluntario. Esta libertad de obrar es una propiedad inherente al individuo y común a todos.


VI

¡Libre arbitrio o determinismo! Las dos tésis que, lógicamente, deben estar en presencia. Bajo el examen, el libre arbritio se hunde. Los descubrimientos de las ciencias biológicas han reducido a la nada la libertad volitiva. Y sin embargo, esta ilusión, ocupa un lugar tan amado en el espíritu del hombre que él ha buscado, por todos los medios, conciliar su deseo con la realidad. No pudiendo resolverse a abandonar el franco arbitrio, ciertos filósofos lo han azucarado, diluído, atenuado, hasta el punto de hacerle desconocer y caer en el determinismo que ellos negaban.

Así M. Fouillée vencido por la evidencia científica, confiesa que la libertad moral, no existe como potencia arbitraria de la voluntad. A pesar de esta confesión, prueba, seguido por Siciliani, a demostrar la existencia de la libertad volitiva, como idea fuerza, tendiendo a su propia realización. El hombre no es libre, pero se vuelve libre. De este ensayo de demostración podemos decir lo que decía Ferri: Eso no son, a pesar del talento filosófico del eminente escritor, mas que juegos de palabras, teorías fantásticas, bajo la superficie verbal de los cuales, no hay nada de positivo ni de fecundo. Esto no es más que pura logomaquia. La reflexión nos hace ver el vacío, la inconcebilidad.

Para Foyáu, el libre arbitrio, es el poder de determinarse así mismo a hacer el bien; hacer voluntariamenre el mal, parece cosa imposible e inadmisible. Difícil resulta comprender lo que esto significa, mucho más, cuanto el bien y el mal no existen en sí, puesto que sus concepciones varían según los individuos.

Fulci admite una manera de libertad moral ... La base sobre lo que Schopenhauer, llamó el motivo de contradicción. La oposición de los motivos, cuando ella puede vencer los otros motivos, prueba, dice, el libre arbitrio. Nuestra voluntad está bien determinada por motivos. No obstante, ella puede probar su libertad, tenemos nosotros la conciencia íntima, justamente oponiéndose a los motivos que no tienen una fuerza irresistible. La concepción de Fulci, no es muy clara. Para él, el libre arbitrio nace de poder demostrar nuestra libertad de volición. ¡La oposición a los motivos, base sobre la que reposa su vaga concepción, es realmente, un motivo que determina el individuo! Entonces la voluntad se encuentra siempre determinada por motivos. En suma, si probamos a sondear la idea de Fulci, veremos que su teoría no es más que una representación de la antigua teoría del libre arbitrio, del efecto sin causa.

Habiendo estos ensayos de repesca de la livertad volitiva, fracasado lastimosamente ante la crítica, muchos de sus sustentadores han acudido a vagas e imprecisas explicaciones. Algunos han designado así la energía subsistente en cada individuo que hace se desarrolle de un modo particular diferente de la manera como se desarrolla otro individuo. Hay ahí un puro determinismo, porque esa energía no es más que una manifestación de la actividad mental, determinada por todos los ambientes. Algunos apasionados de la expresión libre arbitrio más que de la idea, lo han considerado como la ausencia de obstáculos para el desenvolvimiento de nuestras tendencias, es decir, como la libertad psíquica, o, más exactamente, como la libertad de obrar. Es decir determinismo puro, puesto que hemos visto es la libertad de obrar la única libertad que poseemos, según el determinismo.

Alguien, sustentando la existencia de libre arbitrio, lo ha reducido, más o menos notablemente. El doctor Warnots niega la existencia del libre arbitrio absoluto, admitiéndo un libre arbitrio relativo, atenuado, reducido. El abad de Baets es de la misma opinión. La libertad del hombre, no es perfecta, y absoluta; no puede ejercerse sin una continuada e importante intervención del organismo, en que las operaciones se desenvuelven sujetas a las leyes fatales que rigen la materia. No hay en el hombre movimientos que escapen al libre arbitrio. Hay otros sobre los que tiene una influencia directa.

El libre arbitrio no ejerce de excitador de todos los actos; muchos empiezan sin su orden. Sin embargo, puede impedir los movimientos empezados. La vieja Escolástica lo ha dicho. El libre arbitrio no ejerce sobre la actividad humana un poder despótico y absoluto, sino solamente un poder gubernamental. En suma, el libre arbitrio es, en esta concepción, una entidad que tiene su existencia en sí. Obra sobre el individuo por medio del organismo material, sometido a la influencia de una multitud de causas. El libre arbitrio se ve pues atenuado por estas causas. No puede ejercerce enteramente, en absoluto. Tiene, por contra, una influencia parcial sobre ciertos actos, en ciertos casos. El hombre tiene, por consiguiente y relativamente, la libertad volitiva. El abad de Baets busca conciliar la ciencia y la revelación, el dogma católico. Su concepción obliga a concebir una entidad inmaterial, no sufriendo ninguna influencia, escojiendo sin motivo. Viene, por fin, a la concepción integral del libre arbitrio, puesto que su atenuación no proviene más que de lo útil de donde él se sirve para manifestarse. El músico puede ser perfecto; si su instrumento es malo, tocará mal. El libre arbitrio reducido, atenuado, viene a parar a la teoría del libre arbitrio integral. Nosotros hemos demostrado en el curso de estas lecciones que el libre arbitrio estaba en contradición con la ciencia, que era realmente inconcebible.

Para unos, la libertad consiste en la conciencia que tenemos de nuestros actos. Cuanto más conciencia tenemos de ellos, más responsables somos de ellos. La teología social ha conducido a los filósofos a ver la libertad moral en la conciencia de las causas de nuestros actos. Estimando necesario haya una responsabilidad moral, han inferido era necesaria una libertad moral, y, esta libertad, la han basado en la conciencia de nuestros actos. De aquí resulta ser libre arbitrio relativo, más o menos completo, según la conciencia sea más o menos entera.

Ella jamás está en este caso entera, puesto que nada prueba que nosotros tengamos un conocimiento completo de las causas de nuestras acciones. Esta libertad moral, reposando sobre la conciencia, no tiene de común más que el nombre, con el libre arbitrio clásico. Tener conciencia de las causas de los actos, no prueba la libertad de querer estos actos. El hombre sabe las causas que le hacen obrar, pero no puede, no, obedecer a estas causas. Sus voliciones están determinadas por causas de las que tiene conciencia. Ellas no son pues libres. El no poseer la libertad volitiva. Calificar de libertad moral la conciencia de las causas, de los actos es un error de terminología conducente a concepciones erróneas. Es, verdaderamente un pseudo libre arbitrio, creado para sustentar una pseudo-responsabilidad moral.

A fin de mantener la existencia del libre arbitrio, Bergson ha negado, hubiesen causas en el mundo moral. Entre la acción y los sentimientos que la empujan, no hay relación, solamente, una apariencia de lazo. Ningún hecho de observación o de experimentación viene a probar la tesis de Bergson. Es una pura hipótesis sin base racional, contraria a la lógica y cuyo solo fin consiste en permitir el fundamento de la responsabilidad moral. Lógicamente, racionalmente, se está autorizado a unir por medio de un lazo de causa a efecto las acciones y los sentimientos, las razones y las sensaciones. Todos los fenómenos prueban esta unión, y es error el suponer lo que está en contradicción flagrante con los hechos.

Se ha pretendido que la inexistencia de la libertad volitiva era la negación de las libertades cívicas (libertad religiosa, libertad de expresión del pensamiento, libertad de asociación, etc.); error proveniente de un examen descuidado. Las libertades cívicas son estados de relación entre los humanos que viven en colectividad. Cualesquiera que sean estos estados, los humanos no estarán menos determinados por todos los medios internos y externos. Se concibe, pues, que una forma cualquiera de estos estados puede existir aun no viviendo la libertad volitiva. Estos estados son efecto de los humanos al mismo tiempo que son uno de los factores en la determinación de los seres. Según el conjunto de estas concepciones de los hombres vivientes en colectividad, estas libertades cívicas existirán en mayor o menor grado de desarrollo. Son, pues, resultantes de las concepciones humanas, a su vez también determinadas. Por otra parte, según las condiciones variables de las libertades cívicas los humanos estarán determinados. Quiero decir que estas libertades cívicas forman, como las otras condiciones sociales, parte del medio social. Por consiguiente, están entre los componentes de que el individuo es la resultante. En consecuencia, la inexistencia de la libertad moral no lleva en sí la supresión de las libertades cívicas.

Tampoco la destrucción de la personalidad, de la individualidad. Al contrario, la personalidad surge del conjunto de todas las cualidades particulares de un individuo, diferenciándolo de los demás individuos de la misma especie. Juan tiene diferencias en el carácter, la inteligencia, la actividad mental, que le distinguen de Pedro, a su vez distinto de Andrés. Es el conjunto de todas estas cualidades especiales de Juan lo que constituye su individualidad; aquella particularidad de las cualidades que hacen que la individualidad de Juan difiera de la de Pedro. Estas diferencias entre los seres son resultado de todos los ambientes de sus antepasados, cósmicos y sociales. Oon arreglo a las influencias de los medios, cada hombre obra diversamente. Es a causa de estas variaciones de reacción por lo que hay diferencias entre los hombres, por lo que hay personalidades e individualidades. Son estas las resultantes de todas las condiciones mesológicas: las que actuaron sobre toda la serie de sus antepasados; aquellas que han rodeado al ser desde su nacimiento: las que le rodean actualmente. La individualidad no es para un ser más que la resultante de los medios de sus antepasados, cósmicos, sociales. No puede existir más que a condición de que el determinismo sea verdad.

Objetan al determinismo su consecuencia fatal: que el ser humano, de este modo, acabaría por'ser un autómata. Perfectamente verdadero. El individuo está determinado. Es como debía ser; como no podría dejar de ser, dadas todas las condiciones. Es, verdaderamente, un autómata, como han dicho Leibnitz, Spinoza, Stuart Mill. Pero esto no es una objeción sino una comprobación. Por que el determinismo automatice al individuo no hay que negarlo. Una doctrina es verdadera o falsa, independiente de sus consecuencias. Hemos visto era el determinismo la espresión de la verdad científica. No es porque esta doctrina automatizara al hombre, por lo que ella se convertiría en falsa.

Luego el individuo vive, absolutamente, autómata; pero un autómata que se diferancia de muchas otras máquinas. En efecto, es un autómata en el que nosotros ignoramos resortes de entre el conjunto que le hace obrar. En un exámen superficial, el hombre no nos parece un autómata como una locomotora, por ejemplo; conocemos en esta todas las causas que la hacen mover. Sabemos que, dadas tales causas, no puede moverse. En apariencia no sucede lo mismo en el hombre puesto que nosotros no conocemos todas las influencias que obran sobre él. Muchas de entre ellas se nos escapan. Tampoco podemos prever con certeza las acciones humanas. Y entonces resulta que se ha deducido falsamente que no era el hombre un autómata. Recordemos, también, con Kant, que si pudiesemos conocer todas las causas, internas y externas determinantes del individuo, podríamos, con toda certeza, preveer las acciones humanas como se conocen de antemano los movimientos de una locomotora. Este automatismo de los seres humanos, no implica la exclusión de la individualidad. Cada ser es un autómata diferente, pues él obra diferentemente a todas las influencias de los ambientes. Cuanto más complejos se vuelven los individuos, gracias a la división del trabajo y la especialización de los órganos y de las funciones, más se pronuncian las individualidades. En efecto, las reacciones de las influencias mesológicas, se diferencian de más en más. Los autómatas se hacen más y más complejos y parecen ser menos y menos autómatas.

Los defensores del libre arbitrio deducen de este automatismo humano: el individuo sabiendo que es un autómata, sabiendo que no podría obrar como él lo ha hecho, estando dadas todas las condiciones, el individuo, dicen ellos, no reobrará más. La idea de su libertad moral, le hacía resistir a las impulsiones. Lo mismo que la idea de la inteligencia, influye en la conducta del individuo, del mismo modo está influído por la idea de la libertad volitiva. Esto no es dudoso, como tampoco que la idea del determinismo obrara sobre la determinación de los actos. ¿Será mala esta acción, como lo pretenden los adeptos del franco arbitrio? Puede serlo; puede no serlo. El daño positivo o negativo de la afirmación del determinismo dependerá de la educación, quiero dúcir, de las concepciones que la enseñanza oral o ejemplar hará nacer o desarrollar en los cerebros humanos. No hemos de extendernos aquí sobre las modificaciones que la educación, la instrucción, deben sufrir, estando dicho es el determinismo una verdad científica.

Será suficiente señalar una de las consecuencias necesarias del determinismo: El humano es modificable funcionando bajo las influencias de los medios externos. Las variaciones de estos ambientes hacen variar al hombre. Se comprende, pues, que toda mejora de los conocimientos humanos, de las condiciones de bienestar, pueden mejorar y mejorar con certeza, a los hombres. Las modificaciones de la industria, del comercio, de los hábitos, de las costumbres, instituciones, leyes, son otras tantas causas para modificar los hombres. El conocimiento del modo de acción de los medios internos y externos sobre los hombres, tomados individual o tomados colectivamente, constituye realmente las ciencias biológicas, psicológicas, sociológicas. Sin las influencias de estos ambientes, no habrían ciencias. La libertad volitiva convierte en imposible y absurda, toda ciencia sociológica con el libre arbitrio, todo no es más que un vasto cáos desordenado, imposible de poner en orden. La idea del determinismo, lejos de perjudicar al individuo, le será favorable, si se le junta la educación, la instrucción. Una tolerancia recíproca entre los humanos, el cuidado de los sentimientos y las pasiones por medio de una higiene apropiada, reemplazarán, -estando admitido por todos el determinismo- la intolerancia, la represión de los sentimientos y de las pasiones, frutos necesarios, del libre arbitrio.

Algunos adeptos del libre arbitrio, entre otros Brunetiére, H. Béranger, consideran la inación, el no obrar como una consecuencia necesaria del determinismo. El individuo no era libre de querer o de no querer. Entonces las almas se desalentaban. En ellas estaba muerto el sentimiento del esfuerzo, y, fatalmente se veían conducidas al diletantismo moral, y, de allí, al egotismo, al culto del yo, como único fin. El determinismo no tiene necesariamente, fatalmente, inevitablemente, esta consecuencia. El hombre es una resultante de una multitud de condiciones conocidas las unas, las otras desconocidas. Según estas condiciones, es enérgico o sin voluntad, noble o vil, fuerte o débil. Una de estas condiciones es la idea que el individuo tiene del determinismo universal. Todo fenómeno lo producen causas multiples; todo fenómeno engendra efectos diversos. Todo es a la vez causa y efecto. Cuando un individuo tiene conciencia de su determinación, tiene también conciencia de que él determina. El es efecto; pero él es causa también.

El determinismo sabe esto a ciencia cierta. Por consiguiente la consecuencia del determinismo no puede ser, fatalmente, el no obrar. Esta doctrina puede llevar a Pedro a desalentarse, a no querer hacer más esfuerzos. Pero esto se realiza solamente porque todas las otras condiciones, de que Pedro, es el conjunto, concurren a este resultado. La misma doctrina del determinismo conducirá a Juan a una acción intensa, a un esfuerzo permanente, porque todas las otras condiciones determinadoras de Juan, concurren a este efecto. Del mismo modo, logicamente, la idea del determinismo universal provoca el esfuerzo contínuo, porque el individuo sabe que estos esfuerzos tendrán necesariamente, inevitablemente efectos. Sabe que obrando produce fenómenos que serán causas de otros fenómenos.

Algunos han pensado poner al determinismo diversos fenómenos psíquicos: remordimientos, conciencia en el sentido metafísico, duda, deliberación. La teoría del determinismo no sería avasallada por la existencia de estos hechos si estos fenómenos, escribe, Paulhan, no pudiesen ser regidos por un mecanismo psicológico en que nada escapa a la ley de la causalidad. Nada prueba que esto sea así. Si yo delibero, por ejemplo, es porque tengo razones para deliberar, y, precisamente, son estas razones las que me determinan a deliberar, con otras causas tal vez. Se puede muy bien reducir los remordimientos a leyes psicolígicas muy conocidas y que no implican ruptura alguna en la trama de los fenómenos. El determinismo excluye necesariamente la existencia de algo de inmaterial en el ser. El no está en contradicción con cierta forma del deismo, pero está en oposición con el espiritualismo. Algunos han visto en esto la prueba de que era una doctrina falsa, porque ella estaría en contradicción con los fenómenos entrados hace poco en el círculo de los exámenes científicos. Quiero referirme a todos los fenómenos designados bajo los nombres de ocultos, de espiritistas etc. Es una objeción que no quiere decir nada. Estos fenómenos, aunque existan, no están en oposición con el determinismo; si la aplicación que algunos dan de estos fenómenos. Pero nada ha probado aún -y no pensamos que pueda probar- que en estos fenómenos hay inmaterialidad. Si realmente existen, son explicables y concebibles por la hipótesis puramente materialista de un modo nuevo de darse la materia.

El determinismo tiene por consecuencia excluir el mérito y el demérito. En efecto, estando determinado el individuo, siendo como no podría dejar de ser, estando dadas todas las condiciones, se deduce, necesariamente, no tiene ningún mérito o demérito obrar como obra. El no podría dejar de obrar así. Esta no existencia del mérito y demérito tiene por consecuencia la irresponsabilidad. Nuestras últimas lecciones estarán consagradas a esta grave cuestión de la responsabilidad. De las consecuencias necesarias del determinismo (ni mérito ni demérito, irresponsabilidad, automatismo), resulta que la aceptación de esta doctrina filosófica modifica los principios sobre los que reposa la forma social contemporánea. En vez de basarse sobre la recompensa y el castigo en un mundo futuro, la moral se convierte puramente utilitaria y egoista. Por consiguiente, llega al pináculo del altruismo. No tiene otra sanción que el placer o la pena que resulta inmediata o mediatamente para el agente. Hábitos, costumbres, instituciones, tienden a prevenir y no a reprimir. Al empirismo de la terapeutica social actual sucede la higiene razonada, metódica, de los individuos y de las colectividades. Todo es causa y efecto. Nada se cumple sin resonar más o menos sobre todos los ambientes, sobre todos los individuos. Hay aquí un interés directo cierto, en conocer estas causas y estos efectos. También este conocimiento creciendo más y más, conduce a la ordenación, a la regularización de las formas sociales en el sentido más favorable a los individuos, componentes de esas colectividades. La prueba de que el determinismo es la verdad científica, permite el disminuir sin cesar la parte patológica del individuo y de la sociedad. Se puede entrever el tiempo en que esta parte no será más que una ínfima, una monstruosa excepción. Horas, sería el tiempo necesario para enseñar y exponer las consecuencias individuales, psicológicas y sociales que resultan de esta verdad científica: el determinismo es el lazo perdurable que une todos los fenómenos. Nosotros no podemos aquí indicároslo más que a grandes trazos.

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